las cuatro estaciones - Editorial Club Universitario

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LAS CUATRO ESTACIONES
Ramón Mesque
Las cuatro estaciones
© Ramón Mesque
ISBN: 978-84-8454-885-0
Depósito legal: A-939-2009
Edita: Editorial Club Universitario. Telf.: 96 567 61 33
C/. Cottolengo, 25 – San Vicente (Alicante)
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Printed in Spain
Imprime: Imprenta Gamma. Telf.: 965 67 19 87
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[email protected]
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede
reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico,
incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de
información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de
los titulares del Copyright.
Prólogo
La primavera invita a la euforia, el verano empuja a la
lujuria, el otoño impone melancolía y tristeza, con el invierno llega la paz y el sosiego.
Cuantas tentaciones te propone la primavera, el verano
incita a su consumación; aunque el otoño te trae el remordimiento, es el invierno quien consigue la comunión.
Es por los cambios de estación, por lo que a lo largo
del año las personas presentamos diferentes estados de
ánimo, lo que induce a nuestro corazón a recorrer caminos
distintos, aunque al final del viaje estemos en el mismo
punto, y seamos nosotros mismos.
Por esto se me ha ocurrido reunir en un mismo volumen
una recopilación de relatos cortos, cuentos, poesías y
pensamientos, escritos a lo largo de un mismo año.
Ramón Mesque
(Seudónimo)
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La primavera
Se dice que “la primavera, la sangre altera”, y el dicho
popular no puede definir mejor la reacción que provoca
dicha estación del año.
Porque después del período invernal en que casi
todas las plantas, muchos árboles y algunos animales
han permanecido adormecidos, reinician su ciclo vital,
asombrándonos cada año por la fuerza y alegría que
transmiten, como si de una explosión de fuegos artificiales
se tratase, dando la impresión de que la vida comienza por
primera vez.
Y en el fondo es así, cada primavera marca el inicio de
vida nueva, y a la que ya existía la renueva con un brío
inusitado, que crea ese ambiente colorido y festivo.
La primavera recuerda a los niños, que desde su
tierna edad tienen prisa por crecer, afán por desarrollar,
son fuertes y revoltosos, beben con avidez en la fuente
de la vida, sin pensar ni un momento que esa celeridad
que reclaman no tiene ningún sentido, pues todo está
estipulado, pasarán por las estaciones y llegarán a su
destino, triste sino, “el ocaso”.
Pero eso a ellos les cae muy lejos y omiten hacerle caso,
cumplen bien su cometido que es luchar por la vida, con
la esperanza de que algún día les llegue el premio de su
fruto.
La primavera es comienzo, es juventud, es ilusión, es
belleza, es un sinfín de promesas. Por eso en la primera
etapa de nuestras vidas la edad no se contabiliza por años,
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Ramón Mesque
se cuentan las primaveras, y hay que saber aprovecharlas,
pues, como todo en esta vida, vienen con fecha de caducidad.
Pero desechemos ese pensamiento, negativo y a destiempo, y disfrutemos lo que nos ofrece en toda su intensidad.
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Amores de antaño
¡Por fin había recibido la carta! Me embargaba la
emoción, pues pensaba en ella cada día, cada hora, desde
que averigüé su paradero y decidí escribirle.
Todo empezó cuando me tropecé por casualidad con
un amigo de ambos que hacía muchos años que no veía;
en realidad, empezó bastante antes, sobre cuarenta años
atrás, cuando conocí a Clodín, que era una francesita
muy guapa que vino de vacaciones a mi pueblo. Nos
gustamos desde el primer momento, y a los pocos días
nos prometimos amarnos de por vida, con ese énfasis que
solo se tiene a los dieciocho años. Consumí los días a
su lado con avaricia, y esperaba las vacaciones del año
siguiente con impaciencia. En primavera, aprovechando
las fiestas de Semana Santa, por no poder esperar al
verano, me fui a visitarla.
