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La Heurística del Antisemitismo Contemporáneo
Xavier Torrens
1) Universitat de Barcelona. Spain
Date of publication: April 1st, 2016
Edition period: April 2016- October 2016
To cite this article: Torrens, X. (2016). La Heurística del Antisemitismo
Contemporáneo. Scientific Journal on Intercultural Studies, 2 (1), 30- 55. doi:
10.17583/recei.2016.1925
To link this article: http://dx.doi.org/10.17583/recei.2016.1925
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RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies Vol. 2 No. 1 April
2016 pp. 30- 55
Heuristics of Contemporary
Anti-Semitism
Xavier Torrens
Universitat de Barcelona
Abstract
The contemporary research on anti-Semitism must take into consideration its
analysis of the “Harvard’s President Factor,” a concept that has anti-Semitic
prejudice hidden behind its critics and opinions. Those critics and opinions adopt the
form directly detached from such prejudices, by sheltering speeches that have
become publicly familiar and offer a perspective of neutrality with an aseptic
language. However, those speeches are Judeophobic in its nature.
Likewise, it has to be incorporated into the neuroscience knowledge. The heuristics
happens when one searches for the solution of a problem (for example: the
Palestine-Israel conflict), by approaching complicated subjects through using
intuitive opinions. Instead of responding to a difficult question in front of a complex
reality (which ones are the different causes of each particular situation of the
Palestine-Israel conflict?), one finds an easier question (Why Israel is guilty of that
thing or some other things). People answers it (Because Israel is a corrupted and
colonialist State and some other reasons) by starting from that bias of the heuristic,
in which the anti-Semitism is configured.
Keywords: antisemitism, estereotype, israeli-palestininan conflicto, public policies
2016 Hipatia Press
ISSN: 2014-900
DOI: 10.17583/recei.2016.1925
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies Vol. 2 No. 1 April
2016 pp. 30- 55
La Heurística del
Antisemitismo Contemporáneo
Xavier Torrens
Universitat de Barcelona
Resumen
Las investigaciones sobre el antisemitismo contemporáneo deben tener presente en
su análisis el ‘efecto rector de Harvard’, consistente en ocultar el prejuicio
antisemita detrás de críticas y opiniones que adoptan formas desvinculadas
directamente de los prejuicios, amparando discursos que resultan familiares y
ofrecen apariencia de neutralidad con un lenguaje aséptico. Sin embargo, el discurso
es judeófobo.
Asimismo, hay que incorporar conocimientos de la neurociencia. La heurística
sucede cuando se busca la solución de un problema (el conflicto palestino-israelí),
abordando asuntos complicados anteponiendo opiniones intuitivas. En lugar de
responder a preguntas difíciles ante una realidad compleja (¿cuáles son las diferentes
causas de cada una de las situaciones concretas del conflicto palestino-israelí?), se
encuentra una pregunta más fácil (¿por qué Israel es culpable de tal o cual asunto?) y
la respondemos (debido a que es un Estado colonialista, corrupto, etc.). A partir de
este sesgo de la heurística se configura el antisemitismo.
Palabras clave: antisemitismo, estereotipo, conflicto palestino-israelí, políticas
públicas
2016 Hipatia Press
ISSN: 2014-900
DOI: 10.17583/recei.2016.1925
32 Torrens – Antisemitismo Contemporáneo
E
n Europa, habida cuenta que el genocidio nazi se había legitimado
en el prejuicio antijudío de arraigo bimilenario, ¿el antisemitismo
desapareció tras el Holocausto? A partir de este interrogante, como
cabe esperar, las preguntas surgen inevitablemente: ¿el antisemitismo se
reduce a las expresiones políticas de la extrema derecha?, ¿el antisemitismo
hoy se asienta en una parte exigua de la población o bien, por el contrario,
sigue expandido en la sociedad civil y las instituciones de los países
democráticos, como lo están profusamente y difusamente otros prejuicios,
tales como el sexismo, la homofobia, el racismo o la aporofobia?
¿Resulta difícil desentrañar qué es y qué no antisemitismo?, ¿las críticas
hacia el Estado de Israel, al Gobierno israelí o a las políticas públicas
israelíes cabe clasificarlas como judeofobia o es desatinada tal catalogación?
Sin ningún género de duda, en las investigaciones sobre el antisemitismo es
una preocupación recurrente hoy en día saber si el antisionismo, la
israelofobia y las críticas a las políticas israelíes conforman o no el discurso
del nuevo antisemitismo. Wieviorka se pregunta: ¿son una crítica política,
una crítica respetable? (2005, 342-343). Indefectiblemente, cuando alguien
se enfrenta al análisis del antisemitismo, lo recomendable es examinar qué se
sostiene en el mundo científico y, más específicamente, entre los estudiosos
especialistas del antisemitismo en las ciencias sociales.
Inmediatamente se presenta un caso real para realizar la tarea de observar
y experimentar la senda del modo cómo se construye el discurso antisemita
en la actualidad. Todos hemos oído historias y casos acerca del racismo,
quizás menos sobre la judeofobia. Obsérvese éste paradójico argumento de
quién fue the President of Harvard University entre 1909 y 1933: “The antiSemitic feeling among the students is increasing, and it grows in proportion
to the increase in the number of Jews. If their number should become 40% of
the student body, the race feeling would become intense” (Dershowitz, 1991:
67-68). Esta argumentación, a ojos de cualquier persona inexperta en temas
de antisemitismo, podría ser en apariencia racional, a primera vista sensata y
de entrada hasta generosa con el colectivo afectado. En ella se vislumbra un
rasgo crucial para entender el modus operandi del antisemitismo del siglo
XXI, aunque aquel resultara serlo de principios del siglo XX. Consiste en
que para discriminar a los estudiantes judíos en su admisión en la
universidad, el rector de la Universidad de Harvard se mostraba, en
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apariencia, preocupado y hasta solidario con la comunidad judía,
mostrándose como un abanderado en la resolución de sus problemas. Sin
embargo, sabemos que la narrativa figuradamente complaciente con los
judíos se empleaba precisamente para excluirlos, segregarlos y
discriminarlos en el acceso a la universidad. Este mecanismo de causar
perjuicio y reforzar el prejuicio con juicios aparentemente neutrales y hasta
legítimos lo denominaré ‘efecto rector de Harvard’ (Kahneman, 2012),
consistente en ocultar el prejuicio antisemita detrás de críticas, resoluciones
y opiniones que adoptan formas desvinculadas directamente de los
prejuicios, adoptando discursos que resultan familiares y ofrecen apariencia
de neutralidad y normalidad con un lenguaje aséptico. Sin embargo, como se
observa, la naturaleza del discurso es antisemita.
