b R19 FOTO: AP LATERCERA Sábado, 5 de enero de 2013 tema. Según él, su triunfo claro y contundente en las elecciones de noviembre le da un mandato popular para impulsar su programa y sus ideas. Dijo: “No voy a entrar en un nuevo debate con el Congreso sobre si se debe o no pagar deudas que se han acumulado debido a legislación que el mismo Congreso ha aprobado”. El “tira y afloja” que se producirá en las próximas semanas será intenso, odioso, y lleno de recriminaciones y amarguras; también veremos declaraciones rimbombantes y posiciones efectistas dirigidas a “la galería” y a los medios de comunicación. Enfrentaremos, una vez más, el lado feo de la política estadounidense. La derecha ultraconservadora y los republicanos Durante las últimas décadas -a lo menos desde la “estrategia sureña” de Richard Nixon-, la derecha ultraconservadora ha ganado una enorme influencia dentro del Partido Republicano. La ultraderecha -que es apoyada por el Tea Party- está formada por individuos que desconfían de las autoridades federales, defienden el derecho a portar armas, y odian pagar impuestos. Sus partidarios son especialmente influyentes en la Cámara de Representantes, desde la que bloquea y desriela casi todos los intentos por lograr acuerdos con la Casa Blanca y el Partido Demócrata. Tanto es así, que la mayoría de los congresistas republicanos en la Cámara votaron en contra del acuerdo que el líder de su propio partido había negociado en el Senado. Para ellos, una política al estilo Thelma y Louise -desbarrancarse y morir en el precipicio fiscal- es preferible a subir los impuestos. La derecha dura sólo cooperará en obtener una solución a los tres problemas urgentes si los demócratas están dispuestos a redu- cir la deuda de largo plazo. Y esto, dicen, sólo debe hacerse por medio de recortes de gastos. Los impuestos no deben subir ni un centavo más. Las partidas del presupuesto que el Tea Party tiene entre ceja y ceja comienzan con el programa de pensiones públicas (Social Security). Aquí, las propuestas son dos: aumentar la edad de retiro de 67 a 69 años, y cambiar la fórmula usada para ajustar las pensiones año a año. Otro programa que quieren recortar es el de Medicare, o programa de salud para la tercera edad. La idea es aumentar las contribuciones de los usuarios, especialmente de aquellos con mayores ingresos. Esta propuesta es particularmente importante, ya que hoy en día un individuo promedio contribuye 140 mil dólares al programa, a lo largo de su vida, y utiliza, durante su vejez, 320 mil dólares. Vale decir, es un programa claramente desfinanciado. Los republicanos también tienen en la mira al programa de salud que cubre a las personas de escasos recursos -el llamado Medicaid-. La idea es, en el futuro, hacer transferencias fijas -los llamados “block grants”- a los estados, los que decidirían cómo enfrentan sus propios problemas. Estas transferencias aumentarían cada año en no más de un 1% por encima de la inflación. Finalmente, los republicanos también buscan recortar, o simplemente eliminar, subsidios a la cultura y las artes, los deportes, el medioambiente, y la energía sustentable. Los demócratas, desde luego, se negarán a hacer estos cortes. Para ellos, lo importante es reformar el código tributario, eliminar exenciones, volver a subir las tasas a los más ricos, y aumentar los impuestos efectivos a las corporaciones. La Cámara vs. el Senado Para entender cabalmente la parálisis polí- La derecha dura sólo cooperará si los demócratas están dispuestos a reducir la deuda a largo plazo. Y esto, dicen, sólo debe hacerse por medio de recortes de gastos. El “tira y afloja” que se producirá será intenso, odioso. Enfrentaremos una vez más el lado feo de la política estadounidense. tica de EE.UU., es necesario entender las diferencias entre la Cámara de Representantes y el Senado. La primera se encuentra mucho más polarizada que el segundo. En la Cámara, un representante es elegido en cada distrito. Además, cada partido debe tener primarias obligatorias en los distintos distritos. Si el distrito en cuestión es políticamente equilibrado, con un porcentaje similar de seguidores de cada partido, las contiendas electorales son entre demócratas y republicanos. Esto es, de hecho, lo que la mayoría de la gente asocia con una democracia representativa y competitiva. Pero las cosas no siempre son así: en los últimos años, una serie de distritos se han ido radicalizando, al punto de tener mayorías abrumadoras (digamos 60%) de adeptos de uno de los dos partidos. En estos casos, las batallas electorales se dan exclusivamente en las primarias del partido dominante. Esto incentiva a los candidatos en estas primarias a tomar posturas extremas, para no ser atacados por oponentes doctrinariamente más “puros” que ellos. Estos incentivos a la radicalización son especialmente importantes para aquellos individuos que ya sirven en el Congreso Federal, los que terminan votando en la Cámara por posiciones extremistas, y negándose a cualquier compromiso con sus adversarios. En el caso de los republicanos, son precisamente estos representantes de “distritos asegurados” los que lideran la oposición a cualquier acuerdo con la administración Obama. Los miembros del Senado, en contraste, son elegidos al nivel de los estados -dos en cada uno de ellos-, los que son unidades geográficas más grandes y diversas, con mayores equilibrios políticos. En prácticamente todas las contiendas por un escaño senatorial, la lucha es entre republicanos y demócratas. Como consecuencia de esto, los candidatos al Senado son individuos centristas, con capacidad de disputarle votos al partido opositor. El Senado, entonces, tiende a ser deliberativo y deferente, mientras que la Cámara es ruidosa, doctrinaria y combativa. Lo novedoso del acuerdo que evitó el precipicio fiscal es que se inició en el Senado -y no en la Cámara, como todos los intentos hasta ahora-, y que la propuesta logró un apoyo abrumador por parte de ambos partidos. Esta maniobra legislativa fue inusual -la Constitución dice que toda legislación impositiva debe originarse en la Cámara- y su legalidad reside en el hecho de que lo del miércoles transformó en permanentes rebajas tributarias de la era de Bush. Aún no sabemos qué canal será usado para las negociaciones que vendrán. Lo que sí está claro es que serán difíciles y prolongadas, y que antes de lo pensado podemos enfrentar el abismo de un nuevo precipicio fiscal. Más vale que nos preparemos para la incertidumbre que se avecina.R