Ortiz 1 Nuestra voz también debe ser escuchada. Medios indígenas contra la exclusión social (Este es un trabajo en proceso, favor de no citar) Claudia Magallanes Blanco, Aldo Castillo y Daniela Parra Universidad Iberoamericana Puebla [email protected] Discursos sobre la exclusión social tienden a hacer una distinción de las dimensiones que este fenómeno social abarca: a) económica, b) política y c) cultural. Si bien diversos autores hacen algunas variaciones en cuanto a la clasificación de las dimensiones la mayoría incluye la dimensión cultural pero dejan de lado a la comunicación o a los medios (corporativos o propios) como elementos de la exclusión social. Con base en este hallazgo esta ponencia expone cómo los medios de comunicación (principalmente la radio y el video) indígenas (realizados por indígenas, en sus lenguas, con control sobre sus contenidos) son espacios que hacen evidente formas de exclusión social dentro del espectro mediático masivo. A la par se argumenta que los medios indígenas dan lugar a procesos de combate a la exclusión social tanto a través de sus contenidos como de sus procesos. Desde los contenidos se combate la exclusión social a través del uso de las lenguas propias en la creación y difusión de contenidos mediáticos y en las formas de auto-representación que combaten de forma directa diversos estereotipos y reducciones hechas sobre los pueblos indígenas. Los procesos de realización de mensajes mediáticos y de operación de medios indígenas también dan cuenta de formas de inclusión social de individuos y pueblos indígenas a través del ejercicio de su derecho a la comunicación y a la información (a ser informados y a informar). Exclusión: un concepto rompe-cabezas El siglo XVII, con el movimiento de ilustración de la mano de la Revolución Francesa, sentó las bases, entre otras cosas, de las democracias, los derechos humanos, la libertad, la igualdad y la dignidad humana. No obstante, se estaría muy lejos todavía de Ortiz 2 observar y categorizar al fenómeno contraparte de la alteridad. No podía pensarse siquiera que la exclusión fuera un término habitual de un siglo XIX que ya daba muestras de ese tipo de situaciones. La lucha de clases, la condición de alienado y la búsqueda de un superhombre “hegemonizador” son ejemplos de miradas hacia las sociedades modernas que no distan de lo que se encuentra hoy. A pesar de que el término exclusión es relativamente nuevo - 39 años -, es una moción completamente histórica. Una de las razones por las que resulta complicado contar un una definición definitiva de lo que conlleva “ser excluido”. Pareciera que todas las luchas a través del tiempo se identificaran con el espectro de situaciones que cubre el concepto. Ya René Lenoir, su autor, establecía en su libro Les Exclus: Un Français sur dix en 1974, que hay “una larga lista de sectores vulnerables y elementos “socialmente inadaptados” que formarían la categoría de los excluidos: delincuentes, drogadictos, alcohólicos, asociales, inválidos, discapacitados mentales, familias monoparentales o con múltiples problemas, minorías étnicas mal integradas como los franceses musulmanes, etc.”. Una noción que bien merece una actualización y ampliación, pero que debido a sus limitaciones geográficas e históricas, es de reconocerse lo innovador del surgimiento. Consideraciones iniciales Si bien, recientemente algunos autores se han aventurado hacia la comprensión de lo que implica la exclusión, aún no se llega a un consenso definitivo. Sin embargo, hay elementos que permiten condensar un poco lo ambiguo que aún resulta. Mauricio Rojas expresa: “No se trata de una perspectiva vertical o “clasista” –pobres-ricos, dominantesdominados, burgueses-proletarios, señores-siervos, etc. – sino horizontal, es decir, no de un estar arriba o abajo en la estructura social sino adentro o afuera, incluido o excluido” (25) Lo que coloca un primer elemento hacia la comprensión de lo que implica ser excluido, tratándose pues de un fenómeno relacionado con la limitación del goce de ciertos privilegios, lugares, espacios; se trata entonces del tener o no tener algo en relación a otros que lo detentan. Lo anterior no permite un acercamiento concreto hacia una buena definición del término. Podría parecer que existe una multiplicidad de factores que podrían