Ensayo 6 - Instituciones republicanas: bases de una nueva Argentina

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Ensayo 6 - Instituciones republicanas: bases de una
nueva Argentina
Afinando la mira
Dentro de la crítica que se realiza a la era kirchnerista resulta muy
común escuchar referencias a la baja calidad institucional de la
Argentina y a la necesidad de fortalecer o reconstruir las
instituciones.
Todos los años diferentes informes nacionales o internacionales nos
cuentan el lugar que la Argentina ocupa dentro de algún ranking
regional o mundial de calidad institucional. Según estos estudios la
Argentina desciende año a año en los rankings u ocupa los últimos
lugares, y Venezuela, Ecuador y Bolivia nos acompañan. Estos datos
son luego difundidos por los medios de comunicación y así llegan a
nosotros.
Entre los informes más difundidos en el nivel regional se destacan el
Índice de Calidad Institucional de la Fundación Libertad y Progreso
(ICI) y el Índice de Desarrollo Democrático de la Fundación Konrad
Adenauer y Polilat (IDD). En ambos casos los resultados son muy
poco alentadores.
Según el ICI en 2014 Argentina ocupó el lugar 134 entre 192 países,
y del 2007 al 2014 descendió 41 lugares. El IDD sugiere algo
parecido, con algunas características particulares: a) ubica a la
Argentina en el cuarto lugar de Desarrollo Democrático entre
dieciocho países de Latinoamérica; b) indica que en la dimensión
calidad institucional y eficiencia, los indicadores de percepción de la
corrupción, mecanismos de rendición de cuentas y desestabilización
de la democracia presentan un comportamiento negativo,
representando la mayor falencia estructural de la democracia
argentina; c) remata con un par de frases que nos hacen dudar de
todo: “…los datos estadísticos oficiales de la Argentina se encuentran
seriamente cuestionados… El ejemplo de los excelentes resultados en
la política social respecto de otros países de la región enciende una
luz de alarma respecto de la veracidad de los datos oficiales.”
A todo esto el gobierno nos dice que andamos fenómeno y nos
alienta a continuar con un exitoso modelo de desarrollo nacional y
popular nunca antes visto en el país. ¿Quién tiene razón? ¿Quién
miente? ¿Alguien miente? ¿Estamos bien o estamos mal? ¿Nuestras
instituciones funcionan o no funcionan? ¿Son fuertes o débiles? ¿De
qué sirven sus fortalezas y en qué nos perjudican sus debilidades?
¿Qué entendemos por institución? ¿Qué vinculación tienen las
instituciones con algún tipo de regla y su cumplimiento? ¿Los
argentinos respetamos las reglas? ¿Lo hicimos en algún momento?
¿Hemos sido educados para ello? ¿Educamos para ello? ¿Es suficiente
para que funcione el sistema político que sus instituciones
fundamentales y sus reglas básicas estén escritas en una
Constitución?
Todo depende
Respuesta no muy feliz. Pero por algo tengo que empezar.
No requiere demasiado esfuerzo notar que los principios que
sustentan el discurso y relato oficial del gobierno argentino,
compartidos
por
Venezuela,
Ecuador
y
Bolivia,
difieren
sustancialmente de los principios que sirven de base a los informes e
índices referidos. Para sacar el ICI la Fundación Libertad y Progreso
parte de ciertos principios que parecerían compartidos por el mundo
liberal civilizado tradicional: Defensa de la democracia liberal;
Libertad y responsabilidad individual; Respeto a la propiedad privada;
Promoción de un gobierno limitado; Impulso a la economía de
mercado; Primacía del Estado de Derecho; Defensa de la paz. A partir
de ellos se elige una serie de variables y criterios y se comparan los
países. Como es de suponer, Argentina va al fondo. La respuesta a
varias de aquellas preguntas es la esperada: estamos muy mal, el
gobierno nos miente, las instituciones han sido debilitadas y hay que
volver a fortalecerlas, tenemos que recuperar la República, volver a
la Constitución.
