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PROYECTO DE TEXTO CONSTITUCIONAL
u
Al señor presidente de la Honorable Convención Constituyente.
Proyecto: modificación del artículo 67, inciso 19, de la Constitución Nacional, en los
siguientes términos:
ARTICLTLO 67, INCISO 19
Aprobar o desechar los tratados concluidos con las demás
naciones, y los concordatos con la Santa Sede, los que
tendrán primacía sobre el ordenamiento jurídico interno.
Los tratados internacionales que regulen materias relativas
a los derechos fundamentales se entenderán como
identificatorios de los derechos no enumerados a que se
refiere el artículo 33 de esta Constitución y por tanto
gozarán de jerarquía constitucional. Los tratados relativos
al derecho de la integración podrán establecer, en la medida
exigida por la misma, el ejercicio de competencias derivadas
de la Constitución en cabeza de organizaciones o
instituciones internacionales creadas por los mismos
tratados.
40DOLFO CARLOS BARRA
FUNDAMENTOS
Señor Presidente:
La ley 24.309, que declara la necesidad de la reforma parcial de la Constitución nacional
incluye, dentro de los temas habilitados por el Congreso Nacional para su debate por la
Convención Constituyente, la consideración de los institutos para la integración y
jerarquía de los tratados internacionales (artículo 3" 1). Para ello prevé la posibilidad de
incluir nuevos incisos al artículo 67 de la Constitución Nacional.
Con fundamento en dicha norma se propone la reforma del artículo 67 inciso 19 de la
Constitución Nacional, según el texto arriba transcripto.
1.
INTRODUCCION.
Desde el inicio de este siglo, ha sido en las relaciones internacionales donde se ha
producido una de las evoluciones políticas y jurídicas más marcadas y categóricas. A los
clásicos tratados concluidos para evitar el uso de la guerra como un instrumento de
solución de controversias, se han sumado los tratados de reconocimiento de derechos
individuales (Declaración Universal de Derechos Humano, Pacto de San José de Costa
Rica, etc.) y, finalmente, los tratados de integración regional (Tratado de Roma de 1948,
Tratado de Asunción de 1991).
Esta transformación de las relaciones entre los Estados modernos ha significado el
planteamiento de problemas desconocidos, o la necesidad de volver a estudiar viejas
cuestiones a la luz de la nueva realidad internacional.
En dicho marco se han suscitado, fundamentalmente en Europa, donde se puede
encontrar el proceso de integración más importante y evolucionado del planeta,
interrogantes acerca de la jerarquía del derecho internacional, sus efectos en el orden
interno, la transferencia de atribuciones constitucionales a órganos supranacionales, etc.
La necesidad de afianzar las relaciones de la Argentina con el resto del mundo, y la
existencia de procesos de integración regional en curso, como el Mercado Común del Sur
(MERCOSUR), señalan la imperiosa necesidad de resolver aquellos puntos, los que
exigen necesariamente la modificación de nuestra Carta Magna. Por ello es
imprescindible no dejar pasar esta oportunidad sin adaptarla a las necesidades señaladas.
Así ha sido entendido por el Congreso Nacional quien, como ya se señalara, ha incluido
el punto dentro de los temas habilitados para su debate en el seno de esta Honorable
Convención Constituyente.
11.
ACLARACION INICIAL.
Tradicionalmente se han planteado dos posturas opuestas respecto de los efectos
reconocidos al derecho internacional en el orden interno. La discusión entre dualismo y
monismo es conocida. Los dualistas (Trieppel, Stmpp, Anzilotti) han sostenido que la
regla de derecho internacional no puede formar parte del orden jurídico interno sin un
acto que la incorpore. Esta postura parte de considerar a ambos ordenamientos como
sistemas jurídicos distintos, cada uno con reglas propias a su naturaleza. Es decir, así
como un Estado no puede invocar, en el campo del derecho internacional, normas
internas propias para justifícar su incumplimiento, así tampoco las personas podrán
exigirle a un Estado el cumplimiento de alguna obligación que emane de un tratado, si no
ha existido un acto de dicho Estado que resuelva adoptar la regla internacional en su
legislación interna. Frente a ello, los monistas (Kelsen, Verdross, Scelle) sostienen que el
derecho es esencialmente un orden normativo único, y que las normas nacionales e
internacionales deben ser consideradas como la manifestación de una sola concepción del
derecho, y por tanto ambas son obligatorias para todos los sujetos de derecho.
