La conversión del Ejército en un partido

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A continuacion, una sinopsis de lo que sucede en las fuerzas militares de
Venezuela y el cambio que han sufrido a raiz del nombramiento de Hugo
Chavez:
En 1973 se inició una lamentable etapa de degradación política que llevó al
estallido de la rebelión militar de 1992. En 1998, Hugo Chávez fue el primer
militar elegido por voluntad popular en la historia de Venezuela. Chávez no llegó
a la Presidencia por ser militar ni como militar.
No fue nombrado por el Alto Mando Militar como lo fueron todos los gobiernos
entre 1948 y 1958 ni ocupó la jefatura del Estado como resultado de un golpe
militar.
Cuando en diciembre de 1998 Chávez fue elegido, las apariencias hacían
pensar que sería institucional y prudente en su relación con las Fuerzas
Armadas, de la cual era su comandante en jefe por mandato constitucional. La
selección del general Raúl Salazar como su primer ministro de la Defensa
parecía apuntar en este sentido. Quienes pensaron esto se equivocaron,
incluyendo a Salazar.
Desde el 4 de febrero de 1999, cuando hizo desfilar a los cadetes y las tropas de
la guarnición de Caracas en el día aniversario de la rebelión de 1992, hasta el
discurso del 16 de mayo de 2004, cuando anunció las tres líneas estratégicas de
la fase antiimperialista de la revolución bolivariana y lanzó su interpretación del
Título VII de la Constitución, Chávez ha destruido al Ejército.
Empezó ofendiendo, injuriando y maltratando públicamente a sus compañeros
militares como nadie lo había hecho. Nadie ha violado, ha irrespetado y se ha
burlado de las leyes y reglamentos militares como lo ha hecho Chávez. Ni uno
solo de los presidentes civiles que gobernaron desde 1959 se hubiera atrevido a
hacer o a decir lo que Chávez ha hecho y dicho en los cuarteles de otros
militares. A ninguno de los presidentes militares de nuestra historia, desde José
Antonio Páez a Isaías Medina Angarita, se le habría ocurrido decir de sus
compañeros de armas lo que ha dicho Chávez de los suyos.
En presencia de jefes de Estado extranjeros, Chávez repitió hasta la saciedad la
especie injusta, injuriosa y, en todo caso, desmedida que a todos los oficiales de
las Fuerzas Armadas en los gobiernos de Pérez y Lusinchi se le habían
concedido sus ascensos por la mediación de las barraganas presidenciales.
El mecanismo de legitimación y camuflaje democrático del modelo militarista de
Chávez fue la Constituyente. Uno de sus medios tácticos fue, ha sido, sigue
siendo y es la agitación; otro, la intimidación; otro, la penetración del aparato
administrativo del Estado por oficiales activos y retirados; y otro, las tentaciones
y oportunidades para el enriquecimiento ilícito de oficiales altos y bajos, y su
impunidad cuando esto se ha conocido.
Para lograr su propósito, Chávez tenía que desmontar y destruir la estructura
institucional de las Fuerzas Armadas, como un cuerpo disciplinado, apolítico, al
servicio de las instituciones del Estado democrático y no de una persona o
parcialidad. Lo logró a un ritmo acelerado. Circunstancias fortuitas le permitieron
hacer las mayores purgas militares de nuestra historia.
Una parte importante de los oficiales del Ejército se dejaron persuadir. Las
herramientas de persuasión fueron y son muy poderosas. La ampliación del
horizonte profesional de los oficiales activos hacia la gama de oportunidades que
les ofrece el Estado venezolano era y es una tentación que muy pocas
instituciones pueden resistir. Con ello, el Ejército le vendió su alma al diablo.
Hoy puede decirse que Chávez logró su propósito de destruir una de las
instituciones que tenían mayor prestigio en la sociedad venezolana y que a lo
largo del siglo XX había evolucionado de las montoneras y el partido armado
que fue en el siglo XIX a una fuerza armada disciplinada, con una elevada
capacitación técnica y una indudable fuerza disuasiva.