Como dije, el gobierno argentino de los últimos años, al igual que
otros países latinoamericanos, no comparte estas ideas. Parte de
principios y derechos diferentes, prioridades diferentes y formas
diferentes de asegurar y garantizar principios y derechos. Para el
modelo kirchnerista las instituciones tienen un significado y objetivo
distinto del que le confieren el modelo “tradicional”. Más allá de lo
patológico, del ocultamiento o la artera tergiversación de datos
oficiales que suelen servir de pantalla para esconder realidades que
con el tiempo se tornan indisimulables, mas allá de los millones de
planes sociales que cuentan en el número de empleo generado pero
no de gente con trabajo o que quiera trabajar, la calidad institucional
de este tipo de gobiernos suele medirse por otros parámetros. Desde
esta perspectiva la respuesta a aquellas preguntas se cae de maduro:
estamos mejor que nunca. Cierto o nó, el pueblo no solamente lo ha
creído sino que ha votado y militado fanáticamente a favor de este
modelo, sus políticas y formas de llevarlo adelante.
El comparar la calidad de instituciones de países que responden a
modelos políticos o ideologicos tan diferentes no nos cambia
demasiado la vida y no produce el sacudón que creo
necesitamos/merecemos. Seguro servirá para corroborar lo que
algunos más o menos pensamos, “Viste, estamos como el culo”, pero
insuficiente como aporte para provocar reacciones que vayan mas
allá del simple “ya se irán” o “todo pasa” o “ya llegará otro que
cambie esta porquería”. Insuficiente para convencer al argentino de
que además de su trabajo diario e intereses individuales existen otras
cuestiones que hacen a la construcción de bases comunes que
requieren abandonar la butaca, pasar al escenario y actuar. No
encuentro mucho sentido a la pretensión de comparar la calidad de
medios utilizados para la obtención de objetivos diametralmente
opuestos por el solo hecho de que compartan la común denominación
de “instituciones”.
El olmo es un árbol que da sus propios frutos. ¿Tiene sentido pedirle
peras? ¿Tiene sentido comparar el fruto del olmo con una pera? Si
quiero peras necesito sacar el olmo y plantar un peral. Para ello hay
que convencer a la gente de sus bondades.
Afinando un poco más
Estoy de acuerdo con muchos de los principios de base del ICI, con
otros no tanto. En esta época, y luego de las experiencias y
experimentos políticos e ideológicos vividos en todo el mundo que
creo han conducido a los extremos hacia el centro, no me parece
adecuado seguir pensando en términos de “promoción de un gobierno
limitado” (suponiendo que se está refiriendo al Estado). Al respecto
habría que consultarles a los países escandinavos que ocupan los
primeros lugares del ranking y no se caracterizan por fomentar
estados chicos ni limitados ni ausentes. El respeto por todo lo que
hace a la individualidad está perfecto, pero creo que es indispensable
incorporar principios que se refieran a lo “público” o “común”, y
alguna vuelta de tuerca a la tensión entre los derechos individuales y
los sociales. No estoy inventando nada ni haciéndome el moderno,
está en nuestra Constitución. Lo demás me parece bien.
Suponiendo que esto que digo y algunas otras cosas que puedan
entenderse contenidas en el término “Estado de Derecho” (el respeto
de la ley y las instituciones, la separación de poderes, la
independencia judicial) constituyan el modelo propio o “de siempre”
de la Argentina -dejado de lado y destruido por el modelo y relato
bolivariano y kirchnerista-, no deja de tratarse de una suposición y
como tal insuficiente para que aseverar que se encuentra grabada a
fuego en lugar alguno. Creo que es una equivocación pensar y actuar
como que esto es lo “normal”, que nos vino dado por naturaleza o
por Dios, y que todo lo demás que criticamos es un simple desvío
pasajero. Es un error pensar que ya todo se acomodará y que
mientras apuntamos con el dedo, nos quejamos o marchamos,
alguien vendrá y pondrá las cosas en su lugar. No es así. Las cosas
son cuando se hacen. Cuando se dejan de hacer, dejan de ser. Solo
basta recordar que sea como sea y por lo que sea, la mayoría de los
argentinos acompañó el modelo bolivariano-kirchnerista por más de
diez años. Con el voto, militando, modificando las bases de lo que era
y luego construyendo sobre ellas algo distinto.
