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N5
Montevideo, mayo de 2009
0
Segunda época
Fronteras
Departamento de trabajo social
facultad de ciencias sociales – universidad de la república
Nº5
Segunda época
Montevideo, mayo de 2009
Revista FRONTERAS
Segunda época Nº 5
Mayo 2009
Departamento de Trabajo Social
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de la República
Constituyente 1502, piso 4, 11200, Montevideo, Uruguay
[email protected]
ISSN:0797-8952
Impreso en Uruguay 2009
Los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de sus autores y no representan
necesariamente la opinión del Comité Editorial.
Queda prohibida cualquier forma de reproducción total o parcial
del presente ejemplar, con o sin finalidad de lucro, sin la autorización del editor.
Diseño gráfico y diagramación:
Matías Fernández Bertta.
Augusto Giussi.
Comité Editorial
Pablo Bentura
Blanca Gabin
Teresa Porzecanski
Silvia Rivero
Editora
Melba Guariglia
Sumario
Presentación
9
De las estrategias preventivistas a la gestión del riesgo:
notas sobre los procesos de individualización social
Elizabeth Ortega y Laura Vecinday
11
La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto
de riesgo en el campo de la salud
Celmira Bentura
21
La sujeción de los cuerpos dóciles.
Medicación abusiva en la niñez de contexto crítico
María Noel Míguez
35
Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional
Adriana Berdía
45
Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia
“por defecto” de la dimensión territorial.
Ximena Baráibar Ribero
59
Juicios y prejuicios en torno del tema del abuso sexual infantil.
Algunos aportes para su comprensión.
Laura Cafaro
73
Apuntes sobre el tema de la formación actual en Trabajo Social
Blanca Gabin
83
El Trabajo Social y sus múltiples dimensiones:
hacia la definición de una cartografía de la profesión
en la actualidad
Adela Claramunt Abbate
Los aportes de José Luis Rebellato en la construcción
de un proyecto ético político liberador
Alejandro Casas, Laura González, Gustavo Machado,
Alicia Brenes y Maite Burgueño
Autores
91
105
115
Presentación
Con este número, la Revista Fronteras hace su reaparición luego de varios años de ausencia. Aparece con la pretensión de quedarse, reiniciando una trayectoria de comunicación desde
la mirada y reflexión del Trabajo Social.
Desde el Departamento de Trabajo Social (DTS) de la Facultad de Ciencias Sociales
(FCS), se intenta aportar a la comprensión de la realidad en términos de conocimiento sobre
las situaciones y transformaciones que refieran a diferentes actores, las cuales dan sentido a la
intervención social.
Como profesión nos encontramos ante varios desafíos, los cuales debemos abordar y
contribuir desde diferentes espacios. Algunos de estos desafíos suponen la necesidad de resignificar los procesos de intervención teniendo en cuenta tanto los problemas sociales que
se abordan, como los sujetos con los que se trabaja y también los propios Trabajadores/as
Sociales. Apostamos siempre a nuestras potencialidades y a las de aquellos con quienes nos
relacionamos en este proceso.
Este número de la revista, a través de sus diversos temas, realiza un análisis de diferentes
aspectos que hacen a la profesión.
El artículo realizado por la Mag. Elizabeth Ortega y la Mag. Laura Vecinday, titulado “De
las estrategias interventivas a la gestión del riesgo: notas sobre los procesos de individualización social”, pretende demostrar que el proceso de individualización social no constituye un
fenómeno nuevo, propio de la modernidad tardía, sino que es posible identificar sus primeras
e incipientes expresiones en las estrategias preventivistas típicas del Estado Social uruguayo.
En la presentación de la Mag. Celmira Bentura, titulado “La sutil y aparente ‘ingenuidad’ del
concepto riesgo en el campo de la salud”, se problematiza el concepto de riesgo utilizado en epidemiología en el marco del enfoque general de riesgo. El concepto de riesgo es usado habitualmente
por los Trabajadores Sociales ya que éste es el que rige la intervención en el campo de la salud en
el sentido que procura racionalizar las acciones en búsqueda de la equidad.
