DOCUMENTO DE TRABAJO SOBRE LA REINCIDENCIA Y DEMAS ASPECTOS VINCULADOS CON ESTA. Realizado por: Verónica Bilczyk Índice: a. Nota aclaratoria. b. Principios y derechos vinculados con el tema de esta presentación. c. Cuestiones procesales: análisis del requerimiento, control del mérito de la acusación en torno a la acreditación de los extremos previstos por el art. 50 C.P., especial reparo en los plazos allí establecidos, como así también de la materia probatoria. d. Examen sobre la viabilidad (o no) de declarar la reincidencia de oficio. e. Relación con el concurso real de delitos (art. 55 del C.P.). f. Análisis de los supuestos de unificación de pena y agravamiento del reproche penal en virtud de la existencia de antecedentes penales. g. Comparación con los artículos 52 y 53 del C.P.. h. Planteo de inconstitucionalidad de la reincidencia (art. 50 del C.P.) y de la limitación establecida por el art. 14 del C.P.. i. Ante el rechazo de la declaración de inconstitucionalidad de las normas puestas en crisis, planteo subsidiario de inaplicabilidad del art. 50 del C.P. en su mayor extensión, solicitando en consecuencia una interpretación restrictiva de la reincidencia, no ya genérica sino específica. j. Conclusión. k. Anexo: resumen -brevemente comentado- del voto en disidencia del Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni en causa n° 10. 154 s/ recurso de hecho, formada en relación a Rafael Luis Álvarez Ordoñez de la C.S.J.N. (5 de Febrero de 2013). a. Nota aclaratoria: A modo de introducción entiendo oportuno destacar que el presente trabajo tiene por objetivo servir de guía a los integrantes de la Defensoría de Casación en orden a la sistematización de algunos de los eventuales supuestos que podrían plantearse durante el desarrollo de nuestra actividad laboral. Concretamente, habré de referirme a las cuestiones vinculadas principalmente con la reincidencia, como así también los diversos institutos afines con ésta. Así pues, a lo largo del presente trabajo Ustedes podrán advertir que dada la falta de originalidad percibida en el tema asignado –en virtud del reiterado rechazo de los planteos usualmente formulados, lo cual motivara el presente- es que se tratará de brindar un tratamiento que resulte lo más innovador posible, evitando reiteraciones sobre aspectos que se presume conocidos por todos los destinatarios del presente. De conformidad con lo referenciado precedentemente es que comenzaré a desarrollar los temas que a criterio de quien suscribe este trabajo podría contribuir al objetivo preanunciado. Me refiero pues, a la exposición y desarrollo de nuevos argumentos en pos de obtener resultados favorables hacia nuestras pretensiones. Espero lograr esa meta. b. Principios y derechos vinculados con el tema de esta presentación: Simplemente me restringiré a enunciar los principios, garantías y demás derechos que entiendo se encuentran en juego –y en riesgo- cuando estamos hablando de declarar e imponer a un ser humano la etiqueta de “reincidente o plurireincidente” según sea el caso. El recorte efectuado en este punto, se debe a que sigo sosteniendo la presunción “iuris tantum” (“puede fallar”, diría Tusam), de que Ustedes tienen conocimiento de los mismos (el significado y alcance de cada uno de los principios). De no ser ello ruego sepan disculpar el obviar, al menos por el momento, el desarrollo de dichas cuestiones. Por lo demás, vale aclarar que el no tratamiento de aquellos se debe a que éste no es el punto medular de este documento, ya que bien se saben los criterios adoptados por la mayoría de los Tribunales Superiores de nuestro país, que continuamente vienen rechazando los planteos formulados en ese sentido. Es decir, no es que se descarte la impugnación de la reincidencia como inconstitucional, en virtud de la violación de los principios que de seguido citaré, sino que necesariamente debo decir “algo” distinto, efectuar algún planteo innovador, tendiente a desvirtuar la conocida, reiterada y contraria jurisprudencia imperante. Sentado ello, de seguido referenciaré los “famosos” principios de los que implícitamente vengo haciendo mención. Ellos son: el de prohibición de doble o múltiple persecución penal (ne bis in idem), culpabilidad, proporcionalidad, derecho penal de acto (en contraposición al derecho penal de autor), imparcialidad del juzgador, inviolabilidad del derecho de defensa, pro homine, contradictorio, mínima intervención penal, congruencia, igualdad de las partes, proporcionalidad y progresividad de la pena, debido proceso legal y acusatorio. c. Cuestiones procesales: análisis del requerimiento, control del mérito de la acusación en torno a la acreditación de los extremos previstos por el art. 50 C.P., especial reparo en los plazos allí establecidos, como así también de la materia probatoria: He escogido tratar esta cuestión –la enunciada precedentemente- por cuanto la práctica demuestra que en muchos de los casos en donde recibimos condenas con la declaración de nuestros asistidos como reincidentes, éstas no fueron adecuadamente peticionadas. Ya sea porque no se hubiera solicitado expresamente su declaración, dado que los fiscales en muchos casos valoran los antecedentes condenatorios responsabilidad y “antecedentes que agregan lo como la agravante conocida convierte en y de reiterada reincidente”, la frase: aunque expresamente no peticionan su declaración como tal; o en su defecto también se dan los casos en donde ni siquiera se solicita su declaración ni se mencionan los antecedentes; o, peor aún se presume que ante la petición de unificación de penas, la misma debe ser declarada de oficio, porque un requerimiento expreso como el del art. 58 del CP, indefectiblemente importa el reconocimiento de ese o esos antecedentes que lo convierten en reincidente; como así también que se pretendiera su declaración sin haber probado el no transcurso de los plazos previstos por el artículo 50 del CP. Justamente, dichos plazos (independientemente del rechazo de sentencias que valoran antecedentes penales, sea en relación a los arts. 14, 40, 41, 50, 52, 189 bis. aparatado segundo del CP o 171 del CPP), entiendo deben ser utilizados como único parámetro para contabilizar esos antecedentes. Es decir, transcurridos los máximos allí previstos nunca se podrían valorar las condenas anteriores que registrara cualquier individuo, toda vez que esos términos indican cuál ha sido la pauta estipulada al respecto por el Legislador Nacional, conforme el criterio de Política Criminal allí imperante. Consecuentemente, más allá de esos plazos, se debería interpretar como si el condenado no tuviera antecedentes. Podrá decirse que no hay disposición expresa en la ley que así lo establezca, pero estimo que implícitamente ese es el mensaje que se lee a partir de la interpretación armónica del art. 50 del CP, junto con la demás normativa que aquí fuera referenciada. En este orden de ideas, resulta conducente destacar que en muchos de los votos, los Sres. Jueces hacen referencia, a lo previsto por el art. 50 del CP (además de utilizar los antecedentes condenatorios y mensurarlos como una pauta agravante del reproche penal), reseñando la condena impuesta con anterioridad, para “fundar” la agravante, en los mejores casos, requerida adecuadamente por la Fiscalía (conforme los hechos y el derecho), y asimismo señalar que en base a ellos: “…cumplió parcialmente pena privativa de la libertad lo que lo convierte en reincidente (CP art. 50)…”. En efecto, los Sres. Jueces no sólo no hacen mención –en la mayoría de los casos- del plazo previsto por el art. 50 del C.P. (no se suele señalar la fecha en la que operó el vencimiento de la pena anteriormente impuesta y/o cuando obtuvo la excarcelación o libertad, sea asistida o condicional), para así poder saber (controlar) si han transcurrido o no esos plazos, y en consecuencia resultar aplicable o no esa declaración. Además, se suele decir, como anticipara en el párrafo anterior, que ese o esos antecedente/s lo convierte/n en reincidente, pero expresamente en el requerimiento Fiscal- por ahí no lo solicitan y los Sres. Jueces igual lo declaran. Justamente, la reincidencia, con y por los efectos que está conlleva (el más significativo ejemplo, lo normado por el art. 14 del C.P.) debe siempre ser declarada de modo expreso. Tal es así que señalar los antecedentes e inferir por ellos, inclusive destacando mediante la usual fórmula “antecedentes que lo convierten en reincidente”, en modo alguno puede abastecer un requerimiento o una resolución que convierta a un ser humano en un “reincidente” (etiquetado así y, para siempre). Una sentencia que no brindara la expresa fundamentación y declaración de ella (la reincidencia), no podría ser convalidada, dada la arbitrariedad constatada, que le quitaría en ese aspecto, a ese pronunciamiento, su carácter de acto de gobierno, por lo que en modo alguno podría ser así ejecutada (me refiero a la confirmación y ejecución de una sentencia en la que se declarara a una persona reincidente en forma implícita, o se lo hiciera de oficio o ante una petición irregular). Independientemente de lo manifestado, existe un argumento adicional, al que oblicuamente me he referido. Este es que, la Fiscalía debe siempre acreditar no sólo que no hubiera transcurrido el plazo del artículo 50 del C.P., sino que además para el supuesto de ponderar los antecedentes en los términos de los arts. 40 y 41 del C.P., deberá fundar el motivo de la agravante requerida, es decir el por qué tener antecedentes penales es razón suficiente para aumentar el reproche penal dirigido a una persona, y finalmente solicitar expresamente la declaración de reincidencia, pues ésta es y debe ser siempre parte de la plataforma acusatoria que limitará en definitiva la actividad jurisdiccional. Es decir, de no obrar en el sentido referenciado anteriormente, en modo alguno podría extralimitarse el juzgador, y valorar los antecedentes, tanto a los efectos de lo normado por el art. 41 del CP como en relación a la declaración de reincidencia prevista por el art. 50 del CP o la plurireincidencia del art. 52 del CP (ello, sin mengua del principio de imparcialidad y de igualdad de partes en el proceso). Así entonces, sólo resta destacar uno de los argumentos reiteradamente sostenidos al poner en crisis la declaración de reincidencia. Hago mención del aspecto referente al significado de la disposición prevista en el art. 50 del CP, en cuanto al cumplimiento de una pena de prisión o reclusión impuesta por un tribunal del país. Es decir, a las cuestiones atinentes a desde cuándo se puede decir que una persona efectivamente cumplió pena. ¿Basta un día para ello, o debe darse al menos el cumplimiento del recaudo temporal previsto en el art. 13 del C.P. para acceder a la libertad condicional? Una vez sentado ello, ¿debe probarse el efectivo suministro y acceso a un tratamiento adecuado, conforme estatuido por la ley 24.660? La totalidad de los interrogantes expuestos, han sido –y lo continúan siendo- largamente debatidos, sin poder decir que exista un criterio unánime en doctrina y/o jurisprudencia. No sólo no hay unificación de criterios, sino que de entre los que se vienen brindando no resultan alentadores para los intereses de la Defensa. No ahondaré en este punto, pues las criticas y planteos desarrollados al respecto, al igual que la mayoría de los argumentos defensistas, vienen siendo rechazados por los organismos jurisdiccionales. Asimismo, la finalidad del presente – al menos la pretendida- es brindar nuevas herramientas para así poder ampliar el espectro de posibles y originales planteos que puedan revertir el desalentador panorama actual. d. Examen sobre la viabilidad (o no) de declarar la reincidencia de oficio: Al respecto, simplemente vale destacar los principios que consagran en nuestro país la garantía al debido proceso, la igualdad de partes, el contradictorio, la inviolabilidad de la defensa y fundamentalmente la imparcialidad del juzgador y los principios acusatorio y de congruencia, para dar por cerrada la implícita discusión que podría generarse en este punto. Y digo dar por cerrada una discusión que ni siquiera debiera plantearse, dada la manifiesta inviabilidad de una declaración de reincidencia de manera oficiosa. Independientemente de la respuesta brindada precedentemente, desarrollaré los argumentos que fundan esta posición: Conforme lo normado por el art. 1° de la Const. Nac., se ha adoptado el principio republicano de división de poderes, el cual restringe la tarea de los jueces a funciones estrictamente de decisión, es decir, propias del ejercicio del Poder Judicial. La consagración del Proceso Acusatorio, tanto en nuestro país como en el resto del mundo en donde éste se adoptara, ha logrado justamente –en lo que hace al tema aquí en tratamiento- distinguir (en dos “órganos” diversos) la función requirente de la decisoria. Es decir, por un lado estará la acusación, como acto que deberá en toda ocasión recaer en un sujeto distinto de quien simplemente tendrá como función y obligación, limitarse