La decisión respecto de cuál de los dos concepciones se deba adoptar señalará la posición
que se adopte respecto de los problemas aquí planteados, fundamentalmente respecto de
la jerarquía del derecho internacional, y de sus efectos en el derecho interno.
Sin embargo, no se encontrará aquí una defínición expresa en favor de alguno de las dos
posturas doctrinarias señaladas, sino la justificación de la norma constitucional propuesta
respecto de los asuntos señalados. No resulta conveniente mezclar a la Constitución
Nacional en un debate de juristas. Aún así, cabe señalar que la delegación de
competencias -que se autoriza en la norma propuesta- en favor de instituciones
internacionales nacidas de los tratados, permite considerar -como ocurre en la Unión
Europea- como fuente del ordenamiento interno y por vía directa, a las normas emanadas
de órganos distintos a los nacionales. Hay así un acercamiento entre dualismo y
monismo, fmto de la originalidad propia del derecho de la integración: el tratado
fundante del sistema precisa una norma interna de incorporación, pero las normas
derivadas de aquél tienen efecto directo e inmediato en el orden interno.
Corresponde, pues, analizar cada uno de los temas destacados, reflexionando acerca de la
necesidad de su inclusión expresa en el texto de la Constitución Nacional.
Nuestra Constitución Nacional establece, en su artículo 3 1, que:
"Esta constitución, las leyes de la Nación que en su consecuencia se dicten
por el Congreso y los tratados con las potencias extranjeras son la ley
suprema de la Nación".
De esta cláusula se ha derivado el principio de la primacía de la Constitución Nacional
por encima del resto de las normas, y con fundamento en ella la Corte Suprema ha
considerado que
"ningún tratado internacional podría ser aplicado en la Argentina si
violase alguna disposición constitucional, como ser la defensa en juicio"
(Fallos: 208:84, en el mismo sentido, Fallos: 115:189, entre otros).
Con respecto a la relación jerárquica entre los tratados internacionales y las leyes
internas, el máximo tribunal de la Nación ha sostenido que
"ni el artículo 31 ni el 100 de la Constitución Nacional atribuyen
prelación o superioridad a los tratados con las potencias extranjeras
respecto de las leyes validamente dictadas por la Nación. Ambos -1e'yes y
tratados- son igualmente calificados por ella como 'ley suprema de la
Nacion', y no existe fundamento normativo para acordar prioridad de
rango a ninguno" (Fallos: 257:299).
El 23 de marzo de 1969 se firmó la Convención de Viena sobre el Derecho de los
Tratados, que establece en su artículo 27 que:
"una parte no podrá invocar las disposiciones de su derecho interno como
justificación del incumplimiento de un tratado".
El 5 de diciembre de 1972 nuestro país ratificó dicha Convención, con lo que esta
prioridad de rango del derecho internacional se incorporó al derecho argentino. Este
hecho sería tomado muy en cuenta por la Corte Suprema a la hora de apartarse de la
jurisprudencia anterior, consagrando la primacía de los tratados por encima de las leyes
internas, como se verá más adelante.
Es claro que dicho argumento no es suficiente para poder sostener la vigencia de la
primacía de los tratados por sobre el derecho interno, pues la solución a una situación de
igualdad de rango entre dos normas no podría nunca provenir de lo reglado por una de
ellas, pues si ambas están en un pie de igualdad, entre ellas rige el principio de que "b
posterior deroaat priori".
