DEL RIGOR EN LA CIENCIA Andreu Muñoz, Sela Universidad de Valencia Resumen En este artículo se propone una aportación a la crítica de la filosofía de la ciencia clásica desde la perspectiva feminista, por lo que hace a sus rasgos (normalmente atribuidos) de neutralidad, imparcialidad y autonomía. A lo largo de esta propuesta de reflexión epistemológica, y apoyándose en la intersección de la crítica feminista, se denunciará no sólo la supuesta neutralidad valorativa de la ciencia, sino también el sesgo androcéntrico que la caracteriza, fruto de la sociedad sexista que la produce. Trasladando, además, la crítica, no solo al campo de las ciencias naturales, sino también al de las ciencias sociales, especialmente a la sociología, en lo que respecta a su aspiración científica y al eterno debate acerca de la visión del observador. Palabras clave ciencia, neutralidad, epistemología(s) feminista(s), reflexividad reflejo, Bourdieu, Pérez Sedeño Abstract This paper proposes a contribution to the criticism of the philosophy of the classical science from the feminist perspective, with respect to its features (usually attributed) of neutrality, impartiality and autonomy are concerned. Throughout of this proposal of epistemology thought, and relaying on the intersection of the feminist critique, it will be reported not only the alleged value neutrality of science, but also the androcentric bias that characterizes, result of the sexist society that produces. Critics will also be extended not only to the area of natural science, but also to social science, especially sociology, with respect to its scientific aspiration and the eternal discussion about the vision of the observer. Key words: science, neutrality, feminist epistemology(ies), reflexivité réflexe, Bourdieu, Pérez Sedeño ... En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisfacieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y de los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas. 1 SUÁREZ MIRANDA, Viajes de varones prudentes, libro cuarto, cap. XLV, Lérida, 1658. 2 ¿Qué es la ciencia? Edgar Morin (1984: 37/89) nos dirá que esta pregunta “es la única que todavía no tiene ninguna respuesta científica.” El vocablo “ciencia” se deriva del latín scientia, sustantivo etimológicamente equivalente a “saber”, “conocimiento”. La ciencia es, pues, el conjunto de conocimientos sistemáticos que, en forma de teoría o teorías, establecen leyes o relaciones nómicas entre hechos o sucesos. Dichas leyes se formulan por medio del método experimental o método científico, cuya determinación y explicación ha ocupado gran parte de la discusión filosófica occidental desde sus orígenes. La concepción tradicional o “concepción heredada” de la ciencia, propia de la filosofía de la ciencia clásica, heredera del Positivismo lógico y del Círculo de Viena, veía la ciencia “como una empresa autónoma, objetiva, neutral y basada en la aplicación de un código de racionalidad ajeno a cualquier tipo de interferencia externa.”(OEI, 2001). La ciencia, en la concepción “clásica” que rige todavía en nuestros días, pone en disyunción por principio hecho y valor, por lo que, tal y como defiende la filosofía de la ciencia clásica, se ocupará de hechos, que considera objetivos, y no de valores, subjetivos −lo que viene a subrayar la neutralidad valorativa de la ciencia. La neutralidad de la ciencia significa que las teorías −los enunciados acerca de los hechos− ni presuponen ni sirven a unos valores. Esta neutralidad (del lat. neutrãlis) presupone un cierto equilibrio, e introduce otras dos propiedades de la ciencia: la imparcialidad y la autonomía. La ciencia se considera, pues, neutral, imparcial y autónoma, introduciéndose así una nítida separación entre el sujeto y el objeto de estudio. Lo que confiere salvaguardar lo científico del científico, esto es, el núcleo de la investigación, del entorno; por temor al contacto y evitar, así, un posible emborronamiento de lo Real −a lo que se accede 1 Este cuento aparece publicado por primera vez en libro en la segunda edición transformada de Historia Universal de la Infamia, publicada por Emecé Editores, Buenos Aires, 1954. En 1960 será incorporado a El Hacedor, en el apartado Museo. En Magias parciales del Quijote, ensayo incluido en Otras inquisiciones, encontramos la siguiente cita de Borges: “Las invenciones de la filosofía no son menos fantásticas que las del arte: Josiah Royce, en el primer volumen de la obra The world and the individual (1899), ha formulado la siguiente: Imaginemos que una porción del suelo de Inglaterra ha sido nivelada perfectamente y que en ella traza un cartógrafo un mapa de Inglaterra. La obra es perfecta; no hay detalle del suelo de Inglaterra por diminuto que sea, que no esté reflejado en el mapa; todo tiene ahí su correspondencia. Ese mapa, en tal caso, debe contener un mapa del mapa, que debe contener un mapa del mapa del mapa y así hasta lo infinito.” 