Politica economica abundancia y escasez

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Política económica; abundancia y escasez
Dra. María del Carmen Platas Pacheco
03 de abril de 2011
Política económica; abundancia y escasez
La economía de las naciones, la de cada país en particular, se desarrolla por la
conjunción de diversos factores asociados a las riquezas naturales y a la
capacidad de los habitantes de saber usarlas y aprovecharlas de manera
racional, además de contar con un marco institucional, al que podríamos
llamar política económica, que precisamente define las premisas jurídicas y
económicas para propiciar el desarrollo y la riqueza del Estado.
En términos de recursos naturales, nuestro país es uno de los más favorecidos
del mundo. Las riquezas de México son enormes; miles de kilómetros de
costas en el Océano Pacífico y en el Atlántico, amplias extensiones
territoriales aptas para la agricultura y la ganadería, yacimientos de diversos
minerales, bosques y selvas de gran belleza y potencial, clima predominante
templado y cálido, además de grandes yacimientos de petróleo. Los
descubridores y colonizadores de estas tierras se referían a ellas en términos
de un gran “cuerno de la abundancia”, en parte por la fisonomía geográfica
que tiene México y en parte por su incuantificable riqueza y belleza.
que como hemos referido,
Sin embargo, esta sobreabundancia de recursos nada común no ha sido bien
entendida ni aprovechada por los propios mexicanos a lo largo de siglos. Por
paradójico que resulte, siendo México un país rico, sus habitantes somos
pobres; más de la mitad de la población nacional vive en condiciones de
pobreza y dentro de ésta, dice el INEGI, el 30% vive en condiciones de
pobreza extrema, se calcula que cerca de 20 millones de mexicanos disponen
de un ingreso per cápita de menos de 1,000 dólares anuales, es decir, viven
con menos de 30 pesos diarios.
El mundo y la dinámica que la globalización impone, nos obligan a
reflexionar sobre lo insuficiente que resulta poseer ilimitados y variados
recursos naturales si no se saben aprovechar. Como país no hemos sido
capaces de desarrollar de manera inteligente la industria y el comercio. A
México le urge identificar regionalmente su vocación productiva, es necesario
que cada uno de los 32 estados de la República Mexicana identifique los
recursos naturales con los que cuenta, para alinear los esfuerzos, desarrollar e
industrializar la riqueza, generar fuentes de empleo, impulsar la educación, la
investigación y el comercio para que en cada estado todos trabajen por el fin
común de producir más y mejor en beneficio de la población, de ellos mismos.
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Hoy es indispensable articular los esfuerzos nacionales de la investigación, la
industria y el comercio, con ello y con la explotación racional, se generarán
fuentes de empleo en las diferentes regiones del país, y se mejorará la calidad
de vida de los habitantes de cada municipio.
Por contraste, lo que hoy vemos a lo largo y ancho de nuestra hermosa
geografía son esfuerzos desarticulados que propician desempleo, atraso y
corrupción en todos niveles. Con los programas gubernamentales de
asistencia, de dádivas, no se resuelve nada, precisamente porque no se trata de
repartir escasos y limitados recursos, fragmentados en bonos y ayudas que
mitigan y no resuelven, se trata de ponerse a trabajar.
Durante muchas semanas, el drama que vive Japón se seguirá analizando por
la trascendencia ecológica y económica de sus diversos impactos. Si lo
pensamos bien, la inmensa riqueza acumulada que ha generado Japón a lo
largo de su historia, en modo alguno se debe a la explotación de sus recursos
naturales, todo lo contrario; de hecho, al estar asentado en un archipiélago de
alta densidad sísmica no posee extensión territorial, ni riquezas naturales
importantes; por contraste lo que sí han poseído es visión de Estado para
definir y alinear todos sus esfuerzos al desarrollo de otro tipo de bienes, que
son precisamente los tecnológicos.
Durante décadas, los japoneses se propusieron fincar las fuentes de su
bienestar y riqueza en la investigación e innovación aplicada de productos
tecnológicos, generando círculos virtuosos para ubicarlos entre los países más
ricos del mundo. Ellos le venden al mundo tecnología y sus productos, al
precio que ellos fijan, porque no tienen competencia en muchos de sus
desarrollos que han sido capaces de crear por medio del estudio y la
investigación aplicada de sus propios investigadores en las universidades y los
centros especializados. Es decir, en Japón existe una política económica de
largo aliento, que no se mezcla con factores de popularidad de candidatos y
partidos políticos, sino que atiende a la necesidad de unir esfuerzos en la
construcción de mejores condiciones de vida para toda la población, y no para
el grupo que llega o se hace del poder.