El ‘efecto rector de Harvard’ nos sirve para determinar si unas ideas o
unas críticas son o no el fundamento de éste prejuicio. Este razonamiento
nos conduce a una hipótesis: es probable que el antisemitismo se alimente
fundamentalmente de una narrativa neutra y legítima en su aspecto formal
para que le ofrezca mayor legitimidad social. Esto le inmuniza en mayor
grado de ser objeto tanto de culpabilización por dicho prejuicio en sí mismo.
Asimismo, le garantiza en mayor medida hacer frente a cualquier
contranarrativa. Conducente a ello, el antisemitismo se configura mediante
estereotipos insertados en un discurso que construya una historia coherente
que le dote de legitimidad ante la opinión pública, dotada de mayor
sensibilidad tras el Holocausto (Ben-Itto, 2004).
Volviendo al ejemplo que produjo el ‘efecto rector de Harvard’, si en su
dirección rectoral Laurence Lowell se hubiera mostrado enteramente
antijudío con un discurso abiertamente estereotipado, hubiera tenido menos
visos de ver aceptado su discurso y, sobre todo, sus medidas excluyentes de
los numerus clausus destinados a los estudiantes judíos. Obtenía un resultado
ostensiblemente más certero si imbricaba su prejuicio con una narrativa
aceptable socialmente, el relato de supuestamente hacer el bien a los propios
judíos. La gente aborrece ser acusada y culpabilizada. La aversión al rechazo
lleva a buscar un discurso aceptable. El caso de Laurence Lowell tendrá
mucha utilidad puesto que nos muestra que los estereotipos se presentarán de
modo tácito y será tarea del investigador sostener explícitamente porque son
clichés falsos y no simples opiniones.
34 Torrens – Antisemitismo Contemporáneo
El citado ejemplo de Harvard no es meramente anecdótico, pues muestra
mediante las declaraciones de un rector de la Ivy League, justamente por el
hecho de ser la primera universidad del planeta, tres características aunadas
que son claves para entender y analizar el antisemitismo contemporáneo. No
está de más hacer una sinopsis de estos tres rasgos substanciales antes de
analizarlos pormenorizadamente. Primero, el prejuicio antijudío está
pensado, construido y propiciado también por la élite cultural, educacional y
académica. Segundo, el prejuicio judeófobo se transmite a través de las
instituciones políticas, las organizaciones sociales y las entidades culturales
de la sociedad civil. Tercero, el prejuicio antisemita no acostumbra a
presentarse de modo abierto y descarnado sino que su contenido inclusive se
ampara en una narrativa que se enmarca dentro un discurso democrático, de
solidaridad, derechos humanos y empatía social (Wieviorka, 2005). Estos
tres rasgos serán analizados a continuación de modo conjuntado y se
presentarán los mecanismos subyacentes, acorde con conocimientos
proporcionados por la neurociencia y, en particular, en torno a la heurística.
Antes de nada, hay que revertir la ilusión de sagacidad en las personas
como inmunización ante el antisemitismo. La clarividencia erudita y la
lucidez intelectual no evitan disponer de estereotipos, sean machistas,
antigitanos o antijudíos. Bastaría con recordar que en la conferencia de
Wannsee en enero de 1942 los nazis que coordinaron la ‘Solución final de la
cuestión judía’ no eran ignorantes ni incultos sino que en su mayoría eran
doctores universitarios. La responsabilidad de los intelectuales (Porté, 2007)
es una lección aprendida después del análisis del antisemitismo durante el
Holocausto. Por lo tanto, las investigaciones científicas muestran que
sectores de la población con categoría académica alta, grado educativo
superior y nivel cultural elevado creen y crean los estereotipos antisemitas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, después del fin del Holocausto en 1945 y
la fundación del Estado de Israel en 1948, fueron intelectuales y pensadores
quienes ingeniaron la forma de proseguir con el antisemitismo
transmutándolo en antisionismo (Wistrich, 2010: 496). Precisamente, han
sido intelectuales e ideólogos universitarios quienes han creado las ideas y
los estereotipos actuales para estigmatizar a los judíos, vituperándolos sin
que parezca a priori antisemitismo pues se parapetan tras el discurso
antisionista o israelófobo.
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El Discurso de la Judeofobia en el Siglo XXI
Teniendo presente que hay que averiguar hasta dónde y cómo el discurso
antisionista vertebra la judeofobia contemporánea, no puede deducirse sin
más que lo uno conlleva lo otro. De todos modos, aquí reside uno de los
principales problemas de este objeto de estudio. Aunque para ser precisos,
cabe añadir que tal duda no se cierne entre los expertos académicos sino más
bien entre otros científicos sociales que opinan sobre este problema pero sin
haber realizado previamente la correspondiente lectura académica e
investigaciones científicas. Hoy en día coexiste una larga y variada retahíla
de formas de antisemitismo, pero el consenso científico reconoce que, entre
ellas, descuella el discurso antiIsrael y sobresale la narrativa antisionista,
profundamente enraizados en el siglo XXI como las principales formas
discursivas del antisemitismo, que se transfiguró tras el Holocausto.
Otra manera de decirlo: apremia establecer una lista de situaciones y
estereotipos que están enfrascados activamente en la generación de la
judeofobia actual. Para esconder el antisemitismo tras el antisionismo se
trasladan epítetos negativos y calificativos nocivos tradicionalmente
asignados a los judíos, eso sí transfiriéndolos a Israel y proyectándolos en el
sionismo, evitando casi siempre la palabra ‘judío’ y haciendo de esta manera
más invisible la estereotipación, guareciéndose detrás de una aparente crítica
legítima a las políticas públicas de un Gobierno que, entonces, no sería
objeto de estudio de analistas de prejuicios sino, a lo sumo, de especialistas
en política internacional. Adjetivos tales como ‘sangriento’, ‘mortal’,
‘maldito’, ‘corrupto’, ‘nazi’, ‘cruel’, ‘fanático’, ‘colonialista’, ‘imperialista’,
‘reaccionario’, ‘tiránico’, ‘segregacionista’, ‘brutal’ y una larga retahíla de
atributos, todos ellos caracterizados como negativos, son imputados
invariablemente a Israel. Esto no sería el problema que aquí se trata si no
fuera porque es el mecanismo habitual de transmitirse actualmente la
judeofobia (Cohn, 1995). Por lo tanto, cabe preguntarse: ¿se puede examinar
qué lógica sistémica subyace tras la estereotipación?, ¿puede evaluarse el
mecanismo que opera en la creación y difusión de la judeofobia?
36 Torrens – Antisemitismo Contemporáneo
Tómese uno de los calificativos y compruébese la lógica sistemática y su
mecanismo operacional. A título ilustrativo, se acusa a Israel de ser corrupto.
Para contrastarlo, se detalla brevemente a continuación la realidad empírica.