2 A su vez, nosotros tomamos esta versión de BORGES, JORGE LUIS (1980): “Del rigor en la ciencia” en Narraciones, edición de Marcos Ricardo Barnatán, Madrid, Cátedra, pág. 129 mediante el método científico, y que sólo lo es, en tanto que intersección de todas las realidades posibles. Cuando se afirma que la “ciencia está libre de valores” inmediatamente se presupone una distinción entre dos tipos de valores: los valores cognitivos (o constitutivos) y los valores no cognitivos (o contextuales). Según Eulalia Pérez Sedeño (2008), “los primeros serían los que están en la base de las normas o reglas metodológicas que determinan qué constituye una práctica científica, o metacientífica aceptable (contexto de justificación), mientras que los segundos pertenecerían al ámbito cultural y social en que se desarrolla la actividad científica (contexto de descubrimiento)”. El “contexto de descubrimiento” es el entorno que rodea al científico cuando formula las hipótesis que hay que contrastar, esto es, el conjunto de influencias que ha recibido y recibe, y por las que opta por una u otra opción, supuestos de trasfondo que configuran sus intereses, procedimiento e inclinaciones; mientras que “el contexto de justificación” es lo que rodea la confirmación o refutación de las hipótesis mediante el método científico, que según Popper, consiste en la falsación de las hipótesis. Se entiende por esto que los valores contextuales, los valores externos, no afectarán al científico en la formulación de las hipótesis, pues el método científico mediante la lógica y la evidencia empírica (experiencia), eliminará de la ciencia cualquier influjo subjetivo que pudiera entrar en ella a través del contexto de descubrimiento. Sin embargo, esto es mucho suponer. Reto que nos animará a tratar de desmantelar los dogmas sobre los que se asienta la ciencia actual: el principio de la neutralidad valorativa de la ciencia, que hemos descrito anteriormente, y la dicotomía positivista entre juicios de hecho y juicios de valor, sobre la que se sostiene. La crítica de la filosofía de la ciencia clásica apuntará sobre todo en esta dirección, y en ella nos apoyaremos. De ahí que, como señala Pérez Sedeño (2008), “cuando se afirma que la ‘ciencia está libre de valores’ no se está haciendo una afirmación en términos absolutos, pues la ciencia tiene los valores que generan los fines de la investigación científica”. Y no sólo eso, hay quién va más allá, al afirmar que la ciencia no sólo no está libre de valores por lo que hace a los valores propios del contexto de descubrimiento, sino también al de justificación, como veremos más adelante. Para poder entender la crítica de la filosofía de la ciencia clásica nos apoyaremos en la definición que Bourdieu hace de la ciencia en su análisis científico del campo científico, en su libro El oficio del científico; en el que se pregunta si el campo científico es un campo como los demás y en el que trata de hacer un análisis sociohistórico de la ciencia. Para Pierre Bourdieu (2003: 125), la ciencia es un hecho social totalmente histórico, “un inmenso aparato de construcción colectiva utilizado de modo colectivo”. Bourdieu nos dirá que la actividad científica se produce en el marco del campo científico, que “al igual que otros campos, es un campo de fuerzas dotado de una estructura, así como un campo de luchas para conservar o transformar ese campo de fuerzas” (Bourdieu, 2003: 64). Pero este no es un campo hermético, totalmente aislado de lo que lo rodea. Los individuos luchan en éste y en otros muchos campos, y en ocasiones trasladan sus luchas, sus valores e intereses de un campo a otro. Lo que enlaza con la idea que planteaba Pérez Sedeño (2005a) al afirmar que “la empresa científica siempre se realiza en un contexto cultural concreto, por lo que las personas de ciencia siempre e inevitablemente incorporarán valores de su propia cultura en la práctica científica, sea consciente o inconscientemente.” Y aquí, lo que nos interesa −hago acopio de una expresión que Bourdieu utiliza en la obra ya citada− y lo reinterpretamos en función de nuestra propia visión del mundo, es la parte “inconsciente”, lo que Morin (1984: 93) llama “el politeísmo inconsciente”, el conjunto de disposiciones, nuestros principios de visión y división del mundo, que incorporamos a la práctica científica a la hora de elaborar nuestras teorías, seleccionar nuestros temas de investigación, nuestros métodos… guiados, al mismo tiempo, por unos fines y objetivos concretos, inherentes a todo proyecto de investigación. Y es que, como bien señala Morin (1984: 38), “las teorías científicas, como los icebergs, tienen una enorme parte sumergida que no es científica, pero que