jóse iviinguet MICO

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jóse iviinguet MICO
JOSÉ MINGUET MICO
LA ESPIRITUALIDAD
DEL CATEQUISTA
Presentación de:
D. Javier Salinas Viñals
Obispo de Ibiza
MÉXICO • SANTO DOMINGO
VALENCIA
A mi sobrino Manolo,
gran catequista y mejor sacerdote
PRESENTACIÓN
Segunda edición
PRINTEDIN SPAIN
I.S.B.N.: 84-7050-339-1
Depósito Legal: V-1585-1993
©by EDICEPCB.
Almirante Cadarso, 11
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Fax: (96) 395 22 97
46005 - VALENCIA (España)
IMPRIME: GUADA Litografía S.L
Llevar a cabo una evangelización, como gusta repetir a Juan
Pablo II, es la tarea más urgente y necesaria en el momento actual de
la Iglesia. En esta gran tarea, la catequesis tiene la misión concreta de
ser una introducción progresiva y sistemática en las insondables riquezas del misterio de Cristo. Se trata de acercar a los hombres a
cuanto cree, celebra, vive y ora la Iglesia, tal como nos recuerda el
Catecismo de la Iglesia Católica, auténtico tesoro de la fe que presenta la novedad del Concilio situándola, al mismo tiempo, en la
Tradición entera.
Pero para esto, es necesaria la inestimable colobaración de los catequistas. No existe catequesis sin catequistas, pues, «en el fondo ¿hay
otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a
otro la experiencia de la fe?» El Mensaje de la fe se hace luz y vida de
los hombres por medio de la mente, el corazón, la palabra y la vida de
fe de los catequistas que el Espíritu Santo suscita en la Iglesia.
Por todo esto, nada resulta más necesario, si quiere que la nueva
evangelización sea realidad, que atender a la formación de los catequistas. En esta línea se encuentra el libro de D. José Minguet que
tengo la alegría y el honor de presentar. Escrito con un fuerte aliento
apostólico, propio de un audaz e inteligente predicador de la fe, y con
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LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
un sentido de lo concreto, propio de quien vive la noble y sagrada tarea de ayudar a otros a caminar en la fe, este libro afronta el tema más
hondo de la formación: la atención al «ser del catequista», es decir, a
su condición de «testigo de la fe».
De ahí su propuesta: mostrar los rasgos de la espiritualidad del catequista. En una primera parte, nos presenta sus fundamentos, los pilares sobre los que se edifica la personalidad del catequista, y que no
son otros que la fe, la esperanza y la caridad, que el Espíritu Santo derrama en los corazones. En una segunda parte, nos introduce, a la luz
de la experiencia de fe de los grandes personajes bíblicos, en aquellas
actitudes que deben guiar al catequista en su tarea de comunicar el
mensaje evangélico.
Quien lea este libro, sobre todo si es catequista, se reconocerá de
inmediato, como quien se mira en un espejo. Pero ahí no queda todo;
este libro es una invitación a ir más lejos, a avivar la relación con
Jesucristo presente en la Iglesia, fundamento y contenido de la misión
del catequista.
Como obispo, y también como antiguo delegado diocesano de catcquesis, agradezco a D. José este sencillo y alentador libro que tantos
motivos y argumentos ofrece a los catequistas en el desempeño de su
misión. Quiera el Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen, madre
y modelo de los cristianos, hacer fructificar iniciativas, como ésta tan
nacesarias para impulsar una catequesis a la altura del momento actual de la Iglesia y de la sociadad.
Javier Salinas Viñals
Obispo de Ibiza
PRÓLOGO
Mucho y bien se ha escrito sobre la catequesis. Es el tema preferido de los pastoralistas. Preocupa desde siempre: el contenido, la
dinámica, los materiales, la edad del catecúmeno, así como la formación del catequista.
Las ayudas que han prestado la pedagogía como la psicología,
han sido muy valiosas y con ellas se ha llegado a resultados muy
positivos.
Las distintas comisiones episcopales de enseñanza y catequesis
han trabajado, desde sus respectivas misiones, con una efectividad
evidente, en esta acción eclesial, destacándola por su importancia
en el proceso global de la evangelización nueva.
Por eso deseo entrar en este campo, en el que me encuentro
como peón de brega, con los pies de puntillas, sin ánimo de querer
hacer otra cosa que el aportar una experiencia, fruto de casi cuarenta años y ofrecerla a aquellas personas, que están sirviendo a la
Iglesia, en sus respectivas parroquias o comunidades, por si les
puede ayudar a descubrir su espiritualidad y así llegar a ser mejores catequistas.
Me mueve a ello, dentro de la obediencia, el comprobar que muy
poco se ha escrito sobre la espiritualidad del agente de pastoral más
universal e importante de cuantos tenemos en la Iglesia.
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PRÓLOGO
Es una preocupación para muchos, al encontrarnos ante un nuevo curso, el poder contar con aquellos feligreses, que se van a encargar de la catequesis, a los distintos niveles. Cada vez se hace más urgente su preparación y, a veces, no tenemos tiempo ni ellos disponen
de horas por su trabajo. El resultado es siempre el mismo: se hace lo
que se puede, utilizando lo que tenemos a mano, con los objetivos a
largo plazo siempre como proyecto y dando gracias, con todo merecimiento, a los que han querido aportar lo que tienen y son.
Precisamente a ellos, mayores y jóvenes, hombres y mujeres, va
dirigido este pequeño trabajo. Os merecéis todo el esfuerzo que supone, para un párroco, ponerse delante del ordenador y durante horas y horas, plasmar lo que debería ser la espiritualidad del catequista, del agente de pastoral más querido y valorado, por los que
trabajamos en la evangelización.
Os advierto que no soy un teórico, sino más bien un hombre
práctico, al que le gusta la claridad y la sencillez en las exposiciones, aunque, a veces, me enrrolle un poco, sobre todo cuando hablo.
Que el Señor Jesús ponga lo que falta, para que la espiritualidad del catequista se viva, como fundamento de toda la labor que se
desarrolla en este campo tan importante en el momento actual de la
Iglesia.
Si alguien tiene que llevar al pueblo, a la base, a los jóvenes y a
los niños el contenido y la formulación del Catecismo de la Iglesia
Universal, ese debe ser el catequista, pero, hoy más que nunca, necesita vivir su fe y alimentarla cada día con lo que configura su peculiar espiritualidad, porque sólo así será efectiva y se verá cumplida su misión.
Estamos en un momento muy importante y todo el esfuerzo,
puesto en el empeño, será poco en comparación del fruto para el futuro de la Iglesia.
PRIMERA PARTE
LA ESPIRITUALIDAD
DEL CATEQUISTA
I
EL ETERNO PROBLEMA
DEL SER Y EL HACER
A mí me gusta citar frases, que trasmiten la esencia de la
sabiduría acumulada, muchas veces durante siglos y que definen verdades como puños. Una de ellas es: «nadie da lo que
no tiene». Se aplica normalmente a las cosas materiales pero
en nuestro caso yo creo que es válida para ser punto de arranque, incluso cuando se trata del carisma de catequista.
Dentro y fuera de la Iglesia, existe una mayor preocupación por el resultado y el fruto e incluso por el número que
por el ser de la actividad, la acción o el trabajo realizado.
Sólo cuando son abiertamente negativos, salta la alarma y
se pone en movimiento el análisis de lo que puede haber pasado. Y es que nos preocupa más el hacer que el ser, cuando sabemos todos que si no se es, no se puede obrar en consecuencia, porque nadie da lo que no tiene.
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LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Cuando se ha tratado de encontrar la identidad del catequista, ocupa más tiempo, páginas y se teoriza más del hacer
que del ser. Y es que, a veces, se parte de supuestos falsos.
Presuponemos demasiadas cosas a la hora de configurar este
ministerio o servicio catequético. Suponemos una madurez
de fe, que no existe, entre otras cosas, porque no se han dado
los elementos necesarios y apropiados para poder crecer,
aunque hemos intentado hacerlo. Pero la verdad es que existe más voluntad que madurez. Como suponemos una experiencia en la problemática de la conjunción fe y vida y tampoco está a la altura que se debe tener para ser un educador.
Suponemos también, aunque tal vez menos, una firmeza en
las propias convicciones, básica para poder trasmitirlas, ya
que no disponemos de tiempo para conocer a fondo a las
personas en su entorno social, laboral, familiar y nos fiamos
de la oferta de buena voluntad.
Y esto se está repitiendo durante mucho tiempo. Algo se ha
avanzado, han nacido proyectos de catecumenados serios como
escuela de formación y educación en la fe, pero no son para todos, salen con vocación minoritaria y con espíritu de grupo.
Como dato, es positivo, pero no es lo que necesitamos para
que, desde las comunidades parroquiales, salgan catequistas
maduros en los que se pueda presuponer todo lo que un educador en la fe necesita en el mundo de hoy.
Nadie da lo que no tiene y el catequista debe descubrir,
dentro del campo de su carisma, lo que tiene y si no le basta,
recurrir a tenerlo, para poderlo dar luego en sus comunicaciones y contactos con sus catecúmenos.
Sólo partiendo del ser se puede programar, con efectividad
asegurada, lo que desde el ser se puede hacer en consecuencia
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
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de lo que se es. Por eso es importante que podamos descubrir
todo aquello que define el ser catequista como carisma, para
intentar que se sea, antes de que se obre.
Es verdad que para esta tarea se requiere tiempo. Pero vale
la pena.
Sólo quien es un conocedor del misterio salvífico de Cristo, puede iniciar a otros en este conocimiento, como sólo el
que vive el Evangelio puede ofrecer un modo de entender la
vida según el Señor Jesús y enseñar a orar desde su propia experiencia y celebrar la palabra y los sacramentos, desde su vivencia comunitaria.
Ya sé que te puede resultar complicado y que puedes llegar
a pensar que no es para ti, porque no tienes tiempo o porque
no dispones de medios, no te preocupes, estamos hablando del
ser y no del hacer. Y el ser eres tú y lo que quieras ser, unidos
en tu propia realidad, potenciados por la llama a este carisma.
Si quieres ser catequista, lo podrás conseguir, si eres llamado
a ello, pero tendrás que descubrir lo que se necesita para serlo
y empezar ya, en serio, a intentar conseguirlo.
Sólo el que tiene puede dar, sólo quien es puede obrar en
consecuencia de lo que es.
El momento actual de la Iglesia presenta la gran ocasión, la
oportunidad deseada por muchos, para emprender la tarea
conjunta en la comunidad cristiana de poner al catequista ante
la importancia de su «ser», descubriendo su espiritualidad,
para poder luego obrar en consecuencia. Si es necesario parar
la actividad o dedicar un poco de tiempo, creo que vale la
pena. La Evangelización Nueva, el Catecismo, nuestro catecismo, nos lo están pidiendo.
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LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
En esa línea estamos y esperamos encontrar a mucha gente
dispuesta a ello. Tú puedes ser uno de ellos, de los que están
de acuerdo en que nadie da lo que no tiene; de los que quieren
dar, sin presuponer nada, partiendo de dentro hacia fuera, quedando cada día más lleno de Dios para poderlo comunicar a
los demás, sobre todo a aquellos que llegan y cada día su número será mayor, para que alguien les indique el camino de la
verdad y de la vida.
Aparquemos los falsos presupuestos y entremos en la realidad, obrando en consecuencia.
II
EL CATEQUISTA Y SU CARISMA
Creo que nadie, de entre los creyentes cristianos, ha dejado
de tener, en un momento u otro de su vida de fe, a esa persona
amable, abnegada, un poco mayor o tal vez joven, que le ha
ayudado a «pasar» los cursos de preparación a algún sacramento. Junto con el maestro de la infancia, es una de las personas que han dejado más huella en casi todos los niños y niñas del mundo creyente.
Había algo de especial, que no tenían las demás personas a
las que conocíamos en la iglesia de pueblo o en las reuniones
parroquiales. El catequista dejaba detrás de sí como una estela
de bien hacer, bondad, comprensión o no se qué, que quedó
grabada en nuestra mente.
El ser catequista es una bendición, que nunca agradeceremos bastante. Sólo cuando lleguemos al Más Allá, nos daremos cuenta del papel realizado en la tarea de la evangelización.
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Porque ser catequista es un carisma, sencillo y humilde, es
verdad, pero en definitiva es una gracia del Espíritu Santo,
que, como todo carisma y como dice el Catecismo, está «ordenado a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y
a las necesidades del mundo».
Pero ser catequista no es fácil, ni complicado tampoco,
sencillamente es algo que llega, siempre está la llamada, se
vive y sin darse cuenta se hace realidad en el ámbito del ser
cristiano.
Por el bautismo y la confirmación, es verdad, todos los laicos podemos y debemos ser testigos del anuncio del Evangelio, pero no todos lo somos. Por eso no demos como supuesto
lo que se tiene que demostrar. No caigamos en las afirmaciones de lo que debería ser y partamos de lo que es la realidad.
A la hora de la verdad, de poco sirve creer en las suposiciones, si éstas se quedan en la esfera de lo que pudo haber sido y
no fue.
El catequista es un bautizado y confirmado. Es cierto. Sin
estas premisas no existe la posibilidad de ser. Pero no es igual
ser que estar. Y estar bautizado o confirmado, lo están todos
aquellos que han recibido el sacramento, pero ser es una realidad que se puede ver y experimentar, básica en aquellos que
son llamados a catequizar, para aquéllos a los que se les ha
dado este carisma y para los cuales la vida es el vehículo que
lleva a todas partes lo que anuncia.
El catequista es el bautizado y confirmado, que, teniendo
como base el ser y no el estar, se siente llamado a colaborar en
el campo de la evangelización, con una acción eclesial propia,
para la que necesita una vida espiritual con unas características definidas, según su carisma propio.
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
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Tal vez alguien piense que esto es propio de todo cristiano
y tiene razón, porque todos estamos llamados a realizar esta
tarea, pero la realidad no es ésta. Son muy pocos los que consiguen llegar con su vida a los demás y encima convencerles
de que aquí está la verdad. Sí, deberíamos pasar por la vida
dejando un reguero de verdad y vida, que llenara a las gentes,
que comparten nuestro mundo, de una esperanza a la que aspiran y no llegan. Ésta es la misión del ser cristiano, pero mientras llega esa hora, nos tenemos que atener a lo que existe. Y
la verdad es que no nos sale. Pero a ellos sí. Porque ésta es su
misión y su carisma.
La teoría la sabemos pero no la interpretamos o como dirían
algunos, sabemos la letra pero no la música. Desafinamos. Por
eso es necesario que nos planteemos el ser del catequista y
descubramos su espiritualidad, para que sea como el pedagogo que enseñe a los demás a vivir la fe.
Si partimos de lo que tenemos y queremos ir a lo que deberíamos tener en nuestras comunidades, ésta sería una buena
base para ello, por la que bien vale parar un poco el hacer y dedicarle un tiempo al ser, sabiendo que el resultado va a darnos
una amplitud y una profundidad que sin catequistas no la vamos a lograr. El nuevo Catecismo espera ser leído y aplicado
para que las nuevas generaciones puedan beneficiarse de su
contenido, el de siempre, pensado para el hombre de hoy. Por
eso el catequista tendrá que actualizarse, pero sobre todo revisar
su propia espiritualidad y acentuar aquellos aspectos que se requieren como más definidos, en su propio carisma, para poder
llegar con mayor claridad y efectividad a la sociedad actual.
Si siempre ha sido importante ser catequista, hoy lo es todavía más, por la urgencia de agentes, que, utilizando el nuevo material, aporten a la evangelización nueva su vivencia.
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Sentirse llamados o descubrir que lo estamos, es algo maravilloso. Es un acontecimiento, que vale la pena valorar en su
dimensión, para poder vivir en el agradecimiento y la alabanza y la bendición continuas. Este carisma bien vale la pena.
Que Dios se fíe de nosotros y ponga en nuestras manos el destino de su palabra y el futuro de nuestros catecúmenos es todo
un acontecimiento a celebrar.
