TEMA 10. POLITICA. Introducción Es evidente la necesidad de normas para la supervivencia de la sociedad. Pero ¿y para el individuo? ¿En qué le beneficia obedecer las normas? De entrada, parece que en poco. Las normas nos limitan, nos restringen y coartan nuestra libertad. Entonces, ¿por qué las obedecemos? Tendemos a considerar varias razones: por miedo al castigo; porque nos resulta lo más cómodo; por sentido del deber... Además, las leyes se obedecen si son legítimas, esto es, si son justas y si han sido hechas por un poder que represente legítimamente al pueblo. Principales teorías sobre el Estado A menudo la política ha tenido mala fama: «Todos los políticos son iguales», «Sólo buscan su propio provecho», «¿Qué más da a quién votemos? ¡Todos hacen lo mismo!». Sin embargo, como afirmaba Aristóteles, «el ser humano es un animal político», por lo que inevitablemente se siente implicado en la marcha de los asuntos públicos. Además, desentenderse de ellos y dar la espalda a la política sería completamente irresponsable, pues todos dependemos de su buen funcionamiento. Por esta razón, la política se nos presenta como una actividad esencial sobre la que es preciso reflexionar. Lo primero que se nos ocurre al intentar acotar lo que es la política es su relación con el poder. Aunque el poder está presente en todas las relaciones humanas, nos centramos en el poder político. “El mundo siempre ha estado habitado del mismo modo por hombres que han tenido las mismas pasiones, y siempre ha habido quien sirve y quien manda; y quien sirve de mala gana y quien sirve de buena gana; y quien se rebela y es llamado al orden.” Maquiavelo, N., De la manera de tratar a los pueblos sublevados de Vaidichian. El poder político Podríamos definir el poder como la capacidad que tiene una persona o un grupo para imponer su voluntad sobre la de los otros, sobre todo cuando la conducta que se impone es contraria a los deseos o inclinaciones de aquellos a quienes se les impone. Por eso, el poder se traduce en una relación en la que uno de los elementos queda controlado, condicionado o determinado por el otro componente de la relación. El poder impregna todos los ámbitos de nuestra vida. Así, se ejerce poder en la familia, en la educación, en las relaciones de pareja... pues siempre que hay más de una voluntad, una tiende a imponerse a las otras. Las relaciones de poder se extienden por todo el entramado social. Por ejemplo, ejercen poder el tirano que manda despóticamente a sus súbditos, pero también la madre protectora que impone su voluntad, o el profesor que se hace escuchar en clase. Existen también diversos grados de intensidad y distintas formas en que se puede dar. No es lo mismo el tirano que obliga a cumplir las leyes bajo amenaza de pena de muerte, y la madre que cariñosamente obliga a su hijo a abrigarse. Ambas relaciones son relaciones de poder; pero los procedimientos en que se basan son muy diferentes. Por ello, no hay que confundir poder con manipulación, extorsión o violencia. Así, el poder no debe considerarse de forma estrictamente negativa. El poder también tiene una dimensión positiva o productiva, pues sin él sería imposible la vida social. Nos interesa fundmentalmente el poder político, o sea, aquel que se da en la organización de la polis, comunidad o sociedad. Cuando hablamos en general de poder, pensamos automáticamente en aquellos individuos o grupos que con sus decisiones controlan la vida pública de los demás (las leyes que deben obedecer, los impuestos que han de pagar...). Por eso, poder político es el poder de los que influyen en la administración, el control y la distribución del bien común. Como esta función la lleva a cabo el Estado, se considera que el poder político es el de quienes participan en su dirección. Ahora bien, en las decisiones de Estado no sólo influye el Gobierno o los partidos, sino que también intervienen, en mayor o menor medida, los sindicatos, las asociaciones religiosas, las grandes multinacionales..., e incluso, la opinión pública en general. Así pues, poder político es la capacidad de participar en las decisiones del Estado. El Estado En sentido amplio, Estado sería cualquier sociedad en la que exista algún tipo de organización política. Estado sería sinónimo de sociedad políticamente organizada. Por tanto, podríamos afirmar que el Estado existe desde las primeras organizaciones, humanas, en las que alguno o algunos de sus miembros se encargaban de dirigir la vida comunitaria de los demás controlando y administrando