DESCARTES 1596-1650 Contexto histórico, sociocultural y

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DESCARTES 1596-1650
Contexto histórico, sociocultural y filosófico
La época moderna estuvo acompañada de grandes cambios que situaron
al ser humano y su razón en el centro de atención. Se consolidaron las
naciones, hubo grandes descubrimientos, se renovó y difundió la nueva
cultura humanista, ya secularizada y fuera de los monasterios y
universidades tradicionales.
El pensamiento cartesiano se desarrolla en la primera mitad del siglo
XVII. En este siglo se da la decadencia del Imperio Español, con los
últimos Austrias, y el auge como nuevas potencias de Francia, con el
reinado del Luis XIV, y de Inglaterra. Todo el panorama europeo se
perfilará en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), donde
definitivamente se marcan las pautas que regirán Europa en los dos
siglos siguientes. Además, la monarquía absoluta se consolida como la
forma de gobierno mayoritaria si bien el auge de la burguesía, como clase
social emergente, llevará adelante una nueva propuesta política basada
en el liberalismo, que surge en Inglaterra a finales de este siglo con Locke,
y que llevará adelante la revolución inglesa en la segunda mitad de siglo.
Culturalmente, el siglo XVII es un siglo fundamental en la Época
Moderna. Es el siglo del Barroco, que viene a suceder al Renacimiento.
En literatura comienza con dos autores universales: Cervantes y
Shakespeare. Posteriormente destaca el Siglo de Oro español con autores
teatrales como Calderón o Lope de Vega y poetas como Quevedo o
Góngora. En Francia destaca el teatro de Moliere. En las artes plásticas
destacará la pintura española con Murillo, Zurbarán y especialmente
Velázquez, reconocido como uno de los principales pintores de la historia.
Igualmente, en los Países Bajos estarán Rubens y Rembrandt. Pero si
algo caracterizará este siglo culturalmente será el triunfo definitivo de la
Revolución Científica (asentando la ciencia moderna sobre la matemática
y la experimentación) con la obra inicial de Kepler y Galileo, que
desarrollarán la revolución copernicana, y, en su segunda mitad, la figura
de Newton. Por último, en este siglo se consolida la Reforma protestante
en el norte de Europa así como la Contrarreforma en los países católicos,
originándose un enfrentamiento religioso reflejado en la Guerra de los
Treinta Años.
Esta época intelectualmente novedosa lo es también para la Filosofía. Si
la filosofía medieval había sido ejercida fundamentalmente por teólogos y
profesores, no sucede así con los filósofos modernos aunque sean
hombres de ciencia y saber. Además, frente al comentario como forma de
trabajo fundamental de la escolástica, nos encontramos ahora con
filósofos que realizan obras personales, mediante la actividad individual
(aunque sea compartida pública y colectivamente con otros filósofos), y
no mediante una actividad o una reflexión colectiva, como era el método
propio de trabajo de la escolástica. A ello hay que añadir la progresiva
utilización de las lenguas vernáculas, frente a la preeminencia del latín a
lo largo de toda la edad media como vehículo de expresión cultural y
filosófica, y la más rápida difusión del saber gracias a la imprenta.
Por lo demás, ya desde Santo Tomás se había considerado necesario
distinguir la fe de la razón y atribuir a cada una de ellas un campo
específico y limitado. Esta distinción inicial que realiza santo Tomás será
convertida en separación por los pensadores sucesivos y progresivamente
aceptada como un presupuesto indiscutible. Esta idea, asociada a los
cambios anteriormente citados, prepara el camino para la exigencia de
una total autonomía de la razón, que será reclamada por todos los
filósofos modernos.