Vivía en un pueblo cercano a París bañado por el río
Sena, recuerdo aquel día como si fuera ayer. Para llegar
hasta su casa tuve que recorrer una avenida bordeada
de árboles frondosos, donde multitud de pajarillos
cantaban alegres, dando la bienvenida al reciente cambio
de estación, aunque yo pensaba que la bienvenida me la
brindaban a mí, y empecé a acelerar los pasos siguiendo el
ritmo de mi acelerado corazón. Estaba llegando a su casa
y reparé que con los nervios olvidé comprar algún regalo;
en ese momento en una esquina vi una floristería, y sin
dudar compré un ramo de rosas rojas, que representaban
la pasión que yo sentía por ella. Llamé a su puerta
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Ramón Mesque
emocionado, me abrió Clodín recibiéndome con alegría, y
pasamos unos días juntos muy felices.
El destino hizo que ella no pudiera venir en verano, yo
conocí a otra chica de la que me enamoré, me casé, tuve
hijos que a su vez están casados y viven independientes,
hace dos años que enviudé y, al quedarme solo, empecé a
recordar el tiempo vivido, y apareció Clodín en mis sueños
igual que un fantasma surge de la nada, y volví a revivir
aquel amor perdido, lo que me hizo recobrar la ilusión. Un
día el destino volvió a jugar su baza, haciéndome tropezar
con Paul, el amigo de Clodín, que me informó que ella
también se casó, pero que su matrimonio no funcionó y se
separó. Me dijo que vivía sola y me dio su dirección, pues
yo ya hacía muchos años que la había perdido; resultó ser
la misma donde yo la visité, pues al separarse retornó al
hogar familiar, después murieron sus padres y ella heredó
la casa.
Entonces decidí escribirle una carta preguntándole
si me autorizaba a visitarla, para comprobar si del viejo
rescoldo volvían a resurgir las llamas de nuestro amor,
pues mi corazón aún mantenía la brasa. Ella me contestó
que sí, y quedamos en su casa para después de dos
semanas. Precisamente estábamos en primavera, así sería
el reencuentro igual que la primera vez que fui a visitarla.
Me preparé la maleta con los nervios de un colegial,
me miré en el espejo repetidas veces, comprobando que
mi imagen resultara lo más agraciada posible, me puse mi
mejor traje y embarqué en el vuelo a París; desde allí tomé
el tren de cercanías que me dejó en el pueblo de Clodín, fui
caminando en busca de su casa, pues necesitaba relajar
los nervios que me embargaban, también porque había
salido con demasiada antelación de la hora de la cita,
por miedo a llegar tarde, ya que después de tantos años
temía no encontrar la dirección fácilmente, y de pronto
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Las cuatro estaciones
me sentí perdido porque no reconocía el lugar por donde
pasaba. Pregunté a un señor por la avenida de los árboles
frondosos, me dijo que me encontraba en ella, pero que los
árboles hacía muchos años que desaparecieron sacrificados
en aras del progreso. Entonces me di cuenta de que nada
era igual, todo había cambiado, en lugar de casas bajas
que bordeaban la avenida había bloques altos de pisos,
y no estaban los árboles ni los pajarillos cantando, y de
pronto me entró pánico, busqué un bar donde descansar y
recapacitar tomándome una cerveza.
Empecé a pensar cómo sería ella en la actualidad.
¿Estaría vieja y con arrugas, gruesa y rechoncha, o tal vez
flaca y seca? Pues yo solo tenía en la mente la imagen de
cuarenta años atrás. Recordé la letra del viejo tango de
Gardel, “que veinte años no es nada”, pero en mi caso eran
el doble y sí debían de ser algo, y me vino a la memoria
el caso de mi amigo Manolo, que cuando estuvo en la
mili hizo una gran amistad con otro soldado, también
valenciano pero de otro pueblo distante al suyo, y al
terminar el servicio militar estuvieron carteándose durante
más de cuarenta años pero sin volverse a ver, y una vez
jubilados decidieron encontrarse para charlar de tiempos
pasados. Quedaron un día a una hora establecida, en un
cruce conocido y concreto del pueblo; cuando se vieron
se estudiaron mutuamente cada uno desde una parte
contraria de la calle, al ver que no había nadie más, el
amigo de Manolo se le acercó y le preguntó: “Tú debes de
ser Manolo”, y él dijo que sí, y el amigo le espetó: “Pues
estás hecho un asco”. A lo que Manolo replicó: “¡Anda que
tú!”. Esas fueron las grandes e importantes palabras que
se dirigieron después de tantos años.
