ISSN 1668 4737 Archivos Departamento de Antropología Cultural XI - 2013 Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica CIAFIC ediciones Centro de Investigaciones en Antropología Filosófica y Cultural de la Asociación Argentina de Cultura Archivos, Vol. XI - 2013 ISSN 1668 4737 Directora: Dra Ruth Corcuera Miembros del Consejo Editorial: Dr. Eduardo Crivelli - Universidad de Buenos Aires, Argentina Dr. John Palmer - Brookes University, Oxford, Inglaterra Dr. Tadashi Yanai - Universidad de Tenri, Nara, Japón Dra. María Cristina Dasso - Universidad de Buenos Aires, Argentina Archivos es la publicación periódica del Departamento de Antropología Cultural del Centro de Investigaciones en Antropología Filosófica y Cultural (CIAFIC), que por este medio busca servir a la tarea del conocimiento y la reflexión sobre las culturas. Con esta finalidad, tiene como cometido difundir las investigaciones del Departamento, publicar colaboraciones que versen sobre antropología cultural y rescatar trabajos cuyo valor se considera meritorio para la disciplina. 8 2013 CIAFIC Ediciones Centro de Investigaciones en Antropología Filosófica y Cultural Asociación Argentina de Cultura CONICET Federico Lacroze 2100 - (1426) Buenos Aires www.ciafic.edu.ar e-mail: [email protected] Dirección: Lila Blanca Archideo Impreso en Argentina Printed in Argentina Homenaje al Dr. Olaf Blixen Olaf Blixen LAS MANCHAS DE LA LUNA Y SUS EXPLICACIONES MÍTICAS EN SUDAMÉRICA Olaf Blixen* Introducción.- Quizás la explicación más extendida, entre los pueblos etnográficos de Sudamérica, acerca del origen de la luna y de sus manchas es la que ve en el astro la figura o el rostro maculado de un hombre que ha cometido incesto con su hermana, y ha huido al cielo para sustraerse a la reprobación social y a la vergüenza que ha experimentado al ser descubierto. Es, obviamente, una explicación que se adecúa al molde de la conciencia mítica según el cual los supuestos cuerpos naturales u objetos inanimados de la ciencia físico-natural están o pueden estar dotados de intencionalidad, de capacidad de actuar y querer, de tomar decisiones, de experimentar pasiones y sentimientos y, en una palabra, de manifestar estados propios de una psyché, lo que, en definitiva, es un modo de vivir. Toda sociedad humana, primitiva o no, antigua o moderna, pequeña o grande, aborrece el incesto, a pesar de las contadas excepciones que ha conocido la historia en casos especiales[1]. Los griegos no escaparon a esta regla, aunque las ideas de la élite no fueron las mismas durante la marcha secular de su civilización. Si bien la sociedad helénica partía de formas de endogamia intensa en los tiempos primitivos, visibles en la tradición de los tiempos homéricos[2], el matrimonio entre los grados de parentesco más próximo -primero y segundo de consanguinidad- y, desde luego, la relación incestuosa extramatrimonial, fueron generalmente repudiados con energía. Pero, una cosa son las normas para los hombres y otra las conductas de las deidades. Es así que la Odisea no expresa censura alguna por el hecho de que los * MOANA, Estudios de Antropología, Vol. IV, N° 2,1992, Montevideo. Dir. Olaf Blixen. Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 5 hijos de Eolo, el dios de los vientos, estén casados con sus seis hermanas (X, 5-7). Tethys es mujer de su hermano Océano (Homero, Ilíada, XIV, 201; Hesíodo, Teogonía, 133-36, 337, 362, 368) así como Thea lo es de su hermano Hyperíon, de cuya unión nacen el sol y la luna, Helios y Selene (Teogonía, 134-35, 371-74). Del connubio entre Cronos y su hermana Rea nace, entre otros, Zeus (Teogonía, 135-37,45357). En la Teogonía Gea se une con su hijo Urano -tierra y cielo- y de la pareja nacen dioses, cíclopes y titanes. Pero mientras la unión divina de Urano y Gea aparece libre de todo reproche, el incesto involuntario de Edipo y Yocasta (o Epicasta, como se la llama en la Odisea) resulta marcado por un sino funesto, porque los protagonistas no pueden sobreponerse al horror de esa situación. En la Odisea (XI, 271-80) recuerda el poeta que Epicasta, enterada de que ha cometido incesto con su hijo, se ahorca. En la tragedia de Sófocles, es Edipo quien se arranca los ojos, y vaga como mendicante por ciudades y campos. Los autores posteriores, ya en los tiempos del auge de la especulación filosófica y de los debates sobre cuestiones éticas, se plantearon el problema de los fundamentos de la prohibición o de la repugnancia hacia el incesto, discusión que, naturalmente, quedó siempre restringida a los cenáculos y círculos de filósofos y moralistas; pues, fuera de tales ámbitos de controversia, la opinión general abominó siempre semejantes alianzas y prácticas. Platón es un buen exponente de esa communis opinio pues, en las Leyes (lib. VIII, 838 A-D, Loeb) califica a estos actos como impíos, odiosos a la divinidad y los más desvergonzados entre los desvergonzados. Su maestro Sócrates también repudiaba el incesto, aunque, según parece, basado en fundamentos eugenésicos, a estar a lo que nos dice Jenofonte (Memorabilia, IV, 4,19- 23). No obstante esto, algunos sofistas y filósofos -escépticos o cínicos- consideraban que la interdicción de la relación incestuosa era una mera convención; y Diógenes el cínico, si nos atenemos a lo que nos dice Dion Crisóstomo (Orationes, X, par. 30) parece justificar tales actos, señalando que los practican diversos animales, y que los persas no los rechazaban, a pesar de ser tenidos por la aristocracia del Asia. Crisipo, autor afecto a las 6 Olaf Blixen interpretaciones groseras y procaces de la mitología, según el testimonio de Diógenes Laercio (Lib. VII, c.7, pr.188), admitía el matrimonio con ascendientes y descendientes en primer grado. Otros autores, esporádicamente, expresaron puntos de vista coincidentes en cuanto a la negación de un fundamento racional para el tabú del incesto. Pero los pueblos de las dos Américas no tuvieron ni sofistas, ni filósofos tan críticos de su cultura como para introducir en sus cavilaciones cuestiones semejantes. El incesto, fuera del caso particular de la familia real incaica, fue conducta aborrecida y juzgada como incompatible con la vida social y la tradición de las tribus. Por ello, en la mitología, cuando el caso se presenta, encontramos que la única solución posible para superar el hecho es el ostracismo voluntario o forzado de los culpables, o, como veremos más adelante, la metamorfosis de los protagonistas en otros seres. Tal transformación también viene a sustraerlos al grupo social. El incesto es así una transgresión a una norma consuetudinaria, cuyo quebrantamiento resulta intolerable, hasta el punto de que es ocioso buscarle el soporte de una tradición fundamentante. No obstante ello, en Sudamérica se da una circunstancia que, en cierta manera, reproduce la dualidad de juicio ético manifestada por los helenos entre su mitología divina y su tradición humana. En nuestro continente la distinción no se expresa -al menos en líneas generalesentre la conducta de los dioses y la de los hombres; porque, fuera del área de las altas culturas, esto es, de Mesoamérica, los mitos de creación son particularmente pobres, especialmente en el desarrollo de genealogías divinas. Y, consiguientemente, se enrarece la posibilidad de planteamientos incestuosos entre las teofanías. Pero, en cambio, cabe distinguir en la mitología indígena, dos situaciones en las que el horror del incesto no se manifiesta. Ello ocurre en dos variantes de un mismo esquema mítico que se repiten, con mucha frecuencia, en las narraciones de los pueblos sudamericanos. Es, en primer término, relativamente común -aunque no es la solución más generalizada- que los miembros de una comunidad (pueblo, tribu o humanidad toda) sean concebidos como provenientes de una pareja ancestral originaria. Ello apareja, como necesidad biológica insuperable, que, aun cuando los miembros de la pareja primera no estuvieran ligados por relación parentelar que convirtiera su apareamiento en incestuoso, sí lo sería la Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 7 conjunción de su progenie. Esta situación, que para la perdurabilidad y acrecentamiento del grupo humano se hace ineludible, una vez que se ha establecido, como punto de partida, la creación de una sola pareja, no aparece tachada de censura alguna; ni sabemos que, por esta causa, afloren problemas de culpa en nivel de conciencia, al menos expresados en la mítica. La misma excepción permisiva ocurre, e incluso con más frecuencia, en los mitos sudamericanos mal llamados diluviales[3].En estos casos, casi siempre se salva de la avenida destructora una pareja, de la cual provendrá la humanidad encargada de repoblar la tierra, y la multiplicación de los humanos dependerá del matrimonio de los hijos de quienes se han salvado[4].Mucho más raro es que la supervivencia del grupo aparezca ligada a la procreación entre ascendientes y descendientes, lo que ocurre, sin embargo, en mitos diluviales jíbaros[5]. Pero fuera de tales situaciones, que parecen forzar el albedrío, al poner en juego la existencia de la etnía en riesgo de extinción[6], la conciencia etnográfica condena sin reservas el incesto en grado prohibido por la costumbre de la comunidad, verdadero νόµος αγραφος de la sociedad primitiva. La violación de esta regla no sólo repugna a los demás integrantes del grupo, sino que pone en peligro la seguridad colectiva, pues ni las teofanías, ni los héroes culturales ni los ancestros potentes, de cuya benévola disposición depende el bienestar de todos, ven con buenos ojos que se transgredan los usos establecidos desde el tiempo originario. En tales casos, lo mejor es que el transgresor desaparezca de la comunidad o que sea expulsado, si aquélla tiene poder suficiente para lograrlo. No puede generalizarse acerca de la intensidad de la repulsa que genera el incesto entre los grupos indígenas sudamericanos, por la diversidad de las instituciones y de los sistemas de parentesco; pero, en el mito, encontramos, a veces, reacciones no menos rigurosas que las que podía provocar la presencia de un homo sacer en los tiempos del derecho quiritario. Dicho lo cual, es el momento de señalar que, en las páginas que siguen, nos ocuparemos de las explicaciones que la mitología sudamericana brinda acerca del origen de las manchas de la luna; lo cual nos llevará también, por necesidad, a tratar, en ocasiones, lo relativo al origen de la luna misma. Y, para decirlo con más propiedad, de las man8 Olaf Blixen chas que Luna presenta en su cara o su cuerpo; pues, en la mitología de nuestro continente, Luna es un ser potente que es o ha sido humano, que ha vivido y actuado entre los hombres del tiempo originario, y de ningún modo puede ser entendido como ente que se mueve y rige por leyes naturales, ideas éstas carentes de todo sentido en el ámbito de la Barbarie. La explicación mítica que trataremos en primer término, es la que ve en Luna un hombre que, cuando vivía en la tierra, cometió incesto clandestino con su hermana, y, abrumado por la vergüenza cuando su acto quedó al descubierto, buscó refugio en el cielo. Notas [1] Entre ellos, cabe mencionar los siempre recordados matrimonios de los faraones egipcios y de los reyes incas con sus hermanas, los matrimonios similares entre jefes hawaiianos de la más alta nobleza de sangre, y algunos ejemplos, también notorios, del Oriente, como el matrimonio de Cambises con sus hermanas Atossa y Meroe (Heródoto, Hist. 3:32). [2] Cf. el matrimonio de Ifidamante con su tía materna Theanó (Ilíada, XI, 221227); el de Diomedes, también con su tía materna Egialia (Apolodoro, Biblioteca, 1.8.5, 6) y el de Alkínoo, rey de los feacios, con Arete, la hija huérfana de su hermano Rexénor (Odisea, VII, 63-68). [3] Mal llamados así porque, en la gran mayoría de los casos, el ascenso de las aguas, que cubren y arrasan la superficie de la tierra conocida, se produce por la inundación causada por una avenida de aguas interiores o de origen no especificado, y no por lluvias. [4] Ello ocurre entre guaraos (Barral, en Wilbert y Simoneau, 1970:180), sanemaes (Barandiarán, 1968:14),macushis (Amorim, 1928:209),bacairíes (Abreu, 1938a:(3):247), tembés (Nimuendajú, 1915:288- 89), cayapoes (Banner, 1957:49-50), tucunas (Nimuendajú, 1952:41), pamaris del Purús (Barbosa Rodrigues, 1890:213-215), cashinauas (Abreu, 1938b:(3) J10) shetebos (Bardales Rodríguez, 1979:42 ss.), guarayos (Alvarez, 1941:160-61), muratos (Coriat, 1943:87), tueyes (Wavxin, 1932:145), bororos (Baldus, 1937:174; Colbacchini y Albisetti, 1942:200-201), ares (Borba, 1904:62), chamacocos (Alarcón y Cañedo y Pittinis/f; 32), tobas (Lehmann-Nitsche, 1925a:197; Palavecino, 1964:285), mbiaes (Cadogan, 1948:134), guayaquíes (Cadogan, 1962:81), achés (Godoy, 1982:28) y araucanos (Lehmann-Nitsche, 1918:133). [5] Huambisas (Forno, 1970:45) y shuares (Rueda, 1987:185). [6] En la conciencia primitiva, acérrimamente etnocéntrica, lo que interesa es lo que concierne al propio grupo, que tiene su saber acerca del origen del mundo, de sus ancestros, de sus dioses e instituciones. La tradición, por lo común explica Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 9 el origen de la etnía propia; y, a veces, de las vecinas, amigas o enemigas. Más raramente se refiere a la humanidad en general; lo cual es, habitualmente, un índice de aculturación. Cuando las explicaciones míticas se universalizan, aparece la necesidad de explicar también, por mitos complementarios o por retoques en las concepciones tradicionales, la diferenciación de razas o tribus, o su dispersión en el mundo conocido, y la aparición de los blancos. Es lo más frecuente, incluso, que se atribuya al grupo propio determinado origen genético y a otro grupo, enemigo o despreciado, otro distinto. Tal dualidad se manifiesta, por ejemplo, en las ideas que tienen los caduveos acerca de su propio origen y de el de los chamacocos. El incesto de luna en Sudamerica El esquema mítico.