Por eso es necesario meditar, entrar en nuestro interior, en
el silencio del retiro y pedir la luz para poder ver con claridad
la llamada. Porque no hay que oír, sino ver con claridad lo que
oímos. Ellos también querrán ver lo que oyen de nosotros y
les tendremos que enseñar. Es labor de tiempo de oración,
pero se consigue. Dios habla y actúa para que veas con claridad lo que te está diciendo. Su Palabra acampó entre nosotros.
Y vimos al Hijo de Dios entre nosotros.
El catequista, ese llamado por Dios, que en este momento
histórico está esperando la humanidad, puedes ser tú. No estaría de más que entráramos en el fenómeno del profetismo en
Israel. Dios llama con fuerza a los que quiere que sean sus
mensajeros y anunciadores de su Palabra. No les fue fácil a
muchos de ellos, al contrario ofrecieron resistencia o buscaron
excusas. Pero Dios estaba allí para ayudarles. El capítulo 6 de
Isaías es para tenerlo presente siempre. Ya no hay carencias,
ni pecados, ni falsas humildades, solamente Dios, que llama y
tu respuesta personal de ponerte a punto, con el carbón encendido de la misión encomendada en la boca de catequista, confiando que el resto, como siempre, lo ponga Él.
Porque el catequista no es un mero trasmisor de doctrina
escrita y formulada, más o menos, en unos textos adaptados a
la mentalidad del catecúmeno, sino un comunicador de vida,
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de la vida que él mismo ha descubierto en su camino de fe y
ha optado por ella, configurando todo su ser y actuar a esta
manera de vivir, según el carisma recibido. Difícil, es cierto,
pero posible.
Y hoy, más que nunca, el mundo espera la vida iluminada de los llamados, que han sabido dar la respuesta: ser catequistas.
El esfuerzo realizado en el Catecismo, bien vale la pena, el
otro esfuerzo personal, individual, de aceptación de un carisma tan bonito como universal, necesario en un mundo de increencia que necesita ser reevangelizado y más aún catequizado de verdad.
III
LA ESPIRITUALIDAD
Si todo cristiano tiene la misión de anunciar con su vida
aquéllo en lo que dice que cree, madurando su fe personal día
a día e intentando que no exista una ruptura entre su creencia
y su modo de vivir, eso mismo se le pide al catequista pero de
una manera peculiar, debido a su carisma.
Y en esto consiste la espiritualidad de todo creyente cristiano, en vivir según lo que cree, fundamentando en su fe y en el
contenido del mensaje evangélico, todos los actos de su vida.
Siempre se ha tenido como esencial el testimonio de vida para
una eficaz catequización; pero hoy es condición imprescindible para la evangelización nueva. Tal vez sea una de las condiciones que no hay que retocar en la actual «novedad» de proclamación o anuncio del Evangelio. La pregunta que se hace
siempre el que escucha es si de verdad aquello se puede vivir
y para demostrárselo sólo se requiere la vida del que anuncia.
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LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Por eso, si se pretende llegar a todos los que necesitan oír,
con claridad y convicción se debe llevar la vida por delante. Y
esto no se puede conseguir si no es con una vida interior definida y profunda en la que se vea la acción del Espíritu Santo,
que actúa en nosotros ininterrumpidamente y con eficacia, en
consonancia con nuestra disposición de escucha y puesta en
marcha, que potencia el mismo Espíritu de una manera más
fuerte, con el carisma de catequista.
Una vida llena de Dios, que no termina nunca de llenarse,
porque Dios es sorprendente y nuevo cada día que pasa en
nuestra historia y que poco a poco va tocando a su fin. Una
vida del espíritu que se encarna en nuestra materia, hecha de
tierra y destinada a la tierra en la que nos movemos como casa
de todos. Una vida enriquecida con la presencia de aquél, del
que somos su imagen y que quiere estar presente en todo lo
que hacemos para que salga bien, según es Él.
Claro que para esto tendremos que tener a nuestro alcance
todo aquello que sirve para la maduración y el crecimiento. Y
ésta sería la tarea a realizar en nuestras comunidades: crear espacios y medios adecuados para que todo aquel que quiera dedicar algo de su tiempo a la evangelización nueva, en el campo concreto de la catequesis, pudiera llegar a esa vivencia, a
esa manera de saber vivir la fe con las obras que le acompañan, para poder decir que está dentro de la espiritualidad propia del catequista, con sus rasgos que le definen como agente
de la catequización.
Sí, ya se que te resulta, de momento, un poco complicado
todo esto, pero no creas, no es tanto como parece. Lo importante es que veamos claro lo que Dios quiere de nosotros y
luego encontrar un pequeño hueco en nuestro tiempo para po-
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der pensar en silencio y luego ... ya verás que fácil resulta
todo, porque en la tarea está El.
Pero una cosa debe quedar, ya desde este momento, muy
clara: que tenemos que tomarnos en serio la espiritualidad del
catequista porque los tiempos nuevos y la evangelización nueva exigen catequistas «nuevos», conscientes de su pequeño
pero gran carisma.
El tiempo que dediquemos a la espiritualidad, a llenarnos
de Dios y de su Palabra nunca será bastante, comparado con
la importancia de la llamada a ser catequistas.
Retiros, ejercicios, meditaciones, ratos de silencio y oración personal, plan de vida espiritual, todo es necesario para
aquel, que dedique algo de su tiempo a la tarea de la catequesis, al trabajo del anuncio de Jesucristo, a la comunicación del
camino, la verdad y la vida, eso que la gente anda buscando y
no encuentra. Pero recordemos: nadie da lo que no tiene. Y
Dios te lo quiere dar en tu encuentro personal con Él, para que
tú lo des a los demás.
Una vida llena de Dios, con la actividad normal de cualquier persona, llenando un espacio en la sociedad de hoy, diciendo siempre adelante con las obras, con la serenidad de
ánimo que equilibra cualquier situación, eso es lo que se espera del nuevo evangelizador, del nuevo catequista, portador innegable de la seguridad perdida, en un mundo que la busca.
El catequista, ese hombre que debe tener bien claro su origen: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza»,
que hizo posible la existencia de un ser con características de
Dios, con parecidos divinos y supervivencia más allá de lu
muerte, con un ser, imagen de otro ser y una vida scincjanle
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LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
pero no igual, creación de todo un Dios, que le da unas características propias y definidas, que le distinguen de los otros seres animados de la creación.
Por eso el catequista será lo que sea su aproximación al
Creador en imagen y semejanza, teniendo claro que si ha sido
llamado, éste carisma le añadirá un elemento nuevo a su personalidad, para poder edificar la Iglesia, en la parcela de la catcquesis, afirmando siempre, a veces incluso a destiempo, que
Cristo es el Señor.
El catequista es una creación sencilla y compleja, rica y
pobre a la vez, nacida de las manos de Dios y acunada por la
madre Iglesia, que con delicadeza sabe sembrar, preparar, dar
y trasmitir una vida, la del hombre nuevo, llevándolo todo a
cabo con la humildad del que se sabe llamado por el que «es»
y nos hace partícipes de su ser.
Y para llegar a esta vivencia de la fe, se requiere mucho
tiempo de oración, de interiorización y de diálogo con Dios,
que siempre espera nuestra llegada, que está dispuesto a «estar» con nosotros, que somos su imagen y semejanza.
IV
VIRTUDES, DONES Y FRUTOS
i- Si la espiritualidad del cristiano tiene su base en las llamadas virtudes teologales, con mayor razón en el que va a iniciar
a otros en el conocimiento de Jesús, como Señor y Redentor
de la humanidad y de la creación entera y a los que sólo podrá
llegar con el testimonio de vida, que resulta de la vivencia de
la propia fe, compartida en las celebraciones litúrgicas de la
comunidad a la que pertenece.
Y volvemos a lo del principio: nadie da lo que no tiene.
Difícilmente se puede iniciar en lo esencial de la fe, si previamente no se han descubierto los aspectos fundamentales del
misterio cristiano, escondidos en el Evangelio y que van a ser
la base del ser cristiano del catecúmeno, como miembro de la
Iglesia. ^Los hechos que acontecieron en la plenitud de los
tiempos, con la llegada de Jesús a nuestra historia y toda su
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LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
trayectoria hasta la venida del Espíritu Santo, decisivos para la
salvación del hombre^no sólo deben ser conocidos sino meditados y asumidos. No es asunto de lectura, sino de contemplación, de escucha en el silencio de los ratos de oración.
Y como los acontecimientos evangélicos son tantos, pues
uno no termina nunca, siempre queda para el día siguiente. Es
algo impresionante poder asomarse al contenido de los cuatro
evangelios, te quedas como lleno de admiración, agradecimiento y alegría al ver lo grandioso apoyado en lo sencillo, lo
divino en lo humano, lo del más allá en lo del más acá y sobre
todo el tener al alcance de la mano todo lo que puedes desear
para ser feliz, para poderte realizar en plenitud, como lo que
somos: Hijos de Dios.
La fe, la esperanza y la caridad tienen su fundamento de
vida en los acontecimientos de la vida de Jesús, teniendo
como tales no sólo los hechos históricos sino también su
«Palabra».
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
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La fe, la esperanza y la caridad, presentes en cada acto del
«ser» cristiano, deberán configurar siempre cada una de las
actuaciones de aquel que está llamado a comunicar a los demás, por su carisma, la verdad de la doctrina del que viene a
salvar a todos.
vLas virtudes teologales son el trípode imprescindible del
modo de actuar del catequista. Por eso es necesario hablar de
ellas y mucho. No podemos dejar a las gentes que comparten
con nosotros el mundo de hoy, con las lagunas y vacíos de
esta llamada posmodernidad. El hombre no puede vivir de espaldas a su propia realidad y ésta va más allá de lo material y
caduco. La dimensión de lo trascendente no se puede eliminar, sin dejar al hombre minimizado, desposeído o expoliado.
No tenemos ningún derecho, al contrario, tenemos la obligación de descubrir todo lo que es y puede llegar a ser.
Todo en Él respira fe, vive esperanza y ofrece caridad.
Todo es pasado, presente y futuro, como queriendo decir lo
que Él es: Dios-con-nosotros. Por eso el Nuevo Testamento es
el punto de arranque y de llegada de toda espiritualidad, teniendo como base el contenido del Antiguo. La conducta humana está definida, desde siempre, en los escritos que nos relatan la vida de los personajes bíblicos, en los que quiso Dios
dejar los rasgos de nuestra propia vida. Cada personaje tiene
ese algo de Jesucristo que enriquece su definición y amplia su
personalidad.
Con la fe, la esperanza y la caridad se llena y se equilibra,
en su integridad, al ser que fue creado a imagen del Creador.
Pero la virtud, según el Catecismo, es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Por lo que se
deben tener muy en cuenta también, las llamadas «virtudes
humanas». Éstas «son actitudes firmes, disposiciones estables,
perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad
que regula nuestros actos, ordena nuestras pasiones y guía
nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena.
El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien».
Y en cada uno de ellos podremos encontrar ese algo de
Dios que necesitamos para, día a día, llenar nuestra vida, para
poder dar luego.
Junto con las virtudes teologales, cuatro son las virtudes
cardinales con importancia capital. Son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
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LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Sin la prudencia, difícilmente podrá el catequista discernir
todas las circunstancias del obrar el bien. La prudencia es la
«regla recta de la acción» dice santo Tomás, siguiendo a
Aristóteles, según cita el Catecismo. Apoyándonos en ella podemos aplicar los principios morales sin temor a error, en los
casos particulares que se presentarán en cada catequesis y podrá cada catequista superar «las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar».
Con la justicia, podrá dar el catequista a cada cual lo suyo.
A Dios lo que es de Dios y a los catecúmenos lo que se le debe
dar como suyo. «El hombre justo, evocado con frecuencia en
la Sagrada Escritura, se distingue por la rectitud habitual de sus
pensamientos y de su conducta con el prójimo». No es una virtud fácil en nuestros tiempos. Pero es necesaria y urgente.
La búsqueda del bien, sin cansancios ni desfallecimientos
y la firmeza en la pruebas, exige la fortaleza, esa virtud cardinal, presente siempre en la vida de todos los que han actuado
en la palestra de la evangelización. Es la victoria sobre el temor y la que afianza la postura de afrontar, lo que llaman
muerte, con la convicción de que sólo existe la Vida, después
de la Resurrección de Jesucristo.
Con la templanza se «modera la atracción de los placeres y
procura el equilibrio en el uso de los bienes creados». Buena
lección para nuestro mundo de despilfarro y gastos incontrolados. Una virtud que tiene varios nombres: «moderación» o
«sobriedad» se le llama en el Nuevo Testamento, que tiene
como línea de actuación la moderación, la discreción y que
tiene su encanto incluso humano.
La riqueza del carisma del catequista, se completa con los
dones y los frutos del Espíritu Santo, puestos en acción. Es ló-
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gico que a quien se le confía la catequización se le potencie
con la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la
ciencia, la piedad y el temor de Dios. Son armas necesarias
para la buena enseñanza de la doctrina hecha vida, del mensaje aceptado y vivido. Se nota enseguida la presencia de estos
dones en la vida del catequista. Su enseñar es con autoridad,
pero con santidad y gracia, portadores del germen de la fe
para los que escuchan.
Pero para que los catecúmenos «vean» la acción del
Espíritu en la vida del catequista, aparecen los frutos «caridad,
gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad,
mansedumbre,fidelidad,modestia, continencia y castidad».
Virtudes, dones y frutos, todo un abanico de posibilidades
y riquezas del Espíritu, a disposición del que quiera dar una
respuesta positiva a la llamada del carisma de catequista.
Anímate.
V
LA FE
Dice el Catecismo que: «La fe es una adhesión personal del
hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión
de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha
hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras».
Por eso, hablar de la fe es evocar toda la Escritura. Para un
catequista, que quiera serlo de verdad, las vivencias y acontecimientos de los dos testamentos, serán el alimento diario para
crecer en la fe que, luego, tendrá que comunicar en sus catcquesis, según el carisma recibido. Nadie da lo que no tiene y
menos aún en el campo de la catequización, porque la trasmisión se establece sólo desde la vivencia. Por eso la meditación
asidua es necesaria.
Es impresionante el contenido, la historia, el valor y la actualidad de ésta palabra corta, concisa y a la vez amplia y plu-
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ral. La fe es la trama donde se engarza toda la vida de elevación y trascendencia del hombre de todos los tiempos. Su presencia llena cada una de las páginas de la Biblia, haciendo posible la existencia del hombre integral, con capacidad de
llegar más allá de la realidad de cada ser humano.
Una mirada, desde dentro, a la creación entera, no sería un
mal comienzo. Descubrir a todo un Dios Creador y Señor de
todas las cosas, Poderoso y Padre a la vez, como aparece en
los cinco primeros libros de la Biblia es un arranque necesario
para pasar después a su actuación en las personas.
Un primer encuentro podría ser Abraham, no en balde se
le llama el padre de la fe. Un hombre que viene del paganismo, pero que busca siempre, desde la oscuridad, la respuesta
a sus problemas y necesidades. Y cuando la encuentra, se
queda con ella para siempre, a pesar de las dificultades. El
Dios que le habla y que él descubre actuando en su vida, es
lo que necesitaba para fundamentar su vida entera. Y pase lo
que pase a Él se acogerá siempre. Es el punto de referencia
necesario para todo creyente, pero más aún para todo catequista, para ti.
Y podrán desfilar otras vidas y otros acontecimientos, que
configuran la historia de salvación y anuncian a la vez lo que
está por venir. El Antiguo Testamento es riquísimo en catcquesis sobre la fe y eso que no había llegado todavía el prometido Mesías. Se creía desde la promesa y la espera en Él.
Y, por fin llega, en la plenitud de los tiempos y se llama
Jesús, nacido de María, prototipo de todas las virtudes y en
este caso de la fe. Siempre será ella la que con el silencio, el
diálogo, el servicio o la mirada nos dirá en clave de fe lo que
tengamos que hacer.