Sin embargo, la Convención de Viena no ha hecho más que reconocer un principio
cardinal del derecho de gentes. Es que la primacía del derecho internacional no encuentra
su fundamento imperativo en las normas internas, sino que emana del propio derecho
internacional. Reconociendo ello ha dicho, por ejemplo, el Tribunal Permanente de
Justicia Internacional, en el célebre dictamen sobre el trato a los nacionales polacos en
Danzig, que si, por una parte, un Estado no puede invocar frente a otro Estado las
disposiciones constitucionales de éste ultimo y sólo puede alegar el derecho internacional
y los compromisos validamente contraídos, por otra parte, a la inversa, un Estado no
puede invocar frente a otro su propia constitución para sustraerse a las obligaciones que
le impone el derecho internacional o los tratados en vigor (1932. C.P.J.I., série A/B, no
44, pág. 23-24).
Este principio ha sido también reconocido, en el marco de la Comunidad Económica
Europea, por su Tribunal de Justicia, en el caso "CostalENEL", en 1964, y reiterado en
numerosas ocasiones. Entre los fallos posteriores de ese Tribunal no se puede omitir el
dictado en el caso "Simmenthal c/ Ministere des fmances italien", de 1976, en el que el
tribunal lleva este principio hasta sus últimas consecuencias. Allí sostuvo el Tribunal
que
"en virtud del principio de primacía del derecho comunitario, las
disposiciones del tratado y los actos de las instituciones directamente
aplicables tienen por efecto, en sus relaciones con el derecho interno de
los Estados miembros, no sólo el hacer inaplicable de pleno derecho, por
el hecho mismo de su entrada en vigor, toda disposición contraria a la
legislación nacional existente, sino también -en cuanto que estas
disposiciones y actos forman parte integrante, con rango de prioridad, del
ordenamiento jurídico aplicable en el territorio de cada uno de los Estados
miembros-, el impedir la adopción válida de nuevos actos legislativos
nacionales en la medida en que éstos fueran incompatibles con normas
comunitarias".
Como ya se adelantara, el 7 de julio de 1992 la Corte Suprema modificó su
jurisprudencia anterior, en la causa "Ekmekdjian, Miguel Angel c/ Sofovich, Gerardo y
otros". Mediante este fallo el Tribunal ha establecido su posición respecto del tema de la
jerarquía de los tratados, y de otros temas que serán analizados más adelante. Este es un
dato sin duda fundamental, que debe ser tenido en cuenta por esta Convención
Constituyente.
La Corte Suprema ha considerado en esa sentencia que ya no es exacta la proposición
jurídica sostenida en los anteriores fallos del Tribunal, en el sentido de que no existe
fundamento normativo para otorgar prioridad a los tratados por sobre las leyes. Para ello
tuvo en cuenta, en primer lugar, que
"la derogación de un tratado internacional por una ley del Congreso
violenta la distribución de competencias impuesta por la misma
Constitución Nacional, porque mediante una ley se podría derogar el acto
complejo federal de la celebración de un tratado".
A este argumento de derecho interno, el tribunal agrega el referido a la mencionada
Convención de Viena, y a la primacía que ella le confiere a los tratados por sobre el
derecho interno.
La prioridad de los tratados por encima de las leyes nacionales no depende, repetimos,
del reconocimiento de su prevalencia en los textos constitucionales. Sin embargo, es
evidente que mediante su reconocimiento en la ley fundamental se evitan muchos
conflictos, y se habilita a los jueces para inaplicar las leyes que pretendan desconocer
obligaciones convenidas en tratados internacionales, impidiendo así que nuestro país
incurra en actos de desconocimiento de aquello a lo que se ha obligado mediante tratados
concluidos con otras naciones, lo que generaría su responsabilidad internacional.
Renglón aparte merece la consideración respecto de la relación jerárquica entre los
tratados internacionales y la Constitución Nacional. Sobre este punto no existen
suficientes antecedentes, y por tanto no parece conveniente la incorporación de una
norma expresa que consagre cuál ha de prevalecer en caso de conflicto. De este modo, es
claro que en el orden interno los jueces deberán seguir considerando como suprema
norma a la Constitución Nacional, la cual tiene previsto un mecanismo de reforma rígido
(artículo 30), que no podría verse eludido mediante la ratificación de tratados
internacionales.