Esas Fuerzas Armadas, en los años 60, derrotaron el intento por instalar una
dictadura comunista. En diversos incidentes, el más notable de todos el del
Caldas, exhibió convincentemente la preparación, el espíritu y el equipamiento
necesarios para cumplir una función disuasiva exitosa.
La complacencia con la cual los militares han aceptado desde 1999 que su
comandante en jefe abuse del silencio al cual los obliga la disciplina, para
escuchar sin derecho a la réplica, discursos y acciones groseramente violatorias
de la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas y la Constitución, tanto la anterior
de 1961 como la actual, no puede explicarse solamente por la lacerante
contundencia de las realidades que acerca del estado socio-económico de los
más pobres usa Chávez para justificar la patraña de los planes de auxilio social
en los cuales se ha empleado a las Fuerzas Armadas.
El patético apremio con el cual Hugo Chávez invoca una y otra vez las
necesidades de los más pobres, ha sido el envoltorio del contrabando de
tentaciones y ocasiones para la corrupción de oficiales las Fuerzas Armadas,
primero por la tentación que para la apropiación indebida de fondos públicos
hace posible la ausencia de procedimientos contables y control; y segundo, y
más importante, por todo lo que implica un "plan" que las ha llevado a que
oficiales y soldados vendan pollos baratos a la sombra de las estatuas de los
próceres y los reclutas que apenas tienen un par de años para hacerse soldados
dejen de serlo.
Pero esa fue la punta de lanza para la conversión del Ejército en un partido,
involucionando y regresando de esta manera al modelo de la fuerza armada del
siglo XIX.
Lo denuncié públicamente en 1999
El 5 de julio de 1999 yo denuncié desde la tribuna de oradores del extinto
Congreso de la República, en la sesión solemne de la cual fui orador de orden,
que el plan de auxilios sociales no era pasajero ni ocasional, como lo son las
labores de auxilio que han prestado y deben prestar las Fuerzas Armadas en
situaciones de calamidad pública. Dije que era un plan con el propósito de hacer
de ello función permanente de las Fuerzas Armadas. Advertí que con ello se
corrompería seriamente las funciones propias del Ejército y se mermaría su
preparación militar, tanto porque serían distraídas de lo que es su misión
fundamental, pero sobre todo porque los hombres de uniforme estaban, de
hecho, siendo convertidos en los activistas políticos del partido de gobierno.
Hoy, su resultado está a la vista.
Quiero pensar que una razón para el acatamiento de los mandos de las Fuerzas
Armadas al monumental desatino y a todo lo que estaba implícito en algo que en
1999 se veía encaminado a hacer de las FAN un cuerpo deliberante y politizado,
se debe en parte a la ignorancia de todo lo que costó llegar a la formulación de
la doctrina militar del Estado democrático.
Lo que se ignora no duele. El asunto es delicado y vasto y la ignorancia de sus
antecedentes no es fortuita. La carencia de estudios serios y completos que
profundicen el tema militar desde los diferentes puntos de vista que este debe
ser examinado, no sólo se debe a la indiferencia de historiadores, politólogos y
juristas. Se debe, ante todo, a su tremenda complejidad y a las peculiares
características de peligrosidad que el tratamiento del asunto militar tenía y tiene.
Para llegar en 1961 a formular la doctrina del Estado democrático en el artículo
132 de la Constitución se tuvo que despejar la cuestión de las facultades y
limitaciones del mando supremo de un cuerpo que, por su propia naturaleza, es
y debe ser de rígida disciplina piramidal.
Sin embargo, el hecho es que se ignora cómo llegamos donde hemos llegado
porque no se valora lo que se había logrado. Para llegar a formular lo que reza
el artículo 132 de la Constitución de 1961 fue necesario definir el objetivo,
propósito y razón de las Fuerzas Armadas de un Estado democrático, y las
limitaciones que, como ciudadanos, tienen o deben tener los miembros de una
rama del Estado que debe ser profesional y permanente.