Primero, una verdad perogrullesca: no hay ningún país en el mundo que esté
exento de corrupción. Por lo tanto, esto no sería una característica exclusiva
de Israel, país que, por supuesto, sufre también de corrupción. Entonces,
¿por qué se insiste en ello y se focaliza en este país, arreciándole las
críticas?, ¿quizás sea debido a que Israel se encuentra entre los países más
corruptos? Si fuera así, sería comprensible la focalización. Los datos de una
ONG de referencia en este trasunto, Transparency International (2016),
ubica a Israel en el lugar número 32; una posición criticable pues podría
señalarse que debería figurar entre los primeros puestos de transparencia. Sin
embargo, cabe contextualizar dichos datos, pues resulta que otros países
democráticos se encuentran más lejos, como España que se halla en una
posición a la zaga, la número 36, India en la 76 o Venezuela a la cola en la
158. Por lo tanto, cuando se presenta a Israel como un país extremadamente
corrupto, no se trata de una mera crítica razonable a una política o a un
Gobierno sino más bien es el uso de una realidad distorsionándola y
descontextualizándola para que encaje en el discurso de presentar como
negativo lo judío (sea la cultura, el Estado, la religión o cualquier otro
aspecto).
La judeofobia se caracteriza por presentar lo judío (en este caso, el
Estado judío) como perjudicial, malo. Así pues, achacando al Estado del
pueblo judío características todas ellas negativas se logra inducir a pensar
que lo judío es nocivo, maligno. Cuando se objeta que la focalización en
Israel de la crítica por corrupción causa antisemitismo, que no es una simple
crítica porque hay ciento treinta y cinco países detrás de Israel, en los cuales
el nivel percibido de corrupción en el sector público es peor o mucho más
execrable, entonces se objeta que se está cambiando de tema, que ellos están
hablando de Israel. Pues bien, hay que entender cómo éste simple
mecanismo operativo puede surgir efecto, como le surtió al rector de
Harvard. Cuando al rector se le preguntó por qué instauraba cuotas para la
admisión académica de judíos, él respondió: "Jews cheat" (Dershowitz,
2003: 2). Cuando el juez Learned Hand le recordó al rector de la
Universidad de Harvard que también había universitarios cristianos que
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copiaban y cometían fraude, Lowell le respondió: "You’re changing the
subject. I’m talking about Jews." Este problema de cómo sostener un
prejuicio focalizando en el colectivo afectado y descontextualizándolo nos
remite a la heurística.
La Heurística del Prejuicio Antijudío
Para la neurociencia, la heurística sucede cuando se pretende buscar la
solución de un problema (el conflicto palestino-israelí) mediante un método
de exploración no riguroso, siendo así que ‘generamos opiniones intuitivas
sobre asuntos complejos’. En lugar de responder a preguntas difíciles ante
una realidad compleja (¿cuáles son, en plural, las diferentes causas de cada
una de las situaciones concretas del conflicto palestino-israelí?), se encuentra
una pregunta más fácil (¿por qué Israel es culpable de tal o cual asunto?) y la
respondemos (debido a que es un Estado explotador, colonialista, corrupto,
terrorista, etc.). Justamente este sesgo de la heurística, que conlleva
responder con una contestación prefijada (prejuiciosa) a una pregunta más
fácil que no sólo conduce a errores serios sino que sustenta el modo
principal del prejuicio antijudío.
A título ilustrativo se presentará el modo de operar de la heurística, la
pregunta original ‘¿Qué música interpretará Matisyahu en el festival de
reggae Rototom?’ es sustituida por la pregunta heurística ‘¿Qué rabia tengo
cuando pienso en el salvajismo de Israel que profesa Matisyahu?’ (de esta
manera se respaldó su boicot); la pregunta original ‘¿Qué canciones tocará la
cantante Noa el 11 de septiembre en la Diada institucional?’ es sustituida por
la pregunta heurística ‘¿Cuánta indignación siento cuando pienso en la
crueldad de Israel que defiende Noa?’ (así se argumentó su boicot); la
pregunta original ‘¿Cómo puede resolverse el problema de los
apuñalamientos a la población civil israelí, sea judía o árabe?’ es sustituida
por la pregunta heurística ‘¿Cuánto me emociono cuando pienso en los
pobres palestinos desesperados por la ocupación israelí que les lleva a
apuñalar a otros?’; la pregunta original ‘¿Es una respuesta proporcionada o
desproporcionada la respuesta del ejército israelí al lanzamiento de cohetes
38 Torrens – Antisemitismo Contemporáneo
por parte de Hamás?’ es sustituida por la pregunta heurística ‘¿Cuánta
indignación siento cuando pienso en la crueldad de Israel hacia Gaza?’; y así
sucesivamente sustituyendo preguntas razonables por otras que conllevan
configurar un discurso que sustente el prejuicio.
Se está influido por la respuesta automática o mecánica (Israel es el
culpable) a una pregunta que no se ha hecho: ‘¿De qué es culpable Israel en
esto?’. Así maniobra el antisemitismo contemporáneo, mediante la operación
esencial de la heurística, sustituyendo cualquier pregunta que requeriría una
gran cantidad de tiempo y una ingente cantidad de deliberación por una
respuesta prefabricada, que en verdad no responde a la pregunta formulada
(no al menos en términos concretos sino de modo mecánico) y cuya
respuesta intuitiva ya se tiene en mente de antemano por quien ha
interiorizado el prejuicio. El culpable siempre es el Estado judío, pase lo que
pase. En suma, se sustituye la pregunta para el análisis de un conflicto de
política internacional por otra para la que ya se tiene una respuesta
prejuiciosa: Israel es el malo. Se elimina cualquier complejidad, cualquier
duda, sustituyendo unas preguntas difíciles por otras más fáciles (heurística).
Y esta supuesta maldad intrínseca enseguida repercute en consolidar el
prejuicio bimilenario del antisemitismo, que ya dispone de una estructura de
ideas activadas en la memoria asociativa.
Se es renuente a la aceptación del criterio de análisis comparado para
establecer si existe o no prejuicio y se aduce que dicho prejuicio negado se
hace para un bien del propio colectivo afectado. Por supuesto, es un relato
que induce a error. El sesgo reside en el hecho de que la focalización en un
país induce a equivocaciones que, luego, conducen a generar o consolidar un
prejuicio.
¿El Antisionismo Deviene el Discurso Cardinal de la Judeofobia?