al dictado del fallo. Esto último, siempre, con posterioridad a la existencia de dicha acusación (y ciñéndose a ésta). Bien sabemos que, constitucionalmente (cfr. art. 18 de la Const. Nac.), se ha adoptado y consagrado la imposibilidad de que exista un juicio sin acusación. Vuelvo sobre este punto, porque es importante destacar –en el desarrollo de este apartado- que el juez nunca podría actuar de oficio. En todo momento, para habilitar su competencia, debe contar con un requerimiento fiscal (o en su defecto, en nuestra Provincia, del Particular Damnificado), el cual como se dijo marcará el límite máximo de su jurisdicción. Sin acusación previa y válida (conf. art. 18 de la Const. Nac.), no se podrán garantizar ni el efectivo ejercicio de la Defensa Técnica ni el Debido Proceso. Por otra parte, e íntimamente vinculada al principio acusatorio, se encuentra la garantía de imparcialidad del juzgador, la que se vería asimismo vulnerada de actuar el juez o tribunal, por fuera de los límites de la requisitoria fiscal y en perjuicio del imputado. Tal es así que la sentencia se fundará siempre (con la excepción y particularidades del Juicio Abreviado), a partir de lo producido y desarrollado en el marco del debate oral, público, con inmediación y como consecuencia del contradictorio. No basta el derecho a ser oídas las partes en el proceso, sino que la defensa debe siempre poder controlar la actividad de la parte requirente, resistir la acusación además de controlar la prueba de cargo y poder ofrecer prueba de descargo para refutar la acusación, reitero, en los límites de ésta. En función del, asimismo referenciado, principio de inviolabilidad del derecho de defensa en juicio del que goza todo imputado (derecho que no puede serle ajeno a ningún defendido), esa discusión debe necesariamente darse. Por lo demás, si el Código Procesal Penal contempla expresamente, ante el caso de Acuerdos de Juicio Abreviados, que no se podrá imponer una pena superior a la solicitada por el Fiscal (cfr. art. 399 del C.P.P.), con más razón debe ser ello aplicado ante el caso de Juicios Orales, donde asimismo conforme art. 375 ap. 1° del CPP se establece que en la Sentencia se plantearán -entre ellas- las cuestiones atinentes a: “La relativa a la calificación legal del delito, que no podrá exceder el hecho materia de acusación, ni producir indefensión para el imputado.” El destacado me pertenece y ello es así, por cuanto entiendo que el apartamiento en el que incurriría el órgano jurisdiccional que declarara e impusiera oficiosamente la reincidencia, provocaría un estado de indefensión para con el imputado, luego condenado. Me refiero pues a la extralimitación que importaría, ampliar el marco acusatorio, en justamente, la más importante consecuencia que acarrea un proceso penal: la imposición de una pena, la magnitud de ésta, y para el caso la declaración de reincidencia, que directamente afectará la modalidad de cumplimiento de la misma. Por ello es que ésta inclusive –la petición en los términos del art. 50 del CP- debe siempre surgir de la acusación. Es decir, el Magistrado –sea unipersonal o colegiado- nunca podría declarar a una persona reincidente, si previamente el Sr. Representante del Ministerio Público Fiscal o Particular Damnificado, no hubiere manifestado, peticionado y acreditado su declaración. Un obrar contrario implicaría vulnerar el acusatorio, contradictorio, debido proceso, la imparcialidad del juzgador y la inviolabilidad de la defensa en juicio. Si se admitieran pronunciamientos oficiosos de reincidencias –y reincidentes- se convalidarían actos de gobierno (las sentencias lo son) violatorios de garantías constitucionales, lo cual podría asimismo, acarrear responsabilidad internacional (cfr. arts. 1° y 2° de la CADH en función del art. 75 inc. 22 de la Const. Nac.). En igual sentido sostengo que, la mera existencia de normas como las previstas en los artículos 14 y 50 del CP, importan de por sí un riesgo para nuestro país de ser responsabilizados por mantener vigente normas contrarias a las disposiciones convencional y constitucionalmente incorporadas a nuestro ordenamiento interno. Implícitamente he dado respuesta a la presente cuestión pues una cosa es declarar una nulidad de oficio, en razón de que el Estado no puede convalidar entre otros actos, aquellos atentatorios de garantías constitucionales y otra muy distinta es, en violación de los principios referenciados precedentemente declarar de oficio, es decir, sin petición expresa y adecuada, por parte de un tercero imparcial (léase particular damnificado o fiscal), a una persona –la más débil de la relación: el imputadocomo reincidente. En igual sentido, debiera procederse ante el decomiso de los efectos incautados (cfr. art. 23 y ccs. del CP), toda vez que sin el requerimiento expreso del acusador no debiera ordenarse el mismo, por cuanto el decomiso al igual que como fuera señalado en relación a la reincidencia, deben ser declarados en la sentencia condenatoria, siempre y cuando hubieran formado parte de la acusación, previa acreditación del cumplimiento de los recaudos legales establecidos para viabilizar su imposición. Justamente, el art. 23 del C.P., establece que: “…En todos los casos en que recayese condena por delitos previstos en este Código o en leyes penales especiales, la misma decidirá el decomiso de las cosas que han servido para cometer el hecho y de las cosas o ganancias que son el producto o el provecho del delito, en favor del Estado nacional, de las provincias o de los municipios, salvo los derechos de restitución o indemnización del damnificado y de terceros…”. Conforme la letra expresa de la ley, el Tribunal o Juez Unipersonal interviniente, al momento de condenar deberá resolver, es decir, decidir sobre el decomiso. La ley utiliza el verbo destacado precedentemente, por cuanto en función de la imparcialidad del juzgador, debido proceso, igualdad de partes, congruencia y principio acusatorio, la resolución que al respecto se dicte sólo deberá ser el resultado de una petición expresa del titular de la acción penal, o en su defecto del Particular Damnificado. Sin la existencia de este requerimiento en modo alguno podría de oficio el órgano jurisdiccional ordenar el decomiso de los efectos incautados. De hacerlo, no sólo vulneraría los principios referenciados precedentemente, sino que además pondría afectar el derecho de propiedad de quienes fueran titulares de los elementos objeto de decomiso. Consecuentemente, si así se debería proceder ante el supuesto del decomiso, con más razón para la reincidencia. Porque atribuirse las autoridades facultades para imponerla de oficio, al sólo efecto de contrarrestar una omisión grave de quien o quienes debieron ser encargados de solicitarla, configuraría un abuso funcional sancionable, toda vez que la oficiosidad en este aspecto en modo alguno puede ser legalmente convalidada, dado que representa una aplicación e interpretación del derecho in malam parte, afectado los principios y demás derechos mencionados al inicio de este acápite. A pesar de lo evidente que pueda resultar la respuesta que deba darse a la presente, reitero, dada la imposibilidad de admitir la viabilidad de la declaración de la reincidencia de oficio. Ello así, tanto en el marco de un juicio abreviado, donde las partes hubieren omitido mencionar siquiera la petición en estos términos como en los alegatos fiscales o del Particular Damnificado, si lo hubiere. La mera referencia de una agravante de la responsabilidad por la existencia de antecedentes penales o el requerimiento de unificación de penas, no bastan para interpretar que implícitamente se ha acordado o peticionado la misma. Insisto, la reincidencia debe siempre ser requerida y justificada por el acusador –y en el caso del abreviado en connivencia con la defensa y el imputado- en forma expresa. e. Relación con el concurso real de delitos (art. 55 del C.P.): La mera existencia del artículo 50 del CP potencialmente afecta la igualdad ante la ley. Justificaré la afirmación expuesta: Supongamos que el “sujeto x” comete un delito (ej: un robo calificado) con fecha 20 de septiembre de 2012 y con posterioridad, más precisamente el 21 de septiembre de 2012, otro delito (ej: un homicidio), supongamos también que fuera procesado y condenado por ambos hechos calificándolos en concurso real, conforme art. 55 del CP. Sigamos trabajado en el plano de lo hipotético. Pensemos que el tal “sujeto x” transcurre dos tercios de la condena impuesta en prisión y cumple con el restante requisito previsto por el artículo 13 del CP, en cuanto al cumplimiento de los reglamentos carcelarios. Nadie dudaría que le correspondería acceder al derecho a la Libertad Condicional, al menos legalmente estaría habilitado para ello. Y como la imaginación es un recurso inagotable, continuemos suponiendo. Entonces, estaría en mejores condiciones este “sujeto x” que cualquier –o al menos algún- otro individuo. Prosigamos ejercitando nuestro potencial imaginativo y consideremos la situación del “sujeto y” que en la misma fecha, 21 de septiembre de 2012, fuera condenado por el delito de robo calificado y que luego este “sujeto y” mientras cumpliera esa pena de prisión impuesta por un Tribunal del país, causara la muerte de un miembro de la población carcelaria. El “sujeto y”, procesado y condenado por el delito de homicidio, no sólo recibiría la pena correspondiente a este último, sino que además, con un alto grado de probabilidad se solicitaría –como sucede en la mayoría de los casos- la unificación de pena con la del delito de robo calificado (hasta ahí no habría problemas, dado que lo que busca el instituto del art. 58 del CP es tratar de subsanar la imposibilidad fáctica de declarar un concurso de delitos, conforme art. 55 del CP, por los diversos momentos de comisión de los hechos y del dictado de las sentencias condenatorias); la valoración de los antecedentes condenatorios, como una pauta aumentativa del reproche penal a dirigírsele (cfr. arts. 40 y 41 del CP) y finalmente, también se peticionaría la declaración de reincidencia del “sujeto y”, con la consecuente imposibilidad de acceder a la Libertad Condicional (art. 13 del CP), ello en virtud del límite previsto - inconstitucionalmente- por el art. 14 del CP. Dejo sentado que aquél se encontraría en mejores condiciones que éste, por cuanto dada la legislación vigente, el “sujeto y” no podría acceder al derecho de obtener la libertad condicional (tal como todo condenado tiene y debe tener derecho a acceder), mientras que el “sujeto x” sí. Ante los ejemplos reseñados, no podríamos admitir desigualdades de esta magnitud, pues ambos casos son demostrativos de igual contenido de injusto. La lesividad es la misma y por ello no se podría favorecer a quien por cuestiones procesales (o, apresurado en la comisión de ilícitos) fue juzgado conjuntamente tanto por el robo calificado como por el homicidio y, perjudicar a quien por la razón que fuera cometió un delito con posterioridad al juzgamiento de otro anterior y por el que ya hubiera recaído sentencia condenatoria. Por tanto, constatada la arbitrariedad que se consagra a través de la coexistencia de estas dos normas en el Código Penal, la afectación del principio de igualdad, donde ante dos situaciones idénticas –solo separadas en razón del tiempo- el legislador ha dejado posibilitado efectuar distinciones arbitrarias, es éste un argumento adicional que contribuye a robustecer la inconstitucionalidad de los arts. 50 y 14 en función de aquél del CP. f. Análisis de los supuestos de unificación de penas y agravamiento del reproche penal en virtud de la existencia de antecedentes penales: De conformidad con la rúbrica del presente acápite me abocaré al supuesto de que a nuestros defendidos se los esté condenando y a la par unificando pena, justamente por los antecedentes que los convierten “eventualmente” en reincidente (decimos “eventualmente” por cuanto oportunamente nos referiremos a la inconstitucionalidad de ésta). Al respecto, tanto lo que hace al supuesto de unificación de penas como al tratamiento de la agravante de la responsabilidad en función de los antecedentes condenatorios registrados y computables, deben ser tratados conjuntamente pues advierto la irrazonable valoración de ellos, en ambos casos, cuando se lo declara reincidente y en el supuesto de los arts. 40 y 41 del CP. La irrazonabilidad se advierte por su sola ponderación como agravante (me abocaré a este aspecto, por cuanto considero que los argumentos referentes a estas cuestiones resultan íntimamente aplicables y por ende su tratamiento en esta instancia quizás brinde argumentos a tener en consideración ante cualquier supuesto de ellos que se nos presente en nuestra práctica tribunalicia). Así pues: Independientemente de los reparos efectuados en torno a la declaración de reincidencia, vale destacar que ante la unificación de penas (crf. art. 58 del CP y 18 del CPP), ello evidencia que los “antecedentes condenatorios” que se pretende valorar como aumento del reproche