embonar tras la consideración mencionada. Bien lo expresa el mismo autor cuando enuncia que “ese Ortiz 3 mismo carácter nebuloso (la problemática del concepto de exclusión) fue uno de los factores que llevó a adoptarlo en el seno de la comunidad para reemplazar la claridad y exactitud condenatoria del concepto de pobreza” (21). Sin embargo, Joan Subirats, en su texto Pobreza y exclusión social. Un análisis de la realidad española y europea, encuentra otros elementos que hacen un esbozo más completo. Encuentra que se refiere a “situaciones concretas, un proceso creciente de desconexión y pérdida de vínculos personales y sociales” (137), lo que lleva a consideraciones importantes: 1. De lo polisémico y multifactorial que resulte el fenómeno de la exclusión, se debe desmenuzar el concepto y observarlo desde sus diferentes formas, puesto que como término general y abstracto, no hace más que dificultar su asimilación en situaciones palpables. 2. Una vez encontradas estos grupos específicos de exclusión, deberá saberse propio de cada uno de ellas procesos de desconexión y pérdidas de vínculos particulares. Bien lo menciona el autor más adelante, “no hay un proceso de exclusión idéntico a otro” (138) 3. No existe hermetismo respecto a la lista de casos de exclusión. Siguiendo el planteamiento de Subirats, el fenómeno queda abierto para toda situación que encaje en la propuesta. Mauricio Rojas, encuentra y coloca en su texto Pobreza y exclusión social: Conceptos y diagnósticos definiciones interesantes como la que expone Hilary Silver: “Habitualmente, la exclusión social es definida como un proceso dinámico de ruptura multidimensional del lazo social a nivel individual y colectivo […] niega el acceso a la información, los recursos, la sociabilidad, el reconocimiento y la identidad, erosionando la autoestima y reduciendo las capacidades para alcanzar metas personales.” (27) También, el Informe Conjunto sobre la Inclusión Social de 2003 de la UE indica que “Exclusión social es un proceso que relega a algunas personas al margen de la sociedad y les impide participar plenamente debido a su pobreza, a la falta de competencias básicas y oportunidades de aprendizaje permanente, o por motivos de discriminación […] Tienen poco acceso a los organismos de poder y decisión y, por ello, se sienten indefensos e incapaces de asumir el control de las decisiones que les afectan en su vida cotidiana” (30) Ortiz 4 De la primera noción se puede rescatar el acercamiento a la esfera psicológica proponiendo un problema generado por la exclusión hacia la desestabilización del individuo, con una pérdida de oportunidades y seguridad en sí mismo y en las condiciones para lograr sus propósitos en la vida. En la segunda, hay una reafirmación de lo anterior relacionándose con la imposibilidad de convertirse en protagonistas de decisiones y/o de agentes de cambio del lugar en donde se encuentran. Ya Matilde Lafuente advirtió lo anterior cuando remarca la escala de niveles múltiple desde la que se puede estudiar el fenómeno de la exclusión, siendo estos “el individuo, el hogar, la comunidad, la región o el país” (106) Otro factor que no es universal sino que tiene que ver con las características y formas de una u otra manera particular de excluir. Lo que provoca que, además de realizar una división de los fenómenos de exclusión, se tengan que mirar también las particularidades en las que se da el episodio exclusivo; es decir, que la situación puede generarse en ambientes pequeños, pero también en circunstancias que abarcan geográficamente más aspectos, y, por ende, otras condiciones. Es importante recuperar una división más que propone Iris Roca que encuentra la existencia de tres dimensiones fundamentales en el fenómeno de exclusión, a saber: “Relatividad: las personas están excluidas de algo en relación con otras que no lo están; Agencia: Las personas se auto-excluyen o bien otros las excluyen; y, Dinámica: Existen grupos con pocas posibilidades para el futuro no sólo para ellos sino para sus hijos. La exclusión social se puede transmitir entre generaciones” (703). Un primer contraste Si es que, como lo han sugerido varios de los autores aquí citados, hablar de exclusión se trata de abordar hechos concretos, palpables y diferentes entre sí, el presente análisis continuará con una posible comparación entre tres formas de exclusión distintas (económica, política y cultural) que no necesariamente se refiere a que sean opuestas, puesto que como raíz comparten bases puntuales como la horizontalidad planteada por Mauricio Rojas en el apartado anterior. Ortiz 5 Como punto de partida, habrá de citarse a Héctor Lamas quien habla de la existencia de al menos diez categorías que funcionan como indicadores de la exclusión e inclusión social: 1. Acceso a los recursos económicos. 