es indispensable para el desarrollo de la ciencia”. Por lo que, en analogía al sónar 3, concluimos que, contrariamente a lo pretendido por la filosofía clásica de la ciencia, ésta, no está desprovista de valores, sino al contrario; y que, además, la presencia de valores no implica necesariamente “mala ciencia” −pues no hay ciencia buena o mala, sino que son las personas la que hacen buen o mal uso de ella. La filosofía de la ciencia clásica había estipulado que la presencia de valores negaba el conocimiento científico, pero, sin embargo, no siempre es cierto que cuando intervienen valores se atente contra la cientificidad tan harto valorada. Y es que, en ocasiones, el rigor científico se persigue tan ciegamente que se olvida la lógica, y con ella, también, los fines que presentaba el proyecto, el para qué hacemos las cosas, nuestros objetivos e incluso, los anhelos que en ello teníamos puesto. El mapa, de que nos hablaba Borges, era el más preciso de todos cuantos mapas existían; pero, ¿de qué nos servía? Robert K. Merton, padre de la sociología de la ciencia, también irá en esta dirección al afirmar que existen un conjunto de valores propios de la empresa científica, los llamados valores institucionales −que Putnam y Laudan llamarán, después, valores epistémicos (cognitivos). Según estos autores, los enunciados científicos, como mínimo, están cargados de valores institucionales y epistémicos. Lo que corroboraría nuestra tesis de que “la ciencia no está libre de valores” por lo que hace al contexto que rodea al científico. Pero Putnam va un poco más lejos al apostar por la objetividad de los valores epistémicos, que son los propios de la ciencia −pero también por la objetividad de ciertos valores éticos. Echeverría (2002: 70) seguirá en esta línea al afirmar que “no todos los valores son objetivos, pero algunos sí”. Con esta afirmación entendemos que se refiere a los valores constitutivos, propios del contexto de justificación que, sin embargo, no dejan de ser valorativos, introduciendo así la idea de subjetividad. Y así lo entendemos al negar también la dicotomía positivista que separa los hechos de los valores. Putnam, entre otros, no solo negó esta dicotomía, sino que afirmó tajantemente que no hay hechos científicos ni mundo sin valores; que los propios hechos están cargados de valores. Por otro lado, Bertrand Russell nos dirá que “[…] cuando afirmamos que esto o aquello tiene ‘valor’, estamos dando expresión a nuestras propias emociones, no a un hecho que seguiría siendo cierto aunque nuestros sentimientos personales fueran diferentes” (Russell, 1965: 158). 3 El sónar (del inglés sonar, acrónimo de sound navigation and ranging, navegación y localización por sonido) es el aparato que detecta la presencia y situación de objetos sumergidos mediante ondas acústicas, producidas por el propio objeto o por la reflexión de las emitidas por el aparato. Ambas afirmaciones, lejos de ser incompatibles, desde nuestro punto de vista, se complementan. Nuestros valores configuran los hechos, pero ello no quita que los hechos existan al margen de nuestros valores. Para hacer ciencia, como lo entendemos, para descubrir los hechos por sí mismos, hemos de saber reconocer nuestros valores en los hechos; y esto solo es posible criticando la dicotomía positivista clásica que separa entre hechos y valores (y que Putnam niega) y ello, desde una perspectiva conscientemente valorativa, en la que seamos conscientes de nuestros propios valores y, por consiguiente, de nuestra propia visión y división del mundo. Al plantear el problema de la neutralidad valorativa de la ciencia tal y como lo hemos planteado, no hemos dejado de pensar en las ciencias sociales (aun con sus diferencias respecto a las ciencias naturales por lo que hace al objeto de investigación), especialmente, en la sociología; por un lado, por su carácter científico y, por otro, por el eterno debate acerca de la visión del observador. La sociología es una “ciencia social”. Morin (1995: 13) nos dirá que, “según una visión banal, la sociología se convirtió en ciencia al emanciparse de la filosofía y al apropiarse los métodos elaborados por la física”. Por lo que grosso modo, podría aplicársele las críticas pronunciadas contra la visión positivista clásica de la ciencia que ya hemos enunciado. Por otra parte, y por lo que hace al papel del sujeto investigador, nos preguntamos si el sociólogo puede, debe, sustraerse de su visión de la sociedad. A partir de ahí hay que plantearse los siguientes interrogantes, como ya haría Morin (1995: 24): “¿es realmente necesario para la visión científica eliminar todo aquello que es proyecto, finalidad, actor o sujeto? ¿Resulta científico autoeliminarse uno mismo, autor de esta cientificidad? En definitiva y ante todo, este modelo de cientificidad sobre el que se