ya están siendo ahí mismo merituados. Es decir, resulta más que evidente la doble valoración (prohibida en nuestro ordenamiento) en la que incurre quien al momento de unificar los meritúa como agravante de la responsabilidad y/o como basamento de la declaración del sujeto como reincidente. Habiendo aclarado ello, desarrollaré, ahora sí, el por qué he sostenido que valorar las sentencias condenatorias como circunstancias agravantes de la responsabilidad, vulnera garantías constitucionales, principalmente los principios de igualdad ante la ley, ne bis in idem, pro homine, reserva, intervención penal mínima, culpabilidad, derecho penal de acto (en contraposición al derecho penal de autor) y proporcionalidad de la pena, como así también contraría los fines de ésta (arts. 16, 18, 19, 33 y 75 inc. 22° de la Const. Nac. y 1° de la ley 24.660 complementaria del CP). En efecto, la igualdad ante la ley, se vería afectada por cuanto sin distinguir, ni enunciar siquiera la entidad de los antecedentes consideración, condenatorios brindaría igual que se tratamiento toman a en cualquier antecedente. No importan las circunstancias de comisión de él o ellos (ya sea el modo de comisión –el cual podría ser doloso, culposo o preterintencional-, el tiempo –la edad que el acusado tenía en ese momento, como así también a las circunstancias del espacio de realización y en definitiva, todo aquello que diera cuenta del contexto que pudiera haber motivado su ejecución). Eventualmente, cualquier juzgador que quisiera mensurar antecedentes (con los reparos constitucionales que ello conlleva), debería analizar la incidencia que esos antecedentes tuvieron en el caso concreto. No pueden tratarse indistintamente esos antecedentes y analizarlos en forma igualitaria. Igualar en estos casos, contrariamente, vulneraría la igualdad ante la ley. Al respecto, es criterio sentado por la CSJN que se debe igualar ante iguales, en igualdad de circunstancias, y a contrario –como derivación directa de esa definición de igualdaddistinguir cuando los casos o situaciones resultan disímiles. En cuanto al ne bis in idem, ya me he referido al destacar (y atacar) la declaración de reincidencia y la solicitud de pena única, que adicionadas a la valoración de los antecedentes condenatorios que fundan a las anteriores, implicaría la doble valoración –prohibida penalmente- en perjuicio de nuestros asistidos. En efecto, tal como lo desarrolla el Dr. Zaffaroni en el voto que será referenciado en el anexo del presente, con la declaración de la reincidencia cobra nueva vigencia la condena anterior, lo cual resulta violatorio del principio ne bis in idem pues en razón del primer hecho -ya juzgado- se agrava la situación actual. En otros términos, la consideración de un hecho que ha merecido castigo, al juzgar otro delito, constituye una violación del principio referenciado y que fuera incorporado de manera explícita en los tratados internacionales con jerarquía constitucional (arts. 18, 33 y 75, inc. 22 de la Const. Nac.; 14.7 del PIDCyP y 8.4 de la CADH). Continuando con el desarrollo de los principios constitucionales que se verían vulnerados de confirmar resoluciones como las aquí puestas en crisis (léase declaraciones de reincidencias, individualización judicial de la pena, unificación de penas, multireincidencias, agravante del delito de portación de armas de fuego, etc., todos ellos en función de la valoración de antecedentes), es que me abocaré al tratamiento de otros de los principios íntimamente relacionados con la presente cuestión. Ellos son: El principio pro homine, es decir, aquél por el cual siempre se debe interpretar y aplicar el derecho que resulte más favorable al ser humano. De manera tal que en función de éste nunca podría aplicarse una disposición como la consagrada por el art. 14 del CP en relación al art. 50 de dicho cuerpo legal. Al respecto, en http://www.catedrahendler.org/doctrina_in.php?id=39, Principios y garantías. “Los principios constitucionales para una política criminal del Estado social y democrático de derecho”, el Dr. Hendler destaca sobre: “…El principio de humanidad y respeto a la dignidad humana.…reconocimiento a la esencia del concepto de persona….Es una “humanización” de las penas lo que se reclama, incluso socialmente, a partir del siglo XVIII. Y es esa “humanización” la que alejará a la materialidad de la pena de la muerte y otras penas corporales. Pero el principio de humanidad (en lo estrictamente referido a las penas) no podía limitarse a ello –que, por otro lado, no se logró aún en todos los países civilizados e, incluso, parece estar en un período de retrocesosino que también continuará limitando a la inhumanidad persistente en la aplicación de las penas privativas de libertad, y cualquier otra forma de imponer dolor en forma deliberada. El principio de humanidad aparece con una doble condición: por un lado, entonces, es impuesto como un límite a la legislación represiva desde la sensibilidad de los propios seres humanos; pero, por el otro, es un límite del programa político-criminal constitucional a las posibles demandas punitivas de los individuos, incluso si son mayoría. Y es que lo que está en juego si se rebasa este principio es la propia dignidad humana. Es por eso que este principio…debiera de ser el primero en un Estado democrático pues, como dice MIR: “Es la dignidad del individuo, como límite material primero a respetar por un Estado democrático, lo que va fijando topes a la dureza de las penas y agudizando la sensibilidad por el daño que causan en quienes las sufren. Aunque al Estado y hasta a la colectividad en general pudieran convenir penas crueles para defenderse, a ello se opone el respeto a la dignidad de todo hombre –también del delincuente-, que debe asegurarse en un Estado para todos”… En las palabras citadas se observa un aspecto del principio de humanidad (o dignidad) referido a la esencia del Estado liberal, que se retrotrae a Kant y de acuerdo al cual ninguna persona puede ser considerada un medio para otro fin…Los principios constitucionales de la política criminal no legitiman el poder punitivo sino que lo limitan…el derecho limitador de la Constitución puede ser el camino hacia una “utopía jurídica” que permita modificar la concepción de un “derecho penal del enemigo” –y que sólo imponga dolor- hacia otra que respete la dignidad de las personas y promueva soluciones no violentas…De esta forma, “el derecho penal mínimo, el derecho penal de la Constitución, no es sólo el programa de un derecho penal más justo y eficaz, es también un gran programa de justicia social y de pacificación de los conflictos” (BARATTA 2000: 418)…”. Con respecto al principio de reserva, bien es sabido (y en el voto que el Dr. Zaffaroni recientemente ha emitido, del cual posteriormente me referiré, se ahonda en este aspecto), que nuestra legislación penal adopta –afortunadamente- un criterio de derecho penal de acto, por contraposición al de autor, propio de sistemas autoritarios y ajeno a nuestro sistema democrático de gobierno (conf. art. 1° de la Const. Nac.). Lo referenciado precedentemente no resulta novedoso para Ustedes, por lo que se preguntarán entonces a dónde apunto con esta reflexión. Justamente, dado ello es que se encontraría rotundamente prohibido que tanto por vía de la legislación, como por la interpretación que de ésta se hiciera, que se pretendiera sancionar a personas no por hechos ilícitos cometidos, sino por estilos de vida, pensamientos, ideas, personalidades o estados considerados “peligrosos”. En réplica a los conocidos argumentos que podrían sustentarse en rechazo de la posición aquí sostenida, entiendo que en modo alguno se puede acreditar que la existencia de condenas anteriores demuestre una mayor determinación e inclinación por el delito. Pues de hacerlo sería una mera presunción, que sin la certeza necesaria que un pronunciamiento de estas características requiere, generalizaría (en contra de la igualdad ante la ley, y que fuera tratada anteriormente) cualquier antecedente que se tuviera (imaginemos que éste fuera de un homicidio culposo donde la víctima trágicamente fuera familiar directo del “condenado”). Por lo demás, reitero, sancionaría no conductas lesivas de bienes jurídicos protegidos y reprimidos penalmente, sino a determinadas personas, por el solo hecho de haber cometido en algún momento de sus vidas hechos que sí –en aquellos casos- los pusieran en riesgo o los lesionaron. Lo que en modo alguno podría ser válido, ni convalidable en un Estado Democrático de Derecho como el nuestro. Asimismo, y como argumento adicional quisiera decir que tanto las personas con antecedentes penales, los jueces, defensores, fiscales, doctrinarios, profesores, estudiantes de derecho entre algunos otros, por el mero conocimiento de la ley penal y las consecuencias que acarrea la comisión de ilícitos (o al menos por la presunción de ese conocimiento que debieran tener), siempre tendrían que recibir un plus en su sanción, sea cual fuere el delito que cometieran, sólo en función de ese particular y especial conocimiento. De ser ello así, sería absurdo (vuelvo al ejemplo del homicidio culposo), por tanto propugno una interpretación contraria, pues debiera descartarse cualquier valoración que se efectuara en esos términos. Obviamente se podría inferir que tanto nuestros asistidos como cualquier ciudadano o habitante del país, que revistiera las características referenciadas en el párrafo anterior, debería conocer las consecuencias de la comisión de un hecho ilícito. Ahora bien, suponer que ese conocimiento implique de por sí un desprecio por la norma y que a su vez ese eventual conocimiento y desprecio fuera sancionable penalmente no podría ser válido, pues ello queda reservado justamente a su esfera íntima. La moral de cada ciudadano es una de las acciones privadas de los hombres en las que el Estado tiene prohibido inmiscuirse (cfr. art. 19 de la Const. Nac.), independientemente de lo reprochable que en algunos casos pudiera ser ella (reprochabilidad que siempre quedaría fuera de la esfera judicial y sólo podría ser viable en otras distintas, como ser las de la ética o la religión). Por lo demás no siempre la comisión de ilícitos puede deberse a un mayor o menor grado de conocimiento de la ley penal y aspectos vinculados. Pensemos en los casos de delitos culposos y obtendremos precedentemente señalado. la clara ejemplificación de lo Nuevamente, en http://www.catedrahendler.org/doctrina_in.php?id=39, se desarrolla: “…El principio de intervención mínima:…el derecho penal ha de ser la ultima ratio del legislador, el último recurso que subsistirá al agotarse la imaginación para el uso de medios menos lesivos de solución de conflictos. Ello se manifiesta de dos formas: por un lado, la imposibilidad de prescribir sanciones penales siempre que se puedan esperar soluciones con la intervención de medios menos lesivos (como respuestas no jurídicas, políticas sociales, o normas de derecho civil o administrativo); por el otro, la utilización de la norma penal menos gravosa frente a la existencia de otra de mayor contenido punitivo, siempre y cuando la primera baste para cumplir los fines de la intervención penal (SILVA 1992: 247). La intervención mínima reconoce a la vez la peligrosidad de la herramienta punitiva cuanto su necesidad, pero esto último solo frente a la ausencia de otras intervenciones no penales (MUÑOZ CONDE y GARCIA ARAN 1993: 66). El principio de intervención mínima, del que se derivan el carácter subsidiario y el carácter fragmentario, significa que ni siquiera debe proponerse pena para todas las conductas que lesionen bienes jurídicos sino sólo frente a las más graves o modalidades más peligrosas (MIR 1994: 151 y ss.; y 1996: 89). De esta forma, el derecho penal liberal, desde sus orígenes, reconoce la tendencia reductiva y minimizadora de sí mismo…”. En http://www.catedrahendler.org/doctrina_in.php?id=39, también se desarrolla “…El principio de culpabilidad…en un Estado liberal, a ninguna persona le pueden ser imputadas acciones prohibidas por ley si dicha persona no ha tenido al menos la posibilidad de prever el resultado de su conducta, o si no le era posible conocer la prohibición legal o adecuar su conducta a tal prohibición en el momento concreto (ZAFFARONI et al 2000: 132). Las consecuencias, por tanto, de este principio en materia dogmática penal son enormes. No sólo se requiere que exista una acción material imputable al autor, sino que también se requiere que ese hecho haya sido querido por el autor o le sea reprochable por negligencia (cuando el autor debió prever la posibilidad del resultado). Ello es denominado como “principio de dolo o culpa” (MIR 1996: 97), que influirá en el tratamiento de la tipicidad. Además, la falta de conocimiento de la norma cuanto la imposibilidad de introyectarla (por motivos psíquicos o no) demuestran una irreprochabilidad que es juzgada en el estrato de la teoría del delito denominado “culpabilidad”, en el cual se exige una posibilidad de haberse motivado en la norma. Estos