Ángel Aparicio Rodríguez, cmf. LAS BIENAVENTURANZAS EVANGÉLICAS EN LA VIDA CONSAGRADA PRÓLOGO Desde el concilio Vaticano II hasta nuestros días el magisterio eclesial ha afirmado y ratificado reiteradamente que la vida consagrada se caracteriza por una entrega *al radicalismo de las bienaventuranzas+, sin cuyo espíritu el *mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios+. Estas dos expresiones *radicalismo de las bienaventuranzas+ y *espíritu de las bienaventuranzas+ se han convertido en los parámetros que definen toda vida consagrada en la Iglesia. Pablo VI, por ejemplo, escribía en la instrucción Mutuae Relationes lo siguiente *Cuando es auténtica la vida religiosa es un signo de la 'vida nueva' según el espíritu de las bienaventuranzas. Pero )qué quiere decirse cuando hablamos del radicalismo de las bienaventuranzas y de su espíritu? )Fueron proclamadas las bienaventuranzas sólo para una parte del pueblo de Dios, para las religiosas y los religiosos? )Lo fueron para toda la Iglesia o para cada individuo en particular? )Es toda la humanidad la destinataria de las mismas? Si evocamos la historia de la exégesis, el *radicalismo de las bienaventuranzas+ nos remite fácilmente a ciertos grupos para los cuales el sermón de la montaña Cy las bienaventuranzas en particularC constituyó el cetro y núcleo de su vida. Piénsese en los cristianos de la iglesia preconstantiniana, en el monacato primitivo y en los Padres de la Iglesia próximos a él, como un Juan Crisóstomo; en grupos marginales medievales como los valdenses, los franciscanos, también los cátaros, los baptistas o los cuáqueros, incluso en los primeros metodistas. En la actualidad un buen número de textos constitucionales de congregaciones e institutos de vida consagrada evocan la proclamación de las bienaventuranzas como algo central en su vida. Pongo el ejemplo de mi congregación, por serme más próximo y conocido: tras afirmar que el seguimiento de Cristo es nuestra norma suprema, el texto constitucional de los claretianos añade: *Por eso, escuchamos con toda docilidad la palabra con que el Señor llama a los discípulos a la perfección del Padre... y proclama partícipes de la propia bienaventuranza a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los mansos, a los que tienen hambre y sed de justicia, etc.+. Diríase que la vida religiosa posconciliar es impensable sin la presencia de las bienaventuranzas, sin su radicalismo o sin su espíritu. Pero frente a esta exégesis, que puede sonar a *sectaria+, y aun aplicando la distinción entre *preceptos+ y *consejos+, sigue siendo válida la apreciación de un Tomás de Aquino, que muestra cómo el sermón de la montaña sigue siendo válido para cada cristiano y sólo periféricamente representa la base para ciertos consilia. Introducir la distinción entre *preceptos+ y *consejos+ en la lectura y comprensión del sermón de la montaña, y en particular de las bienaventuranzas, conlleva un alejamiento peligroso y reduccionista de su sentido básico. El Jesús mateano proclama las bienaventuranzas para toda la Iglesia, y, a través de ella, para el mundo entero, sin que ello obste a que determinados grupos eclesiales se remitan a ellas como el núcleo de su propia vida. Es éste un dato que intentaré tener en cuenta a lo largo del presente libro. Lo primero que intento hacer es situar al lector al pie de la montaña. Es decir, estudiar el marco del sermón de la montaña (cf Mt 4,23-5,2). Con ello pretendo responder a la pregunta básica: )A quién se dirige Jesús? )A un grupo de discípulos o a toda la multitud? Y )a quién representa esta multitud? )Estamos comprendidos en la misma? )Quién es el que asciende a lo alto del monte para proclamar las bienaventuranzas? Respondidas estas preguntas introductorias en el capítulo primero, podemos adentrarnos en el significado de cada bienaventuranza. Es tal la riqueza de la primera bienaventuranza que la he dividido en tres capítulos: El primero dedicado a la *dicha evangélica+. Es la dicha que encabeza cada una de las restantes bienaventuranzas. Para evitar repeticiones innecesarias, y con la finalidad de hacerme eco de otros macarismos bíblicos, he pretendido asomarme en este capítulo Csegundo del libroC a las bienaventuranzas proclamadas por la biblia, tanto del antiguo como del nuevo Testamento. Los pobres son declarados bienaventurados. Pero la realidad de la pobreza en la biblia es muy variada y el vocabulario muy matizado. Se impone un nuevo capítulo Cel terceroC que se interrogue por los pobres que son dichosos: no toda pobreza es dichosa. )Quiénes son, pues, los pobres bienaventurados? Una vez respondida esta pregunta, damos un paso más y exponemos la motivación de la primera bienaventuranzas: el Reino de los cielos (capítulo IV). A lo largo de los capítulos siguientes desfilan cada una de las restantes bienaventuranzas: La de los mansos (capítulo V), las dedicadas a los que lloran (capítulo VI), a los hambrientos (capítulo VII), a los misericordiosos (capítulo VIII), a los