los bienes comunes. En la actualidad, manejamos un concepto de Estado más restrictivo que empezó a fraguarse en torno al s. XVI. Maquiavelo hizo la primera definición de este término. Desde entonces, se entiende que el Estado es una forma de organización política caracterizada por un poder permanente e indiscutible en un territorio concreto. Según Max Weber, lo específico del Estado es poseer el monopolio de la fuerza y la violencia física dentro de su territorio. Este monopolio no siempre se ha dado. En el pasado, las más diversas asociaciones (familias, clanes, señores feudales...) usaban la violencia como un medio absolutamente normal de obtener sus fines. En las sociedades actuales, sí es el único que tiene derecho a hacer uso de la fuerza. Es frecuente que grupos o individuos que no le representan ni tienen su autorización (mafias, terroristas, delincuentes) hagan uso de ella. Sin embargo, éste es un uso ilegítimo o ilegal y, por tanto, es perseguido. Aparte del monopolio de la fuerza y territorialidad, otros rasgos del estado son: Es soberano. En el ámbito estatal no existe una instancia superior. Las demás asociaciones (empresas, clubes, fundaciones...) se subordinan a él. En caso contrario, pueden ser sancionadas o anuladas. En la actualidad, esta concepción de la soberanía estatal, posiblemente, necesite una redefinición. La importancia que están adquiriendo las organizaciones supraestatales (UE, ONU...) ponen en entredicho que los Estados puedan y deban regirse con independencia de lo dictaminado por las organizaciones internacionales. Encargado de mantener el orden. Esta es la función principal, la obligación de proteger a sus miembros de las amenazas interiores y exteriores. Internamente para evitar los conflictos y asegurar la estabilidad y la paz social. Externamente, para proteger a sus ciudadanos de agresiones externas, mediante las relaciones internacionales y la fuerza militar. Responsable de promover el bien común. Es el único capaz de aunar los esfuerzos comunes de todos los ciudadanos para acometer obras y reformas favorables para todos. El Estado no debe confundirse con el Gobierno de una nación. Se trata de instituciones relacionadas, pero distintas. Teorías sobre el origen del Estado En sentido amplio, existe Estado en todas las sociedades que poseen organización política, por sencilla que sea; aunque, en sentido estricto, el Estado surge en la modernidad a raíz de una serie de hechos históricos, como la aparición de la burguesía. Pero la Filosofía siempre se ha formulado preguntas al respecto como: ¿la sociabilidad humana implica necesariamente la existencia de Estado?, ¿hay alguna justificación para el hecho de que algunas personas tengan más poder que otras?, ¿podría haber sociedades sin Estado? Y, en caso de ser así, ¿serían mejores o peores que las que lo tienen? Pueden darse dos respuestas. El Estado no es necesario Esta postura ha sido defendida por un movimiento político conocido con el nombre de anarquismo. Etimológicamente, anarquía significa ‘sin jefe' y, por extensión, situación caracterizada por la ausencia de normas y autoridad. Durante mucho tiempo se usó este término peyorativamente como sinónimo de caos, confusión y desorden. Pero cuando surgió (s. XVIII), era un movimiento político, social y moral, caracterizado por la oposición a toda tiranía y coacción. Sin embargo, es en el siglo XIX, con Proudhon y Bakunin, cuando el anarquismo se reviste plenamente de ideología política basada en la creencia del carácter ilegítimo y corruptor de todo poder, y defiende la necesidad de una comunidad libre de toda coacción. Para los anarquistas, el Estado no sólo no es necesario, sino que es indeseable. Históricamente, el Estado ha sido un instrumento de opresión que sólo ha favorecido la ambición y el odio de los poderosos; generando guerras y males en todas sociedades humanas. Aunque la vida es esencialmente social; ello no implica la existencia de un poder central y opresor. En una comunidad libre e igualitaria, la natural bondad humana garantizaría la solidaridad sin que fuera necesaria su imposición. Las ideas anarquistas tuvieron una poderosa influencia en movimientos revolucionarios del siglo XIX y XX. El Estado es necesario La ideología anarquista, a pesar de la relevancia que ha tenido en algunos momentos, no refleja la opinión mayoritaria. Para casi todos los pensadores, el Estado es imprescindible básicamente por dos razones: Porque es la única instancia que promueve el bien común. Los individuos