Taguieff (2003: 41) indica: «Desde 1945, en el espacio público de las
sociedades democráticas pluralistas nadie se reconoce “antisemita” ni
“antijudío”. Sin embargo, un número creciente de individuos se declaran
“antisionistas”». Taguieff (2003: 20) señala: «Israel intrínsecamente
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culpable, estigmatizado como el único Estado-nación al que se le culpa por
el hecho de existir: esa es la matriz de la nueva configuración antijudía». El
discurso contemporáneo del antisemitismo está erigido sobre esta base
ideológica. Israel es identificado como arquetipo del enemigo y el mal
absoluto mientras que los palestinos son tomados como prototipo de las
víctimas inocentes sin parangón en el mundo. Como señala Alan Dershowitz
(2003), Israel es tomado como «el judío entre las naciones» y se personifican
en el Estado de Israel aquellos estereotipos que antaño se atribuían sin
eufemismos directamente al pueblo judío. El molde ideológico es similar al
de antaño. Antes se inculpaba a los judíos de las desgracias de un país,
mientras hoy se imputa a Israel la culpabilidad sobre los conflictos
mundiales. Se acusa al pueblo judío o a Israel de cualquier problema o
conflicto. Israel ha devenido «el Otro» diferente, el extraño. De modo sutil,
más respetable, o como apunta Phyllis Chesler (2003), mediante un
«antisemitismo políticamente correcto», el trasunto del discurso antiisraelí
ofrece una visión maniquea del mundo que se plasma en una imagen
demonizada de Israel.
Hoy se habla de la naturaleza intrínsecamente perjudicial de Israel como
antaño se disertaba acerca de la naturaleza tumorosa del judío. Es la forma
actual de presentar a los judíos como fascistas, colonialistas y racistas. Se
difama la memoria de las víctimas de la Shoah, tildando de nazi el gobierno
israelí. Ya el 8 de noviembre de 1969 un tribunal de Holanda dictaminó que
las proclamas antiIsrael transfieren al Estado de Israel los tópicos antijudíos.
También desde los movimientos sociales se había apercibido de ello. El líder
negro y defensor de los derechos civiles Martin Luther King, en 1968,
observando la falacia semántica, dijo que ser antisionista significa ser
antisemita. El Premio Nobel de la Paz calificó sin ambages de antisemita a
quien cuestionase el derecho a existir del Estado de Israel o la legitimidad de
su fundación.
Dado que el antisionismo es el nuevo discurso judeófobo, cabe
preguntarse: ¿es factible ser crítico con las políticas públicas del gobierno
israelí sin ser antisemita? Por supuesto, nada que objetar a las críticas que
son fundadas y que pueden deslindarse de aquellas que adolecen de tópicos
judeófobos. Ni que decir tiene que la oposición a determinadas políticas
públicas y las críticas sobre el conflicto palestino-israelí propician el
40 Torrens – Antisemitismo Contemporáneo
necesario debate y reflexión. El disenso y el pluralismo son valores
constitutivos de cualquier análisis que se precie. Pero en medio de la
controversia y la discusión se encubren clichés y estereotipos que robustecen
el prejuicio antijudío. Determinadas críticas singularizan en Israel el oprobio
internacional y enjuician minuciosamente y de forma desproporcionada
cualquier política israelí, criticando el Estado de Israel como un todo y el
gobierno israelí invariablemente (Herf, 2007). No hay que olvidar que la
contumaz judeofobia se sirve de la deslegitimación de Israel para su
discurso, ofreciendo una imagen intrínsecamente nefasta de Israel, como un
estado repulsivo en cualquier ocasión y bajo cualquier circunstancia.
La principal manera de decodificación de la nueva judeofobia es observar
si se aplica el doble estándar, un baremo distinto para juzgar el gobierno
israelí respecto de otros gobiernos. El doble rasero existe cuando se aplica
un examen crítico riguroso al Estado de Israel mientras dicho escrutinio es
ausente o escaso con el resto de países, salvo en contadas ocasiones.
Revierte en la judeofobia, cuando el modus operandi es una crítica que se
vuelve sistemática y juzga con mayor severidad las políticas públicas
israelíes que las de cualquier otro estado, con una transposición de los
estereotipos tradicionales hacia el pueblo judío. Ha habido una traslación
ideológica del prejuicio contra el individuo judío hacia el colectivo judío,
representado por el Estado de Israel. Ha habido un desplazamiento de «Los
judíos son culpables» a su sustituto léxico «Israel es culpable». En la retórica
del nuevo antisemitismo judío, israelí, Israel y sionista son conceptos
intercambiables y sustituibles (Iganski & Kosmin, 2003). Como norma
general, la judeofobia política reemplaza judíos por Israel y judaísmo por
sionismo, atribuyendo estereotipos análogos a los que se atribuían durante la
judeofobia religiosa y racial. Ejemplo ilustrativo de las semejanzas
narrativas del discurso es el estereotipo del judío rico, poderoso y cruel que
hoy, transcurridas décadas después del Holocausto, continúa vigente
formulado como el Israel rico, poderoso y agresivo. Así dispuesta, la
judeofobia reúne elementos que se corresponden con los estereotipos
trazados antaño contra el pueblo judío y los confiere a un nuevo arquetipo
mítico, Israel, interpretado con rencor como el prototipo de la maldad
absoluta.
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41
Cuando se reproduce lo que he denominado ‘efecto rector de Harvard’ se
infravalora la capacidad de una crítica pretendidamente aséptica de causar un
prejuicio. Se ignora que precisamente críticas aparentemente neutrales
siempre han sido el fundamento idóneo para que los prejuicios pasen
desapercibidos, pues reflejan mejor el sentir general de sectores de la
población que entonces estiman más abiertamente sus prejuicios dándolos
por legítimos. Se sobreestima la neutralidad de las críticas y se subestima su
capacidad de causar prejuicios. Es un sesgo omnipresente en aquellas
personas y sectores que tienden a denostar a colectivos, sea el pueblo gitano,
la comunidad árabe y musulmana o, en éste caso, el pueblo judío. En el siglo
XXI puede sostenerse que esencialmente son las críticas a Israel las que
desempeñan un papel fundamental en la configuración del antisemitismo.
Puede tenernos intrigados que haya gente que diga que las críticas a
Israel nunca son antisemitas, como si las opiniones y los comentarios
acusatorios fuesen invariablemente asépticos y jamás dejasen de ser una
referencia neutral. Por supuesto que hay una multiplicidad de críticas que
son meramente críticas y apreciaciones legítimas y hasta muy justas. Lo que
aquí se analiza no es siquiera si son o no antijudías sino si producen o no
antisemitismo. Es un pequeño matiz pero relevante para examinarlo porque
aquí no se juzga ni se tiene en cuenta la intencionalidad o no de propagar un
prejuicio sino que se evalúa si realmente se fomenta o no dicho prejuicio,
con independencia de la intencionalidad de quién lo sostenga. La aserción
hecha a ciegas de que cualquier crítica está desprovista de prejuicios y
estereotipos no puede aceptarse como investigadores. Esta suposición es
falsa, como se demuestra.
