Las Contradicciones del Cambio Por Giulio Chiesa En el artículo La patología del proceso gerencial: no saber innovar, centré mi atención sobre ciertos problemas del proceso de gestión típicos de muchas empresas, sin importar su tamaño o finalidad. La conclusión de esas reflexiones puso en evidencia el elemento “voluntad de cambiar” como primer agente terapéutico: voluntad de llevar a cabo una estrategia de transformación capaz de introducirse positiva y apropiadamente en el contexto de su mundo operacional, primer paso hacia la excelencia. Pero ese cambio debe ser voluntario, facultativo, no impuesto por un tercero (accionistas, analistas financieros, autoridades, etcétera) ni dictado por cuestiones de supervivencia. Sin embargo, existe una circunstancia en la que el cambio pierde esta connotación de discreción y se vuelve imperativo, existencial. Ocurre cuando la empresa se encuentra frente a una variación radical en las perspectivas de su sector y de manera particular cuando se pasa de una situación de negocios caracterizada por tendencias dinámicas y previsibles a una de turbulencia, inestabilidad e incertidumbre. Cuando se verifica esta situación el cambio ya no es auspicioso: se vuelve imperativo. A veces, el estilo de gestión, así como los mismos parámetros de la gestión deben cambiar radicalmente: esto vale para la empresa pública o privada, institución académica o non profit, compañía manufacturera o de servicio. El ejemplo más típico es el de la centralización versus descentralización. En mi opinión, descentralizar es la única alternativa cuando el entorno se vuelve cada vez más turbulento. El vértice de la organización raramente percibe las débiles señales iniciales del entorno contextual y nunca llega a armar a tiempo estrategias de anticipación o, por lo menos, de adaptación. Cuando la turbulencia se vuelve más fuerte entra con facilidad en el histerismo que hace más difícil percibir e interpretar incluso las señales más fuertes. Lo que aquí expongo está en fuerte contradicción con la postura que por lo general siguen las compañías que, en casos similares, sufren también de una profunda crisis económica. En momentos de dificultades económicas o de otra índole, es praxis casi normal introducir rigidez normativa que centraliza progresivamente el proceso de decisión. Nace así la teoría de la necesidad del “hombre fuerte”, del taumaturgo (del Le Pen gálico, del Bossi padano, del líder nacionalista, del Mussolini en 1921, de algunos inolvidables e históricos CEO’s de Detroit). El taumaturgo “resana” la compañía, el estado, la nación, el continente y, sin darse cuenta, daña las perspectivas de un buen desarrollo futuro sólo para privilegiar la tangibilidad de un resultado en el corto plazo. El por qué esta situación se repite difusamente, a decir por qué existe esta tendencia a estereotipos “musculares”, entra en el campo de la psicología o, quizá, de la paranoia. Yo creo que se trate básicamente de la necesidad, toda moderna, de crear y perpetuar una serie de mitos, propiciada por revistas de negocios grandes admiradoras de quien no es simplemente un buen administrador. No nos olvidemos que el mito Jack Welch perdió una gran batalla en Europa con un ex profesor universitario de nombre Mario Monti, confirmándose así lo que dijo Pablo Picasso, al final de su vida, a propósito del aprendizaje: “Una vez diseñaba como Rafaelo: sin embargo, me ha tomado toda una vida para dibujar como los niños”.El acercamiento al problema turbulencia a través del manager “resanador” es bien diferente del acercamiento que se le pide al manager estratega, aquél que debe garantizar la continuidad de la empresa en el futuro. Sus características son bien diferentes. El primer manager es notoriamente un cirujano al cual se le ha dado un poder incondicionado en el momento mismo de su investidura. Se le reconocen –además de un cierto nivel de competencia– cualidades como fuerza, determinación, capacidad de aislamiento, insensibilidad, frialdad. Su gran habilidad (que sólo él conoce) es la de irse inteligentemente antes de que empiece el “reflujo”, para dedicarse a “resanar” otras compañías. El segundo manager, el que debemos forjar, preparar y sostener, usa más la convicción que la fuerza; evita las órdenes y propicia la participación; no glorifica la centralización sino enseña la delegación, la responsabilidad, el respeto a las ideas ajenas (Perotto, 1987). La visualización de estos conceptos ambiente”.Definida podría darse en la Figura 1, cuyo título sugestivo sería “El estilo y el la organización, los otros componentes gestionales evolucionan consecuencialmente:1. Tomar riesgo ya no es prerrogativa del vértice, es corresponsabilidad de la periferia.2. Cometer errores ya no es motivo de congelación. El error se valora como generador de experiencia.3. Todo el Management System se convierte de prescriptivo (normas escritas para cada contingencia hipotética) a emprendedor: el joven es escuchado, el joven “maestro” es un portador de innovación (Drucker, 1973).4. El conformismo, modelo conductual