Si nos permitiéramos ver con los dos ojos veríamos que aquellos
principios que creíamos dar por sentado fueron sustituidos por otros.
O que fueron interpretados de forma tal que dijeran otra cosa. Lo
mismo sucedió con las instituciones que los hacían operativos, ahora
vaciadas de aquello que constituía su valor y convertidas en simples
(o complejos) instrumentos al servicio de la única voluntad
gobernante.
¿Las instituciones son o se hacen?
Suponiendo que los fines del Estado Nacional son los del preámbulo
de nuestra Constitución - constituir la unión nacional, afianzar la
justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común,
promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la
libertad-, y las reglas, las instituciones, los procedimientos y las
formas son medios para la consecución de esos objetivos, ¿es
razonable o realista pensar que las instituciones públicas tienen o
deberían tener prestigio, estructura estable, profesionalismo,
independencia y fortaleza para hacer frente a embates de la política?
¿Alguna vez tuvieron o fueron esto en Argentina? O será que, por el
contrario, lo normal y esperable es que en un momento histórico
determinado, por mismas o diferentes razones, administradores,
legisladores y jueces elegidos en base a esas mismas instituciones,
procedimientos y reglas, se pongan de acuerdo e interpreten y
resuelvan que la consecución de aquellos fines justifica que los
medios (reglas incluidas) puedan ser dejados de lado, adaptados o
modificados según su mejor saber y entender?
Quizá esto último pueda resultar una herejía, pero debemos aceptarlo
como una posibilidad si queremos entender lo que está sucediendo
con las instituciones fundamentales de la república. En otras
palabras, comprender que las instituciones sobre las que construimos
individualmente nuestras vidas y el país en su conjunto pueden haber
sido transformadas en simples medios destinados a satisfacer la
voluntad iluminada del líder carismático a cargo del gobierno.
El paso de los años no justifica que olvidemos la manipulación de las
instituciones públicas llevada a cabo por los gobiernos de facto y
mucho menos de las atrocidades cometidas por la última dictadura.
Tampoco justifica que nos olvidemos de otras historias que también
involucraban a los partidos tradicionales cuando llegaban al gobierno.
Pero con la recuperación de la democracia en 1983 creímos que las
instituciones también recuperaban el prestigio perdido.
El modelo kirchnerista nos descolocó: decía ser de izquierda,
progresista y democrático al mismo tiempo que redefinía a voluntad
el significado de esos términos, los dotaba de contenido y los llevaba
a la práctica de la mano de sus fanáticos. En otros casos, sobre la
marcha, los adaptaba según el grupo de personas a cooptar, comprar
o colonizar. Como ya dije, también sobre la marcha se elegían los
instrumentos, instituciones o normativa que los harían operativos. El
populismo de conveniencia elegido por la Presidenta quedó en
evidencia al interpretar el voto como delegación de todo el poder que
una democracia permitiera, y la legitimaba para moldear estos
medios a la medida de lo que ella decidiera todas las mañanas.
Con algunos pocos sobresaltos -Resolución 125, rechazo de la Corte
al llamado paquete de leyes de democratización del poder judicial por
ejemplo- esta situación se mantuvo hasta fines del 2014. Sólo el
ridículo o el freno puesto por alguna voluntad que no alcanzó a ser
arteramente convencida, cooptada o comprada pudo detener la
arremetida oficial. La Corte Suprema y algunos jueces y fiscales
salieron del encanta-miento y recordaron. Pero no muchos más.
Muchos otros dormimos y soportamos todo esperando que el sistema
fuera debilitándose solo o explotara.
Vuelvo al modelo de los países del eje bolivariano-kirchnerista. A este
modelo le correspondería un ranking “calidad institucional” distinto al
que surge de los estudios e investigaciones modernos, ya que las
variables medidas se sustentan en principios, valores e interpretación
sobre el cumplimento de las reglas que nada tienen que ver con los
de los países que llamamos “normales”. Para conocer el nuevo
ranking sería suficiente dar vuelta la tabla y obtendremos los
resultados que el gobierno argentino y sus actuales aliados festejan.