- El esquema del mito es muy sencillo; tal vez uno de los más simples y escuetos de la mitología sudamericana. Una moza soltera recibe, por la noche, la visita de un hombre que cohabita con ella. La muchacha no sabe quién es ese visitante nocturno. Unas veces esa ignorancia se debe a que la relación sexual se produce mientras ella duerme; pero, en general, queda sin explicación por qué la moza no puede identificar al amante intruso[1]. Para conocer la identidad del visitante, la mujer lo mancha durante el abrazo, con genipa, y, más raramente, con otro colorante. En ese caso, debe repetir posteriormente la operación, porque los demás colorantes son fáciles de eliminar y, en cambio, las manchas de aquél son persistentes. A la mañana siguiente, cuando la muchacha observa a los hombres de la aldea, comprueba que el amante nocturno es el propio hermano. Cuando éste se ve descubierto, queda avergonzado ante la comunidad y se marcha de la aldea. Se va, pues, al cielo, trepando, algunas veces, por una cadena de flechas, y se convierte en luna. Las manchas lunares son las huellas de las marcas que las manos de la hermana dejaron en su rostro o en su cuerpo. Textos caribes.- Los relatos recogidos entre grupos de lenguas caríbicas se ciñen estrechamente a este esquema, al cual agregan pocos incidentes. Esto conduce a la inferencia de que la explicación mítica, en su forma sudamericana -pues también ella es conocida, aunque con ciertas diferencias, por algunos grupos de América del Norte- se habría 10 Olaf Blixen difundido, probablemente, a partir de los caribes. El ejemplo más antiguo que tenemos del mito, muy importante por su temprana fecha, es el publicado por Bretón en su Dictionnaire caraibe-françois mellé de quantité de remarques historiques pour l’esclaircissement de la langue (Auxerre, 1665)[2]. Al esquema expuesto se adecuan también los relatos de los caribes de la isla Dominica (Delawarde, 1938:202; Taylor, 1952:269), de los yabaranas (Wilbert, 1958:64), los hishkarianas (Derbyshire, 1965:23-27), los waiwaios (Fock, 1963:54) y, limando algunas interpolaciones referidas a sentimientos y valoraciones éticas de los protagonistas, también el texto yecuana de Barandiarán (1962:87). El relato makiritare (otro nombre de la misma etnía precedente) publicado por Civrieux (1970:129-34), a pesar de ser un collage, contiene los elementos característicos del mito; y los alejamientos del esquema han de deberse, sea a las erosiones sufridas por la tradición en una comunidad más aculturada, sea al gusto de un informante propenso a la ornamentación de sus narraciones. El texto hishkariana de Fock contiene una innovación peculiar para explicar por qué la muchacha no reconoce a su hermano. Este se desdobla en cuerpo y espíritu. Como el espíritu sigue tocando la flauta desde fuera de la choza, y la muchacha reconoce en el ejecutante a su hermano, no puede ser éste quien llega hasta su hamaca en la oscuridad. Parece que estamos ante una invención intelectualista, para hacer más creíble que la identidad real del visitante no haya sido descubierta ipso facto. Los arecunas, también grupo de lengua caribe, tienen una explicación de las manchas lunares que debe considerarse como una variante aberrante del modelo expuesto. Dicha versión fue recogida por Koch-Grünberg a principios de siglo (1981:(2):55). Según la misma, Wei (sol) y Kapei (luna) eran, en otro tiempo, amigos. Kapei era muy apuesto y tenía la cara limpia, sin manchas. Se enamoró de la hija de Wei, y todas las noches se acostaba con ella. Pero Wei no lo quiso como yerno, y ordenó a su hija que le untara la cara con sangre menstrual. Después de ese hecho han quedado enemistados y Kapei se mantiene lejos de Wei, y con la cara sucia. La alteración sufrida por el relato es evidente: la necesidad de identificar al visitante nocturno, que ya es conocido, ha desaparecido, y el acto, originariamente de naturaleza inquisitiva, se ha transformado en acción destinada a Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 11 vejarlo, a provocar su rechazo. Luna no se marcha avergonzado sino irritado. También el colorante ha sido sustituido, y, lo que es más distintivo, tampoco hay incesto. Los taulipang se han alejado más aún de la tradición caribe en lo que toca a este mito. En efecto: otro relato recogido entre ellos por el mismo insigne etnógrafo alemán (op. cit.,p. 54-55) no guarda ya relación con el mito analizado, y brinda del origen de la luna una versión distinta. Según ésta, Kapei, que, en otro tiempo, estaba en la tierra, hurtó el alma de un niño y la escondió en su casa, bajo una olla invertida, clásico escondite en la mitología americana que evidencia, entre otras cosas, la penuria mobiliaria de los indígenas. También él se escondió en otra marmita colocada boca abajo. El niño cuya alma había robado Kapei, desde luego, enfermó, y sus padres llamaron al piache para que tratara de curarlo. El piache descubrió la causa de la dolencia, fue a la casa de Kapei, rompió con una maza las ollas, recuperó el alma del chico, propinó a Kapei una gran paliza y lo expulsó de su propia vivienda. El vapuleado secuestrador se puso a pensar en qué transformarse o convertirse, y, después de rechazar otras posibilidades que no le satisficieron, decidió volverse luna, para iluminar a sus hermanos humanos[3]. Así pues, por una liana que un ave enganchó en el cielo, ascendió al firmamento, acompañado de sus hijas. Esta historia, por consiguiente, nos ofrece un origen para la luna que resulta incompatible con el expuesto en las versiones caribes anteriores. Por otra parte el Padre Armellada, en su recopilación de mitos y cuentos pemones -designación que, en su uso, engloba a taulipang, arecunas, camaragotos, arinagotos y otros- tampoco hace referencia alguna al incesto de la luna. Textos tupí-guaraníes.- La historia del hermano incestuoso es conocida por los tupí-guaraníes, entre los cuales parece estar tan difundida como entre los caribes, aunque los rasgos del esquema se presentan menos constantes. Los shipayas (Nimuendajú, 1919-20:1010) hablan de dos hermanos varones y una hermana. Uno de los dos varones visita a la hermana de noche y cohabita con ella. El otro hermano pregunta a la moza con quién habla de noche, y ella contesta que no sabe(!). Queda 12 Olaf Blixen preñada. El hermano insiste en averiguar quién es el visitante y, como la muchacha sigue tan ignorante como antes, a pesar de las ya visibles consecuencias de estos encuentros, le aconseja que use genipa para descubrir al intruso. Identificado el otro hermano por ese medio, el seductor es reprendido; y, avergonzado, sube al cielo por una cadena de tacuaras ligadas. Su hermana quiere seguirlo por esa ruta. Él la increpa, la arroja a tierra y la mujer se convierte en tapir, (!) en tanto el hombre asume su condición de luna manchada. Los incidentes que ocurren después, cuando el hermano que ha quedado en tierra pretende vengarse del hermano lascivo y, conjuntamente con otros compañeros, arroja flechas al hombre luna, son aditamentos al tema. Entre los tembés (Nimuendajú, 1915:282), quien visita todas las noches a una moza es el “dios” padre de los mellizos, Maíra. La muchacha no sabe quién es el visitante; pero en el texto no se dice que sean hermanos, por lo cual desaparece el carácter incestuoso de la relación. Para conocer su identidad lo mancha, como en otras versiones. Maíra, al notarse marcado, se marcha y no vuelve. Tampoco se dice que se transforme en luna, lo cual muestra el carácter francamente aberrante de la variante. Como ocurre también en algunos relatos del incesto del hombre-luna, según veremos más adelante, la mujer, al sentirse embarazada y abandonada por su amante, parte en su búsqueda. Por esta vía, la historia entronca con el relato de los gemelos, el más difundido mito sudamericano si se exceptúan, tal vez, los mitos diluviales. Esta contaminación, bastante frecuente entre el incesto del hombre-luna y los clásicos gemelos se ha visto facilitada, a no dudarlo, por la similitud de las situaciones: esposa o amante grávida que parte a buscar al compañero que la ha abandonado. Acerca de los tapirapés poseemos información, lamentablemente sintética, proporcionada por Wagley (1940:255-56). Entre ellos el sol es varón y la luna es hembra. Ambos son concebidos como gente (people). En el mito reciben nombres de personas, de humanos. Luna es hermana de Sol, y casada con Anchopeteri, héroe cultural de la tradición tapirapé. Como consecuencia de “cierta inconducta sexual” (sexual misbehavior) se dice que Sol le dio a Luna una palmada en la cara, con su mano mojada con tintura de genipa, lo cual explica las manchas que tiene sobre su faz. Es llamativo que Wagley sea tan poco Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 13 explícito en cuanto a decirnos en qué consistió esa “inconducta sexual”; aunque la podemos reconstruir por comparación con otros casos conocidos. Parece tratarse, al menos originariamente, del mismo incidente en estudio, pero con sexos cambiados: la hermana libidinosa sería quien habría procurado visitar al hermano[4]. Ello ocurre en un relato mencionado por Hartt, para el Rio Branco, y en un texto suyá registrado por Seeger (cf. Wilbert y Simoneau, 1984:459 ss.). Entre los mbiaes (Cadogan, 1960:79) el único apartamiento digno de nota, frente al esquema común del mito, es que el futuro Luna entra subrepticiamente a la choza de su tía paterna, no de su hermana. Con aquélla tiene relaciones sexuales y es embadurnado en la misma forma que en los casos anteriores, y con análogas consecuencias. Sube también al cielo por una cadena de flechas, siguiendo el consejo de Sol. Luna hace llover para quitarse las manchas, pero sin éxito[5]. Entre los guaraníes del Paraná, según los datos recogidos por Telémaco Borba en 1874 y publicados por Fric[6], también el hombre-luna visita a escondidas a su tía paterna y es individualizado del modo ya referido. En este caso, seguramente por error del informante o del recolector, el orden de los episodios está alterado. La aventura de los mellizos comienza la acción, y culmina cuando el padre de los gemelos Sol y Luna los lleva a vivir al cielo, y les da a elegir “funciones”, a saber: alumbrar de día o de noche. Luna queda con el cometido de iluminar de noche y, en esa oportunidad, visita a su tía y recibe las manchas. La variante guaraní-apapocuva publicada por Nimuendajú (1944:35) contiene una modificación significativa. Sol y Luna son hermanos varones, hijos de Ñanderú- mbaekuaá, “nuestro padre sabio”. Durante la noche, el futuro Luna visita a Sol con interés homosexual. Sol no consigue reconocer a su incógnito visitante, y prepara un chal teñido de genipa para mancharlo; idea que, por cierto, ¡parece bastante congruente con su condición supuestamente equívoca! Por las manchas que le produce, reconoce a su hermano menor. Cuando son colocados en el cielo, Luna siente vergüenza ante su hermano mayor, a quien nunca muestra toda la cara manchada de genipa[7]. Entre los guarayos, el Padre Cardús (1886:78) y el Padre Pierini (1910:704-705) también narran el mismo tema, pero omiten toda 14 Olaf Blixen referencia al carácter incestuoso de la relación, y reducen el episodio a una aventura galante de Luna con una mujer guaraya, que lo mancha para conocer su identidad. Naturalmente, en estos casos desaparece el motivo por el cual el amante -el futuro Luna- tiene interés en guardar su identidad en secreto. Este texto proviene de los apuntes del Padre Cors. Quizá la vinculación incestuosa resultó demasiado chocante para el misionero, y tal vez haya eliminado el detalle del texto. Lehmann-Nitsche (1924b:86) cita para los chiriguanos dos versiones interpretativas de las manchas lunares. En una de ellas, se dice que un hombre tiene una hermana y que, en una ocasión, cuando todavía eran niños y estaban jugando, ella le pintó la cara con ceniza de carbón. En la otra, es la novia quien, también jugando, pinta con carbón la cara del novio. Puesto que los chiriguanos son también un grupo guaranítico, y, entre los guaraníes, el motivo está probadamente difundido (apapocuvas, mbiaes, guarayos, guaraníes del Paraná) es razonable pensar que estas versiones inocentes provengan de otras que lo eran menos, y que los juegos de marras entre los referidos hermanos, en un caso transformados en novios, estuvieran anteriormente más o menos encuadrados dentro del esquema que reputamos tradicional. El relato emerillón conservado por Perret (1933:85) está tan alterado que sólo permite descubrir la verdadera trama del tema a quien ya lo conoce. Un indio nota que la mujer está grávida. Como se sabe impotente y no puede ser el causante del embarazo, se enfurece y se pone a averiguar quién sea el responsable. Le señalan como tal a su hermano menor, que está oculto en una choza, donde ha diluido jugo de genipa. Cuando ve venir a su hermano furioso, se embadurna la mejilla con la mano ennegrecida, en lo que hay que interpretar como medio ingenuo de procurar ocultar su identidad. El hermano mayor lo expulsa de la aldea y el adúltero, vagando, llega a una montaña alta, que toca el cielo. Escala la cumbre y allí queda, transformado en luna, con la mitad de la cara oscura, confundida con la noche. La pretensión de explicar de este modo las fases lunares resulta bastante inadecuada, porque sólo puede ajustarse, con más o menos legitimidad, al cuarto creciente y el menguante, mientras las otras fases no encajan en la explicación. Las alteraciones del tema son tan profundas, que solamente son reconocibles como elementos originarios el motivo de Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 15 la relación adúltera, la vinculación parentelar -en este caso, por afinidad- y el uso facial de la genipa, aunque con propósito distinto. Textos arauacos.