Como es sabido, la evolución natural de la riqueza en los países del primer
mundo ha pasado por tres etapas históricas de desarrollo económico
perfectamente identificables: desarrollo de la explotación y comercialización
de recursos naturales, llamados “commodites”; desarrollo intermedio o etapa
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industrial, que consiste en la transformación de los commodites en productos
elaborados y desarrollo de la llamada “economía de capitales”.
En el periodo comprendido entre los años de 1950 a 1980, el gobierno
mexicano tuvo ciertos signos de visión de futuro para planear el desarrollo
económico del país; según dicen los economistas, en esta etapa se presentó el
“milagro mexicano” y el “desarrollo estabilizador”. Esencialmente, el
gobierno diseñó paquetes de estímulos a la producción y premios a la
exportación. Se desarrolló ampliamente el norte del país, la industria
maquiladora generó un sinnúmero de empleos y hasta transformó la dinámica
de muchas familias, porque las empresas maquiladoras preferían contratar
mujeres que varones, y fueron esas valiosas mujeres las que sostenían su
hogar.
El plan del gobierno era claro: transitar las tres etapas del desarrollo
económico en el menor tiempo posible. El nivel de exportación de materias
primas que tenía nuestro país para 1980 era apenas inferior al que hoy en día
tenemos, además, existía una fuerte política de protección a la producción
mexicana a través de mecanismos parcialmente bien diseñados y funcionales,
de manera que se emprendió una fuerte labor de promoción productiva para
sustituir importaciones y hacer que los mexicanos consumiéramos lo
mexicano, todos recordamos aquél mensaje de que “lo hecho en México, está
bien hecho”.
Desafortunadamente, estos avances se estrellaron con la cruel realidad a
mediados de la década de los años ochenta. Podemos afirmar que México
perdió el rumbo desde entonces, con su adhesión al fallido GATT en 1986 y la
ulterior cascada de pactos y compromisos comerciales internacionales para los
cuales no estaba preparado y que fueron mal negociados por nuestras
autoridades, educadas en el extranjero y completamente convencidas de que la
apertura comercial total y unilateral, así como la adopción lisa y llana del
modelo de libre mercado, eran la solución a los males del país.
Así, la primera etapa de desarrollo de commodities fue la única que se logró
consolidar, sin embargo, a partir de la década de los años noventa poco a poco
se ha ido destruyendo. Lo que México había logrado en términos de desarrollo
para 1980 es la añoranza del pasado que fue y el futuro que pudo haber sido.
Nuestro país era la punta de lanza de América Latina, hoy nos superan Brasil
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y Chile en muchos sectores de desarrollo industrial, y Perú se acerca a pasos
agigantados.
México no es ni puede ser una economía de servicios que todo lo importa,
como pretenden los gobiernos desde 1990. México debe y tiene con qué ser un
país de producción y desarrollo propio. Lo único que hace falta es planeación
y visión de largo plazo, cosa que sí tuvo y tiene Japón y ahora tienen Brasil,
Chile, Colombia y Perú. En México, llegaron unos improvisados vestidos para
la ocasión al poder y hace años que este país camina sin rumbo, haciendo de la
ocurrencia y la inspiración, fallidos sustitutos de la auténtica política
económica pública, destinada al desarrollo industrial.
A principios del siglo pasado, Japón tenía el desarrollo económico de
Nicaragua, y en 1945 fue devastado por las bombas nucleares en Hiroshima y
Nagasaki, pero aún así decidió reinventarse. Se levantó de los escombros y
emprendió una fuerte reforma social, estructural, económica y política que le
permitió ser, en menos de sesenta años, uno de los países más ricos del mundo
y ofrecer a sus habitantes un nivel de vida envidiable. Al día de hoy, un pobre
en Japón tiene un ingreso aproximado de 38 mil dólares anuales; un pobre
mexicano no llega ni a los mil dólares al año.
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