particulares y las distintas asociaciones que componen la sociedad civil están tan preocupados por conseguir sus propios objetivos que hacen imprescindible una institución (el Estado) que se ocupe del interés general. Porque, como monopoliza la fuerza (es el único que puede hacer uso legítimo de ella), limita y controla los brotes de violencia que puedan darse. Como la competitividad y la agresividad son tan naturales al hecho social como la cooperación y la solidaridad, el Estado se presenta como el único capaz de evitar que estas tensiones y conflictos hagan peligrar la estabilidad social. El contrato social Algunas de las teorías que defienden la necesidad del Estado se conocen como teorías contractualistas. Las teorías del contrato social tienen como objetivo explicar y justificar el origen de la sociedad y el Estado. Estas teorías aparecieron por primera vez hacia el siglo XVII. Antes, pocos pensadores se habían planteado esta problemática, pues el Estado no sólo era considerado necesario, sino también natural. Por lo tanto, tratar de justificarlo se veía como algo tan absurdo e innecesario como lo sería justificar el orden de la naturaleza: es así, y no está en nuestras manos ni corregirlo ni modificarlo. Los contractualistas surgen en el momento en que se produce un cambio de perspectiva: de la consideración del Estado como algo natural se pasa a la certeza de su carácter convencional. Así, tanto las leyes y normas sociales como las instituciones y los órganos de poder se ven como una creación humana que puede ser desechada o modificada. Según esta teoría, el Estado es fruto de un pacto o contrato, similar a los que se producen en la constitución de una sociedad comercial o de una asociación. Así, el Estado debe ser pensado como el resultado de un acuerdo o contrato que ratificaron todos los individuos racionales y libres de la comunidad. Esta teoría del contrato social no pretende describir un hecho histórico real; sino que se trata de una metáfora explicativa para resaltar el carácter convencional del Estado. Dicho de otro modo, pretende comunicar que hay que concebir el Estado como si este pacto efectivamente se hubiese producido, aunque de hecho no haya sido así. Las principales teorías contractualistas (Hobbes, Locke y Rousseau), aunque son muy diferentes, tienen en común que todas ellas imaginan cómo debía de ser la vida de los individuos en el estado de naturaleza, es decir, antes de la constitución del Estado. Como veremos más adelante, de las características de este estado de naturaleza dependen el tipo de acuerdo social y el tipo de organización política resultante. Thomas Hobbes. Antes de la fundación del Estado, impera la ley natural del más fuerte. En este estado de naturaleza, no se reconoce ni respeta ningún derecho, porque todos se consideran con derecho a todo. Es una situación de caos total en la que «el hombre es un lobo para eI hombre». Para garantizar cierto orden y estabilidad, los individuos ceden incondicional e irrevocablemente todos sus derechos a una sola persona: el soberano. Resultado: Estado autoritario. John Locke. Incluso antes de haber Estado, los seres humanos tienen de forma natural derechos: a la vida, a la libertad, a la propiedad... Sin embargo, no existen mecanismos para hacer que se respeten ni para sancionar a quienes los violan. Para garantizar este respeto, los individuos ceden sus derechos a un grupo de personas (los gobernantes). Sin embargo, esta cesión es provisional, ya que puede ser revocada si los gobernantes no los respetan. Resultado:Democracia representativa. Jean-Jacques Rousseau. Antes de la constitución del Estado, los seres humanos son libres, buenos e iguales. Son, precisamente, las sociedades las que los corrompen. Sin embargo, en el estado de naturaleza, existen dificultades para satisfacer todas las necesidades. Para facilitar la satisfacción de las necesidades, los individuos se asocian poniendo su voluntad al servicio de la voluntad de todos (voluntad general). Resultado: Democracia directa Formas del Estado Hemos hablado ya de la aparición reciente de esa forma de organización política que llamamos Estado. Históricamente, sin embargo, el Estado ha ido cambiando. Si los primeros Estados eran principalmente autoritarios, hoy en día muchos se califican como Estados sociales de derecho. Vamos a ver las principales formas que puede tomar el Estado. 