Así, el siglo XVII viene marcado por el definitivo declive de la filosofía
escolástica y el nacimiento, teniendo como fundador a Descartes, de la
Filosofía Moderna. Esta Filosofía moderna vendrá marcada primero por
el Racionalismo, movimiento continental que defiende la Razón como
fuente fundamental del conocimiento, y cuyos autores fundamentales
son Descartes, Spinoza y Leibniz. Sin embargo, a finales de siglo se hará
fuerte en las islas británicas el Empirismo, iniciado por Locke, y que de
la mano de Berkeley y especialmente de Hume, ambos ya del siglo XVIII,
irá tomando cada vez mayor auge. Así, se puede decir que el siglo XVII
será un momento clave de la historia de la filosofía y el inicio de una
nueva era: la Filosofía Moderna.
El racionalismo se caracterizará por la afirmación de que la certeza del
conocimiento procede de la razón, lo que va asociado a la afirmación de
la existencia de ideas innatas. Ello supondrá la desvalorización del
conocimiento sensible, en el que no se podrá fundamentar el saber,
quedando la razón como única fuente de conocimiento.
El racionalismo afirmará la intuición intelectual de ideas y principios
evidentes, a partir de las cuales comenzará la deducción del saber, del
mismo modo que todo el cuerpo de las matemáticas se deduce a partir de
unos primeros principios evidentes e indemostrables. Por eso, los
modelos matemáticos del conocimiento se ven revalorizados. Todo ello
conduce al racionalismo al ideal de una ciencia universal, aspiración de
la que la filosofía cartesiana es un buen exponente.
Biografía
Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en La Haye, en la Turena
francesa. Pertenecía a una familia de la baja nobleza, siendo su padre,
Joachin Descartes, Consejero en el Parlamento de Bretaña. La temprana
muerte de su madre, Jeanne Brochard, pocos meses después de su
nacimiento, le llevará a ser criado en casa de su abuela materna, a cargo
de una nodriza a la que permanecerá ligado toda su vida. Posteriormente
hará sus estudios en el colegio de los jesuitas de La Flèche, hasta los
dieciséis años, estudiando luego Derecho en la Universidad de Poitiers.
Según la propia confesión de Descartes, las enseñanzas del colegio le
decepcionaron, debido a las numerosas lagunas que presentaban los
saberes recibidos, a excepción de las matemáticas, en donde veía la
posibilidad de encontrar un verdadero saber.
Esta muestra de escepticismo, que Descartes presenta como un rasgo
personal es, sin embargo, una característica del pensamiento de finales
del siglo XVI y principios del XVII. Terminados sus estudios Descartes
comienza un período de viajes, apartándose de las aulas, convencido de
no poder encontrar en ellas el verdadero saber.
Después de sus estudios opta por la carrera de las armas y se enrola en
1618, en Holanda, en las tropas de Maurice de Nassau, príncipe de
Orange. Allí conocerá a un joven científico, Isaac Beeckman, para quien
escribe pequeños trabajos de física, así como un compendio de música.
Durante varios años mantienen una intensa y estrecha amistad,
ejerciendo Beeckman una influencia decisiva sobre Descartes, sobre todo
en la concepción de una física matemática, en la que había sido instruido
por Beeckman. Continúa posteriormente sus investigaciones en
geometría, álgebra y mecánica, orientado hacia la búsqueda de un
método "científico" y universal.
En 1619 abandona Holanda y se instala en Dinamarca, y luego en
Alemania, asistiendo a la coronación del emperador Fernando en
Frankfurt. Se enrola entonces en el ejército del duque Maximiliano de
Baviera. Acuartelado cerca de Baviera durante el invierno, pasa su
tiempo en una habitación calentada por una estufa, donde elabora su
método, fusión de procedimientos lógicos, geométricos y algebraicos. De
esa época será la concepción de la posibilidad de una matemática
universal (la idea de una ciencia universal, de un verdadero saber) y se
promete emplearla en renovar toda la ciencia y toda la filosofía.