La aparente contradicción de que fue el gobierno de Juan Vicente Gómez el que
lo inició, es apenas una de sus dificultades y contradicciones. Todo ello forma un
asunto complejo y delicado, que puede ser y de hecho ha sido peligroso para
quien lo analice. Si la historia del Estado democrático que nace imperfecto en
1811 tiene hitos en la marcha hacia su perfección evolutiva; en cuanto a la
definición de la doctrina militar del Estado democrático sus hitos no son claros
porque son contradictorios: Gómez creó el Ejército permanente y la Junta
Revolucionaria de Gobierno introdujo en la Constitución de 1947 la Doctrina de
la Fuerza Armada del Estado Democrático. Explicar sus contradicciones no es
fácil.
Además de ello, ningún Estado democrático, grande o pequeño, débil o
poderoso, está eximido de las dificultades de definir las funciones de su
estamento militar. Ninguno está libre de los peligros que vaguedades legales o
vacíos constitucionales hagan posible el uso abusivo e ilegal del supremo
comando que sobre la fuerza armada de un Estado democrático tiene quien
ejerce su mando supremo.
En la primera y hoy única superpotencia del mundo, la cuestión militarconstitucional ha sido y es un problema de primera magnitud en cuanto a su
complejidad conceptual. En Estados Unidos, la legalidad de la facultad
presidencial para enviar a sus Fuerzas Armadas a invadir Panamá y arrestar a
su presidente; lanzar bombardeos retaliatorios en Sudán y Afganistán; actuar en
Yugoslavia o invadir y ocupar Irak sin autorización explícita del Congreso, es un
asunto de presente difuso y pasado confuso, sometido a un complejo y delicado
debate, sin solución a la vista.
Por otra parte, la actitud que han tenido y el papel que han desempeñado los
ejércitos de Chile y España en la transición de las situaciones militaristas y
autoritarias de Pinochet y Franco a una situación democrática da pie para la
esperanza y debe ser materia de cuidadoso estudio, pues ambos casos
presentan ejemplos dignos de ser aplicados cuando llegue el momento de
hacerlo. Y ese momento puede llegar. Cuando llegue, es de desear que se
tenga la claridad conceptual que en los sucesos del 11 y 12 de abril de 2002 no
se tuvo. La cultura política del golpe de Estado militar
La cultura política de los venezolanos de la segunda mitad del siglo XX es el
producto de la inconciliable ética de justificar el pacto de Rómulo Betancourt y
Raúl Leoni con Marcos Pérez Jiménez para derrocar al gobierno de Isaías
Medina. Los venezolanos han sido educados a reverenciar el golpe de Estado
de 1945 como la solución mágica que trajo la democracia. El golpe militar ha
llegado a ser tenido como un recurso válido cuando las circunstancias sean tales
que sirvan de punto de ignición.
El golpe militar en Venezuela como instrumento de cambio de gobierno no debe
ser confundido con la concepción militarista. Pero ella era uno de los
componentes de la coalición cívico militar que derrocó al gobierno de Isaías
Medina.
Cuando las desaforadas ambiciones de Marcos Pérez Jiménez y Rómulo
Betancourt se encontraron en mayo de 1945 y acordaron derrocar al general
Medina Angarita, el más democrático gobierno que ha tenido Venezuela en toda
su historia, desencadenó una sucesión de golpes militares. La mayoría fracasó.
Todos obedecían a la misma cultura: servirse de los militares como instrumento
de cambio de gobiernos debilitados por razones políticas, económicas y
sociales, cercanos al agotamiento, para ser remplazados por gobiernos de otros
partidos.