Desafortunadamente, sabemos que hay investigadores sociales que, si
bien no son ni especialistas ni expertos en esta materia, sin embargo
mantienen de manera inquebrantable la creencia de que las críticas a las
políticas públicas, a un Gobierno o a un Estado no pueden asentar un
prejuicio, pero ésta es una opinión inadmisible dado que no está respaldada
bajo ninguna evidencia científica (Gerstenfeld, 2007). La cuestión es más
compleja. Hay que ponderar cuando sí se evidencia el prejuicio y cuando no
es así. Rehuir los apriorismos. Es demostrablemente verdadera la idea de que
tras las críticas al Estado de Israel, el Gobierno israelí y las políticas públicas
israelíes, a veces, se haya consistencia para atinar a encontrar un juicio
42 Torrens – Antisemitismo Contemporáneo
estereotipado que genera antisemitismo. Lo que hay que determinar es en
qué veces esto sucede y cómo puede establecerse si es o no así. Intentaré
establecer unas reglas sencillas para discernir cuándo podemos dilucidar el
reforzamiento del prejuicio y cuando no. Por contraste, se desecha tanto la
idea de que toda crítica hacia Israel sea siempre antisemitismo como también
se descarta la creencia de que ninguna crítica contra Israel sea nunca
judeofobia. Si somos serios y de verdad queremos avanzar en las
investigaciones científicas, tenemos que hacer lo siguiente: primero, a partir
de la literatura académica, establecer las dimensiones que nos permitan
establecer si una crítica o juicio puede o no devenir antisemita, pues el
objeto de estudio es esclarecer qué es o no judeofobia. Hay buenas razones
para intentar establecer un ‘recognition model’, un modelo de
reconocimiento para establecer qué es o no antisemitismo. Sin duda, es
crucial mostrar regularidades estables en la existencia de este prejuicio. Ello
permitirá dilucidar cuáles son los estereotipos persistentes, que han
permanecido desde la antigüedad hasta nuestros días.
Evolución después del Holocausto
Tras el Holocausto, el antisemitismo racial perdió su credibilidad. Su
discurso fue cuestionado e invalidado por las consecuencias trágicas que
había causado en las cámaras de gas y hornos crematorios de los campos de
exterminio, como Auschwitz. Sin embargo, la evolución del prejuicio más
antiguo y endémico de Europa condujo a abrirse camino en el mundo y a su
reconstitución (Gerstenfeld, 2003). Cada época codifica el discurso
judeófobo de manera distinta. Existe una continuidad del prejuicio y una
discontinuidad en el discurso. No existe tabula rasa, sino más bien una
sedimentación. Durante la judeofobia religiosa, los judíos fueron vistos
como una comunidad religiosa pérfida. Durante la judeofobia racial, los
judíos fueron observados como una raza malévola. Durante la judeofobia
política los judíos están siendo percibidos encarnados en un estado nocivo,
Israel. Asimismo, cada época ha tenido impulsores distintos. El cristianismo
consolidó la judeofobia religiosa, el nazismo reforzó la judeofobia racial y el
estalinismo expandió la judeofobia política. El antisemitismo ha sido
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies, 2(1)
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propagado siempre por grandes poderes políticos, sobre todo, el Imperio
Romano y los estados absolutistas europeos, la Alemania nazi y la
superpotencia rusa bajo el manto de la Unión Soviética. No cabe duda que la
utilización de la judeofobia como factor político de movilización social para
ganarse el apoyo popular.
La judeofobia racial quedó deslegitimada después de la Shoah, pero la
judeofobia no tardó en metamorfosearse con otras argumentaciones que
erigieron la judeofobia política. Los tabúes para expresar la judeofobia se
desvanecieron a través del discurso antiisraelí y antisionista. De forma
generalizada desde finales del decenio de 1960 y comienzos de la década de
1970, emerge con fuerza el nuevo antisemitismo, sobreponiéndose este
prejuicio. No obstante, no nace de modo súbito en aquel momento. Se
remonta más atrás. Lo que sucedió a partir sobre todo de 1968 es un traspaso
ideológico de los tópicos judeófobos provenientes desde Europa del Este a
Europa occidental (Vaksberg, 2003). Ese año marcó un punto culminante en
el auge del nuevo antisemitismo. Por ejemplo, el Partido Comunista de
Polonia impulsó en 1968 una campaña contra los judíos, cuando ni siquiera
alcanzaban el 1 por ciento de su población y cuando Polonia es precisamente
donde se encuentra Auschwitz. Se los acusó de «elementos sionistas».
Asimismo, tras la invasión militar rusa de Checoslovaquia en 1968, para
destituir los dirigentes comunistas que querían construir «un socialismo con
rostro humano», desde Rusia, Polonia y Alemania oriental se urde una
campaña de difamación en la que se acusa a los dirigentes checoslovacos
defenestrados de ser antiguos nazis y, a la vez, ser agentes sionistas. La
amalgama «judío-nazi» será una acusación antisemita que se secundará
desde entonces con fuerza. Fue un paso más para ofrecer una imagen
deshumanizada de Israel y hacer repulsivo el sionismo, extrayéndoles
cualquier atisbo de moralidad. Desde entonces se califica la política israelí
de genocida, se compara a políticos israelíes con Hitler, se iguala el ejército
israelí a la Gestapo y se equipara a los sionistas con las SS. La judeofobia
política emerge también a partir de Mayo del 68 francés.
Comunistas estalinistas, trotskistas, maoístas y anarquistas son la cuna
del nuevo discurso del antisemitismo. Ideologías izquierdistas que parecen
olvidar la advertencia de Engels: «Al suscitar hostilidad hacia los judíos
entre los obreros, las clases burguesas evitan que las reivindicaciones
44 Torrens – Antisemitismo Contemporáneo
obreras sean dirigidas contra ellas». Es menester puntualizar que no en toda
la izquierda alternativa hay antisemitismo. Precisamente los impulsores más
emblemáticos de la izquierda verde, los verdes alemanes (Die Grünen),
propugnan abordar el conflicto árabe-israelí distanciándose del discurso
judeófobo. El líder partido verde Joschka Fischer, que fue ministro de
Asuntos Exteriores (1998-2005), ofrece un enfoque de Israel y el sionismo
sin judeofobia.