En el artículo de la Mag. María Noel Míguez, titulado “La sujeción de los cuerpos dóciles. Medicación abusiva en la niñez de contexto crítico”, se plantea el tema referido a una
forma de disciplinamiento contemporáneo en el marco de las nuevas manifestaciones de la
modernidad. A partir de este análisis se pretende descifrar la dominación a estos cuerpos dóciles y su devenir entre cuerpo social, cuerpo individuo y cuerpo subjetivo.
La Mag. Adriana Berdía, en su artículo “Vida cotidiana, categoría central para el abordaje
profesional”, considera que existen procesos de alienación típicos de la sociedad capitalista y
trata de analizar cómo se manifiestan actualmente, cómo involucran la esfera de la vida cotidiana y qué desafíos plantea esto para la profesión.
En cuanto al trabajo presentado por la Mag. Ximena Baráibar, “Tan cerca, tan lejos: acerca de la relevancia ‘por defecto’ de la dimensión territorial”, procura problematizar el auge
creciente de la importancia de la dimensión territorial en el análisis de los problemas sociales.
En este sentido, entiende que el ámbito territorial adquiere menos relevancia por sus supuestas
potencialidades que por lo que denuncia, es decir, por la crisis del mundo del trabajo y las
transformaciones en las políticas sociales, propias del nuevo modelo de desarrollo.
10
Silvia Rivero
La Lic. Laura Cafaro, en su artículo acerca de “Juicios y prejuicios en torno al tema del
abuso sexual infantil. Algunos aportes para su comprensión”, plantea uno de los temas, quizás, más difíciles de comprender y reconocer entre las diversas formas de maltrato infantil.
Por un lado, porque es una de las formas más graves, tanto por el impacto que produce en las
víctimas como por las consecuencias postraumáticas que genera. Por otro lado, porque es una
temática que resulta movilizadora a la hora de ser abordada, donde se superponen actitudes y
concepciones de conocimientos adquiridos acerca de esta.
La Lic. Blanca Gabin, aporta el artículo “Apuntes sobre el tema de la formación actual en
Servicio Social”, donde se problematiza el ejercicio de la enseñanza de grado y la investigación en Trabajo Social en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
Parte del análisis del pensamiento posmodernista entendido como una expresión cultural del
mundo contemporáneo, y por lo tanto, una determinación insoslayable para la toma de decisiones relativas a los contenidos y formas de los programas teórico-prácticos de la formación
en esta disciplina.
En cuanto al trabajo presentado por la Mag. Adela Claramunt, “El Trabajo Social y sus
múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad”,
la autora se orienta hacia la búsqueda de respuestas a la pregunta: ¿en qué consiste el Trabajo
Social y qué características adquieren sus principales componentes en el contexto actual?
Por último, el artículo presentado por el equipo integrado por el Dr. Alejandro Casas,
Gustavo Machado, Laura González, Maite Burgueño y Alicia Brenes, “Los aportes de José
Luis Rebellato en la construcción de un proyecto ético-político liberador”, pretende recuperar
algunos elementos centrales de la obra y la praxis del docente y filósofo José Luis Rebellato.
Se inicia desde un posicionamiento donde la subjetividad y la ética son centrales en la construcción de un proyecto profesional de los Trabajadores Sociales latinoamericanos.
Esperamos que este número pueda aportar al debate sobre los temas planteados y contribuir a la continua reflexión acerca de los fenómenos sociales, de nuestros procesos de trabajo
y de nuestro lugar profesional.
Silvia Rivero
Directora del Departamento
de Trabajo Social.
Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de la República
De las estrategias preventivistas a la gestión
del riesgo: notas sobre los procesos de
individualización social
Elizabeth Ortega
Laura Vecinday
Resumen
Un análisis sobre cómo se expresan los procesos de individualización social en el campo
de la protección social es lo que se desarrolla en las siguientes páginas. Transitar desde las
estrategias preventivistas, aplicadas fundamentalmente en el área de la salud a la gestión del
riesgo, supone demarcar momentos de la historia reciente en los que los dispositivos de intervención sociopolítica portaron atributos diferentes entre sí, pero que permiten rastrear continuidades. Tales rupturas y continuidades han sido ampliamente estudiadas en los últimos años
y aún queda mucho para decir en función de las transformaciones constantes que se están procesando en el esquema de protección social. El presente artículo se propone trazar una línea de
continuidad en lo que refiere a cómo se expresan distintas formas de individualización social
en el marco de estrategias de intervención sociopolítica características de períodos históricos
en los que dicha intervención ha sufrido alteraciones significativas.
