NUM. 30 - Hemeroteca Digital

Anuncio
NUM. 30
LAMTA
D
n entre las cortesanas griegas ninguna alcanzó triunfos
más espléndidos que la atrevida Lamia. Asiste á una balatía naval contra Demetrio Poliorcetes y mientras que éste subyuga á Atenas, la musa clásica de la belleza y el heroísmo, Lamia esclaviza al tirano con la armonía de la llama, con su dulzura y elocuencia y con sus encantos seductores.
Y es tanto más gloriosa la victoria de Lamia sobre el ilustre
conquistador, cuanto que ni sus caricias, ni el olor de sus
vestidos, ni el aroma de sus labios eran propios para cautivar á un príncipe enseñado al lujo y á ser mimado de las
cortesanas orientales; pues Ateneo dice que los 200 talentos, suma fabulosa, equivalente á dos millones
de duros, que Demetrio puso de contribución á los
atenienses, fueron obsequiados por éste á Lamia
para jabones y perfumes; y Alcifronie en sus cartas nos asegura que al ver cierta ocasión los soldados de Poliorcetes las heridas que Lisimaco había
sacado de la lucha con un león terrible, le dijeron
á este teniente de Alejandro: «Nuestro Rey también podría enseñaros las mordeduras que cuotidianamente le da una bestia más feroz que el león,
una lamia.» Demetrio no se quedaba atrás en estas
caricias de ternura erótica. «Creeríase que abrazas
á Lamia», le dijo el padre, cierta ocasión que, al
regresar de un largo viaje, fue abrazado por su hijo.
Y es que Lamia no sólo era bella y elocuente,
sino, más c,ue todo, graciosa y vivaracha. Enardecía,
exaltaba á su amante con su vivacidad, con su donaire. Todo en ella era estudio, arte, ficción. Como
ducha en la materia, conocía !o que debía ocultar
ó descubrir; ya interrumpía el silencio con carcajadas licenciosas, ya fingía seriedad y compostura;
ahora sonreía, descubriendo sus dientes de marfil;
ahora colocaba con coquetería una ílor en su cabello. Todo el día era chiste, agudezas, gorgoriteos,
ocurrencias felices, pasajes sublimes de heroísmo, episodios extraordinarios de la epopeya iliaca.
Un general de Demetrio hablaba cierto día de la sabiduría de una sentencia de los tribunales de Egipto. Un
joven de Tebas, bizarro y elegante, decía, se apasionó locamente de la sin par Tonis; pero no pudiendo satisfacer
la avaricia de la joven, que le exigía para complacerle una
cantidad que no podía pagar, invocó á Venus le otorgara
en sueños lo que no podía conseguir en realidad. Venus,
madre complaciente de los amantes, satisfizo los deseos
del joven; pero informada Tonis de lo ocurrido, llevó su
juicio á los tribunales, exigiendo ser pagada. «¿Qué
sentencia hubieras pronunciado, Lamia, en estas circunstancias?», dijo el general á la concubina de Demetrio,
interrumpiendo el curso de su relación. «Yo, — contestó
Lamia, — hubiera mandado á la joven que fuera á soñar
que había sido pagada.» «Esa misma fue, ilustre Lamia,
—repuso admirado el general, — la sentencia que decretaron los altos tribunales de Tebas.»
MARCOS B. ESPINEL
Guayaquil.
Dibujo de JOSÉ PASSOS.
35o
LA FIESTA DE LOS TOROS
EGÚN opinión de autorizados historiadores, en esta nación se han
criado siempre toros bravos ó salvajes, atribuyéndose esta circunstancia á la feracidad del suelo. Concedido ésto, fácilmente se comprende
que los primitivos y belicosos pobladores de España, para su seguridad,
diversión ó lucro, se dedicaran á la caza de esas preciosas reses, siendo,
como está plenamente probado, los primeros que establecieron y ejecutaron la lucha del hombre con el toro.
Prescindiendo de ¡as fiestas de esta clase que en la Roma y Grecia
antiguas se celebraban, á imitación de las nuestras, la más remota de
que se tiene noticia exacta es la de Avila en el año 1090.