La noche del 10 de noviembre de 1619 tiene tres sueños sucesivos que
interpreta como un mensaje del cielo para consagrarse a su misión
filosófica. Habiéndose dotado con su método de una moral provisional,
renuncia a su carrera en el ejército. De 1620 a 1628 viaja a través de
Europa, residiendo en París entre los años 1625-28, dedicando su tiempo
a las relaciones sociales y al estudio, entablando amistad con el cardenal
Bérulle, quien le animará a desarrollar sus teorías en afinidad con el
catolicismo. Durante este período se ejercita en su método, se libera de
los prejuicios, acumula experiencias y elabora múltiples trabajos
descubriendo especialmente en 1626 la ley de refracción de los rayos
luminosos. También en esta época redacta las Reglas para la dirección
del espíritu, obra inacabada que expone lo esencial de su método.
En 1628 se retira a Holanda para trabajar en paz. Permanecerá allí veinte
años, cambiando a menudo de residencia, completamente ocupado en su
tarea filosófica. Comienza por componer un pequeño tratado de
metafísica sobre el alma y Dios del que se dice satisfecho y que debe servir
a la vez de arma contra el ateísmo y de fundamento de la física.
Interrumpe la elaboración de dicho tratado para escribir en 1629 un
Tratado del mundo y de la luz que acaba en 1633 y que contiene su física,
de carácter mecanicista. Pero, habiendo conocido por azar la condena de
Galileo por haber sostenido el movimiento de la tierra (que también
sostenía Descartes), renuncia a publicar su trabajo. Por una parte no
quiere enfrentarse con la Iglesia a la cual está sometido por la fe. Por otra,
piensa que el conflicto entre la ciencia y la religión es un malentendido.
En fin, espera que un día el mundo comprenderá y que podrá editar su
libro. Este "miedo" de Descartes ante la condena de Galileo ha llevado a
algunos estudiosos a interpretar la demostración de la existencia de Dios
que realiza en las Meditaciones como un simple ejercicio de prudencia.
Para difundir su doctrina mientras tanto publica resúmenes de su física,
precedidos por un prefacio. Es el famoso Discurso del método, seguido de
La Dióptrica, Los Meteoros y La Geometría, que sólo son ensayos de este
método (1637). El éxito le conduce a dedicarse completamente a la
filosofía. Publica en 1641, en latín, las Meditaciones sobre la filosofía
primera, más conocida como Las Meditaciones metafísicas, que somete
previamente a los grandes espíritus de la época (Mersenne, Gassendi,
Arnauld, Hobbes...) cuyas objeciones seguidas de respuestas serán
publicadas al mismo tiempo. En 1640 muere su hija Francine, nacida en
1635, fruto de la relación amorosa mantenida con una sirvienta. En 1644
publica en latín los Principios de la filosofía. La publicación de estas obras
le proporciona a Descartes el reconocimiento público, pero también es la
causa de numerosas disputas.
En 1643 conoce a Elizabeth de Bohemia, hija del elector palatino
destronado y exiliado en Holanda. La princesa lo adopta como director de
conciencia, de donde surgirá una abundante correspondencia en la que
Descartes profundiza sobre la moral y sobre sus opiniones políticas y que
le conducen en 1649 a la publicación de Las pasiones del alma, más
conocida como el Tratado de las pasiones, que será la última obra
publicada en vida del autor y supervisada por él.
Posteriormente realiza tres viajes a Francia, en 1644, 47 y 48. Será en el
curso del segundo cuando conozca a Pascal. Su fama le valdrá la atención
de la reina Cristina de Suecia. Es invitado por ella en febrero de 1649
para que le introduzca en su filosofía. Descartes, reticente, parte sin
embargo en septiembre para Suecia. El alejamiento, el rigor del invierno,
la envidia de los doctos, contraría su estancia. La reina le cita en palacio
cada mañana a las cinco de la madrugada para recibir sus lecciones.
Descartes, de salud frágil y acostumbrado a permanecer escribiendo en
la cama hasta media mañana, coge frío y muere de una neumonía en
Estocolmo el 11 de febrero de 1650 a la edad de 53 años.