Introducción
El trabajo propone el análisis de ciertos
aspectos de las políticas sociales en tanto se
constituyen en modalidades de intervención
sociopolítica dirigidas a regular determinadas
dimensiones de la vida social.
En ese sentido, intenta identificar cómo
se ha expresado el proceso de individualización social en las formas de intervención sociopolítica en el período comprendido entre
1945 y los inicios del siglo XXI, profundizando en una de sus dimensiones constitutivas,
a saber: cómo se ponen en juego estrategias
individualizadoras entendidas como un conjunto de “mecanismos y procesos que tornan
la percepción de los problemas sociales como
problemas individuales en función de dispo-
siciones psicológicas y familiares” (Mitjavila, M; Da Silva, C. 2004: 70).
Se pretende demostrar que el proceso
de individualización social no constituye un
fenómeno nuevo, propio de la modernidad
tardía, sino que es posible identificar sus primeras e incipientes expresiones en las estrategias preventivistas típicas del Estado Social
uruguayo en su pleno auge. Dicho proceso de
individualización se encuentra hoy en su mayor “apogeo”, como consecuencia de un conjunto de transformaciones societales características de la era tardo-moderna, ocupando
un lugar central a la hora de comprender las
alteraciones acaecidas en las formas de protección social más recientes.
De este modo, se hace referencia a procesos vinculados a la consolidación del Estado
12
Social en Uruguay -con la consecuente proliferación de políticas sociales universales- así
como también al impulso de la institucionalización del Servicio Social acompañado del
surgimiento de saberes especializados que se
constituyen en fundamento de las intervenciones preventivistas.
Asimismo, dentro del período considerado, es posible observar -fundamentalmente
a partir de la década del 90- un conjunto de
transformaciones institucionales y tecnológicas en el esquema de protección social que
resignifican las formas de intervención sociopolítica, así como las estrategias de gobierno
poblacional, en el marco de alteraciones societales que las contienen al tiempo que las
trascienden.
De las estrategias preventivistas
a las estrategias de gestión del riesgo
La creciente intervención del Estado Social en la gestión de los problemas sociales
fue la respuesta brindada a lo largo de gran
parte del siglo XX y fundamentalmente entre
1945 y la década del 60, momento a partir del
cual comienza a resultar visible el deterioro
de una serie de mecanismos institucionales
que lo habían permitido. Es a partir de ese
momento cuando aparece fuertemente el discurso de la responsabilización, la individualización, la precisión del cálculo de riesgo, la
sofisticación en la técnica de su detección y el
desarrollo de estrategias sociopolíticas orientadas a “disminuirlo” a través de ciertos dispositivos de intervención en lo social que se
constituyen en las bases institucionales de los
procesos de individualización.
Las estrategias individualizadoras que se
ponen en juego son entendidas como un conjunto de “mecanismos y procesos que tornan
la percepción de los problemas sociales como
problemas individuales en función de disposiciones psicológicas y familiares” (Mitjavila, M; Da Silva, C. 2004: 70).
El período histórico que transcurre a partir del final de la Segunda Guerra Mundial
Elizabeth Ortega - Laura Vecinday
es analizado por Castel (2004) definiendo el
papel central del Estado en la que denomina
“sociedad salarial”,1 especialmente en los aspectos vinculados a la seguridad civil y social
y a los sistemas de protección.
Es posible afirmar que Castel discrepa
con la concepción “sustancialista” del individuo que sostienen el liberalismo y el neoliberalismo; en una posición contraria afirma que
el individuo no existe como sustancia y que
para existir en tanto individuo se hace necesario tener soportes. Esos soportes también
son construcciones históricas: “es la capacidad de disponer de reservas que pueden ser
de tipo relacional, cultural, económico, etc.,
y que son las instancias sobre las que puede
apoyarse la posibilidad de desarrollar estrategias individuales” (Castel, 2003: 19).
