HOMILIA EN LA ORDENACIÓN PRESBITERAL DE DIACONOS

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HOMILIA EN LA ORDENACIÓN PRESBITERAL
Sábado 28 de abril de 2007
Iglesia Catedral de San Bernardo
Alegría y agradecimiento por el don recibido
1.
Con particular alegría y agradecimiento a Dios nuestro Señor, de quien procede
todo bien en los cielos y en la tierra, nos hemos reunido hoy bajo el amparo de esta
Iglesia Catedral, para participar en el solemne rito de ordenación de tres diáconos, que a
partir de hoy se integran al presbiterio diocesano en las diversas funciones que les han
encomendado sus superiores y según los carismas que han recibido. Delante de la
asamblea, hoy especialmente gozosa, por el tiempo Pascual en que nos encontramos,
están nuestro hermanos Marcelo, del clero de nuestra diócesis, Hector, de la familia de
Oratorio Mariano y Cristian, de los Sacerdotes del Sagrado Corazón, de larga y rica
presencia en nuestra diócesis. A su alrededor y como arropando a los nuevos
presbíteros, un grupo de sus hermanos sacerdotes, que serán los hermanos mayores de
los cuales aprenderán el servicio sacerdotal y en los cuales encontraran siempre el
consejo y la acogida de quienes juntos trabajan en la viña del Señor. Nos acompañan los
superiores del Oratorio Mariano y de la Congregación del Sagrado Corazón, a quienes
saludo particularmente hoy día.
2.
La carta a los hebreos nos ha introducido de lleno en el misterio que hoy se
operara en estos hermanos nuestros. “Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres,
está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y
sacrificios por los pecados. El puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que
él mismo esta envuelto en debilidades. A causa de ellas, tiene que ofrecer sacrificios por
su propios pecados, como por los del pueblo”1. Que asombrosa descripción de la
transformación que hoy van a recibir estos hermanos por la imposición de las manos y
que maravillosa misión la que se abre por delante de cada uno de ellos. Que gran
manifestación del amor de Dios a los hombres, que luego se derramara como un
derroche divino en el amor de estos hermanos a todos los hombres y particularmente a
1
Hebreos, 5,1-2
quienes sean confiados a su cuidado pastoral, cumpliendo así el mandamiento del amor,
que San Juan nos acaba de anunciar en la lectura del santo Evangelio: “Este es mi
mandamiento, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”.
Queridos neosacerdotes, la Iglesia los mira hoy con particular cariño, porque
vuestra llamada en un signo vivo de la presencia de Dios en el mundo y agradece que
hayan querido responder que si al Señor, que busca insistentemente entre los hombres y
mujeres a aquellos que el quiere para si mimos, con un amor exclusivo pero abierto a
todos sin excepción.
Cristo es la cabeza del género humano y de la Iglesia. El la dirige y gobierna por
medio de Pedro y de los Apóstoles, en la persona de Benedicto y de los Obispo que
dispersos por todo el orbe de la tierra anuncia el evangelio al mundo. Cada uno de
ustedes, según la enseñanza del Concilio, quedará para siempre unido a Cristo y
destinado a la misión de ser colaboradores estrechos del orden episcopal en la misión de
anunciar al Señor resucitado y de extender el número de los hijos de Dios. Nos dice el
Concilio Vaticano II “Por el sacramento del orden se configuran los presbíteros con
Cristo sacerdote, como ministros de la Cabeza para construir y edificar todo su Cuerpo,
que es la iglesia, como cooperadores del Orden episcopal2. Hay aquí, queridos jóvenes
ya una primera y fundamental idea que habrá de presidir vuestras vidas de ahora en
adelante: somos sacerdotes en la Iglesia, para servir a la Iglesia y para extender el
reinado de Cristo sobre este mundo que tantas veces quiere apartarse de El. Somos
sacerdotes y como nos San Pablo “Es preciso que los hombres vean en nosotros a los
ministros de Cristo y a los administradores de los misterios de Dios”3.
Actuar In persona Christi capitis
3.
