Mario Sifuentes Briceño SOMOS LIBRES, PODEMOS ELEGIR hacia un perú de primer mundo Esta publicación es una iniciativa del proyecto Comité Editorial Augusto Baertl Montori Carlos Diez Canseco Hans Flury Royle Carlos Oviedo Valenzuela Gonzalo Quijandría Fernández Mario Sifuentes Briceño Somos libres, podemos elegir © Mario Sifuentes Briceño © 2014 Corporación Ludens Comunicaciones SAC Alcanfores 1246, Of. 402 – Miraflores Primera edición, Julio 2014 Ilustración y lettering: Elliot Tupac Diseño y diagramación: Maye León Tiraje: 3,000 ejemplares Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú No. 2014-10834 Impreso en Industria Gráfica Cimagraf SAC Está permitida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación solo bajo previa autorización de los editores. Así como su copiado o transferencia por cualquier medio impreso, digital o electrónico. Contactarse previamente con [email protected] “He transitado el largo camino hacia la libertad. He tratado de no flaquear. He cometido errores a lo largo del recorrido. Pero también he descubierto el secreto de que después de trepar una gran colina, uno solo encuentra que hay muchas más por superar. Me he tomado un momento aquí para descansar, para robarle una mirada al maravilloso panorama que me rodea y para observar, atrás a la distancia, de dónde vengo. Pero solo puedo descansar por un momento, porque la libertad viene con responsabilidades y me he desafiado a no distraerme, pues mi largo camino aún no está terminado”. Nelson Mandela (1995) ÍNDICE Introducción11 SOMOS LIBRES, PODEMOS ELEGIR Un país en shock 17 Los cimientos de la escuela 23 Eso es música celestial para mis oídos 30 El impulso del pensamiento empresarial33 El ‘cambio de chip’40 El estado acaparador 44 Buscando a quien diera la cara 48 La maldita receta del populismo 50 Cambio obligado en el equipo 56 Cómo tener éxito en la quiebra de un país 60 La masacre de los más pobres 64 El valor de la pedagogía 70 Sendero financió el rescate del país 74 De la toma de conciencia a la acción 79 5 x 5 x 5 84 La caja chica de la solidaridad 91 Un método incuestionable de privatización 96 Hoy podemos darles la razón 102 Ahora tú escoges lo que quieres 109 No hay golpe sin traumas 115 Ya estamos interconectados con el mercado 125 HACIA UN PERÚ DE PRIMER MUNDO Hay una manera de hacer bien las cosas Siempre será más fácil destruir que construir Solo quince años para hacerla 133 137 144 Bibliografía159 INTRODUCCIÓN Los instantes más importantes en la vida del ser humano son los momentos de decisión. En el discurrir de nuestra existencia muchas veces nos encontramos con caminos que se bifurcan y, dependiendo de la elección que tomamos, nuestro futuro queda determinado para bien o para mal. Sin embargo, cuando esas decisiones se toman sopesando buena información y en base a conocimiento y experiencia, los riesgos se minimizan y, con cada elección, uno se permite construir una base más sólida sobre la que va apilando los ladrillos que nos encumbran hacia el desarrollo personal, el bienestar y la felicidad. Lo mismo sucede con los países. Desde nuestra independencia, los peruanos hemos intentado de todo en la tarea de sacar adelante un país con enormes potencialidades, un envidiable patrimonio cultural y recursos, pero también con profundas contradicciones. A la vista, en las últimas décadas nos hemos quedado atrapados en un laberinto de desencuentros que nos impide dialogar, sumar experiencias y conocimientos para decidirnos por el mejor rumbo. Tan es así que hace apenas veinticinco años vivíamos 11 en el peor momento desde que el general San Martín proclamara nuestra independencia. Vivíamos en un país violento, rodeado de miseria, de enfermedad y endeudado gravemente con los organismos internacionales. Hasta hace 25 años el Perú era considerado un país paria en el mundo. Sin embargo, a principios de los noventa logramos un punto de quiebre y trabajamos