dos ejemplos demuestran la importancia del concepto de culpabilidad como un necesario filtro para evitar irracionalidades a la hora de aplicar penas. En efecto, la pena no puede ser impuesta para quien no sea responsable o culpable de haber cometido un acción típica y antijurídica. De esa forma el principio de culpabilidad es un nuevo filtro que evita en muchos casos la imposición de penas a sujetos no responsables…La mayor racionalidad va a ser proporcionada por los mayores límites al poder punitivo, por los mayores límites a la violencia. Y esos límites no se amplían si se abandona la noción liberal –y que por ello es recibida por las Constituciones y Declaraciones de Derechos- de persona. Esta última implica la autodeterminación de los seres humanos, que es el punto de partida de la culpabilidad. Ya se ha visto históricamente el resultado de aquellas políticas criminales que presuponían la determinación – física o social- de los individuos, amparadas por malas pero a veces también buenas intenciones. Tampoco puede limitarse la violencia punitiva con un criterio que evite la discusión entre libre albedrío y determinismo, eliminando el nexo necesario entre el delito y su autor, y reemplazándolo por necesidades sociales de la pena…Por el contrario, para que el principio de culpabilidad constituya un mayor límite frente a la violencia estatal debe presuponerse un ámbito de autodeterminación, pero también incorporarse distintos elementos externos que dificultan esa autodeterminación en el caso concreto. Esto es lo que hace ZAFFARONI al hablar de la “culpabilidad por vulnerabilidad”. Dice este autor que “la culpabilidad es el juicio necesario para vincular en forma personalizada el injusto a su autor y, en su caso, operar como principal indicador del máximo de la magnitud del poder punitivo que puede ejercerse sobre éste. Este juicio resulta de la síntesis de un juicio de reproche basado en el ámbito de autodeterminación de la persona en el momento del hecho (formulado conforme a elementos formales proporcionados por la ética tradicional) con el juicio de reproche por el esfuerzo del agente para alcanzar la situación de vulnerabilidad en que el sistema penal ha concretado su peligrosidad, descontando del mismo el correspondiente a su mero estado de vulnerabilidad” (ZAFFARONI et al 2000: 626). De esta forma, el principio de culpabilidad morigerado es un principio aún más importante que cualquier justificación de la pena, lo que se condice con la importancia atribuida al concepto de persona humana en las distintas Constituciones…”. Ya lo he dicho, pero no resultará superfluo reiterarlo: el reincidente no resulta merecedor de un mayor reproche. La recaída que experimenta al volver a delinquir, resultaría pues demostrativa de una menor capacidad para conducirse de acuerdo a la norma y, consecuentemente, una menor culpabilidad. Esto es, la mayor vulnerabilidad del sujeto le restringe la posibilidad de motivarse en la norma penal, resultando por ello menos culpable. Interpretar lo contrario y considerar que la condena anterior –o más precisamente, su cumplimiento como pena privativa de libertad- resultara demostrativa de una mayor culpabilidad, en razón de tratarse de una persona que habría sido indiferente –insensible, en términos de la C.S.J.N, Ca. “Gómez Dávalos”, Fallos 308:1938, cons. 5- al tratamiento punitivo experimentado, colisionaría con principios básicos de nuestro ordenamiento constitucional, por cuanto recobraría vigencia un hecho anterior que ya ha recibido el correspondiente reproche, lo cual, además de resultar constitutivo de un indebido doble juzgamiento por el mismo hecho, establece un juicio de probabilidad sobre la peligrosidad del agente incompatible con el principio de culpabilidad por el hecho. Por todo lo expuesto es que sigo sosteniendo, que, considerar al reincidente como más reprochable que al primario resulta contrario al principio de culpabilidad. En cuanto al principio de derecho penal de acto, vigente en nuestro ordenamiento (en clara oposición al de autor), simplemente agregaremos que el Máximo Tribunal de Justicia de la Nación ha condenado globalmente a las manifestaciones de derecho penal de autor cuando sostuvo que: “…la Constitución Nacional, principalmente en razón del principio de reserva y de la garantía de la autonomía moral de la persona consagrados en el art. 19, no permite que se imponga una pena a ningún habitante en razón de lo que la persona es, sino únicamente como consecuencia de aquello que dicha persona haya cometido. De modo tal que el fundamento de la pena en ningún caso será su personalidad sino la conducta lesiva llevada a cabo. En un estado que se proclama de derecho y tiene como premisa el principio republicano de gobierno, la constitución no puede admitir que el propio estado se arrogue la potestad –sobrehumana- de juzgar la existencia misma de la persona, su proyecto de vida y la realización del mismo…” (Ca. “Gramajo, Marcelo Eduardo s/robo en grado de tentativa. Recurso de hecho”, cons. 18., sent. del 05/09/2006. Fallos 329:3680). En análoga dirección, la Corte Interamericana de Derechos Humanos –refiriéndose genéricamente a la peligrosidad- afirmó que: “…constituye claramente una expresión del ejercicio del jus puniendi estatal sobre la base de características personales del agente y no del hecho cometido, es decir, sustituye el Derecho Penal de acto o de hecho, propio del sistema penal de una sociedad democrática, por el Derecho Penal de autor, que abre la puerta al autoritarismo precisamente en una materia en la que se hallan en juego los bienes jurídicos de mayor jerarquía…”. Y a su vez, que "…la valoración de la peligrosidad del agente implica la apreciación del juzgador acerca de las probabilidades de que el imputado cometa hechos delictuosos en el futuro, es decir, agrega a la imputación por los hechos realizados la previsión de hechos futuros que probablemente ocurrirán. Con esta base se despliega la función penal del Estado. En fin de cuentas, se sancionaría al individuo -con pena de muerte inclusive- no con apoyo en lo que ha hecho, sino en lo que es. Sobra ponderar las implicaciones, que son evidentes, de este retorno al pasado, absolutamente inaceptable desde la perspectiva de los derechos humanos" (C.I.D.H., Caso “Fermín Ramírez vs. Guatemala”, sent. del 20 de junio de 2005, cons. 94 y 95). En el mismo sentido, Ferrajoli se ha expedido, al afirmar que: “…en un sistema garantista…no tienen sitio ni la categoría peligrosidad ni cualquier otra tipología subjetiva o de autor elaboradas por la criminología antropológica o eticista, tales como la capacidad criminal, la reincidencia, la tendencia a delinquir, la inmoralidad o la deslealtad…” (en “Derecho y Razón. Teoría del garantismo penal”, Madrid, Editorial Trotta, Quinta Edición 2001, pág. 500). En cuanto al principio de proporcionalidad, justamente, no resultaría proporcional una pena que se viera incrementada por los antecedentes penales, cuando la afectación de los bienes jurídicos fuere la misma y sólo se viera agravada en función de la diferencia temporal existente entre las fechas de comisión de los ilícitos (al respecto, me remito al punto aquí tratado en relación al análisis comparativo con los supuestos de concursos reales de delitos). En efecto, cuando la desproporción entre el fin perseguido y los medios empleados para conseguirlo involucre un sacrificio excesivo e innecesario de los derechos que la Constitución garantiza, se impondrá un enjuiciamiento desde la perspectiva constitucional. De allí que, en el marco de un Estado de Derecho, y como derivación de la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos y la dignidad de las personas, se presente el principio de proporcionalidad como un límite a la injerencia estatal sobre el individuo. De dicho principio extraigo que la sanción penal debe guardar relación de gravedad con el ilícito imputado, el cual debe operar como límite máximo, por ello, un tratamiento más gravoso del imputado –en orden a su carácter de reincidente- en el nuevo hecho cometido resulta violatorio del principio de proporcionalidad de las penas. Y de no ser así, si se pretendiera salvar dicha situación asignando nuevos efectos al primer hecho ya juzgado se conculcaría, por las razones comentadas en el acápite anterior, la prohibición de doble juzgamiento. En http://www.catedrahendler.org/doctrina_in.php?id=39, al tratar el principio de proporcionalidad mínima, se destaca, que: “…Tras insistir en el principio de culpabilidad (y como consecuencia de éste) los ilustrados hacían hincapié en el principio de la proporcionalidad entre los delitos y las penas (BECCARIA, 1983: 66 y ss.). La proporción de la pena con respecto al delito que la motiva es un límite que necesariamente no pueden superar las diversas justificaciones del castigo estatal, para no convertirse en sí mismas arbitrarias. Es por ello que el principio de proporcionalidad aparece unido a cualquier derecho penal liberal, más allá de la teoría de la pena que lo fundamente…Y es que también las teorías utilitarias deben considerar algún criterio de justicia, sin el cual no podrían de ningún modo cumplir su finalidad de transmitir mensajes al condenado o a la población. Tanto en uno y otro caso la legitimación del derecho penal pasa por impedir la comisión de injusticias y arbitrariedades, mediante las cuales el Estado que impone penas sólo demuestra ser el más fuerte...Es de acuerdo a ello que el principio de proporcionalidad aparece como un límite y, por tanto, como una garantía contra la arbitrariedad y la violencia…De tal forma, el principio de proporcionalidad mínima entre delito y pena aparece como un límite que impide la misma imposición de penas frente a hechos de poca relevancia, y también impide penas desmesuradas amparadas en necesidades de prevención general o especial. Esto es lo que afirma ZAFFARONI, para quien “la criminalización alcanza un límite intolerable cuando el conflicto sobre cuya base opera es de ínfima lesividad o cuando, no siéndolo, la afectación de derechos que importa es groseramente desproporcionada con la magnitud de la lesividad del conflicto” (2000:123). Es así que según éste último autor, tampoco el principio de proporcionalidad legitima al poder punitivo sino que, como se sostiene aquí, es simplemente un nuevo límite para la irracionalidad más manifiesta (y la arbitrariedad) de la punición…”. Finalmente, tanto en razón de los Tratados y Convenciones de Derechos Humanos incorporados a través del art. 75 inc. 22 de la Const. Nac., que en función de éste adquirieron jerarquía constitucional, como así también en atención a lo normado por el citado art. 1° de la ley 24.660 complementaria del CP, el fin de la pena –al menos el proclamado- es la resocialización del condenado. De manera tal, que teniendo como pauta el fin enunciado, nunca se podrían valorar los antecedentes condenatorios como una pauta agravante del reproche, por cuanto la propia palabra –resocialización- demostraría el fracaso del propio Estado en pos de ella; claramente se verificaría el no logro de la mentada finalidad, cuando un individuo que cumplió pena y “debió haber sido socializado nuevamente”, incurriera otra vez en la ejecución de un delito. Pues no podría cargarse a aquél con ese fracaso (adicionándoselo a la pena), por no ser imputable a él sino al propio Estado. Por lo demás vale mencionar los efectos negativos de la prisionización que inciden en esos posteriores procesos de inserción en el medio externo, luego de recuperada la libertad. Son “daños colaterales”, que en vez de ponderarse como aumentos del reproche penal a dirigírsele, deberían ser merituados a favor de nuestros asistidos, por ser demostrativos de un menor injusto. Toda vez que la persona que ha sido condenada y recae en el delito, demuestra con ese actuar que tuvo menores posibilidades de motivarse por el cumplimiento de la norma. Al respecto, en "La medida del castigo. El deber de compensación ZAFFARONI, por E. penas Raul ilegales" (dirección) (390 - ps., Ediar, VACANI, 2012) Pablo A. (coordinación). LAS PENAS CRUELES Y LA DOBLE PUNICIÓN. Eugenio Raúl Zaffaroni, sostiene que: “…4) Es curioso que la doctrina penal, no en función de la prohibición de doble punición, sino invocando el principio de humanidad, propugne desde hace mucho la atenuación o incluso la cancelación de la pena de la persona que, como consecuencia de su propia conducta delictiva, provoca un resultado gravemente lesivo para sí mismo…7) En conclusión, creo que: a) La tortura y los tratos crueles, inhumanos o degradantes, impuestos por agentes estatales a una persona en razón de la comisión de un delito, sea como castigo ilegal o como medio ilegal de obtener prueba, son penas. b) Siendo penas deben compensarse con las penas legales que se les imponga por el mismo delito o con la que ya venga sufriendo por ese hecho. c) No reconocer la imperiosidad de esta compensación implica agregar a la violación de Derechos Humanos individuales sufrida por la persona, otra violación de igual