- Es difícil establecer, por ahora, qué grado de difusión haya tenido este mito entre los pueblos de lengua arauaca. Los grupos en los que ha sido registrado son muy pocos, y se trata de parcialidades que han tenido estrecho contacto con caribes o, probablemente, con tupí-guaraníes. El mito ha sido señalado para los arauacos de las Guayanas por Roth (1915:256) quien también indica que el relato en cuestión es conocido por los guaraos. La versión arauaca de Roth se ajusta al patrón tradicional, sin adornos superfluos. Más adelante nos referiremos a las versiones de los guaraos. Entre los arauacos, también conocen el mito iranches (Holanda Pereira, 1985:82- 84) y paresíes (Holanda Pereira, 1986:242-46) cuyas narraciones se ajustan al esquema básico arriba expuesto, con algunos detalles singulares. En ambas versiones la mujer seducida tiene dos hermanos varones, como ocurre también entre los shipaias, v. supra. La actitud de la hermana en los relatos iranche y paresí es bastante complaciente, puesto que, una vez enterada de la identidad del seductor, lo acompaña al cielo y procura retenerlo de concubino, actitud en la que igualmente concuerdan con la versión shipaia. Entre los paresíes aparece un detalle que delata una inventiva propia de una historia picante “indian fashion”, más que de un mito etiológico: el hermano libidinoso es incitado al acto por los informes que le da una garrapata (!) acerca de las atractivas particularidades anatómicas de su hermana. Las dos versiones, iranche y paresí, van provistas, además, de otros incidentes que parecen claramente agregados al modelo básico por la tradición local. No sabemos que entre otros grupos arauacos el relato formara parte de su acervo mítico, si exceptuamos cierto texto cuniba del que nos ocuparemos más adelante. Esto, naturalmente, no es nada concluyente, porque el conocimiento de la mitología arauaca es muy fragmentario y, desde luego, insuficiente. Pero no parece haber sido conocido por campas, machiguengas, guajiros, piros, guarequenas y baniwas. Por lo tanto, hasta prueba en contrario, parece más probable que los casos en que el mito ha sido hallado entre grupos arauaco- 16 Olaf Blixen parlantes puedan ser atribuidos a contactos culturales, más bien que a la tradición propia del grupo. Textos de la región intermedia.- El relato del incesto de la Luna también aparece entre varios grupos cercanos a iranches y paresíes, circunstancia que puede reflejar el hecho de que conocemos algo mejor la mitología de esos grupos que la de otros, o bien puede ser expresión positiva de la extensión peculiar del mito entre ciertas etnías de la región intermedia que separa las áreas ge y chaqueña. El relato recogido por Schultz entre los umutinas (1961-62:245-46) se aparta del esquema en un punto sustancial: no hay visitante nocturno ni, por consiguiente, uso de colorante alguno para identificarlo. El mozo que se convertirá luego en Hari, la luna, escoge a la hermana para tener acceso sexual por los informes secretos que le da la garrapata, como ocurre entre los paresíes, grupo poco menos que vecino. El detalle revela que estamos ante un préstamo cultural, por lo menos parcial. Valiéndose de engaño, pero a la luz del día, induce el mozo a la hermana a acompañarlo a lugar apartado y, desde allí, tomando la forma del arco iris, la transporta al cielo, pese a las protestas de ella. Así pues, aunque el tema se conserva, la concreción es bastante atípica, y puede juzgarse marginal. Entre los rikbaktsas (Holanda Pereira, 1973:45) la historia se desvirtúa, porque únicamente se dice que el seductor se acuesta de noche con “una viuda”, que le imprime en la cabeza las marcas de tinta, como en los demás casos. Puesto que no se señala parentesco alguno entre ambos, queda sin explicación la turbación que experimenta el hombre ante este suceso. El estado de turbación ha perdido sentido en una historia en que no se menciona incesto alguno, y revela que estamos ante una variante empobrecida de una narración en la que sí se justificaba. De todos modos, el hombre se transforma en luna y sube al cielo por el extraño procedimiento de alzar progresivamente la hamaca de dormir hasta “chegar lá em cima”, a pesar de los llamados de la viuda para que baje[8]. Los nambicuaras (Holanda Pereira, 1983:119-20) dan una versión del relato en la cual tampoco se menciona parentesco alguno de los amantes. Luna venía por las noches a cohabitar con una mujer, Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 17 pero sin entrar a la choza en que ésta yacía, no obstante lo cual la mujer quedó embarazada. Esto parece indicar, más que una concepción manística a la distancia, la posesión de un miembro viril desmesurado, rasgo que frecuentemente se atribuye, en ciertos grupos sudamericanos, al hombre-luna (v. infra). La moza, para conocer su identidad, decide marcarlo, y le arroja desde la hamaca leche de soveira[9] mezclada con arena y carbón, lo que le produce las manchas. El hombre sube al cielo, trepando por un árbol, y allí queda, una vez asumida su figura de luna. Textos guaraos.- Los guaraos o guaraunos, que habitan en los bocas del Orinoco, conocen asimismo este mito, según queda dicho antes. Es bastante razonable pensar que lo hayan recibido de sus vecinos arauacos de las Guayanas, pues es sabido que las mitologías arauaca y guarauna tienen muchas correspondencias, debidas, seguramente, a préstamos reiterados. Roth no nos da un texto específicamente guarao de este mito, limitándose a señalar, en su monografía, que la narración que transcribe vale tanto para arauacos como para guaraunos (1915:256). El Padre Barral (en Wilbert y Simoneau, 1970:63) y el Rev. Osborn (1960:79) dan textos que se atienen rigurosamente al esquema que consideramos básico de este mito para Sudamérica. En el relato de Osborn la muchacha marca a su amante nocturno, en la espalda, con jumatu(genipa). Cuando descubre que es su hermano, le reprocha su desvergüenza, y el mozo, que se marcha de la aldea, se convierte primero en rabipelado[10] antes de transformarse en luna. En el texto de Barral no existe este insólito estadio evolutivo intermedio, pero se desvía del esquema común en que el mozo que se convertirá en luna tiene dos hermanas solteras, a las que visita por la noche con fines sexuales. También debe considerarse como variante de este mito una narración conocida por referencia de Hartt (1885:153) que conviene citar textualmente: “O Dr. (Silva) Coutinho achou no Rio Branco um mytho em que a lúa, representada por uma moça, ficou enamorada de um seu firmâo e o visitou de noute, sendo trahida afinal, por elle ter passado na sua cara a mâo coberta de urna substancia preta. O mesmo mytho foi encontrado no Rio Jamundá pelo Sr. Barbosa Rodrigues”. Como puede verse, se trata del mito que analizamos, con sexos 18 Olaf Blixen cambiados. Puesto que no hay atribución concreta de etnía, la información tiene escasa utilidad. Pero cabe consignar que, históricamente, el Jamundá ha sido río en cuyas márgenes y cabeceras han estado localizadas varias parcialidades tupíes y caribes[11]. Textos de la Amazonia Occidental. - La historia de la pasión incestuosa del hombre-luna se extiende por la Amazonia occidental hasta la cuenca del Putumayo y el oeste del Río Negro, pero el tema aparece, a veces, con modificaciones bastante importantes. En mi opinión, es lo más probable que haya sido llevado hasta allí por grupos tupí-guaraníes o, más difícilmente, por caribes. En ciertos casos, el tema puede haberse incorporado al grupo en el cual aparece registrado, antes y, a veces, bastante antes de los últimos desplazamientos que lo hayan conducido a su actual ubicación, en el oeste de la Amazonia. El texto ticuna recogido por Nimuendajú (1952:143) es fiel al esquema, a despecho de algunas alteraciones. El mozo lascivo aprovecha, para abusar de su hermana, el hecho de que ésta parezca tener un sueño de piedra, pues ni aun la curiosidad puede mantenerla despierta, para saber quién la posee por las noches. Contra toda suposición razonable, llega incluso a nacer un hijo a la muchacha dormilona, sin que haya logrado averiguar la identidad del aprovechado noctámbulo. Recién entonces usa genipapo para embadurnar la cara del persistente visitante que, al notarse untado, huye. Trata de sacarse la pintura, frotándose con hojas. Estas se ennegrecen y luego vuelan, transformadas en pavas de monte; pero las manchas siguen inalteradas. Para eliminarlas se baña en el arroyo San Jerónimo, que, por ello, tiene desde entonces oscuras sus aguas. También esto es inútil, y, sin lograr limpiarse la cara, emigra al cielo y se convierte en luna, conservando inalteradas sus máculas faciales. Niño (1978:55-57) recogió entre los ticunas otro texto que, después de un introito completamente ajeno a la tradición de este mito, se adecúa sensiblemente a los episodios del texto de Nimuendajú, aunque finalmente continúa con las andanzas de los hijos de la luna, lo que configura un apéndice local, quizás reciente. Más al oeste, sabemos por datos muy sintéticos de de Wavrin que el tema es conocido por los ocainas (1932:144) y por los boros Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 19 (1932:143). Entre los quijos del Ñapo menciona Oberem (1980:298) un relato estrechamente fiel al esquema que reputamos tradicional, pero no resulta claro si lo ha conocido directamente o lo ha tomado de de Wavrin (1927:326-27). En otra versión de Oberem (p. 345) sólo se dice que, cuando el hombre quiso emigrar al cielo, su verdadera mujer -no la protagonista del incidente incestuoso- tardó demasiado en prepararse para el viaje, y se retrasó. Cuando el marido empezó a elevarse, ella trató de detenerlo, con sus dedos manchados de wito (genipa), lo que le produjo las manchas. Aparte de otras narraciones míticas con las cuales explican la presencia de las manchas lunares (vide infra) los jíbaros del grupo aguaruna conocen también la tradición incestuosa, en una versión que tiene todos los ingredientes clásicos. Nantu, el futuro Lima, era antes un hombre que estaba casado y vivía en la tierra. Sin embargo, se introducía de noche en la choza de su hermana soltera para mantener con ella relaciones sexuales, sin dar a conocer su identidad. Identificado, como en los otros casos, mediante las manchas de genipa, emigró al cielo con su hija pequeña (Chumap Lucía y García Rendueles, 1979:205). A orillas del Curaray, afluente meridional del Ñapo, el P. Reinburg (1921:11-12) recogió, entre los záparos, un relato, también muy conservador, que sigue casi punto por punto el esquema que hemos establecido. Apenas se aparta algo de él cuando el mozo, reconocido y avergonzado, para subir al cielo, en vez de la cadena de flechas u otro género de escalera, elige emplear el vuelo. Para ello se fabrica unos abanicos y logra el auxilio de un ave. También aquí la mujer legítima lo quiere acompañar, pues el seductor de la hermana está, además, casado con otra mujer. Pero la esposa demora tanto en arreglar sus bártulos, que el marido decide no esperarla más. En el cielo, como es de regla en este mito, Luna queda instalado exhibiendo sus manchas de genipa. Hay buenas razones para pensar que esta historia haya penetrado entre los záparos por vía de grupos tupíguaraníes, puesto que son reconocidas las relaciones y afinidades del záparo y el miranya, que posee cierto número de radicales guaraníes (Rivet, 1911) o también pueden haber recibido el relato de sus vecinos omaguas (Métraux, 1927:37). 20 Olaf Blixen El texto witoto recogido por Preuss (1921:(1):330 ss.) comienza en la forma habitual en las versiones conservadoras. Aquí es el padre el que se enoja con la muchacha, cuando la ve embarazada de alguien desconocido, y le da colorante para que lo identifique “la próxima vez”. Descubierta la identidad del hermano de la moza, el padre, en una demostración de justicia sui generis, condena al abandono a la hija que ignoraba quién la seducía durante la noche, y se marcha con el hijo seductor, que no parece haber recibido reprimenda alguna. La relación prosigue enlazando el destino de la muchacha con el de la heroína de la historia de los mellizos: la moza parte en busca de su familia, que ha dejado el campamento mientras ella ejecuta lejos una orden paterna, y se extravía, porque el maligno progenitor ha alterado los rastros para conducir a la hija a la aldea de los jaguares, donde ocurren los acontecimientos que caracterizan la historia de los gemelos. Como los rasgos de esta versión del mito de los mellizos se adecúan a la variedad tupí-guaraní, considero que el mito del incesto lunar se ha introducido entre los witotos por vía de vecinos tupíguaraníes, sean ellos los omaguas u otro grupo no identificado. Aunque en la historia publicada por Preuss no se diga que el mozo se convierta en luna, su nombre, Fuiuiekahftoma (estrictamente “luna-sol”, pero con el significado de “luna”) no deja dudas en cuanto a su identificación. De Wavrin (1932:137) también señala, escuetamente, la presencia del mito entre los witotos; y el Padre Plácido de Calella (1944:39) da una versión tradicional, aunque muy breve, recogida entre los witotos de La Chorrera. La historia es conocida igualmente entre los ufainas (v. Hildebrand, 1975:345) pertenecientes al grupo tucano oriental. Entre ellos Luna es hijo de Sol quien, a su vez, no ha tenido padre y parece, por lo tanto, un ente originario, increado. Ocurre que Luna se masturba en un árbol o madero. La hermana le reprocha esa conducta aberrante, y le señala que ella podría remediar ese deseo. Ante esta invitación, Luna la visita todas las noches. Por consiguiente, el episodio de la pintura facial para identificar a quien ya es conocido por la moza, aunque ocurre, carece de toda justificación, y revela que el incidente inicial es un agregado local mal cosido. El desarrollo siguiente de la acción del mito en estudio también es atípico: Luna se lava Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 21 constantemente la cara para quitarse las manchas; parece ser que por ello no come, se debilita y muere, lo que sería interpretación de las fases lunares. Tenemos, pues, base para considerar que se trata de una narración recibida de otra etnía, e incorporada a un contexto originariamente distinto, como lo es la historia de los cuatro Imarikakana, héroes culturales y burladores de los ufainas, cuyas andanzas no tienen, por lo demás, vinculación con el mito en estudio. Entre los andoques (Landaburu y Pineda, 1984:45 ss) Sol y Luna son hermanos, ambos salidos de un huevo doble. Como Luna no tiene mujer, pero sí la tiene Sol, Luna suele ir de noche a “molestar” (sic, término eufemístico) a la cuñada. El parentesco de la pareja nocturna se desplaza, por lo tanto, a una relación de afinidad. Como ocurre en otros casos, el marido -Sol- aconseja a la mujer que recurra al unto con genipa para averiguar quién la visita, en una actitud que parece movida más por curiosidad que por celos. Ese es el origen de las manchas lunares; y la historia prosigue luego con una larga serie de episodios que reflejan la animosidad que se profesan los dos hermanos, que continuamente procuran causarse daños. Los shipibos, grupo de lengua pano de las riberas del Ucayali, narran una versión perfectamente apegada al esquema antes presentado y desprovista de adornos, si se exceptúan algunos detalles ligeros que proceden de la aculturación del narrador. Aquí, según el informante, la muchacha visitada es prima del amante desconocido, pero en el grado más próximo, por lo que la relación sexual está prohibida y el acto es considerado