1. El problema del método
El método que utilizaba la filosofía escolástica durante la Edad Media
había fracasado. Era un método muy teórico, farragoso e ineficaz, sobre
todo para aquellos que se ocupaban de investigar la naturaleza. El
fracaso de la física aristotélica se hacía cada vez más patente: recurrir a
fuerzas ocultas o desconocidas, apelar a esencias imposibles de formular
empíricamente se consideraba ya inaceptable en el estudio de la
naturaleza. La naturaleza era ahora interpretada como una realidad
dinámica compuesta por cuerpos en movimiento y sometida a una
estructura matemática. Quizá comience con Copérnico esta
interpretación, que veremos también en Galileo, de tal modo que el
carácter estructuralmente matemático de la realidad se iba poniendo de
manifiesto. Así, se va viendo que es necesario un nuevo método para
abordar el estudio de la naturaleza.
Descartes comparte esta perspectiva dado el fracaso de los métodos
anteriores en el conocimiento de la verdad, y buscará crear un nuevo
método. Tomará como referencia y modelo el método deductivo de las
matemáticas, la ciencia más exacta y precisa. Si el conocimiento de la
naturaleza es posible gracias a las matemáticas, es lógico pensar que
utilizando su método se pueda alcanzar la verdad y la certeza en el
conocimiento de otros aspectos de la realidad.
El nuevo método para el estudio del mundo y la naturaleza, además,
tendrá que tener capacidad para descubrir nuevos conocimientos, no
basta un método que tenga carácter meramente explicativo -como, por
ejemplo, el razonamiento silogístico de la escolástica-, que sirva para
exponer o para comunicar un conocimiento. No se trata de transmitir un
saber acumulado a través de la historia, sino de descubrir, de inventar.
Por último, será un método fundado en la razón y, por tanto, universal,
que dé unidad a todo el conjunto del saber y la ciencia.
2. El método cartesiano
El objetivo de Descartes era dar a luz un método fundamentado en la
razón que sirviera para aumentar el conocimiento, alcanzar una verdad
firme y segura, y evitar el error
Para Descartes hay dos modos fundamentales de conocimiento sobre los
que se asentará su nuevo método, la intuición y la deducción. La
intuición es la captación inmediata de verdades simples totalmente
evidentes. La deducción es un proceso mental que hace inferencias desde
lo más simple a lo más complejo, ampliando así nuestro conocimiento.
Un método es un camino, un proceso con una serie de pasos a seguir,
que nos conduce hacia la verdad. El método cartesiano consta de las
siguientes reglas:
i.
No admitir nada como verdadero a no ser que sepamos con total
evidencia que lo es. Es decir, evitar la precipitación y no afirmar
nada que no se presente con total claridad y distinción a nuestro
espíritu, de manera que sea imposible ponerlo en duda.
ii.
Dividir cada una de las dificultades que encontremos en
cuantas partes sea posible y necesario para su mejor solución.
iii.
Conducir ordenadamente todos los pensamientos, empezando
por los objetos más simples y fáciles de conocer, para ir
ascendiendo poco a poco hasta el conocimiento de los más
complejos.
iv.
Hacer recuento y revisión exhaustiva de los pasos dados para
estar seguros de haber procedido adecuadamente y de no omitir
nada.
3. La aplicación del método
Su primera regla nos obliga a no aceptar nada como verdadero que no se
presente al intelecto con absoluta evidencia. Descartes convirtió la duda
en la base de su método; decidió emplear la duda para encontrar la
certeza, y por eso se trata de una duda metódica. Para Descartes, de
hecho, existen en principio múltiples razones para dudar.
Los sentidos se presentan como la principal fuente de nuestros
conocimientos; ahora bien, muchas veces los sentidos nos engañan,
como cuando introducimos un palo en el agua y parece quebrado, o
cuando una torre me parece redonda en la lejanía y al acercarme observo
que era cuadrada, y situaciones semejantes. No es prudente fiarse de
quien nos ha engañado en alguna ocasión, por lo que será necesario
poner en suspenso todos los conocimientos que derivan de los sentidos.
