UNIDAD DIDÁCTICA V ARTE MEDIEVAL MUSULMÁN Tema 15. Arte musulmán: generalidades 15.1 Caracteres generales del arte musulmán El Islam surge al oeste de la península arábiga en el siglo VII cuando Mahoma recibe una serie de revelaciones de Dios, transmitidas por el ángel Gabriel. La nueva fe en el Islam comportaba unas actitudes sociales y políticas que pronto conformaron una nueva cultura que se expandió por Oriente Próximo y buena parte de Asia, África y Europa. Su difusión por este amplio espacio geográfico y su desarrollo en un dilatado marco temporal han generado una enorme variedad de manifestaciones artísticas. A la hora de documentar los caracteres esenciales del arte musulmán, hay que tener en cuenta una serie de factores. Entre ellos debe figurar en primer lugar el factor geográfico. El dominio del arte musulmán se extendió sobre una amplia faja este-oeste del planeta que iba desde el golfo de Bengala al océano Atlántico. En esta zona, hallamos, igualmente, otro factor de tremenda importancia, el climático. Esta zona presenta una relativa unidad de clima. El calor es en general más fuerte, el cielo más luminoso y las lluvias menos frecuentes que en la mayor parte de Europa. La escasez de lluvias explica la preocupación de los fundadores de las ciudades para proveerlas de agua y multiplicar las fuentes públicas. La influencia del clima y el factor geográfico, refuerzan y prolongan la acción de lo que llamaremos el factor histórico, hasta el punto de poder decir que las influencias a las que las coyunturas históricas habían sometido el arte del Islam debían seguir pesando en su madurez. Sin embargo, lo que más que cualquier otra cosa mantiene entre las provincias del arte musulmán una unidad cuya marca lleva cada obra es el propio Islam. El factor religioso es con mucho el más eficaz y el más permanente. Lo que confiere a los edificios musulmanes un evidente aire de familia, es que todos satisfacen las reglas de vida impuestas por el Islam. El concepto de arte musulmán no puede ser entendido ni bajo un punto de vista étnico ni tampoco bajo un aspecto exclusivamente religioso. El arte musulmán fue expresión de un fenómeno cultural, religioso y político, que se manifestó desde China hasta la península ibérica, que surgió desarraigado de una herencia propia, excepto en el caso de la poesía, y que se fue Página 1 de 12 conformando a través de la asimilación de las tradiciones artísticas de aquellas tierras que el Islam fue conquistando. ARQUITECTURA RELIGIOSA Lo que impuso un sello de carácter, un sentido de unidad, a todas las realizaciones del arte musulmán, particularmente a las que se encuadran dentro de la arquitectura religiosa, fue su obediencia a las normas de vida defendidas por el Islam, desde la satisfacción de las necesidades de oración a la exaltación del poder de los gobernantes. El arte está en primer lugar al servicio del culto, y una de las prescripciones fundamentales de dicho culto, es la oración. A través de los gestos y de las palabras de la oración, el musulmán adora y alaba a Dios cinco veces al día: entre la aurora y la salida del sol, al mediodía, hacia media tarde, a la puesta del sol y a cualquier hora de la noche. El precepto de la oración, individual o comunitaria, puede cumplirse en cualquier lugar, siempre que el musulmán purifique el lugar, separándolo del suelo impuro, y dirija su cuerpo hacia La Meca. Sin embargo, la oración del viernes exigía la reunión de creyentes en un espacio común, que en los primeros años no era más que un terreno con un muro (qibla) orientado hacia La Meca en el que se abría un nicho (mihrab) y un púlpito (minbar). Este lugar de adoración se llamó Mezquita y, según la tradición, tuvo su primer modelo en la casa que Mahoma levantó en Medina. La casa del Profeta poseía un recinto cuadrado de altos muros de adobe que, hacia el sur, encerraba un gran patio central y, hacia el norte, dos zonas con cubiertas de paja apoyadas en troncos de palmera. En el muro oriental se hallaban las habitaciones de las mujeres. Para orar, los musulmanes se colocan uno junto a otro, formando un gran frente; detrás de esta primera fila se organizan otras con la misma ordenación. El director de la oración, se sitúa delante de la asamblea a la que da la espalda. La zona cubierta u oratorio (haram) y la zona a cielo abierto o patio (sahn) con una fuente para las purificaciones, fueron elementos que las primeras mezquitas tomaron también de la residencia de Mahoma. En esta última se encuentra también uno de los elementos más característicos de las mezquitas, el minarete o alminar. Su exigencia, más que arquitectónica, era litúrgica ya que el almuédano subía a lo alto del mismo e invitaba a la plegaria. Sin embargo, en los primeros siglos de la expansión islámica estas torres configuraron una tipología, que no Página 2 de 12 obedecía únicamente a la función de atalaya para propagar la voz, sino al deseo de testificar la presencia del Islam en los territorios conquistados. Por esta razón, aparte de cumplir con sus exigencias rituales, el alminar se convirtió en el símbolo del poder de una comunidad o incluso de su prestigio social. La forma en la que las distintas regiones del Islam resuelven la planta y decoración de estos alminares nos sitúa ante un panorama de una extraordinaria variedad y complejidad. Otra prescripción de la ley coránica era enterrar a los muertos. Sin embargo, la arquitectura funeraria no siempre fue valorada positivamente por las diversas corrientes teológicas del Islam, e incluso algunas de ellas las prohibieron por completo, estableciendo que los cadáveres tenían que ser enterrados sobre el lado derecho y con la cabeza en dirección a La Meca, pero ningún monumento funerario debía cubrirlos. La historia, sin embargo, demuestra que en el mundo islámico la tumba fue considerada como algo imprescindible que, además de recibir el cadáver, había de cumplir con una función litúrgica para que el difunto pudiese tener la misma relación con La Meca que la que había disfrutado en vida. La tumba más simple era una cámara subterránea cubierta por una losa, en uno de cuyos extremos, si no en los dos, se levantaba una lápida a modo de testigo. Sin embargo, dado que la tumba se concebía como la morada del fallecido, solía adquirir una estructura de vivienda o palacio. Cuando el difunto era un santo, un mártir o un personaje de especial relevancia política o social, la tumba se cubría con un mausoleo que aseguraba su permanencia y la del cadáver a lo largo del tiempo. El mausoleo islámico suele ser una edificación de planta centralizada con perímetro poligonal, situada en un entorno ajardinado. Solía levantarse en el cruce de los cuatro ejes del jardín, y era el punto de atracción de los visitantes, de aquellos que cumplían el ritual de la muerte yendo a rendir culto a la tumba del poderoso y ofreciéndole los trofeos capturados al enemigo o los frutos de la propia cosecha. ARQUITECTURA DEL PODER Las tipologías y mecanismos de significación arquitectónica que simbolizaron el poder de los califas y de los sultanes, de los emires y de los simples gobernantes, no fueron una aportación Página 3 de 12 del mundo islámico. La monumentalidad de palacios y residencias, su grandeza, su privilegiada posición urbana y la riqueza de su mobiliario fueron atributos heredados de la Antigüedad clásica a los que el Islam les dio una nueva formalización. El palacio separaba el mundo de la cotidianeidad del de la vida oficial del gobernante. De los primeros periodos de esplendor del Islam apenas se conservan ejemplos; sólo las ruinas y las reconstrucciones arqueológicas, aparte de las abundantes fuentes literarias, dan idea de lo que eran las residencias principescas de los omeyas y de los abasíes. Siguiendo la tradición tardorromana, este tipo de palacio solía adquirir una estructura cuadrangular amurallada, a modo de fortaleza, en su zona residencial. En el interior, al igual que en las viviendas particulares, un gran patio centraba en uno o dos pisos las distintas dependencias, desde las salas de recepción y las del trono hasta los alojamientos y los baños. De todas ellas era el salón del trono o de recepción oficial, conocido con el nombre de diwan el lugar elegido en el palacio musulmán para expresar la idea de poder. El diwan solía privilegiar el lugar en el que se situaba el trono a través de una gran cúpula, símbolo del dominio y de la grandeza universal del Islam. Esta zona solía culminar, al modo de las basílicas romanas, en un espacio tripartito constituido por amplias y decoradas naves a las que podían abrir