funda la sociología llamada científica, ¿es verdaderamente científico?” En un intento por responder a estas cuestiones, Morin (1995: 37) apostará por una reintroducción del observador, al considerar que “nunca podemos excluirnos totalmente de la sociedad en la que, en cierto modo, necesitamos incluirnos para comprenderla en profundidad, [y añadirá que] no podemos excluirnos pero sí distanciarnos.” Este distanciamiento del objeto de que nos habla Morin nos lleva inevitablemente a la cuestión de la objetividad del sujeto en las ciencias sociales. La objetividad (del bajo lat. objectivus) es la cualidad con que se expresa la realidad de manera imparcial, es lo que existe con independencia del sujeto que conoce (cogito), y se aplica al sujeto cognoscente que piensa y obra sin dejarse llevar por los sentimientos y los prejuicios. Lo subjetivo es lo perteneciente al sujeto, que tiene relación con la manera de pensar o sentir, y no con el objeto en sí mismo. Dicho de otro modo, lo objetivo sería lo Real, mientras que lo subjetivo no sería sino lo parcial, una visión de lo real, un punto de vista. En definitiva, una perspectiva. Tras un recorrido por la historia intentado definir la verdad, lo objetivo, Bourdieu concluirá que la objetividad tiene un matiz claramente social, es un producto social del campo científico. Siguiendo a Popper, añadirá que la naturaleza social de la ciencia es responsable de su objetividad, y que ésta, “está estrechamente ligada al carácter social del método científico porque la ciencia y la objetividad científica no proceden (y no pueden proceder) de los intentos de un científico individual por ser ‘objetivo’, sino de la cooperación amistosamente hostil de numerosos científicos, [por lo que] la objetividad científica puede ser descrita como la intersubjetividad del método científico” (Bourdieu, 2003: 145). De este modo, y reintroduciendo en la intersubjetividad kantiana las condiciones sociales que la fundamentan, nos dirá que “la objetividad es un producto intersubjetivo del campo científico: basada en los presupuestos compartidos en ese campo, es el resultado del acuerdo intersubjetivo en el campo”. (Bourdieu, 2003: 146) “La objetividad depende del ‘acuerdo de una clase de observadores respecto a lo que está registrado en los aparatos de medición en una situación experimental bien precisa’. Así que podemos decir que no existe una realidad objetiva independiente de las condiciones de su observación sin poner en duda el hecho de que lo que se manifiesta, una vez determinadas dichas observaciones, conserva un carácter de objetividad.” (Bourdieu, 2003: 131) Lo objetivo es aquello que se determina como tal, que no es sino lo intersubjetivo, el acuerdo tácito entre sujetos que define lo que es verdad, diferenciándolo de lo que no lo es. Acuerdos que se evidencian, por ejemplo, en las normas o valores obligatorios para todos los científicos, “imperativos institucionales” que podrían encarnarse en el ethos mertoniano que reduce la estructura normativa de la ciencia moderna a cuatro ideales característicos: el universalismo, el comunismo o comunitarismo, el escepticismo organizado y el desinterés (el de sobra conocido, CUDEOS). El comunismo o comunitarismo alude a la idea de conocimiento como bien común; el universalismo avala el carácter internacional, impersonal, incluso anónimo de la ciencia y halla expresión en la exigencia de que las carreras estén abiertas al talento; el escepticismo organizado advierte que la autoridad no debe sesgar ni guiar el conocimiento −introduciendo así la igualdad entre los investigadores, y por último, el desinterés, introduce la humildad y la idea de que los investigadores no deben estar guiados por intereses que no sean la obtención de conocimiento. (Schiebinger, 2004: 393) “Aunque como el propio Merton ya indicó, estas normas no siempre se cumplen, [pero] ayudan, sin embargo, a establecer ciertas condiciones básicas o ciertos valores que contribuyen a que una comunidad acepte como conocimiento certificado cierto tipo y no otro” (Pérez Sedeño, 2005a). Del mismo modo que las características, señaladas por Thomas Kuhn, por lo que hace a la “buena ciencia” 4, entre las que contamos la coherencia (interna y externa); la amplitud o el alcance; la simplicidad; la fecundidad y la adecuación empírica −que no era sino “la verdad de la parte observacionalmente determinable de la teoría o teorías”; o también como planteaba Bourdieu al hablar del resultado de las luchas −que se producían en el interior del campo− de los receptores de una teoría que, en su (inútil) intento por falsearla, no hacían sino ayudar a su verificación. Al respecto Pérez Sedeño (2008) apuntaba que “las conclusiones a las que llega una comunidad científica o epistémica son objetivas o se consideran conocimiento, en la medida en