6.1 Estado autoritario Se caracteriza porque su autoridad es ilimitada. No está sometida a ningún tipo de control. No reconoce ningún organismo que pueda criticarlo, oponerse o controlarlo. Este monopolio de la autoridad se refleja en la imposibilidad que viven los ciudadanos para intervenir en los asuntos de Estado: no pueden elegir a los gobernantes, no pueden expresar abiertamente su disconformidad... No existen tampoco órganos judiciales realmente independientes respecto a los gobernantes. Así, los individuos se encuentran indefensos frente a cualquier abuso de autoridad, ya que no tienen medio legal efectivo para defender sus derechos. Podemos distinguir dos tipos de Estado autoritario: Estado absolutista. Es característico del inicio de la Edad Moderna. Como ejemplos tenemos el reinado de Felipe II en España, el de Luis XIV en Francia y el de Enrique VIII en Inglaterra. En todas estas monarquías el poder del soberano era prácticamente ilimitado y no estaba sujeto a restricciones de ningún tipo dentro de las fronteras de su dominio. Las personas que detentan el poder no son elegidas por sus súbditos ni éstos tienen forma de oponerse, legalmente, a sus mandatos. Estado totalitario. Es la forma más terrible de Estado autoritario. A diferencia de los Estados absolutistas, en los totalitarios existe un control aún más exhaustivo de todos los ámbitos sociales y personales. En estas dictaduras el Estado controla también aquellos organismos que no son propiamente estatales, como la sociedad civil, e incluso, la vida privada de las personas. Los medíos de comunicación, la educación, las creencias religiosas, la familia... son inspeccionados para evitar oposiciones que amenacen la hegemonía del Estado. 6.2. Estado de derecho A diferencia de lo que ocurre en el Estado autoritario, en un Estado de derecho la autoridad estatal está sometida al dominio de la ley. El poder político no puede ejercerse arbitrariamente, sino que debe hacerse dentro de los límites del ordenamiento legal. Esto significa que las personas que ocupan los cargos estatales e intervienen directamente en las decisiones de Estado no pueden hacer lo que se les antoje, sino que han de tomar sus decisiones dentro de lo que marca la ley. El objetivo es proteger los derechos individuales frente á los abusos que pueda cometer el propio Estado. En un Estado de derecho, los derechos se consideran incluso superiores a la autoridad estatal, pues el Estado tiene sentido como guardián de éstos. La libertad de expresión o la de asociación son derechos inalienables que el Estado debe promover y proteger. En el ejercicio de esta función asume el monopolio de laviolencia, y lo hace para evitar que, mediante la coacción o la fuerza, cualquier otra persona o grupo pueda ponerlos en peligro. Aunque la estructura y el funcionamiento de un Estado de derecho pueden variar de un país a otro, vamos a ver dos de sus rasgos característicos: La Constitución es la ley máxima que regula y estructura el funcionamiento de un Estado de derecho. Es un documento en el que se fijan por escrito las normas generales, los órganos y procedimientos para el ejercicio de poder, así como la relación que estos órganos tienen con los individuos y sus derechos. Los primeros textos de este tipo se remontan al siglo XVIII, y son herederos directos de la Revolución Francesa y la norteamericana. Otro de los mecanismos que garantizan la existencia de un Estado justo es la división de poderes. El filósofo francés Montesquieu introdujo la idea de que, para evitar los abusos, el poder mismo debía poner freno a su poder. El mecanismo para hacerlo consiste en hacer recaer los tres tipos de poder que posee (legislativo, ejecutivo y judicial) en manos distintas e independientes. De esta forma, se imposibilita la aparición de un poder demasiado unitario y global que no encuentre límites a su dominio. El Poder ejecutivo (Gobierno) promueve las leyes y dirige la administración y la defensa del Estado; el Poder legislativo (Parlamento) elabora las leyes y controla el poder ejecutivo; y el Poder judicial (Tribunales) aplica las leyes y sanciona su incumplimiento. También vela por la constitucionalidad de las leyes aprobadas. «Todo hombre que tiene poder siente la inclinación a abusar de él, yendo hasta donde encuentra límites». Montesquieu. 