Por otra parte, el artículo 27 de nuestra Constitución Nacional establece:
"El Gobierno federal está obligado a afianzar sus relaciones de paz y
comercio con las potencias extranjeras por medio de tratados que estén de
conformidad con los principios de derecho público establecidos en esta
Constitución".
Esta cláusula, que da primacía a la Constitución argentina frente a cualquier tratado
extranjero, no ha sido incluida dentro de la ley de declaración de necesidad de la
reforma, ley 24.309, de modo que no podría ser reformada por esta Convención.
Así, seguirá rigiendo, en la aplicación interna del derecho nacional, la primacía de
nuestra Constitución por sobre las normas de derecho internacional, sin perjuicio de lo
que más adelante se señalará en relación a los derechos fundamentales; respecto de las
relaciones internacionales, es claro que nuestro país, en la medida en que no lo acepten
los tratados que se concluyan, no podrá justificar el incumplimiento de las obligaciones
internacionales invocando la existencia de una norma constitucional que se oponga a las
disposiciones del tratado.
Por ello, para evitar comprometer la responsabilidad internacional del Estado, será
imprescindible que previo a la firma o ratificación de los tratados, se analice la
compatibilidad de sus normas con el derecho constitucional argentino.
Ya González Calderón decía, en este orden de ideas, que
"el presidente deberá propender a que los tratados estén conformes con los
principios de derecho público establecidos en la Constitución, porque de
lo contrario la gestión diplomática estaría destinada a fracasar, ya porque
fuera posteriormente repudiado el tratado por el Congreso, o porque la
Corte Suprema lo declarara inconstitucional" (Derecho Constitucional,
tomo 3, p.404, 1931, Buenos Aires).
N. CASO ESPECIAL: LOS DERECHOS FUNDANENTALES.
Sin perjuicio de lo recién sostenido, en el sentido de reconocer, en el orden interno, la
primacía de la Constitución Nacional respecto de los tratados internacionales, se ha
previsto la constitucionalización automática de los derechos fundamentales, cuando ellos
son reconocidos mediante el derecho internacional.
FCL 1
0
En este orden de ideas, interesa llamar la atención respecto de que la persona es el
fundamento del derecho, y todas las normas del ordenamiento jurídico a él se destinan.
Por ello, la norma que se proyecta introducir, lejos de olvidarse del hombre, se edifica en
su derredor. En efecto, y ya se adelantó al momento de referirse al monismo y al
dualismo, se elude expresamente la consagración teórica de la primacía de alguna de esas
doctrinas, para dar paso siempre a la efectiva tutela de los derechos fundamentales de la
persona.
Por ello se proyecta la inclusión de un texto que admita expresamente que, cuando un
tratado internacional sea más generoso en el reconocimiento de derechos fundamentales,
esos derechos reconocidos en la norma internacional se entenderán como identificatorios
de los derechos no enumerados, a los que se refiere el artículo 33 de nuestra Constitución
Nacional.
Ello significa que los derechos fundamentales de la persona son preexistentes a su
reconocimiento por el ordenamiento jurídico. No es este el momento para detenerse a
repasar la doctrina al respecto; simplemente se señalará que sólo mediante esta
concepción es posible concluir que esos derechos existen, sin perjuicio de que la ley
positiva los reconozca o no en un momento determinado de la historia. El artículo 33 se
encuadra claramente en esa postura, así como la modificación que se proyecta la
refuerza, toda vez que incorpora una nueva fuente de reconocimiento de los derechos
fundamentales. Si se sanciona el texto que se propone, no se podrá ya negar en el orden
interno derecho alguno reconocido internacionalmente en tratado, convención o norma
internacional del cual sea parte la República Argentina.
V.
APLICACION DIRECTA DE LOS TRATADOS EN EL ORDEN
INTERNO
Ha sido éste un problema muy debatido en Europa, particularmente en relación a la
aplicación de las normas del derecho comunitario, originario o derivado, en el orden
interno, y su invocación por parte de los nacionales de alguno de los Estados miembros
de la Comunidad Económica Europea.