naturaleza, en razón de la imposición de una doble punición por el mismo hecho. d) La individualización del monto compensatorio deberá hacerse partiendo de la jerarquía del derecho que afectó el comportamiento de los agentes del Estado y de la magnitud de la lesión a ese derecho…”. Es decir, el Dr. Zaffaroni en su artículo establece que debe ponderarse al momento de individualizar la pena a imponer, si: “….sobre la persona que recaerá la “pena legal”, con anterioridad y en razón del proceso que lleva a su imposición, sufrió una “pena ilegal”. De modo que, de haber sucedido ello, necesariamente debiera mensurarse, al individualizar judicialmente la pena, añadiendo el plus que implicó para esa persona el sometimiento a un trato inhumano, calificado por el Dr. Zaffaroni como una “pena ilegal”…” (Verónica Bilczyk, en http://idpjursoc.blogspot.com.ar/). En este punto y relacionado con la imposibilidad de acreditar la existencia de un tratamiento penitenciario, es dable destacar las condiciones a las que son sometidas las personas privadas de la libertad en función de los problemas existentes para acceder a la educación, alimentación adecuada, a condiciones laborales dignas, de salubridad, como así también por los constantes y perversos traslados que padecen (vulgarmente conocidos como “calesita”1), todos los cuales2, sumados a la superpoblación carcelaria (ya puesta en evidencia en el fallo Verbitsky), inciden en las condiciones de detención e impiden considerar que en algún caso pueda haber un “tratamiento” conforme lo dispone la ley de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad 2 24.6603, n° en virtud de afectar los derechos “…los graves, plurales y “naturalizados” actos de torturas, tratos crueles, inhumanos y/o degradantes, a los que sistemáticamente son sometidos los internos que se encuentran alojados en dependencias policiales y/o penitenciarias en la Provincia de Buenos Aires…” (Verónica Bilczyk, en http://idpjursoc.blogspot.com.ar/). 3 “…CAPITULO I Principios básicos de la ejecución ARTICULO 1º — La ejecución de la pena privativa de libertad, en todas sus modalidades, tiene por finalidad lograr que el condenado adquiera la capacidad de comprender y respetar la ley procurando su adecuada reinserción promoviendo la comprensión y el apoyo de la sociedad. social, El régimen penitenciario deberá utilizar, de acuerdo con las circunstancias de cada caso, todos los medios de tratamiento interdisciplinario que resulten apropiados para la finalidad enunciada... ARTICULO 5º — El tratamiento del condenado deberá ser programado e individualizado y obligatorio respecto de las normas que regulan la convivencia, la disciplina y el trabajo. Toda otra actividad que lo integre tendrá carácter voluntario. En ambos casos deberá atenderse a las condiciones personales, intereses y necesidades para el momento del egreso, dentro de las posibilidades de la administración penitenciaria. ARTICULO 6º — El régimen penitenciario se basará en la progresividad, procurando limitar la permanencia del condenado en establecimientos cerrados y promoviendo en lo posible y conforme su evolución favorable su incorporación a instituciones semiabiertas o abiertas o a secciones separadas regidas por el principio de autodisciplina. ARTICULO 7º — El condenado podrá ser promovido excepcionalmente a cualquier fase del período de tratamiento que mejor se adecue a sus condiciones personales, de acuerdo con los resultados de los estudios técnico- criminológicos y mediante resolución fundada de la autoridad competente. ARTICULO 8º — Las normas de ejecución serán aplicadas sin establecer discriminación o distingo alguno en razón de raza, sexo, idioma, religión, ideología, condición social o cualquier otra circunstancia. Las únicas diferencias obedecerán al tratamiento individualizado. ARTICULO 9º — La ejecución de la pena estará exenta de tratos crueles, inhumanos o degradantes. Quien ordene, realice o tolere tales excesos se hará pasible de las sanciones previstas en el Código Penal, sin perjuicio de otras que le pudieren corresponder. ARTICULO 10. — La conducción, desarrollo y supervisión de las actividades que conforman el régimen penitenciario serán de competencia y responsabilidad administrativa, en tanto no estén específicamente asignadas a la autoridad judicial…. CAPITULO II Modalidades básicas de la ejecución. Sección primera. Progresividad del régimen penitenciario. Períodos… ARTICULO 12. — El régimen penitenciario aplicable al condenado, cualquiera fuere la pena impuesta, se caracterizará por su progresividad y constará de: a) Período de observación; b) Período de tratamiento; c) Período de prueba; d) Período de libertad condicional…Período de tratamiento ARTICULO 14. — En la medida que lo permita la mayor o menor especialidad del establecimiento penitenciario, el período de tratamiento podrá ser fraccionado en fases que importen para el condenado una paulatina atenuación de las restricciones inherentes a la pena. Estas fases podrán incluir el cambio de sección o grupo dentro del establecimiento o su traslado a otro…”. El destacado efectuado en la normativa precedentemente referenciada se debe a la íntima relación existente con el tema aquí en análisis. referenciados precedentemente, y fundamentalmente la progresividad imperante en el régimen penitenciario. En definitiva, con los argumentos aquí desarrollados no sólo se propugna el rechazo de la agravante usualmente contemplada por la judicatura, sino que pretendo sea considerada la misma como un factor que atenúe la responsabilidad de nuestros defendidos. Es decir, la reincidencia atenta contra el derecho que todo condenado tiene a ser “resocializado”. El tratamiento que la ley dispensa al reincidente al denegarle la posibilidad de obtener la libertad condicional (art. 14 del CP), además de constituir una clara expresión del ejercicio del jus puniendi estatal sobre la base de la personalidad del agente y no del hecho cometido, contraría el derecho a la resocialización contenido internacionales de Derechos Humanos en los Tratados incorporados a la Constitución Nacional (conf. arts. 18 y 75 inc. 22 de la Const. Nac.; 10.3 del PIDCyP; 5.6 de la CADH). El Estado se encuentra en la obligación de arbitrar los medios necesarios a efectos de garantizar el pleno goce del ideal resocializador, ya que con la incorporación a la Constitución Nacional de los tratados supranacionales sobre derechos humanos (art. 75 inc. 22, cit.), los derechos y garantías reconocidos en estos últimos deben ser considerados como texto expreso y obligatorio no sólo para la legislación infraconstitucional, sino también respecto de la interpretación que de los mismos realicen los órganos jurisdiccionales. De allí que, la resocialización constituya un objetivo que debe trazarse el Estado -nunca una obligación para la persona que cumple la pena-, erigiéndose la progresividad en la herramienta fundamental para el éxito del mismo. En efecto, la progresividad coadyuva al presupuesto legal de la reinserción social del interno en cuanto, a través del retorno progresivo de éste al medio libre se coopera – potencialmente- en la preparación de su vida en libertad, se tiende al fortalecimiento de los vínculos familiares y se le facilita la integración definitiva al medio social. Consecuentemente, la imposición contenida en el art. 14 del Código de fondo, en cuanto niega al reincidente toda posibilidad de acceso a la última etapa del régimen de progresividad penitenciario –la relativa a la libertad condicional-, contraría el objeto y fin de las Convenciones internacionales de Derechos Humanos expresado, en el caso, a través del derecho a la resocialización previsto en los arts. 10.3 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y 5.6 de la Convención Americana de Derechos Humanos. Ante la individualización judicial de la pena, cuando se lo declara reincidente por primera, segunda o la vez que fuera, los Sres. Jueces se suelen apartar del mínimo de la escala (lo que no justifican). Sobre lo cual advierto que, de ponderar ello y en esos términos, implicaría efectuar una doble valoración prohibida en el derecho penal, porque ésta (la reincidencia) de por sí ya acarrea efectos negativos por su mera declaración, como es por ejemplo la “inconstitucional” limitación de acceder a la libertad condicional (conf. art. 14 del CP). g. Comparación con los artículos 52 y 53 del C.P.. Al respecto el Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni se ha expedido en el voto que será reseñado en el anexo de esta presentación. De modo tal que a dicha cuestión me remito. Sólo señalaré que la comparación que efectúa el Sr. Profesor y Ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Dr. Zaffaroni, resulta ser un argumento sustancial para –insisto- reforzar la conclusión que la Defensa y algunos sectores de la doctrina y jurisprudencia vienen sosteniendo hace años, en torno al no traspaso del tamiz de constitucionalidad por parte de las normas aquí puestas en crisis (arts. 14 y 50 del CP). Sin perjuicio de lo expuesto, resulta oportuno agregar un ejemplo que podría tener relación con el punto aquí tratado. Esto es la eventual declaración de reincidencia por segunda, tercera o cuarta vez. Ello así porque cuando se etiqueta a un “condenado” como reincidente, a pesar de que no sea una cuestión que en el presente pueda acarrear “algún inconveniente adicional”, más allá de la grave limitación del art. 14 del CP (que surgirá indefectiblemente en el futuro mediato), sí advierto que la declaración como reincidente por primera, segunda, tercera o cuarta vez (e independientemente de los reparos constitucionales que la reincidencia de por sí conllevan) sólo tendrá efectos ante una eventual plurireincidencia (art. 52 del C.P.) declarada inconstitucional por la CSJN en Gramajo, Marcelo E. s/robo en grado de tentativa, como así también de la que el proyecto de reforma del CP prevé su desaparición (Anteproyecto de ley de reforma y actualización integral del Código Penal de la Nación elaborado por la Comisión constituida por las Resoluciones n° 303/04 y 136/05 del Ministerio de Justicia de Nación), por lo que es importante dejar sentada la expresa disconformidad no sólo con el instituto de la reincidencia en sí, sino que también y con mayor razón, con la categorización en segunda, tercera, cuarta, quinta o plural reincidencia, porque a pesar de la inconstitucionalidad declarada por la Corte, hoy el art. 52 del CP (dado el control difuso de constitucionalidad), sigue vigente. h. Planteo de inconstitucionalidad de la reincidencia (art. 50 del C.P.) y de la limitación establecida por el art. 14 del C.P.: Tal como lo vengo sosteniendo, la declaración de un ser humano como reincidente, y el instituto referenciado importa de por sí el avasallamiento de garantías constitucionales. El Estado Argentino, por imperativo constitucional y convencional tiene obligación, en el caso del Poder Judicial, de no aplicar disposiciones como las previstas en el art. 50 del CP y, en el caso de los restantes Poderes de propugnar su supresión conforme arts. 1° y 2° de la CADH en función del art. 75 inc. 22 de la Const. Nac., todo ello en pos de no incurrir en responsabilidad internacional por su incumplimiento. Esta defensa viene planteando la inconstitucionalidad de la reincidencia respecto de nuestros asistidos, fundamentado ello en que la aplicación de lo normado por los arts. 50 y 14 del CP (en tanto prohíbe la concesión de la libertad condicional a los reincidentes), vulnera garantías constitucionales consagradas en y por los arts. 18, 19, 28, 31 y 75 inc. 22 de la Const. Nac. y a nivel procesal, el art. 1° del CPP, resultando consecuentemente inconstitucionales por violentar el derecho penal de acto imperante en nuestro ordenamiento jurídico. La reincidencia vulnera entre otros el principio de ne bis in idem, además del de culpabilidad. Pues, justamente los jueces sólo puede juzgar acciones e imponer penas sólo si éstas y los delitos fueron previamente establecidos por ley, nunca personalidades ni modos o elecciones de vida, pues estos, conforme el principio de reserva quedan exentas de la autoridad de los magistrados. En definitiva sólo se podrían reprochar a personas la comisión de hechos contemplados por la ley como delictivos. Y esa reprochabilidad, y consecuentemente, la aplicación de pena debe ser limitada a ese caso, por una sola vez sin dobles ni múltiples persecuciones. Al respecto, el Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni, junto con los Dres. Alagia y Slokar (en Manual de Derecho Penal. Parte General. Editorial Ediar. Buenso Aires, 2005, páginas 769/771), establecen que: “…el plus de poder punitivo que habilita la reincicdencia se funda en razón de un delito que ya fue juzgado o penado, por lo que importaría una violación constitucional al non bis in idem. De este modo, la tradicional reincidencia como inevitable causa de habilitación de de mayor pena deviene inconstitucional….La reincidencia oculta el fracaso de la pena…La Prisión agrava el estado de vulnerabilidad