ANÁLISIS DE TEXTOS DE FILOSOFÍA GRIEGA BIBLIOGRAFÍA Benardete, S.: The rethoric of morality and philosophy: Plato's "Gorgias" and "Phaedrus", Chicago, The University of Chicago Press, 1991. Burger, R.: Plato's Phaedrus : a defense of a philosophic art of writing, Alabama, UAP, 1980. Cavallo, G., Libros, editores y público en el Mundo Antiguo, Madrid, Alianza, 1995. Cavallo, G., Chartier, R.: Historia de la lectura en el mundo occidental, Madrid, Taurus, 1998. Cole, T., The Origins of Rhetoric in Ancient Greece, Baltimore, The J. Hopkins U. Press, 1991. Furley, D. J. y Nehamas, A.: Aristotle’s Rhetoric. Philosophical Essays, Princeton, PUP, 1990. García Peña, I.: La mímesis en los Diálogos de Platón, Salamanca, Luso - Española de Ediciones, 2008. Gentili, B., Poesía y público en la Grecia antigua, Barcelona, Quaderns Crema, 1996. Gil, L.: Los antiguos y la inspiración poética, Madrid, Guadarrama, 1966. Griswold, C. 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"Los poetas más lúcidos... saben que su nostalgia es de un tiempo anterior a todo tiempo vivido y su afán por la palabra, afán por devolverle su perdida inocencia. Adoradores de la inmaculada concepción de la palabra, de la palabra inocente"( M. ZAMBRANO, Hacia un saber sobre el alma, Madrid, Alianza, 1987, pp. 41). "¿De qué sirve el que me enseñes las reglas y los sofismas de los rétores? ¿Qué necesidad tengo de todas estas palabras que no me sirven para nada? Enséñame, ante todo, a beber el dulce licor de Baco; enséñame a volar con Venus, la de las trenzas de oro. Cabellos blancos coronan mi cabeza. Dame agua, vierte el vino, joven adolescente; aduerme mi razón. Pronto habré cesado de vivir y cubrirás mi cabeza con un velo. Los muertos ya no tienen deseos"(M. ZAMBRANO, Filosofía y poesía, p. 34). "Los que en Claros beben de la onda profética, en las riveras donde reina Febo con la frente ceñida de laurel, poseídos del delirio, lanzan sus clamores. Yo también inundado de perfumes, ebrio del licor de Lieo, y de los besos de mi amante, quiero, quiero delirar". (Ibidem, p. 42). "El logos no podía aún descender hasta la carne. Era necesario, irremisible, que en Platón la filosofía que es teología y mística, apareciera con irreconciliable enemistad para los poetas y su sueño. La razón decisiva era que se proponía salvar lo que la poesía solamente lamentaba; pretendía dar vida, no la vida pasajera, sino otra vida más allá de la mordedura del tiempo, a este mundo adorado de la belleza del que la poesía únicamente supo llorar su destrucción, lamentar su continua muerte, su naufragio en los mares del tiempo". (Ibidem, p. 61). “- Así, pues – proseguí -, cuando te encuentres, Glaucón, con apologistas de Homero que digan que este poeta fue quien educó a Grecia y que, en lo que se refiere al gobierno y dirección de los asuntos humanos, es digno de que se le elija y se le estudie y conforme a su poesía se instituya la propia vida, deberás besarlos y abrazarlos como a los mejores sujetos en su medida y reconocer también que Homero es el más poético y primero de los trágicos; pero has de saber igualmente que, en lo relativo a poesía, no han de admitirse en la ciudad más que los himnos a los dioses y los encomios de los héroes. Y, si admites también la musa placentera en cantos o en poemas, reinarán en tu ciudad el placer y el dolor en vez de la ley y de aquel razonamiento que en cada caso parezca mejor a la comunidad. - Esa es la verdad pura - dijo. - … Es ya antigua la discordia entre la filosofía y la poesía... Digamos, sin embargo, que, si la poesía placentera e imitativa tuviese alguna razón que alegar sobre la necesidad de su presencia en una ciudad bien regida, la admitiríamos de grado, porque nos damos cuenta del hechizo que ejerce sobre nosotros; pero no es lícito que hagamos traición a lo que se nos muestra como verdad. Porque ¿no te sientes tú también, amigo mío, hechizado por ella, sobre todo cuando la percibes a través de Homero? - En gran manera. -¿Y será justo dejarla volver una vez que se haya justificado en una canción o en cualquier otra clase de versos? - Enteramente justo. -Y daremos también a sus defensores, no ya poetas, sino amigos de la poesía, la posibilidad de razonar en su favor fuera de metro y sostener que no es sólo agradable, sino útil para los regímenes políticos y la vida humana. Pues ganaríamos, en efecto, con que apareciese que no es sólo agradable, sino provechosa. -¿Cómo no habríamos de ganar? -dijo. - Pero en caso contrario, mi querido amigo, así como los enamorados de un tiempo, cuando vienen a creer que su amor no es provechoso, se apartan de él, bien que con violencia, del mismo modo nosotros, por el amor de esa poesía que nos ha hecho nacer dentro la educación de nuestras hermosas repúblicas, veremos con gusto que ella se muestre buena y verdadera en el más alto grado; pero, mientras no sea capaz de justificarse, la hemos de oír repitiéndonos a nosotros mismos el razonamiento que hemos hecho y atendiendo a su encanto para librarnos de caer por segunda vez en un amor propio de los niños y de la multitud. La escucharemos, por tanto, convencidos de que tal poesía no debe ser tomada en serio, por no ser ella misma cosa seria ni atenida a la verdad; antes bien, el que la escuche ha de guardarse temiendo por su propia república interior y observar lo que queda dicho acerca de la poesía. - Estoy de acuerdo por completo –dijo”. (Platón, República X, 606 e – 608 b). “Sobre las cosas más importantes y hermosas de que se propone hablar Homero, sobre las guerras, las campañas, los gobiernos de las ciudades y la educación del hombre, es justo que nos informemos de él preguntándole: «Amigo Homero, si es cierto que tus méritos no son los de un tercer puesto a partir de la verdad, ni sólo eres un fabricante de apariencias al que definimos como imitador, antes bien, tienes el segundo puesto y eres capaz de conocer qué conductas hacen a los hombres mejores o peores en lo privado y en lo público, dinos cuál de las ciudades mejoró por ti su constitución como Lacedemonia mejoró la suya por Licurgo y otras muchas ciudades, grandes o pequeñas, por otros muchos varones. ¿Y cuál es la ciudad que te atribuye el haber sido un buen legislador en provecho de sus ciudadanos? Pues Italia y Sicilia señalan a Carondas y nosotros a Solón. ¿Y a ti cuál?» ¿Podría nombrar a alguna? -No creo - dijo Glaucón -, porque no cuentan tal cosa ni siquiera los propios Homéridas”. (Platón, República X, 599 d – e). HOMERO, Odisea, VIII, 166-173: Mal hablaste, mi huésped: pareces persona sin seso; bien se ve que los dioses no dieron a todos los hombres por entero sus gracias, talento, facundia y belleza. Es el uno de aspecto mezquino y, en cambio, le colma de perfecta hermosura algún dios sus discursos; los otros arrobados le observan y él habla seguro en la plaza con modesta dulzura; brilla así ante la asamblea y le miran como a una deidad, cuando pasa ante el pueblo. HOMERO, Odisea, XIX, 455-458: Mas los hijos de Autólico, al verlo, acercáronse a Ulises, el igual a los dioses, curaron la herida, vendaron diestramente la pierna, con un ensalmo cortaron el flujo de la sangre y volvieron aprisa a la casa paterna. ARISTÓTELES, Política 1340 b 18-21: Parece que existe en nosotros una especie de afinidad con los modos y ritmos musicales, lo cual hace decir a muchos filósofos que el alma es una "armonía" y a otros que posee "armonía. PLATÓN, Rep. VII 530 d: Del mismo que nuestros ojos están hechos para la astronomía, así también lo están nuestros oídos para la armonía y estas dos ciencias son hermanas, como dicen los pitagóricos, y nosotros, Glaucón, estamos de acuerdo. DIÓGENES LAERCIO, I, 12 Pitágoras - dice - fue el primero en usar la palabra "filosofía" y se llamó a sí mismo "filósofo", en una conversación que mantuvo en Sición con León, el tirano de la ciudad, o en Fliunte, pues nadie, dijo él, era "sabio" salvo Dios. PORFIRIO, Vit. Pit., 46 [Pitágoras] practicaba una filosofía cuyo fin era preservar y liberar de determinadas ataduras a la mente que se nos ha asignado, sin la que, en modo alguno, nada sensato ni genuino se puede conocer y percibir. PORFIRIO, Vit. Pit., 47 [Pitágoras] introduciéndolos en la contemplación de las auténticas realidades, hacía dichosos a los hombres. HERÁCLITO (DK 22 B 1) Aunque este "logos" existe siempre, los hombres son incapaces de comprenderlo, tanto antes de haberlo oído, como después de haberlo oído. En efecto, aunque todas las cosas acontecen según este "logos", parecen inexpertos, a pesar de experimentar palabras y acciones como las que yo describo, cuando distingo cada cosa según su naturaleza y digo cómo es. Pero a los demás hombres les pasan inadvertidas cuantas cosas hacen despiertos, del mismo modo que se olvidan de cuanto hacen dormidos. (2) Por ello es necesario seguir lo que es común, pero aunque el "logos" es común, la mayoría vive como si tuviera una inteligencia particular. (19) No saben escuchar ni hablar. (34) Oyen sin comprender, parecidos a los sordos. A ellos se aplica el proverbio: estando presentes están ausentes. (50) No escuchándome a mí, sino al "logos", es sabio convenir que todo es uno. (54) La armonía invisible es mejor que la visible. (89) Para los despiertos hay un mundo único y común, mientras que los que duermen se vuelven a su mundo particular. (115) Al alma pertenece el "logos", que se acrecienta por sí mismo. (116) A todos los hombres es concedido conocerse a sí mismos y pensar sabiamente. EMPÉDOCLES (DB 31 B 112): Me siguen a miles buscando la senda que lleva al beneficio, unos menesterosos de oráculos, y otros, atravesados por atroces dolores, buscando escuchar la palabra que cura toda enfermedad. EPICURO (Fr. 221 USENER): Vana es la palabra del filósofo que no cura alguna dolencia del hombre. PLATÓN, Teeteto 149 c-d): Las parteras, además, pueden dar drogas y pronunciar ensalmos para acelerar los dolores del parto o hacerlos más llevaderos, si se lo proponen. PLATÓN, Menón, 80 a: Ahora, Sócrates, me estás hechizando y embrujando y encantando por completo, con lo que estoy ya lleno de confusión. PLATÓN, Banquete, 215 b ss.: ¿Que no eres flautista? Por supuesto, y mucho más extraordinario que Marsias. Este, en efecto, encantaba a los hombres mediante instrumentos con el poder de su boca... Mas tú te diferencias de él sólo en que sin instrumentos, con tus meras palabras haces lo mismo... Cuando le escucho, mi corazón palpita mucho más que el de los poseídos por la música de los coribantes. PLATÓN, Fedro, 267 c-d: En cuestión de discursos lacrimosos y conmovedores sobre la vejez y la pobreza, lo que domina me parece que es el arte y el vigor del Calcedonio <Trasímaco>, quien también llegó a ser un hombre terrible en provocar la indignación de la gente y en calmar, de nuevo, a los indignados con el encanto de sus palabras. PLATÓN, República, 608 a: Nosotros, por el amor de esta poesía que nos ha hecho nacer dentro la educación de nuestras hermosas repúblicas, veremos con gusto que ella se muestre buena y verdadera en el más alto grado; pero, mientras no sea capaz de justificarse, la hemos de oír repitiéndonos a nosotros mismos el razonamiento que hemos hecho y atendiendo a su encanto para librarnos de caer por segunda vez en un amor propio de los niños y de la multitud. PLATÓN, Fedón, 60 e - 61 a: ¡Sócrates, haz música y aplícate a ello! Y yo, en mi vida pasada, creía que el sueño me exhortaba y animaba a lo que precisamente yo hacía, como los que animan a los corredores, y a mí también el sueño me animaba a eso que yo practicaba, hacer música, en la convicción de que la filosofía era la más alta música. PLATÓN, Apología 29 c – 30 c: Y si me dijerais: "Ahora, Sócrates, no vamos a hacer caso a Ánito, sino que te dejamos libre, a condición de que no gastes ya más tiempo en este búsqueda y de que no filosofes, y si eres sorprendido haciendo aún esto, morirás"; si, en efecto, como dije, me dejarais libre con esta condición, yo os diría: "Yo, atenienses, os aprecio y os quiero, pero voy a obedecer al dios más que a vosotros y, mientras aliente y sea capaz, es seguro que no dejaré de filosofar, de exhortaros y de hacer manifestaciones al que de vosotros vaya encontrando, diciéndole lo que acostumbro: "Mi buen amigo, siendo ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de preocuparte de cómo tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y los mayores honores y, en cambio, no te preocupas ni interesas por la inteligencia, la verdad y por cómo tu alma va a ser lo mejor posible?". Y si alguno de vosotros discute y dice que se preocupa, no pienso dejarlo al momento y marcharme, sino que le voy a interrogar, a examinar y a refutar y, si me parece que no ha adquirido la excelencia y dice que sí, le reprocharé que tiene en menos lo digno de más y tiene en mucho lo que vale poco. Haré esto con el que me encuentre, joven o viejo, forastero o ciudadano, y más con los ciudadanos por cuanto más próximos estáis a mí por origen. Pues esto lo manda el dios, sabedlo bien, y yo creo que no os ha surgido mayor bien en la ciudad que mi servicio al dios. En efecto, voy por todas partes sin hacer otra cosa que intentar persuadiros, a jóvenes y viejos, a no ocuparos ni de los cuerpos ni de los bienes antes que del alma ni con tanto afán, a fin de que ésta sea lo mejor posible, diciéndoos: "No sale de las riquezas la excelencia para los hombres, sino de la excelencia, las riquezas y todos los otros bienes, tanto privados como públicos. Si corrompo a los jóvenes al decir tales palabras, éstas serían dañinas. Pero si alguien afirma que yo digo otras cosas, no dice verdad. A esto yo añadiría: "Atenienses, haced caso o no a Ánito, dejadme o no en libertad, en la idea de que no voy a hacer otra cosa, aunque hubiera de morir muchas veces". PLATÓN, Fedro 258 e – 259 d: SÓC.