Luego el antisionismo y el antiisraelismo se expandió, aunque no tan
profusamente, en el resto de la izquierda y centro izquierda. También se
prodigó en el centro derecha y la derecha. La extrema derecha se percató de
que relegar la judeofobia racial y adoptar el discurso del antisemitismo
político de la extrema izquierda le permitía hacer defendible su discurso
judeófobo. Desde los 70’s la nueva judeofobia ganó en intensidad y
extensión, cobrando renovada fuerza en la escena pública de Europa a partir
del año 2000, cuando se arrojan niveles más altos. El resurgimiento global
de la judeofobia se manifiesta en otros muchos países del mundo, sobre todo
en el mundo árabe y el resto de los países musulmanes. Para el politólogo
Pierre-André Taguieff (2003: 16): «Esta reciente ola de judeofobia resulta
inseparable de un discurso ideológico legitimador y movilizador que se
difunde a escala planetaria, un discurso en el que se reconocen ciertos
legados en cuanto a terminología y a temas que provienen de las diversas
tradiciones antijudías, y en los que también se perciben nuevos motivos de
acusación centrados en “Israel” y en “el sionismo”, convertidos en mitos
repulsivos».
La Rusia soviética fue el origen del nuevo antisemitismo tras el
Holocausto. Sus precedentes ideológicos hay que buscarlos en la Iglesia
ortodoxa rusa y los zares. Los dirigentes comunistas rusos asumieron los
mismos estereotipos judeófobos que zares y popes, tamizados con un
discurso diferenciado, pero cuya matriz era la imagen, del pueblo judío
primero y el Estado de Israel después, como conspiradores. Los Protocolos
de los Sabios de Sión escritos por los zares fueron instrumentalizados luego
por el estalinismo. Así pues, revolucionarios y contrarrevolucionarios
coincidieron en su judeofobia. Donde los zares contrarrevolucionarios
hablaban de la conspiración judía internacional los revolucionarios hablaran
de conspiración sionista mundial. Quizá con la salvedad matizada de Lenin y
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del periodo transitorio de 1947-1949, el régimen dictatorial ruso descolló
como propulsor de la judeofobia en el mundo. Sobre todo fue el dictador
ruso Stalin (Vaksberg, 2003) quién generó judeofobia mediante la
estigmatización de Israel y del sionismo. Se quiso desprender al sionismo de
su legitimidad como movimiento de liberación nacional del pueblo judío.
Lejos de ser un hecho aislado, la obsesión antijudía de Stalin, que ordenó el
asesinato de los miembros del Comité Antifascista Judío y que no tuvo
ningún reparo en pactar con Hitler, le llevó a la ideación del libelo del
complot de los doctores. El 13 de enero de 1953, Stalin culpabilizó a
médicos judíos de una conspiración para llevar a cabo su asesinato.
Supuso la emergencia del antisionismo progresista (Julius, 2010: 450).
La retórica judeófoba de los comunistas expandió internacionalmente el
discurso hostil obsesivo contra Israel. El gran Satán era Israel y el pequeño
Satán los Estados Unidos, o viceversa. Paulatinamente, se extendió en las
elites políticas de China, el mundo árabe y hasta llegar a la ONU. Un paso
en este sentido fue la resolución de la ONU de 1975, bajo el mandato del ex
nazi Kurt Waldheim, aprobada a instancias de los países árabes y los países
en la órbita política de Rusia, en la que se afirma textualmente que «el
sionismo es una forma de racismo y de discriminación racial». Hasta 1991 la
ONU no revocó dicha resolución judeófoba.
Pero la judeofobia política no se retuvo en la izquierda. La derecha
radical en Estados Unidos atribuyó a una conspiración comunista
internacional la subversión de los valores tradicionales americanos. Dicha
trama internacional, según la retórica de la derecha radical, era un complot
judío o una conspiración sionista. Con tal propósito, entre 1950 y 1954 el
senador McCarthy emprendió una «caza de brujas» contra actores, actrices y
directores de cine de Hollywood. Uno de los trasfondos del mccarthismo era
la percepción de un Hollywood de cineastas críticos y revolucionarios
dominado por judíos comunistas. Mientras esto sucedía en Estados Unidos,
desde Rusia se acusaba en 1952 al secretario general del Partido Comunista
de Checoslovaquia, Rudolf Slansky, de dirigir un centro sionista y trotskista.
Cabe recordar que Trotsky por el mero hecho de ser judío fue acusado de ser
un agente sionista. Esto no fue obstáculo para que, a su vez, los trotskistas
acusaran a Israel de ser imperialista y de ser quintacolumnista de Estados
Unidos. Y la retahíla de acusaciones judeófobas prosigue porque lo que tiene
46 Torrens – Antisemitismo Contemporáneo
en común es el hecho de sostener el prejuicio antijudío adaptándolo a cada
ideología política. Por eso, en este último caso de cruzamientos de
ideologías se comprueba la coincidencia entre la derecha conservadora, el
comunismo estalinista y la izquierda trotskista que, a pesar de ser muy
distintas entre ellas, les unió un nexo común: la demonización de los judíos,
atravesando todas las fronteras (Taguieff, 2015: 247).
¿Cómo la nueva derecha radical y la nueva izquierda alternativa
concuerdan en su antisemitismo? ¿Por qué dos sistemas de ideas con dos
cosmovisiones tan distintas como la extrema derecha y la extrema izquierda,
ambas ideologías coinciden en la hostilidad hacia Israel? Nada nuevo bajo el
Sol, pues los miembros blancos del Ku Klux Klan propagan el racismo
contra los negros y la judeofobia, mientras los negros en la estela de la
Nación del Islam impulsada por Malcom X y luego por Louis Farrakhan,
defienden la población negra y son antisemitas. Dos organizaciones
antagónicas en sus fines ideológicos que son similares en su ideología
judeófoba. El black power y el white power, de modo semejante a la nueva
derecha radical y la nueva izquierda alternativa, tienen en común su
hostilidad hacia los judíos. Nada de extraño si se tiene en cuenta que la
Rusia de Stalin o la China de Mao acusaba a los judíos de ser anticomunistas
mientras la Alemania de Hitler o el Chile de Pinochet acusaba a los judíos de
ser comunistas, o la dictadura de Franco en España conjeturaba un
contubernio judeomasónico. Durante la Guerra Fría, desde el lado
norteamericano se aludía al judío-comunista y desde el lado ruso se refería al
sionista-nazi. Mientras esto sucedía en Europa y Norteamérica, en las
dictaduras latinoamericanas de los años 60’s, 70’s y 80’s, se retuvo la
imagen de los judíos como deicidas, marxistas y nacionalistas desleales. El
populismo latinoamericano tampoco pudo esquivar el prejuicio antijudío. El
peronismo a mediados de los 60’s advirtió de los graves peligros del
sionismo y la comunidad judía.
