LIC. LUCÍA GARAY Agradezco esta invitación para dialogar con Uds. y siguiendo el eje principal de la temática de este Encuentro y un poco como institucionalista que soy me propongo reflexionar con Uds. la problemática institucional de la educación y de las escuelas ante la nueva cuestión social en la Argentina y tomar algunos de los que yo entiendo, son los desafíos que enfrentan la educación y las escuelas para abordar esta nueva cuestión social y sus efectos. Para pensar la relación entre educación , escuela y la cuestión social de la Argentina de hoy, parece inevitable hacerlo con referencia a la pobreza y la exclusión de millones de nuestros compatriotas, es decir mirar e interrogar la función de las escuelas frente a las condiciones y necesidades educativas de los pobres, de los pobres de siempre y de los nuevos pobres. Pobreza que se presentiza en su materialidad como carencias, privaciones y deprivaciones de múltiples necesidades. Carencias que también alcanzan a las escuelas como instituciones, a lo que yo llamo pobreza institucional que marca a las escuelas. Así podemos decir que tenemos escuelas en la indigencia, escuelas pobres, escuelas que sobreviven y escuelas ricas, segmentando el Sistema Educativo en una desigualdad dolorosa. Yo pregunto, ¿la materialidad de la pobreza para abordar esta cuestión, necesita ser reflexionada, explicada?. En realidad yo creo que no necesita ser explicada, necesita ser revertida. Es decir creo que los hambrientos tienen que ser alimentados, los desnutridos asistidos y curados, los sin techos provistos de hogar, los que no tienen lugar, ubicados. Tampoco se necesita debatir acerca de cómo deben ser, qué tener y cómo funcionar, las escuelas que educan a los niños y a los jóvenes pobres. Parece elemental, mirando su relación desde su materialidad, qué deben tener las escuelas para atender eficazmente a los pobres y excluidos. Se necesitan más escuelas, que éstas sean pequeñas y adecuadas a cada comunidad, no es posible atender esta cuestión social con aulas atestadas y edificios estallados. Se necesitan más maestros y profesores mejor pagados; se necesita cambiar la organización del trabajo escolar, con nuevos roles y puestos de trabajo que permitan abarcar la complejidad educativa de estos nuevos sujetos sociales. Se necesitan equipamientos adecuados, servicios compensatorios plenos y eficientes. Pregunto ¿bastaría con todo ello para que nuestras escuelas públicas pudieran dar respuesta a la nueva cuestión social y su zaga de males sociales y humanos, el fracaso por ejemplo, entre otros muchos males? Hay quienes piensan que sí porque anclan las causas de la crisis y fracasos institucionales casi exclusivamente en las carencias materiales. Yo pongo en duda esta certeza, porque creo que la crisis social es más compleja y profunda que su expresión en la pobreza. Ancla en realidad en una crisis institucional que brota en los agujeros de dos rupturas: una ruptura de los órdenes simbólicos que constituían la fuente de valores y significaciones institucionales, de su sentido como institución educadora, confiable y eficaz. La otra ruptura tiene que ver con la ruptura de las tramas de relaciones y de vínculos al interior de las instituciones, que llega en mucha de ellas a poner en cuestión el lazo social mismo sin el cual no hay institución ni sociedad. La escuela ha declinado, cuando no perdido, su hegemonía como modelo universal de formación humana. La valoración de esta institución en su potencial educador, su capacidad de contener a la infancia , su eficacia como formadora de competencias científicas y técnicas, la confianza en sus propuestas, se ha desgastado o se ha roto. Así parecen indicarlo tanto las significaciones sociales, como los comportamientos de denuncias e impugnación, de ataque y descalificación por parte de muchos individuos, familias y comunidades. Yo no voy a desarrollar esta hipótesis en esta conferencia, solo quiero destacar que la pauperización del sentido, la pobreza simbólica, es más disruptiva que las carencias materiales cuantificadas en recursos y financiamientos. La escuela en realidad como institución social se sostiene en el supuesto de que sus actores están posicionados en ella con algún grado de identificación conjuntista, con algún grado de sentimientos