Ver al recurso del golpe militar como un "instrumento de cambio de gobierno" sin
examinar el aspecto ético y legal que es su requisito previo, es saltarse a la
torera la cuestión fundamental de la pregunta que debe hacerse todo militar
profesional auténticamente institucional: ¿cuándo es lícito y moral proceder a la
acción de derrocar a un gobierno deslegitimado, de conducta indefendible y
proyecciones catastróficas? ¿Cuándo y en qué circunstancias quienes tienen en
sus manos los medios materiales para ejercer la violencia legal del Estado están
en la obligación moral y legal de usarla para corregir las aberraciones que las
circunstancias los convierten en cómplices por omisión?
Esa cuestión, con todas sus aristas y variantes, es decisiva. Cada quien debe
responder a la voz de su conciencia, pues esa es la cuestión que debe ser
planteada cuando un país llega a la situación a la cual ha llegado Venezuela.
En 1992, en Venezuela de lo que se trataba era la corrupción de todo el aparato
del Estado y la infección que ella le había trasmitido a la estructura militar, que
se veía reducida a ser la guardia pretoriana de unos presidentes corruptos. Ese
es el pasado inmodificable, que no puede servir de excusa para nada. Hoy de lo
que se trata es de enfrentarse a la certeza de que la conversión de las Fuerzas
Armadas en un partido político llevado a cabo -irónicamente- por el primer militar
elegido presidente por votación popular.
El asunto está lleno de contradicciones, que plantean cuestiones éticas y
constitucionales, delicadas y complejas, que tienden a confundir el pasado con
el presente y a justificar lo que ayer se hizo mal con lo que hoy se hace peor.
En la historia venezolana del siglo XIX, la institucionalidad militar era la lealtad al
partido, al jefe y al caudillo. A partir de 1961, según la letra de la Constitución,
fue la lealtad del poder militar a las instituciones democráticas de un Estado de
Derecho. Eso se puso a prueba en el combate contra la subversión castrocomunista de los años 60. La prueba fue exitosa. La subversión fue derrotada
militarmente. Lo fue, no por la Fuerza Armada del partido, sino por la Fuerza
Armada profesional de un Estado democrático.
Desgraciadamente, los gobiernos y la política de "pacificación" de Leoni y
Caldera carecieron de la entereza ideológica y la visión histórica para hacer de
esa victoria la columna vertebral de la filosofía de la institucionalidad militar que
debía ser enseñada en la Escuela Militar. Los gobiernos que siguieron
resbalaron por la pendiente de la corrupción y relegaron a las Fuerzas Armadas
al papel de guardia pretoriana de sus desafueros.
Para el examen de la situación en la cual está el Ejército de Venezuela,
propongo como hipótesis que el Ejército de Venezuela, el cual en 1998 era
profesional, apolítico, obediente y no deliberante; estaba al servicio del Estado y
de sus instituciones, y no de una persona o un partido; tenía un adecuado
apresto militar para cumplir con su función disuasiva y su papel de garante de la
integridad territorial, y el cual objetivamente existía en 1998 cuando el teniente
coronel Hugo Chávez fue elegido presidente de la República, ya no existe. Ha
sido destruido. Lo que de él queda está siendo y será desmantelado y
reemplazado por un modelo de Ejército adecuado a la interpretación que el
Presidente hizo de lo que entiende es la "seguridad nacional" y la "defensa
integral", anunciadas en el discurso del 16 de mayo de 2004, y que son -según
Chávez- la base constitucional para la creación de "milicias populares". El
objetivo final de la transformación que se ha hecho y se anuncia se hará del
Ejército de Venezuela es crear milicias populares para imponer un régimen
militarista-populista que Chávez sostiene está implícito en el Capítulo VII de la
Constitución. Lo está. En 1999 fue advertido por mí que así sería. El carácter
antidemocrático del articulado del Título VII no sólo fue protestado en 1999 por
mí y por los constituyentes Brewer, Fermín y Franceschi, sino por el
constituyente Hermann Escarrá, quien a pesar de que era el supremo sacerdote
de la confección de la Constitución "bolivariana" salvó su voto sobre el Título VII,
por las mismas razones alegadas por nosotros. La interpretación que del
articulado del Título VII hizo el Presidente sostiene que la Constitución lo