Como se observa, Israel y los judíos son tomados como chivos
expiatorios entre aquellos que granjean respaldo a este prejuicio, sea cual
fuere su ideología política. Esta es una característica básica para entender
cómo se construye el discurso antisemita: adapta la judeofobia a cada
ideología política subyacente. De este modo, desde una ideología de
izquierdas alternativa se dirá que el sionismo es un nacionalismo burgués
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mientras que desde una ideología de derechas tradicionalista se dirá que el
judaísmo es un internacionalismo obrero. Ambas ideologías que son
antagónicas, se equiparan en este prejuicio, si bien dando forma a un
discurso de perfil diferenciado. De todos modos el acento puesto en la
hostilidad hacia el Estado de Israel socava las diferencias y concuerdan en
varios lugares comunes. Con el paso del tiempo se ha ido reformulando una
judeofobia respetable que se ha ido esparciendo con intensidad distinta en el
amplio elenco de las ideologías políticas, incluidos políticos de
centroizquierda y otros de centro derecha, e incidiendo en los movimientos
sociales, en sectores del pacifismo, el antirracismo, el feminismo y otros. El
movimiento antiglobalización se focaliza en un enemigo sempiterno: Israel.
Este es el legado de Stalin y, de hecho, una victoria póstuma de Hitler, pues
tras el Holocausto la judeofobia persiste en Europa.
Con la globalización de la judeofobia, aun estando presente en todas las
ideologías, hoy en día son cuatro los sectores ideológicos principales que
sienten antagonismo hacia Israel y los judíos: determinados sectores de la
izquierda, el islamismo integrista, los neofascistas y ciertas congregaciones
cristianas (Dreyfus, 2009; Horowitz, 2004). La geografía política ubica la
judeofobia sobre todo en Europa y el mundo árabe y musulmán. Además de
sectores de la izquierda y de los cristianos, ya descritos, el islamismo
integrista arropa el arquetipo europeo, yuxtaponiendo parte del discurso de
la judeofobia religiosa como la judeofobia política. Determinados sectores
islamistas acusan a los judíos tanto de rechazar la verdad revelada de Alá y
de ser perseguidores de sus profetas, inclusive de asesinar al profeta
Muhammad (paralelismo con la acusación cristiana de asesinar a Jesús),
como claman por la destrucción del Estado de Israel. Los Protocolos de los
Sabios de Sión, que ya fueron traducidos al árabe en la década de 1920, son
hoy un best-seller. En los textos escolares se enseñan imágenes despectivas
sobre los judíos y se niega el derecho a la existencia del Estado de Israel.
Son aquellos islamistas que ellos mismos se reclaman como yihadistas.
Israel es percibido como la quinta columna occidental, la encarnación del
Occidente secular en el Oriente Próximo islámico. Para la ideología del
islamismo radical, Israel es dar-al-Islam, tierra del Islam. Esta es la visión
antisemita de de Estado Islámico (EI, Isis o Daesh) o Al-Qaeda de Osama
Bin Laden. Se difama propagando el mito falso de que el designio del
48 Torrens – Antisemitismo Contemporáneo
gobierno israelí es expandirse del Nilo al Éufrates para judaizar las tierras
musulmanas. Se acusa al Talmud de ser la fuente judía donde se encuentra la
razón de discriminar a los árabes y expropiar tierras islámicas. Aquello que
la judeofobia racial europea llamaba «bacilo judío» hoy la judeofobia
política del islam militante lo denomina «entidad sionista». Se atribuye una
conexión satánica entre Israel y EEUU.
Para el islamismo integrista, Israel es el mal absoluto, causante de
cualquier problema existente. Por ejemplo, se atribuye a Israel la
culpabilidad de la pobreza y el analfabetismo en el mundo árabe. El primer
ministro de Malasia, en 1986, acusó de los problemas de su país asiático a
Israel. En 2003, el presidente de Malasia, en la inauguración de la
Conferencia de la más de cincuentena de países islámicos, exhortó a los
1.300 millones de musulmanes a luchar contra los judíos por qué según él
«los judíos fueron los que inventaron el socialismo, el comunismo, los
derechos humanos y la democracia» y «consiguieron dominar a la mayoría
de países poderosos del mundo». Durante la guerra entre Irak e Irán, el
dictador iraquí Saddam Hussein acusó a los iraníes de maquinaciones
sionistas, mientras los iraníes respondieron que Irak estaba en manos del
sionismo internacional. El presidente de la República Islámica de Irán,
Mahmud Ahmadineyad en octubre de 2005 convocó un acto titulado «El
mundo sin el sionismo», donde reclamó que «Israel debe ser borrado del
mapa». En julio de 2006 dijo: «Hoy existe una fuerte voluntad a favor de la
desaparición del régimen sionista, y el mundo islámico debe movilizarse
para hacerlo desaparecer». Y agregó: «Este es un régimen falso que no tiene
derecho de seguir sobreviviendo”. Así, entroncó con las proclamas del
ayatolá Jomeini, quien desde su llegada al poder en Teherán propagó
ideológicamente la judeofobia y, asimismo, con los neonazis europeos, con
quienes además coincide en el negacionismo del Holocausto. El jefe de
Estado iraní añadió que «Los occidentales han inventado el mito de la
masacre de judíos». Otro presidente iraní, Hashemi Rafsanyani, ya había
proferido que «bastará el uso de una sola bomba nuclear en Israel para
destruirlo todo».
No obstante, este discurso no es privativo de dichos líderes islamistas,
sino que es habitual hallarlo en numerosos grupos del fundamentalismo
islámico, propagándose sin obstáculos en numerosas madrazas y mezquitas.
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Bernard Lewis (1999) corrobora que es similar el volumen de propaganda
antisionista en el mundo árabe con la magnitud de propaganda antisemita
durante el nazismo. El FIS de Argelia consigna como enemigo «el judaísmo
internacional». El líder egipcio de Hermanos Musulmanes, Mohamed Medí
Akef, ofrece una visión muy precisa sobre el genocidio de los judíos cuando
lo denomina «mito del Holocausto». Hecho nada sorprende teniendo en
cuenta que el fundador de Hermanos Musulmanes en 1928, Hassan al
Banna, admiró a Hitler y cooperó con el líder nazi. La principal autoridad
árabe palestina mientras sucedía el Holocausto, el Gran Mufti de Jerusalén,
Hadj Amin al-Husseini, pactó con Hitler. La Carta de Hamás manifiesta que
los judíos «apoyaron las Revoluciones francesa y rusa», «usaron el dinero
para hacerse con el control de los estados imperialistas”, «estuvieron detrás
de la Primera Guerra Mundial», «también estuvieron detrás de la Segunda
Guerra Mundial» e «inspiraron el establecimiento de Naciones Unidas».
Tales asertos antisemitas que encuentran un complot judío mundial detrás de
cualquier acontecimiento, es característico del islamismo judeófobo.