Por entonces se verificó en Madrid la hazaña del famoso Cid Campeador, alanceando un toro en el natalicio de Alimenon de Toledo, hazaña que pintó Moratín en hermosas quintillas y que representa el dibujo
de esta página, ejecutado á la pluma por J. Passos.
En la misma época se solemnizaron también con corridas de toros,
reinando Alfonso VI, las bodas de Sancho Estrada, teniéndose certeza de
que en todo Castilla, Aragón, Navarra y Andalucía, las luchas de reses
bravas se sucedían con frecuencia, haciendo en ellas alarde de valor los
caballeros y gente principal, así como los pecheros y plebeyos.
Prohibidas aquéllas por Bula de Pío V, quien impuso la pena de
excomunión mayor á cuantos autorizasen semejantes espectáculos ó concurrieran á él, los españoles hicieron poco caso de tal prohibición, y las funciones de toros continuaron, verificándose algunas hasta en los patios de los conventos, á pesar de las protestas de los maestros de Teología de
Salamanca. En atención á las constantes defensas de muchos sabios economistas y escritores de la época, se
anuló la Bula no observada, por otras de los papas Gregorio XIII y Clemente VIII, lo que aumentó, como es
consiguiente, la afición á esta fiesta nacional, levantándose en distintos puntos del Reino plazas permanentes,
en donde los humildes servían á pie, cerca del caballo, á los ricos y señores, más que por recompensa, por
amor á la lidia, que era juego principal ante la nobleza, la cual tomó ejemplo de su rey Carlos V cuando alanceo un toro en la plaza de Valladolid, al nacer su hijo Felipe.
Desde aquel día, dice el malogrado revistero taurino, don José Sánchez de Neira, de quien tomamos estos
datos, alcanzó gran incremento la lidia de los toros. Posesionada la grandeza del espectáculo, dióse á éste
u
na importancia extraordinaria, y lo mismo en Castilla que en Aragón, Cataluña, Navarra y Andalucía, en
todaj las ocasiones en que se debía agasajar á la Corte, á príncipes extranjeros ó á distinguidos magnates, era
de rigor la celebración de «Corridas Reales», en que se desplegaba un lujo y magnificencia superior á toda ponderación. Esta época caballeresca desapareció en el reinado de Felipe V, que no gustaba de tales ejercicios, y á
los grandes substituyeron en los cosos gentes de estado llano, tanto á pie como á caballo; apareciendo en el último tercio del siglo décimo octavo el célebre Francisco Romero, inventor de la suerte de espada. Poco después
se empezó á poner banderillas á pares, en substitución de los dardos y venablos, mientras forzudos jinetes llamados varilargueros, hoy picadores, usaban de la garrocha para contener la furiosa acometida del toro. Quedó
relegada al olvido la lanza, lo propio que el rejoncillo, destinado únicamente á tos caballeros en plaza, quienes
según costumbre, que todavía se observa, sólo rompían alguna en las funciones reales á la antigua usanza.
En la actualidad, el ejercicio del toreo puede decirse que constituye un arte, según se ha ido perfeccionando.
La moderna civilización truena contra esa fiesta, tachándola de inhumanitaria é inmoral; sin considerar sus detractores, cuando piden á gritos su inmediata y absoluta prohibición, que tiene en su abono el ser la fiesta más
antigua y típica del pueblo español.
¥ ¥ ¥
35.
CL P
se había quedado huérfana desde aquella vulgar
desgracia que nadie olvida en el puerto de Areal: una lancha que zozobra, cinco infelices ahogados en menos que se
cuenta... Aunque la gentedemar no tenga asegurada la vida,
ni se alabe de morir siempre en su cama, una cosa es eso y otra
que menudeen lances así. La racha dejó sin padres á más de
una docena de chiquillos; pero el caso es que Cipriana tampoco tenía madre. Se encontró á los doce años, sola en el
mundo... en el reducido y pobre mundo del puerto.