autoriza a crear una Fuerza Armada inorgánica, invertebrada, al servicio de su
persona y su parcialidad política; formado por milicias populares, cuyo objetivo
explícito es "defender la revolución" con armas de sus enemigos, los
venezolanos que son adversarios de ésta y que son calificados y ahora
enjuiciados por ultraje a la Fuerza Armada y traición a la patria. El hecho de que
semejante cosa hubiera sido el producto de los "grupos de trabajo" del Consejo
de Defensa de la Nación y que uno de sus miembros sea el presidente del
Tribunal Supremo de Justicia parecería garantizarle una interpretación de la letra
del Título VII de la Constitución cónsona con la interpretación que el jefe del
Poder Ejecutivo y comandante en jefe de la Fuerza Armada le da. Un primer
resultado de esto es que hoy tenemos un nuevo Ejército, incapaz de cumplir con
su función primordial de defender la integridad territorial, al punto de ser
totalmente desmantelado. Por lo que el Presidente ha dicho, ha hecho y anuncia
hará, ese Ejército ya no será forjador sino destructor de libertades. Estará
enfrentado y verá como sus enemigos a los venezolanos que se opongan a
semejante desatino y se verá obligado a matar y a morir por ello. Como muestra
de esta corriente, vemos como se trata hoy a los generales Rosendo y Usón, a
quienes se les acusa de ultraje a la Fuerza Armada por haber dicho la verdad; y
a líderes de la sociedad civil y democrática, como María Corina Machado y
Alejandro Plaz, a quienes se les acusa de ser enemigos del pueblo y traidores a
la patria por el delito de haber recogido y sistematizado las firmas con las que se
solicitó el referéndum revocatorio de Chávez, lo cual hizo que fracasaran las
trampas y atropellos con las que se quiso invalidarlas. Una pregunta que
debemos hacernos hoy los venezolanos es si objetivamente lo que se ha hecho
y lo que se anuncia se hará significa un paso de avance o es un proceso
involutivo hacia estadios de la historia formativa del Ejército que triunfó en
Carabobo, y que se creía habían sido superados. La hipótesis que propongo
para que sea examinada y demostrada, con toda la contundencia que el caso
amerita, es que todo lo que se ha hecho y todo lo ha sido ratificado y anunciado
por el Presidente en las llamadas tres líneas estratégicas, que dice han sido
producidas por el Consejo de Defensa de la Nación, lleva a la destrucción y al
regreso del Ejército de Venezuela a lo que era en el siglo XIX: el Ejército del
partido, con la diferencia que en el siglo XXI de acuerdo con la doctrina de la
seguridad nacional, será el partido del Ejército. Por lo pronto tenemos que la
"primera línea estratégica" de la "nueva etapa antiimperialista de la revolución
bolivariana" expuesta por el Presidente anuncia que se incorporarán 50 mil
reservistas que se agregarán a los 50 mil que dice han sido incorporados, sin
que haya sido aclarado cuál es el estatus de obediencia, disciplina y
subordinación de estos reservistas en relación con la cadena de mando militar
existente; ofrece que el contingente del Ejército y la Guardia Nacional será
aumentado, para lo cual señala una suma global y, de paso, amenaza con la
creación de "teatros de operaciones" en el centro del país, para "hacerle frente a
invasiones" como la que dice se ha producido y cuya veracidad está por
demostrarse, pero que en cualquier caso -farsa, verdad o media mentirasignificarían la virtual suspensión de las garantías constitucionales para el
ejercicio de libertades en esos teatros de operaciones; cuando menos, la libertad
de tránsito. Todo lo que está implícito en la "segunda línea estratégica" que
anuncia la acentuación de la doctrina de la "unión cívico-militar" es el aumento
de la militarización del Estado en todos sus niveles y ramas, por la ocupación
por militares activos de más y más cargos en la administración pública, los
institutos autónomos y las empresas del Estado, de manera simultánea con su
cargo y autoridad militar. Todo lo que se anuncia como la "tercera línea
estratégica" lleva a la creación de milicias populares, separadas y desarticuladas
de la Fuerza Armada, creadas para combatir a los enemigos -reales o
imaginarios- de su revolución, obedientes a su persona y a los mandos de los
militares retirados de su partido, el militarista MBR-200.