incestuoso. Las visitas se repiten mientras la muchacha duerme; y, como en otros casos, ella se percata del hecho cuando despierta. El amante nocturno, cuando es manchado con wito, huye. Para reconocerlo, la moza organiza una fiesta con reparto de masato, la bebida nacional indígena. El primo no asiste, pues se finge enfermo para no ser descubierto por su rostro ennegrecido. Al notar su ausencia, la muchacha lo busca en su choza y descubre que es él el amante nocturno. Avergonzado ante todos, el hombre hace una dieta ritual para alivianar su cuerpo, y llama a los pájaros tuayos y otros para que lo transporten al cielo. Al cabo de quince días se ha aligerado lo bastante para que lo puedan transladar. Avisa su partida a sus padres y los 22 Olaf Blixen pájaros lo alzan hasta el cielo. Seis días después, aparece convertido en Luna, con su faz ensombrecida[12]. Hacia el este, en las márgenes del Juruá y el Jutaí, los cunibas, grupo arauaco hoy desaparecido, conocían este mito, según registro de Nimuendajú (en Baldus, 1946:108- 09, Fide Lévi-Strauss, 1979:71). La narración cuniba -no confundir con los cunibos, grupo bastante próximo y aún existente, pero de lengua pano- se atiene al esquema tradicional; pero, desde el punto en que el hermano, una vez descubierto, es expulsado de la aldea, hasta su transformación en luna, se intercala en la acción un incidente que tiene amplia difusión en las dos Américas, sea como mito independiente, sea como motivo que interviene en otros relatos. Se trata del conocido episodio de la “cabeza rodante” (rolling head) o “cabeza persecutoria”, puesto que no siempre rueda, pero siempre persigue. Ocurre, pues, que, en su huida, el hermano incestuoso tropieza con enemigos que lo matan y le cortan la cabeza. Otro hermano del asesinado, que intentaba alcanzarlo, encuentra la cabeza cercenada y la recoge, pues la cabeza parece conservar la vida, habla y mueve los ojos. Sucede, entonces, lo que es típico de esta narración mítica. La cabeza empieza a importunar a su portador para que le dé de comer y de beber, y se transforma en una carga insoportable, y progresivamente amenazadora, para el desgraciado que ha tenido el infortunio de apiadarse de ella. El portador trata de librarse de la ominosa cabeza, y lo consigue; pero la cabeza lo persigue hasta la aldea. Como allí le impiden la entrada a la choza, decide cambiar su identidad: se libra a sucesivas metamorfosis que no la satisfacen, hasta que se convierte en luna, se aloja en el cielo y se venga de su hermana, que lo ha denunciado, afligiendo a las mujeres con la menstruación. Esta transformación de la cabeza cortada en la luna, precedida de deliberaciones para escoger entre diferentes destinos, fue registrada, hace varias décadas, por Capistrano de Abreu (1914:458-74) entre los cashinauas, grupo pano ubicado a medio camino entre shipibos y cunibas. Pero, a diferencia de lo que sucede en el texto cuniba, la aventura de la cabeza rodante no aparece relacionada con episodio incestuoso alguno. Puede, sin embargo, tratarse de una omisión del relator, un adolescente bastante aculturado que sirvió de informante a Abreu[13]. Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 23 Textos Cunas.- La explicación de la presencia de las manchas de la luna sobre la base de un incesto entre hermanos se ha extendido a algunos puntos de la región circuncaribe, por cuanto aparece difundida entre los cunas de Panamá. Wassén (1937:16-24) ha publicado un texto de esta etnía en el cual la historia conserva sus elementos característicos. Es digno de notarse que, como ocurre también en otros casos, sobre todo en la Amazonia occidental, el episodio en estudio enlaza con el mito de los gemelos, asociación que plantea, por cierto, complejos problemas de mitología histórica. En el texto comentado se señala que cierto Olonitalipipilele vivía en compañía de su hermana. Ambos tenían también consigo muchos sobrinos de los que se dice que “eran animales”. Seguramente, sin embargo, poseían la condición ambigua corriente, para estos casos, en la conciencia mítica, pues se expresa que estos mismos seres iban de mañana a la selva a trabajar y volvían por la noche, y semejante rutina laboral es, para nuestra desgracia, penosamente humana. Como la hermana era la única mujer conocida, el susodicho Olonitalipipilele empezó a cohabitar con ella por las noches, aprovechando el pesado sueño de la mujer. Por alguna traza, sin embargo, ésta se dio cuenta de que cierta experiencia sexual le ocurría durante las noches, y supuso que alguno de sus sobrinos sería el responsable de ella. Creó piojos y pulgas para que la despertaran en el momento oportuno, sistema de “despertador” que, al hombre de Occidente, se le antojaría demasiado parsimonioso en la espera y demasiado inseguro en los efectos. La moza, en efecto, no despertó. Creó entonces la garrapata, con el mismo propósito, y puso, previsoramente, junto a su hamaca o chinchorro, un pote de Genipa americana. Secó también las corrientes de agua de las cercanías, detalle que sería completamente anómalo y extravagante, si no viéramos en él un rasgo residual de algo que no se dice en el mito, y que tiene extraordinaria importancia desde el punto de vista histórico-comparativo. Por el detalle inferimos que la hermana de Luna debía ser originariamente el Sol (astro que asume, en muchos casos, naturaleza femenina) como ocurre, por ejemplo, en una historia cheroqui y en varias historias esquimales de las que nos ocuparemos más adelante. El detalle en cuestión tiene sentido en aquellos relatos en que el sol quiere evitar que alguien haga uso del líquido de las 24 Olaf Blixen corrientes de agua para aliviarse el ardor de una quemadura y, para ello, se vale de su poder calórico para producir súbita e intensa sequedad. Esto ocurre, entre otros casos, en unos textos ges (v. infra). Así pues, cuando vino el visitante nocturno, la garrapata despertó a la mujer con su picadura y ella manchó la cara del intruso. Al día siguiente, reunió a sus sobrinos para descubrir al culpable del abuso sexual, pero ninguno de ellos mostraba trazas de genipa. El hermano, en cambio, no salía del toldo y pretendía estar enfermo. La moza levantó la estera del cobertizo y el hermano huyó irritado y corrido. La muchacha lo siguió, llamándolo en vano para que se quedara con ella. Nuevamente, es en este punto cuando la historia del incesto de Luna enlaza con la historia de los gemelos que, como queda dicho, tiene entre sus primeros episodios el de la búsqueda por la mujer de su marido o de su amante. Como sucede en esa historia, la mujer toma el camino engañoso, llega a la casa de la madre de los “caníbales”, que son los jaguares, y allí es muerta. De su vientre lacerado por las garras del tigre nacen, sin embargo, los mellizos vengadores, que, consumada su venganza, emigran al cielo, donde aparecerán como estrellas. A su vez Olonitalipipilele asume la apariencia de luna, y ostenta las manchas que le ha producido su hermana. La versión cima tiene, forzosamente, cierto carácter confuso, porque en la misma se aúnan papeles protagónicos que Sol y Luna desempeñan en dos historias distintas. En efecto: los dos gemelos -de los cuales uno, el mayor, es siempre más importante que el otro- son identificados corrientemente con el sol y la luna; y, en un contexto mítico diferente, esto es, en otro mito, Luna es el resultado de la metamorfosis que sufre un mozo que comete incesto con su hermana. Al juntarse ambas narraciones, la luna aparecería con dos orígenes distintos, contradicción que el mito salva haciendo que los gemelos se conviertan en estrellas y no en los dos astros mayores. El otro texto cuna al que se refiere Wassén (1934:25-26) es una historia, narrada a Nordenskiöld, en la cual el “hermano” es una estrella (Ogelel) y la hermana es la luna, que persigue al hermano, sin alcanzarlo. La luna, aquí mujer, unta el rostro del hermano con genipa. En esta versión aberrante y, a todas luces, producto de una deformación de la tradición, las manchas de la luna quedan sin Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 25 explicación, pues el hermano embadurnado es una estrella que, obviamente, no puede presentar manchas visibles. Textos varios.- En distintos puntos de la América Cisandina, en posición marginal con respecto al foco principal donde se localiza el relato mítico del incesto del hombre- luna, aparece cierto número de versiones en las que se advierten elementos más o menos claros del esquema del referido relato. Estas narraciones van desde aquéllas que pueden considerarse aberrantes, pero que descubren, no obstante, con claridad, su filiación con el motivo en estudio, hasta otras en que sólo se advierten trazas de él, y es muy opinable si representan variantes reducidas, deformadas o alteradas del susodicho esquema o son creaciones independientes, en algún sentido, convergentes. Krause (1911:481) recogió a principios de siglo, entre los carayaes, un texto en que Kananxiwe, el conocido héroe cultural del grupo, actúa como violador incestuoso. Este personaje, que vive con su abuela, se ennegrece la cara con carbón, la sigue al bosque cuando va a buscar leña y la viola, sin que la mujer descubra la identidad del forzador, a pesar de tan primitivo disfraz. Pretende después ir al bosque a perseguir y castigar al desconocido individuo; pero su superchería es descubierta y es castigado a golpes por los jóvenes de la aldea. Aunque no lo diga el texto de Krause, es posible que, en el modelo que ha inspirado esta narración, el protagonista buscara nuevo destino y lugar donde vivir, y se transformara en luna[14]. Cabe señalar que, si bien estamos ante una relación incestuosa, la función del colorante dérmico es distinta y hasta opuesta: en el modelo general, su función es identificar; y, en este caso, ocultar la identidad, como en el texto emerillón antes citado. Y aunque también incestuosa, es distinta la relación parentelar. El motivo figura con bastante fidelidad en un cuento siona, nutrido de incidentes variados (Chaves, en Niño, 1978:85), que no pueden ser resumidos aquí. Luna (Ñañamgué) se enamora de dos hermanas, a las que corteja. Debe primeramente quitarles los dientes de piraña que tienen en las vulvas, conocido motivo de la mitología sudamericana que, sin embargo, no aparece habitualmente asociado con la historia del incesto lunar sino con otras, como, por ejemplo, la 26 Olaf Blixen del origen de las mujeres en la región chaqueña. Ello sugiere el carácter compuesto de esta versión. Como las mozas quedan enojadas con el hombre-luna, al comprobar que han sido desposeídas de esa originaria defensa, luna debe apelar más tarde a la oscuridad de la noche para mantener relaciones con ambas hermanas, ocultando su identidad. Identificado, como en otros casos, con tintura de pepas de huito, las mozas lo rechazan no bien saben quién es. Luna se venga luego duramente de esos desdenes. La inserción del motivo en un contexto que se aparta de la presentación común del mito, sugiere, en este caso, la adaptación del tema incestuoso de algún otro grupo y su acomodación con temas diversos. Entre los jíbaros recogió Stirling (1938:124) un texto que presenta como “muy antiguo y sagrado” pero que aparece provisto de incidentes no corroborados en otras colecciones de relatos jíbaros. Tanto por ello como por su estructura general, me parece una narración poco fidedigna, al menos como representativa de la tradición del grupo. Nantu, la luna, es creada mediante una concepción mágica (soplo sobre bola de barro) para ser mujer de Etsa, el sol. Como Nantu es tímida, huye del esposo que se le ha fijado. Es interesante agregar que el relato aclara que Nantu ha sido formada por ese procedimiento mágico por la pareja creadora (Kumpara y Chingaso) para que no fuera hermana del hijo de ambos (Etsa); vale decir, para evitar el incesto. Para escapar al asedio de Etsa, Nantu sube al cielo por una cadena de flechas; se embadurna con genipa su cuerpo, “que se transforma en noche“ (sic) y también se pinta la cara con el mismo colorante, lo que da origen a sus manchas. La historia prosigue con incidentes variados. Puesto que la mitología jíbara ofrece otras varias versiones, congruentes entre sí, de un relato etiológico de las manchas lunares, que nada tiene que ver con éste, es probable que estemos ante un emplasto non bene iunctarum rerum. Límites de la expansión del mito.