y pensamientos compartidos, expresados en metas y proyectos con otros. En las instituciones educativas, instituciones de existencia, las tramas de relaciones y las tramas de vínculos intersubjetivos son esenciales. Más sustantivas y necesarias que en cualquier otra institución, porque la función fundamental de enseñanza – aprendizaje, de formación humana, se asienta en estas tramas y obtiene de ellas parte de su sentido cotidiano. También obtiene de estas tramas de relaciones y de vínculos sus malestares y sus conflictos. Por otro lado vamos a decir que la crisis institucional supone una pérdida del poder aglutinador, conjuntista de la institución sobre sus actores singulares Nuestras investigaciones nos muestran que en muchísimas escuelas han desaparecido o están difusos y confundidos los núcleos conjuntistas identitarios que se necesitan para que los sujetos no sean individualidades autosuficientes o parasitarias y puedan constituir auténticos colectivos. Por su parte nosotros sabemos que hay momentos en las vidas de las instituciones donde la fragilidad aumenta y éstas están amenazadas de crisis disruptivas, es decir momentos en que las funciones institucionales educativas quedan inhibidas, las dinámicas cotidianas se hacen caóticas, el funcionamiento institucional se deteriora o simplemente se rompe. Creemos que la crisis social actual las coloca en el máximo nivel de riesgo. No obstante la potencia disruptiva de esta crisis social, dependerá de la calidad de las tramas de relaciones y de vínculos que la institución haya podido instalar y con ellas la capacidad de funcionamiento colectivo. Esta es un poco la hipótesis que yo quiero profundizar con Uds., es decir interrogar a las instituciones acerca de la calidad de estas tramas, pero de la capacidad que las instituciones tienen de sostenerse por vía de las tramas frente a los impactos de los nuevos contenidos de la crisis social, para desarrollar funcionamientos colectivos. El funcionamiento institucional como uno o varios colectivos, el paso de un agrupamiento de personas a constituirse en un colectivo, con una direccionalidad y coordinación de decisiones, requiere al menos de tres componentes esenciales. Esta es la pregunta que yo hago y que quiero dejar para debatir ¿qué necesita un agrupamiento de personas que están adentro de una supuestamente institución, para dejar de ser sólo un agrupamiento y constituirse en un colectivo? El colectivo supone que tiene una direccionalidad y un coordinación de decisiones. Yo digo requiere tres componentes esenciales: primero requiere de comportamientos cooperativos y solidarios, requiere de un pensamiento común o pensamiento institucional y de un sentimiento compartido de confianza. Estas serían las tres condiciones. Comportamientos cooperativos y solidarios, la posibilidad de que surja y exista un pensamiento común que es un pensamiento institucional y luego un sentimiento compartido de confianza. Precisamente interrogando a las instituciones educativas acerca de su capacidad de funcionamiento colectivo, encuentro el meollo profundo y complejo de la cuestión social en nuestra Argentina de hoy. La confianza se ha empobrecido, en realidad digo la confianza es una indigente errante sustituida por su opuesto la desconfianza y con ella el desconocimiento del otro que impide fundar un pensamiento institucional. No bastará entonces pensar las instituciones educativas que necesitamos y los cambios que queremos para afrontar el futuro en pobreza y con exclusiones, antes tenemos que interpelar acerca de cómo piensan las instituciones o cómo no piensan. ¿Hay pensamiento institucional? ¿Cómo está incluida o excluida la cuestión social en las escuelas? Porque ambos: confianza y pensamiento común son, desde mi postura, condiciones fundamentales a su vez para la cooperación y la acción solidaria. Ambas son a su vez el fundamento y el camino de construcción de la función pública como bien común. Si yo digo pensamiento y confianza por otro lado, son condiciones del surgimiento de la acción colectiva y solidaria y a su vez ésta, la acción colectiva y solidaria son el fundamento y el camino de construcción de la función pública de la escuela y de la educación, entendiendo la función pública como bien común. En realidad yo les podría decir a Uds. que este análisis que yo estoy haciendo, es negado por buena parte del pensamiento social dominante de hoy, en especial por las teorías de la acción racional que plantean que el comportamiento social se basa en intereses y motivos autoreferenciados. Los individuos entonces calcularían qué es lo que mejor responde a sus intereses y le permite maximizar beneficios y actuarían en consecuencia. El juego de estos intereses regulados por el mercado explicarían la acción colectiva. Este es el pensamiento social dominante, yo creo que en este momento el que sostiene de alguna manera, teóricamente e ideológicamente, el modelo de sociedad de mercado. En cambio yo creo, como creía Durkheim, que el utilitarismo jamás sienta las bases de una sociedad civil que se estructura para el bien común. Bien sabemos los argentinos que esta filosofía de la acción no ha solucionado la pobreza y la injusticia, la ha producido. ¿Cómo enfrentar desde la pobreza institucional la pobreza social? Sólo por vía de la acción solidaria , es decir de una acción para el bien público, sin la intención obvia de obtener primero que nada un beneficio propio. La solidaridad por otro lado, implica a los individuos que están dispuestos a sacrificarse en beneficio de un grupo o colectivo más amplio con la expectativa y seguridad de que cada miembro de ese colectivo hará el mismo sacrificio por él. Por su parte cualquier individuo que ha demandado un acto solidario de otro o lo ha realizado voluntariamente por otro, sabe que esto es posible porque existe un lazo social impregnado de confianza y lealtad mutua. Por cierto que en los escenarios institucionales la confianza es un sentimiento frágil, esa es la realidad. Tampoco las instituciones en tanto órdenes jurídicos reconocidos son capaces per se de generar confianza. Resulta sorprendente cuanta distorsión se escucha en aquellos que piensan la solidaridad en la escuela, como mero resultado de exhortaciones discursivas o contenido de materias curriculares. Se la sustantiva en un concepto eliminando el término acción, acto solidario, y con ello el descentramiento de los intereses autoreferenciados. Pregunto ¿pueden las escuelas desarrollar la solidaridad institucional hacia las comunidades educativas que atienden si en su funcionamiento interno, en su dinámica cotidiana, no existe cooperación entre docentes y entre éstos y los alumnos y sus familias?. Pregunta para trabajar. Antes de concluir yo quiero precisar a qué me estoy refiriendo cuando hablo de acción cooperativa y solidaria en el escenario de las instituciones escolares. No me refiero a la solidaridad como actos en los intercambios personales de los sujetos, no me refiero a eso, por ejemplo ayudo solidariamente a una colega en su problema familiar y afectivo , o auxilio a un alumno y su familia a resolver una emergencia. En realidad yo me refiero a la cooperación y a la solidaridad en la resolución con y para el colectivo del trabajo escolar de enseñanza-aprendizaje, de desempeño institucional. Yo no me estoy refiriendo a la acción cooperativa y solidaria como un acto individual en relación a otro individuo o como un acto personal sino que me estoy refiriendo a esto como un acto institucional y por lo tanto ligado necesariamente al trabajo escolar , la cooperación y la solidaridad en el trabajo escolar. Es decir ¿cómo sería esto? ¿cómo lo estoy pensando? Yo digo, dono saberes y experiencias a los otros para resolver demandas y situaciones de trabajo ante los que fracasa, un otro fracasa y yo solidariamente dono saberes y experiencias, coopero solidariamente en la organización y coordinación de los procesos educativos institucionales pensados ambos como lo que en esencia son, aunque invertidos en el modelo dominante de organización actual, es decir ambos son productos colectivos. Yo utilizo el concepto de don, dar, donar, ampliando su sentido clásico de entrega unilateral sin reciprocidad, basada en lazos personales de amistad o de parentesco. Lo extiendo a un modo de intercambio en las tramas de relaciones y de vínculos que constituyen el sustrato de la organización institucional de una escuela. Se trata de una acción que si bien se basa inicialmente en vínculos personales, en la confianza que genera el conocimiento mutuo, puede transferirse