Pensar al hombre implica compasión

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CUADRANTEPHI No. 26-27
2013, Bogotá, Colombia
¿Por qué pensar en el hombre implica compasión?
Paola Andrea Fernández Zapata
Carrera de filosofía
Pontificia Universidad Javeriana
Cali
La motivación para realizar el presente texto se generó al leer el siguiente aforismo:
“siempre que pienso en el hombre, la compasión anega mis pensamientos” (Ciorán,
2006, p. 17). Este planteamiento generó en mí intriga, razón por la cual mi deseo está
en comprender qué argumentos plantea el filósofo para ubicar un sentimiento como la
compasión cuando se piensa en el ser humano y así, pretendo poner frente a ustedes
dichos argumentos para concluir si se puede deducir tal conjetura.
Ahora bien, luego de tantas atrocidades, guerras, genocidios, muertes, lágrimas y
suplicios, el ser humano ha sufrido tanto que se puede sentir algo hacia él: compasión.
¿Por qué pensar en el hombre como digno merecedor de este sentimiento? Tanto en El
ocaso del pensamiento como En las cimas de la desesperación, como en Ensayo sobre
el pensamiento reaccionario, como en los textos escogidos por Gustavo Zuluaga sobre
Ciorán en La odisea del rencor, hay múltiples visiones del hombre para el autor, pero
yo conjeturo que todas convergen en una y es ella quien da cuenta de porqué la
compasión es el sentimiento que se debe experimentar cada vez que se piensa en el
hombre: El hombre merece compasión porque no goza de buena salud, porque está
enfermo.
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Para comprobar lo anterior, el presente trabajo pretende hacer un recuento de dos tesis
sobre el hombre que plantea Ciorán en los anteriores cuatro textos mencionados.
Dichas tesis son: El hombre es un animal insomne y, el hombre parece que se considera
a sí mismo excepción. De esta manera, pretendo dar cuenta del porqué convergen en su
enfermedad y porqué pueden llevar a la compasión.
Ahora bien, una de las tesis que Ciorán plantea es que lo único que nos diferencia de
los animales es que ellos cuando desean dormir pueden hacerlo, y nosotros,
queriéndolo hacer, no podemos. Haciendo esto, declara que el hombre es un animal
insomne, un animal que no puede dormir. “No existe otro animal que desee dormir sin
lograrlo” (Ciorán, 2006, p.147). Pero el sueño no solo representa el acto de dormir, el
sueño tiene unas connotaciones adicionales que el autor le atribuye, que no solo es la
esperanza, “alguien ha dicho que el sueño equivale a la esperanza” (Ciorán, 2006, p.
147), sino también, que se relaciona con el conocimiento, la desesperación, la lucidez,
la imposibilidad de amar la vida, el asco, el suicidio y la locura. La ausencia de sueño
entonces, se puede relacionar con la consciencia, aquel que no duerme, aquel que no da
tregua a sus días, puede entonces realmente conocer, puede centrarse en sus obsesiones,
“ las noches de insomnio destruyen la multiplicidad y la diversidad del mundo para
dejarnos a solas con nuestras obsesiones” (Ciorán, 2009, p. 143).
Y así, quien no duerme puede realmente saber qué es no tener descanso, él es el único
incapaz de pasar por alto el tiempo y, así esto pueda resultar intolerable, finalmente trae
como resultado pensar, ser consciente y tener todo siempre despierto en el recuerdo,
porque al no dormir no se da tregua al tiempo, el tiempo continúa sin intermitencias, sin
instantes en los que tomar aliento, “el insomnio es el tiempo infinito. No dormir y cada
segundo, cada minuto existe a lo largo de las horas. Uno siente que el tiempo no pasa, y
si esto se prolonga mucho llega a poner en cuestión la vida misma. En lugar de olvidar,
al no dormir, todo permanece vivo en la memoria” (Ciorán citado por Zuluaga, 1992,
p.12).