- La vasta región sudamericana por donde se ha difundido el mito del incesto del hombre-luna, tiene, sin embargo, sus límites; al menos, por cuanto hasta ahora sabemos. La historia no es andina, cuestión a la que nos referiremos más adelante, aunque, como pudo verse, alcanza una región trasandina en el caso de los cunas, a los cuales, probablemente, haya llegado por vía marítima. En la Amazonia occidental parece que Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 27 el mito va adquiriendo formas que se desvían o alejan del modelo caribe-tupí-guaraní, a medida que aquél se inserta en contextos locales, peculiares a los grupos que lo han adoptado. Y, al mismo tiempo, la presencia de grupos que parecen desconocerlo totalmente marca los límites de su dispersión. Más claro aún es el panorama por el sureste y el sur. En el sureste, como veremos de inmediato, la extensa región ge desconoce el mito y tiene otra explicación del origen del astro y, específicamente, de sus manchas. Por el sur, los grupos chaqueños no poseen una explicación unitaria de cómo surgió la luna y cómo se manchó. Esto es algo que debíamos esperar, en vista de la existencia de distintas familias lingüísticas en el Chaco, y de las originarias diferencias de cultura, visibles bajo el profuso intercambio cultural entre las etnías, seguramente intensificado por los contactos pacíficos del último siglo. Y más al sur, en la dilatada región patagónica y en los territorios insulares fueguinos, el mito es completamente desconocido, a pesar de la notable importancia que el motivo del incesto adquiere entre estos pueblos, hecho que se pone en evidencia por su valor etiológico para explicar buena cantidad de mitos zoogónicos. Notas [1] Cuando el relator introduce supuestas aclaraciones, para explicar esta igno- rancia, revela habitualmente un racionalismo aculturado: la muchacha no ha podido identificar al visitante porque éste ha permanecido callado para que no se le conozca la voz; o porque la noche era muy oscura, pues todavía no había lima; o porque el mozo abandonaba a la mujer antes de aclarar, etc. [2] En este texto, sin embargo, no se menciona el carácter incestuoso de la relación entre los protagonistas, y tampoco es la mujer dormilona quien mancha al desconocido amante, sino una persona apostada a propósito para vigilarla. Tal guardián sorprende al intruso y le mancha la cara para reconocerlo, solución artificiosa que reaparece en los textos recientes de la isla Dominica. El texto de Bretón, que sirve en su Diccionario para ilustrar por qué el ieréttê o colibrí ha recibido su bello plumaje, dice lo siguiente: Les caraibes feignent que la lune, (qu’ils font passer pour un homme) vit autre fois une fille pendant son sommeil el l’engrossit, ce qui obligea sa mere a luy donner une personne pour veiller sur elle, qui le surprit, el le noircit pour le reconnoistre, avec du Genipa, qui sont ces taches qui paroissent encore au iura’huy dans cet astre (á ce qu’ils disent)... [3] Esta original deliberación interior del personaje, previa a la elección de una metamorfosis que fije su destino final, reaparece en otras versiones que hacen 28 Olaf Blixen provenir la luna de una cabeza cortada, de cuyo motivo hay diversas variantes en la Amazonia central y occidental (V. infra referencias a cunibos y cashinauas). [4] La inversión del sexo de Luna -mujer entre los tapirapés- no es error de Wagley ni de sus fuentes. Ella está confirmada por Baldus (1970:359) cuyo principal informante, Kamairahó, decía que Kuana (el sol) es hermano soltero de Chahy (la luna), casada con la “estrella grande” (chahy-tatá-o), llamada Ampuaynumá, el planeta Venus. Tal matrimonio de Luna, diferente del que le atribuye Wagley, es más congruente con lo que dicen otras tradiciones, que ven en Venus la consorte de Luna; aunque lo corriente es que, en esa pareja, Venus sea la mujer y Luna el marido. [5] He comprobado personalmente que la historia es conocida por el grupo mbiá que, desde hace algunos años, ha emigrado al Uruguay y cuyos integrantes están en este momento localizados en distintos puntos del país. El informante atribuía las manchas lunares al mismo episodio nocturno varias veces reseñado, pero no sabía si existía parentesco entre los protagonistas. [6] Borba había publicado este relato en 1908 pero, aparentemente, sin estar enterado de esta circunstancia, Fric lo dio a conocer en 1912 (pp. 479 ss.) creyéndolo inédito y mencionando debidamente su fuente. Cabe colegir que el texto estaba todavía inédito cuando Fric visitó al señor Borba. [7] En su recopilación de mitos y cuentos de indios del Brasil publica Baldus (1958:115) un texto guaraní, inédito, de Nimuendajú, que pertenecería a la parcialidad apapocuva. Según el texto, en los primeros tiempos mozos y muchachas dormían separadamente y “no se conocían”. Cuando por primera vez se fueron a reunir sexualmente, las muchachas aguardaron en la oscuridad de la choza y los hombres quedaron fuera, junto al fuego, donde cantaron y bebieron para darse ánimo (!). Después entraron en la choza oscura y cada uno se acostó con una mujer, sin llegar a verla. Uno, más curioso, quiso saber cuál le había tocado, y le preguntó quién era; pero ella no le contestó. Entonces, humedeciendo el dedo con un poco de barro del suelo, el mozo la marcó en la cara. Antes de amanecer todos salieron. Los demás ignoraban con quién habían tenido relaciones, pero uno se jactaba de que él llegaría a saberlo. Cuando aclaró, todos vieron que la moza en cuestión era la hermana del curioso. Hoy ella es Yacy (luna) y él Ñanderú, epíteto aquí aplicado, a lo que parece, al sol. Este se mete en el horizonte cuando la luna sale. Estimo que la inversión de sexos es un cambio reciente. La reaparición de Sol como protagonista del incesto con su hermana Luna, lo cual reconstruye, con sexos cambiados, el modelo esquimal, es altamente interesante; pero, en mi opinión, es una convergencia local y, probablemente, también reciente. [8] El sistema no cede en gracia -aunque seguramente involuntaria- al sexto medio ideado por Cyrano de Bergerac para ascender a la luna, en la famosa obra de Rostand (III, 13): Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 29 Cyrano ...En fin, me plaçant sur un plateau de fer, prendre un morceau d’aimant et le lancer en l’air! ça c’est un bon moyen: le fer se précipite, aussitôt que l’aimant s’envole, á sa poursuite; on relance l’aimant bien vite, et cadédis! On peut monter ainsi indéfiniment. De Guiche ...Six! [9] Según Pereira la soveira (en nambicuara urekatu) es el Brosimum galactodendron. [10] Nombre común regional de la zarigüeya, Didelphis sp. [11] Véase el Mapa Etnohistórico del Brasil (Nimuendajú, 1980). [12] Datos de la versión grabada recogida de un informante shipibo en Maputaya, Perú, el 20 de enero de 1980, durante una campaña de investigación etnográfica llevada a cabo por un equipo dirigido por el Prof. Mario Califano, Director del Centro Argentino de Etnología Americana. [13] La relación entre el motivo de la cabeza rodante y el origen de la luna se da también en América del Norte, cuestión interesante que, por otra parte, ha sido ya señalada por Lévi-Strauss (1979:67 ss.). Se trata de un punto que merece atención especial, pero que debe ser analizado al estudiar las variaciones y la difusión del susodicho mito de la cabeza persecutoria. [14] No obstante esto, es preciso señalar que, según Ehrenreich (1948:89) entre los carayaes las manchas lunares son sapos. Esta afirmación, aunque aparentemente aislada en lo que toca a Sudamérica, es de gran interés si se considera que, en América del Norte, varios pueblos indígenas identifican las manchas de la luna (ente masculino) con la figura de una rana que le saltó a la cara o al cuerpo y allí quedó prendida (cf. Dorsey y Kroeber, 1903:323,333 para los arapaho; Kroeber, 1907:90 ss. para los gros ventre; Teit, 1930:178 para los coeur d’aléne; Bowers, 1950:200-205 fide Lévi-Strauss, 1979:266-67, para los mandan, etc.). Ehrenreich (1905:35-36) establece relación entre “die Figur, die die Nordamerilcaner aus den Mondflecken heraussehen” y Wowte, la rana de la mitología guarauna, que figura en el mito de Aboré y que es un personaje conspicuo en la mitología de las Guayanas. Se trata de un problema complejo, que requiere análisis especial de las fuentes norteamericanas y la colación de otros textos sudamericanos que puedan presentar el mismo o parecido motivo, lo que no podemos hacer aquí. 30 Olaf Blixen Otras explicaciones miticas de las manchas lunares en Sudamérica Textos chocoes.- Los chocoes, vecinos y enemigos seculares de los cunas, tienen una distinta explicación de las manchas del satélite, que aparece integrada en la historia de los mellizos hematófagos, par de gemelos que no tiene relación visible con la pareja de héroes que, en Sudamérica, protagoniza el ciclo de los mellizos por antonomasia. Estos gemelos del noroeste del continente nacen, sea de la pantorrilla de un hombre, según versión de los waunanas o noanamas del Chocó (Wassén, 1963:71) y de los catíos (Hermanas misioneras, 1929:100)[1], sea de la de una mujer, según otro relato noanama (Wassén, 1935:133). Los susodichos gemelos tienen la particularidad, tan peligrosa como desagradable, de alimentarse de sangre, especialmente menstrual, lo que los vuelve rápidamente aborrecidos y temidos dentro de su comunidad. Después del parto que los ha traído al mundo por tan infrecuente conducto, muere unas veces el padre, otras la madre, y los mellizos se preocupan por averiguar quién ha sido el causante de esa muerte. Las contestaciones que reciben parecen ser, unas veces, deliberadamente falsas; otras, sólo elusivas. Entre las respuestas se les dice que el matador del padre ha sido Luna, y los mellizos se ingenian para trepar hasta él y aplicarle bofetones o arañazos, que son causa de las manchas que se observan en la faz lunar. El hombre-luna es salvado de mayores daños por la acción del pájaro carpintero, que hace caer a los atacantes, picoteándolos en la cara o destrozando la guadua por la que han trepado a las alturas. Textos ges.- Entre los pueblos ges Sol y Luna son, a veces, hermanos, incluso gemelos (suyá, Frikel, 1990:15); pero es más común que sean amigos ceremoniales (ramkokamekra, Crocker, en Wilbert y Simoneau, 1978:51) o compañeros de caza y de aventuras. Sol (Pud, Put, Mbudtí, etc.) tiene más poder que Luna (Pudlere o Pudlera, Puduvrí, Mbuduvrire, etc.). Es más hábil, y puede lograr resultados que Luna trata vanamente de imitar. Luna, además, se muestra envidioso o codicioso de los bienes que Sol consigue o de los efectos que produce, y su pretensión de obtenerlos provoca la burla de Sol y, en ocasiones, un castigo rudo. Otras veces, es el conjunto de seres Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 31 todos quien sufre las consecuencias de las torpezas o terquedades de Luna, pues por ellas se instaura la muerte en el mundo, se impone a todos los hombres la penuria del trabajo, y se incendia y se inunda el universo (ramkokamekra, Crocker, loco cit.). Así pues, la aparición de las manchas lunares encuentra origen en el contexto de las peculiares relaciones de la pareja. Sol es, en esos incidentes, un burlador, un trickster, que se entretiene en hacer experimentar a Luna su poder superior. En uno de esos episodios, se dice que Sol ha cazado uno o dos carpinchos, o bien que los ha recogido en el campo donde yacen, asados durante el incendio universal causado por la imprudencia de Luna[2]. Cuando se reparten las presas, Luna se queja de que su carpincho, o el trozo que le toca, tiene poca grasa. Este es realmente un resultado producido por el poder de Sol que, ante las quejas de Luna, ejecuta algún acto potente para que el pedazo de su compañero pierda la grasa y la adquiera la porción que ha reservado él mismo para su consumo. Irritado por los reclamos de Luna, Sol arroja a su compañero un trozo de carne, húmedo de grasa hirviente, que saca del fuego, y le provoca dolorosas quemaduras[3]. En muchas versiones, Luna se dirige al río cercano para aliviar el dolor de la piel abrasada, pero encuentra que Sol, usando su potencia sobrenatural, ha secado la corriente[4]. Las manchas lunares, pues, son las cicatrices indelebles que las quemaduras le han producido en el vientre[5] o en la cara[6]. Textos chaqueños.- Tampoco ha penetrado el mito etiológico caríbico-tupí-guaraní en la región chaqueña, a pesar de la proximidad de guarayos, chiriguanos y otros grupos guaraníes. Los chaqueños explican las manchas lunares mediante otros mitos, como veremos de inmediato. Las explicaciones que dan los matacos acerca del origen de la luna, por una parte, y de sus manchas, por otra, son peculiares e incompatibles con el tema incestuoso en estudio. Según los matacos, la luna era, en un principio, un hombre apuesto que vivía en la tierra. Las mujeres gustaban de él, y tuvo relaciones sexuales con varias, pero todas aparecían muertas al día siguiente de la cohabitación. Porque Luna, Welá, tenía un miembro desmesuradamente largo, con el cual les 32 Olaf Blixen producía un desgarramiento tal que les causaba la muerte. Por último realizó una cópula más considerada con una moza, prevenida para el caso, y, aunque le produjo una hemorragia, la muchacha sobrevivió a la experiencia y se curó. Tal es el origen de las menstruaciones[7]. Luna, después de este suceso, se trasladó al cielo, desde donde nos alumbra, sea por voluntad propia, sea por haberlo dispuesto así Tokjuaj, el burlador y héroe cultural de la etnía[8]. La explicación mataca de las manchas tiene las trazas de una historia de burlador burlado, para usar la terminología de Palavecino (1940). Luna decide salir a cazar patos, provisto de una red y, para capturarlos, se interna en una lagunadonde abundan. Pero tiene mala fortuna y, descubierto, los patos lo laceran y arañan. Ese es el origen de las rayas y cicatrices que presenta su rostro (Métraux, 1939:14-15; Heredia y Magnani, 1980:27, texto recogido entre los matacos de Sauzalito). Entre los chorotes también Wuelá, la luna, es un hombre que antes estuvo en la tierra y emigró al cielo. Tiene un miembro viril excepcionalmente largo (Mashnshnek, 1972:112). Cuando se fue al cielo, su esposa quedó en la tierra, pero en cambio lo siguió su cuñada, la hermana de su mujer, porque Luna era muy hermoso y no quería separarse de él. Más tarde la mujer también subió al cielo: por eso tiene dos mujeres (Siffredi, en Wilbert y Simoneau, 1985:18-19). Aunque en estos textos no se indica un origen para las manchas lunares, los antecedentes del catasterismo de Luna no tienen relación alguna con el motivo incestuoso en la forma conocida. Entre los tobas, la luna es también un hombre (Tomasini, 1981). Es barrigón, y sus intestinos azulados se ven a flor de piel (Métraux, 1946:19). Tales son sus manchas. Esta explicación de las máculas lunares encuentra su confirmación en un dato trasmitido por el Padre José Guevara para los mocobíes, que, al igual que los tobas, pertenecen a la familia lingüística guaicurú. Nos dice Guevara que los mocobíes juzgan que la luna, a la que llaman cidiago, es hombre, cuyas sombras son sus tripas “que le sacan unos perros celestes cuando se eclipsa”. Esta última aclaración, por cierto, más bien oscurece la identificación, porque nada tienen que ver las manchas permanentes del disco lunar con el oscurecimiento total o parcial del astro durante los eclipses (Guevara, en De Angelis, 1969:(1):562). Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 33 Entre los sanapanaes (Cordeu, 1973:227-228) la luna, hombre que vivía en la tierra, abusó de una moza mientras dormía. De resultas de este acto la muchacha murió, y Luna fue atacado a flechazos por las gentes y arrojado a un pozo en el cual habían juntado leña ardiente. Allí murió, pero días después reapareció en el cielo. Este origen para el catasterismo de la luna tiene mayor afinidad, en algunos trazos, con el mito caribe-tupí-guaraní; pero, de todos modos, le faltan sus elementos esenciales: relación incestuosa y modo peculiar de identificación. Es posible, además, aunque no lo diga el texto registrado por Cordeu, que las manchas lunares se expliquen, en este caso, como quemaduras sufridas por Luna durante su permanencia en el pozo donde encontró transitoria muerte. Textos jíbaros.