esforzadamente para reconstruir el país y devolverle al Perú sus legítimas aspiraciones de ser una gran nación; aunque, valgan verdades, el tiempo desde el escape de ese pequeño infierno no ha sido suficiente para superar totalmente algunos traumas y heridas. De allí probablemente proviene esa enorme dificultad que tenemos todavía los peruanos para sentarnos a dialogar en confianza. Aquellos que tenemos memoria de esa época podemos detenernos en un recodo del camino y mirar hacia atrás, revalorar el largo trecho que hemos avanzado en la misma dirección durante las dos últimas décadas, los logros que nos ha deparado esa continuidad y, también, observar hacia adelante, mucho más cerca, la meta del pleno desarrollo. Por el contrario, quienes no la vivimos o la tenemos desterrada de la memoria, estamos en la obligación de reconocer nuestra historia reciente, de informarnos para poder decidir mejor y continuar en la construcción de ese camino sólido y estable hacia el futuro. Esta publicación es parte del proyecto UMBRAL, que persigue que los peruanos, especialmente los jóvenes y emprendedores, tengamos conciencia sobre lo que nos ha costado llegar a ese recodo en la mitad del camino, sobre las oportunidades perdidas durante décadas y lo difícil que ha sido que calen entre nosotros las ideas modernas, las que nos impulsan hacia el desarrollo y nos conectan con el resto del mundo. UMBRAL propone que cuidemos el camino andado, que no caigamos en propuestas que lo único que han logrado demostrar es 12 somos libres, podemos elegir que distribuyen pobreza –como ahora sucede en algunos de nuestros países vecinos– y que, con su afán controlista y capacidad destructora, terminan inevitablemente recortando las libertades de los ciudadanos. Pero UMBRAL también mira al futuro y nos invita a reflexionar sobre la necesidad de concretar algunas metas pendientes y de defender principios no negociables. Alerta sobre la urgencia de acelerar la marcha en los próximos quince años, vitales para la consolidación del país, combatiendo el populismo, la violencia, la demagogia y la corrupción. Como nunca antes en nuestra historia, el actual desarrollo del Perú es integral e incorpora a los distintos sectores. Nunca antes habíamos tenido una pista de despegue tan llana y generosa para poner en marcha nuestros proyectos, ni una oportunidad tan clara de dar ese gran salto que proyecte al Perú como la gran nación que, desde su origen, está destinada a ser. Pero también debemos ser conscientes de que recién estamos a mitad de camino y que, por ello, en las próximas dos décadas nos encontraremos con nuevas bifurcaciones y sobresaltos. Y así otra vez estaremos en la obligación de elegir. Podemos elegir como el mendigo sentado sobre un banco de oro, inmovilizado e indolente ante la miseria de los hermanos, repitiendo los errores del pasado, caminando en círculos y resignado mediocremente a la inacción. O podemos elegir como un país adolescente, con el ímpetu de aquel joven atrevido y apasionado, empujado con vehemencia a arriesgarlo todo, confiado en que la vida nos dará innumerables oportunidades para equivocarnos, para perder y volver a empezar, sin considerar cómo cada derrota empobrece más a los que menos tienen. Y también somos libres de elegir pensando en algún tipo de reivindicación, con la idea de que debemos ser compensados por las penas o carencias de nuestra historia o por las decisiones de gobiernos que nos robaron parte del futuro. Podemos elegir egoístamente, sin 13 considerar que vivimos en un sistema interdependiente, en el que cualquier satisfacción personal será frágil e insostenible si es que no participamos todos de los beneficios, si no nos damos cuenta de que la mejora del más pobre y del rico también es una mejora nuestra. Pero también podemos elegir como un país que empieza a madurar, que aprende las lecciones de la propia experiencia, no solo para esquivar el camino de los