2. Acceso al empleo e inclusión laboral. 3. Acceso a los recursos educativos y a la formación. 4. Acceso a la vivienda, equipada y adecuada a las necesidades personales y familiares. 5. Disponibilidad de equipamientos básicos del entorno residencial. 6. Participación, formal e informal, en las redes sociales y grupos. 7. Participación en la planificación y desarrollo de la comunidad, con especial incidencia de los recursos de compensación social de situaciones de desigualdad o diversidad de partida. 8. Acceso a los recursos y posibilidades de movilidad y flujo. 9. Acceso a los recursos sociales, sanitarios y de promoción de la salud para el bienestar físico y emocional, personal y colectivo. 10. Acceso a los sistemas de garantía, previsión y seguridad futura De esta manera queda expuesto que, en principio hay ciertos recursos a los que en teoría debería acceder un individuo o colectivo para considerársele incluido o excluido. Así, la Exclusión Económica englobaría a los puntos 1, 2 y 7 cuando al ser limitados o nulos plantean un escenario en donde un determinado individuo o grupo estuviese restringido de las condiciones óptimas para adherirse a un discurso y modelo económico. Por ejemplo, Bárbara Brodigan en el libro Panoramas: Modelos alternativos de formación, hace un análisis de la idea concebida por Edith Cresson, “la Escuela de Segunda Oportunidad”, haciendo una crítica respecto al lugar en que se colocan los individuos al salir y exponerse al mundo laboral con una formación educativa limitada y de bajo nivel. Lo que significa al final su exclusión económica al no poder mantener y secundar el ritmo que plantean los esquemas y estándares de calidad de vida en Inglaterra. Enuncia que “la falta de educación y de cualificaciones genera a su vez un obstáculo para el empleo y provoca la inevitable exclusión económica y social consiguiente de la sociedad normal, lo que implica para todo Estado fuertes costes en subsidios sociales” (87) Ortiz 6 es decir, que sale de lo considerado dentro del margen de la normalidad tanto en el modelo político como en el socioeconómico. En realidad son más los teóricos que para referirse a la limitante económica lo hagan desde la categoría de marginalidad en lugar de exclusión, como el caso de Agustín Salvia que puntualmente asevera luego de un repaso histórico del concepto en Consideraciones sobre la transición a la modernidad, la exclusión social y la marginalidad económica. Un campo abierto a la investigación social y al debate político que “En el caso de la marginalidad económica, es claro que la clase de referencia son las relaciones sociales de producción” (7). Lo que vendría a colocar sobre la mesa otro aspecto particular de la exclusión económica, refiriéndose ésta a un modo clasista de etiquetar al que puede entrar, porque tiene la capacidad económica, dentro de cierto grupo de individuos. Ahora bien, de los diez puntos arriba planteados, en todos hay una relación, ya sea directa, como en los casos 6, 7 y 10, o indirecta que se refieren a exclusión política que, como ya quedó ejemplificado con el trabajo que hace Cresson, se relaciona con el factor económico. No obstante, presenta una peculiaridad importante y constitutiva, en parte, de todas las demás formas de exclusión, y que bien vale citar a Ana González cuando afirma que “en lugar de un elemento de justicia, la política social ha pasado a ser un prerrequisito para la integración económica y la cohesión social” (6) porque da la pauta para desarrollar esta particularidad de la exclusión política. Ya dentro de lo dicho sobre el trabajo de Brodigan se vislumbra una tanta esta situación. Existen Estados, constituidos cada uno por sus políticas internas y externas, en donde se etiqueta y se categorizan las tareas, las normas, las maneras y los límites de lo que