Era temprano para ganarse el pan en la próxima villa de
Marineda; larde para que nadie la recogiese. ¡Doce años! Ya
podía trabajar la mocosa... Y trabajó, en efecto. Nadie tuvo
que mandárselo. Cuando su padre vivía, la labor de Cipriana
estaba reducida á encender el fuego, arrimar el pote á la
lumbre, lavar y retorcer la ropa, ayudar á tender las redes,
coser los desgarrones de la camisa del pescador. Sus manecitas Hacas alcanzaban para cumplir la tarea, con diligencia
y precoz esmero, propio de mujer de su casa. Ahora, que no
había casa, faltando el que traía á ella la comida y el dinero
para pagar la renta, Cipriana se dedicó á servir. Por una taza
de caldo, por un puñado de paja de maíz que sirviese de lecho, por unas tejas, y sobre todo, por un poco de calor de
compañía, la chiquilla cuidaba de la lumbre ajena, lindaba
las vacas ajenas, tenía en el coló toda la tarde un mamón
ajeno, cantándole y divertiéndole, para que esperase sin impaciencia el regreso de la madre.
Cuando Cipriana disponía de un par de horas, se iba á la
playa. Mojando con delicia sus curtidos pies en las po^as que
deja al retirarse la maTea, recogía mariscada, cangrejos, mejillones, lapas, nurtchas, almejones, y vendía su recolección
por una ó dos perrillas, á las pescantinas que iban á Marineda. En un andrajo envolvía su tesoro y lo llevaba siempre en
el seno. Aquello era para mercar un pañuelo de la cabeza...
¿Qué se habían ustedes figurado? Que no tenía Cipriana sus
miajas de coquetería?
Sí, señor. Sus doce años se acercaban á trece, y en las
ponas, en aquel agua tan límpida y tan clara, que espejeaba
al sol, Cipriana se había visto cubierta la cabeza con un
trapo sucio... El pañuelo es la gala de las mocitas en la aldea, su lujo, su victoria. Lucir un pañuelo majo, de colorines el día de la fiesta; un pañuelo de seda azul y naranja...
¿Qué no haría la chicuela por conseguirlo? Su padre se lo
tenía prometido para el primer lance bueno; ¡y quién sabe si
35a
?J^V
4
.V
el ansia de recalar á La hija aquel pedazo de seda charro y
vistoso había impulsado al marinero á echarse á la mar en
ocasión de peligro!
Sólo que, para mercar un pañuelo así, se necesita juntar
mucha perrilla. Las más veces, rehusaban las pescantinas
la cosecha de Cipriana. ¡Valiente cosa! ¿Quién cargaba con
tales porquerías? Si á lo menos fuesen unos percebitos, bien
gordos y recochos, ahora que se acercaba la Cuaresma y les
señores de Marineda pedían marisco á todo tronar! Y señalando á un escollo que solía cubrir el oleaje, decían á Ci
priana:
—Si apañas allí una buena cesta, te damos dos reales.
[Dos reales! Un tesoro. Lo peor es que para ganarlo era
menester andar listo. Aquel escollo rara vez y por tiempo
muy breve se \eía descubierto. Los enormes percebes que
se arracimaban en sus negros flancos, disfrutaban de gran
seguridad. En las mareas más bajas, sin embargo, se podía
'legar hasta é\- Cipriana se armó de resolución; espió el
momento; se arremangó la saya en un rollo á la cintura, y
provista de cuchillo y un poje ó cesto ligeramente convexo,
echóse á patullar. ¿Qué podría ser? ¿Que subiese la marea dcprisa? Ella correría más... y se pondría en salvo en la playa.
Y descalza, trepando por las desigualdades del escollo,
empezó, ayudándose con el cuchillo, á desprender pinas du
percebes. ¡Qué hermosura! Eran como dedos rollizos. Se
ensangrentaba Cipriana las manilas, pero no hacía caso. El
po/e se colmaba de pinas negras, rematadas por centenares
d
e lívidas uñas...
Entretanto, subía la marea- Cuando venía la ola, casi no
quedaba descubierto más que el pico del escollo. Cipriana
senita en las piernas el frío ^racial del agua. Pero seguía
esprendiendo percebes: era preciso llenar el cesto á tope,
Bañarse los dos reales y el pañuelo de colorines. Ur.a ola
uñosa la tumbó, echándola de cara contra la peña Se incorporó medio risueña, medio asustada... ¡Carambj, qué
ma
rea tan fuerte! O ira ola azotadora, Ea volcó de costado.
r\
Y I
'a tercera, !a ola grande, una montañi líquida, la sorbió,
arrastró como á una paja, sin defensa, entre un grito supremo... Hasta tres días después no salió á la playa el cuerP°dela huérfana.
EMILIA. PARDO BAZÁN
a
Ilustraciones de E FEMEMA,
353
r^~<r
FIGURITA DE BARRO
E
s realmente extraordinario, querida mía, los celos
acompañan siempre á las grandes pasiones, y si
ni, como aseguras, adoras á Carlos, no comprendo!...
—Carlos me ama como yo á él.
—¿Y nunca imaginaste, en los años que lleváis de
matrimonio, que te haya hecho una vez sola, traición?
—Si lo creyera me vengaría,—dijo resueltamente
Luisa.
—Eso dicen las heroínas de las novelas; pero en la
vida real no pasa nada,—respondió Clara sonriendo.
—Sin embargo, ¡á veces!... — objetó la rubia Luisa,
brillando en sus ojos grandes, azules y soñadores, un
relámpago de indomable resolución.
—'I u marido es, por lo visto, un hombre poi temoso.
— No — dijo Luisa — es sencillamente un hombre
que ama.
— Tengo una grandísima curiosidad por conocerle.
—Pronto podrás satisfacerla, querida Clara,
pues no tardará en venir.
—¿Crees, Luisa mía,
que ninguna mujer puede arrebatarte ó cuando
menos distraer á tu marido del amor que te
apasiona?
Quedóse Luisa un instante mirando fijamente
á Clara; después, como
si hubiera sentido abandonarse á una idea imposible, contestó con un
acento Meno de ingenua
confianza:
—No.
— Pero, chiquilla,—
exclamó admirada Clara,
—vives en Babia, ignoras loque es la sociedad,
lo que son los hombres
todos, olvidas lo que
somos nosotras. .
— Ni quiero saberlo;
— respondió gallardamente Luisa,—creo que
en el matrimonio debe
existir la confianza que
eterniza el amor.
—Acaso tengas razón.
Pero, perdóname, querida, si juzgo inverosímil tu manera de pensar
p,jr hermosa que sea.
El hombre es infiel siempre, por temperamento, por
costumbre...
—¿Has amado tú alguna vez con todas las energías
de tu corazón?
—No,—exclamó tristemente Clara.—Mi matrimonio
hirió de muerte todas mis ilusiones de soltera.
—¡Pobre Clara mía, cuánto debiste sufrir!
—Mucho, Luisa de mi alma: así es que ahora, viuda
y joven, tengo sed de amar, quiero sentir el fuego inextinguible de la pasión, quemar mi sangre y agitar en
sus melancolías dulcísimas las fibras más ocultas de
mi corazón; quiero amar, ser amada como tú, pero
¿dónde hallar otro Carlos?
—¡Quién sabel
En aquel momento interrumpió la conversación de
las dos amigas, la doncella de Clara que anunció á
don Carlos de Arel.
—Mi marido,—exclamó vivamente Luisa,—con tu
permiso corro á abrazarle, y esperaremos que con-
cluyas de vestirte en tu preciosa serré. ¡A Carlos y A
mí nos gustan las llores con delirio y tienes tú tantas
y tan herniosas!
—Perfectamente, monísima, ya sabes que todas son
tuyas, si las quieres. Pero, oye Luisita, dime la verdad,
después de mirarme bien,—dijo Clara con adorable
coquetería;—¿pareceré vieja á tu Carlos?
— ¡Miren la vanidosillal—contestó Luisa, riendo...
—ya veo que sigues siendo la misma; pero te advierto,
grandísima coqueta, que para mi señor marido no hay
mujer más guapa que la suya...
— ¡Pues no eres tú poco egoísta, chiquilla!
Ambas amigas separáronse con la sonrisa en los
labios.
Clara se quedó pensando en aquel Carlos inverosímil que,á su juicio, sería un hombre
vulcar, frío y tonto.
¡Un marido fiel hasta tal extremo!... Imposible.
Pero i n c o n s c i e n t e mente aquel día empleó
más tiempo en su tocador. Veíase hermosa,
pero quería ser más hermosa que Luisa.
* 4-
—Carlos, he de reñirte mucho; me tienes disgustadísima.
—¿Porqué, bien mío?
— Ante t o d o , dime
¿qué te ha p a r e c i d o
Clara?
— Pues hija, la verdad
es que no me he fijado
mucho... creo que es
muy morena para ser
hermosa... y á tu lado...
—jHum!¡quégalante!
Pero te advierto que no
me engañas; observo en
tus palabras un no sé
qué...
—¿Cel¡tos?¿Tú?... tú
que jamás los conociste.
—Mira, Carlitos, quisiera pedirte...—y Luisa
se detuvo, como si no se
atreviera á decir la verdad.
— Oye, — prosiguió:
— tengo miedo á Clara,
vamonos de aquí; hace
ya dos meses que estamos en su casa .. el otoño empieza... regresemos á nuestro nido...
¿quieres?
V Luis.1, al pronunciar estas frases, colgóse del cuello de su marido, ciñéndole sus magníficos brazos desnudos, frescos y perfumados, fijando sus ojos luminosos en los de él con expresión de amorosa angustia.
Carlos permaneció un instante aturdido y sin saber
qué contestar; una intensa claridad inundó su cerebro,
y la imagen radiosa de Clara surgió de entre las brumas de un sentimiento indefinible del que, hasta entonces, no se había dado cuenta.
¿Amaba á Clara? ¿No amaba á Luisa?
La mirada amantísima de su mujer sugestionó su
voluntad en aquel instante y quedó vencido.
—Cuando tú quieras nos iremos,—contestó: y sus
palabras las selló con un beso.
Luisa alejóse risueña y tranquila.
3 56
Su marido, su Carlos, era el
"ombre de siempre.
Es inútil, no se esfuerce usted, amigo mío; no
creo
en ninguno Son ustedes, en general, maniquíes
m
ovidos por sus pasiones. No se ofenda usted, Carlos.
ts
usted una excepción de la regla.
Gracias, Clara; de modo que para usted soy ..
Un marido modelo. Usted ama á su mujer, y sólo
merece todas sus atenciones... ¡Ah! iqué dichosa
es Luisa!
—Yo...
c ~~ |'ia comprendo, amigo mío, usted es también feliz
| ' - Admiro, créalo usted, tanto amor, y lo único
q
,LreProcho á usted es su egoísmo.
<Mi egoísmo?...
no v n m ' ° s k ° m b r e s ) cuando aman y son amados,
^s que el objeto de su pasión; para ellos no
ex a
nada, ni nadie en el mundo. Por supuesto que
- I M CSta c o n d u c t a < aunque...
hier e n°c Pue.^° m^s> Clara, sus frases sarcásticas me
°n invisibles flechas que se clavan en mi cora ,
mis f'u e qr zUa se d e s t r o z a n - Callar es un suplicio superior á
o, s
- Soy un infame hablando, pero hace dos
que callo; la pasión me obiiga y me vence...
Clara, amo á usted como un loco, como
un criminal que soy... ¡perdóneme usted!
Carlos, subyugado y anhelante, cayó á
los pies de Clara, que le contempló con
i
expresión de triunfo.
—Levántese usted, Carlos, y no sea
loco, por Dios se lo ruego .. ¡por mil
|
¿Cómo quiere usted que crea en su pa|
sión, si la íinge tan admirablemente á
*
Luisa?
g
—Clara, el alma del hombrees un abisf
mo y una contradicción. Compréndame
|
usted. Amo á Luisa con todos mis sentidos, su belleza sugestiona mi sangre y
^v
subleva mis nervios; en usted amo la
espiritualidad, unida á la forma maravillosamente hermosa, en usted adoro á...
—Calma, querido amigo, me asusta la
impresionabilidad de usted. Todos los
hombres son ciegos cuando seapasionan. Usted es para
mí un desengaño tristísimo, una confirmación de mi
juicio acerca el hombre. Cuando supe por Luisa que
era usted un marido perfecto, creí que era usted un ser
superior, ¡un hombre fiel! eso era un imposible. O es
un necio ó un hombre de corazón—me dije.—Conocí
á usted y...
—¿Y qué?
— lis usted, amigo mío, una hermosa estatua con
pedestal de barro.
— ¡Clara!
—Amigo Carlos, he derrocado la estatua, perdóneme la coquetería, mejor dicho, mi experimento, y procure usted que esa base de barro que yo he deshecho
no la sospeche su mujer...
—Pero...
—Silencio, amigo mío, no olvide usted que Luisa
ignora que el barro abunda...
357
ENRIQUE BAYONA
Ilustraciones de NICANOR VÁZQUEZ.
Una triste noticia hemos de comunicar á los asiduos lectores de PLUMA y LÁPIZ; la dtl fallecimiento de nuestro colaborador, el castizo literato y distinguido poeta Rafael Ochoa, cuyas inspiradas creaciones han podido
admirar en varios de los números publicados. Aun cuando no teníamos el gusto de conocerle personalmente,
nos ha causado verdadera aflicción su pérdida, pues, aparte de su valía como campeón de la literatura patria,
por el mero hecho de ser compañero nuestro le profesábamos honda y afectuosa simpatía.
Esta Redacción se asocia al profundo dolor que en tan terribles momentos experimenta la familia dtl
finado, haciendo fervientes votos porque el Señor haya acogido el alma de éste en el seno de los justos.
Insertamos á continuación la sentida poesía que, á raíz del suceso, nos ha remitido, desde Segovia, donde
residía el difunto, otro colaborador no menos valiofo y conocido de nuestros lectorts.
í RAFAEL OCHOA
Descansa en paz, Pafael,
pues si, en la lucha cruel,
llegué á combatirte un día,
al fustigarte decía:
—¡Si yo escribiera como él!
Fuiste un soldado del arte
y nunca podré olvidarte,
pues dejas, tras de tu muerte,
un nombre para quererte,
tus versos para admirarte.
JOSÉ RODAO
PASATIEMPOS
FRASE HECHA
JEROGLIFICO COMPRIMIDO
GUSTOS
I'KDBO F . GUILLEM.
SOLUCIONES Á LOS DEL HÚMERO ANTERIOR:
Jeroglifico comprimido. —Redoble.
Charada. — Casadera.
Acróstico. —
Manuel del P alacio
El Conde de / as Navas
Salvador R u eda
Francisco Pi m argall
Eusebio BI a seo
José Echegara
Leopo
Emilia P
Alfonso
Augusto R
Juan Pére
y
do Alas
rdo Bazán
érez Nieva
era
Zúñiga
Frase hecha. — Hincar <el hombro.
Charada. — Conejo.
Tarjeta. — Frégoli. Dorotea.
Curiosidad aritmética. L
a
P
i
12.345 ,679
multiplicado por
»
»
CHARADA
9
18
27
36
Es un nombre de mujer
la primera con la cuarta,
tercia y cuatro lo es también,
dos con cuatro anda por casa,
y el todo es nombre de bella
que me arroba y entusiasma.
»
»
»
»
»
»
»
»
¿5
5+
63
72
81
=
=
111 1 1 1
,III
2 2 3 ..222 2 2 2
=
=
=
=
•=
=
=
3 3 ' - 3 ' 3 >33Í
444',444 • 4 4 4
555,.555 ,555
666,.666 ,666
777 777 .777
888,.888 ,888
999 •999 »999
NOTA.—No se devolverán los originales, aunque deje"
de utilizarse.
PEDRO F . GUILLEM.
3 58
«EL CURIOSO CASTIGADO». (Historieta muda);
por
DONAZ.
359
Fot.-Tip.-LU. del •Álbum Salón.*
CARTELES ARTÍSTICOS
ÍHeüleurfltocolal
•IMl
•4 ^* I
Cartel anunciador del «.Cacao Van llouten», para la elaboración de chocolates;
publicado por la Casa C, J. Van Houten y C. a , de Weesp (Holanda).
SERIE I . '
N6M.
30
Descargar