errores sino, sobre todo, para diseñar un futuro mejor, en el que podamos consolidarnos como esa nación rica en historia, en cultura, en recursos y en espíritu. Somos libres de elegir como una sociedad con vocación de diálogo, inclusiva y progresista, que impulsa a los gobiernos a sentar las bases de un país más fuerte y justo, en el que todos tengamos la posibilidad de ver cumplidos nuestros sueños, en base a nuestras propias habilidades, disciplina y esfuerzo. Somos libres de elegir como un país–problema que se regodea en los conflictos o como un país–posibilidad que planifica su futuro y hermana la inteligencia y las potencialidades de cada uno dando su mejor esfuerzo. Pero lo que no podemos permitirnos es renunciar a la libertad de elegir, a que nos quiten la capacidad de decisión, pues de esa manera ya no seríamos dueños de nuestras vidas. Ese es el reto que tienen las grandes naciones de estos tiempos, el de desarrollarse bajo los preceptos de dos instituciones imperfectas pero esenciales en la defensa de esos derechos fundamentales: la democracia y la economía de libre mercado. “Somos libres, podemos elegir” nos recuerda esa premisa, que el Perú es hoy un país que crece y se desarrolla bajo esos principios y que, pese a los conflictos propios de la política y de la vida cotidiana, va en el camino de prodigar lo mejor para sus ciudadanos. En toda su historia el Perú nunca ha estado en mejores condiciones que ahora para dar el salto hacia el pleno desarrollo. Queremos un Perú ganador y con peruanos libres, con capacidad de decisión y capaz de constituirse como un país de ciudadanos de primer mundo. 14 1 SOMOS LIBRES, PODEMOS ELEGIR somos libres, podemos elegir UN PAÍS EN SHOCK “Compatriotas, me dirijo a ustedes para informales sobre las medidas precisas con que el gobierno se propone enfrentar la inflación explosiva que hemos heredado del gobierno anterior. La hiperinflación no es una maldición del cielo ni un desastre natural. Como hemos aprendido en estos años, experimentando en carne propia, la inflación contrae los ingresos de todos, debilita las instituciones, fomenta la especulación, incentiva la irracionalidad, destruye el ahorro y destruye el futuro… Hace cinco años, el galón de gasolina de 84 octanos costaba más del doble que una botella grande de cerveza. Ahora, en cambio, la botella de cerveza cuesta seis veces más que el galón de gasolina. Con este billete, hace cinco años, se hubiera podido comprar una casa de 40,000 dólares; hoy solo alcanza, en el mejor de los casos, para un tubo de pasta de dientes. Es así que la lata de leche evaporada que hoy costaba en la calle 120,000 Intis, costará a partir de mañana 330,000 Intis. El kilo de azúcar blanca, que se conseguía a 150,000 Intis, costará a partir de mañana 300,000 Intis. El pan francés que esta tarde costaba 9,000 Intis, costará a partir de mañana 25,000 Intis. Pocas veces en el Perú, o en cualquier parte del mundo, se ha requerido de todos un sacrificio tan grande como el que 17 necesita el Perú. Hay que cruzar un periodo corto, de unos pocos meses, en el que antes de estar mejor, nos vamos a sentir peor. Es el precio que tenemos que pagar por lo ocurrido en los últimos años. Cualquier médico nos podría explicar cómo en el fondo la salud estará mejorando aunque al principio nos sintamos peor. El Perú tiene futuro. Que Dios nos ayude”. La noche del 8 de agosto de 1990 el país enmudeció por unos segundos. Si hasta la flores se veían tristes, las calles más oscuras, el destino inasible y más distante que nunca. Una sensación colectiva de angustia y desconcierto teñía lentamente cada imagen, cada palabra. Los padres contrariados devolvían apenas con una mueca torpe la sonrisa de los niños y atravesados por ese hilo de hielo que les estiraba estoicamente la columna solo atinaban a llevarlos a dormir. No era momento para juegos. No era momento para nada. ¿De qué manera imaginar lo que