- Los incidentes de los distintos textos jíbaros (salvo el antes comentado, v. supra) relativos al origen de las manchas lunares son variados, pero coinciden en que éstas se produjeron cuando la zarigüeya macho, Kuyancham, ascendió al cielo para robarse la luna, o para vengarse de ella, según los casos; y se quemó la mano cuando quiso asirla. Los pelos de la pata quedaron adheridos a la piel lunar (huambisas, v.Forno, 1970:45; aguarunas, v. Chumap Lucía y García Rendueles, 1979:207-209; shuares, v. Rueda, 1987:62-63,110). Textos varios.- En una de las varias explicaciones que dan los carayaes de las manchas lunares (Aytai, 1986:44) el rostro de Luna, hermano de Sol, es ennegrecido cuando Kanaxiwe le pone encima la mano, y lo mancha. El informante creía ver en las máculas lunares la huella patente de los dedos de dicho personaje[9]. De los yanomamos recogió Wilbert (1990:30) una explicación que liga las manchas lunares con una disputa entre Luna y Sol. Entre los yanomamos ambos astros son hombres, que ahora se consideran enemigos, de resultas de ese viejo incidente. Luna, que tiene aficiones caníbales, quiso, en otro tiempo, matar y devorar a cierto individuo que escapó de sus malignas disposiciones y pidió auxilio a Sol. Sol lo escondió y, cuando Luna vino a reclamar a su futura víctima, negó haber visto al hombre. Ante la insistencia de Luna, que quería revisar la morada de Sol, éste se encolerizó y le quemó la cara, con lo que le produjo las cicatrices que hoy se ven como manchas en la faz lunar. 34 Olaf Blixen Otras veces las manchas han sido causadas por haberse arrojado al rostro de quien se convertirá en luna materia colorante líquida. Así ocurre en un relato tacana (Hissink y Hahn, 1961: (1):81) en el que la luna aparece como una doncella. Un día vinieron unos hombres y le arrojaron a la cara una fruta madura de genipa. Desde entonces su rostro está manchado. En otra versión atribuida a los tacanas, lato sensu, a la que hace referencia Métraux (1948:(3):448) las manchas de Luna son causadas por Venus -no se aclara si matutina o vespertinaquien le pone en la cara la mano untada de genipa durante una escena de beberaje. Los machiguengas narran la historia de las aportaciones que el hombre-luna, importante héroe cultural de dicha etnía, hace a la dieta de esa tribu (García, 1939:230- 33). En esa historia ocurre un incidente que es causa de que hoy la luna tenga la cara manchada. Una muchacha, despechada porque Luna dedica sus atenciones a otra y no le da yuca y otros cultígenos, que entrega, en cambio, a su rival, le arroja sangre (¿menstrual?) a la cara, y le provoca las manchas. A veces, sobre todo en los casos en que la luna es concebida como ser femenino, las causas de las manchas se vuelven más contundentes. En un texto cuiva (Ortiz, en Niño, 1978:261) la luna está manchada por haber sido víctima de su marido, el sol, que la quemó en el vientre y le pegó con una soga. Entre los onas, en el confín meridional de Sudamérica, también las manchas lunares son resultado de la dura golpiza que propinó el marido (Kran) a su mujer (Kra) cuando descubrió que ella, dirigiendo a las demás mujeres, engañaba a los hombres del mundo primigenio, haciéndolos trabajar en todas las tareas hoy femeniles, mientras ellas se reunían habitualmente en la casa ceremonial. El descubrimiento de esta superchería provocó una matanza de mujeres, y Kra se lanzó al espacio para escapar a la tunda de su marido, que la golpeaba con un leño encendido (Gusinde, 1982:(l-2):575-76). Ella se convirtió en luna y él en sol, que todavía sigue persiguiéndola. Lothrop (1928:104) narra la misma historia, de modo más sintético y con ligeras variantes. Entre los puelches las manchas lunares fueron causadas cuando Luna, el hermano menor de Sol, antes de emigrar al cielo, desoyó la Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 35 advertencia de su hermano de limitarse a dar un solo grito para que salieran los piches del lugar en que estaban confinados. Luna lanzó dos gritos, y salió una cantidad tan extraordinaria de animales, que le llenaron la cara de arañazos, todavía visibles (Lehmann-Nitsche, 1919:184). El incidente pasa a ser también una explicación etiológica de la dispersión de los piches en el hábitat tribal. Notas [1] En esta última versión hay un solo protagonista, en lugar de mellizos. Sobre la sinonimia waunana / noanama, nonama, v. Wassén, 1963 y Holmer, 1963, [2] En las versiones timbiras del mito de Sol y Luna sucede que, mientras el sol anda por el bosque, contempla el hermoso adorno cefálico rojo del picamaderos, y se lo pide. El picamaderos le pregunta si lo podrá aguantar. Sol dice que sí, y el pájaro se lo arroja. Aunque el ornamento está muy caliente, Sol lo soporta y se lo lleva a su casa. Luna lo ve y quiere tener otro igual. Va al encuentro del pájaro carpintero y le pide, por su parte, que le obsequie su adorno de cabeza. Pero cuando el ave se lo tira, no lo puede retener con las manos porque se quema. El adorno cae al suelo y, de inmediato, estalla un incendio general que consume todo a su paso. [3] En algún caso las quemaduras que sufre Luna son accidentales (mehin, Pompeu, 1959:65), producidas al caer el trozo de carne grasosa caliente cuando Pud, el sol, tropieza; pero casi siempre son intencionales. [4] V. supra, comentario a un texto cuna (Wassén, 1937). [5] Así ocurre en textos apinayés (Oliveira, 1930:82-86; Nimuendajú, en Wilbert y Simoneau, 1978:51) canela (Nimuendajú, 1946:243-45), krahó (Schultz, 1950:56), cayapoes (Banner, 1957:48; Lukesch, en Wilbert y Simoneau, 1978:6566) y cherente (Nimuendajú, loco cit.) [6] En un texto crenyé (Nimuendajú, 1914:635). [7] No obstante ello, es también idea bastante generalizada que, cada vez que una moza tiene su regla, es porque ha tenido un coito nocturno con la lima, generalmente ejecutado durante el sueño. Tal idea aparece entre los matacos (Métraux, 1939:13), los tobas (Métraux, 1946:20) y los chulupíes (Chase Sardi, 198451). [8] Para los matacos del Pilcomayoy de La Puntana v. Mashnshnek, 1973:117,148-49,1978:22; Pérez Diez, 1974:113; Fock, en Wilbert y Simoneau, 1982:81-84. Esta etiología tiene variantes. Tal es el caso del desfloramiento de una nieta, causado por Welá (Luna) ocurrido cuando la saca de una toldería con la excusa de llevarla a donde está el padre de la chica (Pérez Diez, 1974:114). 36 Olaf Blixen [9] Bastante parecida es una explicación sirionó. Vinieron unos amigos a donde estaba Yasi, la luna. Querían tomar sus alimentos para comer. El vio que ellos tenían las manos muy sucias, y se opuso a que los cogieran con las manos en ese estado. Entonces uno le dijo: “Si no quieres que te agarre tu comida, te voy a agarrar la cara”; y se la manchó de la manera que hoy es visible (Califano, 1979:117). He aquí una explicación que hace excepción a las que encontramos normalmente entre los grupos de lengua guaraní; pero sabido es que los sirionó forman, dentro de la macroetnía guaraní, un grupo muy particular. Algunas hipótesis acerca de la historia del mito del incesto del hombre-luna El mito en América del Norte.- El mito del incesto del hombre que se transforma en Luna es también conocido en América septentrional, pero en ese continente la historia parece ser bastante menos frecuente que en Sudamérica. La dispersión del mito es amplia en la región esquimal, en la cual se han recogido muchas versiones, bastante diferentes entre sí. Fuera de esta área, aparece un texto cheroqui, muy similar a los esquimales. No tengo noticias de eslabones intermedios entre estas dos alejadas regiones, aunque, con toda probabilidad, debe de haberlos. La característica más interesante del tema en Norteamérica es que la hermana, con la cual Luna tiene relaciones sexuales, ya no es una indígena carente de calificación especial, como sucede en Sudamérica, sino que se convierte en Sol. Tal correspondencia entre la pareja incestuosa y los dos grandes astros se presenta como muy lógica, seguramente más “natural” que la solución corriente en América del Sur. En las versiones norteamericanas, el mito no sólo da una explicación del origen de la luna y, en algunas variantes, también de sus manchas, sino que explica igualmente el origen del sol y los movimientos combinados de ambos astros, que se persiguen o bien se evitan; y, a veces, el relato indica que Luna no quiere mostrar a Sol toda su cara, por vergüenza. El texto recogido por Turner entre los esquimales de la bahía de Hudson nos dice que, en la época en que la oscuridad cubría la tierra Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 37 Mitos explicativos de las manchas lunares Incesto y variantes. 1. Caribes de la isla Dominica. 2. Caribes, incertae sedia. 3. Yabaranes. 4. Yecuanas. 5. Arecunas. 6. Hishkaryanas. 7. Walwoios 8. Guaraos. 9. Tembés. 10. Shlpayas. 11. Tapirapés. 12. Rio Jamundá. 13. Emerillones. 14. Apapocuvas. 15. Guaraníes de Paraná. 16. a, b. Mblaes. 17. Guarayos. 18. Chiriguanos. 19. Arauacos de las Guayanas. 20. Rikbaktsas. 38 Otras explicaciones A.Chocoes. B. Catíos. C. Cuivas. D.Yanomamos. E. Krahoes. 21. Iranches. F. Canelas. 22. Paresies. G.Mehines. 23. Nambicuaras. H.Apinayés. 24. Umutinas I. Crenyés, 25. Ticunas. J. Cayapoes (gorotires) 26. Ufainas. K.Cherentes 27. Andoques. L. Carayaes 28. Witotos. M. Shuores 29. Sionas. N.Huambisas 30. Quijos. O.Aguarunas 31. Záparos. P. Machiguengas 32. Ocainas. Q.Tacanas 33. Boros. R. Matacos 34. Aguarunas. S. Tobas 35. Cunas. T. Mocovíes 36. Shipibos. U.Puelches 37. Cunibas. V. Onas (Selknames). Olaf Blixen -en la hipótesis, no existían aún la luna ni el sol- una muchacha era visitada de noche por alguien cuya identidad no lograba descubrir. Para averiguar quién era, mezcló algo de negro de humo con aceite y, con esa sustancia, se pintó los senos. La próxima vez (sic) descubrió que su hermano tenía un círculo negro alrededor de la boca. Le reprochó lo que había hecho y él lo negó. Los padres recriminaron duramente a la pareja; el mozo huyó y corrió al cielo, perseguido por su hermana, que llevaba, en la mano un tizón encendido. El mozo se transformó en Luna, y la muchacha, que llevaba la antorcha, en Sol. Las chispas que saltaban del tizón se hicieron estrellas. Sol persigue constantemente a Luna, que se mantiene en la oscuridad para evitar que ella lo descubra (Turner, 1894:266). El texto publicado por Nelson (1899:482) y recogido entre los esquimales del Yukón inferior, es sustancialmente similar, a pesar de las reticencias, propias de la época, en cuanto a la relación sexual. Se dice solamente que la moza y su hermano menor -un muchacho- se divertían, “amused each other”, y que una noche ella despertó y se enojó porque lo encontró “lying in bed close to her”. Lo echó de la choza, y lo envió a la kashim[1] de los hombres. La noche siguiente, cuando llevó, como de costumbre, la comida a sus hermanos a la kashim, no dio comida al hermano incestuoso; sino que se cortó un seno y lo llevó al mocito diciéndole que, puesto que la había deseado la noche anterior, se lo comiera (!). El muchacho rehusó hacerlo. La hermana salió y subió por una escalera que la condujo al cielo. El hermano incestuoso la siguió. En el cielo ambos se transformaron, ella en sol y él en luna, y, desde entonces, él la persigue, pero nunca la alcanza. Luna, carente de alimento, adelgaza, pero finalmente, Sol le alcanza comida del plato en que había puesto su seno. Después de eso, Luna recupera su porte, hasta que comienza el ciclo decreciente. En 1901 Boas (pp. 173-74; 307) publicó un texto recogido entre los esquimales del Cumberland Sound, que contiene todos los elementos esenciales de la versión esquimal. Una moza, que se encuentra sola porque la gente de la aldea se ha reunido en la casa de bailes, recibe la visita de un hombre, que apaga las lámparas y la obliga Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 39 a cohabitar con él. La escena se repite otras noches. La mujer no sabe quién es, y, para averiguarlo, le unta la cara con negro de humo del fondo de la olla. Cuando se va, lo sigue. El desconocido entra en la casa de bailes y, cuando ella lo ve allí, descubre que es el hermano. Como en el texto de Nelson, la muchacha se corta el seno y se lo ofrece al hermano para que se lo coma. Cada uno coge un palillo de los que se usan para encender las lámparas de aceite, y, con él en mano, el mozo se pone a perseguir a la hermana alrededor de la choza. En la persecución el hombre tropieza, y se apaga su tea. Así, corriendo en círculo, ambos son impulsados hasta el cielo, donde la mujer se transforma en sol -pues su tea continúa encendida- y el hombre en luna. Puede advertirse que en estas versiones, es el hermano, Luna, quien persigue a la hermana; mientras que en la publicada por Turner ocurre lo contrario. El mismo mito, con ligeras diferencias, reaparece mucho más al sur, entre los cheroquis, cuyas tradiciones recogió Mooney (1900:256-57). El sol era una muchacha que vivía en el este, mientras que la luna, su hermano, vivía en el oeste. La muchacha tenía un amante que venía todos los meses cuando no había luna (in the dark of the moon) para cortejarla (sic). Venía de noche y se iba antes de aclarar. Aunque ella le hablaba, no podía ver su cara en la oscuridad, y él no le decía su nombre. Al fin, una vez, en la oscuridad, la mujer metió su mano en las cenizas del hogar y le frotó la cara. El visitante no se percató de la maniobra. A la noche siguiente, cuando la luna se levantó en el cielo, tenía la cara cubierta de manchas y la muchacha se dio cuenta de que había estado cohabitando con su hermano. Este quedó tan avergonzado de haber sido reconocido, que se mantiene permanentemente lo más lejos que puede del sol durante la noche, y, cuando tiene que acercársele por el oeste, se disimula, y se pone muy delgado. Si se comparan entre sí estos textos norteamericanos, especialmente a la luz de sus correlatos de Sudamérica, se puede ensayar el establecimiento de una secuencia teórica en lo que atañe a su aproximación al esquema caríbico-tupí-guaraní propuesto anteriormente. El texto de Nelson no habla de visitante nocturno desconocido, sino de un pariente ya perfectamente identificado. No 40 Olaf Blixen hay, por consiguiente, necesidad alguna de embadurnarlo para averiguar su identidad, ni, por lo tanto, tampoco se explican las manchas de la luna, aunque los dos protagonistas se transforman en Luna y Sol. En los textos de Turner y Boas se producen las visitas nocturnas por el desconocido, que es individualizado mediante el procedimiento ya visto de tiznarle la cara de color oscuro. Pero, aunque esto haga presumir que tal rasgo explique las manchas que presenta la luna, en los textos indicados no se hace mención de ello: la referencia a las manchas sólo es explícita en cuanto al hermano como hombre, no como Luna. En uno de los relatos (Turner) Luna se muestra avergonzado. En el otro (Boas) no es ese el caso, sino que continúa persiguiendo a su hermana Sol, con propósitos de dudosa interpretación, pues pueden ser de asedio sexual o de castigo por haberlo expuesto al oprobio del grupo. En el texto cheroqui, además de figurar el episodio relativo a la visita nocturna y a la identificación del intruso, se aclara especialmente que Luna es reconocido por las manchas que su hermana le ha causado en la cara, y se le muestra avergonzado, como ocurre en la mayoría de las versiones sudamericanas. De tal modo, el cotejo de estas variantes muestra así un progresivo acercamiento al esquema caríbico-tupí-guaraní, que coincide también con la reducción de la distancia geográfica. La transformación del mito en Sudamérica.