6.3. Estado social de derecho Esta forma de Estado, de la que los países democráticos se consideran ejemplo, se basa en la convicción de que el reconocimiento legal de las libertades individuales es indispensable, pero insuficiente. Para que el Estado sea justo y satisfactorio para sus ciudadanos, debe ajustarse al derecho, y también debe subsanar las deficiencias y desigualdades que genera el propio sistema. Por influencia de los movimientos socialistas del siglo XIX, se reconoce que, para hacer efectivas muchas de las libertades individuales, es preciso asegurar también una mínima igualdad social entre los ciudadanos. No es suficiente con que todos seamos iguales ante la ley, pues las libertades fundamentales (de expresión, de profesión, de asociación) sólo se pueden hacer efectivas si se asegura una igualdad mínima de vida. Por esta razón, el Estado debe intervenir directamente en la consecución de derechos como el derecho a una vivienda y a un trabajo dignos, a una buena educación y a una atención sanitaria adecuada. La función principal del Estado ya no se reduce, por tanto, a proteger y velar por los derechos individuales, se le reconoce además una labor fundamental en el ámbito social. Así pues, se entiende que entre sus funciones está también promover el bienestar material y la seguridad económica de sus ciudadanos. En concreto, se consideran responsabilidad suya: la organización de la sanidad y la educación gratuitas, la prestación de servicios personales y sociales para hacerse cargo de los sectores desfavorecidos, y la creación de seguros de desempleo. El Estado se ha convertido en las sociedades democráticas en un Estado del bienestar. La legitimación del Estado Concepto de legitimación. ¿Por qué los miembros de una sociedad, que son muchos, obedecen a quien gobierna, que es uno solo o un grupo reducido? A veces, los habitantes de un país obedecen al Estado por miedo a un castigo fácilmente imaginable. En otros casos, en cambio, los ciudadanos obedecen sin sentirse amenazados, por considerar que es su deber. Esto pasa cuando el Estado goza de autoridad. Además del Estado, también pueden tener autoridad los padres sobre los hijos, la profesora sobre los alumnos o el entrenador sobre los jugadores. Tener autoridad es tener derecho a mandar o derecho a dirigir. Alguien tiene autoridad cuando los demás le obedecen no porque se sientan intimidados, sino porque reconocen el derecho del otro a mandarles. Es decir, autoridad no es sinónimo de poder, sino de poder legitimado. Los ciudadanos obedecen voluntariamente al Estado cuando lo consideran legítimo. La legitimación del poder, coincide con su justificación. Esta justificación le hace aceptable. Así, si un atracador nos obliga a darle nuestro dinero amenazándonos con una pistola, probablemente obedeceremos, pero no reconoceremos ninguna legitimidad a su poder. En cambio, cuando acatamos las leyes de nuestro país, convencidos de que ése es nuestro deber, entonces reconocemos que el poder del Estado está justificado, es decir, creemos en su autoridad y legitimidad. Formas de legitimación Prácticamente todos los que participan directamente del poder del Estado reconocen la necesidad de justificar y legitimar este poder, para hacerlo más efectivo y eficaz. Esto ha sido así en todos los tiempos, lo único que ha variado han sido las formas empleadas para hacerlo. Algunas de ellas, analizadas racionalmente, se muestran carentes de valor. Veamos las tres formas de legitimación del poder que señaló el pensador Max Weber: El poder se legitima por recurso a la tradición. Ciertas familias, dinastías o clases han ocupado el poder desde siempre y, por tanto, parece natural que lo sigan haciendo. Esta forma de autoridad no se apoya en cuestiones racionales como la capacidad del gobernante, sino que se basa en la creencia en su carácter hereditario o divino. Por ello, es difícil poder argumentar racionalmente en su favor o en su contra. Jefes tribales, Faraones egipcios, Monarquías ... El poder se legitima por recurso al carisma, es decir, en función de una especie de don que poseen algunas personas que las hace especialmente dotadas para atraer y movilizar a la población. La legitimación carismática se basa en la atribución de un don o cualidad excepcional propia del líder y no hereditaria. El prestigio de estos líderes tampoco tiene una explicación exclusivamente racional, pues sobre todo intervienen las emociones y los sentimientos que logran suscitar. Suele ser poco duradera, ya que es típica de movimientos revolucionarios o transformaciones sociales bruscas. Caudillos como Hitler, el ayatolá Jomeini, o líderes revolucionarios como Che Guevara. El poder se legitima por recurso a la ley. Ésta es la que confiere autoridad porque emana de lá voluntad popular, es decir, ha sido establecida democráticamente. El Estado