deteriorando a una persona en un sentido físico y psicológico; luego cuando ese deterioro se e4xpresa en una suituación concreta de vulnerabilidad, la “razón de estado” quiere imputarla a una nueva pena, desligándose de toda responsabilidad productora…En lugar de una mayor conciencia de la antijuridicidad, en la reincidencia habría –por lo general- una menor culpabilidad en virtud del aumento del nivel de vulnerabilidad…el estado no puede agravar la pena del segundo delito que ha contribuido a causar…En cuanto a la culpabilidad por la vulnerabilidad, la reincidencia puede aumentar este estado por efecto de un anterior ejercicio de poder punitivo prisionizante, que provoca estigmatización, rechazo social, desempleo, al tiempo que confirma el estereotipo y fija el rol desviado, conforme al mismo…Todas estas disposiciones son inconstitucionales: a) por violar el máximo de irracionalidad al imponer una pena que excede el marco de la culpabilidad por el acto; b) por afectar la prohibición de doble desvaloración; c) por lesionar el principio de doble punición; y d) en el caso del art. 52, por imponer una pena que no guarda absolutamente ninguna proporción con el delito cometido…”. Idénticos planteos pueden efectuarse (y de hecho se vienen presentando, con algunos resultados alentadores) en torno a figuras como las previstas en el art. 189 bis. apartado segundo, párrafo octavo del CP y art. 171 del CPP, que por razones de brevedad omitiré tratar en esta instancia. En el mismo sentido, el art. 41 del CP en cuanto prevé algunas pautas legales a tener como parámetro al momento de individualizar la pena, contempla entre ellas: “las reincidencias en que hubiere incurrrido”. Esta circunstancia, tampoco debiera ser aplicada, por cuanto los reparos de orden constitucional que se la hace a la anterior normativa mencionada, le son directamente aplicables. Pensamientos de este tenor, son los que han repercutido en el Anteproyecto de reforma íntegra del CP llevado adelante –desde 2006- por el Ministerio de Justicia de Nación, donde justamente desaparecen tanto la recientemente reseñada expresión del art. 41 del CP, como así también la reincidencia, la agravante de la portación y obviamente, la multireincidencia y el límite al acceso a la libertad condicional hoy previsto por el art. 14 del CP. No puede tomarse en cuenta una condena anterior para determinar la modalidad de cumplimiento de la pena actual, porque resulta sumamente ilógico e injusto, computar la condena anterior no en el tratamiento adecuado a aquélla, sino para ajustar la pena que posteriormente se le imponga. Y ello nunca podría ser válido, porque no podríamos reprocharle a una persona (“el reincidente”) la ineficacia del tratamiento al que se sometió. Es como si el psicólogo o psiquiatra castigara a su paciente porque luego de un prolongado tratamiento recayera en su tendencia suicida (cual recidiva). Ningún profesional podría plantear esa clase de reproche y dirigírselo al paciente, cuando efectivamente se evidencia una falla en la terapéutica aplicada y/o en el diagnóstico del caso. Eventualmente el reproche podría hacérselo a sí mismo el profesional (a menos que se presentase un caso de homicidio culposo). Al igual que el Estado quien debería al menos efectuar a sí mismo, una seria autocrítica a fin de: detectar los motivos que llevan al “condenado” a reincidir y, consecuentemente, corregir todo aquello que fuere necesario para evitar la “recaída en el delito”. Por todo lo cual, es que no se entiende cómo aún hoy siguen vigentes posturas que sustentan la necesidad de declarar la reincidencia. Por lo general ellas están sentadas sobre la base de una finalidad disuasoria de la pena, creyendo que ese objetivo se lograría castigando más severamente al reincidente. De allí que, cualquier agravación de la pena o de sus modalidades de ejecución en función de la declaración de reincidencia del artículo 50 del Código Penal, como así también la imposibilidad de obtener la libertad condicional prevista en el artículo 14 del mismo cuerpo legal, deben ser consideradas inconstitucionales por su colisión con normas de la Constitución Nacional (arts. 16, 18, 19, 28, 31, 75 inc. 22) e instrumentos internacionales incorporados a ella (arts. 1°, 5.6, 8.4, 9 y 29 de la CADH y 10.3, 14.7, 15 y 26 del PIDCyP). En función de lo expuesto, y en orden a la facultad indelegable de la judicatura de velar para que los efectos de las disposiciones constitucionales no se vean mermados a través de la aplicación de leyes incompatibles con sus postulados, considero que corresponde declarar la inconstitucionalidad del instituto de la reincidencia previsto en el art. 50 del Código Penal, por violación a los principios mencionados a lo largo de este documento, entre ellos fundamentalmente el de culpabilidad por el hecho, de ne bis in idem, proporcionalidad, razonabilidad de los actos de gobierno y por resultar contrario al derecho penal de acto o de hecho, como así también por las consecuencias que los arts. 14 y 52 del citado código de fondo asignan a quien así hubiere sido declarado, normas estas últimas que también resultan inconstitucionales (arts. 16, 18, 19, 28, 31, 75 inc. 22 de la Const. Nac.; 1°, 5.6, 8.4, 9 y 29 de la CADH; 10.3, 14.7, 15 y 26 del PIDCyP y 57 de la Const. prov.). i. Ante el rechazo de la declaración de inconstitucionalidad de las normas puestas en crisis, planteo subsidiario de inaplicabilidad del art. 50 del C.P. en su mayor extensión, solicitando en consecuencia una interpretación restrictiva de la reincidencia, no ya genérica sino específica: Bien es sabido que la declaración de inconstitucionalidad de una norma es la última rattio a la que se debe recurrir en un Estado Democrático de Derecho como el nuestro. Conociendo ello, es importante –en pos de una adecuada estrategia defensista- efectuar planteos subsidiarios ante el muy probable rechazo del de inconstitucionalidad, ferviente y reiteradamente formulado por esta Defensa, con lamentables resultados adversos. Tal es así, que en esta oportunidad expondré sucintamente un planteo quizás novedoso, consistente en la formulación de un eventual requerimiento –ante el muy probable rechazo de la inconstitucionalidad peticionada y desarrollada en “h”- dirigido a que los Sres. Jueces efectúen una interpretación restrictiva –in bonam partem- de lo normado en y por el art. 50 del CP. ¿En qué consistiría esa interpretación limitada? Pasaré a explicarlo: Todos Ustedes conocerán las diversas clasificaciones que la doctrina efectúa en relación a la reincidencia. Daré por sentado ese conocimiento y simplemente diré que: El art. 50 del CP consagra la llamada reincidencia genérica, por eso, independientemente de la postura sentada en torno a la inconstitucionalidad de esta norma (que en esta instancia estaría siendo rechazada, toda vez que la Judicatura entraría a analizar este argumento a modo de planteo subsidiario de aquél), es que sobre este punto me expediré. Si bien la ley pareciera ser clara, en el caso estimo debiéramos efectuar una distinción aunque la ley expresamente no lo haga. Ello así, por cuanto sería una interpretación in bonam parte que lograría al menos así armonizar –hasta tanto se derogue la figura de la reincidencia- los artículos 14 y 50 del CP con los textos Constitucionales y demás Tratados y Convenciones de DD.HH. incorporados a nuestro ordenamiento jurídico nacional en función del art. 75 inc. 22 de la Const. Nac.. En definitiva, el requerimiento que se pretende hacer al respecto es solicitar la interpretación y aplicación del art. 50 del CP, limitado a la reincidencia real, no genérica, porque aquélla, independientemente de los reparos que pudieran efectuársele podría ser la única forma de interpretar la legislación vigente del modo más armónico para con la normativa de mayor jerarquía. Advierto eventuales réplicas a estos argumentos, pero insisto, el art. 2° en función del 1° de la CADH inspiran esta reflexión en virtud de que, hasta tanto no se deroguen las figuras cuestionadas el interprete de la norma debe armonizarlas con las legalmente vigentes, y con mayor razón, con las de superior jerarquía, en orden no sólo a lograr la justicia en el caso, sino también a evitar la responsabilidad internacional a la que el Estado Argentino debería responder de continuar obrando como hasta el presente. j. Conclusión: Habiendo desarrollado la totalidad de los puntos previstos en el índice del presente documento, espero haber logrado el fin propuesto. Es decir, en lo inmediato, brindarles a Uds. una herramienta de utilidad para la implementación en la tarea cotidiana de todos nosotros y de modo mediato, obtener respuestas favorables a nuestras peticiones, sea cual fuere la instancia en la que nos corresponda litigar. k. Anexo: resumen -brevemente comentado- del voto en disidencia del Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni en causa n° 10. 154 s/ recurso de hecho, formada en relación aRafael Luis Álvarez Ordoñez de la C.S.J.N. (5 de Febrero de 2013): Síntesis directamente extraída del voto en disidencia del Señor Ministro de la C.S.J.N. DR. EUGENIO. RAÚL ZAFFARONI, con breves comentarios en algunos de los puntos desarrollados en: A. 577. XLV. Álvarez Ordófiez, Rafael Luis si causa n° 10.154. Dictado con fecha 5 de febrero de 2013, en relación al recurso de hecho deducido por la Defensora Oficial de Rafael Luis Álvarez Ordóñez en la causa de referencia y que por mayoría fuera declarado inadmisible. a.- Antecedentes de la causa, previo al dictado del Fallo en la Corte de Nación. Rafael Luis Álvarez Ordóñez fue condenado el 23 de abril de 2008 a la pena única de prisión de treinta y tres años y seis meses, y se lo declaró reincidente. En septiembre de 2008, la defensa solicitó su libertad condicional, basada en el tiempo de detención cumplido, que superaría el plazo previsto por el artículo 13 del Código Penal. El titular del Juzgado de Ejecución Penal n° 1, no concedió la libertad asistida al condenado, y tampoco hizo lugar a la declaración de inconstitucionalidad del artículo 14 del Código Penal, tal como le fuera solicitado por la defensa, ello porque la pena que le fuera impuesta, con más la declaración de reincidencia, imposibilitaría su reintegro al mundo libre. Ante dicha resolución, la Defensora de Ejecución interpuso recurso de casación. La Sala III de la Cámara Federal de Casación Penal resolvió por mayoría, no hacer lugar al recurso interpuesto. Como fundamento de la resolución se hizo referencia a la jurisprudencia de la Corte, fallos que sostienen la aplicación de un mayor reproche, para quienes demuestren desprecio por el castigo padecido cometiendo nuevos delitos con posterioridad al cumplimiento total o parcial de una pena privativa de la libertad. Ante los resultados adversos, la Defensa continuó la vía recursiva, interponiendo recurso extraordinario. Además de fundamentar su impugnación en los principios conculcados, destacó que no podría desvincular el pedido de inconstitucionalidad del artículo 14 del Código Penal, al de la reincidencia (artículo 50 del Código Penal), pues, la única consecuencia práctica que genera la calificación de reincidente, es impedir el egreso anticipado de quienes se encuentren privados, por condena, de la libertad. El Dr. Zaffaroni, en disidencia, hizo lugar a la queja y consideró procedente el recurso extraordinario interpuesto. A lo largo de su voto señaló, los principales aspectos que de seguido habremos de referenciar: El sostenimiento de la reincidencia, cuasi de la misma manera como perduran mitos, religiones o diversos usos y costumbres en los pueblos, se debe a que: “…la reincidencia es un instituto que se ha mantenido en el tiempo, a pesar de que parte de la doctrina desde antiguo le ha negado fundamento, y la que se lo reconoce satisfactorios, mucho no acierta menos a dar coincidentes con y argumentos ni siquiera compatibles…parece dar la impresión de que nos hallamos ante una suerte de obstinación doctrinaria que, en todas las épocas, ha partido de la previa decisión de legitimarla para luego procurar los argumentos legitimantes…”. El plus que representa la declaración de reincidencia, tendría fundamento (según sus sostenedores), en que justamente: “...el reincidente lesiona dos bienes jurídicos: uno inmediato que es el de la víctima y otro político, que es la alarma que provoca…Tal posición equivale a decir que en todo delito se lesiona un derecho de la persona (o de la comunidad) pero que siempre hay un bien jurídico estatal, que no puede ser otro que un derecho del estado a la obediencia.