Por otro lado, los neofascistas reconvertirán en buena medida su
judeofobia racial en judeofobia política al comprobar que esta disfruta de
mayor aceptación popular. El antisionismo encaja con su discurso populista
y, por ende, revierte en su discurso radical de derechas. La judeofobia
continúa siendo alimentada por las creencias acostumbradas en el
neofascismo, como el cliché de que los judíos controlan los medios de
comunicación, domina Hollywood o dirigen Wall Street; pero no hay que
olvidar que han sobrepasado su discurso tradicional y sacan partido del
discurso contrario a Israel. Entre las múltiples declaraciones judeófobas del
neofascista Le Pen, en 1989 sostuvo que «Las grandes internacionales, como
la internacional judía, juegan un rol no desdeñable en la creación de este
espíritu antinacional» (Guland, 2000). El neofascista Bruno Mégret declaró:
«Israel es el aliado de Estados Unidos, principal líder del mundialismo.
Nosotros nos inclinamos a apoyar los adversarios de este polo político: Irak,
India, los países de Europa del Este». Este es un botón de muestra del nuevo
discurso tamizado del neofascismo, que se centra en las proclamas
antisionistas y antiisraelíes.
El análisis nos ha revelado que es consistente establecer, ciertamente, que
el vínculo entre el antiisraelismo y el antisemitismo no es una simple
50 Torrens – Antisemitismo Contemporáneo
relación de causa y efecto. Más bien, los dos se refuerzan mutuamente,
formando un círculo vicioso. Hoy en día es esto lo que sucede. Ahora es más
fácil estimar preguntas como la siguiente: ¿puede considerarse como
antisemitismo la convocatoria a un boicot de las instituciones académicas,
profesorado, artistas y científicos israelíes? (Gerstenfeld, 2007). El BDS dice
pretender denunciar “la estrategia israelí de normalización y blanqueamiento
de sus crímenes mediante la cultura”. Como cabría esperar, el BDS sustituye
el concepto “Hebrew race” del rector de Harvard por “marca Israel” y el
“Jewish problema” por “la ocupación israelí de Palestina”. El predominio de
la negatividad, cuando no su omnipresencia, nos delata el modus operandi
habitual de la judeofobia. El impacto de las impresiones malas y los
estereotipos negativos configura el prejuicio antijudío. Se conforma la
aversión hacia Israel y todo lo circundante; también, por supuesto, a sus
ciudadanos, a quienes se pretende boicotear, aunque con el tamiz
‘antisionista’ o ‘Israel’ que permita ocultar el prejuicio antijudío. BDS País
Valencià en noviembre de 2014 boicoteó La Cabina-Festival Internacional
de Mediometrajes de Valencia: “Lo que pedimos es el boicot a la ‘marca
Israel’, al cine israelí que, independientemente de las intenciones y opiniones
de sus directores, el Estado de Israel utiliza”. Es decir, la aversión crea un
prejuicio que hace difícil discernir entre las instituciones y las personas, pues
se acaba practicando la exclusión y discriminación de personas por el hecho
de ser judías. Cuando se les interpela por ello, aducen que no es por ser
judíos sino por sus opiniones y actos cómplices con Israel. Y cuando se les
vuelve a requerir que la focalización de críticas en un único Estado de los
casi doscientos que hay en el planeta es un modo de generar prejuicio,
alegan que ese no el tema, que ellos están hablando de Israel. Y acaban
sucediendo situaciones parecidas a la del presidente de la Universidad de
Harvard A. Laurence Lowell cuando impuso cuotas antijudías hace un siglo.
RECEI - Scientific Journal on Intercultural Studies, 2(1)
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Conclusiones: La Falacia de Conjunción
Para finalizar, tengamos en cuenta la denominada por la neurociencia
como “falacia de conjunción” (Kohneman 2012: 210), aquella que se
infringe cuando se hace una conjunción de dos hechos para que resulte más
probable su credibilidad. Supongamos la pregunta siguiente: ¿es plausible
que una persona judía sea militarista, opresora, neocolonialista y
reaccionaria? Sí, pero sin vacilar cabe añadir que como cualquier humano
que puebla cualquiera de los doscientos países del planeta. Pero plausible no
significa probable. Suplir ‘judío’ por ‘judío racista’ cumple la falacia de la
conjunción. Salta a la vista que la inmensa mayoría de judíos no son más
racistas que las mismas personas que vociferan tal epíteto, pero la lógica de
la conjunción vence con frecuencia y consolida la judeofobia mediante
estereotipos como el citado, teniendo en cuenta que los estereotipos
antisemitas son afirmaciones sobre el pueblo judío que se aceptan como
hechos que caracterizan a sus miembros. El antisemitismo lo que genera es
la sustitución de la plausibilidad por la probabilidad. Y reemplazar
acríticamente la plausibilidad por la probabilidad tiene consecuencias
nocivas (Kahneman 2012: 211). El impacto social del antisemitismo, como
una obsesión letal desde la antigüedad hasta la yihad global (Wistrich,
2010), redunda en que haya gente que inmediatamente hacen
generalizaciones e infieren imágenes negativas cuando oyen la palabra
‘sionista’ o el vocablo ‘Israel’. Para entenderlo mejor es preciso remitirse al
llamado ‘efecto halo’ que configura narrativas simples y coherentes: “la
buena gente solo hace cosas buenas y la mala solo cosas malas” (Kahneman,
2012: 262). Si esto se traslada a las políticas públicas de un país, el Estado
de Israel, se halla la base de la conformación del discurso actual. En este
sentido, se tiende a subestimar los hechos positivos de Israel y a exagerar los
hechos negativos. A su vez y simultáneamente, se despliega un relato que
subraya los hechos victimarios de Palestina y a la par minimiza los sucesos
negativos generados en o por ella. Este es el fundamento del antisemitismo
actual. Las evidencias empíricas no importan para sojuzgar las políticas
israelíes. Si esto se limitara a un juicio de las relaciones internacionales no se
traería a colación aquí, pues no estoy abordando de un asunto de política
internacional y conflictos sino que relaciones sociales y estereotipación. Sin
52 Torrens – Antisemitismo Contemporáneo
embargo, resulta que se transmuta de hecho de política internacional a
prejuicio de política interna. Los individuos con estereotipos antijudíos
construyen una narrativa coherente, no necesariamente una historia verídica.
El prejuicio antisemita habla directamente al subconsciente o Sistema 1
de Kahneman (2012). “Racional o no, el temor es perjudicial y debilitante, y
quienes establecen dicha política deben hacer todo lo posible para proteger a
la opinión pública del miedo, no solo de los peligros reales” (Kahneman,
2012:194). Por lo tanto, las políticas públicas que tengan como objetivo la
erradicación del antisemitismo deben recalar en la mitigación del miedo y el
rechazo social contra la población judía que se establece mediante el sistema
de estereotipos propio del antisemitismo contemporáneo.
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Autor
Xavier Torrens. Profesor de Ciencia Política en la Universidad de
Barcelona
Contact Address:
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08034 Barcelona. [email protected]
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