que son el resultado de la crítica intersubjetiva que ‘asegura que lo que se ratifica como conocimiento ha sobrevivido a la crítica desde múltiples puntos de vista’, 4 En este sentido, la filósofa Helen Longino también ha propuesto una serie de virtudes epistemológicas, valores o criterios normativos para la práctica científica: la adecuación empírica contextual (que comparte con Kuhn); la virtud o la novedad; la heterogeneidad ontológica; la interacción mutua; la aplicabilidad a las necesidades humanas y la difusión del poder. transformando de este modo lo subjetivo en objetivo, no haciendo prevalecer una subjetividad sobre las otras”. O como apuntábamos antes, lo Real, lo objetivo, no es sino la intersección de todas las realidades posibles, sin confundir por ello la visión del observador con la visión cuasidivina de la realidad del narrador omnisciente; sino más bien con la del narrador observador que sólo cuenta lo que puede observar −sin olvidar por ello que los focos del cuento no iluminan por igual las partes de la escena, dejando así, de lado, parte de la acción que allí mismo, y también, se desarrolla. El conocimiento es sesgado, selectivo, ¿acordado? Morin (1984: 89) nos dirá que “lo científico es lo reconocido como tal por la mayoría de los científicos”. “De lo que resulta que lo científico es lo que tiene el consenso de los ‘batas blancas’, es decir, de los propios científicos” (Morin, 1984: 59). Ahora bien, ¿esto implica que no hay hechos científicos? ¿No hay realidad objetiva? ¿La ciencia, en sí misma, no produce enunciados científicos? A lo que Bourdieu (2008: 16) responde que “si la sociología es posible como ciencia objetiva es por qué hay relaciones exteriores, necesarias, independientes de las voluntades individuales, […] inconscientes”. Pero si Kant estaba en lo cierto y nunca podemos conocer las “cosas en sí”; si el mundo está, de hecho, “cargado de valores”, como pretendía Putnam; y si incorporamos a nuestro conocimiento científico la cultura que nos rodea (al introducir nuestros valores en la producción del conocimiento científico), se torna más que necesaria una reflexión sobre el conocimiento mismo. Esta función la asume la epistemología que, por definición, es el estudio de las creencias y los conocimientos racionalmente justificados y, en concreto, de los conocimientos científicos. Aunque Bourdieu (2003: 20) nos advertirá que “eso que llamamos epistemología está constantemente amenazado de no ser más que una forma de ‘discurso justificativo de la ciencia’ o de una posición en el campo científico, o, incluso, una variante falsamente neutralizada del discurso dominante de la ciencia sobre sí misma”. Hasta aquí hemos fijado el ámbito (el territorio) de análisis y bosquejado muy escuetamente la tradición académica (el mapa disponible) a la que se adscribe el área de la cuestión, ahora estableceremos el punto de vista (la brújula) con el que acometeremos este camino; marcaremos el rumbo y elegiremos nuestra ruta. Para ello nos apoyaremos en la perspectiva feminista en nuestra crítica de la filosofía de la ciencia clásica, entendiendo el feminismo como crítica, en un sentido amplio y no sólo como “una posición favorable” a las mujeres, sino como una realidad más inclusiva e incluyente. “El origen de esta tendencia no es muy lejano y se halla, entre otros, en las críticas sociales de los movimientos feministas, así como en las tesis kuhnianas sobre la mezcla de factores objetivos y subjetivos que producen diferentes elecciones teóricas y que afectan a la percepción de la realidad”(Pérez Sedeño, 1995: 160). La reflexión crítica sobre la ciencia desde una perspectiva feminista cuestiona la naturaleza misma del conocimiento y el poder que éste crea, originándose así la denominada epistemología feminista. Sin embargo, no existe una única epistemología feminista. “Es más, algunas teóricas ni siquiera estarían de acuerdo con ese rótulo, aunque sí con la idea de hacer filosofía epistemológica como feministas, es decir, incorporando los ideales de igualdad” (Pérez Sedeño, 2005b: 24). Sin embargo, aunque “no se pueda hablar de la filosofía feminista de la ciencia como un todo homogéneo, pues hay diferentes corrientes y tendencias, todas ellas coinciden en señalar la ubicuidad del género y su papel como categoría analítica” (Pérez Sedeño, 1995: 161). En Ciencia y feminismo, Harding enumerará esas diferentes corrientes y tendencias feministas que darán lugar al paso de la cuestión de la mujer en la ciencia a la cuestión, más radical, de la ciencia en el feminismo; e identificará tres enfoques epistemológicos feministas: el empirismo feminista, la teoría del punto de vista y el postmodernismo feminista. El empirismo feminista sostiene que el sexismo y el androcentrismo constituyen sesgos sociales corregibles mediante la estricta