Por otro lado, cuando no se duerme, cuando no se tiene tregua de lo incesante de los
días, cuando se sufre por las largas noches de insomnio, se haya el conocimiento:
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“sufrir es producir conocimiento” (Ciorán citado por Zuluaga, 1992, p.49). Así, el que
no duerme, se relaciona con quien no goza de buena salud, es decir, quien sufre: no
duerme. Además, el autor afirma que precisamente no gozar de buena salud es algo que
nos aleja de un estado animal, de un estado inconsciente “para el ser humano que goza
de buena salud –es decir, el animal-, es inútil interrogarse sobre el insomnio”. Así, el
insomnio aunque siga manifestando el carácter negativo de la desesperación, trae
consigo también la consciencia, el conocimiento, la superación y la individuación y
finalmente, todas estas variables, se funden en la enfermedad, “la enfermedad
representa el triunfo del principio personal, la derrota de la sustancia anónima que hay
en nosotros” (Ciorán, 2006, p.57).
Ahora bien, la segunda tesis que Ciorán sostiene sobre el hombre es que este parece
considerarse la excepción y debe cargar con la carga de demostrar que lo es ¿cómo
llega a esto? Afirma que si todos llegásemos a decir que nada tiene sentido, nadie
vacilaría en afirmar que sí, pero que si se le dice a alguien puntualmente que su vida
carece de sentido, se devanará los sesos intentando corroborar lo contrario. Así, se
comprueba que deliberadamente el hombre puede afirmar cualquier cosa del mundo si
no lo tiene solo a él implicado, pero cuando de él se trata, primero lo invadirá una
indignación innegable y luego, intentará demostrar a toda costa que él es la excepción,
que él no hace parte del patrón “así somos todos: nos exoneramos de toda culpa cuando
se trata de un principio general y no nos avergonzamos de quedarnos reducidos a una
excepción” (Ciorán, 2006, p.11).
Pues bien ¿por qué nos creemos la excepción? ¿Cómo podemos llegar a pensarnos la
excepción? Precisamente, en un estado aletargado e inconsciente, solo quien afirma que
la vida no tiene sentido, ni él tampoco, puede encontrarle su propio sentido. Así, solo
aquel que es consciente de la ausencia de su excepción puede vivir sin más, liberándose
del yugo, de las cadenas y del peso de su excepción. Y con esto, la vida revela su gran
secreto, que como tal, no tiene sentido sino que todos buscamos uno y así se lo
atribuimos “todo el secreto de la vida se reduce a esto: no tiene sentido; pero todos y
cada uno de nosotros le encontramos uno” (2006, p.11). Ahora bien, ¿cómo se puede
ser consciente que se es como todo lo demás, sin hacer ninguna oda al espíritu ni
intentar salvarlo? Cuando se ha vivido en carne propia los tormentos de la vida, por eso
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“sólo los seres sanos hacen apología del espíritu, quienes no han experimentado nunca
los tormentos de la vida ni las antinomias sobre las cuales se basa la existencia”
(Ciorán, 2009, p, 29).
Así, como había conjeturado inicialmente, ambas tesis que retomo de Ciorán sobre el
hombre, convergen en que este, está enfermo. Sí, el hombre no goza de buena salud,
pero no gozarla, como hemos visto antes, precisamente le atribuye conocimiento y
consciencia, pero también desesperanza, locura y desesperación. Porque quien goza de
salud, puede neutralizar los estados devastadores y mantener una lejanía frente a ellos
para poder dominarlos “por muy contradictorios e intensos que sean nuestros estados,
normalmente los dominamos, logramos neutralizarlos: la “salud” es la faculta que
poseemos de mantenernos a cierta distancia de ellos” (Ciorán, 1991, p. 156). En
cambio, en la enfermedad se sumerge en las sendas del dolor, se viven los estados en sí
mismo, se vuelve hacia el sujeto que sufre.