posee un poder legitimado porque es fruto del acuerdo racionalmente aceptado por los ciudadanos, que así, se comprometen a respetar las leyes. Democracia ateniense, democracias actuales. Esta última forma de legitimación, la racional-legal, es la característica de las sociedades democráticas. Sin embargo, casi nunca se da de forma pura, sino en combinación con algún elemento de las otras dos. Por ejemplo, es conocido el uso que hace la mayoría de los políticos de su carisma para recabar más votos. A menudo, al líder democrático no sólo se le pide capacidad organizativa y de mando; también se le exige carisma. Ahora bien, a pesar de sus imperfecciones, el sistema democrático es el más racional y eficaz que ha existido nunca. La democracia. “La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo -y para el pueblo“ Abraham Lincon. La palabra democracia procede de los términos griegos demos ('pueblo') y krateo ('mandar'). Así pues, democracia significa literalmente ’mandato o gobierno del pueblo'. Este significado coincide bastante bien con el que le damos intuitivamente: organización política en la que el pueblo se gobierna a sí mismo. La democracia, tal y como la entendemos actualmente, se fundamenta en dos principios: la libertad y la igualdad de todas las personas. Así, por una parte, se entiende que todas las personas son libres y capaces de decidir por sí mismas acerca de aquello que les concierne. Y, por otra, se considera que todos somos iguales y que, por tanto, todas las opiniones han de tener el mismo valor en los asuntos públicos. 8.1. Atenas: la primera democracia. El primer sistema democrático del que tenemos noticias se remonta a los siglos IV y V a.C, en la antigua Atenas. En esta encrucijada histórica se produjo un fenómeno político y social que no tuvo parangón hasta muchos siglos después. En Atenas, los ciudadanos estaban íntimamente comprometidos con la marcha política de su ciudad, pues podían y debían participar en las decisiones públicas y en la elaboración de las leyes. El procedimiento para que todos pudiesen intervenir consistía en la celebración periódica de asambleas en el ágora o plaza pública. En estas asambleas, podían dar su opinión todos los ciudadanos y todos eran escuchados. Además de participar activamente en las discusiones o asambleas públicas, los ciudadanos atenienses podían acceder a un cargo ejecutivo. Incluso existían cargos ocupados por ciudadanos escogidos mediante un sorteo. Así sucedía con la justicia. La democracia ateniense era una democracia directa, pues los ciudadanos participaban, sin intermediarios ni representantes, en la legislación y el gobierno. Sin embargo, este sistema tenía algunas deficiencias. Por una parte, los derechos y privilegios democráticos estaban restringidos a una cuarta parte de la población. Ni las mujeres, ni los metecos (ciudadanos de origen extranjero), ni los esclavos tenían derecho a voto. Además, existía un problema fundamental en la democracia que algunos pensadores ya denunciaron: la influenciabilidad del pueblo. La opinión de la mayoría podía ser fácilmente manipulada por los demagogos, capaces de imponer su voluntad mediante engaños y trucos retóricos. 8.2. Las democracias actuales Hasta el siglo XVIII con la guerra de la Independencia americana y la Revolución francesa, no hallamos ningún planteamiento político similar. Será el movimiento liberal encabezado por la burguesía, el que reaccionará frente al absolutismo _y demandará mayor libertad y justicia. Sin embargo, hasta el siglo XX no podemos hablar propiamente, de la existencia de Estados democráticos, ya que no se daba una participación real de toda la población. El derecho a voto estaba reservado a una minoría privilegiada económicamente ( sufragio censitario ). A diferencia de la democracia ateniense, las democracias actuales son representativas. Los que gobiernan y establecen las leyes no son los ciudadanos, sino unos representantes que éstos han escogido. Los únicos procedimientos que se conservan de participación directa son: el referéndum (cuando se pide al ciudadano su voto acerca de alguna cuestión de especial importancia) y el jurado popular (mediante el cual los ciudadanos participan en la administración de justicia). Las características de las democracias representativas actuales son: Sufragio universal. Todas las personas adultas tienen derecho a votar, independientemente de su profesión, sexo o condición social. Sistema de partidos. Los representantes que pueden escogerse pertenecen a