¿Qué es entonces lo importante? ¿Las instituciones o el modelo? ¿Es
posible mejorar o fortalecer las instituciones cuando el modelo de
país vigente relativiza el valor de las reglas?
Las consecuencias de mirar con un solo ojo solo
Pocas personas tienen interés o tiempo para ir más allá del simple
resultado que aquellos informes expresan. Seguramente más de uno
los recibimos con una media sonrisa entre burlona y suficiente porque
el número ratifica lo que ya creemos saber: que venimos muy mal.
Esta información va a parar a la pila de pruebas que juntamos en
contra de un gobierno y modelo de país con los que decimos nada
tener que ver, extraño, bananero, de cuarta. Luego, rápidamente,
continuamos con nuestras actividades diarias y ocupaciones que por
suerte nada tienen que ver con esos índices ni con el tipo de país que
refleja.
Esta actitud no es nueva. Hace años que muchos argentinos venimos
esquivando el bulto, haciéndonos los distraídos, décadas tal vez. De
vez en cuando, cada vez más seguido en los últimos años, las balas
picaban cerca y salíamos a la calle. Justicia, Seguridad, Constitución
eran algunas de las consignas que nos llevaban a manifestar. Mucha
sorpresa y desorientación: ¿cómo se pudo llegar a estas instancias?
Poca introspección: la culpa la tienen los otros.
Un poco más de instrucción cívica e interés por lo público nos hubiera
permitido ver que en realidad, y desde algún momento de mediados
de la primera década del 2000, la mayoría de los argentinos fue
virando hacia una opinión y percepción del modelo y sus instituciones
públicas que parecían contradecir el resultado preocupante de estos
informes. No sé si todos festejaban, pero que acompañaban o
fortalecían el modelo, seguro que lo hacían.
Esto que digo se podía deducir de los votos y de las políticas, formas
y reglas que el gobierno iba construyendo de a poco e inoculando a
quienes no nos considerábamos dentro de esa mayoría, mientras
dormíamos (dormidos o despiertos). También podía deducirse de
diferentes actitudes, hechos y discursos que evolucionaron en pocos
años:
“Somos conscientes de que ninguna de esas reformas serán
productivas y duraderas si no creamos las condiciones para
generar un incremento de la calidad institucional. La calidad
institucional supone el pleno apego a las normas y no una
Argentina que por momentos aparece ante el mundo como un
lugar donde la violación de las leyes no tiene castigo legal ni
social. A la Constitución hay que leerla completa. La seguridad
jurídica debe ser para todos, no solamente para los que tienen
poder o dinero.” Nestor Kirchner, discurso de asunción de la
Presidencia, 25 de mayo 2003.
“Nuestro gobierno aumento muchísimo la calidad institucional.”
Agustín Rossi, Presidente del Bloque de Diputados del FPV, 21
de marzo de 2012.
“La citación a Boudou habla de la calidad institucional de la
Argentina. No conozco antecedentes de que un vicepresidente
en funciones sea llamado a declarar. En Argentina funciona la
independencia de poderes y está buenísimo que se vea.” Juan
Manuel Urtubey, Gobernador de Salta,
“Para la gente, el país que les dejo es un país muy cómodo, es
un país con 6,9 por ciento de desocupación, es un país con 6
millones de jubilados, es un país con el salario más alto de
Latinoamérica, es un país con la jubilación más alta de
Latinoamérica, es un país con la mayor inclusión previsional de
que se tenga memoria, es un país con mayor nivel de
porcentaje industrial en su Producto Bruto Interno, es un país
donde se respetan los derechos humanos, es un país donde se
respeta la división de lo que es la Constitución, es un país
donde el gobierno le ha dado más que nunca el mayor
presupuesto al Poder Judicial.” Cristina Fernández de Kirchner,
Presidenta de la República Argentina, discurso de inauguración
del 133° período de Sesiones Ordinarias del Congreso Nacional.
Buenos aires, 3 de marzo de 2015.