Las protecciones sociales se han adquirido a partir de la inscripción de los individuos
en colectivos protectores, propios de la sociedad salarial:
“El individuo está protegido en función
de estas pertenencias que ya no son la participación directa en las comunidades ‘naturales’ (las protecciones de ‘proximidad’ de la
familia, del vecindario, del grupo territorial)
sino de colectivos construidos por reglamentaciones y que generalmente tienen un estatuto jurídico. Colectivos de trabajo, colectivos
sindicales, regulaciones colectivas del derecho laboral y de la protección social” (Castel,
2004: 51).
Las respuestas del Estado ante los problemas de la inseguridad social fueron trasformándose a lo largo del siglo XX y se hicieron más poderosas a partir de la Segunda
Guerra Mundial estableciéndose formas de
regulación colectivas también fuertes.
1
Castel, definiendo a la que denomina como “sociedad
salarial” aclara que “no es solamente una sociedad en
la que el salario es ampliamente mayoritario (…). Es,
sobre todo, una sociedad en la que el conjunto de la población -comprendidos los no activos- se beneficia de las
protecciones que habían sido progresivamente asignadas
al asalariado” (Castel, 2003: 41). También afirma que la
sociedad salarial se consolida en Europa en el período
comprendido entre el fin de la II Guerra Mundial y los
años 70, momento en que se inicia el derrumbe de las
protecciones.
De las estrategias preventivistas a la gestión del riesgo: notas sobre los procesos de individualización social
En el caso uruguayo es posible afirmar la
demarcación de procesos sociopolíticos que
aseguraron la creciente extensión de mecanismos de protección social, que más allá de
sus particularidades, marcan líneas de larga
duración que han atravesado el siglo XX y
algunas se extienden hacia el XXI.2
Es así que, hacia mediados del siglo XX,
el advenimiento del denominado neobatllismo3
marca un proceso de continuidades con el batllismo temprano4: modelo de desarrollo basado
en la industrialización por sustitución de importaciones, consolidación de los derechos sociales, protagonismo de los nucleamientos partidarios, y aumento considerable de la mano de obra
empleada, con un papel central de las organizaciones sindicales en ese proceso. En Uruguay el
sistema de seguridad social nació y se consolidó
asociado a las aportaciones sobre el trabajo que,
junto con la educación y la salud, constituyeron
centros aglutinadores del sistema de protección
social en Uruguay.
El proceso de consolidación de dicho sistema se produce en una sociedad altamente
medicalizada.
2
Sobre los aspectos sociohistóricos de la construcción del
sistema de protección social en Uruguay se ha consultado: Caetano, G, Rilla, J (1996); Castellanos, E (1996);
D’ Elía, G (1982); Filgueira, C, Filgueira, F (1995); Frega A. et all (1987); Jacob, R (1988); Nahum, B (1989);
Panizza, F, Pérez Piera, A (1988); Panizza, F (1990);
Rama, G (1997).
3
Corresponde al período que transcurre entre los años
1946 y 1958. En las elecciones de 1946 resulta vencedor el candidato del Partido Colorado Tomás Berreta,
quien fallece en 1947, asumiendo el vicepresidente Luis
Batlle Berres (familiar directo, a su vez de José Batlle y
Ordóñez). En ese momento comienza un período marcado fuertemente por la instalación de un modelo de
industrialización por sustitución de importaciones y en
el campo de lo político por la votación en plebiscito que
permitió la instalación del Colegiado como forma de organización del Poder Ejecutivo. La impronta del primer
batllismo fue notoria en este período. Su culminación se
produce en 1958 cuando el Partido Nacional resulta vencedor en las elecciones.
4
En el presente trabajo utilizaremos la definición que de
esta expresión da Panizza (1990): “como una forma de
referirse tanto al período en que José Batlle y Ordóñez
fue presidente sin haber formado todavía un grupo que
tuviera tal denominación dentro del Partido Colorado,
como a la etapa posterior a 1912, cuando existió un
grupo político que fue conocido explícitamente con ese
nombre”. Se refiere, fundamentalmente, a las tres primeras décadas del siglo XX.