También recordé a mi esposa, que con los años fue
cambiando igual que yo, pero mis ojos la veían lo mismo
que el primer día, pues el cerebro va asimilando los cambios
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Ramón Mesque
paulatinamente, y los acopla a la imagen por ti elegida
egoístamente. Y hablando de egoísmo, solo había pensado
en mi reacción ante ella, ¿pero y la de ella ante mí? Pues
yo estaba en las mismas circunstancias.
Entonces tomé la decisión y me puse a escribir una
carta. Busqué la floristería y tampoco estaba, en su lugar
había una tienda de dulces, pensé que quizás fuera más
apropiado comprarle bombones y compré una caja. Le
pregunté a la dueña si sería tan amable de entregarla junto
con mi carta en una dirección cercana, me dijo con una
sonrisa cómplice que mandaría al chico de los recados,
pagué dándole propina y le expliqué que la entregara
dentro de dos horas.
Volví a París, y en la plaza de Montmartre busqué el
café donde estuve con ella la otra vez, pedí un Pernod
igual que aquel día, entonces se acercó un artista callejero
preguntándome si quería que me hiciese mi silueta, le
contesté que me hicieron una cuarenta años atrás y que
prefería recordarme como entonces y no como ahora. En
esos momentos Clodín estaba leyendo mi carta, en la que
decía: “Querida Clodín, te ruego disculpes mi cobardía,
pero prefiero mantener viva la ilusión de tu amor en mi
corazón, a enfrentarme a la triste realidad de un seguro
fracaso. Tuyo para siempre, Ramón”.
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La metamorfosis
La metamorfosis es un cambio radical en la anatomía
de un cuerpo (cambio de un estado a otro). En botánica, el
caso más visible es el de la flor que se convierte en fruto.
En zoología, en algunos casos la larva se convierte en ninfa
o pupa, pasando después a imago o insecto. Quizás la que
más nos ha llamado la atención siendo niños haya sido
la del gusano de la morera, por lo curiosa en sí misma, y
por su trabajo tan apreciado y valorado, la seda. El ciclo
comienza con la mariposa, que en su corta vida solo tiene
un cometido, poner huevos de los que nacerán las larvas
o gusanos, que comiendo hojas de morera y creciendo,
llegarán al momento en que estarán preparados para
formar el capullo de seda, en el que se encerrarán para
sufrir la metamorfosis y convertirse en crisálida, y así,
completar el proceso.
Pero si somos observadores, veremos que hay otros tipos
de metamorfosis ayudados o inventados por la mano del
hombre, que no por ese motivo dejan de serlo, aunque la
mayoría son reversibles y pueden seguir un ciclo completo,
como el gusano de la morera. Este es el caso del agua, que
siendo un líquido, al calentarla se evapora convirtiéndose
en gaseosa, y si se somete al frío, cambia su estado a
sólido (hielo), pero se pueden invertir los procesos desde
cualquiera de sus estados.
También está el caso del licántropo, el hombre que
cuando hay luna llena se convierte en lobo. O el de cambio
de personalidad, Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
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Ramón Mesque
Pero hay casos en que el proceso es irreversible, como en
el amor, que convierte a un hombre inteligente en estúpido,
y con el paso de los años se acentúa la transformación.
También está el proceso de los azúcares, que debidamente fermentados se transforman en alcoholes, cuyo
ejemplo más típico y antiguo, y que mejores ratos nos ha
hecho pasar, es el del vino, pues fermentando el zumo de
la uva, nace un elixir digno de dioses, que tiene una doble
metamorfosis, la suya propia, y la que crea a la persona
que lo bebe, pues aun siendo apocada, seria y callada, la
cambia a fanfarrona, jocosa y dicharachera.