Pero, ¿cómo dudar de cosas tan inmediatas como que estamos aquí, en
una clase, escuchando y tomando notas sobre el papel? Dice Descartes
que esta seguridad en los datos sensibles inmediatos también puede ser
puesta en duda, dado que ni siquiera podemos distinguir con claridad la
vigilia del sueño. ¿Cuántas veces he soñado situaciones muy reales que,
al despertarme, he comprendido que eran un sueño? Esta incapacidad
de distinguir el sueño de la vigilia nos conduce a dudar incluso de
nuestros propios pensamientos.
Aun así, parece haber ciertos conocimientos de los que razonablemente
no puedo dudar, como los conocimientos matemáticos. Sin embargo
Descartes plantea la posibilidad de que el mismo Dios que me ha creado
me haya podido crear de tal manera que cuando juzgo que 2+2 = 4 me
esté equivocando; de hecho permite que a veces me equivoque, por lo que
podría permitir que me equivocara siempre, incluso cuando juzgo de
verdades tan evidentes como la verdades matemáticas. En ese caso todos
mis conocimientos serían dudosos y, por lo tanto, según el criterio
establecido, deberían ser considerados todos falsos.
Dado que la posibilidad anterior puede parecer ofensiva a los creyentes,
Descartes plantea otra opción: la de que exista un genio maligno que esté
interviniendo siempre en mis operaciones mentales de tal forma que haga
que tome constantemente lo falso por verdadero, de modo que siempre
me engañe. Así, la duda ha de extenderse también a todos los
conocimientos que no parecen derivar de la experiencia.
La duda planteada por Descartes es, por tanto, una duda radical que
progresa de lo sensible a lo inteligible, abarcando la totalidad de mis
conocimientos. No sólo debo dudar de todos los conocimientos que
proceden de los sentidos, sino también de aquellos que no parecen
proceder de los sentidos, ya que soy incapaz de eliminar la incertidumbre
que los rodea.
Sin embargo, viéndose obligado a dudar de todo, Descartes se da cuenta
de que para ser engañado ha de existir, por lo que percibe que la siguiente
proposición: “pienso, existo”, ha de ser cierta. Esa proposición supera
todos los motivos de duda: incluso en la hipótesis de la existencia de un
genio malvado que haga que siempre me equivoque, cuando pienso que
2 y 2 son cuatro, por ejemplo, es necesario que, para que me equivoque,
exista. Esta proposición, "pienso, existo" se presenta con total claridad y
distinción (sus opuestos serían oscuridad y confusión), de modo que
resiste todos los motivos de duda y goza de absoluta certeza. Es la
primera verdad de la que puedo estar seguro, de la que puedo decir que
es evidente.
Una vez descubierta ésa primera verdad, Descartes se propondrá
reconstruir sobre ella el edificio del saber y, al modo en que operan los
matemáticos, por deducción, tratará de extraer todas las consecuencias
que se siguen de ella.
4. El yo como sustancia pensante
Hemos llegado, por tanto, a la afirmación del yo, del sujeto pensante. Y,
¿qué soy yo? Una cosa que piensa, dirá Descartes. ¿Y qué es una cosa
que piensa? Una cosa que siente, que quiere, que imagina... Descartes
hace del yo pienso una "cosa", una sustancia, a la que han de pertenecer
ciertos atributos. La duda sigue vigente con respecto a la existencia de
cosas externas a mí, por lo que el único camino en el que se puede seguir
avanzando deductivamente es el del análisis de ese "yo pienso" al que
Descartes caracteriza como una sustancia pensante, como una cosa que
piensa, absolutamente independiente de todo lo demás. Y, ¿qué es lo que
hay en el pensamiento? Contenidos mentales, a los que Descartes llama
"ideas". La única forma de progresar deductivamente es, pues,
analizando dichos contenidos mentales, analizando las ideas. Y
Descartes distingue tres tipos de ideas:
I.
Unas que parecen proceder del exterior a mí, a las que llama
“adventicias”.