- Así, pues, tenemos tiempo, al parecer. Y me da la impresión de que las cigarras a la vez que cantan por encima de nuestras cabezas y conversan entre ellas, como suelen hacer en pleno ardor del sol, nos están contemplando. Así que, si nos vieran a nosotros dos, como a la mayoría de los hombres a mediodía, sin conversar y dando cabezadas, cediendo a su hechizo por pereza mental, se reirían de nosotros con razón, en la idea de que habían llegado a este retiro unos esclavos a echarse la siesta, como corderos, a orillas de la fuente. En cambio, si nos ven conversar y costearlas, como si fuesen las sirenas, insensibles a su embrujo, tal vez nos concedieran admiradas el don que por privilegio de los dioses pueden otorgar a los hombres. FEDRO – Y ¿cuál es ese don que pueden conceder? Pues nunca he oído hablar de él. SOC.- Sin duda es impropio de un hombre amante de las musas el no haber oído hablar de ello. Se dice que estos animalillos fueron antaño hombres de los que existieron antes de que nacieran las musas y que, al nacer éstas y aparecer el canto, algunos de ellos se quedaron tan embelesados de placer que, cantando, se olvidaron de comer y de beber y murieron sin advertirlo. De estos hombres nació la raza de las cigarras que recibió como don de las musas el de no necesitar alimento; el de cantar, desde que nacen hasta que mueren, sin comer ni beber, y el de ir después de su muerte a contarles cuál de los hombres les rinde culto y a cuál de ellas. En efecto, a Terpsícore le cuentan quién de ellos la honra en las danzas, y hacen así que los mire con mejores ojos; a Érato le dicen quiénes la honran en el amor, y de semejante manera a todas las otras, según la especie de honor propio de cada una. Pero es a la mayor, Calíope, y a la que va detrás de ella, Urania, a las que anuncian quiénes pasan la vida entregados a la filosofía y cultivan la música que ellas presiden. Y ellas, por ser entre las musas las que se ocupan del cielo y de los discursos divinos y humanos, son también las que dejan oír la más bella voz. De ahí que por muchas razones debamos hablar en vez de dormir, al mediodía. FEDRO – Pues hablemos entonces. GORGIAS: Elogio de Helena Perfección para la ciudad es el valor de sus habitantes, para un cuerpo la belleza, para un alma la sabiduría, para una acción la excelencia y para un pensamiento la verdad. Las propiedades contrarias a éstas implican imperfección. En un hombre, en una mujer, en un pensamiento, en una acción, en una ciudad, es preciso honrar con alabanzas lo que sea digno de alabanza y censurar lo que sea censurable. Pues tan erróneo e inexacto es censurar lo que debe ser alabado como alabar lo que debe ser censurado. Y es obligación de un mismo hombre proclamar la verdad y refutar a los que censuran a Helena, mujer sobre la que ha llegado a ser concorde y unánime la opinión de la tradición poética y el significado de su nombre, que lleva consigo el recuerdo de acontecimientos infortunados. Yo quiero, razonando con lógica sobre la peyorativa tradición a ella referida, liberarla de toda acusación y hacer cesar la ignorancia, demostrando que sus acusadores están equivocados y descubriendo la verdad. Todos saben que por su origen y linaje la persona a que se refiere este discurso fue sobresaliente entre hombres y mujeres. En efecto, es sabido que Leda fue su madre y su padre un dios, aunque creído un mortal, Zeus y Tíndaro, de los cuales, uno, por serlo, fue creído, el otro, por ufanarse de ello, fue discutido. Uno era el más poderoso de los hombres y el otro el señor de todas las cosas. Por haber tenido tales padres gozó de una belleza igual a la de una diosa y esta belleza suya no la mantuvo oculta. Inflamó de muchísimas pasiones de amor a muchísimos hombres y con un solo cuerpo consiguió muchos pretendientes orgullosos por sus grandes cualidades, de los cuales unos tenían fortunas inmensas, otros gran renombre por la antigüedad de su nobleza, otros belleza por su vigor físico, otros prestigio por la sabiduría adquirida. Y todos quedaron bajo un amor ardiente y un deseo invencible. No voy a exponer quién, por qué y cómo satisfizo su amor hacia Helena, apoderándose de ella. Porque decir a los que saben lo que saben procura crédito, mas no da placer. Por tanto, omitiendo aquel tiempo, penetraré en el principio de discurso que voy a pronunciar y expondré las causas por las que era natural que se produjera la marcha de Helena a Troya. Hizo lo que hizo ya por decisión de la Fortuna, mandato de los dioses o designio del Destino, ya raptada violentamente, ya convencida con palabras [o presa del amor]. Si por la primera causa, merece ser acusado el que lo suele ser, pues es imposible impedir la voluntad de un dios con la previsión humana. Ya que la naturaleza ha establecido no que el más fuerte sea dominado por el más débil, sino que el más débil sea dominado por el más fuerte, y que éste marque el camino y el más débil le siga. Y los dioses son más fuertes que el hombre por su poder, su sabiduría y otras muchas cualidades. Por tanto, si se ha de atribuir la causa a la Fortuna o a la divinidad, hay que liberar a Helena de su mala fama. Si fue raptada violentamente y sufrió ilegal violencia y padeció injusta ofensa, es evidente que el culpable fue el raptor, por haber inferido un ultraje, pero la raptada, por haberlo recibido, fue una desventurada. El bárbaro que comete un acto bárbaro debe ser castigado con la ley, con la palabra y con la acción. Con la ley, mediante la pérdida de los derechos civiles. Con la palabra, mediante una acusación. Y con la acción, mediante una sanción penal. Pero la que fue violentada, privada de su patria y alejada de sus amigos, ¿cómo no sería con razón compadecida antes que difamada? El uno comete delito, la otra lo padece. Por tanto, lo justo es compadecer a ésta y reprobar a aquél. Si fue convencida y engañada por la palabra, no es difícil en este caso defenderla y liberarla de toda acusación. La palabra es un poderoso soberano que, con un cuerpo pequeñísimo e invisible, realiza empresas absolutamente divinas. En efecto, puede eliminar el temor, suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión. Voy a demostrar que esto es así, pues es preciso demostrarlo ante la opinión de los que me escuchan. Yo considero y defino toda poesía como palabra con metro. Ella infunde en los oyentes un estremecimiento preñado de temor, una compasión llena de lágrimas y una añoranza cercana al dolor, de forma que el alma experimenta mediante la palabra una pasión propia con motivo de la felicidad y la adversidad en personas y asuntos ajenos. Y ahora voy a pasar a otro argumento. Los ensalmos inspirados mediante la palabra producen el placer y apartan el dolor. La fuerza del ensalmo, adueñándose de la opinión del alma, la domina, la convence y la transforma como por una fascinación. Dos artes de fascinación y encantamiento han sido creadas, las cuales sirven de extravío al alma y de engaño a la opinión. Y ¡cuántos han engañado y engañan a cuántos y en cuántas cosas con la hábil exposición de un razonamiento erróneo! Si todos los hombres tuvieran completo recuerdo del pasado, conocimiento del presente y previsión del futuro, ese razonamiento no podría engañarlos como lo hace. Pero es imposible recordar el pasado, conocer el presente y predecir el futuro. Y por ello la mayor parte de los hombres y en la mayoría de las cuestiones toman la opinión como consejera del alma. Pero la opinión, siendo incierta e inconsistente, arroja a los que se sirven de ella en infortunios inconsistentes e inciertos. Y, por tanto, ¿qué causa pudo impedir que también de modo análogo el ensalmo dominase a Helena, aun no siendo la primera vez, con el mismo resultado que si hubiera sido raptada violentamente? Pues la fuerza de la persuasión, de la que nació el proyecto de Helena, es imposible de resistir y por ello no puede ser censurada, ya que tiene el mismo poder que el destino. En efecto, la palabra que persuade al alma obliga necesariamente al alma persuadida a obedecer sus mandatos y a aprobar sus actos. Por tanto, el que infunde una persuasión, en cuanto priva de libertad, obra injustamente, pero quien es persuadida, en cuanto es privada de libertad por la palabra, sólo por error puede ser censurada. En cuanto a que la persuasión producida por la palabra modela el alma como quiere, es preciso examinar, en primer lugar, las teorías de los fisiólogos quienes, sustituyendo una opinión por la exposición de otra, consiguen que lo que es increíble y oscuro se presente como evidente a los ojos de la opinión. En segundo lugar, en las convincentes argumentaciones de los discursos judiciales con las que un solo discurso encanta y persuade a una gran multitud, siempre que haya sido escrito con habilidad e independientemente de su veracidad. En tercer lugar, en las discusiones de temas filosóficos, en las que se muestra también la labilidad de la mente ya que tornan mudable la confianza en una opinión. Y la misma proporción hay entre el poder de la palabra respecto a la disposición del alma que entre el poder de los medicamentos respecto al estado del cuerpo. Así como unos fármacos expulsan del cuerpo unos humores y otros distintos, y como unos eliminan la enfermedad y otros la vida, así también unas palabras producen tristeza, otras placer, otras temor, otras infunden coraje en los oyentes, otras mediante una maligna persuasión envenenan y engañan al alma. Así, pues, he demostrado que si fue convencida con la palabra no fue culpable, sino que tuvo mala suerte. Y paso a exponer la cuarta causa con el cuarto argumento. Si lo que originó sus actos fue el amor, no es difícil que eluda la acusación de culpabilidad en la que dice que ha incurrido. Las cosas que vemos tienen la naturaleza propia de cada una de ellas, no la que nosotros queremos. Además, mediante la percepción visual el alma es modelada en su modo de ser. Y así, cuando la vista contempla personas enemigas revestidas de armadura guerrera con ornamentos guerreros de bronce y de hierro, sean ofensivos o defensivos, se aterra y aterra al alma, de manera que muchas veces huimos llenos de pavor, aunque no haya un peligro futuro. La verdad de esta argumentación se presenta como poderosa a causa del temor derivado de la percepción visual, la cual, una vez producida, hace que renunciemos a actuar, aunque sepamos lo que es bueno según la ley y lo que es justo según el derecho. Por otra parte, hay quienes por haber tenido visiones terroríficas pierden instantáneamente el juicio a consecuencia de las mismas: hasta tal punto perturba y destruye a la mente el temor. Y muchos caen en absurdas enfermedades, en terribles penalidades y en incurables locuras: hasta tal punto la vista grabó en su espíritu las imágenes de las cosas contempladas. Y omito muchos ejemplos de visiones espeluznantes, por ser semejantes las no citadas a las ya indicadas. En otro sentido, los pintores deleitan a la vista, cuando representan de modo perfecto un solo cuerpo y figura sirviéndose de muchos colores y cuerpos. También la realización de estatuas de hombres y dioses produce en los ojos una dulce afección. Y así unos objetos producen tristeza a la vista, otros deseo y a veces muchos objetos engendran en muchos hombres amor y deseo de muchos actos y cuerpos. Por tanto, si el ojo de Helena originó en su alma deseo y pasión amorosa del cuerpo de Alejandro ¿qué hay en ello de asombroso? Si el amor es un dios ¿cómo hubiera podido resistir y vencer el divino poder de los dioses quien es más débil que ellos? Si se trata de una enfermedad humana y de un error de la mente, no se ha de censurar como si fuera una culpa, sino se ha de considerar como una mala suerte. Y, en efecto, ella marchó a Troya, como marchó, a causa de las insidias que padeció en su alma, no por voluntaria decisión de su espíritu, a causa de la inexorabilidad del amor, no por intrigas de su arte. ¿Cómo es posible estimar justo el censurar a Helena, la cual hizo lo que hizo enamorada o persuadida con palabras o raptada con violencia u obligada por el poder divino que, por tanto, escapa por completo de toda acusación? He borrado con mi razonamiento la infamia de una mujer, he mantenido la norma que establecí al principio de mi discurso, he intentado destruir la injusticia de un reproche y la ignorancia de una opinión. He querido escribir este discurso como elogio de Helena, como una creación de mi fantasía. Ediciones MELERO, A.: Sofistas. Testimonios y fragmentos, Madrid, Gredos, 1996. GORGIAS: Fragmentos, México, UNAM, 1980. (3ª ed.). GORGIAS: Encomium of Helen, edición bilingüe griego-inglés de D. M. MacDowell, Bristol, Bristol Classical, 1982. Platón: Gorgias Primera definición de la retórica (449 d – 450 a) SÓC. - Puesto que dices que conoces el arte de la retórica y que podrías hacer oradores a otros, dime de qué se ocupa la retórica... ¿Cuál es el objeto de su conocimiento? GOR. - Los discursos. SÓC.