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
33
La meditación sobre el nacimiento del Señor, abre todas
las posibilidades a una fe incipiente. Es el Dios Niño, visto
desde el Niño Dios. Creer que Dios se hace uno de nosotros y
que ese uno de nosotros sea Dios es algo tan grande que por sí
solo te lleva a situarte en una historia nueva de salvación. El
misterio de la Navidad, tan rico en todos los aspectos, es inagotable en contenidos para la fe. Cada uno de los personajes,
que aparecen en la escena de Belén, nos dan su catequesis sobre la fe. Desde los pastores, hombres humildes, rudos, curtidos en los fríos y metidos de lleno en un trabajo duro, son los
primeros que responden a la invitación de creer que aquel
niño recién nacido es Dios. No se requiere ni gran formación
ni confort de vida, ni grandes luces ni conocimientos, sólo
basta sencillez de corazón y esta asignatura la podemos aprobar todos sin distinción de clases, ni edades.
Y los pastores creyeron y lo demostraron con sus vidas,
porque anunciaron a todos lo que habían visto y oído al contemplar la realidad de la gruta de su querido Belén. No necesitaron de magistrales explicaciones ni de consultas de sabios,
ni de clases especiales, sólo contemplaron y creyeron y así lo
anunciaron. Fueron unos catequistas estupendos. Como tú y
yo y tantos otros que estamos metidos en este mundo de la catequesis, a los que se nos pide contemplar en silencio y anunciar a viva voz. Hay mucho que contemplar en aquel lugar
concreto de Israel en el que se asoman todos los hombres de
buena voluntad a recibir la paz. Allí están presentes los profetas y los reyes y los jueces y los patriarcas del pueblo de Dios.
Y allí se dirigen también los que vendrán detrás, en los siglos
que dure la nueva historia de salvación. Es el punto de arranque. Sólo cuando se encuentra el hombre con el Jesús de
Belén puede salir al mundo hasta llegar a Jerusalén.
34
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Es el primer recorrido de la fe y por eso el primer paso de
toda espiritualidad catequética. Ser testigos del nacimiento de
la Verdad. Contemplar al Niño Dios y creer en el Dios Niño,
para salir luego, cogidos y guiados por la mano de un niño a
recorrer los caminos de la fe.
Y esto con la seguridad que da ver cumplidas las escrituras, realizadas las promesas contenidas en el Antiguo Testamento y llegado el tiempo de Dios. El año cero contiene un
valor catequético, que bien vale pararse a meditarlo con toda
su profundidad, sabiendo que toda espiritualidad, pero sobre
toda la del llamado a evangelizar y catequizar tiene su inicio
aquí en Belén de Judá.
Pero no creas que todo termina aquí, no, esto es sólo el
principio. Es la verdad, pequeña en apariencia pero grande en
su realidad, que nos irá indicando paso a paso, en la vida de
Jesús el gran contenido de su mensaje.
Y llegará el día en el que caminaremos con Jesús hasta
Egipto y por el camino, con la persecución en los talones,
aprenderemos, por la fe en Él, lo que es no ser admitidos por
los tuyos y tener que salir a un lugar extraño. Y volveremos
con Él, porque con Él siempre se vuelve, a la casa paterna, a
la Tierra Prometida, porque no se queda uno nunca en el destierro, lo creemos por la fe, sino que el Señor le devuelve a la
libertad siempre. Y la historia de Israel se hará presencia y
vida en Egipto con Faraón incluido.
Y por la fe entenderemos su vida en Nazaret, donde crece
en edad, pero también en la obediencia a la voluntad del
Padre. Y por la fe sabemos que no fueron años perdidos en la
oscuridad de un pequeño pueblo de Galilea, como pequeño te
puede parecer a ti, tu propio pueblo o la parroquia en la que
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
35
vives. Sí, fueron unos años muy bien aprovechados en el silencio, la oración y el diálogo con María y José, creando un
modelo a seguir en el nuevo Israel que sería la Iglesia. Para
creer que el carpintero del pueblo era Dios-con-nosotros se requería tener mucha fe. Y El quiso pasar por ahí, para que nosotros, apoyados en la fe, no nos hundamos, cuando la gente
tampoco crea en nuestras catequesis o le cueste creer.
Y la soledad que le deja la muerte de José, aunque tenga a
su madre María. Y la llegada de su hora y la salida del hogar,
dejando atrás su familia, amigos y recuerdos de la infancia y
juventud. Sí, todo esto hay que meditarlo, porque supone una
base fundamental para nuestra fe en Él.
Como la soledad del desierto y el silencio de Dios para el
pueblo elegido y después de los profetas y elegidos por Dios
para llevar en la historia la promesa de salvación.
Y más fe todavía deberemos tener para comprender el porqué del encuentro en el Jordán con Juan el Bautista. Pero era
necesario que esto sucediera, era voluntad del Padre, para que
nosotros, también por fe, podamos continuar catequizando o,
tal vez, ser catequizados por otros. Siempre existirán estas situaciones, que, sólo por la fe, se pueden aceptar, porque en la
fe está la humildad necesaria para ello.
Y mucho tiempo tendremos que dedicar al gran acontecimiento del desierto, con el ayuno y las tentaciones.
Creo que todos hemos pasado por esta situación, más aún,
creo que continuaremos atravesando, de cuando en cuando,
este desierto, con ayuno incluido, para poder superar las tentaciones de siempre. Existen demasiadas ofertas en nuestro
mundo para quedar exentos de las seducciones del poder, del
tener o del ser. Sólo la fe, nacida de una sincera meditación de
36
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
la conducta de Jesús en esta situación nos ayudará a salir airosos, como Él. Y las tentaciones vienen, seguro. No podemos
ser menos que el Maestro.
Podrán llegar incluso en lo más santo de nuestro trabajo o
en lo más sacrificado de nuestra entrega. Y llegarán cargadas
de buenas palabras e incluso de palabra de Dios, bien es cierto
que prestada o incluso mal interpretada, pero razonada a lo
humano. Ya lo sabes, seguro, por propia experiencia. Pero
aquel «tiempo» también tiene un límite, sólo son «cuarenta
días». Luego la entrada de nuevo en el tiempo de la evangelización, el mejor que existe, porque es el de Dios.
No creas que todo es así, no, también en la vida de Jesús
existen los momentos de éxito y aceptación y seguimiento. Y
aquí, la fe en Él, tiene un protagonismo enorme. No se le puede seguir hasta Jerusalén sin haber recibido, al menos, lo esencial de su mensaje. Y sólo la fe, crecida en la meditación y la
oración personal, puede hacer posible, no sólo la escucha,
sino, lo que es importante, la aceptación sincera, que marca la
espiritualidad del catequista.
Un día, a eso de las cuatro de la tarde, junto al Jordán, se
encontraba Juan el Bautista y fijándose en Jesús, que pasaba,
pronunció la gran catequesis: «he ahí el Cordero de Dios» y
dos de sus discípulos, dejando a Juan siguieron a Jesús. Es el
gozo más grande de un catequista, el ver que sus discípulos siguen al que es el Camino, quedándose el resto del día con Él,
el resto de toda una vida, en la compañía del que sí que es el
Maestro y Señor.
Y seguirán los acontecimientos en la vida de Jesús, muchas
cosas, personas, palabras llenan sus días y sus noches. Es una
maravilla poder «ver» con calma y paz todo lo que es Él.
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
37
Cada página del Evangelio es suficiente para quedarte horas y
horas alimentando la fe en Él.
Sólo hay algo que, a mí, no me llama la atención. Son los
milagros. Los encuentro lo más natural del mundo, en las manos del Todopoderoso. Él es el Señor. Las personas sí y también sus palabras y gestos.
Cuando encuentra a alguien que necesita de su ayuda, no
rehusa hacerlo, si encuentra la poquita fe para que se realice lo
que pide. Es impresionante su mirada, hacia dentro, a cada
uno de los que se le acercan. El amor, la comprensión y la
amistad están siempre presentes en aquella mano tendida, con
la que siempre recibirá al que se le acerca, hasta sabiendo que
sus intenciones no son buenas, pero pueden serlo.
Lo mismo que le puede suceder a cualquier catequista. Las
situaciones se repiten siempre. Sólo cuando se ha asumido,
por la fe en Él su manera de ser y actuar es cuando no importa
nada de lo que pase. Para ello se requiere meditar, rumiar, no
pierde nunca la capacidad de asombrarse y de continuar creyendo.
Porque como dice el Catecismo: «Creer entraña, pues, una
doble referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad por
confianza en la persona que la atestigua». Y «por la fe creemos en Dios y creemos en todo lo que Él nos ha revelado y
que la Santa Iglesia nos propone como objeto de fe».
VI
LA ESPERANZA
Si el catequista, como María, debe meditar siempre en su
corazón, las verdades de vida contenidas en el Evangelio y así
dar solidez a su espiritualidad; para poder llegar a la vida de
los demás, tiene que hacerlo desde una gran esperanza, que el
Catecismo define como la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad
nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo
y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de
la gracia del Espíritu Santo.
Es la esperanza la que comunica al catequista esa energía
interior que le hace fuerte en las dificultades, sabiéndose elegido para anunciar a los demás, con palabras que no son suyas, las verdades que le han sido comunicadas.
Y de nuevo será la Escritura la que pondrá los ejemplos vivos, de hombres y mujeres que, apoyándose en ella, vencieron
dificultades, desalientos, y oposiciones.
40
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Si Abraham es el punto de referencia en la fe, también lo
es en la esperanza: supo esperar contra toda esperanza. Lo había intentado mil veces, sin ningún resultado. Había rezado a
todos los dioses conocidos, hasta que le llegó la promesa del
Dios Único y Verdadero. Él no lo conocía, pero supo creer y
esperar. Y el hijo, que tanto esperaba, llegó, como Dios le había prometido. Luego vendría la tierra y con ella la plenitud de
la esperanza cumplida.
Es el caso de muchos que desean llegar a poseer la seguridad de la fe, pero no saben esperar, no tienen tiempo de espera, quieren que sea ya y claro, se quedan defraudados ante
unos resultados que no son los que ellos esperaban, poniendo
siempre por delante lo que hacen y esperando el resultado inmediato. Abraham supo esperar en el tiempo de Dios y en ese
tiempo y no en el suyo, llegó lo que esperaba.
Después, en la historia del pueblo de Israel, se sucedieron
los personajes que llevaron la esperanza a una realidad hecha
vida. Como pueblo, se le puede definir como el que ha sabido
esperar, llevando la promesa recibida, aunque no ha estado a la
altura de los tiempos de Dios y se pasó, quedando a la espera de
lo que nunca llegará, porque ya vino y acampó entre nosotros.
David el rey, fue consagrado siendo muy joven, pero no
reinó hasta mucho tiempo después. Supo esperar, con tribulaciones e incluso peligro de muerte. Su tiempo estaba dentro
del programa de Dios, no aceleró los días, ni anticipó acontecimientos, sencillamente esperó. Y era el ungido por Dios.
Como supo esperar Zacarías, el padre de Juan el Precursor
de Jesús. Es verdad que se quedó mudo, por no creer en la
promesa, pero, en su mudez, supo esperar en el silencio impuesto, hasta que llegó lo que ya no esperaba: el hijo.
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
41
Fue un ejemplo clave para los catequistas del futuro. Duda,
no está seguro, ha esperado demasiado y ya es tarde para él y
su mujer anciana y estéril y por eso no puede hablar hasta ver
la promesa cumplida. Y entonces pronuncia el himno más bonito de una esperanza cumplida.
A veces, nos pasa a casi todos, no queremos ver la mano
de Dios, que es todopoderoso y esperamos demasiado en
nuestras propias fuerzas. Y claro, nos fallan los cálculos, las
previsiones no se cumplen y nos desmoralizamos. Es el momento de pensar en ellos, los que escribieron sus vidas en la
historia contenida en la Biblia y meditar.
Sí, meditación y esperanza van juntas, son magníficas
compañeras del viaje del hombre por la tierra y armas indispensables para el catequista. Así lo hace María. Así lo vive
con intensidad durante toda su vida. Ella supo esperar, meditando en su corazón todo lo que era «palabra» de Dios. El
ejemplo de los hombres y mujeres, que le precedieron en la
historia de su pueblo Israel, pusieron una base firme para lo
que ella tendría que significar para todos nosotros. Y más aún
para los que, como ella tienen la misión de proclamar la
Palabra y darla a todos los hombres.
Y con María, no podemos dejar en silencio a José, el carpintero de Nazaret. Él es el hombre del silencio en la espera
de que todo lo que Dios le ha dicho se va a cumplir. Sabe esperar desde todas las situaciones y lugares donde le pone la
voluntad del Señor. Obedece siempre, aunque esto le suponga
sufrir y renunciar.
Nazaret fue testigo de la espera, en el silencio, más bonita
y bien llevada. Es como una llamada obligada a todo aquel
que trabaja en el campo de Dios. Saber esperar juntos, ellos a
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LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
los que nada faltaba, pero que se debían dar a los demás.
Nazaret en el lugar de la tierra con más proyección de futuro
para un catequista. Allí se oró con la palabra presente y se preparó la más efectiva catequización, la de Jesús. Yo me imagino las largas jornadas de trabajo en conversación llena de
Dios y las familiares noches a la luz de la lumbre, teniendo la
Ley y los Profetas por referencia y los salmos por materia de
alabanza. Ellos sabían muy bien lo que era la esperanza. Esa
virtud que, a veces, nos falta un poco a los que trabajamos hoy
en continuar su obra.
Un día a ellos, a los elegidos, a los apóstoles, les falla la esperanza, les corría prisa y el Señor les calmó la impaciencia,
haciéndoles ver que el Padre ya sabe lo que hace falta para
cada tiempo y lugar. Les llamó los hijos del trueno y uno de
ellos era el futuro evangelista san Juan.
También Pablo, tuvo que pasar por la experiencia de lo es
saber esperar. Fue en Atenas. Le quemaba el celo de la
Palabra y quería que todos respondieran. Se equivocó de lleno
y Dios lo dejó para más tarde. No era el tiempo de la salvación, no estaba el terreno preparado.
Y así todos. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la esperanza está presente en las vidas de aquellos, que
han sido llamados a participar en el anuncio del mensaje de
salvación. Tú y yo vamos detrás de ellos. No podemos quedarnos atrás. Esperemos. Y Él llegará, como siempre, porque
es fiel a su promesa.
VII
LA CARIDAD
Es la última de las tres virtudes teologales, pero la más importante, porque las articula y las ordena entre sí. La caridad,
nos dice el catecismo, «es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro
prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios».
San Pablo nos dirá que: «la caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en
cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la
verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo
soporta». De tal manera es esto así que si no se tiene caridad
no se tiene nada ni se es nada. Por eso par el catequista, además de por ser cristiano, la caridad es virtud a practicar y desarrollar siempre, sin final posible, porque no termina ni siquiera en el cielo, donde la fe y la esperanza dejan de tener
44
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
vigencia, porque se «ve» lo que se creía y se «tiene lo que se
esperaba».
El pueblo de Israel sabía muy bien del amor de Dios hacia
ellos. Lo rezaban en el salmo cien, versículo cinco, cada vez
que elevaban la oración de alabanza y de acción de gracias. El
Señor ha estado siempre con el amor por delante cuando se ha
tratado de su pueblo. La historia está como tejida de fibras del
corazón de Dios para con aquellos que había elegido como
portadores de su amor eterno hacia la humanidad entera.
Así lo entendió Moisés y así lo vivió. El Señor se lo había
revelado y él lo trasmitió. Durante toda su vida el amor a Dios
no se separó del amor a los hombres, intercediendo siempre
por ellos y pasando todas las penalidades y sufrimientos, que
le llevaron, a veces, a desear dejarlo todo y morir. Pero la visión del Altísimo le mantenía en pie. Y volvió a Egipto y realizó la misión encomendada, por amor a Dios y a los hombres,
a su pueblo. Las plagas le confirmaron, es verdad, que Él estaba presente, pero su corazón de hombre supo responder.