Recientemente el Santo Padre ha enviado a toda la Iglesia luminosas palabras
que alumbran nuestro caminar sacerdotal: El Supremo Pastor, quiere volver a hacernos
considerar que lo más importantes, lo más decisivo de nuestra vida sacerdotal es la
celebración de la Eucaristía. Muchas cosas buenas y saludables puede hacer el
sacerdote, pero hay una, la mas grande y mas eficaz, la que sólo él puede realizar en
nombre de Cristo, que si la abandona terminan traicionando su misión. Ella es volver a
renovar sobre nuestra tierra sedienta de Dios el sacrificio de Jesucristo en la Cruz y dar
2
3
Decr. Presbyterorum Ordinis, 12.
Cor 4, 1.
a los hombres el alimento de su cuerpo y de su sangre. Por eso el Papa nos ha escrito
“La relación intrínseca entre Eucaristía y sacramento del Orden se desprende de las
mismas palabras de Jesús en el Cenáculo: « haced esto en conmemoración mía » (Lc
22,19). En efecto, la víspera de su muerte, Jesús instituyó la Eucaristía y fundó al
mismo tiempo el sacerdocio de la nueva Alianza. Él es sacerdote, víctima y altar:
mediador entre Dios Padre y el pueblo (cf. Hb 5,5-10), víctima de expiación (cf. 1 Jn
2,2; 4,10) que se ofrece a sí mismo en el altar de la cruz. Nadie puede decir « esto es mi
cuerpo » y « éste es el cáliz de mi sangre » si no es en el nombre y en la persona de
Cristo, único sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza (cf. Hb 8-9). (…) Ante todo,
se ha de reafirmar que el vínculo entre el Orden sagrado y la Eucaristía se hace visible
precisamente en la Misa presidida por el Obispo o el presbítero en la persona de Cristo
como cabeza. 4 Cuando cada día suban al altar de Dios, para renovar incruentamente el
sacrificio del calvario, poco a poco el mimos señor, en cuyo nombre actúan, ira
transformando la vida entera en una Eucaristía constante, de manera que con el paso de
los años los días y las jornadas nuestras serán de preparación para ese momento
decisivo y de acción de gracias por su celebración.
Venimos a servir
4.
“La doctrina de la Iglesia considera la ordenación sacerdotal condición
imprescindible para la celebración válida de la Eucaristía. En efecto, « en el servicio
eclesial del ministerio ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como
Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor
».Ciertamente, el ministro ordenado « actúa también en nombre de toda la Iglesia
cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo cuando ofrece el sacrificio
eucarístico ». Es necesario, por tanto, que los sacerdotes sean conscientes de que nunca
deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a
Jesucristo. Todo intento de ponerse a sí mismos como protagonistas de la acción
litúrgica contradice la identidad sacerdotal. Antes que nada, el sacerdote es servidor y
tiene que esforzarse continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus
manos, se refiere a Cristo. Esto se expresa particularmente en la humildad con la que el
sacerdote dirige la acción litúrgica, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la
4
Exh. Apos. Sacramentun caritaris, 23
mente al rito, evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un
protagonismo suyo inoportuno. Recomiendo, por tanto, al clero que profundice cada vez
más en la conciencia de su propio ministerio eucarístico como un humilde servicio a
Cristo y a su Iglesia. El sacerdocio, como decía san Agustín, es amoris officium,[74] es
el oficio del buen pastor, que da la vida por las ovejas (cf. Jn 10,14-15)”
Estas palabras claras y fuertes del Pastor Universal, exigen de todos nosotros una
meditación atenta. Nos ordenamos para servirlo a El y en cada uno de nosotros sólo
cabe esperar que ocurra aquellos que se nos enseñó el Bautista “conviene que el crezca
y que yo disminuya” Para esto queridos nuevos sacerdotes, cada uno según el carisma al
que ha sido llamado en la Iglesia, debe luchar férreamente contra el afán de figurar, de
mandar, de tomar posturas de poder, para ponerse a disposición de sus hermanos como
lo hizo el Señor Jesús. El nos dijo Yo estoy entre vosotros como el que sirve, pues no
vino nuestro Señor a ser servido sino a servir. Somos pues servidores de Dios, de la
Iglesia y de nuestros hermanos los hombres y mujeres que habitan nuestro mundo.