…la explicación que brinda Armin Kaufmann cuando afirma que el delito del reincidente viola dos normas, una que prohíbe la comisión del delito y otra que prohíbe cometer cualquier delito con posterioridad. A medio camino se quedó el propio Enrico Ferri y sus secuaces al propugnar la pena por peligrosidad sin delito…la peligrosidad sostenida por todos los autores positivistas en sus diversas variantes, desde el propio Enrico Ferri hasta Franz von Liszt, es un supuesto juicio de probabilidad y como tal un juicio fáctico, que debe realizarse en cada caso concreto pues es el pronóstico de probable conducta futura referido a una persona concreta, de carne y hueso, o sea que cuando se pretende que la reincidencia tiene por fundamento el juicio de peligrosidad, queda sin explicación una cláusula que invariablemente, para todos los delitos, en todos los casos y para todas las personas, imponga una agravación de la pena…Para evitar esta contradicción, en el afán de legitimar y de combinar lo incompatible, se ha apelado a un pseudoconcepto incomprensible, como el de peligrosidad presunta…Es decir, que la reincidencia se funda en la mayor peligrosidad incluso cuando no hay mayor peligrosidad. El nivel de mínima racionalidad del derecho impuesto por el principio republicano no puede aceptar una construcción semejante. Por otra parte, no es posible olvidar que las presunciones juris et de jure obedecen a razones prácticas y en general son incompatibles con el derecho penal cuando operan ampliando límites de punibilidad.…La culpabilidad del carácter o de la personalidad, o sea, …se le reprocha lo que es y no lo que ha hecho (que pasa a ser un signo o síntoma revelador), no pasa de ser una normativización de la peligrosidad positivista, con el agravante de que la vuelve abstracta y moralizante, de forma que queda subordinada al criterio arbitrario del poder político o judicial, encaminado a la individualización de los enemigos. Es muy claro que en nuestro sistema se pena lo que la persona ha hecho y no lo que la persona es. Los tipos criminológicos de autor no pueden constitucionalmente convertirse en tipos legales… La idea de tipo de autor es de cuño antiliberal de vertiente nazista…Solo un estado absoluto o un pretendido organismo puede atribuirse la facultad de reprocharle a un ciudadano su personalidad. La historia demuestra que doctrinarios propios de estos regímenes o simpatizantes -no muy ocultos- de ellos, son los que han propugnado semejante culpabilidad de autor. Una variable de esta culpabilidad de autor la inventó Edmund Mezger con su culpabilidad por la conducción de la vida, reprochándole al sujeto todo su curso vital, su elección existencial misma…Pacheco sostenía que demostraba una mayor perversidad y Carrara pensó en que permitía verificar una mayor insensibilidad a la pena…La mayor perversidad es, por cierto, un elemento a tener en cuenta para la cuantificación de la pena conforme a proporcionalidad, pero ésta siempre se halla en el acto mismo y nunca en un acto anterior ya penado, además de que no se ve la razón por la cual se distingue entre reincidencia y simple reiteración. Nadie dudaría de la mayor perversidad de un homicida o de un violador serial, aunque no sea reincidente…Es obvio que el autor de unas lesiones no demuestra mayor perversidad porque haya sido condenado anteriormente por libramiento de cheque sin provisión de fondos…Presumir que quien fue condenado por un delito y comete otro completamente diferente padece una hiposensibilidad al dolor, importa asimilarlo a los salvajes que en tiempos de Lombroso eran los colonizados…no hay razones para afirmar que cualquier reincidencia legitima un mayor grado de reproche, incluso dentro de las propias teorías de la culpabilidad de autor, especialmente si se trata de reincidencia ficta (corno muchas veces lo sostiene la jurisprudencia en torcidas interpretaciones del derecho común), pero tampoco la real, cuando es reincidencia genérica, como en nuestra ley vigente…”. Tal es así que los mismos académicos y magistrados que destacan el valor y la necesidad de declarar la reincidencia, sostienen entre otros argumentos adicionales que: “…la reincidencia importa un desprecio hacia el valor admonitorio de la condena precedente. En opinión de éstos, entre los que se halla Maurach, la admonición de una primera condenación generaría una mayor o más actual consciencia de la antijuridicidad del segundo hecho y, por ende, un mayor reproche de culpabilidad de este hecho…En la generalidad de los casos, la consciencia del injusto del segundo hecho es por completo independiente de la del primer hecho, pudiendo incluso ser menor o no existir. Quien después de ser condenado por un robo comete un delito cambiario, bien puede cometer el segundo hecho en un error invencible de prohibición y, por tanto, no tener ninguna consciencia de antijuridicidad…Solo sería un argumento válido para supuestos de reincidencia específica y en delitos que requieren cierto grado de esfuerzo y abstracción para la comprensión del injusto, lo que está lejos de darse en cualquier caso de reincidencia genérica y menos en forma automática…”. (Sobre esto último, me remito a lo referenciado en el documento, en relación al planteo efectuado en forma subsidiaria al de inconstitucionalidad). Replicando esos argumentos, el Dr. Zaffaroni agrega que en los hechos la declaración de personas como reincidentes, implicaría consagrar: “…un derecho penal de autor que haga del condenado que ha cumplido su pena un ciudadano que padece una capitis diminutio respecto del resto de la población…”. Independientemente de su posición contraria a la mayoritaria, y acorde con la postura sustentada por esta Defensa, pareciera justificar la normativa en crisis al decir: “…bien puede legitimarse la reincidencia desde la perspectiva de una tesis de prevención general positiva, o sea, entendiendo que el reincidente afecta la confianza de la generalidad en el sistema...”. A pesar de lo cual, con posterioridad manifiesta: “…Que la infructuosidad de todos los discursos doctrinarios por legitimar la agravación invariable y automática de la pena por reincidencia, equivale a la violación del principio que prohíbe la doble punición, pues el plus de pena o cualquier agravación de ésta que se imponga al segundo delito lo será en razón del primero, esto es, de un delito que se ha juzgado y penado…”. (S esta afirmación, vale remitirse a lo manifestado en el presente trabajo en torno a la violación del principio de ne bis in idem). Así como he dicho en este documento en relación al principio de reserva, el Sr. Magistrado destaca que: “…Tampoco puede sostenerse el argumento basado en cuestiones de prevención general negativa que afirma que "el instituto de la reincidencia se sustenta en el desprecio que manifiesta por la pena quien, pese a haberla sufrido antes, recae en el delito. Lo que interesa en ese aspecto es que el autor haya experimentado el encierro que importa la condena, no obstante cual reincide demostrando su insensibilidad ante la amenaza de un nuevo reproche de esa naturaleza, cuyo alcance ya conoce...(Fallos: 308:1938). Además de chocar frontalmente con el principio ne bis in idem en su aspecto de prohibición de la doble punición, es muy claro que lo que este precedente reclama es obediencia al estado y nada más. Es el estado que está ofendido en su autoridad, porque lo ha penado y el sujeto ha incurrido en una nueva indisciplina. No importa ni requiere que la reincidencia sea más o menos específica; no importa si la primera pena fue por lesiones y la segunda por cheque sin fondos, lo que en este fundamento se reclama es que no vuelva a desobedecer al estado…”. En cuanto a la inconstitucionalidad del art. 50 del CP, no puede escindir su análisis de los efectos que esa declaración de reincidencia conllevan: “…la prohibición de libertad condicional del artículo 14 del Código Penal. Es insostenible la tesis de que esa disposición no implica una penalidad más grave, porque solo se refiere a una forma de ejecución, argumento artificioso y en buena medida ficcional, tanto como distorsionante de toda referencia a la realidad de los hechos y a la naturaleza misma de las cosas…dos penas que se ejecutan de diferente modo son dos penas diferentes...Desde los mismos orígenes del pensamiento penal retributivo en el Iluminismo, tanto por la vía del utilitarismo de Bentham como del idealismo de Kant, la retribución es la devolución de la misma cantidad de dolor...una pena que habilita la posibilidad de ser ejecutada parcialmente en libertad controlada es menos grave que la que exige su cumplimiento total con efectiva privación de libertad…tal naturaleza que niega la condición de ente moralmente responsable al ser humano…”. Tal como lo he destacado al desarrollar el fin de la pena, como aspecto vinculado a la problemática aquí tratada, el Dr. Zaffaroni explicita que: “…la disposición del artículo 14 del Código Penal que veda la libertad condicional a cualquier reincidente por cualquier delito y en cualquier circunstancia, también es aplicable reincidentes…La a aplicación la prisión literal de perpetua este impuesta precepto a importa convertir la prisión perpetua de nuestro Código Penal en una pena inexorablemente perpetua en el sentido de que solo se extinguiría con la vida del penado…Que los artículos 5.6 y 29 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y el artículo 10.3 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, incorporados a la Constitución Nacional en función del inciso 22 del artículo 75, disponen que la pena privativa de libertad debe tener por objeto la reincorporación social del condenado…Una pena de prisión que irremisiblemente solo se agote con la muerte del condenado, no cumple ni nunca puede cumplir con este objetivo, pues la naturaleza de las cosas impide sostener que la muerte importe una reincorporación a la sociedad, por mucho que se quiera especular en otro sentido…Una pena de esa naturaleza es violatoria de las mencionadas disposiciones constitucionales y, como resultado de la simultánea violación del derecho internacional, es susceptible de llevar a la República ante los estrados internacionales, con el consiguiente perjuicio que el desprestigio de una condena ante esos tribunales acarrea para todos sus habitantes…”. Por lo demás, y sobre el control de constitucionalidad de las normas en crisis, el Sr. Ministro dijo: “…Los jueces argentinos no pueden dictar sentencias en contra de expresas disposiciones del derecho constitucional e internacional vigente…Cabe recordar que la principal objeción a la tesis del doble derecho es justamente, que impone a los jueces el invariable dictado de sentencias antijurídicas: si juzgan conforme al derecho interno, violan el derecho internacional y, si lo hacen conforme al derecho internacional, violan el derecho interno…Los jueces argentinos no pueden ser obligados por ninguna ley a violar el derecho positivo, y los artículos constitucionales citados son derecho positivo de máxima jerarquía, con plena y pacífica vigencia interna…”. (Corresponde destacar que, de hacerlo, no sólo podría acarrear responsabilidad internacional -ese comportamiento de los Sres. Jueces- sino que a nivel interno podrían incurrir en el delito de Prevaricato, fundamentalmente de sancionarse el Proyecto de Reforma Integral que prevé la figura penal del Prevaricato en su forma culposa). Volviendo sobre el control de constitucionalidad de las normas, y analizando el principio democrático y republicano de gobierno –respetuoso de la división de poderes- que fuera estatuido desde la organización de nuestro país como Nación (cfr. art. 1° de la Const. Nac.), destacó el Dr. Zaffaroni, en lo que hace al control de constitucionalidad de las normas, que: “…El juez no usurpa ninguna función legislativa cuando el legislador usurpa por acción o por omisión la función del constituyente. Es deber de los jueces de la Nación corregir al legislador cuando incurre en semejante usurpación…Si bien esta Corte ha procedido siempre con la debida prudencia para no incurrir en decisiones que puedan obstaculizar o entenderse como lesivas al principio republicano de separación de poderes, no es menos cierto que ha optado por tomar las decisiones adecuadas, cuando las reiteradas omisiones de los otros poderes del estado privaban de derechos a los ciudadanos…no importa ninguna imprudencia ni apresuramiento de esta Corte la declaración de inconstitucionalidad del articulo 14 del Código Penal para evitar que la causa se lleve a los estrados internacionales y haga incurrir en responsabilidad a la Nación…Que es un principio rector del derecho constitucional y del internacional de los Derechos Humanos, que nadie puede ser privado de un derecho sine die por omisión regulatoria del legislador, lo que cobra mucha mayor importancia cuando el derecho en juego es, nada menos, que la libertad de un ciudadano hasta su muerte…”. De conformidad con lo analizado en relación al artículo 14 del CP, el Dr. Zaffaroni vuelve sobre este punto y asimismo agrega una particular reflexión en torno al art. 52 y ccs. del CP, declarado por la CSJN en “Gramajo”, como inconstitucional. Concretamente destaca: “…Que además de todo lo dicho, la decisión que hoy niegue cualquier beneficio en razón de la aplicación literal del artículo 14 del Código Penal incurre en una arbitrariedad manifiesta…En efecto: esta aplicación literal y fuera del contexto del Código Penal ignora el significado de la reforma sufrida por el artículo 52 del