a las relaciones de trabajo. Cuando se pone en circulación se instala como práctica instituida y se logra instalar como práctica instituida; la calidad de las tramas se modifica sustantivamente. Los actores escolares comienzan a ser mirados y evaluados no sólo por sus rendimientos cuantitativos sino por lo que son capaces de hacer en función colectiva. O sea extiendo el concepto de don, pienso que este concepto se arraiga o se basa en la confianza y en el conocimiento mutuo que inicialmente es vincular, personal para luego ser transferida al acto de trabajo, a la organización de trabajo, en esos términos es que lo estoy planteando. Esto es muy importante porque nosotros sabemos por vía de la investigación diagnóstica en las instituciones, que buena parte de los múltiples conflictos que inundan los escenarios escolares se presentan como disputas que hacen eje en el registro personal y subjetivo de los docentes, de los alumnos, de los directivos, como rechazos, desconocimiento, descalificaciones, comportamientos discriminatorios, intimidaciones y violentaciones no visibles. Muchas de ellas, de estas disputas, son en realidad y a la vez las ocultan y niegan, conflictos y fallas con la tarea, con el trabajo. Dificultades de múltiples orígenes, carencias de saberes y estrategias apropiadas para resolver cuestiones tanto vinculares como motivacionales, como metodológicas, disciplinarias, de planificación, de evaluación, también de dirección y de gestión. Esta es la idea, en realidad lo que nosotros encontramos en la investigación, en las múltiples investigaciones de intervención que realizamos, es que los conflictos aparecen registrados en lo personal, como conflictos intersubjetivos, con mucha carga de subjetividad, pero nosotros cuando buceamos en profundidad sobre esos conflictos, nosotros hoy estamos descubriendo en realidad que los conflictos más importantes están en una falla o múltiples fallas en la realización del trabajo, el trabajo de enseñanza el trabajo escolar, fallas que tienen que ver con la ruptura de la ética de trabajo, con la ruptura de la organización del trabajo, con la ruptura de la disciplina de trabajo, pero que precisamente en las instituciones educativas y en el sector docente esto no puede ser dicho. No puede ser dicho como una defensa profesional, porque como el docente en realidad está titulado y está nombrado en un cargo o en una hora cátedra porque sabe, no puede decir que no sabe. Si enuncia su no saber estaría colocado en una situación paradojal de una contradicción que lo remitiría casi a un acto de estafa. O sea estoy titulado porque sé, estoy elegido para un cargo porque sé, supuesto saber, pero yo tengo que enunciar que no sé. Entonces este no saber, este no poder, esta carencia en la resolución de la cotidianeidad del trabajo está apareciendo no como tal, sino apareciendo traducida en una infinita y múltiple y heterogénea conflictiva personal dentro de las instituciones lo que hace más duro y más difícil incluso poder develarlo y poder trabajarlo. Entonces lo que nosotros estamos planteando hoy en realidad, no sólo como valores a ser recuperados, porque el sistema y las escuelas argentinas probablemente alguna vez lo tuvieron, sino también como estrategia de transformación, la posibilidad de pasar a constituir auténticos colectivos, pero como colectivos de trabajo, no colectivos de amistad sino colectivos de trabajo, que estén estructurados en la base de la acción cooperativa y solidaria y sobre la posibilidad de generar un pensamiento común y un sentimiento compartido que restituya a las instituciones núcleos conjuntistas identitarios que les permitan a los actores identificarse con ellas, recuperar el valor de promesa, el valor que otorga sentido al estar ahí, al trabajar ahí, al aprender o al no aprender ahí. Para nosotros esto es en este momento un desafío desde el punto de vista de la transformación y vuelvo a insistir, cuando hablamos de solidaridad en la institución, no es un acto discursivo o materia de una curricula, es un auténtico acto de compromiso con los intereses del conjunto, con la formación de colectivos porque es allí solamente donde se puede recuperar la institución verdaderamente como institución educadora, que es en este momento su gran agujero y su gran pregunta.