Y en geología, el caso más difundido por el hombre
desde la Prehistoria, que además de irreversible es perenne
y testimonial de su cultura, es el de la arcilla, que es una
roca sedimentaria, formada por deposición de silicatos
hidratados de aluminio, conteniendo también magnesio,
sodio, calcio, potasio y hierro. Empapada con agua se
vuelve moldeable y plástica, pudiéndole dar multitud de
formas que se mantienen tras el proceso de secado. En ese
momento es quebradiza, pero basta añadir agua para que
vuelva a su estado original, dejándose amasar, moldear,
secar, triturar y empezar de nuevo infinidad de veces,
sin que pierda un ápice de sus cualidades ni morfología
anterior. Sin embargo, al aplicarle calor con la temperatura
adecuada, se metamorfosea en cerámica, que es un material
completamente diferente, pues en el proceso de cocción
sus partículas han sufrido cambios de forma, tamaño,
estructura y composición, siendo el proceso irreversible,
y no le afectan el agua ni los agentes atmosféricos; por
ese motivo se encuentran restos antiquísimos en perfecto
estado, incluso dentro del mar, por lo que hemos podido
averiguar su historia.
Quizás la cerámica haya tenido un toque divino, lo
pienso por una especie de poema, que no recuerdo quién
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Las cuatro estaciones
escribió, pero sí que lo adoptó la asociación de ladrilleros
de Valencia, usándolo como lema, cambiando la palabra
alfarero por ladrillero, y reza así: “Alfarero, oficio noble
y bizarro, entre todos el primero, pues en el trabajo del
barro, Dios fue el primer alfarero, y el hombre su primer
cacharro”.
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La escritura
Cuando los humanos consiguieron comunicarse a través
de las palabras, vieron la necesidad de dejar constancia de
sus dichos, vamos, de fijarlas o inmovilizarlas sobre una
base estable, pues se dieron cuenta de que las palabras se
las lleva el viento, fuesen de la clase que fueran: amorosas,
amenazantes, autoritarias o simplemente divulgativas
de algún tipo de conocimiento; con el tiempo se pueden
olvidar, tergiversar o malinterpretar, así que inventaron
la escritura, ¡y que invento!, pues aunque ahora no le
demos importancia, ya que nos acostumbramos a todo lo
cotidiano, como la electricidad, la televisión o los teléfonos
móviles, sin pararnos a pensar en la magnitud que tienen,
con la escritura, por ser más antigua, aun nos pasa más
desapercibida, sin embargo, fue una revolución para el
conocimiento, su difusión y la relación humana, quedando
fijados en el tiempo gentes, lugares y costumbres, en fin,
la historia. De ese modo las generaciones posteriores, sin
coincidir en lugar ni tiempo, hemos podido conocer su forma
de vida y a sus gentes, casi como si estuviéramos allí.
Nuestros ancestros empezaron con los petroglifos, dibujos geométricos incisos en piedra; pasaron por la pictografía, que en sus dibujos señalaban cosas concretas, y después de varios pasos llegaron a la escritura alfabética, más
o menos sobre el segundo milenio a. J.C., y posiblemente en
Siria (existen controversias en este punto).
Pero historia aparte, que la dejo para los eruditos
en el tema, yo recuerdo mis primeros años de colegio,
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Ramón Mesque
cuando los maestros decían: ¡la letra con sangre entra!,
pues te arreaban con la paleta cuando no lo hacías bien;
también recuerdo con nostalgia mi primer plumier, una
cajita rectangular de madera con la tapa de corredera, que
guardaba en su interior, como si de un tesoro se tratara,
el porta-plumas con recambios para escritura normal y
redondilla de la marca Cervantes, el tintero y un paño
pequeño para limpiar las plumas después de usarlas.
También recuerdo la cara de mi madre el día que llegué del
colegio radiante y le dije: “mamá, ya sé escribir”, y ella me
miró con una gran sonrisa, mezcla de amor, resignación y
paciencia, como solo lo saben hacer las madres, pues tenía
las manos, la cara y el guardapolvos sucios de tinta, y lejos
de regañarme me animó y participó de mi alegría.
Unos años después, mis padres me regalaron una
estilográfica Parker, que yo llevaba como la mayoría, bien
visible en el bolsillo delantero de la camisa o chaqueta,
pues era un orgulloso símbolo, más incluso que el reloj de
pulsera, porque al mostrarla a los demás ya me sentía como
un escribano, cosa importante para mí, pues los escribanos
fueron los antecesores de los notarios y de los secretarios,
al igual que anteriormente fueron los escribas, salvo que
estos, en vez de pluma, usaban una especie de estilete con el
cual escribían haciendo incisiones sobre tablillas de barro,
y aun siendo un método muy rudimentario, transcribían
leyes y las cosas más importantes de su época, por mandato
de regios señores. Aunque la profesión de escribano vino
a menos, pues pasó a escribiente, chupatintas y pelota
de oficina. Y la pluma de tintero pasó a estilográfica, al
bolígrafo y ya casi a nada, porque actualmente solo se usa
el bolígrafo para puntear, subrayar y firmar documentos
o cheques.