La doctrina Chavista de seguridad y defensa La Constitución "bolivariana" de
1999 tiene un admirable catálogo de derechos humanos. Pero lo que establece
en el Título VII sobre la "seguridad de la Nación" es un cáncer maligno y mortal
que plantea la posibilidad que esa Constitución sea la base de un gobierno que
no podrá, con propiedad, llamarse "democrático", pues estará sometido al
tutelaje militar. Las adulteraciones y desviaciones que se producen con la
prestidigitación y el manejo artero de los conceptos abstractos de "seguridad",
"defensa" y "fuerza armada" se hacen posibles cuando se aíslan
conceptualmente los componentes orgánicos de lo que es una unidad viva e
indivisible. Me explico: cuando se le hace la autopsia a un cadáver, sus órganos
pueden ser aislados para estudiar y entender sus funciones y determinar la
causa de su enfermedad y muerte. Pero los órganos vitales de un cuerpo vivo no
actúan aislados; y la salud de uno no es la salud de todos. Sin embargo, la
enfermedad de uno lleva a la muerte de todos. Lo que es claro en la categoría
orgánica de la anatomía humana puede aplicarse a las abstracciones que se
manejan para construir el orden constitucional de un Estado con intenciones
distintas a las que se proclaman. La manipulación de las ideas y conceptos de
seguridad y defensa produce sofismas. El más viejo y mejor conocido de todos
es el sofisma que parte de la idea de la necesaria subordinación de la salud de
todos los órganos vitales del Estado al bienestar de uno de ellos. Con ello se
justifica la subordinación de los derechos individuales reales a un derecho
colectivo abstracto que tiene un solo interprete que se abroga su representación.
En el siglo XVIII este fue el camino argumental de las desviaciones de la
Revolución Francesa hacia la democracia jacobina, que partían de una mala
interpretación de lo que Rousseau argumentó para proponer la idea de la
"volonté generale". A ella se emparentó el pensamiento de Hegel. Y todo eso
llevó a la justificación de los Estados totalitarios del siglo XX. Aislar el concepto
de la seguridad y la defensa de su organicidad social es el primer paso dialéctico
para justificar la subordinación de toda la sociedad y de todas instituciones del
Estado a la interpretación que de las necesidades de seguridad y defensa haga
el jefe supremo. Ese fue el paso previo para la construcción de un sofisma
constitucional justificatorio de la tutela militarista de una tiranía populista que es
a lo que lleva el Título VI de la Constitución llamada 'bolivariana'. Su primera
consecuencia es la desviación y destrucción de las funciones y
responsabilidades defensivas de la Fuerza Armada y su conversión en el brazo
armado de quien ha sido ungido como el supremo intérprete de las necesidades
de seguridad y defensa. Su última consecuencia es la total inseguridad y la
indefensión de los individuos y sus derechos frente al Estado. La Constitución de
1999 fue el producto de proposiciones incompatibles y contradictorias. De allí su
inorganicidad implosiva. Por un lado, constitucionalistas como Ricardo
Combellas y Hermann Escarrá llevaron proposiciones que se materializaron en
los avanzados y loables artículos relativos a la democracia participativa, entre
los cuales está el principio de la revocabilidad de todo mandato electoral por
medio de referéndum popular. Por otro lado estaban las proposiciones
militaristas de Chávez, que se manifestaron en el Título VII de la Constitución.