- ¿Qué discursos, Gorgias? ¿Acaso los que indican a los enfermos con qué régimen podrían sanar? GOR.- No. SÓC.- Entonces la retórica no se refiere a todos los discursos. GOR.- Desde luego que no. SÓC.- Sin embargo, capacita a los hombres para hablar. GOR.- Sí. SÓC.- ¿Les capacita también para pensar sobre las cuestiones de las que hablan? GOR.- Pues ¿cómo no? SÓC.- ¿No es verdad que la medicina, que acabamos de nombrar, hace a los hombres capaces de pensar y hablar sobre la curación de los enfermos? GOR.- Necesariamente. SÓC.- Luego también la medicina, según parece, se ocupa de los discursos. GOR.- Sí. SÓC.- Por lo menos de los que se refieren a las enfermedades. GOR.- Exactamente. SÓC.- ¿Y la gimnasia no se ocupa también de los discursos que se refieren al buen o mal estado de los cuerpos? GOR.- Desde luego. Segunda definición de la retórica (450 a – 451 a) SÓC.- Y, por cierto, también las demás artes, Gorgias están en la misma situación; cada una de ellas se ocupa de los discursos que se refieren a su objeto. GOR.- Eso parece. SÓC.- ¿Por qué, entonces, no llamas retóricas a las demás artes, ya que también se refieren a discursos, si llamas retórica a la que se ocupa de los discursos? GOR.- Porque se podría decir que todo el conocimiento de las demás artes se refiere a operaciones manuales y a otras ocupaciones de esta clase; pero ninguna de estas obras manuales es propia de la retórica, sino que en ella toda la actividad y eficacia se producen por medio de la palabra. Por esta causa yo estimo que el arte de la retórica se refiere a los discursos y afirmo que mi definición es correcta. SÓC.- No sé si entiendo bien qué cualidad quieres atribuirle. Pronto voy a saberlo con más claridad. Contéstame: existen artes ¿no es verdad? GOR.- Sí. SÓC.- Entre todas las artes, según mi opinión, hay unas en las que la actividad manual constituye la parte principal y necesitan poco de la palabra... y otras que ejercen toda su función por medio de la palabra y, por así decirlo, prescinden de la acción total o casi totalmente; por ejemplo, la aritmética, el cálculo, la geometría, las combinaciones en los juegos de azar y otras muchas artes, en algunas de las cuales la palabra y la acción son casi iguales; pero en la mayoría es la palabra la que predomina e, incluso, solamente por medio de ella se lleva a cabo su realización y eficacia. Me parece que dices que una de éstas es la retórica. GOR.- Así es... SÓC.- Pues bien, completa ahora tu respuesta a mi pregunta. Puesto que la retórica es una de las artes que se sirven preferentemente de la palabra, pero hay también otras en estas condiciones, procura decir sobre qué objeto ejerce su eficacia la retórica por medio del lenguaje... Tercera definición de la retórica (450 d – 452 d) SÓC.- Dime, pues, ¿sobre qué objeto versan los discursos? ¿cuál es, entre todas las cosas, aquella de la que tratan esos discursos de que se sirve la retórica? GOR.- Los más importantes y excelentes de los asuntos humanos. SÓC.- Pero, Gorgias, también esa respuesta es discutible y carece aún de precisión. Supongo que habrás oído cantar en los banquetes ese escolio en el que, al enumerar los bienes humanos, se dice que lo mejor es tener salud; lo segundo ser hermoso y lo tercero, como dice el poeta del escolio, adquirir riquezas sin fraude... ¿Cuál es ese bien que, según dices, es el mayor para los hombres y del que tú eres artífice? Cuarta definición de la retórica (452 d – 453 a) GOR.- El que, en realidad, Sócrates, es el mayor bien; y les procura la libertad y, a la vez, permite a cada uno dominar a los demás en su propia ciudad. SÓC.- ¿Qué quieres decir? GOR.- Ser capaz de persuadir, por medio de las palabras, a los jueces en el tribunal, a los consejeros en el Consejo, al pueblo en la Asamblea y en toda otra reunión en que se trate de asuntos públicos. En efecto, en virtud de este poder, serán tus esclavos el médico y el maestro de gimnasia, y en cuanto a ese banquero, se verá que no ha adquirido la riqueza para sí mismo, sino para otro, para ti, que eres capaz de hablar y persuadir a la multitud. SÓC.- Me parece, Gorgias, que ahora has expuesto casi con exactitud lo que, según tú, es la retórica; y si te he entendido bien, dices que es artífice de la persuasión y que toda su actividad y el coronamiento de su obra acaban en esto. ¿Puedes decir que su poder se extiende más allá de producir la persuasión en el ánimo de los oyentes? GOR.- En absoluto, Sócrates. Me parece que la has definido suficientemente; éste es, en efecto, su objeto fundamental. Quinta definición de la retórica (454 a – 454 c) SÓC. - Puesto que la retórica no es el único arte que produce la persuasión, sino que hay también otras... ¿qué persuasión produce la retórica y sobre qué objeto? ¿No te parece justificada esta nueva pregunta? GOR.- Sí me lo parece. SÓC. - Pues contéstala, Gorgias, ya que también a ti te parece así. GOR.- Yo me refiero, Sócrates, a la persuasión que se produce en los tribunales y en otras asambleas, según decía hace un momento, sobre lo que es justo e injusto. Sexta definición de la retórica (454 c – 455 a) SÓC.- ¿Existe algo a lo que tú llamas saber? GOR.- Sí. SÓC.- ¿Y algo a lo que llamas creer? GOR.- También. SÓC.- ¿Te parece que saber y creer son lo mismo o que son algo distinto el conocimiento y la creencia? GOR.- Creo que son algo distinto, Sócrates. SÓC.- Así es; lo comprobarás por lo siguiente. Si te preguntaran: “¿Hay una creencia falsa y otras verdadera, Gorgias?”, contestarías afirmativamente, creo yo. GOR.- Sí. SÓC.- Pero ¿existe una ciencia falsa y otra verdadera? GOR.- En modo alguno. SÓC.- Luego es evidente que no son lo mismo. GOR.- Es cierto. SÓC.- Sin embargo, los que han adquirido un conocimiento y los que tienen una creencia están igualmente persuadidos. GOR.- Así es. SÓC.- Si te parece, establezcamos, pues, dos clases de persuasión: una que produce creencia sin el saber; otra que origina la ciencia. GOR.- De acuerdo. SÓC.- ¿Cuál es, entonces, la persuasión a que da lugar la retórica en los tribunales y en las otras asambleas respecto a lo justo y lo injusto? ¿Aquella de la que nace la creencia sin saber o la que produce el saber? GOR.- Es evidente, Sócrates, que aquella de la que nace la creencia. SÓC.- Luego la retórica, según parece, es artífice de la persuasión que da lugar a la creencia, pero no a la enseñanza sobre lo justo y lo injusto. GOR.- Sí. Relaciones entre retórica y justicia (459 c – 461 a) GOR.- ¿Y no es una gran comodidad, Sócrates, que, sin aprender las demás artes, con ésta sola el orador no resulte inferior a los que las profesan? SÓC.- Si el orador, por ser así, aventaja o no a los de otras profesiones, lo examinaremos enseguida... ¿Respecto a lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo... tú que eres maestro de retórica, prescindirás de enseñar a tu discípulo esto, porque no es función tuya, y harás que ante la multitud parezca que lo sabe, aunque lo ignora, y que pase por bueno sin serlo? ¿O te será completamente imposible enseñarle la retórica si previamente no conoce la verdad sobre estas materias? GOR.- Yo creo, Sócrates, que, si acaso las desconoce, las aprenderá también de mí. SÓC.- No sigas; tu contestación es suficiente. Si has de hacer orador a alguien, es preciso que conozca lo justo y lo injusto... Siguiendo el mismo razonamiento, el que conoce lo justo ¿no es justo? GOR.- Sin duda. SÓC.- Y el justo obra justamente. GOR.- Sí. SÓC.- Por consiguiente, ¿no es necesario que el orador sea justo y que el justo desee obrar con justicia? GOR.- Así parece. SÓC.- Luego jamás querrá el orador obrar injustamente. GOR.- Parece que no... SÓC.- Tú mismo ves que nos resulta imposible que el orador haga uso injusto de la retórica y que quiera obrar injustamente. La retórica no es arte, sino práctica (462 b – c) POL.- Dime, Sócrates, qué es la retórica en tu opinión, puesto que crees que Gorgias tiene dificultad para definirla. SÓC.- ¿Me preguntas qué arte es, a mi juicio? POL.- Exactamente. SÓC.- Ninguna, Polo, si he de decirte la verdad. POL.- ¿Pues qué es la retórica según tú? SÓC.- Algo que tú afirmas haber hecho arte en un escrito que he leído hace poco. POL.- ¿Qué es, entonces? SÓC.- Una especie de práctica. POL.- ¿Según tú, la retórica es una práctica? SÓC.- Eso pienso, a no ser que tú digas otra cosa. POL.- Una práctica ¿de qué? SÓC.- De producir agrado y placer. La retórica es una forma de adulación (463 e – 465 e) GOR.- Dime qué quieres decir al afirmar que la retórica es el simulacro de una parte de la política. SÓC.- ¿Existe algo a lo que llamas cuerpo y algo a lo que llamas alma? GOR.- ¿Cómo no? SÓC.- ¿Crees que hay para cada uno de ellos un estado saludable? GOR.- Sí. SÓC.- ¿Y no es posible un estado saludable aparente sin que sea verdadero? Por ejemplo, hay muchos que parece que tienen sus cuerpos en buena condición y difícilmente alguien que no sea médico o maestro de gimnasia puede percibir que no es buena. GOR.- Tienes razón. SÓC.- Digo que esta falsa apariencia se encuentra en el cuerpo y en el alma, y hace que uno y otra produzcan la impresión de un estado saludable que en realidad no tienen. GOR.- Así es. SÓC.- Veamos, pues; voy a aclararte, si puedo, lo que pienso con una exposición seguida. Digo que, puesto que son dos los objetos, hay dos artes, que corresponden una al cuerpo y otra al alma; llamo política a la que se refiere al alma, pero no puedo definir con un sólo nombre la que se refiere al cuerpo, y aunque el cuidado del cuerpo es uno, lo divido en dos partes: la gimnasia y la medicina; en la política, corresponden la legislación a la gimnasia y la justicia a la medicina. Tienen puntos en común entre sí, puesto que su objeto es el mismo, la medicina con la gimnasia y la justicia con la legislación; sin embargo, hay entre ellas alguna diferencia. Siendo estas cuatro artes las que procuran siempre el mejor estado, del cuerpo las unas y del alma las otras, la adulación, percibiéndolo así, sin conocimiento razonado, sino por conjetura, se divide a sí misma en cuatro partes e introduce cada una de estas partes en el arte correspondiente, fingiendo ser el arte en el que se introduce; no se ocupa del bien, sino que, captándose a la insensatez por medio de lo más agradable en cada ocasión, produce engaño, hasta el punto de parecer digna de gran valor. Así pues, la culinaria se introduce en la medicina y finge conocer los alimentos más convenientes para el cuerpo, de manera que si, ante niños u hombres tan insensatos como niños, un cocinero y un médico tuvieran que someter a juicio quién de los dos conoce mejor los alimentos beneficiosos y nocivos, el médico moriría de hambre. A esto lo llamo adulación... porque pone su punto de mira en el placer sin el bien; digo que no es arte, sino práctica, porque no tiene ningún fundamento por el que ofrecer las cosas que ofrece ni sabe cuál es su naturaleza, de modo que no puede decir la causa de cada una de ellas. Yo no llamo arte a lo que es irracional... Así pues, la culinaria, como parte de la adulación, se oculta bajo la medicina; del mismo modo, bajo la gimnástica se oculta la cosmética, que es perjudicial, falsa, innoble, servil, que engaña con apariencias, colores, pulimentos y vestidos, hasta el punto de hacer que los que se procuran esta belleza prestada descuiden la belleza natural que produce la gimnástica. Para no extenderme más, voy a hablarte como los geómetras, pues tal vez así me comprendas: la cosmética es a la gimnástica lo que la culinaria es a la medicina; o mejor, la cosmética es a la gimnástica lo que la sofística a la legislación, y la culinaria es a la medicina lo que la retórica es a la justicia. Como digo, son distintas por naturaleza, pero como están muy próximas, se confunden en el mismo campo y sobre los mismos objetos sofistas y oradores y ni ellos mismos saben cuál es su propia función ni los demás hombres cómo servirse de ellos... Ya has oído lo que es para mí la retórica: es respecto al alma lo mismo que la culinaria respecto al cuerpo. Cometer injusticia es el peor de los males (479 c – e) SÓC.- ¿No resulta que el mayor mal es la injusticia y ser injusto? POL.- Al menos eso parece. SÓC.- Y, ciertamente, ¿no ha resultado evidente que el medio de librarse de este mal es pagar la culpa? POL.- Es probable. SÓC.- ¿Y que el no pagarla es una persistencia del mal? POL.- Sí. SÓC.