El ordenamiento jurídico comunitario europeo reconoce la existencia de normas
aplicables directamente a los particulares, cuyo cumplimiento resulta exigible ante los
órganos de los Estados partes.
El Tribunal de Justicia de Luxemburgo se ha pronunciado sobre el punto, en relación a la
Comunidad Económica Europea. En efecto, en el célebre asunto "Van Gend en Loos",
sostuvo que
"la Comunidad constituye un nuevo ordenamiento jurídico de derecho
internacional, en favor del cual los Estados han limitado, aunque en
ámbitos restringidos, sus derechos soberanos y en el que los sujetos son
no solamente los Estados miembros, sino igualmente sus nacionales".
A partir de entonces en muchas ocasiones ese tribunal ha reiterado su posición en favor
de reconocer a los ciudadanos comunitarios el derecho a invocar normas comunitarias y
exigir su cumplimiento.
Ha sido tan marcada la posición del Tribunal de Luxemburgo en favor de la aplicación
directa, que se ha llegado a atenuar la diferencia, reconocida en el propio tratado
constitutivo de la Comunidad, entre reglamentos y las directivas, cuando sólo a los
primeros éste reconoce que serán directamente aplicables en cada Estado miembro. El
artículo 189 del Tratado consagra expresamente que la directiva
"obligará al Estado miembro destinatario en cuanto al resultado que deba
conseguirse, dejando, sin embargo, a las autoridades nacionales la
elección de las formas y de los medios".
A pesar de un texto tan claro, a partir de la causa "Grad" (1970), el Tribunal ha ido
reconociendo efecto directo aún a las directivas, prestando para ello atención más que a
la forma del acto, a su contenido sustantivo, así como a su función en el sistema del
tratado.
En nuestro país, cuando la Corte Suprema ha debido analizar algún tratado internacional,
siempre se ha referido a que este quedaba incorporado a la legislación interna por el
hecho de haber sido aprobado por una ley de la Nación (Fallos: 150:84; 165:144). Sin
embargo, su jurisprudencia no es unívoca.
Resulta interesante reproducir parte de la sentencia del máximo tribunal de la República,
dictada en el caso "Alonso Gregorio cl Haras Los Cardos S.A." (Fallos: 186:261). Se
reclamaba allí la aplicación de las Convenciones emanadas de la Conferencia
Internacional del Trabajo, en su tercera reunión realizada en Ginebra, en 1921. Dichas
Convenciones habían sido aprobadas por el Congreso Nacional mediante la ley 12.232.
La Corte describía así el conflicto planteado:
"El artículo 1" de la convención, referente a la reparación de los
accidentes de trabajo en la agricultura dice: 'todo miembro de la
organización internacional del trabajo que ratifique la
presente
convención se compromete a extender a todos los asalariados agrícolas el
beneficio de las leyes y reglamentos que tengan por objeto indemnizar a
las víctimas de accidentes sobrevenidos por el hecho o en ocasión del
trabajo"'.
"El artículo 2" se refiere a la comunicación de las ratificaciones oficiales y
en el 5" se expresa: Bajo reserva de las disposiciones del artículo 3" todo
miembro que ratifique la presente convención se compromete a aplicar las
disposiciones del artículo 1" a más tardar el 1" de enero de 1924, y a
tomar las medidas necesarias para hacer efectivas esas disposiciones".
Luego de pronunciarse sobre si las citadas convenciones tenían o no el carácter de
tratados con potencias extranjeras, el tribunal pasó a considerar el punto referido a l a
incorporación de esas normas al derecho interno argentino. Dijo la Corte:
"No parece dudoso entonces que la conferencia de Ginebra al adoptar el
proyecto de convención, requiere ese acto futuro de parte de los países
soberanos que la ratifiquen, los que, a su vez, se comprometen a hacerlo
en un término un poco más de dos años (antes del 1O de enero de 1924) y
esto no se ha cumplido hasta ahora por la República Argentina, que, sólo
en 1935, se ha decidido a aprobar las convenciones por la ley 12.232".