Este servicio nuestro es un servicio de amor, que acoge a todos, y que hace que
la vida del sacerdote al estar identificada con la de Cristo, se abra como en un abanico a
todas las realidades nobles de nuestra tierra para ponerla en contacto con los misterios
de la redención.
Eucaristía y celibato sacerdotal
5.
Sigue diciendo el Papa: “Los Padres sinodales han querido subrayar que el
sacerdocio ministerial requiere, mediante la Ordenación, la plena configuración con
Cristo. Respetando la praxis y las diferentes tradiciones orientales, es necesario
reafirmar el sentido profundo del celibato sacerdotal, considerado con razón como una
riqueza inestimable y confirmado por la praxis oriental de elegir como obispos sólo
entre los que viven el celibato, y que tiene en gran estima la opción por el celibato que
hacen numerosos presbíteros. En efecto, esta opción del sacerdote es una expresión
peculiar de la entrega que lo configura con Cristo y de la entrega exclusiva de sí mismo
por el Reino de Dios. El hecho de que Cristo mismo, sacerdote para siempre, viviera su
misión hasta el sacrificio de la cruz en estado de virginidad es el punto de referencia
seguro para entender el sentido de la tradición de la Iglesia latina a este respecto. Así
pues, no basta con comprender el celibato sacerdotal en términos meramente
funcionales. En realidad, representa una especial configuración con el estilo de vida del
propio Cristo. Dicha opción es ante todo esponsal; es una identificación con el corazón
de Cristo Esposo que da la vida por su Esposa. Junto con la gran tradición eclesial, con
el Concilio Vaticano II y con los Sumos Pontífices predecesores míos, reafirmo la
belleza y la importancia de una vida sacerdotal vivida en el celibato, como signo que
expresa la dedicación total y exclusiva a Cristo, a la Iglesia y al Reino de Dios, y
confirmo por tanto su carácter obligatorio para la tradición latina. El celibato sacerdotal,
vivido con madurez, alegría y entrega, es una grandísima bendición para la Iglesia y
para la sociedad misma”5
Cuando en algunos ambientes eclesiales se vuelve a poner este tema como si
fuera punto de discusión, que decisivo es para todos nosotros recibir la enseñanza clara
de la Iglesia. Que importantes darnos cuenta de que nuestra entrega completa al Señor
no es sólo una manera efectiva y eficaz de servir, sino sobretodo una forma necesaria
para poder imitar a Cristo, que nos dio ejemplo de una vida completamente dedicada al
cumplimiento de la voluntad del Padre. Es cierto que el celibato por el reino de los
cielos, tal como la Iglesia lo pide a los sacerdotes, exige renuncias, pero es sobretodo
una afirmación gozosa de una forma de entrega plena al Señor que hace que todo
nuestro ser sea de Cristo y que nos permite asemejarnos a Cristo, ser otros Cristo y el
mismo Cristo que vuelve a caminar por los sendas de nuestra tierra y al mismo tiempo
servir a todos los hombres sin ataduras, dando fe con nuestra vida del Reino de Dios que
esperamos.
El sacramento de la misericordia
6.
Queridos nuevos sacerdotes, desde hoy comenzaran a experimentar uno de los
aspectos mas maravillosos de la vida de un hombre consagrado a Dios: con la autoridad
de Cristo, serán para sus hermanos maestro, médicos y jueces y pastores para repartir a
manos llenas el sacramentos de la misericordia de Dios, en el cual perdonamos, en
nombre e Cristo, los pecados de los hombres. Dice San Ambrosio que “Nuestro
Salvador Jesucristo instituyo en su Iglesia el sacramento de la Penitencia al dar a los
apóstoles y a sus sucesores el poder de perdonar los pecados; así, los fieles que caen en
el pecado después del bautismo, renovada la gracia, se reconcilian con Dios. La Iglesia,
5
Ibid, 24
en efecto, posee el agua y las lágrimas, es decir, el agua del bautismo y las lágrimas de
la penitencia6.