- Así pues, el segundo de los males en magnitud es cometer injusticia; pero cometerla y no pagar la pena es, por naturaleza, el mayor y el primero de todos los males. POL.- Así parece. SÓC.- ¿No era esto, amigo, sobre lo que estábamos en desacuerdo? Tú considerabas feliz a Arquelao, aunque había cometido los mayores delitos, porque no sufría ningún castigo. Por el contrario, creía yo que si Arquelao o cualquier otro hombre comete injusticia y no sufre el castigo, le corresponde ser el más desgraciado de los hombres, y que siempre el que comete injusticia es más desgraciado que el que la sufre, y el que no recibe el castigo de su culpa más que el que lo recibe. ¿No es esto lo que decía yo? POL.- Sí. SÓC.- ¿No se ha demostrado que decía la verdad? POL.- Así parece. Inutilidad de la retórica (480 a – 481 b) SÓC.- Y, entonces, si esto es verdad, Polo, ¿cuál es la gran utilidad de la retórica? Pues ciertamente, según lo que hemos convenido, es necesario, sobre todo, vigilarse para no cometer injusticia, en la idea de que será un gran mal... Y si comete injusticia uno mismo o algún otro por el que se interese, es preciso que vaya por propia voluntad allí donde más rápidamente satisfaga su culpa, ante el juez, como iría ante el médico, buscando con afán que la enfermedad de la injusticia, al permanecer algún tiempo, no emponzoñe el alma y la haga incurable... Para esto, Polo, me parece que es útil la retórica, porque para el que no tiene intención de cometer injusticia no es, ciertamente, grande su utilidad, si en efecto tiene alguna, porque en nuestra conversación no ha aparecido por ninguna parte. La justicia es el derecho del más fuerte (482 e – 484 b) CAL. - En realidad tú, Sócrates, diciendo que buscas la verdad llevas a extremos enojosos y propios de un orador demagogo la conversación sobre lo que no es bello por naturaleza y sí por ley. En la mayor parte de los casos son contrarias entre sí la naturaleza y la ley... Por naturaleza es más feo todo lo que es más desventajoso, por ejemplo, sufrir injusticia; pero por ley es más feo cometerla. Pues ni siquiera esta desgracia, sufrir injusticia, es propia de un hombre, sino de algún esclavo para quien es preferible morir a seguir viviendo y quien, aunque reciba un daño y sea ultrajado, no es capaz de defenderse a sí mismo ni a otro por el que se interese. Pero, según mi parecer, los que establecen las leyes son los débiles y la multitud. En efecto, mirando a sí mismos y a su propia utilidad establecen leyes, disponen las alabanzas y determinan censuras. Tratando de atemorizar a los hombres más fuertes y a los capaces de poseer mucho, para que no tengan más que ellos, dicen que adquirir mucho es feo e injusto y que eso es cometer injusticia: tratar de poseer más que los otros. En efecto, se sienten satisfechos, según creo, con poseer lo mismo siendo inferiores. Por esta razón, con arreglo a la ley se dice que es injusto y vergonzoso tratar de poseer más que la mayoría y a esto llaman cometer injusticia. Pero, según creo, la naturaleza misma demuestra que es justo que el fuerte tenga más que el débil y el poderoso más que el que no lo es. Y lo demuestra así en todas partes, tanto en los animales como en todas las ciudades y razas humanas, el hecho de que de este modo se juzga lo justo: que el fuerte domine al débil y posea más... Pero de acuerdo con esta ley que nosotros establecemos, modelamos a los mejores y más fuertes de nosotros, tomándolos desde pequeños, como a leones, y por medio de encantos y hechizos los esclavizamos, diciéndoles que es preciso poseer lo mismo que los demás y que esto es lo bello y lo justo. Pero yo creo que si llegara a haber un hombre con índole apropiada, sacudiría, quebraría y esquivaría todo esto y, pisoteando nuestros escritos, engaños, encantamientos y todas las leyes contrarias a la naturaleza, se sublevaría y se mostraría dueño este nuestro esclavo y entonces resplandecería la justicia de la naturaleza. Me parece que también Píndaro indica lo mismo que yo en el canto en el que dice: "la ley, reina de todos/ de los mortales y de los inmortales/... conduce, justificándola, la mayor violencia,/ con su mano omnipotente" Inutilidad de la filosofía de Sócrates (484 b – 485 a) CAL.- Así, pues, ésta es la verdad y lo reconocerás si te diriges a cosas de mayor importancia, dejando ya la filosofía. Ciertamente, Sócrates, la filosofía tiene su encanto si se toma moderadamente en la juventud; pero si se insiste en ella más de lo conveniente es la perdición de los hombres. Por bien dotada que está una persona, si sigue filosofando después de la juventud, necesariamente se hace inexperta de todo lo que es preciso que conozca el que tiene el propósito de ser un hombre esclarecido y bien considerado. En efecto, llegan a desconocer las leyes que rigen la ciudad, las palabras que se deben usar para tratar con los hombres en las relaciones privadas y públicas y los placeres y pasiones humanos; en una palabra, ignoran totalmente las costumbres... Está muy bien ocuparse de la filosofía en la medida en que sirve para la educación y no es desdoro filosofar mientras se es joven; pero, si cuando uno es ya hombre de edad aún filosofa, el hecho resulta ridículo. Consecuencias de la tesis de Calicles (488 d – 489 b) SÓC.- ¿Es una misma cosa, o son cosas distintas más poderoso, mejor y más fuerte? CAL.- Pues bien, te digo claramente que son la misma cosa. SÓC.- ¿No es cierto que la multitud es, por naturaleza, más poderosa que un solo hombre? Sin duda ella impone las leyes, como tú decías ahora. CAL.- ¿Cómo no? SÓC.- Entonces las leyes de la multitud son las de los más poderosos. CAL.- Sin duda. SÓC.- ¿No son también las de los mejores? Pues los más poderosos son, en cierto modo, los mejores, según tú dices. CAL.- Sí. SÓC.- ¿No son las leyes de éstos bellas por naturaleza, puesto que son ellos los más poderosos?... ¿No cree la multitud, como tú decías ahora, que lo justo es conservar la igualdad y que es más vergonzoso cometer injusticia que recibirla?... CAL.- En efecto, la multitud piensa así. SÓC.- Luego no sólo por ley es más vergonzoso cometer injusticia que recibirla y se estima justo conservar la igualdad, sino también por naturaleza. La retórica ha de producir armonía en el alma (504 d – 508 a) SÓC.- El orador del que hablábamos, el que es honrado y se ajusta al arte dirigirá a las almas los discursos que pronuncie y todas sus acciones, poniendo su intención en esto… en que la justicia nazca en las almas de sus conciudadanos y desaparezca la injusticia, en que produzca la moderación y se aleje de la intemperancia… Es absolutamente necesario, Calicles, que el hombre moderado, según hemos expuesto, ya que es justo y piadoso, sea completamente bueno; que el hombre bueno realice sus acciones bien y de forma conveniente, y que el que obra bien sea feliz y afortunado; y al contrario, que sea desgraciado el perverso y que obra mal; este hombre es precisamente todo lo contrario del moderado, es el desenfrenado al que tú alababas… Y yo afirmo que esto es verdad; y, si es verdad, el que quiera ser feliz debe buscar y practicar, según parece, la moderación y huir del libertinaje con toda la diligencia que pueda… Dicen los sabios, Calicles, que al cielo, a la tierra, a los dioses y a los hombres los gobiernan la convivencia, la amistad, el buen orden, la moderación y la justicia y, por esta razón, amigo, llaman a este conjunto “cosmos” y no desorden y desenfreno… No adviertes que la igualdad geométrica tiene mucha importancia entre los dioses y entre los hombres; piensas, por el contrario, que es preciso fomentar la ambición, porque descuidas la geometría. Sócrates es el verdadero orador y político (521 d – 522 e) SÓC.- Creo que soy uno de los pocos atenienses, por no decir el único, que se dedica al verdadero arte de la política y el único que la practica en estos tiempos; pero como, en todo caso, lo que constantemente digo no es para agradar, sino que busca el mayor bien y no el mayor placer, y como no quiero emplear esas ingeniosidades que tú me aconsejas, no sabré qué decir ante el tribunal. Se me ocurre lo mismo que le decía a Polo, que seré juzgado como lo sería, ante un tribunal de niños, un médico a quien acusara un cocinero… Yo sé que me sucederá algo semejante, si comparezco ante un tribunal. En efecto, no podré citar placeres que les haya proporcionado, placeres que ellos consideran beneficios y servicios útiles… CAL.- ¿Y te parece bien, Sócrates, que un hombre se encuentre en esa situación en su ciudad y que no sea capaz de defenderse? SÓC.- Sí, Calicles, con tal de que tenga aquel solo medio de defensa que tú has reconocido repetidas veces, a saber, que se haya procurado a sí mismo la protección que consiste en no haber dicho ni hecho nada injusto contra los dioses ni contra los hombres… Pero si perdiera la vida por faltarme la retórica de adulación, estoy seguro de que me verías sobrellevar serenamente la muerte. Porque nadie teme la muerte en sí misma, excepto el que es totalmente irracional y cobarde; lo que sí teme es cometer injusticia. En efecto, que el alma vaya al Hades cargada de multitud de delitos es el más grave de todos los males. En prueba de que esto es así, si tú quieres, estoy dispuesto a contarte un relato. Epílogo: el destino del alma (523 a – 527 e) SÓC.- Existía en tiempos de Crono, y aún ahora continúa entre los dioses, una ley acerca de los hombres según la cual el que ha pasado la vida justa y piadosamente debe ir, después de muerto, a las Islas de los Bienaventurados y residir allí en la mayor felicidad, libre de todo mal; pero el que ha sido injusto e impío debe ir a la cárcel de la expiación y del castigo que llaman el Tártaro… Los hombres que llegan a ser más perversos salen de entre los poderosos; sin embargo, nada impide que entre ellos se produzcan también hombres buenos, y los que lo son merecen la mayor admiración. Ciertamente es muy difícil y digno de gran alabanza mantenerse justo toda la vida, cuando se tiene plena libertad de ser injusto. Estos hombres son pocos, aunque, en efecto, aquí y en otras partes, han existido en el pasado y creo que existirán en el futuro hombres buenos y honrados respecto a esa virtud de administrar justamente lo que se les confía. Uno muy famoso, aun entre los demás griegos, ha sido Arístides, hijo de Lisímaco; pero, amigo, la mayor parte de los hombres poderosos se hacen malos… Alguna vez, al ver un alma que ha vivido piadosamente y sin salirse de la verdad, alma de un particular o de cualquier otro, pero, especialmente, estoy seguro de ello, Calicles, de un filósofo que se ha dedicado a su ocupación, sin inmiscuirse en negocios ajenos mientras vivió, [Radamante] se admira y la envía a las Islas de los Bienaventurados… En todo caso, Calicles, estoy convencido de estos relatos y medito de qué modo presentaré al juez mi alma lo más sana posible. Despreciando, pues, los honores de la multitud y cultivando la verdad, intentaré ser lo mejor que pueda, mientras viva, y al morir cuando llegue la muerte. E invito a todos los demás hombres, en la medida en que puedo, y por cierto también a ti, Calicles, correspondiendo a tu invitación, a esta vida y a este debate que vale por todos los de la tierra, según afirmo, y te censuro porque no serás capaz de defenderte cuando llegue el juicio y el examen de que ahora hablaba... Quizás esto te parece un mito, a modo de cuento de viejas, y lo desprecias... Pero ya ves que, aunque estáis aquí vosotros tres, los más sabios de los griegos de ahora: tú, Polo y Gorgias, no podéis demostrar que se deba llevar un modo de vida distinto de éste que resulta también útil después de la muerte. Al contrario, en una conversación tan larga, rechazadas las demás opiniones, se mantiene sola esta idea, a saber, que es necesario precaverse más de cometer injusticia que de sufrirla y que se debe cuidar, sobre todo, no de parecer bueno, sino de serlo, en privado y en público... Que es preciso huir de toda adulación... y que se debe usar siempre de la retórica y de toda otra acción en favor de la justicia... Por consiguiente, tomemos como guía este relato que ahora nos ha quedado manifiesto, que nos indica que el mejor género de vida consiste en vivir y morir practicando la justicia y todas las demás virtudes. Sigámoslo, pues, nosotros e invitemos a los demás a seguirlo también, abandonando ese otro en el que tú confías y al que me exhortas, porque en verdad no vale nada, Calicles. Ediciones PLATÓN: Gorgias, edición bilingüe de U. Schmidt, México, UNAM, 1980. PLATÓN: Gorgias, traducción de G. Gómez, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1982. PLATÓN, Diálogos, II (Gorgias, Menéxeno, Menón, Crátilo), Madrid, Gredos, 1987. PLATÓN: Gorgias, edición bilingüe de R. Serrano y M. Díaz de Cerio, Madrid, CSIC, 2000. Platón: Fedro El paisaje que sirve de marco al diálogo (230 b – e) SÓC.