se debe hacer y se puede hacer en favor de la construcción de un gobierno. De esta manera, quedan fuera de políticas sectores específicos que no son tocados por el espectro que contempla y consideran esos estándares propuestos y trabajados desde el propio Estado. Esto quiere decir, que los gobiernos excluyen en tanto sus políticas y formas de acción no toman en cuenta al total de la población que responde a su cargo, colocándolos en una posición de inestabilidad y de azarosa seguridad. Finalmente, si bien se ha dicho que las circunstancias en las que la exclusión política coloca a un grupo, afecta y propicia de alguna u otra manera otras formas de exclusión, entonces la exclusión cultural no deberá ser excepción. Agustín Silvia, más Ortiz 7 adelante comenta respecto a la marginalidad que “se explicaba por la resistencia cultural de los sectores tradicionales a incorporar las pautas de vida moderna” (5). Exposición de un fenómeno que habla de la situación de los grupos que sufren de exclusión cultural al no compartir los valores éticos, morales, estéticos o de cualquier otra índole reflejados en las expresión cultural que no se insertan dentro del modelo y canon de la modernidad. Es pues, una forma de exclusión completamente histórica, como lo acota Héctor Lamas, “Exclusión […] es también relativo porque varía espacial e históricamente, en los contextos situados”. En este sentido, ya sea en un espacio y tiempo específico o en otro, la constante es la existencia de un discurso cultural oficial y las contraculturas originadas a partir de ésta, es decir, las expresiones que surgen como resistencia a la exclusión cultural, mientras que la variable es representada por los diferentes vestuarios y papeles que adoptan esas constantes. Una definición puntual la da Adolfo Figueroa: “La exclusión cultural está relacionada con el acceso diferenciado de distintos sectores sociales a los beneficios del bienestar social y material, cuando las causas de la diferenciación residen en la existencia de conflictos de origen no estructural o en la disposición desigual de bienes simbólicos” (69). Justo en esa última consideración que hace alusión a los bienes simbólicos es donde se centra la problemática de la exclusión cultural que se crea y consolida del sentimiento de ambas partes – los excluidos y los excluyentes – al no tener nada en común respecto a la manera en que observan y transcriben el mundo a su vida cotidiana. La comunicación indígena, indicador de exclusión cultural Las distintas definiciones de exclusión, y en particular las de exclusión cultural no mencionan de forma explícita a la comunicación y sus medios como elementos a considerar en las prácticas excluyentes o incluyentes. Tradicionalmente los indígenas y campesinos en México han sido representados en los medios de comunicación desde el punto de vista de los no indios. Existen imágenes folklóricas que exaltan algunas de sus tradiciones y de sus costumbres para la venta de una imagen turística del país. Al mismo tiempo se ha incorporado la imagen de la india como empleada doméstica o nana en las telenovelas o se ha explotado su imagen de forma cómica a través de personajes como el de la India María (Bonfil Batalla, 1996; Lizaur, 1999; Mazzoti, 1996; Melédez Crespo, 1999; Ortiz 8 Torres Aguilera, 1994). Si bien no son inexistentes, en comparación con la oferta proveniente de los medios convencionales, existen pocos espacios desde los cuales se pueda acceder a contenidos producidos por indígenas y campesinos que representen su cosmovisión y sus puntos de vista (Castells i Talens, 2005; Córdova, 2004; Cornejo, 1994; Magallanes Blanco, 2008, 2007; Ramos Rodríguez, 2005, 2004; Vargas, 1995). Menos aún son los espacios que permiten tener acceso a contenidos de grupos indígenas y campesinos que tienen proyectos que están en contra de los intereses del gobierno, los terratenientes, las empresas transnacionales, o incluso la legalidad. Medios indígenas en la lucha contra la exclusión Los movimientos indígenas tienen una forma distinta de ejercer la política y de transformar su entorno, revalorando su cultura e identidad como una forma de renovar el imaginario al cual han sido sujetos. Ellos incorporan las nociones de creación, recreación, recuperación y reconstitución del saber dentro de espacios