- Prácticamente el único punto de diferencia entre el esquema sudamericano y los textos septentrionales estriba en la identidad de la protagonista femenina del mito: sol-mujer en América del Norte, mujer sin calificación especial en la del Sur. Sin embargo, ya señalamos antes (v. supra) que hay rastros de que el personaje femenino de la pareja incestuosa era el sol, según se colige de un texto cuna registrado por Wassén[2]. Y también se puede notar que, aunque en los textos de grupos de lenguas de la familia caribe que ya hemos mencionado, se ha advertido que sol y luna aparecen ambos como varones, ha señalado Ehrenreich (1905:36) que entre los caribes insulares Luna era concebido como varón, pero Sol como ser femenino. Ello sugiere que la forma norteamericana del mito mantuvo sus características básicas, al menos hasta su arribo al mar Caribe, y a partir de esta zona comenzó su transformación. Cabe suponer la prelación cronológica de la forma norteamericana porque Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 41 la expansión del tema en Sudamérica parece relativamente más reciente, pues no pudo penetrar en los grupos más conservadores, ges y chaqueños; y, porque, además, su difusión muestra claramente que dicho tema está adherido a la dispersión de las etnías expansivas: caribes y tupí-guaraníes. No es posible afirmar por qué razón se diluyó en Sudamérica, en la estructura del mito, la noción de pareja celeste. Cabe, sin embargo, formular la hipótesis de que, cuando el mito penetró en las grandes etnías portadoras, encontró que la concepción prevalente de Sol y Luna era la de dos seres masculinos, y tuvo que adaptarse a esta situación, perdiendo a uno de los miembros de la pareja. Este debía ser, obviamente, Sol, puesto que Luna era el protagonista más conspicuo de la pareja, el que tenía la cara o el cuerpo manchado y no podía ser sustituido sin que el tema se desvirtuara completamente, hasta hacerse difícilmente reconocible, como ocurre en algunos grupos marginales. Cuando se expandió el mito por el continente, persistió la necesidad de esa adaptación; porque, como lo expresó, a principios de siglo, Ehrenreich (op.cit., p.36) dentro de Sudamérica, Sol y Luna, en su relación mutua, son concebidos como marido y mujer o como hermanos varones. Señalaba que la primera de las dos concepciones era “reconocidamente dominante” entre los pueblos andinos, y traía a colación el hecho de que, entre los chibchas, Bochica transforma a su mujer Chia en Luna (Humboldt, 1849:(2):376 fide Ehrenreich, loco cit.) Lehmann-Nitsche, algunos años más tarde, (1918:54) corroborando y precisando más la afirmación de Ehrenreich, escribía que el motivo Sol-marido / Luna-mujer, en lo tocante a Sudamérica, parece estar reservado al “espinazo andino”, con alguna pequeña ramificación, como se da en el caso de los cumaná de Venezuela. Y recordaba, en abono del aserto, que ésta era la creencia imperante en el incanato, según resulta de lo que expresan Gómara y el Padre Cobo[3]. En verdad sólo cabe confirmar este punto de vista, reforzado ahora por muchos más ejemplos de los que, por entonces, se podían aducir. Lo cierto es que, fuera del “espinazo andino”, son muy escasos los ejemplos en que Sol y Luna son pareja sexual, pues la situación 42 Olaf Blixen común al este de los Andes es que los dos astros son hermanos varones, a veces gemelos, o amigos o compañeros. Esa amistad suele ir matizada con una rivalidad que, en muchos textos, se manifiesta en desavenencias que, en definitiva, desembocan en la separación de los dos: cuando ambos asumen su forma astral evitan, en general, encontrarse. Como ejemplo de esta situación imperante en América cisandina, puede hacerse notar que Sol y Luna son hermanos o compañeros varones entre los diversos grupos ges. Ello ocurre, en general, entre los timbiras orientales (Nimuendajú, 1946:243-45); estoes, entre krahoes (Chiara, 1961-62:369-70), krenyés (Nimuendajú, 1914:635), mehines (¿apanyekras?) (Pompeu, 1959:63-69), ramkokamekras (Crocker, MS. en Wilbert y Simoneau, 1984:17 ss.). Lo mismo entre los apinayés (Oliveira, 1930:82-86; Nimuendajú, en Wilbert y Simoneau, 1978:51), cherentes (Nimuendajú, en Wilbert y Simoneau, 1984:35-36), cayapoes (Banner, 1957:48; Lukesch, en Wilbert y Simoneau, 1978:65-66,73-74) y suyaes (Frikel, 1990:15); pero tal vez no entre los caingangues (Baldus, 1937:61-63). Sol y Luna también son varones entre los maquiritares (Civrieux, 1959:119), yanomamos (Wilbert, en Wilbert y Simoneau, 1990:30), guajiros (Paz Ipuana, en Wilbert y Simoneau, 1986:21-25, y Perrin, en la misma obra, pp. 27-28), yupas (Wilbert, 1974:132-34), camacanes (Métraux y Nimuendajú, 1946:(l):551-52), wauraes (Schultz, 1965-66:29-36; Schultz- Chiara, 1971:124), camayuras (Villas Boas, 1972:84-87; 95; Agostinho, 1974:66 ss), umutinas (Schultz, 1961-62:229), bororos (Colbacchini y Albisetti, 1942:196-97,233-38), ofaié-chavantes (Ribeiro, 1951:121). Es esa, asimismo, la situación más general en la región chaqueña: ayoreos (Bórmida, en Wilbert y Simoneau, 1989:31), chamacocos (Alarcón y Pittini, s/f:37-39; Baldus, 1931:543; Cordeu, 1977:14,17-21), macaes (Pagés Larraya, en Wilbert y Simoneau, 1991:20-21), chulupíes (Tomasini, 1971:439; Mashnshnek, 1975:153; Chase Sardi, 1984:43 ss., 50-52), matacos (Lehmann-Nitsehe, 1923a:256-57; Métraux, 1939:13; Mashnshnek, 1973:116; Califano, 1974:48) y chorotes (Mashnshnek, 1972:112, 124; Siffredi, en Wilbert y Simoneau, 1985:17). Entre los guaraníes se da la misma solución para los achés Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 43 (Godoy, 1982:19), mbiaes (Cadogan, 1948:134 y 1959: 78-79), avaes o caiguaes (Samaniego, 1968:417 ss). En la Amazonia occidental ocurre, en general, lo mismo. Ejemplos de ello son los ticunas (Niño, 1978:55-60) cúbeos (Goldman, 1940:244-45)[4], andoques (Landaburu y Pineda, 1984:45 ss), desanas (Reichel-Dolmatoff, 1968:17), shuares (de Wavrin, 1932:130; Rueda, 1985:55-56), aguarunas (Chumap y García Rendueles, 1979:202), sionas (Chaves, en Niño, 1978:71 ss, 87), cayapas (Barrett, 1925:(2):353), huachipaires (Califano, 1989:77) y amaracaires (Alvarez, en Califano, 1989:89). A veces, sin embargo, existen variaciones en la relación parentelar que vincula a ambos hombresastros. Entre los campas (Weiss, 1975:369, 375), machiguengas (Baer, 1981:49) y yaguas (Girard, 1963:40-41) Luna es padre de Sol, también varón. Entre los ufainas, por el contrario (v. Hildebrand, 1975:347 ss.) Sol es el padre y Luna el hijo. En textos de otros grupos cisandinos que hemos examinado, aunque no se especifica el sexo de Luna, resulta, sin embargo, que Sol es varón y, por lo tanto, no le es aplicable, en principio, el esquema del mito en estudio, a menos que, en el caso, Luna manifestara tendencias homosexuales. Pero aunque esto ocurra en el texto apapocuva recogido por Nimuendajú, se trata de una variante completamente excepcional y anormal. La posibilidad de intervención del sol como protagonista femenino del incesto debe, pues, excluirse en los grupos en que es concebido como varón. Es el caso de los iranches (De Moura, 1960:4849; Holanda Pereira, 1985:49-55), macushis (Soares Diniz, 1971:82), pañ (Müller, 1989:42 ss.), pemones (Armellada, 1964:27, 245-46, 259), shipayas (Nimuendajú, 1919-20:1010), carayaes (Baldus, 1937:226 ss.) y tacanas (Hissink y Hahn, 1961:(1):81). La situación, en cambio, es distinta, cuando nos acercamos a la cadena andina. Parecería que la frecuencia con que empiezan a aparecer grupos en los cuales Sol y Luna constituyen una pareja matrimonial mostrara la influencia de las culturas de la sierra y el altiplano. La pareja integrada por Sol-hombre y Luna-mujer aparece entre los guaraos (Barral, en Wilbert y Simoneau, 1970:229-30), cuivas (Kerr, en Wilbert y Simoneau, 1991:21; Ortiz, en la misma obra, 44 Olaf Blixen pp. 24-26), kágabas (Chaves, 1947:482; Reichel-Dolmatoff, 1977:217), boros (de Wavrin, 1932:139) y jíbaros (según Stirling, 1938:124; pero no según otras fuentes). Entre los chiriguanos la situación no es clara. Como guaraníes, cabría esperar que, entre ellos, la pareja Sol y Luna estuviera constituida por dos varones, hermanos o amigos, y ello ocurría así según los informantes de Lehmann-Nitsche (1924b:84). Pero no es ese el caso para otros grupos chiriguanos, para los cuales Luna es esposa de Sol (Lehmann-Nitsche, loco cit., mencionando datos recogidos por Nordenskiöld y de Niño). Parece, por lo tanto, que la solución tradicional guaranítica ha sido alterada, entre algunos grupos chiriguanos, quizá por influencia de otras etnías con las que hayan estado en contacto. Varias parcialidades que hablan lenguas de la familia guaicurú hacen de Sol y Luna una pareja de distinto sexo; pero, en la mayoría de los casos, Luna es masculino y Sol femenino, a diferencia de la solución andina. Esto ocurría entre los abipones (Dobrizhoffer, 1968:(2):155-56), mocobíes (Anónimo del siglo XVIII, en LehmannNitsche, 1927:149; Guevara, en De Angelis, 1969:(l):561-62), pilagaes (Tomasini, 1978:83; Idoyaga Molina, 1989:21) y tobas (según Lehmann-Nitsche, 1925a:184-85; Métraux, 1946:19 y Tomasini, 1981:56-57)[5]. La misma situación -Luna, hombre y Sol, mujer- se da entre los lenguas (Lehmann-Nitsche, 1924a:70 según deduce de datos de Coryn, 1922:265, 275). Entre los vilelas, se da la solución andina: Sol, varón y Luna, su mujer (Lehmann-Nitsche, 1925b:215). Para los tacanas (Hissink y Hahn, 1961:(l):79-80) Luna es hija de Sol, varón. El sur del continente parece seguir la solución andina, o, al menos, considerar a Sol y Luna como pareja de sexos contrarios. Un texto de ranqueles (araucanos) señala que Sol es marido de Luna (Lehmann-Nitsche, 1918:45). Lo mismo sucede entre los onas o selknames (Gusinde, 1982: (1,2):575,577). Entre los tehuelches meridionales también sería esa la solución más frecuente (Bórmida y Siffredi, 1971:206-207,211-21) pero algún informante da una distinta (id., p. 224) y toma a Sol y Luna como consuegros (!). Digamos, por último, que, en cuanto a las tradiciones aztecas y mayas Thompson señaló hace tiempo (1939:129-130) que, en las Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 45 mismas, es bastante constante que los dos astros mayores constituyan una pareja sexual divina, en la cual Sol es marido de Luna. Luego de analizar la leyenda Kekchi-Mopan-Maya del sol, y otras fuentes tradicionales y actuales, expresa en conclusión: “There was, therefore, a widespread Maya belief that the moon was the wife of the sun”. Análogas conclusiones extrae del examen de las fuentes aztecas, aunque éstas son más confusas, pues también habría rastros de una deidad lunar masculina. Cuando revista los rasgos que presenta la deidad lunar, tanto en la tradición maya como mejicana, sobre la base de fuentes históricas, de códices y de textos etnográficos, queda establecido que todos ellos son propios de una deidad femenina (pp. 130 ss.). En tales condiciones, puede concluirse que la pareja SolLuna, en las dos altas culturas mencionadas, tiene una estructura similar a la del “espinazo andino” y, de este modo, opuesta tanto a la solución corriente en la América cisandina -dos astros varones- como a la estructura mítica de esquimales y cheroquis: Luna varón, hermano de Sol, hembra. No hemos de esperar, pues, que el mito en estudio esté originariamente relacionado con estas dos altas culturas, ni influido por ellas de modo apreciable. Esta visión, desde luego sucinta, de la manera como se distribuyen en la mitología indígena sudamericana las concepciones acerca del sexo de Sol y Luna, lleva, de todos modos, a suponer que, en caso de haberse introducido por la vía caríbica el mito analizado, habría sido lógico que la personalidad de la hermana sufriera una transformación, pues el sexo de la protagonista de la historia era incompatible con la idea que la mayoría de los pueblos cisandinos tenía del sexo del sol. La hermana incestuosa debía abandonar su condición de astro del día para que el mito se propagara entre etnías que tenían a los dos grandes astros por varones. Notas [1] El nombre kashim -forma corrupta, en el lenguaje de los traficantes de pieles del estrecho de Behring y costa aledaña, del correspondiente término esquimaldesigna la casa comunal semisubterránea, usada como centro de reunión para las actividades de la vida social de la aldea. Era de dimensiones mayores que la casa habitación de cada familia; y, como su tamaño estaba limitado por los materiales 46 Olaf Blixen usados y la técnica de construcción, era frecuente que hubiera más de una en cada núcleo de población. [2] Según creo, la primera observación, y ciertamente muy importante, acerca de la concordancia entre la narración cheroqui, publicada por Mooney, y el texto cuna referido fue formulada por Wassén hace ya años (1934:26). [3] Cf. Gómara, 1954:(1):210; Cobo, 1964:(2):157. Y no sólo ellos sino también la Relación anónima, 1950:136 y lo mismo se deduce de pasajes de Cristóbal de Molina, 1947:80,98. [4] Goldman insiste en que la teofanía Avya es, al mismo tiempo, sol y luna. Como ‘luna”, no quedan dudas en cuanto a su carácter antropomórfico y masculino. Pero la caracterización que hace del sol es parca e insuficiente. En otro trabajo (1968:327) no es más explícito. [5] Pero no según otras fuentes, que presentan invertidos los sexos, esto es, al sol como hombre y a la luna como mujer. Ello ocurre, según datos recogidos por Lehmann-Nitsche (1923b:270-71); y en cierto cuento toba en que el sol desempeña el papel de suegro maligno (Palavecino, 1971:186). Este segundo ejemplo tiene sólo relativo valor, pues se trata de una variante de un difundido cuento de trickster. Consideraciones interpretativas Hermenéutica de la metamorfosis.