Pues bien, como vemos, estas experiencias de sufrimiento las experimenta cada uno,
pero no somos solo nosotros, no solo yo sufro, no solo yo siento tristeza, no solo yo me
creo la excepción, ni solo yo soy un animal insomne porque “lo que de único y
específico poseemos se realiza de una manera tan expresiva que lo individual se eleva
al nivel de lo universal. Las experiencias subjetivas más profundas son asimismo las
más universales, por la simple razón de que alcanzan el fondo original de la vida”
(Ciorán, 2009, p.15). Por esta razón, no podemos permanecer encerrados en nosotros
mismos y en nuestro dolor, porque hay estados con los que no se puede vivir, como el
sufrimiento, en donde la salvación está en su expresión, debido a que, si se reprimen, se
produce una devastación. Es así como, el sufrimiento al surgir de las profundidades del
ser, puede ser exteriorizado. Solo aquellos que logran descubrir lo esencial de la vida,
pueden extrapolar una sensación subjetiva que cala en el fondo original de la vida, a
una experiencia universal, cuando se ha vivido una enfermedad o una experiencia
límite, se puede llegar a una universalidad de lo subjetivo porque, “solo quienes
perseveran en una insensibilidad escandalosa permanecen indiferentes frente a la
enfermedad, la cual produce siempre un ahondamiento íntimo” (Ciorán, 1991, p. 16).
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Lo anterior, es la identificación, si se me permite llamarla de este modo, desde lo
subjetivo hacia lo objetivo, pero por otro lado, también hay un reconocimiento desde lo
objetivo hacia lo subjetivo porque cuando el hombre “se identifica con los objetos que
le inspiran horror o compasión, esos objetos constituyen para él más que modalidades
diversas de él mismo” (Ciorán, 1991, p. 156). Es decir, logra identificar en el otro,
finalmente, algo que le compete a él mismo y que, como se dilucidó anteriormente,
logra ingresar en la profundidad de la vida misma.
Parece entonces que, de un modo u otro, no podemos ser indiferentes ante los otros
porque eso implicaría ser indiferentes frente a nosotros mismos, ser indiferentes frente
a nuestro propio dolor y por esto, sabiendo cuán enfermo está el otro por saber que yo
mismo lo estoy y que la experiencia de ese sufrimiento provocado por la enfermedad
no es solo mía sino que también es del otro, puedo sentir hacia él varias sensaciones:
compasión, odio o amor, pero jamás tristeza pues “si supiera que una sola vez estuve
triste a causa de los hombres, depondría las armas por vergüenza. Estos pueden ser
amados a veces, otras, odiados y siempre compadecidos, pero entristecerse por ellos es
una concesión degradante” (Ciorán, 2006 p. 27).
Pues bien, parece que Ciorán nos sugiere que en la compasión podemos encontrar una
especie de subjetividad humana que se extrapola a una objetividad. Además, parece
sugerir también que la comprensión del ser humano no es solo racional sino también de
autoafección, de conocimiento de los propios sentimientos y sensaciones. Porque, como
el autor afirma, desde la sabiduría se ignora lo trágico de la pasión y el dolor, solo
desde la experiencia de la enfermedad y la desesperación se adquiere consciencia “La
existencia del sabio es una existencia vacía y estéril, pues se halla desprovista de
antinomias y de desesperación. Las existencias que se consumen a causa de
contradicciones insuperables son mucho más fecundas” (Ciorán, 2006, p. 153).
Finalmente, frente al otro y su dolor se puede sentir, tanto odio como amor, pero
siempre compasión puesto que este implica necesariamente entendimiento frente al
estado emocional del otro y así, si yo sé qué siente el otro porque yo también lo siento,
porque sabiendo el otro cuán enfermo está por saber que yo mismo lo estoy, no puedo
sentir por el más que conmiseración y pena por sus desdichas y su carencia de
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bienestar. Así pues, parece que las penas que nos acaecen convergen en lo mismo:
estamos enfermos. Y precisamente esa enfermedad me hace pararme frente al otro y
ver cuán enfermo está él también, por eso, para finalizar, retomo el aforismo que me
llevó a este texto: “siempre que pienso en el hombre, la compasión anega mis
pensamientos” (Ciorán, 2006, p. 17).
Referencias bibliográficas
Ciorán. E. M. (2006). El ocaso del pensamiento. Barcelona, España: Tusquests
editores.
Ciorán, E. M. (2009). En las cimas de la desesperación. Buenos aires, Argentina:
Tusquests editores.
Ciorán, E. M. (1991). Ensayo sobre el pensamiento reaccionario. Bogotá, Colombia:
Tercer mundo editores.
Zuluaga, G. (1992). Odisea del rencor. Escritos escogidos de E.M. Ciorán. Medellín,
Colombia: Hölderlin.
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