Por eso la esperanza y la fe estaban trabadas en el amor y
las tres hicieron posible que el Éxodo finalizara en la Tierra
Prometida, aunque no llegara a entrar en ella. El amor superó
la situación y el silencio del desierto.
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda
el alma y con toda tu mente. Y amarás al prójimo como a ti
mismo».
Toda la Ley y los Profetas pendían de estos dos mandamientos. Era la vida de Israel, su futuro y su presente. Y durante siglos, con Moisés siempre como referencia, el pueblo
supo del amor a Dios, escrito en su historia, y del amor al prójimo en cada momento de su vida presente, como mandato.
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
45
No le fue fácil a Israel, durante ciertos períodos de su vida,
el llevarlo a la práctica. Pero la Ley estaba presente con toda
limpieza, en los tiempos de Jesús.
Y así lo recibirá el Nuevo Israel. Los elegidos para llevar
el mensaje salvador de Jesús de Nazaret, hasta los confines de
la tierra, sabían del amor entendido en el sentido bíblico y predicado por el Maestro.
Por amor, dentro de la caridad cristiana, ellos fueron los
primeros en entender que nada vale más que el estar en las
manos del que todo lo puede y todo lo supera, esto es en las
manos del Padre. Contar en los planes de Dios para la salvación de los hombres es algo que desborda al ser humano.
Poder amar a Dios con todo el ser, con todas las fuerzas, con
toda el alma y al prójimo como Dios nos ama, colma la capacidad del hombre para la felicidad plena.
Pedro y Andrés, Juan y Santiago y los demás discípulos,
fueron testigos del amor con el que el Maestro vivió siempre
de cara a todos los que se acercaban a El. Era su manera de
ser. Cada gesto, cada palabra, cada movimiento estaba lleno
de acogida, misericordia y amor. Todo le parecía posible con
el amor por delante.
Un día se le acercó una mujer pecadora y le lavó los pies
con sus lágrimas y los secó con su pelo. Nadie entendió el
gesto. Sólo el Maestro comprendió su situación y le perdonó
mucho, porque amaba mucho.
Las lágrimas también hicieron acto de presencia en una
ocasión, provocadas por la muerte de un amigo Lázaro, a
quien, según los presentes amaba mucho.
Y es que la Palabra que acampó entre nosotros, era Amor.
Y así actuó y así nos lo dejó en herencia. Su mandamiento es
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LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
amar en la dimensión del amor de Dios. Todo un reto al esfuerzo humano y a las metas del creyente.
Por eso la caridad, el amor, es fundamental en el catequista. Forma parte de su «seD>. Su manera de vivir la fe, en la esperanza, es el amor.
Cada acto, cada palabra, cada catequesis, serán manifestación del amor cristiano, fundamento de todo lo que emane el
llamado por Dios para ser su catequista.
Y una cosa muy importante: la capacidad de amor, desarrollada en esta vida, nos acompañará en la otra. De modo que
el amor pasa a ser lo que nos llevaremos al más allá, para allí
amar en la medida en la que hayamos amado aquí.
Aquellos catequistas que pasaron por nuestra vida de niños
y jóvenes nos querían de verdad, se desvivían por nosotros y
nos ayudaban a crecer en la fe. A lo mejor, no sabían demasiada teología pero habían aprendido a «ser» portadores de la
verdad del Evangelio, que incluye, entre sus características
primordiales, el amar.
No olvidemos que el portador del carisma del catequista
será siempre el amor.
VIII
EL DESIERTO
El desierto es una situación bíblica real en la vida de todos y cada uno de los hombres.Su presencia y su intensidad
están en proporción, casi siempre, con la calidad y la importancia de la misión asignada a cada uno, dentro de la historia
de salvación.
No hay ninguna página importante, dentro del proceso salvíflco, sin que aparezca el desierto. Es una constante. Y es que
en él, en ese «lugar» concreto de la creación, no hay nada, no
existe el desarrollo de los procesos de vida de otras zonas,
quedando todo encerrado en ese silencio, como de muerte, tic
la inanición. Pero también el desierto tiene posibilidades, partiendo todas ellas de la nada, en las manos de Dios.
La primera descripción, en el segundo versículo del Génesis, habla de «desierto», «vacío», «abismo», para, sobre la
nada, presentar la acción creadora de Dios. Es una imagen que
48
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
no debemos olvidar nunca: Dios actúa en la nada, haciendo
aparecer las cosas y los seres. Parece como si se encontrara
muy a gusto llenando la nada, haciendo desaparecer el desierto y creando la vida multicolor y plural, como imagen suya.
Siempre el desierto se nos presentará como lugar de actuación de Dios. Y en ésta situación bíblica real se nos invitará,
muchas veces, a entrar, para el encuentro con Dios, imprescindible en todas y cada una de las vidas de los catequistas, de la
tuya. Entra sin miedos, sin voces, sin ruidos, en el silencio de
Dios, en el desierto de tu interior, donde confluyen tu «nada»
y el «todo» omnipotente del Creador.
Cerca de En Karen está el desierto de san Juan Bautista,
en el que, según la tradición, vivió el precursor durante algunos años, preparándose para la gran misión de anunciar a
Cristo. Un desierto pequeño, pero limpio de toda vida, con
espacios suficientes de soledad y rincones con ecos de brisas divinas. Allí encontró la ciencia del anuncio, la palabra
justa y ajustada luego a la «voz». En aquel silencio profundo, pudo escuchar los hondos significados de los profetas y
el sentido de toda la historia, la de Israel. Con todo el tiempo por delante, pudo entrar en contacto con él sin tiempo y
quedar prendido en aquella maravilla de la plenitud de los
tiempos. Era el lugar ideal para la escucha y la meditación,
la alabanza sincera y la bendición.
Sí, Juan Bautista entró en «su» desierto y sólo salió de él,
para anunciar la Verdad, porque la había encontrado con toda
nitidez, al saber aceptar aquella situación difícil, pero valorada por el pueblo elegido, como situación de paso de Dios.
Sólo así pudo ser el gran catequista, sabiendo encontrar la palabra indicadora del camino recto y justo, que lleva a
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
49
Jesucristo. Luego, sus discípulos pudieron encontrar lo que
buscaban, porque él, Juan Bautista, les había catequizado
perfectamente, enseñándoles las claves del encuentro con el
anunciado por los profetas. Su interpretación de los acontecimientos, no era sólo producto del saber humano, sino que tenía su iluminación, como luz del desierto, que le daba la seguridad de la verdad.
San Juan Bautista, cuya vida fue determinante en la historia de salvación, hombre elegido por Dios antes de nacer, con
una familia santa y una parentela de excepción, con un ambiente propio de un aspirante a todo lo santo, con posibilidades de formación excepcionales, tuvo que entrar en el desierto, como paso necesario para estar en su sitio. No, no le
valieron ni la visita del «Señor», como le llamó su madre
Isabel, ni la estancia, durante tres meses, de María, de la que
recibió los cuidados y los mimos y que era portadora de aquel
al que él iba a anunciar. El desierto le esperaba como escuela
de Dios, para sus clases particulares.
Y allí, en esa misma escuela, se nos invita a entrar a nosotros, a matricularnos gratuitamente, para salir luego como catequistas, llenos de la ciencia del Espíritu. Es verdad que cuesta dejar el ruido y la actividad y el resultado inmediato de la
acción, pero sin desierto no hay posibilidad de nada serio en la
Iglesia.
Por eso, una de las características de la espiritualidad del
catequista, es el haber estado en ese «sitio» donde el silencio
deja oír la Voz, que pronuncia la Palabra y que luego hay que
anunciar a los demás. Es allí donde se aprende lo que hay que
comunicar, siendo solamente la página en blanco donde Dios
escribirá su mensaje, sin interferencias ni interpretaciones par-
50
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
ticulares y personales, que desvirtúan el verdadero sentido del
contenido salvador del Evangelio.
Sólo en la tranquilidad y pobreza del interior del hombre, a
solas con Dios, uno se siente tal cual, es decir: nada. Solamente
allí, donde callan las cosas y más aún las personas, despojado
de todo, se entiende el lenguaje nuevo, la palabra exacta y el
pensamiento se centra en lo que es trascendente. Sí, es necesario entrar en el desierto contemplativo para poder despojarse
de todo lo que «no es» y dejarse revestir de lo que «si es».
Así lo hicieron todos los llamados, aquellos para los que Dios
tenía inscrito su nombre en el grupo del carisma catequético.
Así lo hacen aquellos llamados hoy, encargados de hacer
realidad el mensaje contenido en el llamado «nuevo» Catecismo, y a los que se les espera con interés de cara al futuro de
la Iglesia.
Anímate y entra en tu desierto, allí te espera una gran misión.
SEGUNDA PARTE
MEDITACIONES BÍBLICAS
PARA CATEQUISTAS
I
NOÉ
OBEDIENCIA Y ESPERA
Era un hombre bueno, de esos que siempre hay en todos
los pueblos y que toman parte en las historias positivas y que
terminan bien. De talante sereno, trabajador y honrado como
el que más. Su familia era normal, como también lo era su relación con los demás vecinos del pueblo.
Un día, decisivo en su vida, le habló Dios, le llamó para
encargarle una misión extraña. No entraba en sus planes diarios, ni estaba dentro de su trabajo habitual. Era algo grande y
sin referencias en el mundo laboral, en el que estaba acostumbrado a moverse. Pero era el Señor quien lo mandaba y esto
era suficiente para él. Porque creía en el Todopoderoso, a quien
adoraba y bendecía siempre.
Entró en el recogimiento, se adentró en el interior de su corazón y decidió ponerse en las manos del que pedía algo tan
extraño, sin pedir explicaciones. Dios es Dios y todo lo sabe.
54
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Hizo planos, recogió datos, trazó proyectos, apoyándose en
todo en las normas que Dios le había dado. Las medidas y los
materiales estaban determinados y todo debía ser como lo había ordenado el Señor.
No estaba habituado a hacer nada sin la familia, por eso
cada uno se responsabilizó de una cosa, sus hijos y su mujer
se pusieron a trabajar en la construcción de un arca, que les
salvaría de las aguas. Parecía una tarea de locos y aparentemente así era. Una barca en la montaña era poco más que una
locura y un mar en el secano un sueño de visionario loco.
Esto sucede cuando se piensa como los hombres y no
como Dios. Porque siempre sucede lo mismo, la barca es necesaria y salva y el mar es real y mata.
Nadie entendía aquella locura, llevada de sol a sol, con el
cansancio en el cuerpo y la mirada puesta en lo alto.
Pero la misión encomendada, sin comprender demasiado
su significado, su trascendencia, iba tomando cuerpo. LLegaron la madera y las cuerdas y el alquitrán. Se juntaron los brazos de la familia entera y a los pocos meses ya se adivinaba lo
que se pretendía hacer.
La espera era dura, porque no tardaron en aparecer las críticas y las burlas. Entraban dentro de la lógica humana y más
aún si no se partía de una creencia firme en quien llama y ordena una misión, por pequeña que sea.
Nadie entendía todo aquel trabajo inmenso y pesado.
Todos trabajaban por una recompensa inmediata. Aquello no
servía para nada, no era rentable el esfuerzo. Era una locura.
Y Noé se mantuvo firme, sabía en quién creía y esperaba,
en la obediencia, lo que se le había dicho. No reparó en nada.
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
55
Aunque el cansancio hacía mella en su cuerpo, la esperanza le
hacía sentirse fuerte y así animaba a los suyos.
Sí, Noé supo esperar obedeciendo, sin ver los resultados de
inmediato, sin encontrar signos de aquel diluvio anunciado.
Pero sabía que Dios lo había dicho y esto le bastaba. Desde la
lejanía en el tiempo, nos proyecta una luz fuerte a nosotros los
creyentes de hoy, rodeados de increencia, idiferencia o crítica,
pero con la misión del anuncio de la verdad de Dios, del anuncio de Jesucristo y nos indica el modo de actuar: obedecer en
la espera, incluido todo: la paloma de la paz y el arco iris de la
alianza y la supervivencia de la imagen de Dios en la creación, que es el hombre.
Todo catequista tiene mucho que aprender de este gran
hombre. La misión puede ser más grande o igual, pero siempre quedará en pie la respuesta esperanzada del que sabe que
lo que Dios manda es posible, contando con su ayuda, que
nunca falla. Saber esperar, obedeciendo, es básico para toda
actuación en el campo de Dios.
Las motivaciones contrarias, que estarán presentes en cada
determinación, no deben impedir la construcción de lo que
salva al hombre de la muerte. Por eso Noé es importante para
ti, que te sientes llamado a la gran tarea de la catequización.
Meditar en Noé te puede ayudar a saber esperar los resultados de Dios, en una tarea que te ha encomendado y que puedes realizar, aunque no veas los resultados.
También tú tendrás ocasión de soltar la paloma de la paz o
el cuervo del reconocimiento, para inspeccionar el estado de
las cosas, pero en tu arca, con los que Dios te ha confiado, sigue esperando hasta el final.
II
ABRAHAM
LLAMADA Y RESPUESTA
No era, es verdad, un hombre del montón. Tenía un sitio en
su mundo y un prestigio bien ganado en su ciudad. La familia
le acompañaba y en ella estaba su apoyo de cara al futuro.
Pero, como todo hombre, tenía su problema personal y familiar: ni tenía un hijo ni una tierra propia. Un problema grave
en la sociedad en la que vivía. Intentó dar solución, recurriendo a los medios de que se disponía tanto en el campo de la
ciencia como de la religión y no la encontró. Un hombre que
podía ser feliz y no lo era. Pero no ocultó ni ignoró su situación, al contrario vivió pendiente de ella. En eso demostraba
ser un hombre grande.
Y un buen día, recibió el mandato: «sal de tu tierra, de tu
parentela...» Era una voz distinta a las que había oído antes.
Sonaba a seguridad y daba confianza. No sabía lo que quería
58
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
decir ni a dónde le llevaría aquella salida que se le pedía. Pero
su búsqueda, que era honrada, le animó a escuchar con atención y a ponerse en camino.
Es una actitud positiva, que denota saber estar en la vida
aceptando las circunstancias y que lleva siempre a buen fin lo
que uno emprende. Abraham tiene mucho que enseñar al catequista. No es sólo el hombre de fe, es también el que sabe
creer, el que sabe dar una respuesta a la llamada que recibe,
dentro siempre de unas coordenadas que definen lo humano y
lo divino, lo propio del hombre y lo propio de Dios.
Y Abraham se puso en camino, salió de su parentela y se
adentró en los caminos de Dios. Buscaba su realización plena
y tenía fe en que el Todopoderoso no podía fallarle.
El camino se hizo largo, difícil, con trechos sin indicaciones claras, pero Abraham continuó, no se volvió atrás. No era
como él se esperaba, pero aquella llamada se merecía aquella
respuesta.
Un mundo nuevo se abrió a su observación. La tierra que
pisaba, distinta a la que estaba acostumbrado a pisar, sería un
día suya. Su paso era lento, pero seguro. Su admiración quedaba día a día llena y renovada. Dios continuaba actuando,
marcando los pasos a dar.
Pero llegó el silencio de Dios. Siempre llega el gran silencio, lleno de soledades y renuncias, que es la señal de la gran
actuación del Señor. El espíritu no se curte como la carne, lo
hace con bálsamo de contemplación. Por eso es necesario el
silencio, que cura la palabras y sana el corazón. Es allí donde
se encuentra uno a sí mismo, en la dimensión real de imagen
de Dios.
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
59
Por eso, cuando a Abraham se le pone a prueba, la respuesta es la correcta, no hay otra: obedece. Es lo que ha aprendido
en el silencio de Dios.
Pero sabe cantar y saltar de alegría cuando la ocasión llega
a su vida, cuando la promesa se cumple en su hijo Isaac. Lo
encuentra todo la mar de sencillo. Es así porque así debe ser.
Él, el Señor Dios es el dueño de la vida.
Muchas veces, en la vida de los catequistas, sucede que la
llamada es fuerte, a lo Abraham, pero puede que no sea así de
clara y rotunda. No importa. Es suficiente que exista, que se
dé, ya que lo importante es que también exista la respuesta y
ésta en proporción a la llamada.
Escucha, anímate a entrar en el grupo de los llamados a catequizar, sal de tu comodidad, de tu situación arregladita a tu
medida y ponte en camino, como lo hizo Abraham. Lo demás,
poniéndote en sus manos, lo realizará Él.
Hacen falta muchos Isaacs en el mundo de hoy y éstos sólo
llegan a través de hombres como Abraham que supo escuchar
y dio la respuesta adecuada, fundada siempre en Dios.
Realizar las grandes misiones de la historia, sólo está reservado a los grandes hombres, pero el mundo no es únicamente
lo grande, también lo pequeño es importante. Y a esto podemos ser llamados, a catequizar. Y para ello, como Abraham a
la llamada debe seguir una respuesta.
III
JACOB
EL RENGLÓN TORCIDO
Es verdad eso de que Dios escribe recto, con renglones torcidos. Y es así no sólo en teoría sino en la práctica y aplicado
a las personas. Jacob es una afirmación de ello.
No había nacido como primogénito y por ello no le correspondía heredar las bendiciones. Él era el más pequeño de los
dos hijos de Isaac. Pero Dios hace las cosas «a su manera» y
éste es el elegido. No hace nada, ni es merecedor de aquella
elección, por parte del Señor de la historia. Sencillamente no
se opone a los planes de Dios. Está allí donde debe estar. No
le es fácil. Su hermano mayor es más fuerte, sabe pelear, vive
lleno de vigor y se prepara para ser el heredero. Pero Dios no
mira las apariencias, sólo mira el corazón.
Cuando la hora de Dios resuena en la historia de la salvación, allí están siempre los elegidos. Esta vez es un simple
62
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
plato de lentejas y el cansancio de la acción. Pero es el momento que rompe la seguridad del hombre y pone en acto la
fuerza de Dios en el débil. Jacob está en su sitio y con el plato
preparado. Luego vendrán más días llenos de acción y de espera, mientras el anciano Isaac se apaga, agotando los últimos
momentos, hasta su paso a la vida. Y sucederá lo que es salvación para la humanidad: que Dios actuará, a través de los
hombres, conduciendo, como siempre, la historia.
Siempre me ha gustado este hombre, clave en Israel. Su
trayectoria es impresionante. No por casualidad llega a luchar
con Dios en la noche decisiva de su vida, como no fue solamente un sueño lo de escalera con los ángeles. Su vida entera
está enmarcada por la actuación de Dios y un saber estar del
hombre, en este caso Jacob.
Su historia, llena de sugerencias humanas a la sagacidad y
talento natural, está escrita en clave de fe y naturalidad, interpretando la voluntad de Dios de una manera tan natural que
parece como si no hiciera nada y es una maravilla.
También él tiene que abandonar su familia, su casa paterna y
aventurarse en los caminos abiertos de Dios. Sale, con lo poco
que puede llevarse en su atillo y emprende su peregrinación,
llevando consigo la fe y la presencia del que todo lo puede.
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
63
Si no eres, en tu ambiente eclesial, uno de los primeros, no
importa. Dios llama a los segundones, a veces, para misiones
muy importantes. A Jacob lo llamó para ser el padre de los
que iban a ser las cabezas de las doce tribus de Israel y le dio
este nombre precisamente a él. Ya no te llamarás Jacob, te llamarás Israel; porque has sido fuerte...
Sí, Dios escribe recto con renglones torcidos. Antes, ahora
y siempre. Jacob, Israel, fue uno de esos casos. Tu puedes ser
otro. No miremos el lugar que ocupamos en el escalafón.
Miremos, más bien si el lugar en el que estamos es el correcto
y tenemos el plato de lentejas preparado. Sencillamente, no
nos importe ser renglones torcidos, porque en las manos de
Dios podemos tener una escritura muy recta.
Esa escritura, la fe hecha vida en nuestra historia personal,
es la que ellos quieren leer, sin importarles cómo eran los renglones, antes de ser escritos. Eso es menos importante.
Tal vez deberás tener experiencia de largas noches en oración, de tardes pasadas a la exposición directa de la acción del
Señor, que pasa en el silencio y el recogimiento.
Y Dios actúa, se hace presente; pero también calla y guarda silencio. Siempre encontraremos esta situación, como una
constante en la vida de aquellos llamados a la misión de llevar
adelante la tarea de la salvación.
Tal vez la lucha de Jacob con Dios deberás asumirla, en tu
vivencia personal. Tal vez, con sensatez y cordura deberás resolver algunos problemas, que te inquietan, pero que nunca
deben quitarte la paz. Sí, tal vez deberás dedicar algo de tu
tiempo a estar con Dios. Pero te lo aseguro, todo esto tiene un
valor seguro: no habrá misión pequeña ni grande que se te resista. Dios y tú podréis con todo.
No te asuste la llamada, ni tampoco el largo camino, lejos
de lo «tuyo». Es el mejor sitio para poder estar luego en tu tierra, con los tuyos, pero lleno de Dios.
Jacob, el hermano de Esaú, el llamado Israel por Dios, es
todo un ejemplo a seguir, rico en experiencias y más aún en
actitudes.
64
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Su camino es muy normal, en la vida de los llamados por
Dios a realizar en la Iglesia la misión de catequizar en este
mundo vacío de contenidos y falto de valores sólidos. Anímate. Vale la pena.
IV
JOSÉ
SERENIDAD Y MADUREZ
Es uno de los personajes bíblicos, más ricos en ejemplos
de conducta equilibrada y madura. De una familia numerosa,
con una convivencia accidentada, pero recta, ofrece ya desde
pequeño una línea de actuación digna de ser resaltada.
Su padre le amaba mucho, tal vez con demasiada vehemencia, lo que provocó la envidia de sus hermanos más mayores. Pero esto no le impidió crecer en la creencia del Dios
de su abuelo Isaac y su bisabuelo Abraham. Sus vidas y sobre
todo sus experiencias quedaron impresas, para siempre, en su
mente y sobre todo en su corazón. Era la herencia recibida,
que luego trasmitiría a sus descendientes.
La túnica de colores, que su padre le regaló fue todo un
símbolo. Su vida sería multicolor, plural, llena de contrastes y
vivida en muchos lugares, muy distintos unos de otros.
66
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Cuando un día su padre le envió a interesarse por sus hermanos, que estaban un poco lejos, con los ganados de la familia, no tuvo miedo, a pesar de las caras que habían puesto
cuando les comentó lo de los sueños. Su corazón estaba firme
en el Señor. Se puso en camino, para no volver, sabiendo que
su vida la llevaba Dios.
Y sucedió que sus hermanos, por culpa de la envidia, mala
compañera de camino, le alejaron de su casa. Pero Dios estaba
con él, era su tiempo, el de la intervención divina, dejando las
cosas en la dirección adecuada.
Lo que más le dolió a José, no fue la venta, sino el destierro a una tierra extraña, con unos dioses raros y sin la posibilidad de rezar con sus padres, como solía hacerlo siempre. Él
sabía que el hombre hace el mal, a veces, sin entenderlo, sin
calibrar bien lo que está haciendo. Eran sus hermanos y en su
corazón supo perdonar su acción, pero mandarle a una tierra
de dioses extraños, eso le dolió mucho más.
Pero Dios lo estaba esperando en Egipto. Su vida era demasiado importante, en la historia de salvación, que quería escribir con el pueblo de Israel. Allí, en la soledad más grande,
sin familia, sin nada que le recordara su origen y el paso de
Dios por su familia, quedaba en las manos del Todopoderoso,
con el alma y el corazón limpios. El Alfarero podía modelar
bien su vasija de barro, para destinarla a su función histórica.
No protestó, calló. Interiorizó toda aquella esperiencia,
aprendiendo lo que es sufrir, pero con la seguridad de una liberación. Su Dios, el Dios de sus padres no le podía fallar. Lo
tenía todo en contra, de nada servían los sueños, ni las revelaciones ni las promesas heredadas. Sólo la esperanza tenía cabida en aquella experiencia dura.
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
67
Y la luz se hizo. Alternando momentos difíciles con otros
más llevaderos, por fin se vio en un sitio de honor, sin buscarlo, sin pretenderlo, con solo hacer lo que debía hacer.
Y volvieron los recuerdos y la nostalgia de los ratos pasados con los suyos, allá en casa de su padre Jacob, de Israel.
Aquellas situaciones cambiantes, le habían proporcionado madurez, al ser vividas con la serenidad del hombre que confía
en el Señor.
No lo tuvo fácil, no. Los acontecimientos le hicieron le
«pegaron» fuerte, pero no le derribaron. Su fuerza estaba en el
Señor. Ni la mujer de Putifar, ni los honores, ni los aplausos,
ni los cargos le hicieron desviarse de su camino de Dios.
Pero Dios quería una página de historia, llena de madurez
y de serenidad, base de lo que iba a ser el cristianismo, para lo
cual dejó que viniera una gran hambre sobre la región entera,
salvando a Egipto, gracias a José. Esta situación provocó el
encuentro, dramático y patético a la vez, de los vendedores y
el vendido, aquéllos tendiendo la mano y éste llenando sus sacos de trigo.
No apareció el rencor, porque no tiene cabida en un hombre que se fía de Dios, ni la represalia hizo acto de presencia.
Dios volvía a escribir recto con renglones torcidos, porque le
interesaba su pueblo, Israel y el futuro de la salvación del
hombre. José estaba en su sitio, colocado por Dios, para ser el
salvador de su pueblo. Los sueños se hacían realidad. Era lo
inesperado, lo que los hermanos había hecho sin pretenderlo.
Y es que Dios se vale de todo para llegar a su fin.
Sólo la alegría y el gozo de recuperar a los suyos, hacen
que José aparezca como lo que es, una autoridad en Egipto, un
hombre importante en uno de los países de la tierra más im-
68
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
portantes y poderosos. Hace fiesta y organiza actos llenos de
esplendor. Son los suyos, que vuelven a estar unidos, junto
con el padre Israel.
La vida de José, pormenorizada, es fuente inagotable de
catequesis, pero sobre todo es una gran catequesis para todos
los catequistas del mundo entero. Sus situaciones pueden ser
las nuestras, sus circunstancias pueden ser las nuestras, sus
problemas pueden ser los nuestros, pero su respuesta debe ser
la nuestra. Una respuesta de serenidad y madurez.
Es verdad que esto no se consigue en un momento, no. Se
requiere tiempo, pero vale la pena intentarlo. No importa la
edad, ni la situación personal, sino la disposición a ser lo que
Dios nos llame a ser, sabiendo que las dificultades no nos van
a faltar, pero que la ayuda de Dios tampoco nos dejará.
Ellos, los hermanos catecúmenos, que vendrán luego a por
el trigo limpio de la doctrina cristiana, en tiempos de carestía
y de sequedad de fe, nos necesitan allí, en el sitio querido por
Dios, con el corazón abierto y las manos dispuestas a llenar
los sacos vacíos de Dios.
V
MOISÉS
ACEPTACIÓN Y RENUNCIA
Había nacido en una época difícil para su pueblo. No tenía
ni derecho a vivir. Para salvarlo de la muerte segura, le abandonan a su destino, metido en una cesta calafateada, en el gran
río de Egipto. Parecía como si su vida, apenas estrenada, hubiera tocado a su fin.
Pero aparece la mano del Dios de la historia, en la persona
de una princesa, le saca de las aguas, le acoge en su casa y le
adopta como hijo. La historia da paso siempre a las intervenciones divinas, cuando estas significan acontecimientos claves
e importantes.
Su infancia y su juventud fueron las de un príncipe del poderoso Egipto. Nada se regateó en su educación. Recibió lecciones de los mejores maestros y le adiestraron en las artes
marciales, los mejores generales. Su nombre fue conocido por
todos los habitantes del reino.
70
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Pero no era ese su sitio, ni estaba en su camino. Por eso un
día, se veía venir, salió su raza y su sangre caliente de hebreo
se sintió humillada en las personas esclavas que veía trabajar
día y noche. Sucedió el cambio y la primera renuncia, la más
llamativa de su larga historia. Pero no falló. Su respuesta era
la aceptación. Y así fue su salida de Egipto, del palacio y del
entorno familiar que había tenido durante tantos años.
Las llamadas de Dios, son, a veces, silenciosas, pero otras
veces son espectaculares. A Moisés le llamó Dios a lo grande,
como iba a ser su misión. No se ahorró ninguna circunstancia
en contra, ni ninguna situación desfavorable. Todo grande y
contrario. Como para decir... no. Era mucho lo que iba a quedar atrás, sin posibilidad de retorno. Se cerraban todas las
puertas y sólo quedaba la inmensidad del desierto.
Sí, también en su vida, la de Moisés, aparece el desierto.
Es el lugar que cura, que llena y que madura. A él no le quedaba otra alternativa, como luego le pasaría al pueblo de
Israel. Y entró en el desierto, viendo en los oasis del recuerdo,
los palacios, las mesas llenas de manjares y los armarios repletos de vestidos. No le fue fácil caminar sin nada, sin nadie
a su lado, como estaba acostumbrado, como príncipe de
Egipto. El desierto era real y duro.
La renuncia era heroica, pero le sostenía el Señor, el mismo
que extendió su mano de princesa y lo sacó del Nilo, el mismo
que ahora le iba a sacar de la arena, para colocarlo en el palacio de la voluntad de Dios, cumpliendo la misión encomendada. Es impresionante este hombre, que camina por el desierto,
con la misma firmeza que cuando lo hacía por las ricas alfombras del palacio real. Y es que la aceptación viene de lejos, yo
diría que desde siempre. Cuando lo sacaron el agua, en su
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
71
subconsciente quedó, para siempre, impresa la gratitud hacia
ei que había extendido su mano fuerte y segura.
Pero había más en su vida. Dios continuaba escribiendo
con renglones torcidos y él era un renglón a utilizar, desde el
desierto vacío, para llenarlo de la multitud de los hijos del
Pueblo de Dios; desde su situación de perseguido por la justicia de Egipto, a liberador; desde su soledad en la huida, a ser
el gran jefe de un poderoso ejército.
Aceptación y renuncia o renuncia y aceptación, son las
constantes de este hombre, llamado Moisés, que nos las brinda a todos aquellos que queremos seguir la llamada para conducir al nuevo Pueblo de Israel, la Iglesia, por los caminos de
Dios.
Tal vez nuestro nacimiento, no fue tan dramático como el
suyo; pero también nosotros fuimos sacados de las aguas de la
muerte, por la mano salvadora de la Iglesia en el bautismo,
pasando a vivir como hijos del Rey del Universo. Es algo que,
a veces, olvidamos o no tenemos presente. Es una realidad demasiado importante para dejarla de lado o en el olvido.
Moisés, jamás olvidó su origen y su «nacimiento». Le ayudó a
saber renunciar y a aceptar sus distintas situaciones y momentos. En todos ellos fue determinante saberse salvado por Dios
de las aguas de la muerte. Y después del desierto, cuando
Egipto quedaba muy lejos, llega la nueva vida, llena de sorpresas agradables, con una acogida «providencial». Era como
un volver a empezar, con la aceptación de su nuevo mundo y
la renuncia a un pasado lleno de vida y esplendor.
Y es que el «ser algo» en la historia de salvación que, Dioi
escribe día a día, en la vida de cada uno de nosotros, es co«
menzar siempre, sin terminar nunca. Cada mañana, al ilcspcr-
72
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
tar, al ponerse de cara a Dios, se adivinan aires de bendición y
de presencias divinas, en el trabajo, la tribulación, el dolor o la
alegría.
Dios no renuncia a crear en nosotros su imagen y a hacer
que, a su semejanza, construyamos sobre la roca de la confianza en Él ese mundo maravilloso, donde viven los rescatados de la muerte, del odio, el rencor o la envidia y que pasan
al equilibrio del amor y la paz.
Y Moisés continuará su camino, el suyo, el de la misión
que se le encomienda y que llevará hasta el final.
De nuevo el desierto, el retorno, Egipto y el mundo que
dejó tiempo atrás. Allí le espera la lucha, los sinsabores, la incomprensión y hasta la envidia. También el desprecio de los
que antes eran sus amigos palaciegos.
Y la misión se llevará adelante, a pesar de todo, porque él,
Moisés, se fía de Dios. Las plagas, no son más que una anécdota, importante, sí, pero más para los egipcios que para él, para el
que Dios es el Todopoderoso, el de sus padres Abraham, Isaac
y Jacob.
La salida de Israel, el paso del Mar Rojo, la supervivencia
en el desierto, el mamá o las codornices, como el agua de la
roca, son acciones de la mano poderosa de Dios, como ya
pasó antes y pasará siempre.
Moisés, el hombre de la renuncia y la aceptación, que tiene
mucho que decir a los catequistas todos, a ti y a mi, que ahora
estamos en la tarea eclesial de la evangelización.
Todo lo que luego dejó como normas y reglas para el gobierno de Israel, se debe a la aceptación y la renuncia que
siempre marcaron su vida.
VI
RUT Y NOEMÍ
FIDELIDAD Y EQUIPO
Existen en las Sagradas Escrituras muchos ejemplos de actuaciones en grupo, solidarias, que podrían ser la base de esta
meditación. A mi me gustan estas dos personas, cuyas vidas
se unen para ser fieles a su historia.
No eran de la misma raza, ni profesaban la misma religión.
Eran distintas en su educación y costumbres, pero les unía la
buena voluntad, la bondad, el sentido común aplicado a todo
lo que es vida.
La mohabita Rut se había casado con un hijo de aquella
mujer llegada de Belén de Éfrata. Fue feliz con su marido,
hombre bueno y fiel seguidor de las leyes de Moisés. Pero
murió Kylión, al igual que su hermano Majlón, casado a su
vez con Orpá, ambos hijos de Noemí y quedó ésta con sus dos
74
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
nueras. Una situación complicada, ya que estaban en Moab y
no en Israel.
Noemí, con toda la pena del alma, decidió aconsejar a sus
dos nueras que volvieran a la casa de sus madres. Ella nada
podía hacer en aquella situación. Orpá así lo entendió y decidió volver; pero no así Rut. Ella se quedó con Noemí, a pesar
de los ruegos de ésta para que lo pensara mejor.
Habían formado un equipo, primero de seis personas, luego con la muerte de los hombres, solo de tres mujeres y al final se quedaron solas Rut y Noemí.
Había prevalecido la fidelidad, aprendida día a día en
aquella convivencia familiar. Juntos había realizado proyectos, resuelto casos y llevado a buen fin pequeños y grandes
deseos.
No fue difícil la solución, pero tampoco lo tenía todo a favor. La decisión de Rut, con la gran carga de razonamiento
humano, no le hizo dudar. Se quedó con su suegra, con la mujer extranjera, que había sido para ella como una madre. El
equipo, mermado, reducido a la mínima expresión, no se deshizo, continuó.
Cuando Noemí escuchó las palabras de Rut: «donde tú vayas, yo iré, donde tú habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tu mueras moriré y allí seré
enterrada. Que Yahveh me dé este mal y añada otro todavía, si
no es tan sólo la muerte lo que nos ha de separar», comprendió que estaba todo decidido.
Regresaron a Belén y su estado de pobreza y soledad llamaba la atención. Unidas en el dolor, el sufrimiento y la necesidad, funcionaron como equipo, dando una gran lección de
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
75
fidelidad y de amor. Fue una catequesis de vida unida, de
aceptación de la voluntad de Dios y de saber estar en cada
momento de la historia en el lugar indicado por Dios.
Luego llegaron los acontecimientos en los campos de
Booz, el trabajo de Rut para mantenerse las dos, el cansancio
en el trabajo de espigar y la recompensa, llegada del cielo, por
mano del mismo Booz. Su actitud de servicio y fidelidad llamaron la atención de todos. No podía estar oculta una conducta como aquella.
Y llegó lo inevitable. Dios premia siempre el buen hacer
de la gente fiel. Booz se casó con Rut, usando el derecho de
rescate, según la ley de Israel, al adquirir el campo de Noemí.
El gesto de la sandalia fue el testimonio del trato.
Y Noemí vio cómo la descendencia, que no había podido
tener de sus dos hijos, le llegaba a través de Rut, la que le fue
fiel en la desgracia y la soledad.
Los caminos de Dios son inescrutables. Sólo el que está
pendiente de ser fiel, los puede correr sin ningún riesgo. Está
en la verdad.
Y Rut quedó para siempre en la genealogía del Mesías. Su
hijo Obed, fue el padre de Jesé, padre a su vez de David el
Rey.
Parece una historia de amor, un cuento oriental con todo lo
necesario para alegrar y animar, pero aunque no fue un cuento
sino una historia real, su finalidad es la misma: alegrar, dar
confianza, ver que la fidelidad tiene su precio, pero tiene también su recompensa.
Y lo que le pasó a este equipo, le puede pasar a cualquiera
de los muchos equipos que funcionan en nuestras catequesis.
76
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Es fácil trabajar cuando son muchos los que colaboran, pero
resulta ya más difícil hacerlo cuando merma la gente, queda al
margen o se vuelve a su casa.
Es entonces cuando habrá que mirar a Rut y Noemí, dos
mujeres lejanas en el tiempo, pero muy cercanas a nosotros en
el campo de la actividad de Dios, en el campo de la siega de la
mies, que es mucha siempre y siempre también son pocos los
segadores.
Es fácil el desaliento, y muy humano, pero Rut no hizo lo
que Orpá. Ella siguió fiel a su suegra y así llegó a escribir una
de las páginas más humanas y delicadas de la historia de la
salvación.
Hacen falta muchas personas como Rut, en el campo de las
catequesis. Acompañadas de las Noemí de turno, podrán hacer mucho, aunque sea en un pequeño grupo de dos, porque
Dios estará siempre a su lado y El es fiel.
VII
SAMUEL
ESCUCHA Y DEDICACIÓN
Para las cosas de Dios, poco importa la edad. Dios llama
cuando quiere y a quien quiere. A Samuel lo llamó desde el
seno de su madre. Fue el fruto de la oración de una mujer afligida, que se sentía humillada. Pero la misión a la que le iba a
destinar era muy personal. Por eso esperó su momento. Y es
que el tiempo de Dios es impresionante.
Cuando creció lo suficiente, cuando entró en la edad apta
para ello, lo llevaron al santuario, lugar de la oración y la promesa, para que el sacerdote Eli lo dedicara al Señor en su servicio. Empezaba su catecumenado «oficial».
Hasta entonces todo le fue dado, los demás decidieron por
él. Y así empezó su larga vida dedicada al Señor de Israel.
Un día, mejor dicho, una noche entró de lleno Dios en su
historia y para ello necesitaba de una determinación personal.
78
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Ya no iban a ser los otros los de determinaran su camino, sino
debía ser él mismo. Y llega la llamada. La primera respuesta
es la del que está acostumbrado a obedecer a los demás, que
son los que mandan siempre. Pero esta vez la voz es distinta.
Su respuesta tiene que ser también distinta.
Eli, hombre de Dios, comprendió pronto que el Señor estaba actuando directamente y dejó libre el camino. Su consejo
fue el indicado. Y Samuel se encontró con el Señor, de cuya
presencia no se apartó.
Es un episodio de la historia sagrada que se suele repetir
mucho. Se proclama cuando se habla de llamada y de respuesta. Se presenta como ejemplo de conducta de cara a Dios. Es
un lugar muy propio para iluminar muchas catequesis, pero
también es una cita obligada en la meditación del catequista,
porque también para él tiene un mensaje interesante.
Es un hombre, Samuel, que no elige el inicio de su encuentro con Dios. Nace en una familia creyente y es educado en
ella hasta la edad apropiada. Luego se le lleva al santuario y es
allí donde Dios le habla. Pero precisamente, Samuel no empieza su misión, hasta que se le presenta la oportunidad de dar
una respuesta personal. A partir de ahí, todo será igual que
para cualquier llamado, como lo será para ti, desde el momento que Dios te llame y te quiera conceder el carisma del «ser
catequista».
La vida de Samuel no es fácil. Su largo período de aprendizaje en el santuario, junto a Eli, le va a servir para saber estar
en los momentos más difíciles como en los fáciles, ocupando
el sitio del hombre de Dios. La historia, su historia, pasará por
elecciones, nada sencillas, de reyes y ungidos del Señor. Sus
actos serán observados con lupa, por el Rey y su corte, sabe-
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
79
dores de que todo lo que haga Samuel, es importante y no tiene réplica humana.
Y fue fiel en la escucha, como lo fue en la dedicación. En
su vida había una cosa sobre todas las demás: oír la voz del
Señor y ponerla, con toda fidelidad en práctica, a pesar de las
dificultades y peligros que esto comportaba.
Tal vez tu vida no llegue a tanto, pero algo sí tendrás que
hacer, a veces, en el discernimiento de la verdad en tus catecúmenos. Al catequista le toca hablar y decidir y hasta «ungir»
con la dedicación propia de un llamado, a los que Dios le ha
confiado, a través de la Iglesia, para su educación en la fe.
Y esto es muy importante que lo veamos con toda claridad.
Bien es verdad que no podrá haber una buena dedicación, si
no existe previamente, una muy buena escucha.
Volvemos de nuevo al desierto, al silencio, a la oración. Es
imprescindible este binomio para poder «estar» en el sitio que
debe ocupar en la evangelización, todo catequista.
Un momento delicado fue la elección del hombre que llegaba de la tierra de Benjamín, llamado Saúl, como Rey de
Israel. Para Samuel, para el que Dios era todo, aquella unción
significó un doblar la cerviz ante el Todopoderoso, acción
sólo posible por las noches enteras de escucha.
Y luego vinieron las guerras, las victorias y el auge del
pueblo, respetado por los vecinos.
Pero los caminos de Dios eran algo más complejos y cuando tras un largo período de reinado Saúl, tiene que ungir a un
nuevo rey, no duda y arriesga todo. La llamada del Señor continúa y su respuesta también.
80
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Continúa escuchando y dedicando toda su vida ya madura
a aquel que un día le llamó en el santuario de Silo.
Vuelve, en tus momentos difíciles, cuando te encuentres
ante decisiones fuertes, vuelve a la escucha y luego tendrás
fuerzas para seguir dedicándole a Él.
Tu carisma va por ahí.
VIII
JOSÉDENAZARET
PEDAGOGÍA DEL SILENCIO
Es el hombre clave para entender muchas cosas, que dijo
Jesús. Su sitio en segunda fila, es su gloria. Su silencio, es la
clara y gran pedagogía para hablar de las cosas de Dios.
Sí, José de Nazaret, es el hombre a tener en cuenta en toda
actuación cristiana. Su historia, entrelazada con la de María y
luego con la de Jesús, tiene poco que contar, como propio y
particular, pero su silencio, su prolongado silencio es la gran
manifestación, la gran lección que deja este hombre de Dios,
varón justo, como testimonio de lo que puede decirse sin palabras ni discursos. Es la catequesis callada, sin alardes, del bien
hacer.
Su historia no fue nada fácil. Parece como si su destino
fuera la huida, el caminar sin pararse en ningún lugar por mu-
82
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
cho tiempo, como el pueblo de Israel antes de llegar a la
Tierra Prometida. Así le pasó él hasta llegar, por fin a Nazaret
a la vuelta del destierro a Egipto. Y todo el recorrido lo hace
en silencio, pero entandámonos, en el silencio dentro del tiempo de Dios.
Sufre al tener que abandonar su Belén natal, donde estaban
los suyos, porque no entiende de odios, ni de rencores y menos de persecuciones por ser descendiente de David, el Rey.
Recala en Nazaret, en la Galilea de los gentiles. Lleva consigo unas cuantas herramientas y toda la esperanza puesta en
Jahveh. El final de la promesa tiene que llegar. Entabla contacto con los de su tribu y se pone a trabajar, para no ser gravoso a nadie. Todo en silencio lleno de energía y sana dedicación a cuanto hace.
Cuando el futuro le sonríe, en la mirada serena de María,
parece como si el cielo se le abriese de golpe y se asomara la
vida llena de felicidad.
Pero no es ese el camino, de momento, que quiere el
Todopoderoso para él. María tiene que partir para En Karen, a
casa de Isabel, su pariente y la lejanía pondrá un tono de melancolía de enamorado. Luego los acontecimientos se precipitan y en pocos meses todo parece que le viene abajo. Pero calla y en su silencio le habla Dios.
Los caminos de José, son espectacularmente duros y ásperos. Sólo un hombre justo, como era él, los trasforma en veredas verdes de esperanza cierta. Y así sucedió.
Cuando vuelve María, ya de tres meses, juntos emprenden
la tarea de la convivencia de cara al Señor de la historia. Qué
gran catequesis de noviazgo y de familia nos dan en los meses
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
83
que preceden al viaje a Belén. Callan, oran, se miran en silencio y se dicen las cosas más bellas y hermosas que jamás se
hayan podido decir con palabras.
Las tardes de sinagoga, las noches de sabath y los ratos de
descanso en el trabajo diario, los llenaban de Dios para quedar
llenos luego, en las horas de dedicación a los demás en las tareas del taller o de la casa.
Pero quedaba mucho camino por recorrer en la vida de
José. Un día llegó el edicto del emperador César Augusto, que
les ordenaba desplazarse hasta Belén. De nuevo la desinstalación, las cosas precisas en un atillo y a caminar. Era su historia y también aquí calla. Acepta su sito en las manos de Dios y
sigue.
Lo de Belén ya fue demasiado. Ni los suyos, a los que había dejado apenas hacía unos años, le quisieron recibir. Nadie
quiere problemas. Y tiene que recurrir a lo más pobre y humilde, sabiendo como sabía que estaba para llegar el Mesías,
el Señor, al que estaban esperando desde hacía siglos.
Pronto comprende que no es Belén su destino definitivo. A
pesar de los pastores y de los Reyes, sabe que tendrá que caminar de nuevo. Y así es. De noche, como siempre sucede en
la historia del pueblo de Israel, debe abandonar Belén y ponerse en camino, a toda prisa, hacia el país de Egipto, de tan
negro recuerdo para todo israelita.
El camino y la estancia son testigos de su silencio. Nada
dijo, de nada se quejó. Todo estaba bien. Su lenguaje eran las
obras bien hechas, el estar pendiente de los suyos, de María y
Jesús, a los que tenía que alimentar y defender, pero, sobre
todo, a los que tenía que querer con toda el alma.
84
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
La vuelta a Nazaret es de un dramatismo grande y de una
gran carga de bien hacer. Vuelve a los que un día le acogieron,
al lugar donde encontró a María y recibió los primeros avisos
del Altísimo. Allí tenía algo importante que decir, una vez
más desde su silencio, con su conducta serena y difícil de entender.
Los años que convive con Jesús, antes de su partida al
Seno de Abranam, están llenos de dedicación, cuidado, enseñanza y oración.
No creo que exista dicha mayor, ni recompensa más grande para un hombre, que ha sabido callar siempre, que morir en
los brazos del autor de la Vida, acompañado por la mujer, madre de todos los hombres y para él, además, su esposa.
Por eso, el silencio de este hombre, excepcional, justo, es
la lección más grande de pedagogía catequética, que se pueda
dar. Y que conste que la dio en la mejor escuela catequética de
la historia, el hogar de Nazaret y teniendo por alumnos a
María y a Jesús. Ahí es nada.
Anímate, hombre, que con tu silencio activo, puedes hacer
mucho, siendo como fue él: justo.
IX
ANA LA PROFETISA
EDAD Y SERVICIO
Una de las cosas, de tantas cosas, que nos demuestran que
los caminos de Dios, son diferentes a los de los de los hombres, es la edad de los elegidos, de aquellos a los que en las
Sagradas Escrituras, se les encomienda una misión, con características de futuro, para ejemplo de las gentes que llegarán
más tarde y se integrarán en las distintas tareas de la salvación.
Una mujer llamada, que transciende a su tiempo y a su
mundo es Ana, la profetisa, la que aparece junto al anciano
Simeón, en el relato de la circuncisión del Señor. Sí, es una
mujer puesta en la vida de Jesús, que tiene mucho que decir a
las generaciones futuras. Su voz, madura de tanto alabar y
bendecir a Dios, es fuerte y capaz de dejarse oír por todos
aquellos que, como ella, están pendientes, o quieren estarlo,
de cuanto sucede en la «casa del Señor».
86
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Siempre me llamó la atención, ya desde que era pequeño,
la edad, que, según el evangelio de Lucas, tenía esta mujer,
hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Dice: «de edad avanzada;
después de casarse había vivido siete años con su marido, y
permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años...» Por lo
que, haciendo números, parece que tenía... bueno, digamos
que muchos. Y estaba allí, en su sitio.
Nadie le puede negar su dedicación, como nadie puede
pasar de largo estos versículos sin detenerse un poco, como
homenaje a la mujer bíblica, siempre excepcional y en su papel histórico, que transciende hasta nosotros.
Su actitud de servicio no es sólo de presente, sino de más
allá. Parece como si la noche y el día, los ayunos y las oraciones, de aquella larga vida, contaran no solamente en el
tiempo de su historia personal, sino como punto de mira para
nosotros, los que, a veces sólo tenemos algunos días, pocas,
muy pocas noches y lagunas inmensas, vacías de ayunos y
oraciones.
Una mujer sin complejos de edad. Los demás pueden decir lo que quieran, ella está donde tiene que estar y punto.
Una lección que nos hace falta a todos, pero más aún a aquellos que, por el cansancio, los cambios o las situaciones diversas de nuestras pequeñas y grandes comunidades, corremos el peligro de escudarnos en los «tiempos» llamados
años, sin darnos cuenta que los «tiempos de Dios» son distintos a los nuestros.
Continúa Lucas diciendo: «Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los
que esperaban la redención de Jerusalén». La misma Ana
que antes ha dicho que tenía ... muchos años, de edad avan-
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
87
zada, es la que habla a todos los que quieren escuchar, lo que
ella ha visto realizarse en aquel niño, al que han puesto por
nombre Jesús, cuando Simeón lo ha circuncidado.
Yo me imagino a aquella mujer de edad avanzada, con los
ojos pequeños y hundidos, con la cara surcada de arrugas
bien trazadas, con el color de la piel oscuro, el pelo canoso y
el mentón erguido, hablando a las gentes con lenguaje humano, reposado y fino, con palabras al alcance de todos y con
tono humilde, firme y seguro. Sí, aquella mujer tenía cosas
que decir, las había visto y por eso Lucas lo destaca.
Una mujer de dentro de toda la vida. Como tantas y tantas
de las que han existido y existen todavía. Son esos apoyos
vivientes, que están pendientes siempre de lo que puede suceder en la Iglesia, necesarias para contar las maravillas del
Señor y alabar y bendecir su nombre
Esta página de Lucas, éstos versículos, tienen su continuidad en nuestras catequesis. Siempre estarán presentes. No
faltarán a la cita. Su figura queda unida a las primeras comuniones, a las celebraciones. No prescindamos de ellas. Su
historia es necesaria y más aún su vida de dedicación y entrega. Los niños, ellas también lo son un poco, necesitan de
la palabra de cariño y comprensión. A veces, sólo el gesto es
lo que llega y ellas lo tienen. Sí, ya lo sé, tienen mucha edad,
pero también la tenía Ana y estaba allí y hablaba del niño ...
Puede suceder también que sean ellas las que quieran dejar su sitio, porque ... son mayores. Bueno, será el momento
de ver el auditorio, el ambiente y la necesidad. Pero lo que sí
está claro es que pueden ser útiles y como Ana la profetisa,
aún tienen su papel en el campo de la evangelización y la catequesis.
88
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Una figura bíblica, colocada en el evangelio de la infancia
de Jesús, que, con voz de más de un siglo sabe hablar a las
gentes, sin miedos ni prejuicios, haciendo lo que debe hacer.
Ella ha visto al Mesías del Señor, ha escuchado al anciano
Simeón y le basta. El tiempo de Dios ha entrado en el tiempo
de los hombres y la historia de salvación ha entrado en su recta final. Es lo estaba esperando y su firme esperanza es todo
una seguridad para avalar lo que dice.
Hacen falta Anas. Hacen falta voces autorizadas por la carga de historia vivida y experiencia acumulada. Hacen falta
testimonios llenos de días y noches de oración y alabanza, haces falta tú, tengas la edad que tengas porque Dios no tiene
edad para «sus cosas».
X
JUAN EL BAUTISTA
LA VOZ Y LA VERDAD
No podía ser de otra manera. El era la voz que clamaba en
el desierto, voz de la Palabra que acamparía entre nosotros. Y
si esta Palabra era además la Verdad, la voz tenía que decir la
verdad.
Esta fue su misión. Unir voz y verdad, sellándolas con su
sangre. El hijo de Zacarías era también el hijo de Isabel. En su
corta, pero intensa vida, estarían siempre presentes las dos herencias, las dos características de cada uno de ellos: llenar el
desierto de la mudez con palabras de alabanza y proclamar la
gran verdad de Dios-con-nosotros cuando el encuentro con
María.
Y es que hay vidas que lo tienen claro desde el principio,
sobre todo si quien lo aclara y lo define es la actuación directa
90
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
de Dios. Los acontecimientos que acompañaron su nacimiento, ya hacían preguntarse a las vecinos sobre lo que iba a ser
aquel niño. Su madre era muy mayor y estéril. Su padre, que
se había quedado mudo nueve meses antes, empezó a hablar
cuando le pidieron que escribiera cómo quería que se llamara
el recién nacido. Todo un cúmulo de coincidencias, raras para
unos, claras para otros. La mano de Dios estaba en todo aquello. Seguramente había llegado un gran profeta.
Y más que un profeta, le llamó más tarde Jesús cuando hablo de él. Sí, Juan, el de En Karen, el hijo de los ancianos
Zacarías e Isabel era un profeta nato.
No le fue fácil llegar hasta el Jordán, donde lo encontramos bautizando con agua y llamando a los hombres a conversión. Su vida, aunque marcada con el dedo de Dios no fue fácil. Cuando a los pocos años de su nacimiento, se quedó
huérfano de padre y madre, se marchó al desierto. Con lo que
había aprendido en su casa paterna, con Zacarías e Isabel de
«catequistas», entró en la casa grande del silencioso desierto,
para recibir allí, calladamente, la doctrina y sabiduría de Dios.
Estaba en la línea de los llamados, para los que es imprescindible el desierto, desnudez total de lo humano e inmersión total en lo divino. Allí sólo existe la hora del tiempo de Dios.
Cuando salió de aquel desierto, donde pasó algunos años,
el Jordán le acogió con la frescura propia del significado del
agua en la Biblia. Y Juan continuó con su vida de asceta y su
voz resonó con la fuerza recibida por el Espíritu.
Y el mundo judío se llenó de alegría basada en la esperanza. Un profeta había aparecido. Y llegaron de todas partes y
en las plazas y mercados e incluso en las puertas de las sinagogas y en el mismo Templo, se hablaba de aquel hombre en-
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
«<l
juto, vestido de piel de camello, cuya voz tenía autoridad y
llamaba al arrepentimiento, como paso previo a la llegada del
Mesías.
No era un maestro como los demás. Era exigente y viví»
primero lo que predicaba a los demás. En su boca no había en
gaño, porque lo decía con la voz de los hechos, de la convicción, de la experiencia, de la vida. No tenía casa, ni donde re
clinar la cabeza, ni sirvientes, todo aquello se quedó en cusu
de sus padres, allá en En Karen. Al desierto no se llevó nada y
del desierto nada podía sacar. Por eso, desde su situación de
abandono total en las manos de la providencia, podía mirur
con confianza plena al cielo donde Dios estaba con su bruzo
extendido sobre la misión que le había encomendado. Y junto
al Jordán estableció su escuela.
Pero su camino tenía una senda escondida en la historia de
salvación de Israel, la historia de salvación del hombre, eru el
palacio de Herodes. No era su sitio, pero allí le llevaron los
acontecimientos, porque era el lugar idóneo para sellar, con su
sangre, la fuerza de la voz que había clamado en el desierto.
Y así será luego, cuando, el mismo Señor llame a olios u
salir hacia el desierto del silencio, para hablarles al oído alentó, comunicándoles el contenido de lo que tendrán que liansmitir a través de sus «voces» en los Jordanes de las catcquesis.
No rehuses entrar en el desierto, ni sentarte a la orilla del
Jordán, si el Señor te llama. Ten por cierto que es lo mejor que
te puede pasar, la situación más feliz en la que te vas a encontrar, si «cuentas» para aquel que quiere que todos los hombres
se salven y vean la luz.
Es verdad que no es fácil, como no lo fue para Juan el
Bautista, pero si quieres llenar tu vida de algo que valga la
92
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
pena, sigue la llamada y haz el camino, aunque éste te lleve
más tiempo del que tu esperabas, por el desierto y la soledad y
el silencio. Piensa que luego llega el Jordán, largo o corto, qué
más da, pero lleno de vida. Y allí te estarán esperando hombres y mujeres, jóvenes o niños, con la boca preparada para
alabar al Señor de los cielos, si tú les das el «motivo», con tu
vida por delante.
Y si te llega la senda, escondida en la mano de Dios, que
te lleva al palacio de Herodes, sé valiente y sella, si es preciso, con tu sangre, la verdad de lo que has dicho y hecho a la
orilla de tu Jordán catequético y que aprendiste de Dios en el
desierto.
XI
EL ENDEMONIADO GERASENO
AGRADECIMIENTO Y FAMILIA
Parecía como si la vida hubiera sido cruel con él. Todo le
era negativo. No podía vivir con los demás, no tenía pa/ ni NO
siego, su compañía eran los muertos del cementerio, donde
dormía. Su «desierto» era muy especial. Y sin embargo su IIINtoria era importante. Lo que le sucedió, llega hasta noNolroa
con tintes de enseñanza.
Nos lo cuenta Marcos en el capítulo cinco de su evangelio:
había un hombre, al otro lado del mar, donde llegu JCNÜN con
sus discípulos, poseído por un espíritu inmundo y que vino a
su encuentro apenas saltó de la barca, saliendo de ION «'pulcros. Nadie podía ya tenerlo atado ni con cadenas ni con grillos, pues los rompía. Ninguno podía dominarlo. Se pasaba los
días y las noches vagando entre los sepulcros y poi los moii
94
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
tes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Una desgracia de
hombre, una pena viva para todos.
Pero llega Jesús. Siempre su llegada a cualquier parte es
inicio de salvación. Parece como si la presencia del que es
Señor de todo, le devolviera a las cosas y sobre todo al hombre, al momento feliz de la creación primera, como anuncio
de lo que pasaría luego con todo hombre de buena voluntad
que creyera en Él. El poseso es liberado y vuelve a ser una
persona normal. Se acabaron los sepulcros y las cadenas, los
cepos y los gritos vagando por los montes.
Pero aquello ha tenido una lectura diversa. Para algunos
aquel hombre resulta peligroso, por lo de los cerdos, sobre
todo para los porquerizos que han perdido un bien material.
Lo otro, lo del hombre curado y en sano juicio les importa
menos. Para otros queda la admiración por el milagro de la
curación, pero se llenan de temor y unos y otros le piden que
se vaya de su territorio. No deja de ser triste que el poseso sea
lo que menos cuente. Pasa muchas veces así. El hombre es lo
que menos se valora.
El endemoniado curado, ante la reacción de los suyos y
lleno de admiración por lo que aquel hombre le había hecho,
se siente impulsado a seguirle. No era para menos. Su vida era
ya otra. Por él había pasado el mal y ahora había entrado en el
bien. No quería ni recordar lo que había sufrido durante aquellos largos años de soledad y silencio, con el temor siempre de
compañero. Fue horrible. Una pesadilla que terminaba felizmente, gracias al que llamaban Jesús de Nazaret.
Pero los caminos de Dios no son los de los hombres y aunque, a veces, escribe recto con renglones torcidos, no era ésta
una de esas ocasiones. Esta vez se había enderezado algo tor-
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
95
cido, pero no para utilizarlo lejos de allí sino allí mismo, en el
mismo sitio que había sido testigo de toda la historia.
La petición de irse con Él no tiene una respuesta afirmativa. La voz de la verdad, se dejó oír: «Vete a tu casa, donde los
tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha
tenido compasión de ti». Era la misión a realizar, la llamada a
hacer positiva su vida, comunicando a los demás lo que el
Señor le había regalado.
Y aquí empezó una nueva etapa aquel hombre, que había
tenido una Legión de demonios en su cuerpo y ahora estaba libre y sano. «El se fue y empezó a proclamar por la Decápolis
todo lo que Jesús había hecho con él y todos quedaban maravillados».
No es una historia más, dentro de las muchas que aparecen
en los Evangelios. Esta es una situación que entra de lleno en
la vida de muchos creyentes, más de los que parece, a los que
el Señor ha curado, librándolos de males y dolencias y haciéndoles respirar, de nuevo, los aires limpios de la gracia y la alegría de vivir.
Pero lo que más importa es lo que viene luego. La respuesta al paso de Dios por esas vidas. Y lo lógico y normal, aunque lo más difícil también, es que lo proclamen en su propia
casa, en su ambiente, en el sitio que fue testigo de su situación
anterior. No debemos irnos lejos, porque Dios nos ha plantado
en una parcela pequeña de su viña y allí debemos dar fruto,
sin pretender salir a terrenos ajenos ni a sitios extraños, porque quedan, tal vez, un poco distantes.
Cuántas veces la acción deja de ser eficaz, porque no conecta con los interesados, que quieren ver claro y tener a
96
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
mano lo que se les dice. Aunque creamos lo contrario, el campo de la catequesis está en esta línea. En tu casa es donde debes dar tus grandes clases, allí donde te conocen de verdad y
saben entender, por tanto, lo que dices, al verlo escrito cada
momento en tus actos cotidianos.
Descendamos a lo normal, situémonos en lo correcto,
aprendamos a valorar las situaciones concretas, no es hora de
soñar ni de emprender aventuras, sino de aterrizar en lo necesario y conveniente. Hagamos caso al Maestro: vete a tu casa,
donde los tuyos... ellos te necesitan
El endemoniado curado lo entendió y lo llevó a la práctica.
No fue uno de los doce, ni tampoco uno de los discípulos
adictos, ni siquiera un acompañante, como muchos otros, no;
él se fue a su casa, a los suyos y además por toda la Decápolis,
como le había ordenado el Señor y despertó la admiración de
todos hacia Jesús de Nazaret. Esa era su misión.
XII
PEDRO
EXPERIENCIA Y MANDATO
Es el hombre elegido para el futuro. Su papel en la historia
de la salvación es fundamental. Se le va a exigir mucho y lo
tendrá que dar todo. Por eso su trayectoria es rica en experiencias. Éstas darán paso al mandato. Éste, sin aquellas, quedaría
siempre expuesto a los peligros del cansancio, la persecución
o la desconfianza.
Pedro es el personaje más probado y con el destino más
amplio del Nuevo Testamento. De él dependía la entrada en la
historia del nuevo pueblo de Israel. Sobre sus hombros descansaría el peso de la expansión y en sus manos quedarían la
llaves del Reino. Por eso su experiencia era fundamental.
Pedro, de corazón grande y temperamento primario, llega a
conocer a Jesús, a través de su hermano Andrés. Por el testimonio de éste se acerca y queda en la órbita del Mesías. Es un
98
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
hombre trabajador, casado, dinámico, conocedor, como todo
israelita, de la Ley y los Profetas. Rudo y noble, materialista y
espiritual, tiene que purgar muchos de sus arranques.