- Ya ha quedado señalado antes cómo debemos interpretar el desenlace que sigue al descubrimiento del incesto. Así como puede decirse que nada parece ocurrir mientras el hecho no trasciende al conocimiento público, cuando la noticia de la transgresión a la norma social se esparce, el culpable ya no puede continuar viviendo en el seno de su grupo. La multiplicidad de ejemplos en los cuales el descubrimiento de la relación incestuosa desemboca en el ostracismo voluntario o forzado del culpable o en su metamorfosis en un ser distinto, muestra de modo cabal hasta qué punto la situación social de incesto es intolerable para la comunidad. En algunos casos, esa imposibilidad de proseguir la vida en común, que acaba de manifestarse, se soluciona por la separación o el alejamiento físico, aunque la sanción no siempre alcanza a quien aparece como responsable. Así ocurre en dos ejemplos guajiros en los cuales el incesto se resuelve en el suicidio de la mujer que ha sido parte en la relación. En uno de ellos, la hermana embarazada por el hermano Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 47 intenta suicidarse y se arroja desde una altura; el dios Mareiwa la convierte en piedra. En el otro caso una moza embarazada por su padre se ahorca, y el dios la convierte en cerro (Chaves, 1946:311-312). En ambos ejemplos parecería que no bastara la muerte para producir la separación del grupo, y se le agregara una transformación complementaria. Curiosamente, la historia no indica el destino de los protagonistas masculinos del episodio. En realidad, la incapacidad de soportar la reprobación social se resuelve, generalmente, en una metamorfosis, en un cambio de ser corpóreo. Este desenlace está en la base de varias explicaciones zoogónicas sudamericanas, es decir, de mitos de origen de varias especies animales. La circunstancia de que tales mitos no tengan relación alguna con el relato acerca del origen de las manchas de la luna, evidencia que estamos ante un desenlace impuesto por la imposibilidad de tolerar pacíficamente la relación incestuosa, y no por contaminaciones, más o menos mecánicas, de motivos similares. Algunos ejemplos lo mostrarán con más claridad. En una historia chavante una madre y su hijo, autores de incesto, se transforman en tapires (Giaccaria y Heide, en Wilbert y Simoneau, 1984:470-473). Según un mito yámana, un niño y su madre, que cometen incesto, se transforman, de común acuerdo, en gansos de Molucas (Chloephaga hybrida) y la explicación que da Gusinde es que, por ser imposible el incesto entre humanos, deben los protagonistas transfonnarse en animales (1986:(3):1168-69). En otro mito yámana, un niño que comete incesto consensual con su madre es mutilado por el padre y se transforma en pájaro carpintero (Gusinde, 1986:(3):1170-72). En otro relato de la misma procedencia quienes se transforman en pájaros carpinteros (Ipocrantor magellanicus) son dos hermanos incestuosos (Gusinde, 1986:(3):1172-73,1174). Entre los andoques, una pareja de hermanos incestuosos es transformada en un par de bugeos (o bufeos), delfines de agua dulce (Inia geoffrensis). Según un texto guarao, el descubrimiento de un incesto por afinidad entre yerno y suegra, causa tal vergüenza al susodicho yerno, abochornado por su mujer, que se interna en la selva y se transforma en una gran serpiente (Barral, en Wilbert y Simoneau, 1970:198-199). En una aldea rikbaktsa un marido cohabita con la suegra. El resultado 48 Olaf Blixen es que la suegra se transforma en perdiz y él en venado (Holanda Pereira, 1973:38). En ciertas versiones de la historia del homicida de la pierna punzante, que ya hemos tenido ocasión de comentar (Blixen, 1990:10-11), el yerno, inducido por la suegra a cohabitar con ella en la selva, se transforma en un hakasé, ser monstruoso, espíritu dañino de la selva (paresíes, iranches). Y es oportuno recordar un episodio del ciclo de Elal, la teofanía más importante de los tehuelches meridionales. Cuando la abuela de este personaje pretende cohabitar con él, Elal, en castigo, la transforma en laucha, y él se marcha hacia el este, hacia donde sale el sol (Bórmida y Siffredi, 1971:206, 217, 221). Entre los tehuelches perdura la animosidad hacia la laucha por lo que hizo o pretendió hacer a Elal. Pero seguramente el tema incestuoso más llamativo, y que posee dispersión en las dos Américas, es uno que puede ejemplificarse en una historia yámana (Gusinde, 1986:(3):1213-1216). Un padre se apasiona perdidamente por su hija mayor. Empieza a enflaquecer y a debilitarse. Anuncia que va a morir y dice a su primogénita que, después de su muerte, se le aparecerá un hombre idéntico a él, llamado Yéxapowa, al cual deberá entregarse, si el susodicho individuo la corteja. El hombre simula morir y lo entierran. Luego se levanta, se pinta, toma un atajo y espera a las hijas, suponiendo que no lo reconocerán, por el uso de la pintura colorante. Las saluda y les presenta sus condolencias por el duelo, esto es ¡por su propia muerte! La menor le reconoce la voz, y dice a la mayor que el desconocido debe ser el padre; pero la mayor no le cree, puesto que el padre ha muerto. El viejo pintado convence a la mayor de que no debe estar triste, y tiene relaciones sexuales con las dos. Los tres se transforman en guanacos. Todavía el guanaco se ríe como se reía el trío incestuoso y presenta en su pelaje manchas del colorante que se había puesto el padre libidinoso. Hay una historia selknam del todo semejante, y es obvio que las dos tienen cercano origen común (Gusinde, 1982:(2):624-25, 625-27). Ambos relatos parecen vinculados, a pesar de la asombrosa distancia, con un texto guarao registrado por Barral (en Wilbert y Simoneau, 1970:202-203). En esta historia también un padre viudo se apasiona por la hija. Simula estar moribundo, anuncia su muerte y aconseja a la Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 49 joven que se case con un pretendiente que se le presentará llevando en la mano una tibia de ciervo. Después del entierro, la moza se cruza con el anunciado “marido”, y, obediente a la indicación paterna, lo invita a acompañarla. Cuando cohabitan nota que, al igual que su padre, sólo tiene dos dedos en cada mano, como si fuera un ciervo, y se lo dice. Ante esta observación, el hombre, confundido, huye precipitadamente a la selva y queda convertido en ciervo; según supone el misionero recolector del texto, “como castigo por haber querido casarse con su hija”. Pero esta explicación aplica parámetros ético-religiosos de Occidente a una situación regida por otras normas. La transformación es consecuencia de la imposibilidad de conservar su identidad familiar y social una vez descubierta la superchería, y puesta de manifiesto la transgresión de una norma básica de la organización social. Como queda señalado más arriba, este tema de la muerte fingida para seducir a la hija aparece también en varios grupos indígenas norteamericanos. En un texto asiniboine recogido por Lowie (1909:124-125) el padre asume características de trickster. Antes de simular su muerte, ha advertido a su propia mujer que si aparece un mozo apuesto, le dé en matrimonio a la hija. Lo entierran y desaparece el cuerpo, pero previsoramente ha pedido al coyote que diga que ha devorado su cadáver. Se presenta a la familia, cohabita con la hija y, cuando es descubierto, se burla y huye. Según anotaba Lowie, ya por entonces se conocían versiones de esta historia entre los shuswap, gros ventre, arapahos, shoshones y otros. Significado del mito.- Establecer cuál es el significado del mito cuando la verdad, que es su sustancia, y el relato, que es su forma, están esparcidos en dos continentes y en gran número de pueblos, es una tarea cuando menos, peligrosa; porque parece presumir una identidad de interpretación que no hay por qué suponer. Sin embargo, algunos puntos pueden considerarse claros. En cuanto a su contenido gnoseológico, el mito se resuelve en una explicación de ciertos fenómenos astrales: la aparición de la luna, la existencia de manchas en su superficie aparente, la razón de sus movimientos en el firmamento y, en las versiones norteamericanas, la de los movimientos combinados de sol y luna, interpretados como una persecución y una 50 Olaf Blixen huida. Esta creencia llena una función interpretativa del cosmos y de la realidad circundante del sujeto etnográfico y, como tal, se justifica. Pero, además, el mito cumple una función social evidente: afirma la repulsa del incesto en determinado grado prohibido, y ejemplifica el castigo a que se hace acreedor el infractor. Ese castigo se concreta en el autoexilio del hombre- luna y, en ciertos casos, alcanza a la hermana, sea que ésta pretenda acompañarlo, sea que quede transformada en otro ser. De tal modo, por la vía de la sanción, el mito se confirma como paradigma ejemplarizante de lo que se debe hacer, estigmatizando la conducta prohibida y fijando una retribución punitiva. Desde el punto de vista psicoanalítico, por el contrario, el mito puede funcionar como una válvula de escape para las represiones de los deseos inconscientes. La mera enunciación del episodio incestuoso, que aparece revestido de connotaciones placenteras ligadas con el carácter subrepticio de la relación, el reconocimiento de que el acceso sexual, en el caso, produce goce, puesto que se repite con beneplácito de los protagonistas, e, incluso, en muchas versiones, la reacción de la hermana que quiere seguir a su hermano-amante, brindan, probablemente, una satisfacción a tales tendencias. Tal satisfacción aparece enmascarada por el reconocimiento de la sanción social que reprueba el hecho y, virtualmente, lo castiga con la expulsión del grupo. De tal modo, frente a la función social explícita y clara de afirmación de la prohibición del incesto en grado no permitido, el mito tiene otra oculta: satisfacer las tendencias incestuosas que regularmente no afloran a la conciencia. Los moldes de la conciencia mítica.- El punto más conspicuo es la mutación de hombre en astro, que se plasma en identificación de uno y otro. El mito nunca señala cómo el protagonista se transforma, ni en qué medida. No aclara si es parte del hombre o el hombre total lo que se hace “luna”, ni explica en qué “luna” difiere del previo “hombre”. En verdad es dudoso que haya una transformación sustancial, pues el mito no lo expresa inequívocamente. Puede pensarse sencillamente que Luna es un hombre que brilla en la noche, con su cara manchada; porque, en realidad, es eso lo que dice el relato y no otra cosa. Y sólo nuestra incredulidad ante una concepción tan Las manchas de la luna y sus explicaciones míticas en Sudamérica, pp.5-65 51 chocante con lo que nos parece percepción más o menos obvia y contra los conocimientos, aun elementales, que se posean de astronomía, nos hace renuentes a aceptar esa conclusión. Sin embargo, lo que surge del mito, en casi todas las variantes, es que Luna es el hombre que ha emigrado de la tierra y ahora está iluminando a este mundo que acaba de abandonar. Para hablar de metamorfosis, lo que implica cambio en sustancia, cuerpo, volumen, aspecto y personalidad se necesitaría un texto que explícitamente lo afirmara; e indicara, o siquiera sugiriera, un modus operandi. Tal explicación falta; y el intérprete no la debe suplir, aunque esa idea le parezca implícita en la afirmación de que el protagonista es ahora Luna. Esto significa que el episodio está encuadrado en la concepción de que los cuerpos que una visión racionalista del cosmos considera “naturales” son, por el contrario, capaces de mantener una conducta intencional, pues Luna es lo que ahora es por un acto de voluntad que perdura y lo mantiene en su acción. No es una fuerza ciega la que lo ha trasladado allí, ni la que lo mueve diariamente en su curso. En las versiones norteamericanas esa intencionalidad es más completa y aparente, porque todos los movimientos de los grandes astros, en el período diurno y en el ciclo mensual, están explicados por los sentimientos que recíprocamente se guardan. La intencionalidad está presente a lo largo de todo el mito, pues el exilio de Luna es una aplicación del principio de retribución para su inconducta, para la transgresión de una rígida norma moral. También la naturaleza lábil de la psiquis, del yo del individuo etnográfico, se pone de manifiesto. El mito no se plantea cómo puede la conciencia del protagonista humano perdurar en el hombre-astro, ni en qué medida esto es posible o no. El hecho se afirma, fuera de cualquier plano de análisis o de duda. Si provocó o no conjeturas y cavilaciones dubitativas en los millares de mentes que han tenido este mito por verdad incontestable es imposible dilucidarlo. Puede suponerse que sí, pero Luna sigue siendo el hermano incestuoso. La exigencia de unidad en la conciencia no rige en la cosmovisión mítica, al menos de la manera estricta que le postula la psicología tradicional para el hombre normal. Por eso no llama tampoco la atención que Luna, ser incestuoso y rechazado, cuando no execrado por el grupo, 52 Olaf Blixen tome la actitud de iluminar a sus hermanos, a los hombres, lo que lo hace un benefactor. Exhibe así una personalidad ambivalente: sin duda sigue ligado a su condición terrestre primera y, como tal, es digno de repulsa; allí está porque el grupo lo rechazó o lo ha querido matar. Pero también es un benefactor en la medida en que brinda luz en la noche y, en algunos casos, por la concesión de dones, llega a ser un héroe cultural. La estructura de la potencia se manifiesta, sobre todo, en el catasterismo de Luna -y, a veces, de Luna y Sol- es decir, en su ascenso al cielo y en la asunción de su nuevo estado. La elasticidad del espacio, que reduce o adapta las distancias para hacer relativamente contiguos objetos y sucesos que no lo son, también es patente; lo propio que la cristalización que sufre el tiempo al eternizar, en la repetición cotidiana, el suceso que ha sido origen de los hechos del mito: el hombre sigue persiguiendo a la hermana o, inversamente, se sigue ocultando por vergüenza. Y ostenta la sempiterna mancha que le ha dejado el incidente. 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