- ¡Por Hera! Hermoso rincón, con este plátano tan frondoso y elevado. Y no puede ser más agradable la altura y la sombra de ese agnocasto que, como además, está en plena flor, seguro que es de él este perfume que inunda el ambiente. Bajo el plátano mana también una fuente deliciosa, de fresquísima agua, como me lo están atestiguando los pies. Por las estatuas y figuras, parece ser un santuario de ninfas o de Aqueloo. Y, si esto es lo que buscas, no puede ser más suave y amable la brisa de este lugar. Sabe a verano, además, este sonoro coro de cigarras. Con todo, lo más delicioso es este césped que, en suave pendiente, parece destinado a ofrecer una almohada a la cabeza placenteramente reclinada. ¡En qué buen guía de forasteros te has convertido, querido Fedro! FED.- ¡Asombroso Sócrates! Me pareces un hombre rarísimo, pues tal como hablas, semejas efectivamente a un forastero que se deja guiar y no a uno de aquí. Creo que, por lo que se ve, raras veces vas más allá de los límites de la ciudad; ni siquiera traspasas sus murallas. SÓC.- No me lo tomes a mal, buen amigo. Me gusta aprender. Y el caso es que los campos y los árboles no quieren enseñarme nada; pero sí, en cambio, los hombres de la ciudad. Por cierto, tú sí pareces haber encontrado la medicina para que salga. Porque, así como se hace andar a un animal hambriento poniéndole delante un poco de hierba o grano, también podrías llevarme, al parecer, por toda Ática, o por donde tú quisieras, con tal que me encandiles con esos discursos escritos. Así que, como hemos llegado al lugar apropiado, yo, por mi parte, me voy a tumbar. Tú que eres el que va a leer, escoge la postura que mejor te cuadre y, anda, lee. FED. Escucha, pues. Cómo debe escribirse un discurso (257 b – 258 e) FED.- Hace un rato que estoy maravillado por tu discurso, por lo mucho más bello que te ha salido, en comparación con el primero. Temo, pues, que el de Lisias me parezca pobre, en el caso de que quiera enfrentarlo a otro. Porque, recientemente, oh admirable amigo, alguno de los políticos lo vituperaba tachándolo de eso mismo y, a lo largo de su vituperio, lo llamaba logógrafo. No estaría mal que, en nombre de su buena fama, se nos aguante sus ganas de escribir. SÓC.- Ridícula, muchacho, es la decisión a la que te refieres y mucho te equivocas sobre tu compañero, si piensas que es así de timorato. Igual crees también que su detractor decía seriamente lo que decía. FED.- Pues daba esa impresión, Sócrates. Y tú mismo sabes, tal vez, como yo, que los más poderosos y respetables en las ciudades, se avergüenzan de escribir discursos y de dejar escritos propios, por temor de la opinión que de ellos se puedan formar en el futuro y porque se les llegue a llamar sofistas. SÓC.- “Delicioso recodo”, Fedro. Se te ha olvidado que la expresión viene del largo recodo del Nilo. Y por lo del recodo, se te olvidó que los políticos más engreídos, los más apasionados de la logografía y de dejar escritos detrás de ellos, siempre que ponen en letra un discurso, tanto les gusta que se lo elogien, que añaden un párrafo especial, al principio, con los nombres de aquellos que, donde quiera que sea, les hayan alabado… Cuando un orador o un rey, habiendo conseguido el poder de un Licurgo o de un Solón o de un Darío, se hace inmortal logógrafo en la ciudad, ¿acaso no se considera a sí mismo como semejante a los dioses, aunque aún viva, y los que vengan detrás de él no reconocerán lo mismo, al contemplar sus escritos? FED.- Claro que sí. SÓC.- ¿Crees, pues, que algunos de éstos, sea quien sea él, y sea cual sea su aversión a Lisias, lo vituperaría por el hecho mismo de escribir? FED.- No es probable, teniendo en cuenta lo que dices. Porque, al parecer, sería su propio deseo lo que vituperaría. SÓC. Luego es cosa evidente, que nada tiene de vergonzoso el poner por escrito las palabras. FED.- ¿Por qué habría de tenerlo? SÓC.- Pero lo que sí considero vergonzoso es el no hablar ni escribir bien, sino mal y con torpeza. FED. Es claro. SÓC.- ¿Cuál es, pues, la manera de escribir o no escribir bien? ¿Necesitamos, Fedro, examinar sobre esto a Lisias o a cualquier otro que alguna vez haya escrito o piense escribir, ya sea sobre asunto público o privado, en verso como poeta o sin verso como prosista? FED.- ¿Preguntas si necesitamos? ¿Y por qué otra cosa se habría de vivir, por así decirlo, sino por placeres como éstos? Porque no nos va a llegar la vida de aquellos placeres que, para disfrutarlos, requieren previo dolor, como pasa con la mayoría de los placeres del cuerpo, por lo que justamente se les llama esclavizadores. El arte de las palabras ha de fundarse en la verdad (260 e – 262 c) SÓC. - Un arte auténtico de la palabra, que no se alimente de la verdad, ni lo hay ni lo habrá nunca... y si Fedro no filosofa como debe, no será nunca capaz de decir nada sobre nada... ¿No es cierto que, en su conjunto, la retórica sería un arte de conducir las almas por medio de palabras, no sólo en los tribunales y en otras reuniones públicas, sino también en las privadas, igual se trate de asuntos grandes que de pequeños, y que en nada desmerecería su justo empleo por versar sobre cuestiones serias o fútiles? ... Así, pues, no sólo en los tribunales y en las arengas públicas donde surgen estas controversias, sino que, al parecer, sobre todo lo que se dice hay un sólo arte, si es que lo hay, que sería el mismo y con el que alguien sería capaz de hacer todo semejante a todo, en la medida de lo posible y ante quienes fuera posible y desenmascarar a quien, haciendo lo mismo, trata de ocultarlo... Luego el arte de las palabras, compañero, que ofrezca el que ignora la verdad y vaya siempre a la caza de opiniones parece que tiene que ser algo ridículo y burdo. FED. - Me temo que sí. Un discurso ha de ser como un organismo vivo (264 a – e) SÓC.- [El discurso de Lisias] parece que dista mucho de hacer lo que buscamos, ya que no arranca desde el principio, sino desde el final, y atraviesa el discurso como un nadador que nadara de espaldas y hacia atrás, y empieza por aquello que el amante diría al amado, cuando ya está acabando... Y ¿qué decir del resto? ¿No da la impresión de que las partes del discurso se han arrojado desordenadamente? ¿Te parece que, por alguna razón, lo que va en segundo lugar tenga, necesariamente, que ir ahí y no alguna otra cosa de las que se dicen? Porque a mí me parece, ignorante como soy, que el escritor iba diciendo lo que buenamente se le ocurría... Pero creo que me concederás que todo discurso debe estar compuesto como un organismo vivo, de forma que no sea acéfalo, ni le falten los pies, sino que tenga medio y extremos y que, al escribirlo, se combinen las partes entre sí y con el todo. FED.- ¿Cómo no? SÓC.- Mira, pues, si el discurso de tu compañero es de una manera o de otra, y te darás cuenta de que en nada difiere de un epigrama que, según dicen, está inscrito en la tumba de Midas el frigio: Virgen de bronce soy y en el sepulcro de Midas yazgo. Mientras el agua fluya y estén verdes los altos árboles, Clavada aquí, sobre la tan llorada tumba, Anuncio a los que pasan: enterrado está aquí Midas. Supongo que te das cuenta de que es completamente indiferente que uno cualquiera de los elementos se coloque el primero o el último. El método dialéctico usado en los discursos de Sócrates (264 e – 266 c) SÓC.- Pasemos a los otros discursos. Porque creo que en ellos puede verse algo que viene bien a los que quieren investigar sobre los discursos... En cierta manera, los dos eran contrarios. El uno decía que había que complacer al que ama y el otro al que no... Dijimos que el amor era como una locura, una manía... Pero hay dos formas de locura; una, debida a enfermedades humanas, y otra que tiene lugar por un cambio que hace la divinidad en los usos establecidos. FED.- Así es. SÓC.- En la divina, distinguíamos cuatro partes, correspondientes a cuatro divinidades, asignando a Apolo la inspiración profética, a Dioniso la mística, a las Musas la poética, y la cuarta, la locura erótica, que dijimos que era la más excelsa, a Afrodita y Eros. Y no sé de qué modo, intentando representar la pasión erótica, alcanzamos, tal vez, alguna verdad y, tal vez, también nos desviamos a algún otro sitio. Componiendo un discurso no totalmente carente de persuasión, hemos entonado, comedida y devotamente, un himno mítico a Eros, mi señor y el tuyo, Fedro, protector de los bellos muchachos. FED.- Que, por cierto, no sin placer escuché yo mismo. SÓC.- Pues bien, examinemos esto: ¿cómo pasó el discurso del vituperio al elogio? FED. - ¿Qué quieres decir? SÓC. - Para mí, por cierto, todo me parece como un juego que hubiéramos jugado. Pero, de todas estas cosas que al azar se han dicho, hay dos especies que si alguien pudiera dominar con técnica no sería mala cosa. FED. - ¿Qué especies son ésas? SÓC. - Una sería la de llegar a una idea que, en visión de conjunto, abarcase todo lo que está diseminado, para que, delimitando cada cosa, se clarifique así lo que se quiere enseñar. Hace poco se habló del Amor, bien o mal, después de haberlo definido; pero, al menos, la claridad y coherencia del discurso ha venido precisamente de ello. FED. - Y de la otra especie ¿qué me dices, Sócrates? SÓC. - Pues que, recíprocamente, hay que poder dividir las ideas siguiendo sus naturales articulaciones y no ponerse a quebrantar ninguno de sus miembros, a la manera de un mal carnicero. Hay que proceder, más bien, como en los dos discursos, que captaron en una única idea, común a ambos, la locura del alma... Y de esto es de lo que soy yo amante, Fedro, de las divisiones y uniones que me hacen capaz de hablar y de pensar. Y si creo que hay algún otro que tenga como un poder natural de ver lo uno y lo múltiple, lo persigo "yendo tras sus huellas como tras las de un dios". Por cierto, que a aquellos que son capaces de hacer esto sabe dios si acierto con el nombre- les llamo dialécticos. El arte de los discursos ha de conocer la esencia de lo que trata (269 d – 272 b) FED. - Entonces el arte de quien realmente es retórico y persuasivo ¿cómo y dónde podría uno conseguirlo? SÓC. - Para poder llegar a ser, Fedro, un luchador consumado es verosímil - quizá incluso necesario- que pase como en todas las otras cosas. Si va con tu naturaleza la retórica, serás un retórico famoso si unes a ello ciencia y ejercicio, y cuanto de estas cosas te falte irá en detrimento de tu perfección... FED. - ¿Qué quieres decir con esto? SÓC. - Que, en cierto sentido, tiene las mismas características la medicina que la retórica. FED. - ¿Qué características? SÓC. - En ambas conviene precisar la naturaleza, en un caso la del cuerpo, en otra la del alma, si es que pretendes, no sólo por la rutina y la experiencia sino por arte, dar al uno la medicación y el alimento que le trae la salud y le hace fuerte y a la otra palabras y prácticas de conductas que acabarán transmitiéndole la convicción y la excelencia que quieras... Primero de todo hay que ver, pues, si es simple o presenta muchos aspectos aquello sobre lo que queremos poseer el arte y enseñarlo a otros; después, si fuera simple, examinar su poder, cuál es la capacidad que, por naturaleza, tiene de actuar sobre algo o de padecer algo y por quién; y, si tiene más formas, habiéndolas enumerado, ver cada una de ellas como se veían las que eran simples, y qué es lo que por naturaleza hace y con qué y qué es lo que puede padecer, con qué y por quién... El método, sin todas estas cosas, se parecería al caminar de un ciego. Pero, en verdad, que no debe compararse a un ciego o a un sordo el que persiga con arte cualquier cosa. Más bien es evidente que si alguien quiere ofrecer discursos hechos con arte, pondrá exactamente de manifiesto lo esencial de la naturaleza de aquello a lo que se dirigen sus discursos. Y esto supongo que será el alma. FED. - ¿Qué si no? SÓC. - En consecuencia todo su empeño se ordenará a levantar en ella la persuasión. ¿No es así? FED. - Sí. SÓC. - Es claro, pues, que Trasímaco y cualquier otro que enseñe con seriedad el arte retórico, describirá en primer lugar y con toda exactitud el alma y hará ver si es por naturaleza una e idéntica o, como pasa con la forma del cuerpo, si es también de muchos aspectos. A esto lo llamamos mostrar la naturaleza. FED. - Totalmente de acuerdo. SÓC. - En segundo lugar y, conforme a su natural, a través de qué actúa y sobre qué y qué es lo que padece y por efecto de quién. FED. - Por supuesto. SÓC. - En tercer lugar, después de haber establecido los géneros de discursos y de almas y sus pasiones, adaptando cada uno a cada una y enseñando qué alma es la que se deja persuadir necesariamente por ciertos discursos y a causa de qué y por qué a otra le pasa todo lo contrario. FED. - Parece que eso sería quizá lo mejor de todo... SÓC. - Puesto que el poder de las palabras se encuentra en que son capaces de guiar las almas, el que pretenda ser retórico es necesario que sepa las formas que el alma tiene... Una vez hechas estas divisiones, se puede ver que hay tantas y tantas especies de discursos y cada uno de su estilo... Cuando sea capaz de decir quién es persuadido y por qué clase de discursos, y esté en condiciones de darse cuenta de que tiene delante a alguien así y explicarse a sí mismo que "éste es el hombre y ésta es la naturaleza sobre la que, en otro tiempo trataron los discursos y que ahora está en persona ante mí y a quien hay que dirigir y de tal manera los discursos, para persuadirle de tal y cual cosa”; cuando esté en posesión de todo esto y conociendo la oportunidad de decir algo en tal momento o de callárselo, del hablar breve o del provocar lástima y de las ampulosidades y de tantas cuantas formas de discurso aprendiera, y sabiendo en qué momentos conviene o no conviene aplicarlo, entonces es cuando ha llegado a la belleza y perfección de la posesión del arte, mas no antes. Pero si alguna de estas cosas le faltare en el decir, enseñar o escribir y afirmase que habla con arte, saldrá ganando quien no le crea. La verdad y lo verosímil (272 d – 273 a) SÓC.