limpios de corazón (Capítulo IX), a los artífices de la paz (Capítulo X), y a los perseguidos por la justicia (capítulo XI). Reservo el último capítulo para la novena bienaventuranza mateana, de sabor netamente cristiano y martirial. Mateo se dirige a una Iglesia que ya ha gustado la persecución, y no duda en invitarla al regocijo. A esta Iglesia, que es la Iglesia de todos los tiempos y latitudes, dedico el último capítulo de este libro (capítulo XII). En la conclusión recojo sintéticamente cuanto ha sido expuesto con anterioridad. Finalizaré cada capítulo con un apéndice, en el que se ofrece un material variado para que las bienaventuranzas puedan ser contempladas desde otras perspectivas: que de la cabeza pasen al corazón creyente y orante, de la razón al afecto, y se conviertan en lugar de encuentro con el Dios de las bienaventuranzas, cuya presencia siempre es gozosa y fuente de dicha. Ofrezco en el apéndice de cada capítulo una serie de textos bíblicos alusivos al tema tratado, una semblanza de Jesús contemplado a la luz de la bienaventuranza respectiva, una antología de textos tomados de distintos autores que, como yo, se han adentrado en el texto de las bienaventuranzas y un poema, que en lenguaje figurado nos devuelva nuevamente la frescura del texto evangélico. Los orígenes de este libro se remontan a distintas tandas de ejercicios espirituales dados a religiosas y religiosos, en distintas partes de la geografía hispana. Aunque he buscado el rigor exegético, he rehuido la frialdad científica y he buscado un lenguaje más cordial y espiritual. Testigos del rigor exegético, por una parte, son las notas que figuran al pie de página. En ellas descubrirá el lector mi dependencia de los estupendos estudios sobre las bienaventuranzas firmados por competentes exégetas, entre los que me complace citar a J. Dupont o a F. Camacho Cpor citar a un estudioso ya clásico y a un autor que con métodos semióticos accede al estudio de un texto sobre el que tanto se ha escritoC. El origen de este libro, por otra parte, tal vez se detecte en el lenguaje y, desde luego, en el constante recurso a la vida consagrada, en ella se inicia el discurso de cada capítulo, que concluye con una referencia a la misma. Con este proceder intento que sea el *espíritu de las bienaventuranzas+ quien anime y sostenga este género de vida cristiana, que es la vida religiosa o consagrada. Es importante que sea así. Escribía Pablo VI en la exhortación apostólica *Evangelica Testificatio+: *Es necesario afirmarlo: la observancia religiosa requiere mucho más que una instrucción racional o una educación de la voluntad, una verdadera iniciación orientada a cristianizar el ser hasta lo más profundo, según las Bienaventuranzas evangélicas+ (ET 36). La cristianización del ser se extiende al quehacer de los religiosos, como se deduce de las significativas palabras de la Congregación de los Religiosos e Institutos Seculares sobre los Religiosos y Promoción Humana (RPH): *La fuerza de transformación que encierra el espíritu de las bienaventuranzas, penetrando dinámicamente la vida de los religiosos, caracteriza su vocación y misión. Ellos consideran como primera bienaventuranza y 'liberación' el encuentro con Cristo, pobre entre los pobres, atestiguando que creen realmente en la presencia del Reino de Dios por encima de las cosas terrestres y en las exigencias supremas del mismo. Dilatando así el sentido cristiano y profundamente humano de las realidades y de la historia que brota del programa de las bienaventuranzas convertidas en criterio cotidiano de vida, los religiosos demuestran cuán estrecha es la relación entre el evangelio y la promoción del hombre en la convivencia social. Por esto, la Iglesia puede ofrecer el testimonio evangélico de los religiosos como un modo espléndido y singular de demostrar que el camino de la bienaventuranzas es el único capaz de 'transfigurar el mundo y ofrecerlo a Dios'+ (RPH, 19). Porque, según todos estos textos y algunos otros, nuestra identidad más profunda pende y depende de las bienaventuranzas, porque la promoción del hombre y la transformación del mundo están estrechamente relacionadas con las bienaventuranzas, me propongo permanecer con el oído atento y el corazón abierto a lo que el Señor quiere decirnos hoy, puesto que hoy proclama su nueva ley para nosotros, religiosas y religiosos, consagradas y consagrados de finales del segundo milenio. Tal vez escuchando con oídos nuevos y con corazón renovado, podamos adentrarnos en el tercer milenio eclesial como signos de lo que puede ser nuestro mundo, transformado por el espíritu de las bienaventuranzas. Confío estas humildes páginas a la Madre del Señor. Ella es *bienaventurada por haber creído+ (Lc 1,45). Ella anunció que sería llamada dichosa a lo largo de los siglos: *Todas las generaciones me llamarán bienaventurada+ (Lc 1,48). Animados por la misma fe de María, quiera la Madre de Dios llevarnos de la mano a gustar la dicha evangélica propia de los pobres de espíritu.