II.
Otras que parecen haber sido producidas por mí, a las que llamara
“ideas facticias”, es decir, artificiales y no naturales.
III.
Y otras, por fin, que no parecen proceder del exterior ni haber sido
producidas por mí, a las que llamará “ideas innatas”.
Las ideas adventicias, en la medida en que parecen proceder de objetos
externos a mí, están sometidas a la misma duda que la existencia de los
objetos externos, por lo que no pueden ser utilizadas en el avance del
proceso deductivo; y lo mismo ocurre con las ideas facticias, en la medida
en que parecen ser producidas por mí. Sólo nos quedan las ideas innatas
y su análisis para que podamos seguir avanzando.
5. De la existencia de Dios a la existencia del mundo
Descartes analiza dos de esas ideas, la de infinito y la de perfección, y
argumentando que no pueden haber sido causadas por mí, dado que soy
finito e imperfecto, sólo pueden haber sido causadas por un ser
proporcionado a ellas, por lo que tienen que haber sido puestas en mí por
un ser infinito y perfecto, que sea la causa de las ideas de infinito y de
perfección que hay en mí, es decir, Dios. Además, la propia idea de Dios,
de un ser absolutamente perfecto, implica su existencia, ya que de no
existir le faltaría algo y ya no sería perfecto, así que ha de existir.
Dado que Dios no puede ser imperfecto y es bueno, se elimina la
posibilidad de que me haya creado de tal manera que me engañe, por lo
que los motivos para dudar tanto de la verdades matemáticas y en general
de todo lo inteligible, como de la verdades que parecen derivar de los
sentidos, quedan eliminados. Puedo creer por tanto en la existencia del
mundo, una realidad externa a mí, con la misma certeza con la que se
que es verdadera la proposición “pienso, existo”.
¿Y qué es en última instancia el mundo y qué puedo conocer de él con
certeza? En la segunda meditación de las Meditaciones metafísicas,
Descartes ilustra con ayuda de un pedazo de cera la idea de que el
atributo del mundo corpóreo es la extensión. Un pedazo de cera tiene
ciertas propiedades sensibles, como su forma, el sonido que hace al
golpearse, su olor, rugosidad y sabor. Sin embargo, cuando la cera se
derrite, todas estas propiedades desaparecen, y sin embargo Descartes
reconoce que se trata de la misma cera. Lo único que ha permanecido es
la extensión.
Así, Descartes distingue entre cualidades primarias y secundarias. Las
cualidades primarias u objetivas son la extensión (en longitud, anchura
y profundidad) y las que dependen de ellas como el tamaño y la figura. A
estas añade también el movimiento. Son precisamente cualidades de las
que cabe un conocimiento “claro y distinto”, que, en este caso, quiere
decir conocimiento que se pueda expresar en términos matemáticos. Por
su parte las cualidades secundarias son aquellas que no existen en las
cosas mismas, y, en cierto sentido son subjetivas. Descartes pone como
ejemplos de estas cualidades el color, el sonido, el gusto, el olor y las
cualidades táctiles.
Descartes definirá “sustancia” como todo aquello que existe
independientemente de cualquier otro ser, por ello sólo Dios sería
sustancia en sentido estricto. Sin embargo, como la sustancia extensa y
la pensante son independientes entre ellas, también son consideradas
sustancias. Como resultado de la deducción podemos estar seguros, por
tanto, de la existencia de tres sustancias:
I.
La sustancia pensante, de carácter no corpóreo, no extenso,
inmaterial.
II.
Una sustancia infinita, Dios, que es la causa última de las otras
dos sustancias.
III.
La sustancia extensa, es decir, el mundo, las realidades corpóreas,
cuya característica sería la extensión, por la que Descartes define
esta sustancia.