Ya pasó aquella época romántica, en que era imprescindible para estar valorado tener una letra bonita, legible
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Las cuatro estaciones
y sin faltas de ortografía; también la redacción debía estar
acorde con los cánones al uso, ejemplo: “Queridos abuelos,
espero que al recibo de esta disfruten de una inmejorable
salud, la mía bien, gracias a Dios”. O esta otra: “Muy señor
mío, tal... tal... tal... le escribo con la esperanza de que se
avenga contestar, a mi humilde petición... y en espera de
sus gratas noticias, suyo atentamente...”.
También a través de los rasgos de la escritura personal
se podía deducir el carácter y tendencias del escritor. Hoy,
como no adivinen la marca del ordenador, no creo que le
saquen mucha punta a esa técnica. Pero pese a todos los
cambios, pues ya no se escribe a mano; el telégrafo apenas
se usa; la taquigrafía ha sido sustituida por aparatos; las
máquinas de escribir son cosa de museos, al ser sustituidas
por ordenadores, la escritura sigue en evolución constante,
y cada vez se escribe más, no digo mejor, porque a lo
largo de su historia hemos tenido escritores espléndidos
e irrepetibles y no se pueden comparar con los actuales,
aunque los hay muy buenos y con mucha más diversidad de
temas, pero cada buen escritor es único y deja constancia
de su personalidad, aparte de que el ser humano a lo largo
de los siglos mantiene sus mismas miserias, ambiciones y
fantasías, y el poderlas reflejar es lo que hace tan grande
a la escritura.
Por suerte no se ha perdido del todo el escribir a mano,
pues tengo la satisfacción, casi a diario, de ver en un barrestaurante que frecuento cómo confeccionan el menú diario sobre una pizarra de uno por cero sesenta m; con tizas
de varios colores dibujan, más que escriben, unas letras
preciosas, que de no conocer su cocina, me tentarían a pedir un plato, pero me tomo una copa y releyendo el menú
y admirando las letras, disfruto un buen rato.
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El enanito feliz
Un domingo iba Ramón por el bosque haciendo
senderismo, bien equipado con sus botas, la ropa adecuada,
la mochila bien surtida y su inseparable bastón, igual que
otras veces, pues le gustaba salir de excursión solo, de vez
en cuando, para relajarse del estrés que proporcionan el
trabajo y la rutina diaria. Pero esta vez se internó en un
bosque que no conocía y se desorientó, dio una serie de
rodeos buscando el sendero principal, pues al terminársele
el agua de la cantimplora se salió de él buscando un arroyo
del cual había oído hablar, pero, además de no dar con él,
cada vez estaba más perdido.
Ya había empezado a preocuparse y a estar sediento,
cuando escuchó una vocecilla que cantaba alegremente,
al oírla se sintió aliviado y alzando la voz pidió ayuda. Al
momento volvió a escuchar la vocecilla preguntándole qué
le pasaba, y Ramón, desconcertado, miraba a todos los
lados sin encontrar al responsable de la voz, hasta que
esta le indicó que mirara hacia el hueco que había al pie de
un árbol; entonces Ramón dirigió la vista al lugar indicado,
y para su sorpresa descubrió a un enanito que le hacía
señas sonriéndole. Cuando se repuso de la impresión le
dijo que tenía sed y Piñón, que así se llamaba el enanito,
contestó que eso tenía fácil solución, y lo acompañó a
un nacimiento de agua cristalina que manaba cerca de
allí. Ramón llenó su cantimplora y le añadió una pastilla
de cloro que llevaba para esos casos; entonces Piñón le
preguntó por qué le ponía la pastilla, si era porque no le
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Ramón Mesque
gustaba el agua natural. Ramón le contestó que era para
potabilizarla, pues podía ser peligroso beber directamente
por si estaba contaminada. A lo que el enanito contestó
un poco amoscado que eso sería donde él vivía, pero ese
manantial había saciado la sed de muchas generaciones
y a nadie le sentó mal, pues, igual que todo el bosque,
se mantenía como antes, al tener la suerte de haber sido
declarado reserva natural antes de que los hombres lo
contaminaran con pesticidas, abonos y talas masivas,
como ya habían hecho con casi todo lo demás.