En 1999, el comandante Chávez propuso en su proyecto de "Constitución
bolivariana" que: "La seguridad y defensa de la Nación es función trascendental
del Estado y participa en ella todo el pueblo venezolano". En el siguiente artículo
establecía como "obligación del Presidente de la República, defender los
intereses supremos de la Nación adoptando las medidas necesarias para
asegurar la defensa nacional"; reforzando esta obligación, convertida en
derecho, con el siguiente artículo que dice que "la máxima autoridad dentro del
Sistema de Defensa Nacional le corresponde al Presidente de la República".
Sentadas estas bases, en el Capítulo II, titulado "De los principios de Seguridad
y Defensa", Chávez definía lo que llama un "sistema de seguridad y defensa"
así: "La seguridad y defensa de la Nación se fundamentan en el cumplimiento de
los principios de independencia, democracia, igualdad, libertad y justicia, así
como en la satisfacción progresiva de las necesidades individuales y colectivas
de los venezolanos, con el fin de lograr su completa realización humana".
De esta definición que lo abarca todo pasaba a un artículo de 14 palabras que
decía esto: "Los principios de seguridad y defensa abarcan los ámbitos
económico, social político y cultural". Esto lo remata en el siguiente artículo en el
que dice que "los principios de seguridad y defensa constituyen el soporte para
impulsar el desarrollo integral de la Nación". En el Capítulo III del Título VI,
relativo al "Poder Público Nacional", Chávez decía que "el Presidente de la
República es el líder de la Nación, expresa la unidad nacional y se obliga a
garantizar los derechos y libertades de los venezolanos, la independencia,
integridad y soberanía del territorio y defensa de la República". En el siguiente
capítulo, Chávez proponía diversos grados de suprema "jefatura" presidencial,
dignas de Benito Mussolini... "El Presidente de la República es el jefe del
Estado, jefe del Gobierno, máxima autoridad administrativa y líder de la Fuerza
Armada con el grado de comandante en jefe". Con lo que creó un grado militar
nuevo. Acto y seguido Chávez propuso que el período constitucional fuera de
seis años, y que el Presidente fuera elegible para el período posterior. Entre sus
atribuciones estaba la de promover a los oficiales de la Fuerza Armada a partir
del grado de coronel, sin más requisito que su voluntad, quitándole al Senado la
función de aprobar los ascensos establecido en la tradición constitucional
venezolana, desde la Constitución de 1811 repetida por el Libertador Simón
Bolívar en la Constitución de Angostura de 1819 y por todas las constituciones
venezolanas. Además de ello, el Presidente podía: "Convocar la movilización
nacional y adoptar las medidas necesarias para la defensa de la República, la
integridad de su territorio y su soberanía". Sin más requisito o condición que su
voluntad. Ni las constituciones gomecistas dijeron que el Presidente tendría la
facultad para "declarar los estados de excepción y suspender las garantías" sin
que esta declaratoria se sometiera a control de otro poder o se previeran modos
de restituir la normalidad. Para cerrar con broche de oro, el Presidente se
atribuía la facultad de celebrar y ratificar tratados "por razones de urgencia" "sin
el requisito de la aprobación previa de la Asamblea Nacional". Esto lo propuso
Hugo Chávez en 1999. Hubo juristas respetables pero oportunistas que
declararon públicamente que esta proposición no afectaba al ideal democrático.
Mucho de esto -no todo- fue aprobado por la Constituyente, después de una
forcejeo cuya historia algún día se contará. Yo fui miembro de la Comisión de
Defensa y de algo me pude enterar. Lo que para mí era evidente en 1999 era
que nadie podía cantar y pintar semejantes ideas como creadoras de lo que
debía ser la Fuerza Armada de un Estado de Derecho. No en vano, el ropaje
preferido del comandante en jefe es el del camuflaje en cuyas artes se ha
revelado un maestro digno del estudio de las artes aplicadas de Maquiavelo.