adhesión a las normas metodológicas vigentes de la investigación científica, pero sólo identifica como problema la “mala ciencia” y se centra en el recuento de la ausencia de mujeres; la teoría del punto de vista feminista, encarnada en Sandra Harding y asociada a las teorías de la explotación a partir de Hegel, Marx o Lukacs, sostiene que la experiencia social de las mujeres constituye el único punto de partida para descubrir el sesgo masculino de la ciencia; y el postmodernismo feminista, que parte del pensamiento de autores como Nietzsche, Derrida, Foucault, Rorty, Feyerabend, Gadamer, etc., niega los supuestos en los que se basan el empirismo feminista y el punto de vista feminista, pero genera también sus propias tensiones. A estos, podría añadirse un cuarto: el enfoque psicodinámico, de Evelyn Fox Keller, que cuestiona la separación objeto/sujeto, y mantiene que es posible hacer una ciencia feminista, es decir, una ciencia diferente a la que hacen los varones, en el método y en la forma de aproximación al objeto de estudio. Aunque no vamos a posicionarnos en ninguno de estos enfoques 5, situándonos en la intersección de la crítica feminista de la ciencia 6, partiremos de la premisa de que las teorías científicas surgen en el seno de una cultura hic et nunc; y que el científico consciente o inconscientemente incorpora valores de su propia cultura en la búsqueda del conocimiento científico, en la búsqueda del saber. Por tanto, y esta es la denuncia de la crítica feminista, si esta cultura es claramente androcéntrica, la sociedad sexista que engendra producirá inevitablemente una ciencia sexista (Sánchez Mora, 2004). A lo que Sandra Harding, filósofa y feminista estadounidense, añade “la acusación de que el sesgo masculino es evidente tanto en la definición de los problemas científicos como en los conceptos, teorías, métodos e interpretaciones de las investigaciones […]” (Harding, 1996). Lo que revela un ataque frontal contra el “orden de las cosas” que, como muestra Bourdieu en La dominación masculina, no es un orden natural contra el que nada pueda hacerse, sino que es una construcción mental, una visión del mundo que, sin embargo, se presenta neutral, pero no es sino parcial; natural, pero no es sino ficticia; analítica, pero no es sino sintética. “La fuerza del orden masculino se descubre en el hecho de que prescinde de cualquier justificación: la visión androcéntrica se impone como neutra y no siente la necesidad de enunciarse en unos discursos capaces de legitimarla.” (Bourdieu, 2000: 22). Es justamente esta visión androcéntrica que se impone como neutra, la diana de las críticas feministas, que tampoco se pretenden neutrales (ni buscan serlo), sino al contrario, subrayan ese déficit como positivo en el intento de mostrar que la objetividad no es ni 5 Para una descripción más detallada de las diferentes epistemologías, véase Duran (1996), Harding (1996); Pérez Sedeño (1995), (2002), (2005b) y (2008); Sánchez Mora (2004) o Wajcman (2006), entre otros. 6 Como señala a pie de página Pérez Sedeño (2008), ha habido muchas objeciones a la idea misma de “ciencia feminista” al igual que a “epistemología feminista” o “filosofía feminista de la ciencia”; que ha de entenderse simplemente como la ciencia que se hace desde una perspectiva feminista o que utiliza el feminismo como teoría crítica para enfrentarse a problemas epistemológicos o filosóficos. buena ni deseable, además de utópica −para lo que entrelazan esta crítica con la falacia de la neutralidad valorativa de la ciencia, que no es sino, catalizador de la dominación masculina, consecuencia de la violencia simbólica. La crítica feminista de la ciencia es una crítica contra el androcentrismo, es decir contra “la ordenación del mundo tomando al hombre como centro y medida de las cosas, [que] no es algo abstracto sino que tiene un reflejo en los más diversos ámbitos de la vida cotidiana (la construcción de las ciudades, la organización social, las relaciones laborales, sociales y afectivas…) y, por supuesto, también en la ciencia y en el pensamiento científico” (Bosch, Ferrer i Riera, 2000: 9). Es, en definitiva, una crítica a la sociodicea masculina que caracteriza la ciencia y al antropocentrismo que denuncia la historia; no solo por lo que hace a la naturaleza misma del método científico (que se asocia con cualidades típicamente “masculinas” como la racionalidad, la objetividad, la dominación, o la independencia); sino también por la visión misma de la naturaleza que ostenta el método. La ciencia ha progresado (y todavía lo hace) siguiendo la lógica baconiana que toma la naturaleza como una dama a la que “escudriñamos, desnudamos y manipulamos a nuestro antojo”. De ahí que la crítica feminista de la ciencia no sólo critique la naturaleza misma del conocimiento científico que se