partidos diferentes. Este pluralismo político garantiza la libertad entre diversas opciones. Sin embargo, en ocasiones sucede que los representantes no actúan siguiendo su propia conciencia, sino la disciplina de partido. Estado constitucional. La existencia de una Constitución garantiza el sometimiento del sistema democrático a la ley. La Constitución es un límite para los representantes a la hora de legislar, pues han de tener como referencia lo que ella dicta. Además, evita que la democracia se convierta en una dictadura de la mayoría, pues le impone ciertos límites, entre ellos, la protección de las minorías. División de poderes. Como ya hemos visto, constituye un freno a los abusos de poder. (Explicitar) Respeto a las libertades individuales. Una de las funciones de la democracia es proteger las libertades de las personas: libertad de asociación, de lugar de residencia, de elección de profesión... De éstas, la más destacable es la libertad de expresión, aunque ésta pueda oponerse al Gobierno o al sistema. Uno de los indicadores más fiables de la salud de una democracia lo constituye el nivel de respeto a la libertad de expresión. Es un hecho que en las democracias indirectas o representativas la mayor parte de las personas sólo interviene en la gestión pública cuando vota en unas elecciones. Una vez elegidos, los representantes pueden utilizar la confianza que se les ha dado de la forma que consideren más conveniente. A pesar de que son votados de acuerdo con un programa, lo cierto es que a veces el alejamiento entre lo que prometen durante la campaña electoral y lo que luego hacen es evidente. Ahora bien, en un sistema en el que existe libertad de expresión, los ciudadanos poseen mecanismos para controlar lo que sus representantes hacen. La presión de la opinión pública, las manifestaciones, las huelgas... son algunos de los medios que tiene el ciudadano para sancionar las decisiones de los dirigentes que considera inaceptables. Sin embargo, estos mecanismos parecen insuficientes. Para muchos pensadores, la apatía y la indiferencia que padecen las democracias actuales se deben a esta escasa o pobre participación de la ciudadanía en la gestión pública. Por esta razón, muchos de estos pensadores reclaman la necesidad de democratizar aún más los actuales sistemas democráticos aunque se es consciente de la inviabilidad de recuperar una democracia directa al estilo ateniense, sí se proponen medidas como: democratizar internamente los partidos, dar más responsabilidad a las instituciones cercanas al ciudadano (por ejemplo, los ayuntamientos)... Además, desde hace un tiempo, se ha extendido la idea de que los modernos sistemas de redes informáticas harán posible una participación más directa. Concepto de justicia El concepto de justicia, además de ser uno de los que mayor interés ha suscitado, es también uno de los más complejos. Esta complejidad se debe a los varios usos que tiene. Veamos dos de ellos: * Justicia como conjunto de órganos judiciales. Usamos el término de esta forma cuando decimos «Ya te las verás con la justicia», o cuando nos lamentamos de que «En este país la justicia es lenta y mala». En estos dos casos, justicia se usa como término general que agrupa a tribunales, jueces, leyes, procedimientos (juicios...), es decir, todos aquellos elementos encargados de aplicar y hacer respetar el Derecho y el orden establecido por él. * Justicia como cualidad atribuible a personas, acciones y normas. Se refiere a un requisito que deben cumplir un sujeto, una empresa o una determinada ley. Aquí hay tres modos diferentes de concebir la justicia: Equidad e imparcialidad. Se considera que algo, una persona, una acción o una norma es justo cuando responde a una actitud imparcial e igualitaria, tanto en el trato de las personas como en el reparto de bienes. Ejemplo: el profesor es justo si es equitativo y no privilegia a algunos alumnos . Principio de legalidad. Se considera que algo, ya sea una persona ó una acción, es justo cuando, resulta acorde leyes o el Derecho de una comunidad. En este caso, hablar de justicia es hablar de legalidad, es decir, de sometimiento al Derecho positivo. Ejemplo: un salario es justo si respeta las leyes. Principio ético. Se considera que algo es justo cuando resulta acorde con los valores éticos. Hablarnos de justicia en un sentido moral, corno respeto a los valores morales, sobre todo, a los derechos humanos. Por Ejemplo: la reclusión penal es justa si respeta la dignidad humana, y no lo es cuando no lo hace.