13
Los procesos de medicalización de la
vida social constituyen un aspecto central de
la modernidad (Mitjavila, 1998). Dichos procesos hacen referencia a “la permeación y dominio del imaginario colectivo por el saber y
el poder médicos” (Portillo, 1993: 17), imponiéndose en áreas de la vida de los individuos
que anteriormente eran totalmente externos a
la medicina y, con ello, permitiendo codificar
en términos de salud/enfermedad comportamientos que permanecían en otras áreas de la
vida social. Esto significa la apertura hacia la
creación de mecanismos de intervención creciente en las relaciones sociales en nombre de
la salud y el ejercicio de ciertos controles en
esos ámbitos que anteriormente eran externos
a su influencia.
Es posible asociar el higienismo de principios del siglo XX con dichos procesos de medicalización, con ciertas características particulares, como ser la atribución de un importante
papel al medio como causa de las condiciones
sanitarias de la población. Este tipo de consideraciones se acompañó de la construcción de una
serie de estrategias de intervención de las incipientes profesiones que, como el Servicio Social, surgían al amparo de la protección estatal,
convocadas por el poder médico ya instalado en
la sociedad. Es así que en ese momento histórico esos nuevos agentes “profesionales” fueron
convocados para realizar tareas “inspectivas” de
las viviendas, de las fábricas, de las escuelas, de
aquellos lugares donde se desarrollaba la vida
cotidiana de las familias pobres, y adonde era
necesario que llegara la “mirada médica”.
En ese sentido los estudios sobre el tema
destacan el papel del higienismo en la génesis del Servicio Social en Uruguay (Acosta,
1997, Ortega, 2008).
Como un nuevo momento del proceso de
medicalización de la sociedad se puede identificar, hacia mediados del siglo XX (momento en que marca Castel el advenimiento de la
sociedad salarial) una inflexión en el saber
científico sobre la dimensión colectiva de la
salud, con la asignación a lo individual de un
papel relevante en la génesis de las enfermedades.
14
Estudios sobre el tema (Ayres, 1995;
Mitjavila, 1999) destacan la importancia de
ese movimiento asociado al nacimiento de la
epidemiología moderna. Se aprecia un cambio profundo en la consideración de los factores que explican los problemas de salud. En
un marco en que se amplían los parámetros de
inclusión de los problemas que se consideran
“medicalizables” se instalan fuertemente interpretaciones que otorgan un alto valor etiológico al ambiente familiar y a la responsabilidad del individuo en la gestión de ambientes
más higiénicos y saludables.
En síntesis se podría afirmar que:
“El preventivismo puede ser aquí sintetizado como la doctrina médica que retraduce
la concepción ampliada de determinación del
proceso salud enfermedad, tal como fue desarrollada por las disciplinas ligadas al campo
de la higiene y de la salud pública desde el
siglo XIX, en prácticas de carácter eminentemente técnico, esencialmente dirigidas al
ámbito de los cuidados individuales y básicamente volcadas para el desarrollo de acciones
asistenciales y educativas simplificadas, con
baja densidad de tecnología especializada y
equipamientos materiales. Bajo esas consignas, las conductas de los individuos pasan a
constituirse en un verdadero campo de observación y de intervención para las estrategias
médico sanitarias en el período estudiado”
(Ortega, 2008: 77).
Esa reorientación atravesó no sólo la
práctica médica sino que fue mucho más allá,
permeando las prácticas y discursos de las
profesiones ligadas fuertemente al campo sanitario.
Ese es el caso del Servicio Social, y varios estudios sobre el tema (Mitjavila, Ortega,
2005, Ortega, 2008) destacan la impronta de
esos procesos de endogenización de los modelos etiológicos en las prácticas profesionales. Este proceso de responsabilización del individuo y la familia acerca de cuestiones que
anteriormente eran atribuidas al medio externo, a la sociedad o al Estado, se vio consolidado en el período posterior a 1970, donde
Elizabeth Ortega - Laura Vecinday
muchos de los soportes que Castel destacaba
como condición necesaria para el desarrollo
de la sociedad salarial, desaparecen.
A las formas de intervención nacidas de
la mano del preventivismo, prevaleciente hacia mediados del siglo XX, se suman en la
actualidad nuevos dispositivos de intervención sociopolítica que reposan al tiempo que
refuerzan el proceso de individualización de
los problemas sociales asociado fundamentalmente al enfoque de riesgo.
