La “alerta de viaje”: crónica de una relación agotada Por Hugo Eduardo Ramírez Arcos (*) Tras las recientes declaraciones del Canciller colombiano, Jaime Bermúdez, las tensiones entre los gobiernos de Colombia y Venezuela, siguen su incremento. Un nuevo hecho, se suma al prontuario de las relaciones entre los dos países. Esta vez tiene que ver con la “alerta de viaje” a Venezuela del 14 de Abril de 2010, disponible en la página web del Ministerio de Relaciones Exteriores que “…advierte a los colombianos sobre los riesgos de viajar a Venezuela y recomienda tener particular cuidado a la hora de desplazarse hacia ese destino como consecuencia de las situaciones recientes que han afectado a connacionales en ese país”, en este sentido, “el Gobierno Nacional ve con preocupación los casos de homicidios de colombianos que aún no han sido suficientemente aclarados y los casos de detenciones en los cuales hay evidencias de ausencia de plenas garantías y del debido proceso, a la luz de las normas y estándares internacionales”. En medio de la complicada (y para algunos inexistente) agenda binacional que mantienen los dos gobiernos desde el “congelamiento” de las relaciones entre Colombia y Venezuela en julio de 2009, aparece este comunicado, que ha recibido el apoyo de personajes como el embajador de los Estados Unidos en Bogotá, William Brownfield, quien indicó entender “muy bien la preocupación del gobierno de Colombia y sus razones para emitir esa declaración”. La respuesta de la contraparte venezolana, como es usual, no se ha hecho esperar y el Presidente Chávez, además de en su acostumbrado “tono” indicar que el comunicado del Canciller Bermúdez le parece una “canallada”, agrega un punto que no debe dejarse lado en razón de los antagonismos que se han construido alrededor de su figura. En palabras del presidente venezolano: “Con el pueblo colombiano nunca habrá distanciamiento, porque somos el mismo pueblo, parte de la misma patria grande”. Parece mucho más difícil hoy el aceptar esta realidad histórica, sobre todo en medio de los ires y venires de estos dos proyectos ideológicos, y de la fuerte campaña mediática que se esfuerza en presentarnos a colombianos y venezolanos más como enemigos que cualquier otra cosa. Llevando la discusión a un plano mucho más pragmático se debe señalar en primer lugar que este tipo de advertencias, como la de una “alerta de viaje”, tienen muchos más efectos políticos que prácticos, sobre los riesgos a los que se enfrentarían los colombianos al viajar a Venezuela, por lo que lo único que se alimenta en el fondo, con estas iniciativas, es la estigmatización que se ha instituido ya contra Venezuela desde territorio colombiano (y viceversa). Parece entonces que fuera de las “provocaciones” y de las tensiones diplomáticas, los gobiernos de ambas naciones han sabido incluir a la ciudadanía en los conflictos políticos internacionales, haciendo difusas las fronteras entre su política interna y su política exterior, asegurando por esta vía la excusa perfecta para evitar enfrentar problemas estructurales en la relación, así como también para desviar la atención en momentos claves de la coyuntura política interna. Este no es un escenario novedoso en los dos países, pero cada vez más aumentan los grados de tensión y provocación entre los mismos. Cada vez más vemos con preocupación como la opinión pública de ambos países está preparada para justificar una guerra y todas las consecuencias materiales que podría acarrear. Es momento de pensar, en que sembrar el odio entre dos naciones es mucho más fácil que el largo camino que éstas deberán recorrer hacia el restablecimiento de la confianza. Vemos hoy con impotencia como las relaciones entre los dos gobiernos se agotaron por completo. Principios fundamentales en las relaciones internacionales, como el respeto y la confianza, junto a la existencia de canales múltiples de comunicación han desaparecido por completo en la relación binacional. En este sentido parece que el único cambio significativo que podremos esperar en el actual escenario, será la llegada de un nuevo gobernante a la presidencia de Colombia. Por lo menos esta es la perspectiva venezolana, donde Chávez ya ha mencionado: “Menos mal que pronto se va (el Presidente Álvaro Uribe Vélez) y ojalá venga un Gobierno con el que se pueda conversar con respeto”. No se deben pasar por alto los incidentes fronterizos entre las dos naciones, y mucho menos hechos tan graves como la muerte (tanto de colombianos, como venezolanos) en la zona de frontera, así como el surgimiento de grupos ilegales que se han aprovechado de las tensiones binacionales para actuar con cierta complicidad en las zonas fronterizas. La presencia efectiva de los dos gobiernos en las zonas de frontera se hace cada vez más necesaria, así como el establecimiento de controles, que sin ir en contravía de la movilidad natural de las comunidades fronterizas, contribuya a la protección de los habitantes de las mismas. Para Alberto Barros Mattos, cónsul en San Antonio del Táchira, se debe recalcar en este sentido, el que “los colombianos deben entender que hay países que exigen visa para visitarlos y hay que cumplir con este requisito, porque legalmente no está bien que vayan a tratar de ingresar a Venezuela sin su respectiva visa”. Otro punto significativo, que no puede ser pasado por alto en la discusión, tiene que ver con una realidad que supera cualquier alerta: cuatro millones de colombianos viven en el territorio venezolano (un país de 26 millones de habitantes, donde los colombianos son el grupo de extranjeros más representativo), así como existe un gran número de desplazados que constantemente migra a Venezuela por vía del conflicto interno colombiano. Este fenómeno de movilidad, aunque con una proporción mucho menor, se presenta igualmente con la recepción de venezolanos opositores al gobierno del Presidente Chávez que eligen a Colombia como destino, esto sin contar el flujo continuo e ininterrumpido de una frontera de 2219 Km. Todas estas realidades exigen de los gobiernos políticas de acción conjunta y no escenarios de incomunicación como los que se viven actualmente. (*) Investigador del Observatorio de Venezuela de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno, y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.