típico de un México no muy lejano, es remplazado por formas más o menos difusas de participación en las decisiones (se considera ya suficiente comunicar a los demás el porqué de las decisiones tomadas).5. En fin, los empleados pasan de ser “terminales tontas” a “estaciones inteligentes”. LOS SUPUESTOS DEL CAMBIO El cambio, ya sea impuesto o voluntario, conlleva una profunda modificación del tejido organizacional, en el sentido que va a tocar lo que más caracteriza –en el bien y en el mal– cualquier institución, pública o privada: su cultura. Por esta razón, el cambio debe ser efectuado con plena conciencia de sus implicaciones: ni con expectativas utópicas (el cambio siempre es lento, incluso en el año de gracia 2002) ni con exasperada lentitud. El retorno dinámico e innovador nunca será automático: no es suficiente una declaración de guerra para ganarla. Sin embargo, la riqueza de los resultados será proporcional a la determinación, a la constancia y, sobre todo, a la coherencia del apoyo de la cúspide de la organización: el vértice procura el oxígeno, la base lo usa para escalar las dificultades implícitas en esta tarea. En determinadas circunstancias, más que la máscara de oxígeno, es recomendable un discreto boca a boca. De dificultades está lleno el camino del cambio hacia la excelencia: vinculaciones ancladas en el pasado; miedos (aún irracionales) que condicionan la conducta de las personas involucradas y amenazadas por el cambio; comunicaciones inciertas, llenas de temores, incompletas; contradicciones típicas del ser humano; obstáculos imprevistos de tipo legal o tecnológico o sociológicos; apoyo episódico, distraído, superficial, epidérmico; frenéticas inactividades. El empeño es dramático: requiere de coherencia entre enunciaciones y comportamientos: si así no fuese, el precio a pagar sería astronómico y la enfermedad más grave que se desarrollaría sería el cinismo. Bien sabemos que muchos empleados puntualmente usan como parámetro de referencia la señales “implícitas” que llegan del Olimpo y hacen caso omiso de los comunicados oficiales. Esta contradicción hiere de manera profunda a quien la vive, especialmente en una fase de cambio. Es allí cuando se forman dos grupos: de un lado los frustrados (reacción: cinismo), del otro los rencorosos (reacción: energía malgastada en inútiles tentativos de revancha). Claramente de los dos grupos, el de los cínicos es mortal. EL RIESGO MÁS GRANDE DEL CAMBIO Esto ocurre cuando el vértice de la organización, sin saberlo, cae en el ridículo y el personal se ubica una posición desvergonzadamente cínica. Las iniciativas que propician el ridículo son muchas: proclamas dictatoriales, edictos medioevales, vertiginosos e-mails a todos los empleados, entrevistas buscadas mañosamente, insinuaciones explícitas sobre un futuro paradisíaco. La gente percibe de inmediato cuáles son los valores reales que orientan la cultura de la organización hacia el cambio y con felina habilidad detecta cuál es el sistema “premiador” y el sistema punitivo. Es bien sabido que la gente no se puede manipular durante mucho tiempo: mejor recurrir al viejo sistema del ejemplo con acciones concretas, constantes y coherentes. Bien escribieron Blanchard y Johnson (1983): “Los objetivos generan los comportamientos: las consecuencias los mantienen”. En otras palabras, el sistema “premiador”, para ser fructífero, debe ser bien visible y enviar señales inmediatas. En la práctica se han obtenido resultados muy propicios fragmentando los incentivos de acuerdo con una escala que empieza con el simple “gracias” o“buenos días” y termina con evaluaciones compartidas del desempeño en el periodo de cambio. CONCLUSIONES PANTA REI, todo escurre, ya lo decía Heráclito en el 500 A. C.: el cambio sólo se acelera, por el resto siempre ha existido. Lo importante, a nivel empresarial es que, cuando llegue el momento del cambio, no seamos esclavos de él sino actores concientes y preparados para realizarlo con inteligencia, profesionalidad y humanidad. Volviendo al postulado inicial (cambio por voluntad o cambio por turbulencia) yo pensaría que las verdaderas, honestas preguntas atrás del cambio son ¿de verdad lo queremos? ¿De verdad lo necesitamos? ¿Es cambio o moda? ¿Tendremos en el equipo la energía para hacerlo sustentable en el tiempo? El destino de la empresa –y de las muchas personas que en ella encuentran seguridad, sustento y autorrealización– dependerá en gran medida de las respuestas a dichas interrogantes. REFERENCIAS Chiesa, G. (2000), “La Patología del Proceso Gerencial: no saber innovar”, Escuela de Negocios, ITAM, Primavera / Verano.Perotto, P. G. (1987), Manager 2000, Sperling&Kupfer.Drucker, P. (1973), Management, Harper & Row.Blanchard, K. y Johnson, S. (1983), The One Minute Manager, Sperling&Kupfer.Figura 1. El estilo y el ambiente Entorno estable Gestión Entorno turbulento Centralizada Organización Descentralizada Vértice Toma de riesgo Difusa Prescriptivo Management Emprendedor system Conformista Comportamiento Participativo Normas Comunicación Motivación