- Dicen [los expertos en retórica] que no hay que ponerse tan solemne en estos asuntos, ni remontarse tan alto que se tenga que hacer un gran rodeo, porque, como dijimos al comienzo de la discusión, está fuera de duda que el que quiera ser un buen orador no necesita tener conocimiento de la verdad, en asuntos relacionados con lo justo o lo bueno, ni de si los hombres son tales por naturaleza o educación. Nadie se preocupa en los tribunales sobre la verdad de todo esto, sino tan sólo de si parece convincente. Y esto es precisamente lo verosímil y hacia ello es hacia lo que conviene que se oriente el que pretenda hablar con arte. Algunas veces, ni siquiera hay por qué mencionar los mismos hechos tal como han ocurrido, si no tienen visos de verosimilitud; más vale hablar de simples verosimilitudes, tanto en la acusación como en la defensa. Siempre que alguien exponga algo, debe, por tanto, perseguir lo verosímil, despidiéndose de la verdad. Y con mantener esto a lo largo del discurso, se consigue el arte en su plenitud. Superioridad de la oralidad sobre la escritura (276 a – 278 b) FED. - Muy exacto es todo lo que has dicho. SÓC. - Entonces ¿podemos dirigir los ojos hacia otro tipo de discurso, hermano legítimo de éste, y ver cómo nace y cuánto mejor y más fuertemente se desarrolla? FED. - ¿A cuál te refieres y cómo dices que nace? SÓC. - Me refiero a aquel que se escribe con ciencia en el alma del que aprende, capaz de defenderse a sí mismo y sabiendo con quiénes hablar y ante quiénes callarse. FED. - ¿Te refieres a ese discurso lleno de vida y de alma, que tiene el que sabe y del que el escrito se podría justamente decir que es el reflejo? SÓC. - Sin duda. ¿Un labrador sensato que cuidase sus semillas y quisiera que fructificasen, las llevaría, en serio, a plantar en verano, a un jardín de Adonis, y gozaría al verlas ponerse hermosas en ocho días, o solamente haría una cosa así por juego o por una fiesta, si es que lo hacía? Más bien, aquellas que le interesasen, de acuerdo con lo que manda el arte de la agricultura, las sembrará donde debe, y estará contento cuando, en el octavo mes, llegue a su plenitud todo lo que sembró. FED.- Así es, Sócrates. Tal como acabas de expresarte, en un caso obraría en serio, en el otro de manera muy diferente. SÓC.- ¿Y el que posee la ciencia de las cosas justas, bellas y buenas, diremos que tiene menos inteligencia que el labrador con respecto a sus propias simientes? FED.- De ningún modo. SÓC.- Por consiguiente, no se tomará en serio el escribirlas en agua, negra por cierto, sembrándolas por medio del cálamo, con discursos que no pueden prestarse ayuda a sí mismos, a través de las palabras que los constituyen, e incapaces también de enseñar adecuadamente la verdad. FED.- Al menos, no es probable. SÓC.- No lo es, en efecto. Más bien, los jardines de letras, según parece, los sembrará y escribirá como por entretenimiento; y, al escribirlas, atesora recordatorios, para cuando llegue la edad del olvido, que le servirán a él y a cuantos hayan seguido sus mismas huellas… FED.- Un entretenimiento extraordinariamente hermoso, al lado de tantos que no valen nada, es el que dices, Sócrates, y que permite entretenerse con las palabras, narrando historias sobre la justicia y todas las otras cosas a las que te refieres. SÓC.- Así es, en efecto, querido Fedro. Pero mucho más excelente es ocuparse con seriedad de esas cosas, cuando alguien, haciendo uso de la dialéctica y buscando un alma adecuada, planta y siembra palabras con fundamento, capaces de ayudarse a sí mismas y a quien las planta, y que no son estériles, sino portadoras de simientes de las que surgen otras palabras que, en otros caracteres, son canales por donde se transmite, en todo tiempo, esa semilla inmortal, que da felicidad al que la posee en el grado más alto posible... En el discurso escrito hay mucho de juego... en cambio, en aquellos que sirven de enseñanza y se pronuncian para aprender, escritos en el alma,... en estos solos hay realidad, perfección y algo digno de esfuerzo. El verdadero orador es el filósofo (278 c – e) SÓC.- Lo que hemos de anunciar es que si, sabiendo cómo es la verdad, [un escritor] compuso esas cosas, pudiendo acudir en su ayuda cuando tiene que pasar a probar aquello que ha escrito, y es capaz con sus palabras de mostrar lo pobre que quedan las letras, no debe recibir su nombre de aquellas cosas que ha compuesto, sino de aquellas que indican su más alto empeño. FED.- ¿Qué nombre le pondrías, entonces? SÓC.- En verdad que llamarle sabio me parece, Fedro, venirle demasiado grande, y se le debe otorgar sólo a los dioses; el de filósofo, o algo por el estilo, le cuadraría mejor y resultaría más adecuado para él. FED.- Y en nada estaría fuera de lugar. SÓC.- Por el contrario, aquel que no posee cosas de mayor valor que las que compuso o escribió dándoles vueltas, arriba y abajo, por mucho tiempo, uniendo una parte con la otra y separándola, ¿no lo llamarás con justa razón poeta, compositor de discursos o escritor de leyes? FED.- ¿Qué si no? SÓC.- Anúnciale, pues, todo esto a tu compañero. Epílogo: la plegaria del filósofo (279 b – c) FED.- Vámonos ya, puesto que el calor se ha mitigado. SÓC.- ¿Y no es conveniente que los que se van a poner en camino hagan una plegaria? FED.- ¿Por qué no? SÓC.- Oh querido Pan, y todos los otros dioses que aquí habitéis, concededme que llegue a ser bello por dentro y que todo lo de fuera se halle en armonía con lo de dentro; que considere rico al sabio; que pueda tener una cantidad de oro tal que ningún otro pueda tener ni llevar consigo sino el hombre sensato. ¿Necesitamos alguna otra cosa, Fedro? A mí me basta con lo que he pedido. FED.- Pide todo esto también para mí, ya que las cosas de los amigos son comunes. SÓC.- Vayámonos. Ediciones PLATÓN: Fedro, ed. bilingüe de L. Gil, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1970. PLATÓN: Diálogos, III. Fedón, Banquete, Fedro, Madrid, Gredos, 1997. PLATÓN: Diálogos, III. Fedón, Banquete, Fedro, Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 2002. PLATÓN: Fedro, trad., introd. y notas E. Lledó, Barcelona, R.B.A., 2008. LOS MITOS PLATÓNICOS (P. FRUTIGER) 1. ALEGÓRICOS Mito de Prometeo (Protágoras 320 c – 322 d). Sobre el origen de la cultura, la sociabilidad y la educación política. Mito de los hombres cigarras ( Fedro 259 a – 259 d). Sobre la necesidad de filosofar mediante la música del diálogo. Mito de Theuth (Fedro 274 c – 275 b ). Sobre la escritura, la memoria y el verdadero saber. Mito sobre el anillo de Giges (República 359 b – 360 d). Sobre la obediencia a la ley y la justicia. Mito de la Edad de Cronos ( Político 268 d – 274 e y Leyes 713 a – 714 a). El gobierno de la divinidad y el de los hijos de la tierra. 2. GENÉTICOS El Mito de las tres razas (República 414 b – 415 d). Los metales de las almas configuran los tres elementos de la pólis. El mito del andrógino (Banquete 189 d – 193 d). Eros como insuficiencia. El nacimiento de eros (Banquete 203 b – 204 e). El hombre ser intermedio. La Atlántida ( Timeo 20 d – 26 d y Critias 108 d – 121 c). El origen de la pólis. Decadencia de la ciudad ideal (República 574 c – 576 b). Origen del Estado (República 369 b – 374 d y Leyes 676 a – 702 a). Origen del lenguaje (Crátilo 388 e – 390 d). 3. PARACIENTÍFICOS Teoría cosmológica del Timeo. Escatología: El infierno (Gorgias 522 e – 527 e) Mito geográfico (Fedón 107 d – 115 a) Er el armenio (República 614 a – 621 d) El carro alado (Fedro 246 a – 257 b). Mito de la reminiscencia (Menón 80 d – 86 c). Las partes del alma (República 434 e – 441 c y Timeo 69 c – 72 d). Condenación del suicidio (Fedón 61 c – 62 e). Mitos platónicos: relatos narrativo-pedagógicos, de gran riqueza y libertad expresivas, elaborados con elementos de la mitología tradicional o de creación original, abiertos a múltiples interpretaciones y en los que, mediante un símbolo sensible, se vislumbra una recta opinión sobre la vida humana. Interpretaciones Religiosos: A. Weber, Windelband, Pieper Retórico-Pedagógicos: Couturat, Schleiermacher Filosofía del devenir: Fischer, Forster Síntesis sensible-inteligible: Lledó, Romano, Frutiger. EL MITO DE PROMETEO PLATÓN, Protágoras 320 b - 322 d. Si puedes demostrarnos de modo más claro que la excelencia es enseñable, no nos prives de ello, sino danos una demostración. - Desde luego, Sócrates, dijo, no os privaré de ello. ¿Pero os parece bien que, como mayor a más jóvenes, os haga la demostración relatando un mito o avanzando por un razonamiento? Enseguida, muchos de los allí sentados, le contestaron que obrara como prefiriera. - Me parece, dijo, que es más agradable contaros un mito: Hubo una vez un tiempo en que existían los dioses, pero no había razas mortales. Cuando también a éstos les llegó el tiempo destinado a su nacimiento, los formaron los dioses dentro de la tierra con una mezcla de tierra y fuego y de las cosas que se mezclan con la tierra y el fuego. Y cuando iban a sacarlos a la luz, ordenaron a Prometeo y Epimeteo que los prepararan y les dieran a cada uno las capacidades de forma conveniente. A Prometeo le pide permiso Epimeteo para hacer él la distribución. "Después de hacer yo el reparto, dijo, tú lo inspeccionas". Así lo convenció e hizo la distribución. A unos les concedía la fuerza sin la rapidez y, a los más débiles, los dotaba con la velocidad. A unos los armaba y, a los que les daba una naturaleza inerme, les proveía de alguna otra capacidad para su salvación. A los que envolvía en su pequeñez les proporcionaba una fuga alada o un habitáculo subterráneo. Y a los que aumentó en tamaño con ello los ponía a salvo. Y así, equilibrando las demás cosas, hacía su reparto. Planeaba esto con la precaución de que ninguna especie fuera aniquilada. Cuando les hubo provisto de recursos de huida contra sus mutuas destrucciones, preparó una protección contra las estaciones del año que Zeus envía, revistiéndolos con espeso cabello y densas pieles, capaces de soportar el invierno y capaces también de resistir los ardores del sol, y de modo que, cuando fueran a dormir, éstas mismas les sirvieran de cobertura familiar y natural a todos. Y los calzó a unos con garras y revistió a los otros con pieles duras... Pero como no era del todo sabio Epimeteo, no se dio cuenta de que había gastado las capacidades en los animales; entonces todavía le quedaba sin dotar la especie humana y no sabía qué hacer. Mientras estaba perplejo, se le acerca Prometeo que venía a inspeccionar el reparto, y que ve a los demás animales que tenían cuidadosamente de todo, mientras el hombre estaba desnudo y descalzo y sin coberturas ni armas. Precisamente era ya el día destinado, en el que debía también el hombre surgir de la tierra hacia la luz. Así que Prometeo, apurado por la carencia de recursos, tratando de encontrar una protección para el hombre, roba a Hefesto y a Atenea su sabiduría profesional junto con el fuego - ya que era imposible que sin el fuego aquélla pudiera adquirirse o ser de utilidad a alguien - y así, luego la ofrece como regalo al hombre. De este modo, pues, el hombre consiguió tal saber para su vida; pero carecía del saber político, pues éste dependía de Zeus. Ahora bien, a Prometeo no le daba ya tiempo de penetrar en la acrópolis en la que mora Zeus; además los centinelas de Zeus eran terribles. En cambio, en la vivienda en común de Atenea y de Hefesto, en la que aquéllos practicaban sus artes, podía entrar sin ser notado, y así robó la técnica de utilizar el fuego de Hefesto y la otra de Atenea y se la entregó al hombre. Y de aquí resulta la posibilidad de la vida para el hombre; aunque a Prometeo luego, a través de Epimeteo, según se cuenta, le llegó el castigo de su robo. Puesto que el hombre tuvo participación en el dominio divino a causa de su parentesco con la divinidad, fue, en primer lugar, el único de los animales en creer en los dioses, e intentaba construirles altares y esculpir sus estatuas. Después articuló rápidamente, con conocimiento, la voz y los nombres e inventó sus casas, vestidos, calzados, coberturas y alimentos del cuerpo. Una vez equipados de tal modo, en un principio habitaban los humanos en dispersión y no existían ciudades. Así que se veían destruidos por las fieras, por ser genéricamente más débiles que aquéllas y su técnica manual resultaba un conocimiento suficiente como recurso para la