6. El mecanicismo cartesiano
La esencia del mundo es la extensión. Por tanto, para Descartes lo que
podamos afirmar acerca del mundo con certeza será todo aquello relativo
a las cualidades primarias, que son todas aquellas mensurables y que
podemos expresar matemáticamente. Para Descartes, entonces, el
universo es concebido como una gigantesca máquina, que hay que
intentar explicar en términos de materia en movimiento y de forma
matemática. La realidad puede explicarse sin referirnos a ninguna
finalidad. Por ello, decimos que su física es mecanicista, porque toda
realidad natural tiene una estructura comparable a la de una máquina.
Este enfoque tuvo gran repercusión en el desarrollo de la ciencia en la
civilización occidental, sobre todo en su rama tecnológica. Sin embargo,
retrasó el progreso de las ciencias inexactas basadas en la observación.
Con sus tesis mecanicistas Descartes intenta fundamentar la física
moderna, física que, a diferencia de la aristotélica, es esencialmente
matemática.
Según su teoría, Dios creó la materia inerte y le dio movimiento; esta
materia tiene una extensión geométrica y se divide en partículas
materiales en movimiento que al chocar entre sí y combinarse dan lugar
a los cuerpos. Los cuerpos, por tanto, contienen el movimiento de la
materia original y se rigen por él. De esta manera, el movimiento que es
puesto por Dios en la naturaleza, en una cantidad determinada, se
conserva siempre constante según las leyes del movimiento que lo rigen.
Las leyes mecánicas propuestas por Descartes como leyes del movimiento
son tres:
1) Ley de la inercia. Un cuerpo no cambia su estado de movimiento o
reposo a menos que choque con otro.
2) Ley de la dirección del movimiento. Todos los cuerpos se mueven
en línea recta, a menos que choquen con otros.
3) Ley de la conservación del movimiento: La cantidad de movimiento
se mantiene constante entre dos cuerpos que chocan, por lo cual,
la cantidad total de movimiento en el Universo se mantiene
constante.
Otro elemento importante se refiere a su concepción de los animales y las
plantas como máquinas. Los animales no tienen alma o mente y pueden
ser explicados en términos de materia en movimiento –mecánicamente-.
El responsable de su conducta es la propia naturaleza.
7. Antropología
En el hombre se da un dualismo antropológico porque se dan cita dos
sustancias: la mente o alma y el cuerpo. Descartes, nos presenta el
argumento para mostrar la radical diferencia entre ambos en la sexta
meditación:
→ Aquello que podemos concebir con claridad y distinción como
correspondiendo a una cosa, le pertenece realmente.
→ Tengo claridad y distinción de que nada pertenece a mi esencia excepto
que soy una cosa pensante e inextensa.
→ Tengo una idea clara y distinta del cuerpo como una cosa extensa y
no-pensante.
→ Así, mi alma es distinta de mi cuerpo y puede existir sin él.
Sin embargo, existe una relación muy estrecha entre nuestra alma y
cuerpo, ya que permanecen unidos e interaccionan entre sí: el cuerpo
obedece las órdenes que la mente le da, pero todo lo que afecta a nuestro
cuerpo repercute también sobre el alma. Nos dice que el alma se extiende
a lo largo de todo el cuerpo, aunque exista también un lugar privilegiado
en donde parece concentrarse y en donde propiamente conecta el alma y
el cuerpo: el cerebro, a través de la glándula pineal.
8. La moral cartesiana
Descartes distingue en el alma «acciones» y «pasiones»: las acciones
dependen de la voluntad; las pasiones son involuntarias y están
causadas por las fuerzas mecánicas que actúan en el cuerpo. El hombre
debe dejarse guiar no por las pasiones, sino por la experiencia y por la
razón, y sólo así podrá distinguir en su justo valor el bien y el mal y evitar
los excesos. En este progresivo dominio de la razón, que hace al hombre
dueño de su voluntad y libre, está la característica de la moral cartesiana.