Hace ya años el siervo de Dios Juan Pablo II nos enseño que “No bastan [...] los
análisis sociológicos para traer la justicia y la paz. La raíz del mal está en el interior del
hombre. Por esto, el remedio parte también del corazón. Y—me complace repetirlo—la
puerta de nuestro corazón solo puede ser abierta por la Palabra grande y definitiva del
amor de Cristo por nosotros, que es su muerte en la cruz. Aquí es donde el Señor nos
quiere conducir: dentro de nosotros. Todo este tiempo que precede a la Pascua es una
invitación constante a la conversión del corazón. Esta es la verdadera sabiduría: la
plenitud de la sabiduría es temer al Señor (Ecclo 1, 15). Queridísimos, tened, pues, la
valentía del arrepentimiento; y tened también la valentía de alcanzar la gracia de Dios
por la Confesión sacramental.¡ Esto os hará libres! Os dará la fuerza que necesitáis para
las empresas que os esperan, en la sociedad y en la Iglesia, al servicio de los hombres 7.
Como lo saben muy bien, un buen confesor es antes un buen penitente y por ello
en esta día solemne y único en vuestras vidas, les pido en nombre de la Iglesia que
dediquen mucho tiempo a administrar este maravilloso sacramento de la misericordia
divina, de manera que muchos hombre y muchas mujeres, jóvenes y menos jóvenes,
encuentren siempre la disponibilidad de cada uno a ser instrumentos de la misericordia
de Dios.
Pastoral vocacional
7.
Estamos culminando la semana de oración por las vocaciones. Nuestra diócesis
como muchas otras, ruega diariamente al Señor para que envíe trabajadores al campo de
la Iglesia, sacerdotes al servicio ministerial. En los próximos días el Santo Padre dará
comienzo a la V Conferencia del episcopado latinoamericano y de Caribe, cuyo lema
central es “discípulos y misioneros para que nuestros pueblos tengan vida en
Jesucristo”. Todo el pueblo de Dios esta convocado a esta gran misión, pero si se puede
decir así, los sacerdotes llevamos en este propósito misionero la obligación de ser los
más fieles discípulos del Señor. Este discipulado debe ser descubierto por nosotros los
sacerdotes en muchos jóvenes de nuestra patria y de nuestra diócesis, porque la misión
de guiar a los jóvenes a descubrir su propia entrega a Dios recae principalmente en los
6
7
SAN AMBROSIO, Epístola 41.Ordo Poenitentiae, n. 2
JUAN PABLO II, Discurso a UNIV, I l-IV-1979
ministros del Señor. El Papa nos ha escrito recientemente: “En el Sínodo se ha discutido
también sobre las iniciativas pastorales que se han de emprender para favorecer, sobre
todo en los jóvenes, la apertura interior a la vocación sacerdotal. Esta situación no se
puede solucionar con simples medidas pragmáticas. La pastoral vocacional, en realidad,
tiene que implicar a toda la comunidad cristiana en todos sus ámbitos. Obviamente, en
este trabajo pastoral capilar se incluye también la acción de sensibilización de las
familias, a menudo indiferentes si no contrarias incluso a la hipótesis de la vocación
sacerdotal. Que se abran con generosidad al don de la vida y eduquen a los hijos a ser
disponibles ante la voluntad de Dios. En síntesis, hace falta sobre todo tener la valentía
de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo, mostrando su
atractivo”.
Hay aquí una misión particular para nuestros jóvenes sacerdotes. Saber suscitar
vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio. Cada uno en los ámbitos en que ha sido
llamado a servir al Señor debe buscar insistentemente nuevos operarios para la mies.