nutrición, pero insuficiente para la lucha contra las fieras. Pues aún no poseían el arte de la política, a la que el arte bélico pertenece. Ya intentaban reunirse y ponerse a salvo con la fundación de ciudades. Pero, cuando se reunían se atacaban unos a otros, al no poseer la ciencia política; de modo que de nuevo se dispersaban y perecían. Zeus, entonces, temió que sucumbiera toda nuestra raza y envió a Hermes para que trajera a los hombres el sentido moral y la justicia, con el fin de que hubiera orden en las ciudades y ligaduras acordes de amistad. Le preguntó entonces Hermes a Zeus de qué modo daría el sentido moral y la justicia a los hombres: "¿los reparto como están repartidos los conocimientos? Están repartidos así: uno solo que domine la medicina vale para muchos particulares y lo mismo los otros profesionales. ¿También la justicia y el sentido moral los infundiré así ahora a los humanos o los reparto a todos?" "A todos, dijo Zeus, y que todos sean partícipes. Pues no habría ciudades si sólo algunos de ellos participaran como de los otros conocimientos. Además, impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar del honor y de la justicia, lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad". EL NACIMIENTO DE EROS PLATÓN, Banquete 203 b – 203 d Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y entre ellos estaba también Poro, el hijo de Metis. Una vez que terminaron de comer, se presentó a mendigar, como era natural al celebrarse un festín, Penía y quedóse a la puerta. Poro, entretanto, como estaba embriagado de néctar – aún no existía el vino -, penetró en el huerto de Zeus y en el sopor de la embriaguez se puso a dormir. Entonces Penía, movida por su escasez de recursos, tramando hacerse un hijo de Poro, se acostó a su lado y concibió al Amor. Por esta razón el Amor es acólito y escudero de Afrodita, por haber sido engendrado en su natalicio, y a la vez enamorado por naturaleza de lo bello, por ser Afrodita también bella. Pero, como hijo que es de Poro y de Penía, el Amor quedó en la situación siguiente: en primer lugar es siempre pobre y está muy lejos de ser delicado y bello, como lo supone el vulgo, por el contrario, es rudo y escuálido, anda descalzo y carece de hogar, duerme siempre en el suelo y sin lecho, acostándose al sereno en las puertas y en los caminos, pues por tener la condición de su madre, es siempre compañero inseparable de la pobreza. Mas por otra parte, según la condición de su padre, acecha a los bellos y a los buenos, es valeroso, intrépido y diligente; cazador temible que siempre urde alguna trama; es apasionado por la sabiduría y fértil en recursos: filosofa a lo largo de toda su vida y es un charlatán terrible, un embelesador y un sofista. EL MITO DEL CARRO ALADO PLATÓN, Fedro 246 a - b Decir cómo es el alma requeriría toda una larga y divina explicación; pero decir a qué se parece es ya asunto humano y, por supuesto, más breve. Podríamos entonces decir que se parece a una fuerza que, como si hubieran nacido juntos, lleva un carro alado y a su auriga. Los caballos y los aurigas de los dioses son todos ellos buenos y buena su casta, la de los otros es mezclada. Por lo que a nosotros se refiere, hay, en primer lugar, un conductor que guía un tronco de caballos Y de estos caballos, uno es bueno y hermoso y está hecho de esos mismos elementos; el otro de todo lo contrario, como también su origen. Necesariamente, pues, nos resultará difícil y dura su conducción. EL MITO DE GIGES PLATÓN, República, 359 b - 360 d Los que practican la justicia no lo hacen voluntariamente sino por impotencia de cometer injusticias. Esto lo percibiremos mejor si nos imaginamos las cosas del siguiente modo: demos tanto al justo como al injusto el poder de hacer lo que cada uno de ellos quiere y, a continuación sigámoslos para observar adónde conduce a cada uno su deseo. Entonces sorprenderemos al justo tomando el mismo camino que el injusto, movido por el interés propio, lo que todo ser persigue por naturaleza como un bien, aunque la ley desvíe por fuerza esta tendencia y la encamine al respeto de la igualdad. El poder de que hablo podrían llegar a disponer de él al máximo si adquirieran una facultad tal como la que cuentan que tuvo en tiempos Giges, el antepasado del lidio. Dicen que Giges era un pastor que servía al entonces rey de Lidia. Un día sobrevino una gran tormenta y un terremoto que abrió la tierra y produjo un abismo en el lugar en que Giges llevaba el ganado a pastorear. Asombrado al ver esto, descendió al abismo y halló, entre otras maravillas que la fábula relata, un caballo de bronce, hueco y con ventanillas, a través de las cuales vio adentro un cadáver de tamaño, al parecer, mayor que el de un hombre y que no tenía nada más que un anillo de oro en la mano. Giges le quitó el anillo y salió del abismo. Cuando, según costumbre, se reunieron los pastores para dar al rey el informe mensual acerca de los ganados, acudió él llevando el anillo. Tras sentarse entre los demás, casualmente volvió el engaste del anillo hacia el interior de su mano. Inmediatamente se tornó invisible para los que estaban sentados allí, quienes se pusieron a hablar de él como si se hubiera ido. Giges se asombró y luego, examinando el anillo, dio la vuelta al engaste hacia afuera y tornó a ser visible. Al advertirlo, repitió el intento para comprobar si efectivamente la joya tenía tal poder y otra vez ocurrió lo mismo: cuando giraba el engaste hacia adentro su dueño se hacía invisible y cuando lo volvía hacia afuera le veían de nuevo. Hecha esta observación, procuró formar parte de los enviados que debían informar al rey; llegó a palacio, sedujo a la reina, atacó y mató con su ayuda al rey y se apoderó del reino. Pues bien, si existiesen dos anillos como aquél y se diera uno al justo y otro al injusto, es opinión común que no habría persona de convicciones tan firmes como para perseverar en la justicia y abstenerse de los bienes ajenos, sin tocarlos, cuando podría impunemente apoderarse de lo que quisiera del mercado, así como entrar en las casas ajenas, acostarse con la mujer que prefiera y matar a unos y librar de las cadenas a otros según su voluntad y hacer todo como si fuera igual a un dios entre los hombres. En esto el hombre justo no haría nada diferente del injusto, sino que ambos marcharían por el mismo camino. E incluso se diría que esto es una buena prueba de que nadie es justo voluntariamente, sino forzado. En efecto, todo hombre piensa que la injusticia le brinda muchas más ventajas individuales que la justicia y está en lo cierto, si habla de acuerdo con esta teoría. Y si alguien, dotado de tal poder, no quisiese nunca cometer injusticias ni apoderarse de los bienes ajenos, sería considerado por los que lo vieran como el hombre más desdichado y estúpido del mundo, aunque lo elogiaran en público, engañándose así mutuamente por temor a padecer injusticia. Y esto es todo. PLATÓN: Mito de Theuth o la invención de la escritura (Fedro 274 c – 275 e) SÓC.- Puedo al menos contarte una tradición que viene de los antiguos, pero lo que hay de verdad en ella sólo ellos lo saben. Con todo, si por nuestras propias fuerzas pudiéramos nosotros descubrirlo, ¿nos íbamos a preocupar ya más de lo que se figuran los hombres? FED.- Ridícula pregunta. Ea, cuenta esa tradición que dices ha llegado a tus oídos. SÓC.- Pues bien, oí decir que vivió en Egipto en los alrededores de Náucratis uno de los antiguos dioses del país, aquel a quien le está consagrado el pájaro que llaman Ibis. Su nombre es Theuth y fue el primero en descubrir no sólo el número y el cálculo, sino la geometría y la astronomía, el juego de damas y los dados y también las letras. Reinaba entonces en todo Egipto Thamus, quien vivía en esa gran ciudad del alto país a la que llaman los griegos la Tebas egipcia, así como a Thamus le llaman Ammón. Theuth fue a verle y, mostrándole sus artes, le dijo que debían ser entregadas al resto de los egipcios. Thamus le preguntó entonces cuáles eran las ventajas que tenía cada una y, según se las iba exponiendo aquél, reprobaba o alababa lo que en la exposición le parecía que estaba mal o bien. Muchas fueron las observaciones que en uno y otro sentido, según se cuenta, hizo Thamus a Theuth a propósito de cada arte, y sería muy largo el referirlas. Pero una vez que hubo llegado a la escritura, dijo Theuth: “Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y aumentará su memoria. Pues se ha inventado como un remedio de la sabiduría y la memoria”. Y aquél replicó: “Oh, Theuth, excelso inventor de artes, unos son capaces de dar el ser a los inventos del arte y otros de discernir en qué medida son ventajosos o perjudiciales para quienes van a hacer uso de ellos. Y ahora tú, como padre que eres de las letras, diste por cariño a ellas el efecto contrario al que producen. Pues este invento dará origen en las almas de quienes lo aprendan al olvido, por descuido del cultivo de la memoria, ya que los hombres, por culpa de su confianza en la escritura, serán traídos al recuerdo desde fuera, por unos caracteres ajenos a ellos, no desde dentro, por su propio esfuerzo. Así que tu invento no es remedio para la memoria, sino para suscitar en el recuerdo. Apariencia de sabiduría y no sabiduría verdadera procuras a tus discípulos. Pues, habiendo oído hablar de muchas cosas sin instrucción, darán la impresión de conocerlas, a pesar de ser en su mayoría unos perfectos ignorantes; y serán fastidiosos de tratar al haberse convertido, en vez de sabios, en hombres con presunción de serlo”. FED.- ¡Ah, Sócrates!, con qué facilidad inventas historias de Egipto o de cualquier otro país que te venga en gana. SÓC.- Así, pues, tanto el que deja escrito un manual como el que lo recibe, en la idea de que de las letras derivará algo cierto y permanente, está probablemente lleno de gran ingenuidad y desconoce la profecía de Ammón, al creer que las palabras escritas son capaces de algo más que de hacer recordar a quien conoce el tema sobre el que versa el escrito… FED.- Muy exacto. SÓC.- Pues eso es, Fedro, lo terrible que tiene la escritura y que es en verdad igual a lo que ocurre con la pintura. En efecto, los productos de ésta se yerguen como si estuvieran vivos, pero si se les pregunta algo, callan con gran solemnidad. Lo mismo les pasa a las palabras escritas. Se creería que hablan como si pensaran, pero si se les pregunta son el afán de informarse sobre algo de lo dicho, expresan tan sólo una cosa que siempre es la misma. Por otra parte, basta con que algo se haya escrito una sola vez, para que el escrito circule por todas partes lo mismo entre los entendidos que entre aquellos a los que no les concierne en absoluto, sin que sepa distinguir a quiénes conviene hablar y a quiénes no. Y cuando es maltratado, o reprobado injustamente, constantemente necesita de la ayuda de su padre, pues por sí solo no es capaz de defenderse ni de socorrerse a sí mismo. ARISTÓTELES, Retórica Es claro que la función propia de la retórica no es persuadir, sino ver los medios que conducen a la persuasión respecto de cada asunto, al modo que en las demás artes. (1355 b 10 ss.) Sea la retórica la facultad de considerar en cada caso los medios apropiados para la persuasión, pues esto no es obra de ningún otro arte... mas la retórica sobre cualquier cosa dada, por así decirlo, parece que es capaz de considerar los medios persuasivos. (1355 b 25 ss.) De los argumentos retóricos unos son sin arte y otros propios del arte. Llamo sin arte a los que no son logrados por nosotros, sino que preexisten, como los testigos, confesiones con tortura, documentos y los semejantes; objeto del arte, los que mediante el método y por nosotros pueden ser dispuestos, de manera que es preciso de aquéllos servirse, éstos inventarlos. (1355 b 35 ss.) De los argumentos de persuasión que proporciona el discurso hay tres especies: unos están en el carácter del que habla, otros en poner en cierta disposición al oyente, otros en el discurso mismo, por lo que demuestra o parece demostrar. Por el carácter, cuando el discurso se dice de tal manera que hace digno de fe al que lo dice, pues a las personas decentes las creemos más y antes, y sobre cualquier cuestión en general, y en las que no hay seguridad sino duda también por completo. También esto es preciso que ocurra por el discurso, mas no por tener los oyentes prejuzgada la calidad del que habla; porque, según algunos tratadistas señalan, no hay que considerar en el arte la probidad del que habla como sin importancia para la persuasión, sino que casi puede decirse que el carácter lleva consigo la prueba principal. Por los oyentes, cuando son arrastrados a una pasión por el discurso, pues no concedemos igual nuestra opinión con pena que con alegría, ni con amor que con odio; respecto de lo cual decimos que intentan ocuparse exclusivamente los tratadistas actuales... Por los discursos creen cuando mostremos la verdad o lo que parece verdad, según lo plausible en cada caso. (1356 a 1 -21) Del saber retórico hay tres especies en número. Pues acontece