"Este acto legislativo es tanto más necesario en un país como el nuestro
cuya ley de accidentes del trabajo al referirse a los asalariados en las
industrias forestal y agrícola tan sólo incluye a las personas ocupadas en
el transporte o servicio de motores inanimados (art. ZO, inc. 6", ley
9688)."
En la década pasada, y en tres fallos muy próximos entre sí, el Tribunal estableció una
jurisprudencia más estable y pacífica. Nos referimos a los casos "Costa"
(Fallos:3 10:508), "Sánchez Abelenda" (Fallos: 3 11:2553) y "Ekmekdjian c/ Neustadt"
(Fallos: 3 11:2497), resueltos entre 1987 y 1988. Las tres sentencias de la Corte Suprema
coincidieron en sostener la no operatividad del derecho de réplica, consagrado en el
artículo 14.1 del Pacto de San José de Costa Rica. Dice en uno de los casos el Tribunal:
"el derecho de réplica o rectificación consagrado en la Convención de
Derechos Humanos o Pacto de San José de Costa Rica, aprobado por la
ley 23.054, no ha sido objeto aún de reglamentación legal como para ser
tenido como derecho positivo interno" (Fallos: 3 10:529).
Recientemente, la Corte Suprema ha abandonado esa posición, dando un abrupto viraje
en favor de la aplicación directa del derecho internacional en el orden interno. Nos
estamos refiriendo al ya mencionado caso "Ekmekdjian c/ Sofovich". Allí el Tribunal,
además de sostener la primacía del derecho internacional por sobre las leyes nacionales,
se pronunció sobre su operatividad, y su posible invocación por parte de los ciudadanos
del Estado suscriptor del Pacto.
LA
En efecto, al analizar la cuestión, el Tribunal sostuvo:
"Que en este mismo orden de ideas, debe tenerse presente que cuando la Nación
ratifica un tratado que firmó con otro Estado, se obliga internacionalmente a que
sus órganos administrativos y jurisdiccionales lo apliquen a los supuestos que ese
tratado contemple, siempre que contenga descripciones lo suficientemente
concretas de tales supuestos de hecho que hagan posible su aplicación inmediata.
Una norma es operativa cuando está dirigida a una situación de la realidad en la
que puede operar inmediatamente, sin necesidad de instituciones que deba
establecer el Congreso" (Considerando 20).
El cuanto a la operatividad del derecho de réplica o respuesta, la Corte tuvo muy en
cuenta la interpretación que del artículo del Pacto en cuestión formulara la Corte
Interamericana de Derecho Humanos, en la opinión consultiva C-7/86, del 29 de agosto
de 1986, donde, interrogada respecto de si cabía tener por operativo al mencionado
artículo 14.1, y con ello exigible por los nacionales de un Estado parte el reconocimiento
al derecho de réplica, sostuvo que
"el sistema mismo de la Convención está dirigido a reconocer derechos y
libertades a las personas y no a facultar a los Estados para hacerlo" (ver
pág. 13, párr. 14).
Una vez reconocida la primacía de los tratados por sobre el ordenamiento jurídico
interno, la cuestión de la operatividad de las normas internacionales no se distingue de la
operatividad de las normas nacionales. En efecto, así como en el orden interno las leyes,
hasta la misma Constitución, serán o no operativas según sea el alcance de sus
disposiciones, asimismo los derechos consagrados en tratados o normas internacionales
lo serán si el texto de la norma en cuestión admite tal operatividad.
VI.
ATRZBUCION DE COMPETENCIAS A ORGANOS INTERNACIONALES
Los proyectos existentes respecto de la integración regional, y los que en el futuro se
lleven adelante, pueden exigir la atribución de competencias delegadas al gobierno
nacional en organismos internacionales, ya sean funciones administrativas, legislativas o
judiciales.
Esa ha sido la forma en que se ha organizado la Comunidad Económica Europea, en la
que se crearon órganos comunitarios a los cuales se les atribuyó el ejercicio limitado de
ciertas competencia de las cuales antes eran titulares los órganos de gobierno de los
países miembros de la Comunidad.
Este fenómeno no nos es del todo extraño, ya que merced a la adhesión al ya referido
Pacto de San José de Costa Rica el Estado Argentino, de alguna manera, ha reconocido
ciertas atribuciones en la Corte Interamericana que podrían significar un disminución de
las competencias de los órganos nacionales. Esta posibilidad no aparece reconocida, al
menos expresamente, por nuestra Constitución Nacional.
-
La obligación del Gobierno federal argentino de afianzar sus relaciones de paz y
comercio con las potencias extranjeras (ver artículo 27, Constitución Nacional) exige, en
el actual desarrollo de las relaciones internacionales, la asunción de la necesidad de
prever en el texto constitucional, como lo han hecho tantos países europeos, la
posibilidad de atribuir o delegar en órganos internacionales el ejercicio de facultades
propias del Gobierno federal.
Está claro que el Estado nacional no podría delegar atribuciones que se hayan reservado
los Estados provinciales, en atención a que ellas conservan todo el poder no delegado por
la Constitución al Gobierno federal (artículo 104, Constitución Nacional).
Por todo ello se ha proyectado incluir en el texto del nuevo inciso 19 del artículo 67, que
se propone mediante el presente, la posibilidad de delegar el ejercicio de competencias
derivadas de la Constitución en organizaciones o instituciones internacionales creadas al
efecto.
VII.
CONCLUSION.
La incorporación del artículo propuesto a la Constitución Nacional supone mantener la
supremacía de la misma en la jerarquía normativa interna.. Sin embargo, ello no
significa, en el texto que se propone, desdeñar el valioso caudal de nuevos derechos
reconocidos en los tratados internacionales. Todos ellos adquieren calidad constitucional
a través del sabio articulo 33 de nuestra constitución, y quedan por ello incorporados a
nuestro orden legal en el mismo rango jerárquico que la Constitución.
Sin mengua de la jerarquía constitucional, se les reconoce primacía por sobre el
ordenamiento interno a los tratados internacionales en general, consagrando así
expresamente un principio general del derecho internacional, vigente en buena parte de
los países más desarrollados.
El derecho de la integración constituye un supuesto especial. En efecto, cuando se
ratifica un tratado que crea organismos internacionales con capacidad jurígena, dos
ordenamientos jurídicos de distinto origen -el nacional y el de la integración- tendrán
vocación de ser aplicados dentro de un mismo espacio territorial.
La coexistencia de normas de distinto origen en un mismo territorio se resuelve mediante
el reconocimiento de la primacía de unas, las de fuente internacional, por sobre las otras,
de fuente interna.
Sin embargo, bueno es aclararlo, esa supremacía encuentra un límite que no puede ser
vulnerado: la delegación en favor de organismos internacionales se hará "en la medida
exigida por la (integración)", y por tanto es por naturaleza limitada. Si limitada es la
delegación, la competencia de los órganos de la integración necesariamente habrá de
serlo también. De esta forma, la supremacía del derecho de la integración no corre el
riesgo de aniquilar la competencia nacional para crear derecho interno, porque aquél
tiene un rango superior sólo y únicamente cuando ha sido dictado en cumplimiento de la
competencia delegada.
Parece oportuno terminar citando a Alberdi, quien ya puso el acento sobre la
trascendencia del adecuado desarrollo de las relaciones internacionales, lo que se
pretende asegurar con la norma que se propone. Decía el autor de "Las Bases":
"Cada tratado será una ancla de estabilidad puesta á la Constitucion. Si ella fuese
violada por una autoridad nacional, no lo será en la parte contenida en los
tratados, que se harán respetar por las naciones signatarias entre ellos; y bastará
que algunas garantías queden en pié para que el país conserve inviolable una
parte de su Constitución, que pronto hará restablecer la otra. Nada más erróneo,
en la política exterior de Sud-América, que la tendencia a huir de los tratados.
(Alberdi, Juan B. "ObrasCompletas",tomo 111, pág. 53 6).
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