Por ellos no pueden olvidar que uno de los trabajos más delicados, pero al mismo
tiempo mas bellos y fecundos del ministerio pastoral, es el acompañamiento espiritual
de los jóvenes en su discernimiento vocacional o la dirección espiritual, como
clásicamente se le llama. Queremos nuevos sacerdotes para la diócesis, nuevos
ministros del Señor para el Oratorio mariano, nuevos hijos del padre Leon Dehon,
entonces, sepamos que una parte de nuestro tiempo deberemos dedicarlo a esta misión
delicada y difícil, pero cuyos frutos son muchos mas profundos que cualquier otra
actividad pastoral. Para ello se requiere en nosotros constancia y fortaleza, espíritu de fe
y conciencia de ser instrumentos y una grado importante de audacia apostólica para
saber plantear a nuestra juventud metas e ideales elevados.
Nos descuidar el trato con Dios
8.
Que hemos de hacer para que crezca cada día el amor al sacerdocio que hoy
reciben y que todos los ministros del Señor hemos recibido. Tratar al Señor, cuidar que
el peligro del activismo, tan en boga en nuestra época llena de tecnología y
globalización, mate en nosotros la capacidad del silencio y la contemplación. Es
necesario, queridos hermanos, saber hacerse los tiempos necesarios para lo único
necesario: escuchar al Señor. El sacerdote es un hombre que siempre esta a la escucha
del Señor. Su alegría es estar con El, porque para eso hemos sido llamados. Por eso un
tiempo importante de nuestra jornada diaria debemos dedicarlo a la oración. Con su
sabiduría, penetración y simpatía, escribio el Papa Pablo I. “Me ocurrió, en una ocasión,
ver en la estación de Milán a un maletero que, apoyada la cabeza en un saco de carbón,
detrás de una pilastra, dormía beatíficamente. Los trenes salían silbando y llegaban
retumbando con las ruedas; los altavoces daban continuos avisos atronadores, la gente
iba y venía con gritos y ruidos; pero él -continuando dormido- parecía decir: «Haced lo
que queráis, que yo tengo necesidad de estar quieto». Algo semejante deberíamos hacer
nosotros, sacerdotes: en torno a nosotros hay un continuo movimiento y hablar de las
personas, periódicos, radio y televisión. Con medida y disciplina sacerdotal debemos
decir: «Hasta ciertos límites, para mi, que soy sacerdote del Señor, vosotros no existís;
yo debo tomarme un poco de silencio para mí alma; me separo de vosotros para unirme
a mí Dios»” 8.
El servicio sacerdotal será exigente, la entrega a los trabajos pastorales
agotadora, la exigencias del pueblo de Dios en aumento, pero lo que mas espera el
Pueblo de Dios es que mantengamos y vivamos siempre nuestra identidad sacerdotal,
porque nos quieren sacerdotes ciencia por cien, dedicados al máximo y exclusivamente
a manifestar a Cristo a los hombres. Por eso no temamos por esta razón aparecer
separados o distintos de vuestros fieles y de aquellos a quienes nuestra misión nos
destina. Más bien nos separaría de ellos el olvidar o descuidar el sentido de la
consagración que distingue nuestro sacerdocio. Ser uno más, en la profesión, en el estilo
de vida, en el modo de vestir, en el compromiso político, no nos ayudaría a realizar
plenamente nuestra misión; defraudaríamos a nuestros propios fieles, que nos quieren
sacerdotes de cuerpo entero: liturgos, maestros, pastores, sin dejar por ello de ser, como
Cristo, hermanos y amigos.
Queridos Marcelo, Cristian y Hector, hoy toda la Iglesia, vuestros amigos y
conocidos, hermanos de congregación y de presbiterio, participan alegres de este
momento y juntos con ellos el pueblo de Dios, que abarrota esta Iglesia Catedral.
Pedimos al Señor por cada uno, imploramos a la Madre del Jesús y madre de los
sacerdotes que haga de cada uno un fiel servidor de la Iglesia, de los hombres y mujeres
que buscaran en ustedes encontrarse con el Señor. Que nuestro Jesús lo haga sacerdotes
fieles, santo y para siempre. Asi sea.
8
JUAN PABLO 1, Homilía. 7-9-1978
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