definidos por su misma práctica política, una práctica autónoma, autogestiva, colectiva y participativa. Su tarea más importante, dice Pablo Dávalos (2005), es “[. . .] transformar a un Estado excluyente, autoritario, violento, en un Estado pluralista, tolerante, participativo, democrático en sus procedimientos y en sus instituciones” (29). La resistencia a la dominación del Estado excluyente, tiene que ver no sólo con la incorporación de sus opiniones y conocimientos en los procesos sociales y políticos, sino en la posibilidad de acceder a los medios de producción tanto materiales como simbólicos, culturales y comunicacionales (Parra, 2008). Por ello, una de las reivindicaciones más importantes de los pueblos movilizados es la de tener voz y por lo tanto, acceso a los medios de comunicación, quienes históricamente han fungido como voceros legitimadores del pensamiento único y hegemónico. Así lo afirma Claudia Korol (2007): La necesidad de constitución de sujetos colectivos con capacidad de transformación, tiene como condición la posibilidad de que exista una comunicación que favorezca los procesos de identificación, de comprensión de las diferencias y sus fundamentos, la capacidad de discriminar entre el diferente y el antagónico, y la creatividad para hilvanar, no en un único relato, sino en un abanico de relatos comprensibles y dialogantes entre sí, los fragmentos de un discurso roto y de un lenguaje mutilado por las dictaduras militares, así como por la dictadura mediática del pensamiento único (Korol 26). Ortiz 9 Los movimientos indígenas tienen en la comunicación un lugar para generar mecanismos para la representación de su diversidad, impulsar nuevas prácticas políticas y de creación colectiva de saberes. Los medios de comunicación que surgen desde ellos, son necesarios para constituir un diálogo entre las comunidades y también con las fuerzas del Estado y del mercado, lo que significa un desafío a la hegemonía y a la dominación de los modelos culturales de los proyectos nacionales y globalizadores. Ya que los medios de comunicación masiva forman parte de las relaciones capitalistas y coloniales, los indígenas han sido malinterpretados, negados o invisibilizados, creando estereotipos estériles sobre lo que constituye su cultura y cosmovisión. La misma palabra de “indio” ha sido adoptada por ellos mismos para autodefinirse, aunque ahora es usada como una herramienta política e instrumento de visibilización, mucho más en relación con los movimientos indígenas (Schiwy, 2009). Retomamos entonces los postulados de Freya Schiwy en su libro Indianizing Film (2009) sobre el papel de los medios indígenas para contribuir a la descolonización de inicios del siglo XXI. En este sentido, podemos plantear varias de las características que nos indican lo relevante que son estos medios en una nación como lo es México. En primer lugar, cabe decir que los medios indígenas tienen una relación estrecha con los movimientos políticos y de protesta social, ayudando a sobrepasar tensiones históricas y perjuicios de las comunidades. A su vez, estos medios fortalecen las culturas indígenas, especialmente, como menciona Schiwy (2009), sus modos de saber, es decir, lo referente a sus mitos, rituales, sueños; y de transmitir la memoria social, o sea, danzas, música, culinaria, vestimenta, etc. Todo ello se liga a una necesidad de visibilizar y validar el conocimiento y el saber, elementos clave para mantener la dominación. Esta búsqueda pues, no se asocia solamente a la lucha por al territorio, una nueva legislación o representación política, sino que es sobre todo, dice Schiwy (2009) por otros epistemes. Estos pueden encontrarse en los medios a partir de una auto-representación para forjar su realidad cotidiana y que es, claramente, radicalmente distinta a la que los medios dominantes representan. Igualmente, los medios indígenas no buscan su integración con las estructuras hegemónicas; transforman las estructuras existencias de generación de saber situándose a sí mismos en la frontera de los centros dominantes. Ello contribuye a fortalecer una nueva Ortiz 10 idea y valor de las culturas indígenas en su contacto con sí mismo y con los otros desde una lógica fuera de la idea del mestizaje y de la asimilación. Cabe recalcar esta idea ya que, como menciona Raúl Prada (2011), mantenerse al margen desafía la idea de que los indígenas deben ser incorporados a la llamada civilización o a la nación, ya que ésta no está pensada, como lo mencionamos, en términos interculturales y de respeto hacia el otro, sino que se construye a través de una asimilación que niega, excluye y olvida. Los medios indígenas le dan vuelta a la exclusión, al olvido, al silencio y buscan deliberadamente un diálogo intercultural entre iguales. Quieren mostrarse como son, en su diversidad y diferencia, en igualdad de condiciones que cualquier grupo o persona, lo cual representa uno de los desafíos más importantes de nuestro siglo. Esta idea es también compartida por Boaventura de Sousa Santos (2008) quien plantea que la descolonización exige una interculturalidad que acepte distintas formas autónomas bajo reglas claras, junto a lo que él llama una “acción afirmativa y de discriminación positiva” (24). Es decir, “la democracia intercultural significa reivindicar la demodiversidad” (24). En este sentido, cuando se habla de la búsqueda de un diálogo intercultural y del uso de estos medios como interlocutores que ayudan a pensar y construir la inclusión, surge el debate de la cuestión tecnológica. Esto quiere decir que, si bien la comunicación en las zonas indígenas puede ayudarles a tomar ventaja de las posibilidades que ofrece la globalización usando la tecnología de forma única, también se corre el riesgo de reproducir la sociedad occidental del espectáculo, al estar utilizando sus propias herramientas y formas estéticas. Schiwy (2009) afirma que la tecnología puede ser vista como una amenaza a la cultura oral o tradicional de las comunidades indígenas, pero lo cierto es que esa alteración ya se ha producido desde hace mucho tiempo. Los medios indígenas plantean un desafío a esta visión de alienación, al usar las herramientas para poner sobre la mesa los temas que a ellos les conciernen, en el espacio, tiempo y forma que deseen. Además estos temas se colocan sobre el presente, rompiendo con la idea de lo indígena como algo arcaico y pasado. El discurso anticolonial e incluyente tiene su influencia sobre todo en el llamado cine del Tercer Mundo, el cual buscaba romper radicalmente con las formas de producción y Ortiz 11 distribución del cine industrial y denunciar sus afanes imperialistas. Sin embargo, los medios indígenas, más que romper con las formas de Hollywood, que son muchas veces utilizadas, buscan transformar el sistema mediante lo que Schiwy (2009) llama, la “indianización” de los medios. Esto implica que éstos se insertan en un proceso complejo de adaptación en función de romper estructuras tradicionales y apoyar las causas de movimientos indígenas más amplios. Redefinir la tecnología no requiere únicamente un cambio de convenciones estéticas y formatos, sino de lenguajes, formas organizativas, procesos de participación, formas de financiamiento, cooperación, distribución, entre otros. Es ahí donde, a pesar de que la tecnología es un invento “blanco”, el uso y el fin que se le dé a favor de las causas indígenas, se lleva a cabo su redefinición. Ello rompe con la colonialidad del saber y del poder, la cual ejerce y reproduce ideas sobre los indígenas como primitivos y pretecnológicos. Los medios indígenas desafían esta idea con sus producciones y procesos. Para los indígenas, los medios no son sólo una forma de entretenimiento, sino una herramienta educativa que permite una comunicación intercultural descentralizada de acuerdo con las necesidades y conocimientos propios de las comunidades. Se usa el mismo instrumento pero con otra imagen y propósito de acuerdo a sus tradiciones y formas de organizarse (Schiwy, 2009). Esta transformación del uso de la tecnología y de los medios, plantea un desafío enorme a las estructuras de poder. Sobre todo en términos culturales, que es un ámbito sobre el cual hemos insistido. Los medios indígenas inscriben sus comunidades en el presente, en lugar de ocupar un espectro premoderno, lo cual las coloca en una condición distinta, les permite regresar al pasado, hacerlo suyo y replantear en el presente sus problemáticas e imaginarios sobre estas. Así pues, la inclusión, como afirma Schiwy (2009), “se trata tanto de rescatar la cultura indígena como de transformar y reinventar el presente” (29).