habitaciones o estancias laterales preparatorias de la ceremonia de recepción. LA CIUDAD ISLÁMICA MEDIEVAL Para una civilización que se desarrolló básicamente en zonas áridas y desérticas, el territorio urbano alcanzó una significación que superaba el de mero asentamiento humano. En el Islam, la ciudad desempeñó un importante papel de centro político, si bien su tejido urbano se vio esencialmente afectado por el carácter de la vida económica y religiosa de los musulmanes. Su configuración se fue definiendo a medida que se extendía y asentaba el poderío del Islam. La concepción de la ciudad como símbolo arranca de los primeros tiempos del Islam. En la literatura islámica primitiva, la ciudad ideal, con su rica vegetación y sus fuentes de agua, era la imagen del ombligo del Universo (Bagdag). La funcionalidad y el uso social fueron los factores más decisivos en la ordenación del espacio urbano, que, en ocasiones, pasaba laberínticamente de lo público a lo privado. La actividad de la ciudad giraba en torno a los zocos, que, con su variopinta tipología de tiendas, talleres y Página 4 de 12 almacenes, creaban un ámbito arquitectónicamente pobre, de construcciones amalgamadas, que difícilmente rompían la horizontalidad del conjunto. El centro comercial solía estar cerca de la mezquita aljama y, en su entorno, se alzaban oratorios, alhóndigas, caravasares o albergues y baños. La calle principal que accedía a dicho centro era el eje de referencia de las calles centrales de los barrios que eran los que constituían la verdadera estructura urbana. El barrio se asemejaba a una pequeña ciudad y, en ocasiones, tenía incluso su propia administración y un sistema defensivo particular. Tanto en el centro como en los arrabales, los ricos y los pobres vivían sin grandes distinciones de lugar agrupándose, esencialmente, según su comercio u oficio. La distribución urbana de los centros comerciales y religiosos y la de los barrios no fue siempre constante en el mundo islámico, ni siquiera fue igual en una misma ciudad sino que varió en cada época según los movimientos de población. En cualquier caso es cierto que la fisonomía de aquellas ciudades estaba dominada por el palacio del gobernador que, con su extensión y sus dependencias, hacía expresamente manifiesta la presencia del poder en la ciudad. La ciudad musulmana tuvo además otras tipologías arquitectónicas, además de los palacios y las mezquitas. Entre ellas ocupan un lugar muy destacado la casa y los baños. La primera, como expresión no sólo de las necesidades de cobijo sino de la organización social, constituyó una de las manifestaciones arquitectónicas musulmanas de mayor interés. Dada la diversidad cultural del Islam, no cabe hablar de una casa tipo ni de un concepto ideal de la misma, pero sí de la sujeción a dos principios sociales básicos: la consideración de la vivienda como lugar de reclusión, donde el respeto a la intimidad es norma casi sagrada, y, en el ámbito estricto de la casa, la segregación de la mujer del resto de la familia. Al igual que en la Antigüedad, la casa creció con uno o dos pisos en torno a un gran patio que solía tener un perímetro rectangular con jardines y fuentes en el caso de las casas más acomodadas. La necesidad de ocultar a la mirada de los transeúntes el modo de vivir de los que habitaban en la casa hizo que el acceso a este patio no fuese generalmente directo, sino que tuviera lugar a través de un vestíbulo convertido a veces en un largo pasadizo. Muy cerca de este vestíbulo se encontraban las habitaciones de los hombres y las de los huéspedes, en tanto Página 5 de 12 que el espacio doméstico reservado a las mujeres, se situaba lo más apartado posible, e incluso, a veces, en un edificio aparte. La arquitectura musulmana es inherente a la decoración. En ella se observa un especial cuidado por la decoración interior, mientras que las fachadas exteriores ofrecen una sorprendente simplicidad. En esta decoración se observan netos influjos bizantinos, excluyendo los temas animados y gozan de predilección los de carácter vegetal presentados de forma estilizada (atauriques) y los de trazado epigráfico (trazos rectos o cúficos, trazos cursivos) o línea geométrica que en los dibujos de lazo (lacería) señalan seriaciones infinitas. 