impone como neutro, sino también su forma de conocer. Y he aquí la diana de nuestra crítica que subraya la necesidad de la introspección (der. culto de introspicĕre, mirar adentro) en la práctica científica. Pero para poder entender lo que aquí proponemos conviene revisar nuestras tesis acerca de la cientificidad de la ciencia desde la perspectiva feminista. Así pues lo que hemos venido planteando es que la ciencia no está desprovista de valores, por lo que no podemos hablar de la neutralidad valorativa de la ciencia. La ciencia es un hecho sociohistórico y no el fenómeno autónomo e independiente que se pretendía. El conocimiento científico es, pues, el resultado de la cultura hic et nunc en el que florece; y la objetividad, ligada al carácter social del método científico, es el producto intersubjetivo del campo. Lo científico es, en definitiva, lo que tiene el consenso de los “batas blancas”, como decía Morin. La crítica feminista denuncia, por un lado, la supuesta neutralidad valorativa de la ciencia al tiempo que pone de manifiesto el sesgo androcéntrico que la caracteriza, fruto de la sociedad sexista que la engendra. Aunque no es posible englobar la crítica feminista en un único punto de vista (porque de lo contrario caeríamos en la trampa del principio de simplificación de que nos habla Morin); la intersección de las diferentes epistemologías feministas encuentra concierto al subrayar la presencia de valores (sexistas) en la ciencia. Por lo que concluimos que si el científico, consciente o inconscientemente, pero inevitablemente, incorpora valores de su cultura en la ciencia, la crítica feminista de la ciencia no puede (ni debe) plantear otro proyecto “más neutral”. La crítica feminista debe subrayar los valores feministas que en ella están insertos, elevarlos y hacerlos visibles para impulsar así la crítica social. Lo que aquí se propone es justamente partir, no de la objetividad que se pretende alcanzar, sino de la subjetividad de la que se parte, de la que partimos cada uno de nosotros en tanto que sujetos, y que ayuda a conformar lo objetivo; que no es sino, como decíamos, lo intersubjetivo, lo comúnmente establecido. Para ello haremos acopio del ejercicio de reflexividad reflejo que nos propone Bourdieu en sus últimas páginas de El oficio del científico, y que continuará en Esbòs d’autoanàlisi (Bourdieu, 2008); y que nos servirá tanto para hablar del científico de “bata blanca” como del científico social. Según Bourdieu, un científico objetivo puede utilizar su subjetividad. Como todo el mundo, puede intentar convertirla en una herramienta y emplearla como un instrumento en su investigación objetiva de la realidad. Bourdieu entiende la reflexividad como “el trabajo mediante el cual la ciencia social, tomándose a sí misma como objeto, se sirve de sus propias armas para entenderse y controlarse, es un medio especialmente eficaz de reforzar las posibilidades de acceder a la verdad reforzando las censuras mutuas y ofreciendo los principios de una crítica técnica, que permite controlar con mayor efectividad los factores adecuados para facilitar la investigación.” Y añade que para aplicar estas técnicas de objetivación del sujeto de la objetivación, se debe “convertir la reflexividad en una disposición constitutiva de su habitus científico, es decir, en una reflexividad refleja [un “reflejo reflexivo”], capaz de actuar no ex post, sobre el opus operatum, sino a priori, sobre el modus operandi” (Bourdieu, 2003: 155). Evitando, advierte, no obstante, la tentación de plegarse a la reflexividad que tacha de narcisista, que se limita a un regreso del investigador a sus propias experiencias, y que muchas veces no desemboca en efectos prácticos, pues advertirá que esa reflexividad práctica “sólo adquiere toda su fuerza si el análisis de las implicaciones y de los presupuestos de las operaciones habituales de la práctica científica se prolonga en una auténtica crítica (en el sentido kantiano) de las condiciones sociales de posibilidad y de los límites de las formas de pensamiento que el científico ignorante de esas condiciones pone en juego sin saberlo en su investigación y que realizan sin saberlo, es decir, en su lugar, las operaciones más específicamente científicas, como la construcción del objeto de la ciencia.” (op. cit.: 157) “Recapitulando: lo que se pretende objetivar no es la especificidad vivida del sujeto conocedor, sino sus condiciones sociales de posibilidad y, por tanto, los efectos y los límites de esa experiencia y, entre otras cosas, del acto de la objetivación. Lo que se pretende dominar es la relación subjetiva con el objeto que, cuando no está controlada y es él quien orienta las elecciones de objeto, de método, etcétera, es uno de los factores de error más poderosos, y las condiciones sociales de producción de esa