La verdad en la justicia Por Carol Solis (docente en la ECI e investigadora adscripta al CIFFyH-FFyH) La posibilidad cierta de una tercera condena en Córdoba a los responsables de las sistemáticas violaciones a los derechos humanos cometidas durante el Terrorismo de Estado es una ocasión más que propicia para reflexionar sobre la relevancia de este nuevo acontecimiento histórico. De las múltiples miradas que el mismo suscita, nos interesa destacar que se trata, ante todo, de una nueva oportunidad histórica para dar lugar a la verdad en la justicia. Esas verdades ocultadas y negadas, travestidas en el argumento de los excesos y hasta reivindicadas en el discurso guerrero –que hoy reclama memoria completa- fueron, cabe insistir, afanosamente construidas, de manera artesanal, en los espacios alejados de la mirada omnisciente del poder. Verdades hilvanadas en infinitos susurros; retazos que, de la mano de los familiares, los amigos, los cumpas y los propios represaliados tuvieron más posibilidades de escucha en otras latitudes y a las que sólo tardíamente se acoplaron voces viejas y nuevas, compitiendo abiertamente con las verdades oficiales, cada vez más artificiosamente sostenidas, a fuerza de documentos finales y leyes de autoamnistía. Fue la inmediata posdictadura la primavera de aquellas verdades que lograron por fin legitimarse y legitimar a sus voceros en el escenario de una panacea democrática. Claro que no todas las microverdades que componían la trama del horror tuvieron idénticas condiciones de recepción, en un contexto donde la lógica perversa del campo sedimentaba aún fuera de sus límites y se encabalgaba con las políticas de conjuro contra las violencias. Córdoba vivió intensamente ese período de verdades desbordadas durante el proceso de gestación y actuación de la Delegación local de la CONADEP en 1984. Imágenes, relatos, testimonios y procedimientos urdieron la trama del terror sistemático y La Perla, La Ribera, Hidráulica, las torturas y los detenidos desaparecidos ya no pudieron ser negados, escamoteados doblemente de la imaginería popular y del silencio oficial. Fue también el tiempo de los obstáculos a la verdad revelada, de las disputas entre la justicia civil y la militar, mientras la cuestión de los derechos humanos competía con otras operaciones de sentido como el relato de la lucha antisubversiva, y las políticas de Estado se dirimían también con un fuerte pragmatismo. Era aquel un tiempo en que parecía haber consenso sobre la necesidad de la verdad y más disputa sobre la justicia. En Córdoba, el peronismo apoyaba a los organismos de derechos humanos en el reclamo por la formación de una Comisión Bicameral en pro de una condena política a la dictadura y, al mismo tiempo, tenía como legislador nacional al responsable de la confección de listas negras con militantes estudiantiles de la escuela preuniversitaria Manuel Belgrano. Por su parte, los radicales, que eran gobierno en la provincia desde el `83, apoyaban la actuación de la CONADEP y el juicio a los militares pero rechazaron haciendo uso de su mayoría parlamentaria la formación de la bicameral en una sesión histórica que tuvo en las gradas a los propios familiares del movimiento por los derechos humanos. Fue también ésta la Córdoba del atentado explosivo a un miembro de la CONADEP y de la serie de amenazas a personas y organizaciones destacadas por la denuncia de los crímenes de la dictadura, momento en el que el consenso de fuga hacia delante, expresado en la corporización de la civilidad como actor en apariencia homogéneo, cristalizaba en la ocupación de las calles para repudiar los intentos de reversión autoritaria que tales hechos expresaban. Pero aquellas lealtades viejas y nuevas con la causa de los derechos humanos pronto comenzaron a ser subsumidas en nuevos compromisos con la institucionalidad, la gobernabilidad y/o la disciplina partidaria. Sólo la realización del Juicio a las Juntas de Ex Comandantes, en 1985, le devolvió la centralidad de los primeros tiempos y ratificó la necesariedad de lo caso cordobés para afirmar con pruebas irrefutables la existencia de un verdadero plan sistemático. Esa vez, la verdad migró de la calle a la justicia. Luego se sucedieron más sinsabores en la tramitación que los gobiernos posdictatoriales hicieron del legado irresuelto de la dictadura. Con Alfonsín, la ley de Punto Final para acotar los efectos de judicialización que la primera condena efectiva produjo y, más oprobiosa aún, la ley de Obediencia Debida como corolario de la rebelión militar de Semana Santa que se inició precisamente en Córdoba, cuando Barreiro se negó a presentarse en la justicia federal y hubo acuartelamiento y fuga en La Calera. Todo ello bien sazonado de la súbita subordinación de la cuestión de los derechos humanos, como había logrado instalarse en la escena transicional, en la entonces construida como urgente cuestión militar. Con Menem, fue la serie de los indultos de 1989 y 1990, primero a procesados –por el que zafó Menéndez a pocas semanas de iniciarse el juicio en su contra- y luego a condenados el punto culminante de ese efecto de borramiento que las políticas de revisión del pasado operaron al institucionalizar la impunidad. Violentamente expulsadas de la agenda de gobierno, aquellas verdades en espera de justicia fueron otra vez resguardadas entre sus alumbradores. Convertidas de nuevo en murmullos luego de haberse abierto escucha en potentes gritos, volvieron a ser custodiadas del olvido por quienes las habían parido, cuando arreciaban las retóricas de corte con el pasado y las panaceas neoliberales que mágicamente nos transportarían del escenario latinoamericano al último vagón del primer mundo. Fue de la mano de otros cuerpos solidarios, más jóvenes, rebeldes y alegres que se convirtieron otra vez en bandera de lucha y se logró tramar un nuevo relato que reivindicaba no sólo aquellas verdades sino los nombres y los rostros, y sobretodo las historias de vida de quienes habían sido represaliados. El pasado volvió a ser dador de sentido, las identidades volvieron a anclar en la historia, la transformación volvió a ser posible, bajo rostros jóvenes y otros rejuvenecidos. Los escraches pusieron en escena ese nuevo clamor de la lucha y la alegría, donde no bastaba con la verdad sino con la verdad en la justicia, aunque esta fuese popular y callejera, como en las antiguas charivaris. Hasta que finalmente aquella hendija abierta en la justicia instituida volvió a convertirse en puerta ancha de la mano primero de los juicios a la verdad y, más recientemente, de la reapertura de causas que finalmente llegaron a la tan ansiada posibilidad de la justicia efectiva. Hoy vamos por su tercera condena ejemplar; será tiempo de fiesta y de alegría, de llanto y de risa, de abrazo, de tarea cumplida, de renovar los compromisos con el pasado que no pasa. Será de nuevo el tiempo de la verdad en la justicia. Para que no pase, para que no se escamotee nuevamente, para que no vuelva a ser escondida tras bambalinas, para que siga doliendo, para que siga haciendo falta, para que siga viva.