Ramón le dijo que no había querido ofenderle, y por
cambiar de tema le preguntó a qué se debía el canto
alegre que entonaba cuando se encontraron, a lo que
Piñón respondió que cantaba porque se sentía feliz.
Quedándose Ramón turbado por la contestación le dijo
que no comprendía cómo podía ser feliz allí en el bosque,
sin televisión, móvil ni ninguna de las comodidades de
que disponían en las ciudades. Y Piñón puso una cara de
enanito socarrón, diciéndole que los pajarillos también
cantaban alegres porque se sentían felices y tampoco
tenían lo que él llamaba comodidades, y que a su modo de
ver eran incomodidades y servidumbres, e irónicamente
preguntó si él se sentía feliz ya que las tenía. A lo que
Ramón, visiblemente avergonzado, contestó que no.
Entonces Piñón le dijo amablemente: “te voy a dar una
serie de consejos para que encuentres la felicidad que
estás buscando, los recapacitas durante un mes y después
vuelves para decirme si has hallado lo que buscas”.
Le dijo que la felicidad no se la proporcionarían las
personas o cosas, pues está dentro de uno mismo si la
sabes buscar. Se consigue contentándote con lo que eres,
sin ansiar poseer más riquezas o bienes, aunque eso no
significa querer ser pobre, pues es bueno tener ilusión,
pero sin que se convierta en obsesión.
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Las cuatro estaciones
Tú vienes al bosque, no para disfrutar de él, sino para
que él te relaje de la tensión del trabajo diario, y eso es
egoísmo, pues le pides al bosque que haga una función
que tú eres incapaz de hacer. Debes intentar que el
trabajo te dé satisfacción, si no lo consigues, cambia de
actividad, aunque ganes menos dinero. Si no te puedes
comprar ese coche que te hace ilusión, piensa que después
de conseguirlo querrás otro más potente y lujoso, por lo
que es mejor conformarte con el que tienes. Si no puedes
realizar el viaje de tus sueños, no pases anhelo, cómprate
el reportaje y mirando las fotos podrás soñar que estuviste
allí, pues al fin y al cabo los recuerdos son como sueños, y
es lo único que queda después de realizarlo.
Tu novia está enfadada contigo porque no la atiendes,
si la quieres confórmate con como es y sé feliz por el simple
hecho de quererla, no pretendas que sea como tú deseas,
ya que ese es el principal problema de la humanidad,
querer cambiar a los demás.
Ves la televisión diariamente, involucrándote en los
problemas y catástrofes mundiales, cuando tú no puedes
arreglar nada, también te enseña y te incita a comprar
innumerables cosas que no te hacen falta, no te dejes
convencer o apaga la tele, y piensa que el consumo es una
cadena tan larga, que jamás lograrías tener todo lo que te
ofrecen.
Y, finalmente, recapacita sobre que eres una pequeña
mota de polvo en el conjunto del universo, que tienes un
período de vida efímero que hay que aprovechar, aceptando
con dignidad cuando te llegue el final.
Al terminar su discurso, Piñón le indicó el camino
de salida a Ramón, y quedaron en verse en la fecha
establecida, pero este cuento no termina como los demás,
porque Ramón no volvió; por lo visto no le apetecía que le
volvieran a dar la lección, pues no fue capaz de cumplir
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Ramón Mesque
la gestión, y eso que era para mejorar su situación, pero
eso no extrañó al enanito Piñón, pues conocía muy bien
su condición, que como a la mayoría de los humanos, le
corroía la ambición, y queriéndolo tener todo, pierden la
visión de sacarle el jugo a la vida cuando llega la ocasión.
Algunos podrán creer que el enanito Piñón era un infeliz
y bobalicón, pero yo no les doy la razón, pues llevaba la
felicidad en el corazón.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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