Sembradas aquí y allá había algunas proposiciones de relumbrón que atraían
comentarios casi siempre superficiales, cuando no frívolos, como el voto militar y
la omisión de la prohibición de deliberar, lo cual equivalía a su autorización el
levantamiento del secreto militar y el voto. Esto fue lo que llamó la atención a la
proverbial superficial frivolidad de los comunicadotes, quienes las lanzan al
debate. Había otras proposiciones que no fueron acogidas como fueron
propuestas, como la Fuerza Armada singular, lo cual provocó fuertes reacciones
ante las cuales el presidente Chávez hizo el repliegue táctico que tenía previsto
para que todos quedasen contentos y él se saliera con la suya en lo que le
interesaba. Lo más peligroso de todo lo que se hizo en 1999, dentro y fuera de la
Asamblea Constituyente, y lo que se hizo después y tuvo consecuencias más
destructoras, fue sentar las bases para la militarización de la política como
consecuencia de un modelo de Estado que consagraba el tutelaje militar de la
sociedad civil. Pero para poder hacer eso había que destruir las bases éticas de
lo que habían sido el Ejército de una sociedad democrática. Lo que Chávez
propuso como "Sistema de Seguridad y Defensa" y lo que en definitiva se
aprobó en la Asamblea fue la artera politización del estamento militar implícito en
todo lo que se puso en marcha bajo la excusa de su "democratización" y su
"inserción" en la sociedad de la cual se decía estaba "aislada". Esto es lo que se
cubrió con el manejo falaz de los conceptos de la seguridad y la defensa. Para
ello se dijo que se le quitaría a la Fuerza Armada el carácter no deliberante y
obediente y se le otorgaría el derecho al voto a los militares. Para mí estaba
claro que ello llevaba a la metamorfosis del poder militar en un poder
supraconstitucional de tutelaje sobre todos los poderes del Estado. Eso no era
nuevo. El avance habría sido emanciparnos de lo que de ello hay de verdad en
nuestra cultura política, no recaer en ello y menos acentuarlo. Su nocividad no
sólo está en lo que podría ser considerado como una perversión militarista,
corporativista o fascista. Eso sería fácil de corregir y erradicar. Su mayor daño
está en que sus raciocinios justificatorios, que son falaces y engañosos, halagan
y empalagan la mentalidad militar. Parten de sofismas y confusiones
conceptuales que muchos militares han hecho suyos. Llevan a que lo que se
propone para una institución que es fundamental a todo Estado, sea sometida a
la voluntad de un hombre torrencialmente adicto a la demagogia. Eso y la
ineludible perversión de los fundamentos de jerarquía, obediencia y
subordinación, esenciales a cualquier institución militar, hacen una mezcla volátil
y explosiva. A esto añádanse las consecuencias de la infección del estamento
militar por los factores patógenos que se le han estado inoculando a la sociedad
venezolana con las contradicciones y absurdos constitucionales que se han
creado para todos los ámbitos de la vida nacional. Sus resultados para el
estamento militar han sido y van a ser mucho más serios de lo que se piensa.
Allí lo que se ha hecho es potencialmente proclive a convertirse en
enfrentamientos que no se resuelven con votos sino con balas. Las tempestades
que han sembrado y todavía no se han desatado tienen algo más que viento de
palabras huecas. No se puede olvidar que de lo que se trata en este caso es que
al componente militar se le han inoculado ideas y procedimientos institucionales
muy peligrosos en una institución formada por hombres armados. Aventar a la
institución militar al torbellino del debate que desencadenan los virus
conceptuales que hierven en la cabeza de su comandante en jefe, cultivados en
caldos de odios raciales y sociales acicateados, es un crimen imperdonable. Por
ello, quienes hoy tenemos algo que decir, y podemos decirlo, debemos hablar
para intentar evitar lo que sucederá mañana si este mal no se corrige como debe
hacerse. Debemos hacerlo con la claridad y firmeza que hace falta para ubicar
los conceptos que se han usado para desorganizar y reorganizar a la Fuerza
Armada venezolana en las categorías de calificación que les corresponden, sin
dejarnos arrastrar por debates estériles acerca de cuestiones subalternas.
Un abrazo.
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