depararía el futuro? Al día siguiente del mensaje a la nación de Juan Carlos Hurtado Miller, el primer ministro de Economía del gobierno de Alberto Fujimori, las calles estaban vacías, los comercios cerrados, no se divisaban buses de transporte público y si alguna tienda tenía las puertas abiertas daba lo mismo porque nadie sabía cuánto cobrar. La gran mayoría se había quedado en sus casas revisando sus libretas de banco, escarbando su sencillo, buscando en la imaginación y en la memoria una alternativa o la posibilidad de una salida. No había manera de distribuir para los gastos ese dinero que, de la noche a la mañana, ya no valía nada. Prácticamente daba lo mismo si traías los bolsillos llenos o vacíos. Pasaron pocas horas para que salieran a la calle padres desesperados con intenciones de saquear los comercios, eludiendo a las patrullas militares que de manera preventiva habían tomado las principales calles. Hubo tres muertos ese día en Lima. 18 somos libres, podemos elegir El desconcierto era aún mayor porque Fujimori acababa de asumir la presidencia y durante toda su campaña se había opuesto a los “paquetazos”, como había bautizado la prensa a esa política de ajustes económicos severos para combatir la hiperinflación heredada de los gobiernos anteriores. Hasta entonces, el paquetazo más duro –que involucraba siempre un aumento del precio de la gasolina y de los productos básicos– lo había dado Abel Salinas en 1988. El entonces ministro de Economía aprista apelaba a la comprensión del pueblo peruano por la necesidad de hacer esas correcciones draconianas que evitarían mayores problemas económicos en adelante. En su mensaje al país, Salinas anunciaba el descongelamiento de los precios, a excepción de cuarenta productos de la canasta básica familiar. En ese mismo contexto, el gobierno se resistía a admitir que buscaba la renegociación de la deuda externa con el Fondo Monetario Internacional (FMI), uno de los principales acreedores del país, y los militares negaban sin mucho entusiasmo la posibilidad de un golpe que, valgan verdades, eran la constante en nuestra historia republicana. Por su parte, miembros del grupo terrorista Sendero Luminoso lanzaron bombas en las puertas de los Ministerios de Agricultura y Economía, que dejaron un saldo de cinco heridos de gravedad, mientras las madres de familia marchaban por las calles golpeando sus ollas vacías, intercalándose con las bases sindicales que convocaban a paros nacionales que agravaban el clima político. A mil días del gobierno de Alan García, los más pobres del país pagaban las consecuencias de sus medidas populistas, sustentadas en una profunda ignorancia de los fundamentos económicos y en la ambición de convertirse en un líder continental. Más tarde, motivado por cálculos políticos, el presidente desconocería las negociaciones con el FMI y el paquetazo quedaría solo como una medida aislada. Nuestra economía no rectificaría el rumbo. 19 Justamente, durante su campaña de 1990, el candidato Fujimori había descartado de plano medidas de este tipo. Es más, ganó la Presidencia de la República oponiéndose al anunciado shock de su principal rival, el escritor Mario Vargas Llosa. Si bien siempre son muy impopulares, esas correcciones económicas eran totalmente necesarias ante la precaria situación de nuestras finanzas. El Perú era un país paria y a la vista de los entes financieros solo superaba en confianza a la convulsionada Haití en toda la región. La sola devaluación de nuestra moneda da una idea de la situación real de esos días. En febrero de 1985, durante los últimos meses de su gobierno, el arquitecto Belaunde reemplazó la tradicional denominación de nuestra moneda, el Sol de Oro, por el Inti, con el propósito de simplificar las transacciones financieras, pues la devaluación hacía perder cada vez más valor a nuestro papel. El Inti de febrero de ese año equivalía a mil Soles de Oro. Pocos años después, en 