En Uruguay (y otros muchos países de
América Latina), a diferencia de Europa, la
caída de las protecciones asociadas a los Estados de Bienestar, fue acompañada por procesos dictatoriales que no sólo destruyeron el
sistema democrático y las libertades constitucionales sino que alteraron el esquema de
protección social, fundamentalmente a través
de la reducción de los recursos destinados a
este propósito. Filgueira (1995) plantea que
la dictadura militar fue un período de continuidades en cuanto a la institucionalidad del
Estado social y de reformas significativas en
montos y asignación de recursos dirigidos al
gasto público.5 Este pasó del 16% del PBI
en 1964, al 14% en 1975 hasta reducirse a
un 13.6% al finalizar el período dictatorial.
Midaglia y Antía (2007) coinciden en señalar que entre 1973 y 1984 no se desarticuló el
sistema de bienestar pero se adoptaron pautas
de asignación del gasto público que afectaron
la calidad de los servicios sociales.
En términos generales se puede afirmar que
el proceso que culmina en 1973 tuvo antecedentes que comienzan a visualizarse desde los años
60, en cuanto a los límites del modelo de industrialización por sustitución de importaciones, la
crisis del modelo agro exportador y los cambios
en las condiciones internacionales que habían
favorecido el crecimiento. Desde los años 70
buscando superar el modelo de sustitución de
5
Para Filgueira (1995) “el régimen militar no introdujo
una transformación radical en las pautas de estatalismo
heredadas de comienzos de siglo (...) la dictadura conservó el estilo estatalista y dirigista. Si bien admitió la
abertura de la economía, promoviendo las exportaciones
e implantando una plaza financiera libre con sistema de
secreto bancario estricto, el resto de las actividades continuó realizándose de acuerdo con las viejas pautas.”
De las estrategias preventivistas a la gestión del riesgo: notas sobre los procesos de individualización social
importaciones, se impulsaba una reforma “con
orientación al mercado”, reducción del Estado,
privatizaciones, desregulación y apertura externa (Moreira, 2001). La denominada “reforma
estructural” se procesa en toda América Latina
de forma diferente en cada uno de sus países.
Las reformas llamadas de “primera generación”
impulsaron la liberalización comercial y financiera, la apertura al capital externo, las privatizaciones y la reforma tributaria. Se produce
gradualmente, a lo largo de las décadas siguientes, un cambio sustancial en la conformación y
funciones del Estado, y un cambio profundo en
la formulación de las políticas sociales que deberían dar cuenta de los problemas planteados
por una población cada vez más empobrecida y
donde los denominados por Castel como supernumerarios o inempleables serían cada vez más.
En la década de los 90, las sugerencias del
BID y del Banco Mundial dirigidas a los gobiernos de América Latina insistían en la necesidad
de focalizar la acción pública en los más pobres,
descentralizar los servicios de salud y educación, invertir en capital humano e infraestructura social. Se llamaba la atención sobre la vulnerabilidad de los pobres a los ciclos económicos
proponiendo conceder una mayor dotación de
activos para protegerlos en épocas de crisis
(Barba, 2004). Es en este período donde se introduce un conjunto de reformas en el esquema
de protección social calificado como “moderado” o “gradual” (Midaglia y Antía, 2007).
Es posible afirmar que las innovaciones
más importantes, tanto a nivel institucional
como tecnológico, se introdujeron en aquellos servicios focalizados en ciertos sectores
de población definidos como “de riesgo” o
“vulnerables”:6
6
Las innovaciones en la protección social dirigida a grupos
de riesgo o vulnerables, básicamente por su situación de
pobreza o indigencia, también caracterizan la intervención
del actual gobierno. Midaglia y Antía (2007) señalan que
frente a medidas de tipo restaurador en el ámbito laboral o
de “manejo cauteloso” en el campo de la seguridad social y
la educación, “las medidas innovadoras se centran en diferentes áreas sociales y las mismas adquieren un significado
político particular. En este marco puede ubicarse la esfera
de la pobreza y vulnerabilidad con el lanzamiento de un
Plan de Emergencia coyuntural y posteriormente, con el
diseño y promoción de un Plan de Equidad”.