15.2 Periodos del arte musulmán A lo largo de la historia del arte musulmán hasta llegar a los últimos tiempos de la época medieval, se pueden distinguir cuatro periodos. El primer periodo va desde mediados del siglo VII a finales del IX. Es la época en la que se asiste al crecimiento y expansión del Islam a través del mundo antiguo (Mesopotamia, Irán, Siria, Egipto, África del Norte y España). El centro político, religioso y cultural del Islam se sitúa primero en Medina, después en Damasco, capital de los omeyas, después en Bagdad, capital de los abasíes. Esta primera etapa se caracteriza por una asimilación y reinterpretación de las herencias del mundo antiguo en busca de una concreción tipológica, formal y decorativa. Se crean ahora los elementos que conforman el arte islámico, para cada uno de los cuales se han encontrado precedentes en el mundo romano, bizantino, sasánida y cristiano fundamentalmente. En la época omeya se observa como rasgo fundamental una gran influencia bizantina, como se ve en la Mezquita de Damasco y también en la Mezquita de la Roca, construida a finales del siglo VII. Esta última, considerada como la primera gran construcción religiosa islámica conservada, no es exactamente una mezquita, sino un relicario para albergar una roca sagrada con la que el califa (Abd al-Malik) que promovió su construcción intentaba atraer a Jerusalén, tercera ciudad santa del Islam después de La Meca y de Medina, a los peregrinos que iban a La Meca, aunque también parece bastante acertado pensar que con ello pretendió demostrar su Página 6 de 12 propio prestigio y el del Islam en general. En cuanto a su organización presenta una planta centralizada generada por el giro de 45 grados de un cuadrado sobre otro, dando lugar a una estrella de ocho puntas. El otro gran hito dentro de la arquitectura religiosa, como decíamos, es la Mezquita de Damasco. La búsqueda de un modelo de edificio adecuado a las necesidades de la oración se concretó definitivamente en esta obra debida a la iniciativa del califa al-Walid I. Para ello, en primer lugar, se buscó un emplazamiento simbólico que sirviera de testimonio de la superioridad del Islam sobre las religiones que le habían precedido. En este caso se eligió el témenos o recinto sagrado del Templo de Júpiter, una obra del siglo I d. de C. que en el siglo IV había albergado una iglesia paleocristiana dedicada a San Juan Bautista. Consta de una amplia sala de oración con tres naves paralelas al muro de la qibla, cortadas por otra transversal, más ancha y más alta, que termina en el mihrab. Para aumentar la altura de esta sala se acudió a un sistema basado en la superposición de arcadas (creando así un precedente que de alguna manera está presente en el modelo de la Mezquita de Córdoba). Uno de sus elementos más destacados es la fachada que se abre delante de la sala de la oración en el gran patio de la mezquita. Tanto en su organización como en la decoración, a base de una suntuosa ornamentación de mosaicos vidriados de oro y plata que representan arquitectura separadas por árboles que han sido interpretadas como un programa político que simbolizaba las ciudades conquistadas por el Islam, se ha puesto en relación con la arquitectura palatina bizantina, concretamente con el Palacio de Teodorico de Rávena. La dinastía omeya patrocinó también un gran auge de la arquitectura palatina, creando un tipo de construcción más adecuado al nuevo modo de vida en el que predominaba el lujo y los ceremoniales. La mayor parte de estos palacios se encuentran en la actualidad en el desierto, de ahí que se denominan frecuentemente castillos o palacios del desierto. Esta localización y el hecho de presentar un aspecto fortificado, ha dado lugar a diversas interpretaciones. Unos los han visto como el resultado del deseo de los califas de vivir en lugar apartados que evocasen su ideal de vida nómada. Otros, los han interpretado como un lugar de encrucijada de las rutas caravaneras y un punto de encuentro con tribus nómadas para atraerlas al Islam. Sin embargo, la interpretación más convincente sería la de su consideración como centro de explotaciones agrícolas, a la manera del mundo tardoantiguo. Página 7 de 12 En estos palacios se pueden distinguir tres núcleos destacados: el palacio propiamente dicho, los baños y la mezquita u oratorio, a los que se unían otras construcciones secundarias. En cuando al palacio, por lo general, presenta un recinto cuadrado fortificado cuyo único acceso está flanqueado por torres que no tenían ninguna función militar. En su interior presenta un espacio central porticado y rodeado de habitaciones dispuestas de modo perpendicular al muro del recinto. Entre estas habitaciones, las más importantes eran las que servían de puerta de entrada, el oratorio privado del monarca, y la sala de audiencia. El resto se agrupaba según pequeños módulos repetitivos e independientes (bayt) formados por habitaciones comunicadas entre sí. En cuanto a los baños, son herederos de la tradición clásica, constando de las mismas partes que los baños romanos. No obstante, tenían una peculiaridad de la que carecía su modelo clásico: se trata de la incorporación de una gran estructura muy decorada que posiblemente constituía la reelaboración del apodyterium de las termas romanas, destinada a los ritos protocolarios y al agasajo de los visitantes. Un capítulo muy importante en relación con estos palacios se refiere a la decoración que es riquísima tanto técnica como temáticamente. Se concentra, fundamentalmente, en las puertas de acceso, el patio y en los baños. Y para llevarla a cabo se emplearon mosaicos de piedra y cristal, pinturas parietales y pavimentales, y esculturas en relieve y bulto redondo. En cuanto a los temas predominan los motivos vegetales, los geométricos y los figurados. Los palacios omeyas más importantes se vinculan a dos grandes etapas constructivas. Una corresponde al reinado de Walid I, a quien se atribuye, entre otros, la construcción del Palacio de Qusayr Amra (Jordania). La otra se debe a la iniciativa del califa Hixam, con quien se relaciona la construcción del Palacio de Mschatta (Jordania). La proclamación del nuevo califato abbasí en el año 755 coincidió con un gran renacimiento cultural que ha llevado a denominar a esta época del arte islámico como una “etapa dorada”. Uno de los factores de este enriquecimiento cultural se dio al traslado de la capital desde Damasco a Bagdad, lo que fue determinante para la penetración de tradiciones de la Persia sasánida y del mundo oriental. La primera gran empresa constructiva abbasí es la propia ciudad de Bagdad, construida por el califa al-Mansur en el año 762. Su emplazamiento a orillas del río Tigres respondió a razones estratégicas derivadas de sus magníficas comunicaciones fluviales y terrestres. Por otro lado, su Página 8 de 12 planta circular ha sido interpretada como la representación de la centralización que adquirió el Islam. Esta planta contaba con un doble anillo de murallas precedido por un foso, con cuatro puertas equidistantes a partir de las cuales nacía una calle cubierta que finalizaba en el círculo central fortificado. En el centro se encontraba el palacio imperial rodeado de jardines. La búsqueda de nuevos emplazamientos y otros factores de seguridad interna llevaron al califa al-Mutasim a fundar una nueva ciudad a unos cien kilómetros de Bagdad. Se trataría de la ciudad de Samarra que, a diferencia de Bagdad, careció de una planificación urbanística ya que en torno a una gran vía se yuxtaponían las construcciones sin ningún criterio. En cualquier caso, tanto en sus construcciones religiosas como palatinas se introducen algunas novedades importantes. Entre las primeras destaca la Gran Mezquita de Samarra, que se caracteriza por presentar un recinto con torres, por la utilización de pilares como elemento de soporte, y por la presencia de un alminar helicoidal que recuerda los antiguos ziggurats mesopotámicos. Entre sus construcciones palatinas destaca, particularmente, el Palacio de Balkuwara, en el que se traduce el interés por crear axiales para potenciar de este modo las actividades oficiales. En esta ciudad se construyó también el primer mausoleo del mundo islámico, conocido con el nombre de Qubbat al-Sulaybiyya que marca el inicio de la arquitectura funeraria islámica y el final de la costumbre de la ortodoxia islámica de la igualdad de todos los creyentes ante la tumba. Su planta recuerda a la Cúpula de la Roca ya que consta de un doble octógono con cuatro entradas orientadas hacia los cuatro puntos cardinales que enmarcan una cámara central cuadrada cubierta con cúpula sobre trompas. La mala calidad del material de construcción y la rapidez de ejecución de muchas de estas obras favoreció el uso de revestimientos, particularmente en estuco, dando lugar a lo que conocemos como los tres estilos de Samarra1. Entre las demás manifestaciones artísticas de este periodo destacan las artes del vidrio, del metal, del textil y, sobre todo, la cerámica, que partiendo de técnicas y formas tradicionales 1 El primer estilo está realizado en estuco blando tallado profundamente, y desarrolla motivos de carácter naturalista que tienen su origen en el arte omeya. En el segundo estilo se ha visto una influencia sasánida y predominan las formas planas y los motivos vegetales menos naturalistas. El tercer estilo, también llamado biselado, se considera una invención propiamente abbasí aunque emparentada con tradiciones artísticas de las estepas asiáticas. Se caracteriza por estar realizado con moldes y por utilizar una temática abstracta. Página 9 de 12 llegaron a procesos desconocidos hasta entonces y a la utilización de nuevos temas decorativos que le otorgaron su propia personalidad. El final de este primer periodo viene marcada por el comienzo de la crisis del califato abbasí que provocó un cambio profundo en la situación política de los territorios del Islam. Su expresión más clara la encontramos en el hecho de que frente a un único poder, el del califa, habían surgido poderes locales que pretendían establecer sus propias formas de control, entre los que destacan los aglabíes2 y tuluníes3 en Occidente y los samaníes4 en Oriente. Con el siglo X comienza el segundo periodo de la historia del Islam y de su civilización y arte. El inmenso imperio comienza a disgregarse a partir de la erección de dos califatos rivales: los omeyas de Andalucía, que hacen de Córdoba una patria de la cultura islámica, y los fatimíes que llegaron a gobernar en el Magreb, Palestina, Siria central, algunas islas del Mediterráneo, y en Egipto, donde reinaron durante más de doscientos años, desarrollando una esplendorosa civilización. El tercer califa de esta dinastía, al-Mu`izz, al conquistar Egipto fue el encargado de fundar una nueva ciudad, al-Qahira, de donde procede el nombre de la actual El Cairo, que se convirtió en uno de los máximos exponentes de la pureza arquitectónica del Islam tal y como demuestran algunas de sus obras más espectaculares, como la Mezquita de al-Azhar y la Mezquita de alHakim. En ellas y en las demás construcciones religiosas se observa como se combinan las tradiciones procedentes del arte aglabí y las del arte tuluní, a lo que cabe unir algunas novedades como el uso de muqarnas, composiciones geométricas desarrolladas alrededor de ciertos ejes de simetría que habrían de alcanzar una gran difusión en el mundo islámico occidental donde son conocidas como mocárabes. 2 Destaca esta dinastía por el interés que prestaron a la arquitectura religiosa, dentro de la que destaca la construcción de la Gran Mezquita de Qayrawan (Túnez) en la que se introducen importantes novedades para el occidente islámico, como el esquema en T, el prototipo del alminar islámico occidental y la incorporación de arcos polilobulados. Por otro lado, los problemas bélicos a los que se enfrentaron obligaron a la dinastía a crear un sistema defensivo dirigido, fundamentalmente, a las zonas costeras. Desde comienzos del siglo IX fortificaron algunas ciudades y construyeron numerosos ribats, entre los que destacan el Ribat de Susa. 3 A pesar de la brevedad de esta dinastía instalada como poder independiente en Egipto, logró alcanzar un gran florecimiento cultural que rivalizó con la propia Samarra, como demuestra la construcción de la Mezquita de Ibn Tulun. 