Su entrega total y sus pequeños detalles de amor a Jesús, le
van perfilando como el hombre del futuro, capaz de comprender cualquier situación humana. La convivencia le pone a
prueba en su manera de ver las cosas y sus ímpetus se amansan con las palabras de Jesús.
Tiene una catequesis diaria, larga y profunda, en cada actuación del Maestro. Algunas cosas no las entiende, pero pregunta o calla y medita. Todo saldrá luego, cuando por mandato del mismo Señor, se haga cargo de la andadura de la
Iglesia.
Un día se embarcaron solos en la barca, dejando a Jesús en
tierra. Se echó la noche encima y el viento arreció. No era una
situación nueva para él, pero el miedo entró en la barca, como
un pasajero no invitado. El esfuerzo se hizo intenso y el puerto no se adivinaba cerca. En eso llegó Jesús, montado en su
poder e intentó pasar de largo. La visión era espectacular por
lo insólita. Nadie mejor que él sabía que no se podía caminar
sobre las aguas. Aquello hacía temblar. Sólo cuando oyeron
«su voz», la del amigo, la ansiedad dio paso a la serenidad y
el miedo a la confianza.
Poco después, era él, el mismo Pedro el que caminaba sobre aquellas aguas tan conocidas y ahora experimentadas,
como aguas que pueden ser vencidas, arrancándoles el aguijón
de la muerte.
Una experiencia que le marcó para siempre, que le hizo
cruzar cuantas aguas se le presentaron, saliendo victorioso,
cuando Cristo venció a la misma muerte.
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
99
No comprendió, de momento, lo que estaba pasando en el
monte Tabor. Aquello era una maravilla. La luz, la sensación
de bienestar y la seguridad que daban los tres personajes que
estaban hablando del Mesías, le hicieron pensar que era el fin,
que había llegado el momento. Pensaba en él, sin tener en
cuenta a la humanidad entera. Y la realidad era otra. La «bajada» de aquel monte alto, le ayudó luego a saber estar en el
«lugar» adecuado para realizar el mandato de su misión.
Pero la experiencia grande, la más fuerte de su vida catecumenal, fue la de la noche-madrugada del jueves. Ya se había
opuesto a que le lavara el Señor los pies, porque no entraba en
su mentalidad judía aquel gesto de humillación, que luego entendería a la perfección. Las palabras pronunciadas antes y
después de aquel acontecimiento quedarían claras más tarde,
apoyadas en todo lo que hizo el Maestro. Pero cuando no había terminado de guardarlas, le llegó, tras la experiencia del
sueño en el huerto, la parte final de aquella trágica noche.
Como El había dicho, uno de ellos, le estaba entregando y no
le dejó defenderlo. Se sintió impotente, sin entender bien porqué. Y la noche cerrada le envolvió con su negrura. Judas había cumplido con su misión y él quedaba en la oscuridad,
como un cobarde.
No era fácil el reaccionar ante tanta incongruencia. Todo se
le venía abajo. Pero le quedaba su amor por Él, su amor de
amigo, que también debía ser curado. Le siguió, con el corazón abierto, pero con el miedo humano asomando por todo su
cuerpo y pudo más que el amor, por eso le negó, aterrado por
lo que estaba pasando. Le negó tres veces, para que no hubiera duda de lo que estaba haciendo. Qué momento más cuel
para aquel hombre, llamado Pedro, cuando se dio cuenta y re-
100
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
accionó. Él, su amigo, había afirmado por tres veces que no le
conocía. Y Jesús, al pasar de una sala a otra, le miró. Pedro
comprendió todo en aquel gesto y saliendo afuera lloró amargamente. Tan amargamente que se hicieron como dos surcos
en las mejillas por las lágrimas derramadas.
Una experiencia dura, muy dura, que convirtió su vida plenamente. Por eso, en el momento de la proclamación de Jesús
como Mesías, por los doce, es él el que mejor lo puede afirmar. Tiene el peso de la experiencia. Y él será el primero en
entrar en el sepulcro y el primero en anunciar a Jesucristo
como Mesías y Señor ante la multitud congregada ante el cenáculo, cuando descendió el Espíritu Santo.
El cobarde, se vuelve valiente; el débil, fuerte y el último,
primero. La experiencia vale el mandato de ser la cabeza visible de la Iglesia. La autoridad que le concede el Señor, es consecuencia de su conversión. Ahora será el testigo fiel, no sólo
del Tabor, sino del lago, con su hundimiento y del Getsemaní,
casa de Anas y de Caifas, junto con Betania, y la casa de Jairo
o Cana y las bodas. Todo se ve de distinta manera.
Al catequista nato, Pedro, le seguirán otros muchos, todos
los que reciban el sacramento del Orden, llamados como lo
fue él, a anunciar la verdad de Jesucristo, el Resucitado. Es el
mandato, que responde a una experiencia que abarca toda una
vida.
XIII
LAS MUJERES
SEGUIMIENTO Y ANUNCIO
Aparecen siempre en los actos más importantes de la vida
del Señor. Son personajes muy variados, dinámicos y con una
gran carga de humanidad, reflejada en sus palabras y actos.
Una mujer es la que, antes de nacer le proclama su Señor, a
la llegada de María, su madre, a su casa de En Karen. Es
Isabel, a la que debemos parte de la oración más veces recitada de todas las que dirigimos a María.
Cuando aparece en público, varias serán las mujeres que
se le acercarán temerosas, pero confiadas en su acogida llena
de misericordia. Pecadoras públicas, enfermas incurables, endemoniadas; todas encuentran en Él, palabras amables y
alentadoras.
Un día, cansado del largo camino, se sienta junto al pozo
de Jacob y se acerca una mujer a sacar agua. Rompe las ñor-
102
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
mas y costumbres de los judíos en su trato con los samaritanos
y entabla una conversación, maravillosa catcquesis, que lleva
a la mujer a reconocer su situación irregular y a «convertirse»
en anunciadora del Mesías. Hasta Él llegan los samaritanos de
aquel pueblo, traídos por la mujer, catequizada por Jesús y
que responde con una misión realizada como catequista.
Las hermanas de Lázaro, Marta y María, son mujeres de
una familia de buena posición. Le acogen en su casa de
Betania y allí instala Jesús una de sus catequesis particulares.
Las dos reciben con atención las enseñanzas del Maestro. Las
dos saben bien la misión que debe realizar como Mesías. Su
noble corazón, aunque en María pasó por una época mala, es
recto y en actitudes distintas se manifiestan creyentes. Sí, creen
en aquel que, durante tres años, ha estado anunciándoles el
Reino de Dios. Cuántas noches en vela, a los pies del Maestro,
junto a los discípulos y Lázaro. La amistad nacida entre ellos
fue fruto de la convivencia y el compartir casa, techo, comida
y saber, que les llevaba a la alabanza y la bendición.
Una pobre mujer, sorprendida en flagrante adulterio, recibió la lección más grande de perdón y comprensión de toda su
vida, cuando observó que nadie le condenaba, ni siquiera por
el Profeta, del que tanto le había hablado.
Unas mujeres, que le habían seguido desde Galilea, le salieron al encuentro en el camino del calvario. Estaban junto a
la puerta de entrada en Jerusalén. Lloraban, porque habían escuchado sus palabras y sabían que era bueno, que pasaba
siempre haciendo el bien a todos. No podían entender aquello
que le estaban haciendo. No era justo. Y aquel gesto, mezcla
de admiración y compasión, Jesús, al pasar, lo convierte en
llanto por los pecados de todos, los de ellas y los de sus hijos.
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
103
Les llama a la conversión total de sus vidas, pero anunciando
a todos el perdón.
Y otras mujeres, llamadas las Marías, le siguen hasta el
calvario, muy cerca de la cruz. También ellas lloran, en silencio, ante aquel acontecimiento. Serán testigos de cuanto suceda. Solo les acompaña Juan, el joven discípulo. Los demás
han huido, se han evaporado en las tinieblas de la noche de la
tribulación. Sólo quedan en aquel momento de dolor, tres mujeres y un joven. Es verdad que una de ellas es su madre,
María y que con ella se puede ir seguro a todas partes, se siente uno amparado, acompañado en profundidad en el dolor y la
lucha y el temor.
Y estas mujeres será, a las que se les permita ayudar a recoger el cuerpo muerto del Señor, del Maestro. Ya se murió la
vida, se acabó la luz, pero esperan que llegará el momento
anunciado. Cada una de ellas a su manera, a un distinto nivel,
pero siguen allí, al pie de la cruz y luego hasta la puerta del
sepulcro. A veces, somos injustos con aquellas mujeres, que,
acompañadas solamente por su sentimiento y por esa su intuición, dicen verdades como puños o están en los lugares adecuados, aunque de momento no lo parezcan.
Ellas, por estar, por seguir, recibieron el encargo de anunciar a los «hermanos» que el Señor ya no estaba en el sepulcro. Los valientes hombres, se quedaron encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos, ellas, las débiles mujeres
asustadizas, permanecieron firmes en lo que creían y esperaban. Fueron las primeras catequistas, aunque los catequistas
natos fueran ellos, los discípulos.
Una vez más, Dios escribía recto, con renglones torcidos,
débiles, la historia de la salvación.
104
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Mujeres, con protagonismo fuerte a con apariciones breves, están siempre presentes en el Evangelio de Jesucristo. A
todas ellas, como final de la conversación, el milagro o el perdón, la misma llamada, el mismo mandato, el anuncio de la
verdad, de la Resurrección.
Y la historia continuará. En ella estás tu. Como ayer y como
siempre, Jesús de Nazaret, el Resucitado, te dirá lo mismo que
les dijo a ellas: anuncia el Reino de Dios entre los tuyos, sin
cansancios, sin temores, es la Verdad que os hará Ubres.
XIV
MARÍA
DE LA NADA AL TODO
Sí, María tiene todo lo que se le puede pedir a un catequista, pero empezó de la nada. La experiencia, que fue acumulando durante su vida, la avala como la más excepcional de las
mujeres que han existido, gracias a que supo estar siempre en
su sitio.
Cuando el ángel Gabriel llegó a Nazaret, encontró a María
en oración. El anuncio se realizó en un clima sereno, lleno de
silencios y voces, sin dudas, pero con ganas de saber, para
aceptar. El diálogo es todo un modelo de oración personal, sabiendo bien quién es Él y quién ella, María, la esclava del
Señor. Y esto prevalece y se sitúa en la nada. El camino catequético ha comenzado.
Encarna «la Palabra», pero no se la queda para sí, ni para
su entorno, sino que la entrega a todo el mundo y para siem-
106
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
pre. Será su experiencia de madre, viviendo en soledad, cuando se queda viuda, la expresión más clara de su donación total. Su hijo, no era suyo sino de todos, porque todos estaban
esperando su llegada. La esclava, sabe muy bien el valor de su
Señor. No se puede quedar encerrado en los límites de un hogar, ni siquiera de un pueblo, aunque este fuera el Elegido por
Dios.
Y recorre los caminos del servicio, como norma de su vida,
hasta llegar a En Karen, para ayudar a su parienta Isabel. No
le detiene la grandiosidad de lo que le ha dicho el ángel, ni lo
que va a ser. Lo importante es servir, hacer algo, ayudar en
aquella necesidad a aquella casa donde va a nacer un niño, de
madre muy mayor y esto es suficiente. Cuentan mas los otros,
que ella misma y así siempre.
Y la obediencia le llevará luego a aceptar el recorrer otros
caminos, el de Belén, en el estado de avanzada maternidad,
sin protestas ni excusas, Dios es el Señor de todo. Y cuando
llegan los portazos y se cierran las casas, encuentra siempre la
explicación y la disculpa para todos. Ella sigue siendo la humilde esclava del Señor. Y cuando llega el tiempo de Dios en
la tierra y da a luz al Mesías, es la misma de siempre, la mujer
que cree y espera en su Palabra.
Más tarde, cuando llegaron los ángeles y los pastores y los
Reyes, todos encontraron a la madre solícita, que los recibía
con manos acogedoras y sonrisa de cielo.
Pero el camino de sufrimiento no se había terminado y tiene que emprenderlo de nuevo, esta vez hasta Egipto. Tampoco
entonces perdió el sentido del servicio. Allí en tierra extranjera, de tan negros recuerdos para su pueblo, pero también de
gratas presencias del Todopoderoso, que les sacó con mano
MEDITACIONES BÍBLICAS PARA CATEQUISTAS
107
fuerte y brazo extendido, su actitud fue útil para todos aquellos que luego se verían en situaciones similares de persecución o destierro.
Y el tiempo pasó y el regreso, marcado por Dios, llegó
puntual. De nuevo entró en su casita de Nazaret. Un hogar a la
medida de Dios Niño. José era bueno y justo, ella humilde y
hacendosa, pero sobre todo los dos eran creyentes y practicantes, conocedores de la Ley y los Profetas, temerosos de Dios y
llenos del espíritu de obediencia a la voluntad del Señor.
Y María fue allí, en la pequeña casa de Nazaret, la maestra de la catequesis familiar. Conocía su misión y su sitio de
madre, como conocía la Escritura. Sólo una mujer como ella
podía haber cantado, en casa de Isabel, aquel «magníficat»,
resumen de todos los cantos de alabanza y bendición, pronunciados en la historia de Israel. También en esto nos prestó el servicio de pasar de la nada al todo de aquella oración
histórica.
Sí, porque María pasó siempre de la nada al todo de Dios.
Se supo vaciar de todo los suyo y Dios la llenó de su gracia,
para ser por siempre la llena de gracia.
Pero existen otros caminos de dolor, los más pesados, que
nos regala como catequista y madre. Porque ella supo estar en
la calle de la amargura, al pie de la cruz y en el entierro de su
Hijo, con la entereza del que se sabe en su sitio, en las manos
de Dios. Y cuando parece que todo ha terminado, que ya no
hay más, llega el mandato testamentario, pronunciado por su
Hijo desde la cruz: mujer ahí tienes a tu hijo... Y también aquí
dijo sí. Pasó de tener un hijo a ser la madre de todos los hombres . Estuvo sublime, en su papel de madre, que acepta siempre servir a los demás.
108
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
Una mamá catequista hasta el final, hasta el momento de
quedarse sola con su dolor, acompañada por los que le mataban a su Hijo. Esta fue su gran catequesis, la más difícil, la
más larga, porque iba a durar para siempre.
De la nada al todo. De la pequenez del ser humano, a dar a
luz al mismo Dios. De ser la esclava a ser la madre, la reina del
mundo y de los cielos todos. Sólo así se puede ser catequista
del Señor Jesús. Ella, María, lo ha dejado escrito en su propia
vida y nos lo deja en herencia, como fruto de su servicio.
ÍNDICE
Presentación
Prólogo
5
7
PRIMERA PARTE:
LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
I.
El eterno problema del ser y el hacer
II. El catequista y su carisma
III. La espiritualidad
IV. Virtudes, dones y frutos
V
La fe
VI. La esperanza
VIL La caridad
VIII. El desierto
11
15
21
25
31
39
43
47
110
ÍNDICE
SEGUNDA PARTE:
MEDITACIONES BÍBLICAS
PARA CATEQUISTAS
I.
II.
III.
IV.
V.
VI.
VIL
VIII.
NOÉ Obediencia y espera
ABRAHAM Llamada y respuesta
JACOB El renglón torcido
JOSÉ Serenidad y madurez
MOISÉS Aceptación y renuncia
RUT Y NOEMÍ Fidelidad y equipo
SAMUEL Escucha y dedicación
JOSÉ DE NAZARET
Pedagogía del silencio
IX. ANA LA PROFETISA Edad y servicio
X. JUAN EL BAUTISTA La voz y la verdad
XI. EL ENDEMONIADO GERASENO
Agradecimiento y familia
XII. PEDRO Experiencia y mandato
XIII. LAS MUJERES Seguimiento y anuncio
XIV. MARÍA De la nada al TODO
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57
61
65
69
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81
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