15
“La reforma social no se agotó en el campo público sectorial, sino que también abarcó
a una serie de servicios dirigidos a sectores
poblacionales específicos, los que ocupaban
un lugar marginal en el antiguo esquema de
bienestar uruguayo. Es así que se reformularon, a la vez que se inauguraron, un conjunto de programas y proyectos exclusivamente
diseñados para abordar problemáticas asociadas a las vulnerabilidades de ciertos grupos
etarios, especialmente los de los niños y los
jóvenes. Cabe señalar que una proporción
significativa de estas nuevas intervenciones
se implementaron a través de asociaciones
civiles u organizaciones sin fines de lucro
(Midaglia, 2002 y 2006). Las ampliaciones
de esos servicios, así como la instalación de
una amplia gama de nuevas iniciativas, no
lograron traducirse en una malla sólida de
asistencia social, articulada con el resto de las
prestaciones que cubren, aunque sectorialmente, necesidades de esos grupos” (Midaglia y Antía, 2007).
La multiplicación de políticas sociales
focalizadas, con una fuerte particularización
de las prestaciones, se consolida y constituye
una de las respuestas que el Estado ha instrumentado. El proceso de focalización de las
políticas sociales ha sido posible al incluir,
entre otros elementos, la cuestión del riesgo,
o, dicho de otra manera, la identificación de
situaciones de riesgo ha permitido la implementación de la política social que se dirige
a ellos.7 Asistimos a dos procesos complejos: el pasaje de las políticas universales a las
focalizadas y la redefinición de las desigualdades que pasan a ser percibidas en términos
de una individualización de riesgos sociales.
En ese mismo sentido Mitjavila (1999) afirma que “la responsabilización del individuo
7
“La evaluación del riesgo ha constituido en los últimos
años, sobre todo a partir de la década del 90, una forma de leer la realidad social de forma tal de satisfacer
un doble objetivo de carácter instrumental: i) identificar
grupos de población a partir de su caracterización en
función de ciertos atributos constituyéndolos en destinatarios de lo que denominamos como políticas inserción social focalizadas y ii) la identificación de ciertos
comportamientos calificados de riesgo, habilitando así
la intervención de las profesiones asistenciales en busca
de su modificación” (Vecinday, 2005: 135).
16
cumple un papel fundamental en los procesos
de gestión de lo social, especialmente cuando
éstos son organizados por el dispositivo del
riesgo”.
Asistimos hoy a la transformación en
los dispositivos de intervención sociopolítica construidos en el período señalado, dando paso a la consolidación de lo que Castel
designa como esquema de protección social
“orientado a los dejados de lado de las protecciones clásicas” (2004). Dicha transformación responde, fundamentalmente, a las
alteraciones producidas en las formas de producción y organización del trabajo. El esquema de protección social clásico -basado en los
seguros sociales y la asistencia social- orientado a grupos rígidos y homogéneos definidos
por su lugar o no lugar en el mundo del trabajo deja de ser pertinente frente a la presencia
de contingentes de población que, estando en
condiciones de trabajar, no logran integrarse
al mundo del trabajo asalariado. Castel destaca, a partir de 1970, un proceso de precarización de las pertenencias colectivas o el
debilitamiento de las categorías homogéneas
que constituían la sociedad salarial, donde se
produce: “el desarrollo de un nuevo proceso
de individualización que pone en cuestión las
pertenencias colectivas de los individuos”
(Castel, 2003: 53).
En ese sentido, el proceso de individualización hace referencia a la pérdida de
soportes colectivos sobre los que reposa la
construcción del individuo en la tardo-modernidad. Las estrategias de gestión del riesgo se
basan en el comportamiento de los individuos
y sus modos de vida. El medio externo aparece relegado frente a la posición del individuo
ante los riesgos, quien pasa a constituirse en
la “unidad” de referencia: los factores de riesgo comienzan a ser asociados formalmente
con individuos y poblaciones específicas (Vecinday, 2005). La proliferación de discursos
y prácticas fundamentadas en la necesidad de
control de los riesgos por parte de grupos e
individuos que se encuentran “en situación de
riesgo” se corresponde con la atribución de
responsabilidad a los comportamientos indi-
Elizabeth Ortega - Laura Vecinday
viduales en la génesis de problemas de orden
social. Bauman (2001) afirmará que el individuo es entendido como responsable de sí mismo desconociendo que depende de condiciones que escapan a su aprehensión. Esto aparta
la culpa de las instituciones y la coloca en la
inadecuación del yo: ya no hay salvación por
la sociedad, el individuo es abandonado a una
lucha solitaria. No parece casual, entonces, el
apelo a la responsabilidad individual en un
contexto de pérdida de soportes colectivos.