4 Pertenecían a una familia de rancio abolengo persa que, una vez convertida al Islam, llegó a dominar un amplio territorio que controlaba el nordeste de Irán y Uzbequistán. En su capital, Bujara, se conservan algunos vestigios entre los que destaca particularmente el Mausoleo de Ismail. Página 10 de 12 También se asiste en esta época a una gran multiplicación de mausoleos y a la aparición de necrópolis destinadas a alcanzar un gran desarrollo en épocas posteriores. Suelen tener planta cuadrada y cúpula sobre un doble tambor. Entre ellos cabe destacar el Mausoleo del Sultán Qala`un. La corte califal fatimí patrocinó también una variada y suntuosa producción de piezas de lujo realizadas en metal, madera y marfil, manifestándose en todas ellas una evolución que va de un arte abstracto hacia otro más figurativo y anecdótico. También alcanzó un gran esplendor la producción de textiles, la industria del cristal soplado y de roca y, sobre todo, la cerámica. A mediados del siglo XIII asistimos al inicio del tercer periodo, que se prolongará durante unos tres siglos más. Nuevas invasiones procedentes de pueblos del norte consolidan un panorama que viene marcado por lo que sería el comienzo del fin del Islam medieval. En Oriente el episodio fundamental serán las incursiones de los mongoles dirigidas por Gengis Jan, Halagú y Tamerlán. Con ellos se abren, a través de los iljaníes y timuríes, una vía de relación más directa con el Lejano Oriente. La principal empresa artística de los iljaníes se centra en la construcción de una nueva capital para la dinastía, Sultaniyya, de la que sólo se conserva la Tumba de Oljeitu, construida en 1309. Se trata de un mausoleo de planta octogonal dominado por una gran cúpula que recuerda en parte a la de la Mezquita de la Roca, pero que muestra, al mismo tiempo, una tendencia a subrayar la verticalidad como rasgo más característico de este periodo. En cuanto a los timuríes, cabe decir que sus obras no introdujeron grandes novedades, aunque destacan por sus proporciones y su suntuosidad, alcanzando una magnificencia y ostentación sin precedentes. Estos conceptos quedan plenamente ejemplificados en obras como el Mausoleo de Tamerlán en Samarcanda destinado no sólo a servir de enterramiento de Tamerlán sino a buscar efectos escenográficos sin precedentes. Presenta planta octogonal y conjuga la verticalidad de origen iljaní con un carácter macizo y una completa policromía de los muros. Gran parte de su importancia se encuentra también en el hecho de haber servido de eslabón para comprender el gran desarrollo posterior de la arquitectura funeraria mogola en la India. Página 11 de 12 La decoración arquitectónica tiene en los revestimientos cerámicos sus mejores muestras, alcanzando una gran perfección y una gran variedad técnica y temática. Destacan también los trabajos en metal, las piezas talladas en madera, piedra y jade y, por último, la miniatura. Al mismo tiempo, durante este tercer periodo, se conforma más nítidamente la zona norte de la India en manos de los que se conocen como los reyes esclavos. Sus manifestaciones artísticas van a estar influenciadas por el alto desarrollo de la arquitectura religiosa en piedra hinduista y jainista, así como por las tipologías y fórmulas heredadas del Irán occidental. De este modo surge una de las manifestaciones islámicas más originales, que puede ser denominada indoislámica. El edificio que mejor expresa esta síntesis es el Quwwat al-Islam, en Delhi. La otra gran novedad del arte indoislámico será la introducción del mausoleo como tipología arquitectónica, hasta entonces desconocida en la India al practicar hindúes y budistas la cremación. El primero de una larga serie sería el Mausoleo de Iltutmish Delhi. Destaca por la profusa decoración del interior con materiales trabajados ex profeso para esta construcción, lo que junto a la combinación de piedra arenisca y mármol, supone un nuevo paso hacia el desarrollo de la arquitectura indoislámica. En Occidente, comienza a desdibujarse el Islam que se bate en retirada en al-Andalus cayendo en el refinamiento que precede a la decadencia. Esta situación artística fue compartida por el norte de África, donde se repitieron esquemas sin grandes innovaciones hasta que la imitación de formas europeas o la influencia otomana cubrieron este territorio. El cuarto periodo se va a caracterizar por una presencia cada vez más fuerte de las influencias extranjeras. Se rehace una especie de unidad bajo la hegemonía turca que van a extender su dominación sobre la península de los Balcanes y las islas griegas, sobre Asia occidental, Arabia, cuna del Islam, sobre Egipto, Tripolitania, Túnez y Argelia. Fundado en las últimas décadas del siglo XIII por Osmán I, el imperio otomano se considera el último de los grandes imperios musulmanes, prolongando su historia hasta principios del siglo XX. Página 12 de 12