que otras tantas son también las de oyentes de los discursos. Porque el discurso consta de tres componentes: el que habla, sobre lo que habla y a quien se habla; y el fin se refiere a éste, es decir, al oyente. Y es de necesidad que el oyente sea o espectador o árbitro, y si árbitro o bien de cosas sucedidas o bien de futuras. Existe el que juzga de cosas futuras, como miembro de la asamblea y el que juzga de cosas pasadas, como el juez y también el que asiste como espectador de la habilidad del orador. De ello resulta que necesariamente son tres los géneros de discursos retóricos: el deliberativo, el judicial y el epidíctico. (1358 a 35 - 1358 b 7) Como los medios de persuasión se dan por lo persuadible, es claro que sabe manejarlos el que puede razonar lógicamente, el que puede contemplar los caracteres y las virtudes y, en tercer lugar, el que puede contemplar lo referente a las pasiones, qué son cada una y de qué manera, de qué resultan y cómo; de manera que sucede que la retórica es como paralela de la dialéctica y del tratado de los caracteres o ética, la cual puede bien llamarse política... es una parte de la dialéctica y su semejante, como decíamos al comienzo, pues ninguna de las dos es ciencia de cómo es nada definido, sino como meras facultades de proporcionar razones. (1356 a 22 - 34). Puesto que es evidente que el método conforme a arte se refiere a los argumentos retóricos y los argumentos retóricos son una especie de demostración - pues prestamos crédito sobre todo cuando entendemos que algo está demostrado - la demostración retórica es un entimema - el cual es, por decirlo en general, el más fuerte de los argumentos - y el entimema es un silogismo... es evidente que el que mejor puede considerar de qué premisas y cómo resulta el silogismo, ése podrá ser el más hábil en el entimema y qué diferencias tiene respecto de los silogismos lógicos. Pues corresponde a una misma facultad reconocer lo verdadero y lo verosímil, ya que los hombres tienden por naturaleza de un modo suficiente a la verdad y la mayor parte de las veces la alcanzan. De modo que estar en disposición de discernir sobre lo plausible es propio de quien está en la misma disposición con respecto a la verdad. (1355 a 4 - 19) Lo verosímil es lo que ocurre generalmente, mas no siempre, como algunos definen, sino que versa sobre lo que puede ser de otra manera... (1357 a 34 - 35) Llamo entimema al silogismo retórico y ejemplo a la inducción retórica. Pues todos dan las pruebas para demostrar o diciendo ejemplos o entimemas y fuera de esto nada... y es forzoso que los entimemas y los ejemplos sean lo mismo respectivamente que los silogismos y la inducción. (1356 b 4 - 11) Es necesario que el entimema sea como un silogismo de menos premisas y muchas veces menores que el primero, pues si alguna de ellas es cosa sabida, no es preciso decirla, porque el propio oyente la pone. (1357 a 14 - 19) Hay dos partes del discurso, pues es preciso exponer el asunto de que se trata y hacer después la demostración. Por eso es imposible decir sin demostrar o demostrar sin haber expuesto previamente, porque el que demuestra demuestra algo, y el que enuncia algo lo enuncia para demostrarlo. De estas dos partes la una es la exposición, la otra la argumentación, como también se podría hacer la división diciendo que la una es la cuestión y la otra la demostración. (1414 a 31 - 37) Las partes indispensables son, pues, exposición y argumentación. Éstas son las esenciales, y cuando más, exordio, exposición, argumentación, epílogo. (1414 b 8 - 10) ARISTÓTELES, Retórica, edición bilingüe de A. Tovar, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1990. ARISTÓTELES, Retórica, edición de Q. Racionero, Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 1990. La Retórica de Aristóteles LIBRO I 1. La retórica como arte. Necesidad y utilidad de la retórica. 2. Definición. Clases de argumentos. Retórica, lógica y ética. 3. Clasificación de la retórica atendiendo al oyente. 4. La retórica deliberativa. Concepto y asuntos. 5. La felicidad, fin del hombre. Definiciones. 6. Lugares comunes acerca del bien. Lista de bienes. 7. Grados del bien y de lo conveniente. 8. Formas de gobierno. Su relación con el carácter del orador. 9. La retórica epidíctica: la virtud y el vicio. Virtudes. 10. La retórica judicial. Justicia, injusticia y ley. 11. Lo agradable y el placer. Distintos placeres. 12. Lugares comunes sobre la injusticia y sus víctimas. 13. La ley como criterio de lo justo. Ley natural y positiva. 14. Criterios para establecer la gravedad del delito. 15. Los argumentos no artísticos: leyes, testigos, contratos, confesión bajo tortura, juramentos. LIBRO II 1. Carácter del orador y pasiones del oyente. 2. De la ira y del desprecio. 3. De la calma o serenidad. 4. Del amor y el odio. De la enemistad y el odio. 5. Del temor. Del valor. 6. De la vergüenza o respeto. 7. Del favor. 8. De la compasión. 9. De la indignación. 10. De la envidia. 11. De la emulación. 12. De los caracteres y la edad. Carácter del joven. 13. Carácter del viejo. 14. Carácter del hombre maduro. 15. Caracteres y fortuna. De la Nobleza. 16. De la Riqueza. 17. Del Poder. De la buena suerte. 18. De los lugares comunes a los tres géneros. 19. Tópicos: posible e imposible, grande y pequeño. 20. Argumentos comunes a los tres géneros. El ejemplo. 21. De las sentencias. 22. El entimema. 23. De los lugares de los entimemas demostrativos. 24. Lugares de los entimemas aparentes 25. De la refutación y sus lugares. 26. Sobre la amplificación y atenuación retórica. LIBRO III 1. La elocución. La acción. 2. La claridad. Selección de palabras. Metáfora. Epítetos. 3. La frialdad en el estilo. 4. La imagen. 5. Pureza del lenguaje. Vicios contra la pureza. 6. Estilo pomposo. 7. Propiedad. Patetismo. El carácter en el estilo. Recursos. 8. El ritmo en la prosa. 9. Estilo seguido y periódico. Período. Recursos. 10. Dichos ingeniosos. La analogía. 11. Poner ante los ojos. Imagen y metáfora. 12. Estilo de cada género. Cualidades del estilo. 13. Exposición y demostración. Otras partes del discurso. 14. El exordio en los tres géneros. 15. Hacer odioso al contrario. 16. La narración y el carácter. Patetismo. 17. La demostración. Ejemplos y entimemas. 18. La interrogación. Respuestas. Empleo del ridículo. 19. El epílogo. ARISTÓTELES, Poética Hablemos de la poética en sí y de sus especies, de la potencia propia de cada una y de cómo es preciso construir las fábulas si se quiere que la composición poética resulte bien y así mismo del número y naturaleza de sus partes e igualmente de las demás cosas pertenecientes a la misma investigación, comenzando primero, como es natural, por las primeras. Pues bien, la epopeya y la poesía trágica y también la comedia y la ditirámbica y, en su mayor parte, la aulética y la citarística, todas vienen a ser, en conjunto, imitaciones. Pero se diferencian entre sí por tres cosas: o por imitar con medios diversos, o por imitar objetos diversos, o por imitarlos diversamente y no del mismo modo. Pues así como algunos con colores y figuras imitan muchas cosas reproduciendo su imagen (unos por arte y otros por costumbre) y otros mediante la voz, así también, entre las artes dichas, todas hacen la imitación con el ritmo, el lenguaje o la armonía, pero usan estos medios separadamente o combinados; por ejemplo, usan sólo armonía y ritmo la aulética y la citarística y las demás que puedan ser semejantes en cuanto a su potencia, como el arte de tocar la siringa; y el arte de los danzantes imita con el ritmo, sin armonía... Pero el arte que imita sólo con el lenguaje, en prosa o en verso... carece de nombre hasta ahora.(1447 a 1-b 9) Pero hay artes que usan todos los medios citados, es decir, ritmo, canto y verso, como la poesía de los ditirámbicos y la de los nomos, la tragedia y la comedia. Y se diferencian en que unas los usan todos al mismo tiempo y otras, por partes. Éstas son, pues, las diferencias que establezco entre las artes por los medios con que hacen la imitación. (1447 b 24 - 30). Mas, puesto que los que imitan imitan a hombres que actúan y éstos necesariamente serán esforzados o despreciables... o bien los hacen mejores que solemos ser nosotros, o bien peores o incluso iguales... Y la misma diferencia separa también a la tragedia de la comedia; ésta, en efecto, tiende a imitarlos peores y aquélla mejores que los hombres reales. (1448 a 1-19) Hay todavía entre estas artes una tercera diferencia, que es el modo en que uno podría imitar cada una de estas cosas. En efecto, con los mismos medios es posible imitar las mismas cosas unas veces narrándolas... o bien presentando a todos los imitados como operantes y actuantes. Éstas son, por consiguiente, las tres diferencias posibles en la imitación, como dijimos al principio: los medios, los objetos y el modo de imitarlos. (1448 a 20 - 25) Parecen haber dado origen a la poética fundamentalmente dos causas y ambas naturales. El imitar, en efecto, es connatural al hombre desde la niñez y se diferencia de los animales en que es muy inclinado a la imitación y por la imitación adquiere sus primeros conocimientos, y también el que todos disfruten con las obras de imitación. Y es prueba de esto lo que sucede en la práctica; pues hay seres cuyo aspecto real nos molesta, pero nos gusta ver su imagen ejecutada con la mayor fidelidad posible, por ejemplo, figuras de los animales más repugnantes y de cadáveres. Y también es causa de esto que aprender agrada muchísimo no sólo a los filósofos, sino igualmente a los demás, aunque lo comparten escasamente. Por eso, en efecto, disfrutan viendo las imágenes, pues sucede que, al contemplarlas, aprenden y deducen qué es cada cosa, por ejemplo, que éste es aquél, pues, si uno no ha visto antes al retratado, no producirá placer como imitación, sino por el color o por alguna causa semejante. Siéndonos, pues, natural el imitar, así como la armonía y el ritmo... desde el principio los mejor dotados para estas cosas, avanzando poco a poco, engendraron la poesía partiendo de las improvisaciones. (1448 b 4 - 24) Es, pues, la tragedia imitación de una acción esforzada y completa, de cierta amplitud, en lenguaje sazonado, separada cada una de las especies en las distintas partes, actuando los personajes y no mediante relato y que, mediante compasión y temor, lleva a cabo la purgación de tales afecciones... (1449 b 24 - 28) Necesariamente, pues, las partes de la tragedia son seis y de ellas recibe su calidad la tragedia. Y son: la fábula, los caracteres, la elocución, el pensamiento, el espectáculo y la melodía... El más importante de estos elementos es la estructuración de los hechos, porque la tragedia es imitación, no de personas, sino de una acción y de una vida, y la felicidad y la infelicidad están en la acción, y el fin es una acción, no una cualidad. Y los personajes son tales o cuales según el carácter; pero, según las acciones, felices o lo contrario. Así, pues, no actúan para imitar los caracteres, sino que revisten los caracteres a causa de las acciones. De suerte que los hechos y la fábula son el fin de la tragedia, y el fin es lo principal. Además, sin acción no puede haber tragedia; pero sin caracteres, sí. (1450 a 8 - 25) Resulta claro por lo expuesto que no corresponde al poeta decir lo que ha sucedido, sino lo que podría suceder, esto es, lo posible según la verosimilitud o la necesidad. En efecto, el historiador y el poeta no se diferencian por decir las cosas en verso o en prosa (pues sería posible versificar las obras de Heródoto y no serían menos historia en verso que en prosa); la diferencia está en que uno dice lo que ha sucedido y el otro lo que podría suceder. Por eso también la poesía es más filosófica y elevada que la historia; pues la poesía dice más bien lo general, y la historia, lo particular. (1451 a 36 - 1451 b 7) El temor y la compasión pueden nacer del espectáculo, pero también de la estructura misma de los hechos, lo cual es mejor y de mejor poeta. La fábula, en efecto, debe estar constituida de tal modo que, aun sin verlos, el que oiga el desarrollo de los hechos se horrorice y se compadezca por lo que acontece; que es lo que sucedería a quien oyese la fábula de Edipo... Pues no hay que pretender de la tragedia cualquier placer, sino el que le es propio. Y, puesto que el poeta debe proporcionar por la imitación el placer que nace de la compasión y del temor, es claro que esto hay que introducirlo en los hechos. (1453 b 1 - 14) Puesto que el poeta es imitador, lo mismo que un pintor o cualquier otro imaginero, necesariamente imitará siempre de una de las tres maneras posibles: o bien representará las cosas como son, o bien como se dice o se cree que son, o bien como deben ser. Y estas cosas se expresan con una elocución que incluye la palabra extraña, la metáfora y muchas alteraciones del lenguaje; éstas, en efecto, se las permitimos a los poetas. (1460 b 8-13) ARISTÓTELES: Poética, ed. trilingüe de V. García Yebra, Madrid, Gredos, 1992. ARISTÓTELES: Poética, ed. de A. López Eire, Madrid, Istmo, 2002.