Leche, huevos, terapia

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COLUMNA | 13
TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 18 de abril de 2015
Leche, huevos, terapia
Por Rodrigo
Guendelman
C
OMO tantas de las cosas más
chistosas, cochinas e interesantes que uno recibe hoy
en día, el video de un tipo
hablando sobre la vida también me llegó a través de un
grupo de WhatsApp. No decía su nombre ni había dato alguno acerca de cuándo y dónde había sido entrevistado, pero lo que el hombre hablaba tenía
demasiado sentido. Lo vi y lo escuché hasta el final. Y esta idea, este trozo de sus reflexiones, se quedó dando vueltas en mi cabeza por varios días.
Dice así. “A los 22 años dije ‘no puedo solo
en esto, necesito ayuda’. Y fui a terapia. Yo
pienso que terapia es canasta básica. Leche,
huevos, terapia. Tienes que ir a conocerte,
saber quién eres, de dónde vienes, quiénes
fueron tus papás, por qué te gusta lo que
te gusta, por qué vives como vives. Hay
gente que vive sin preguntarse nada, se casa
porque se casa, trabaja porque trabaja, tiene hijos porque es lo que le sigue, nunca
se pregunta ¿quiero tener hijos?, ¿me gusta mi trabajo?, ¿estoy feliz con mi matrimonio? Pregúntate. Conócete. Y de ahí vas
a poder tomar decisiones para cambiar y
hacer lo que tengas que hacer”.
Me hizo tanto sentido escuchar esas palabras, que terminé averiguando el nombre
del “filósofo”. Se llama Odin Dupeyron, es
escritor, es actor y es mexicano. Debe tener
unos cuarenta y tantos, lo que probablemente ayudó a que me sintiera más identificado aún. Y, miren qué casualidad, justo esta semana decidí volver a “terapiarme”
por enésima vez en mi vida. Digo enésima
no en forma peyorativa. Todo lo contrario.
Creo que después de una etapa de análisis
profundo y largo –en mi caso fueron cinco años de psicoanálisis, tres veces a la semana- es absolutamente recomendable
volver a “trabajarse” cada vez que uno siente la necesidad. O que te la hacen sentir.
No sé si lo han notado, pero es bastante
usual el hecho de leer o escuchar a un
hijo de la terapia hablar sobre las bondades de los psiquiatras y psicólogos. La mayoría de las personas que hemos invertido tiempo y plata en sesiones con este
tipo de profesionales, tendemos a convertirnos en evangelizadores de por vida. Sólo
que, en este caso, el evangelio es la terapia y los santos tienen título universitario.
Es que hacerse preguntas, tal como dice
Dupeyron, es lo más difícil pero, al mismo tiempo, una de las cosas más extraordinariamente importantes para tratar de
tener una vida satisfactoria.
Ese frontón inteligente llamado terapeuta, te obliga -si es un buen especialista, claro, porque hay de todo en este mundo- a
evitar la evitación. Suena raro, pero es
simple: no te queda otra que hablar contigo mismo, mirarte, conocerte, perdonarte, conformarte con lo que eres, odiarte por un largo rato para, más tarde, terminar queriéndote. O, al menos,
soportándote. Eso, que parece simple, es
lo que por definición, por defecto, por reflejo, no hacemos. Casi nunca. Casi nadie.
Entonces, zigzagueamos, andamos cojos
por la vida sin tener la menor idea de ese
hándicap negativo, hasta que nos cae algún rayo en la cabeza. Y vienen las somatizaciones que pueden derivar en enfermedades graves, las crisis de identidad, los
quiebres explosivos, la infelicidad compulsiva, y no tenemos idea de cómo ni por qué
nos pasa lo que nos pasa. No es que la terapia evite absolutamente esos padecimientos, pero las cosas cambian cuando
sabes quién eres y por qué estás sintiendo
lo que estás sintiendo. De alguna manera,
andas con el botiquín de primeros auxilios
en la mano. Y si eso no es suficiente, bueno, entonces sabes dónde acudir.
Uno aprende algo altamente revelador en
la terapia, al menos en la psicoanalítica: hay
un monstruo grande y pisa fuerte que se
llama inconsciente. Una bestia oscura que
puede pasar toda tu vida haciéndote zancadillas, especialmente si no la conoces ni
la enfrentas. Si sabes eso, si al menos eres
consciente de lo inconsciente, vas un paso
adelantado. Es como la presencia de Dios
para algunos creyentes. Te hace humilde
saber que hay algo más grande que jamás
vas a poder dominar. Pero ayuda sentir
que lo tienes de tu lado.
Yo también creo, como dice Odin Dupeyron, que terapia es canasta básica. Que
la inversión –sí, inversión y no gasto- en
trabajarte es la más rentable de todas las
que se pueden hacer en la vida. Y que no
hacerlo, sea cuando sea, porque nunca es
tarde, es privarse de una existencia con
mucho más sentido. Leche, huevos, terapia. Así de básico. Así de necesario.
Periodista.
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