Además, mientras en el análisis teórico sólo se aceptará como verdadero
lo evidente, porque mientras se llega a esa verdad se puede vivir en la
duda, en el terreno de la moral eso no es posible, pues se ha de vivir cada
día, tomar decisiones y actuar, y esto no admite dilaciones. De ahí que la
moral de Descartes sea una moral provisional basada en estas reglas:
1) La primera regla era obedecer a las leyes y a las costumbres del
país, conservando la religión tradicional y ateniéndose en todo a
las opiniones más moderadas y más alejadas de los excesos. Así
expresa su respeto hacia la tradición religiosa y política. Distinguía
dos dominios diferentes: el uso de la vida y la contemplación de la
verdad. En el plano teórico no es aceptable lo verosímil ni lo
probable, pero en el plano moral sí, pues no existen opiniones
evidentes, y de ahí que como primera máxima recomendara
moderación.
2) La segunda máxima era la de ser lo más firme y resuelto posible en
mis acciones y seguir con constancia la opinión u opción adoptada,
imitando en esto a los caminantes que, extraviados en algún
bosque, no deben andar errantes dando vueltas por una y otra
parte, ni menos detenerse en un lugar, sino caminar siempre lo
más derechos que puedan hacia un sitio fijo, sin cambiar de
dirección por leves razones, pues de ese modo, si no llegan donde
quieren ir, por lo menos acabarán por llegar a alguna parte, en
donde estarán mejor que en medio del bosque. Esta medida nos
sustraerá de los arrepentimientos y remordimientos, lo cual es lo
propio de los espíritus débiles y vacilantes que, sin constancia, se
dejan arrastrar a practicar como buenas las cosas que luego juzgan
malas. En suma, hemos hecho lo mejor que podíamos en las
circunstancias en que nos encontrábamos, los arrepentimientos y
remordimientos sólo pueden contribuir a desorientarnos de nuevo.
La paz de conciencia consiste en la certeza sobre la bondad de las
propias acciones, y se consigue considerando que nuestras
decisiones han sido tomadas basándonos en las mejores razones
que teníamos en el momento, debiéndose perseverar en ese obrar
dictado por la razón.
3) La tercera regla era procurar vencerse más bien a sí mismo que a
la fortuna y esforzarse en cambiar los pensamientos propios más
que el orden del mundo. Nada está enteramente en nuestro poder,
excepto nuestros pensamientos, y el mérito y la dignidad del
hombre está en el uso que sabe hacer de sus facultades. Esta regla
expresa el espíritu del cartesianismo, el cual exige que el hombre
se deje conducir únicamente por la propia razón. La felicidad puede
conseguirse amoldándonos a las circunstancias y procurando
cambiarnos nosotros, esto es, nuestros deseos y pensamientos,
antes que intentar cambiar el mundo, lo cual resulta mucho más
difícil o imposible.
Por último, como conclusión de esta moral, se le ocurrió intentar elegir la
mejor ocupación en la vida, que en su caso no era otra que aplicarse por
entero al cultivo de la razón y adelantar cuanto pudiera en el
conocimiento de la verdad según su método.
DEFINICIONES
Intuición: es un conocimiento de tipo inmediato, evidente e indudable.
Consiste en la captación de las verdades simples que emanan de la propia
razón.
Deducción: es un conocimiento más complejo extraído a partir de las
intuiciones por medio de inferencias para llegar a una determinada
conclusión. Consiste en el conocimiento que tenemos por medio del
razonamiento.
Claridad y distinción: son los criterios que nos permiten distinguir lo
verdadero de lo falso. Claro es aquello que se capta inmediatamente, sin
duda u oscuridad, a través de la intuición. Distinto es lo preciso y
diferente, lo que es simple y no confuso.
Duda metódica: consiste en el paso previo al inicio del pensar filosófico,
por eso es metódica, es decir, no se queda instalado en la duda, sino que
a partir de ella arranca su filosofía. Es una duda universal, base del
método y que le sirvió para llegar a la verdad.
Sustancia: realidad que no necesita de ninguna otra para existir. Son
tres: la sustancia pensante, la sustancia infinita y la sustancia extensa.
Ideas: son contenidos de la mente de la sustancia pensante.
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