mismo texto conforme a la ley…Desde la reforma quedó establecido claramente en la ley que la pena del articulo 52 corresponde a supuestos de multireincidencia que la ley especifica con precisión. Esto impone que el articulo 14 del Código Penal deba integrarse con el 52 y consiguientemente con el 53, pues ahora está claro que todos ellos regulan el mismo instituto. Por ende, si el Código Penal autoriza la Libertad condicional en casos de multireincidencia o de reincidencia calificada, a fortiori no puede entenderse que la impide en los casos de reincidencia simple…Mantener la interpretación contraria y anterior a la reforma llevaría a una conclusión a todas luces irracional, pues en el presente caso al condenado para nada le valdría tener buenas calificaciones y buen concepto general, o tener familia, y encontrarse en condiciones de acceder a la libertad solicitada, por el contrario, en lugar sería acreedor a la libertad condicional si durante los largos años de prisión hubiese cometido varios delitos hasta encuadrarse en la reincidencia múltiple del artículo 52. Juiciosamente, es imposible sostener la racionalidad de la interpretación aislada del artículo 14 fuera de todo el contexto de la regulación legal del instituto de la reincidencia, consagrando la anterior solución al caso. Además del resultado paradojal de que a alguien se le niegue el beneficio por ser reincidente simple y no múltiple, cabe observar que nunca se puede interpretar una norma fuera del contexto del cuerpo del que forma parte, pues la interpretación sistemática es de la esencia del saber jurídico desde los albores mismos de la ciencia jurídica en la Italia medieval. Por reducción al absurdo, resulta inimaginable que un defensor aconsejase al simple reincidente condenado a prisión perpetua que cometa una cadena de delitos menores en el curso de sus largos años de prisión hasta encuadrar en la multireincidencia calificada del articulo 52, con el objeto de mejorar su situación y acceder a la libertad condicional…Que cabe agregar que no puede enervarse el anterior argumento en razón de que esta Corte considere inconstitucional el artículo 52 del Código Penal en función de su lesión a los principios de proporcionalidad y de culpabilidad, pues nunca puede invocarse una inconstitucionalidad como base para negar el reconocimiento de otro derecho, sin contar con que obviamente, las sentencias de esta Corte no hacen caer la vigencia de la ley, de modo que los artículos 52 y 53 siguen siendo parte del texto del Código Penal…se trata de una analogía in bonam partem, pues solo se trataría de aplicarle a un simple reincidente las disposiciones previstas para un multireincidente. Pero incluso si fuese analogía ín bonam partem, salvo en la antes mencionada concepción antiliberal fascista del estado, ésta no lesiona el principio de legalidad penal, en la medida en que tenga por objeto salvar la racionalidad y no contradicción del orden jurídico…el artículo 14 del Código Penal resulta inconstitucional por obligar a los jueces a pronunciar sentencias arbitrarias, esto es, carentes de fundamento en los casos concretos y su interpretación literal aislada de las restantes normas que regulan la reincidencia en el Código Penal es arbitraria porque desconoce el texto mismo de la ley vigente conforme a la reforma de la ley 23.057…”. Retomando, sobre el planteo subsidiario efectuado en el Documento que precede a este Anexo, el Sr. Profesor en su voto disidente sostiene que: “…la peligrosidad solo se verifica en casos de reincidencia especifica o relativamente especifica y no puede presumirse juris et de jure en cualquier caso de simple reincidencia genérica. Lo mismo sucede con la culpabilidad de autor, pues el mayor reproche de personalidad no puede sostenerse cuando las conductas, por su naturaleza, no exhiben ninguna personalidad reprochable. La mayor culpabilidad de acto derivada de una consciencia del injusto más actual, solo es dable en reincidencia especifica y en delitos que exigen algún nivel de elaboración. La decisión más firme al delito no es admisible en casos de reincidencia genérica y con delitos de muy diferente disvalor social y juridico. La mayor perversidad no siempre depende de que haya condenaciones anteriores, ni tampoco éstas la revelan en la gran mayoría de los casos…”. Sintetizando, dice el Sr. Juez, Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni, que: “…el artículo 14 del Código Penal también es inconstitucional (a) porque presume juris et de jure que se hallan presentes en el caso todas las condiciones con las que se ha intentado Legitimar la agravación por reincidencia, sin permitirle al magisterio penal la evaluación de ellas en los casos concretos, que sería presupuesto elemental de la imposición de la agravante y (b) porque no puede explicarse por qué razón contempla la libertad condicional para el multireincidente calificado y no para el reincidente simple…esta Corte ya ha tenido oportunidad de expedirse al tratar la inconstitucionalidad de la reclusión por tiempo indeterminado por multireincidencia del arto 52 del Código Penal, acerca de la peligrosidad como fundamento de la agravación de las consecuencias jurídicas del delito. Así ha expresado que "resulta bastante claro que la Constitución, principalmente en razón del principio de reserva y de la garantia de autonomía moral de la persona del artículo 19, no permite que se imponga una pena a ningún habitante en razón de lo que la persona es, sino únicamente en razón de lo que la persona haya hecho; no debe penarse la personalidad sino la conducta lesiva. La Constitución de un estado constitucional de derecho no puede admitir que ese estado se arrogue la potestad sobrehumana de juzgar la existencia de una persona, su proyecto de vida y su realización. Sólo un estado totalitario, que pretenda asumir una función juzgadora en aberrantes términos idolátricos, que aspire a homogeneizar a sus habitantes, puede postular que sus tribunales no juzguen delitos, sino que, en una suerte de anticipación de Juicio Final, juzguen existencias humanas. Esto no lo puede hacer un Estado que parte del principio republicano de gobierno y que se proclama un Estado constitucional de derecho, sea que quien pretenda hacerlo en ese contexto intente racionalizarlo por la vía del reproche de culpabilidad o de la neutralización de la peligrosidad o, si se prefiere, por la de la pena o por la de la medida de seguridad...la peligrosidad, tal como se la menciona corrientemente en el derecho penal, ni siquiera tiene esta base científica, o sea, que es un juicio subjetivo de valor de carácter arbitrario. En todo caso, la pretendida presunción de peligrosidad confirma que en el fondo se trata de una declaración de enemistad que excluye a la persona de su condición de tal y de las garantías consiguientes...la peligrosidad, referida a una persona, es un concepto basado en un cálculo de probabilidades acerca del futuro comportamiento de ésta….nunca se podría saber si con la reclusión se evita o no se evita un futuro delito que no sólo no se habría intentado, sino que ni siquiera se habría preparado ni pensado y que tal vez nunca se habría cometido. No es posible imponer una pena de diez años de duración en razón de un delito que no existe y que probablemente jamás existirá. Potencialmente, todos los habitantes tienen cierto grado de peligrosidad, porque respecto de ninguno puede descartarse la posibilidad de que en el futuro cometa un delito y ello es también mensurable en investigaciones sociológicas de campo…nadie puede sostener seriamente que esta probabilidad autorice a un estado de derecho a imponer penas o a privar de la libertad con el nomen juris que el legislador, los doctrinarios o los jueces prefieran. Y ello no obedece a que la probabilidad de comisión de futuros delitos de alguien que no haya cometido delitos anteriores, en ciertos casos, no sea mayor que la de quien los haya cometido" (Fallos: 329:3680)…”. Por lo demás, reproduce las críticas al: “…concepto de peligrosidad…como mero juicio subjetivo….En síntesis: la peligrosidad, tomada en serio como pronóstico de conducta, siempre es injusta o irracional en el caso concreto, precisamente por su naturaleza de probabilidad, pero cuando la peligrosidad ni siquiera tiene por base una investigación empírica, carece de cualquier contenido válido y pasa a ser un juicio arbitrario de valor I que es como por regla general se lo maneja en el derecho penal…Para obviar la falta de fundamento científico verificable, se ha inventado una pretendida peligrosidad presunta… una presunción significa que se tiene por cierto lo que en el caso puede ser falso sin que importe que lo sea...Esto indica que no se trata de un verdadero juicio de peligrosidad, sino de la declaración de que la persona es indeseable o directamente declarada fuera del derecho, enemiga y, por tanto, privada de la dignidad de la pena, privada de todos los derechos que le asisten a los habitantes y que les garantiza la Constitución…que la Corte Interamericana de Derechos Humanos, siguiendo una línea argumental similar a la aquí expuesta, consideró que la invocación a la peligrosidad "constituye claramente una expresión del ejercicio del ius puniendi esta tal sobre la base de las características personales del agente y no del hecho cometido, es decir, sustituye el Derecho Penal de acto o de hecho, propio del sistema penal de una sociedad democrática, por el Derecho Penal de autor, que abre la puerta al autoritarismo precisamente en una materia en la que se hallan en juego los bienes jurídicos de mayor jerarquía…En consecuencia, la introducción en el texto penal de la peligrosidad del agente como criterio para la calificación típica de los hechos y la aplicación de ciertas sanciones, es incompatible con el principio de legalidad criminal y, por ende, contrario a la Convención" (CIDH, Serie C. N° 126, caso Fermín Ramírez contra Guatemala, sentencia del 20 de junio de 2005)…”. Coincidentemente con los fundamentos que señalara a lo largo de este trabajo, para resolver del modo en que lo hace el Dr. Zaffaroni, concluye: “…que cualquier agravamiento de pena o de sus modalidades de ejecución en función de la declaración de reincidencia del artículo 50,como así también la imposibilidad de obtener la libertad condicional prevista en el artículo 14, deben ser consideradas inconstitucionales, pues demuestran un trato diferencial de personas, que no se vincula ni con el injusto que se pena, ni con el grado de culpabilidad por el mismo, y en consecuencia toman en consideración características propias de la persona que exceden el hecho y se enmarcan dentro del derecho penal de autor…Independientemente de esto, la aplicación del artículo 14 en forma aislada y fuera del contexto total de las normas referidas a la reincidencia, o sea, desligada de la regulación de los artículos 52 y 53 del Código Penal, resulta arbitraria por desconocer el contenido de una reforma legal después de más de un cuarto de siglo de vigencia y, en consecuencia, esta Corte habría declarado la inconstitucionalidad de una norma más benigna que inconstitucionalidad en la presente causa…”. la impugnada de Estos últimos argumentos (como muchos de los referidos a lo largo del voto en disidencia, no sólo resultan aplicables para el análisis de los arts. 14 y 50 del CP, sino que al igual que fuera referenciado en el desarrollo del Documento que precede a esta reseña jurisprudencial), han de resultar de suma entidad para impugnar la valoración de antecedentes condenatorios a los fines de aumentar el reproche penal, en los términos de los artículos 40 y 41 del CP. Finalmente, la última reflexión que referencia el Dr. Zaffaroni resulta a su vez, sumamente oportuna para de ese modo dar por acabada cualquier réplica que pudiera efectuársele a su opinión, de comparar este pronunciamiento con el del caso “Gramajo”. En efecto, tal como lo señala, de no interpretar del modo en que él lo hace, valdría inferir que la CSJN habría declarado inconstitucional una pena más benigna (aclaramos, en “Gramajo”). Ello así, en tanto lo normado por el art. 14 en relación al art. 50, ambos del CP, resultaría en los hechos (para la primera, segunda, tercera y cuarta reincidencia) una pena más grave que la del multireincidente, lo que a todas luces resulta inexplicable. A modo de cierre, sólo cabe destacar la relevancia del voto aquí citado. Evidentes son las razones para afirmar esta conclusión. No sólo, por lo que surge de la mera lectura del voto del Dr. Zaffaroni, sino por la esperanza que surge a partir de éste; de que su voto disidente, en un futro –mediato/inmediatose transforme en mayoritario. Saludo y recibo con “alegría” al hecho de que la opinión minoritaria –en doctrina, fundamentalmente- haya tenido aparición en el mundo de la jurisprudencia penal, sitio en el que espero logre permanecer y “contaminar” con su postura al resto. Trabajo realizado por la Abog. Verónica Bilczyk, Auxiliar Letrado Relator de la Defensoría de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires.