los parientes - Salesianos Uruguay

Anuncio
2012 - Año de la Familia propuesto para la iglesia en Uruguay
La Familia, patrimonio de humanidad.
(Adaptación de reflexiones hechas por Don Pascual Chávez en el año 2006 con motivo del Aguinaldo «Familia, cuna de la vida»)
LOS PARIENTES
La familia, en sentido amplio, no puede reducirse solamente al núcleo compuesto por los
padres y los hijos. La familia comprende también a los parientes, que constituyen la familia
grande o la familia extendida.
EL ÁRBOL GENEALÓGICO
En una época estuvo de moda conocer el árbol genealógico, una manera simpática de descubrir y
presentar la historia de la propia familia, que tiene una enorme resonancia bíblica y humana. El
símbolo del árbol con raíces, ramas y hojas, alimentado por una misma y única linfa vital, da el sentido del juego de vínculos que enlazan la familia “de sangre”. Desde el punto de vista bíblico, la
genealogía se remonta en el tiempo a los progenitores, y a Dios mismo, como anhelo generador. El
árbol genealógico, por tanto, era una forma para percibir que Dios nos había querido como una
madre quiere a su hijo, que se siente seguro porque tiene muchas personas que lo protegen. Pero
hoy, la familia patriarcal ha desaparecido o ha quedado reducida a una pequeña “célula”, encerrada
muchas veces en sí misma. Tíos y primos constituían puntos de apoyo y desahogo, que hoy se perciben cada vez menos como tales.
ESTAR CON OTROS: LUCES Y SOMBRAS
Muchas veces, los hijos que de improviso tienen que comenzar a vivir solos por la desaparición, el divorcio o la separación de sus padres,
logran superar la crisis y encontrar nuevamente
el equilibrio, gracias a la presencia de parientes
cercanos que representan la continuidad familiar y un puerto seguro a donde acudir. La presencia de estos parientes, transformada en
asistencia y consejo, es muy importante para
ayudar a comprender el valor primordial del
afecto sobre el interés. El círculo de parientes
permite compartir alegrías y dolores, responsabilidades y secretos. En los parientes, los niños
encuentran el consuelo de la solidaridad y no el
duro juicio de los extraños. Desde el punto de
vista educativo, lo más importante es capacitarse para la “fraternidad” y la convivencia: los tíos
y los primos son indispensables en esta tarea.
Parece que hoy se tiene miedo a la familia numerosa, con muchos hijos: “Está por nacer mi
segundo hijo, y me asusta enfrentar los celos
del primero; cuando yo era chica sufrí mucho por eso”. Los celos entre hermanos, con su cortejo de
peleas, venganzas, represalias y lágrimas, no tiene que ser una preocupación exclusiva de los padres: involucra también a los educadores y a los parientes cercanos.
Los celos son sentimientos naturales. Quien ama, tarde o temprano experimenta estos sentimientos, que nacen del deseo de “poseer” totalmente el objeto amado. Nadie es malo porque sienta
celos. Pero quien se deja dominar por ellos, no ha aprendido a amar en la forma debida. Los celos
son una etapa de crecimiento que hay que superar. Hay adultos que quedaron entrampados en los
celos y lo manifiestan de una manera embarazosa y muchas veces dramática. El niño tiene que ser
ayudado por sus padres y parientes a salir del enredo de las relaciones exclusivas. En esto, los tíos y
las tías juegan un papel decisivo.
La familia es como una constelación donde todas las estrellas son importantes. Algunos niños son
terriblemente celosos porque están acostumbrados a considerarse como unos pequeños tiranos
absolutos. En tal caso, los parientes, menos tiernos que los padres, pueden ayudarlos a dirigir su
crecimiento en la dirección adecuada, ofreciéndoles la posibilidad de constatar que se puede recibir afecto también de manera diversa y de personas diversas. Nunca hay que encerrar a los niños
en un solo papel: el llorón, el distraído, el mentiroso, el estudioso... Los padres y parientes no tienen que apoyarse en estos temas. Puede resultar peligroso...
En los casos de conflictos o rivalidades fuertes entre los niños, es importante establecer reglas claras. La primera es muy sencilla: no hay obligación de compartirlo todo o de jugar siempre juntos,
pero todos tienen que respetarse mutuamente. Los parientes, primeros colaboradores de los padres, pueden enseñar a los niños las normas fundamentales de la convivencia. Sin entrometerse en
los conflictos, tienen que estar atentos para proteger la incolumidad física de los niños y el mundo
interior de los mayores, que puede ser sacudido por la violencia de sus mismos sentimientos agresivos, especialmente si no se ha aprendido a controlarlos. En nombre de una sana rivalidad, cada
vez con mayor frecuencia se da a los niños la libertad de chocar con sus hermanos y primos. Cualquier familiar que los vea pelear, tiene que hacerles comprender que entiende sus sentimientos y
resentimientos, pero no puede permitirles que se hagan daño mutuamente, ni con palabras ni con
hechos.
EL AMOR FAMILIAR
Conviene eludir el juego del “¿de quién es la culpa?”, porque una vez que se entra, es casi imposible salir de él. Y al reprochar, es necesario, también, evitar los adjetivos “grande” y “chico” y los excesos del “reparto justo”: una paridad demasiado rígida no siempre es lo mejor. Lo importante es
ayudar a los niños, enseñándoles con paciencia a hacer lo que está bien y a evitar lo que está equivocado. Este cuidado hace saltar el resorte del amor familiar, que es uno de los sentimientos más
placenteros de la vida.
Lamentablemente, en nuestros días, encontramos cada vez más familias expandidas, donde otro
papá u otra mamá, otros abuelos y/o, a lo mejor, la novia de papá o el novio de mamá, entran a
formar parte de la parentela… Es el capítulo de la crisis.
¿Cómo valorarías tu relación con «tus parientes»?
¿Cómo han influido en tu vida, en tu crecimiento, en tu fe?
Descargar