“Hemos hecho más de 2.000 escuelas, hemos repartido 5
millones de computadoras, 80 ó 90 millones de libros, más de
2.000 bibliotecas populares; hemos creado 14 nuevas
universidades, hemos duplicado o quintuplicado –no sé cuánto
más- los sueldos de los investigadores y técnicos del CONICET,
de las universidades… el centro cultural más importante de
Latinoamérica y el tercer centro cultural del mundo… esta
Argentina ya no tiene relaciones carnales con nadie, esta
Argentina tiene relaciones serias y maduras con todos los
países del mundo… ustedes son los que están empoderados,
ustedes son los titulares de los derechos, son los millones y
millones de jubilados; son los millones y millones de
trabajadores; son los millones de jóvenes que estudian en
nuestras universidades y nuestras escuelas; son los miles de
científicos en nuestros institutos, los que han vuelto y los que
se quedaron; son las amas de casa; son los peones rurales; son
también las mujeres trabajadoras de las casas de familia, que
finalmente después de largas décadas tienen sus derechos
consagrados; son ustedes los jóvenes; son también los millones
de argentinos que han logrado un trabajo o los que teniéndolo
han mejorado sustancialmente sus ingresos y han podido
comprarse un auto, una casita o un terreno y están
construyendo la familia.” Cristina Fernández de Kirchner,
Presidenta de la República Argentina, discurso del 25 de mayo
de 2015.
Mucho más fácil, sin necesidad de deducir nada, hubiera sido leerlo
en los manuales de los populismos. Para éstos las instituciones son
simples herramientas al servicio de la voluntad del pueblo
concentrada en la figura del líder carismático a cargo del Ejecutivo.
Lo que sucedió en la Argentina fue de libro. Néstor, un poquito más
prolijo. Cristina, desatada. Y los de abajo exprimiendo el relato y el
libreto al máximo, a veces llevándolos a extremos ridículos. Cuando
la mano venía bien las decisiones presidenciales se disfrazaban bajo
el ropaje de las instituciones constitucionales tradicionales. Cuando
aparecía alguna traba, la delegación popular de poder casi absoluta
permitía y justificaba su deformación hasta hacerlas irreconocibles. Si
esto tampoco era suficiente se inventarían rápidamente caminos
alternativos.
Entonces: nada de qué sorprenderse. La mayoría eligió un modelo y
volvió a elegirlo y profundizarlo en el 2007. Como bien dijo la
Presidenta el último 25 de mayo (desmintiendo lo que ella misma
solía decir de que siempre le hablaba a los 40 millones de argentinos
y como lo había anunciado unos minutos ante la más “cristinista que
Cristina” locutora oficial): “Este gobierno gobierna para la mayoría”.
¿Queremos otra institucionalidad? Cambiemos el modelo.
Hablar de instituciones significa pensar en reglas claras que
mantengan en el tiempo, una burocracia especializada según
materia, prestigio, confianza, etc. Me encanta pensar en este tipo
construcciones pero creo que poco hay de esto en la Argentina
hoy.
se
la
de
de
Las instituciones y la institucionalidad en el sentido que las entiendo
no pueden existir con un gobierno para el que el fin justifica los
medios. Un gobierno cuya Presidenta define las reglas de juego como
“palos, difamaciones, injurias, mentiras y calumnias”, para luego
decir que enfrentarse a ellas le acarreron “costos personales”.
Tampoco pueden existir en una sociedad que permite que su
gobierno lo engañe y se aproveche de él. Más allá de algunas pocas
excepcionales excepciones como la Corte Suprema, las instituciones
públicas están subordinadas a la voluntad del Ejecutivo.
Es por ello que digo lo que digo en el título. Es el modelo o visión de
país, las prácticas de sus gobernantes y la educación del pueblo lo
que hace de una agrupación de personas, sus reglas y
procedimientos, una institución pública o una simple herramienta a
disposición de la voluntad de los gobernantes y funcionarios de turno.
El problema no son las instituciones. Somos nosotros. El país no es
de cuarta. Es maravilloso. Despertemos, dejemos de mirar para el
costado, asumamos la ciudadanía, involucrémonos en lo público.
Construyamos bases sólidas que nos permitan pisar en firme y sacar
adelante el país. Pero primero cambiemos nosotros si queremos
cambiar el modelo. Reinventemos la República.
Mauricio Devoto
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