relación, el mundo social que ha construido no sólo la especialidad y el especialista (etnólogo, sociólogo o historiador), sino también la antropología inconsciente que él introduce en su práctica científica.” (op. cit.: 162-163) Esta tarea de objetivación del sujeto de la objetivación, nos dirá, debe ser realizada en tres niveles: en primer lugar, ha de objetivarse la posición en el espacio social (su posición y trayectoria; su pertenencia y sus adhesiones sociales y religiosas); en segundo lugar, la posición ocupada en el campo (ya que cada disciplina tienes sus particularidades; sus hábitos de pensamiento; sus creencias; etc. en definitiva, sus “imperativos institucionales”); y en tercer lugar, su posición ocupada en el universo escolástico prestando, especial atención “a la ilusión de la ausencia de ilusión; del punto de vista puro; absoluto; desinteresado.”(op. cit.: 163) En definitiva, lo que Bourdieu viene a demostrarnos a través de su propio autosocioanálisis, es que “una experiencia social, sea cual sea, y sobre todo, tal vez, cuando va acompañada de crisis, de conversiones y de reconversiones, puede, siempre que esté dominada por el análisis, dejar de ser una desventaja para convertirse en un ventajoso capital” (op. cit.: 194-195). De manera que mediante la reflexividad, cada uno de los participantes en una investigación pueda liberarse de los ‘sesgos’ vinculados a su posición y a sus disposiciones; y descubrirse a sí mismo y de este modo, descubrir, también, el mundo. Y, en definitiva, y solo así, hacer sociología, tarea que consiste, por encima de cualquier otra cosa, en saber capturar lo social en lo aparentemente banal. Bourdieu nos dice que se sabe asumido y comprendido en el mundo que asume como objeto; que es consciente de que no puede tomar posición, en tanto que científico, sobre las luchas a favor de la verdad del mundo social sin saber que la construye, y que la única verdad es que la verdad es el objetivo de luchas tanto en el mundo científico (el campo sociológico) como en el mundo social que ese mundo científico toma como objeto (cada uno de los agentes tiene su visión idiótica del mundo que aspira a imponer) y respecto al cual dispone sus luchas de verdad (op. cit.: 197). Sin embargo, por nuestra parte consideramos que se debe tomar posición, en tanto que científico, sobre las luchas a favor de la verdad del mundo social a sabiendas que la construimos; y hemos de hacerlo reconociendo nuestros propios valores e intereses en juego. Y hemos de hacerlo reconociendo el sesgo androcéntrico que caracteriza el campo científico, apoyándonos para ello en la crítica que el feminismo hace de la filosofía clásica de la ciencia. El científico, como decíamos, ni puede ni debe sustraerse de su visión de la sociedad; sino al contrario, ha de tomar consciencia de la misma −al igual que debe hacer la ciencia, que se caracteriza por la búsqueda de la verdad. En Ciencia con consciencia, Morin denuncia la ceguera del conocimiento científico actual respecto del papel que desempeña en la sociedad; y nos dice que, “las ciencias humanas no tienen consciencia de los caracteres físicos y biológicos de los fenómenos humanos. Las ciencias naturales no tienen consciencia de su inscripción en una cultura, una sociedad, una historia. Las ciencias no tienen consciencia de su función en la sociedad. Las ciencias no tienen consciencia de los principios ocultos que gobiernan sus elucidaciones. Las ciencias no tienen consciencia de que les falta consciencia. Pero de todas partes surge la necesidad de una ciencia con consciencia. Ha llegado el momento de tomar consciencia de la complejidad de toda la realidad −física, biológica, humana, social, política− y de la realidad de la complejidad. Ha llegado el momento de tomar consciencia de que una ciencia carente de reflexión y una filosofía puramente especulativa son insuficientes. Consciencia sin ciencia y ciencia sin consciencia son mutiladas y mutilantes.” De ahí que, lo que pretendamos sea, a modo de espejo, “instrumento que no sólo permite verse sino intentar ver cómo uno es visto y hacerse ver como uno pretende que lo vean” (Bourdieu, 2000: 87), invitar a todo el mundo a realizar un ejercicio de reflexividad, para conocerse y conocer el mundo que lo rodea. Y poder lograr, así, hacer más “científica” la ciencia, más “real” la realidad (Pérez Sedeño, 2008). Bibliografía BOSCH, FERRER i RIERA (compiladors) (2000): Una ciència no androcèntrica, Universitat de les Illes Balears, Palma BORGES, JORGE LUIS (1980): “Del rigor en la ciencia” en Narraciones, edición de Marcos Ricardo Barnatán, Madrid, Cátedra, pág. 129 BOURDIEU, Pierre (2000): La dominación masculina [Traducción de Joaquín Jordá], Editorial ANAGRAMA, Barcelona (2003): El oficio de científico. 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