1991, el Inti se cambió por el Nuevo Sol, que equivalía a un millón de Intis. Es decir, se borraron nueve ceros de nuestros billetes en seis años. Incluso en 1989, cuando la hiperinflación pasaba por uno de sus picos más altos, se emitieron billetes de un millón y de cinco millones de Intis. Ese año, el sueldo mínimo en el Perú era de 200 millones de Intis. Si bien desde el gobierno militar ya se avizoraba la amenaza inflacionaria, la quiebra de la economía peruana se forjó a fondo en el periodo correspondiente al gobierno aprista, producto del abuso de la maquinita; vale decir, de la emisión inorgánica de moneda por parte del estado que, por definición, lo único que provoca es la pérdida del poder adquisitivo de las personas y la quiebra de cualquier país. En esa época, hasta para pagar una gaseosa tenías que emplear un fajo de billetes. En las reuniones previas al lanzamiento del fujishock de 1990, el gabinete de ministros y funcionarios del ministerio de Economía 20 somos libres, podemos elegir discutían la mejor manera de modelar el anuncio en “la Bolichera”, como llamaban a la sala de reuniones del piso 9 del MEF. Cuatro de los ministros manifestaron su total desacuerdo: Fernando Sánchez Albavera (Energía y Minas), Gloria Helfer (Educación), Guido Pennano (Industria) y Eduardo Toledo (Transportes y Comunicaciones). No vamos, dijeron. Sin embargo, después de una larga discusión, sorpresivamente Carlos Amat y León (Agricultura) se paró de su asiento y decidió dar la cara: “Gringo, aquí todos estamos contigo. Los que no tienen cojones que no vayan a la televisión. Yo voy contigo”, dijo golpeando la mesa. En ese momento, la mayoría del Consejo dejó de lado las vacilaciones y decidió encarar el anuncio. “La noche del mensaje a la nación no pude dormir y en la mañana me llamó Hurtado Miller para decirme que había una misa en el Callao. Fuimos a la misa ofrecida por el Monseñor Durand y luego de ella nos empezaron a aplaudir. Milagro, pensé. Luego fuimos a almorzar con el Nuncio Apostólico y la iglesia nos dio todo su apoyo. Por eso yo amo a mi Perú. Si este pueblo no hubiera tenido la entereza de aguantar esos ajustes, ahora no estaríamos donde estamos”, recuerda Alfredo Jalilie, funcionario ligado al MEF por más de cuarenta años, que trabajó en el estado con cinco presidentes y es hoy uno de nuestros más experimentados profesionales en finanzas públicas. Sin embargo, tal como había anunciado Hurtado Miller, la sensación colectiva durante las siguientes semanas era de una aplastante y triste agonía. El azúcar y el aceite desaparecieron de las estanterías y la carne y el pollo duplicaron sus precios; dependiendo del destino, los precios de los pasajes nacionales subieron entre cuatro y siete veces –lo que dejó varados por días a miles de viajeros– y el dólar paralelo pegó un salto inusual en las calles, pues todos querían eludir la evidente devaluación con la compra de la moneda norteamericana. 21 Si hubo algo que destacar, en ese entonces, fue la terca vocación de los peruanos por aguantar ese shock y su férrea resistencia e imaginación para capear el temporal. Los más pobres se llenaron de coraje, lo mismo que los profesores, obreros y sindicatos, no hubo una sola huelga y el sector empresarial también se la jugó ajustando el cinturón. Con el shock la hiperinflación bajó de 7,600% a 4%, pero la medida hubiera sido insuficiente si no se implementaban otras reformas. En las dos décadas anteriores ya se había probado todo para enderezar la economía nacional pero sin resultados y, una vez más, en algún rincón lejano de la conciencia, una vocecilla repetía que quizá esta vez, con ese nuevo sacrificio, ahora sí, los peruanos le podríamos dar una vuelta de tuerca a nuestras vidas. En esa condición de sobrevivencia, escasez y depresión de las grandes mayorías, todavía nadie era consciente de que, en ese instante, la historia del Perú estaba comenzando a cambiar. 22