La distinción que Castel realiza entre
“riesgos clásicos” y una “nueva generación”
de riesgos constituye un aporte para el análisis
de las transformaciones en el esquema de protección social. Los dispositivos de protección
social frente a los riesgos clásicos tienen su
anclaje en soportes colectivos que procuran
la anticipación y la prevención ante la eventual ocurrencia de sucesos indeseables. Por su
parte, los riesgos característicos de la “nueva
generación” no admiten la posibilidad de socializar la protección pues, en términos estrictos, no constituyen riesgos sino peligros; se
trata de amenazas difusas que no pueden ser
anticipadas y que refieren a comportamientos
individuales:
“Sin embargo, aunque los riesgos clásicos no han dejado de existir y de multiplicarse, parecen haber sido relegados a un segundo
plano en las últimas dos décadas. Las estadísticas actuales ya no privilegian los problemas
de la pobreza, asistimos atónitos a una proliferación de discursos y de estadísticas sobre
los más variados riesgos (consumo de tabaco,
alcohol, sedentarismo, pero también de dietas
peligrosas, estrés, pesimismo, miedos, etc.)
vinculados con los estilos de vida y conductas
indeseables, que se equipararon en gravedad
a los riesgos a los que clásicamente estuvieron expuestos los habitantes del mundo de la
pobreza” (Caponi, 2007).
Pasamos de una dinámica regulada de las
desigualdades en la sociedad salarial a una
desregulada a partir de la década de 1970:
“(…) es la dinámica moderna de las
desigualdades, que supone a la vez diferencias entre las condiciones y comparabi-
De las estrategias preventivistas a la gestión del riesgo: notas sobre los procesos de individualización social
lidad de las mismas. (…) Ella se ubica en
el corazón mismo de la responsabilidad del
individuo moderno. Cuando las desigualdades estaban justificadas por el plan divino
de la creación, la naturaleza, la tradición,
el individuo no podía ser tenido como responsable del lugar que ocupaba puesto que
éste dependía de jerarquías sociales inamovibles. Pero planteando el principio de la
desigualdad entre los individuos, en particular bajo la forma de igualdad de chances,
las sociedades democráticas individualizan
la desigualdad: si el juego es abierto y todo
el mundo puede competir y ser clasificado
por su mérito, el fracaso es imputable al individuo mismo” (Castel, 2003: 45).
El nuevo régimen de protección orientado a “los dejados de lado de las protecciones
clásicas” (Castel, 2004) reposa y refuerza el
proceso de individualización de las protecciones sociales vinculando las prestaciones a la
situación específica y conducta del beneficiario. Las prestaciones sociales se vinculan cada
vez más a los comportamientos individuales
(estilos de vida) y menos a clasificaciones
de orden estructural (edad, sexo, ocupación,
etc.). Mientras la referencia a comportamientos individuales es incompatible con la posibilidad de colectivizar las protecciones sociales, las clasificaciones de orden estructural se
constituyeron en la base de los mecanismos
de asignación de recursos de bienestar social.
El tratamiento de la pobreza como
consecuencia de estilos y modos de vida
“equivocados” se expresa hoy en discursos y prácticas que recuperan la categoría
“riesgo” para dar cuenta de la interrelación
entre situación social y conducta individual
de los sujetos. Individuo y estilos de vida
desplazan al medio externo como fuente
central de riesgos. La toma de decisiones
individuales en el manejo y administración
de los riesgos se constituye en “unidad” de
referencia en la atribución de responsabilidades (Vecinday, 2005: 145). Forma que
asume el denominado proceso de “individualización social” el cual se aggiorna con
nuevos fundamentos y retóricas que inau-
17
guran prácticas profesionales y dispositivos de intervención cada vez más tecnificados, en los que:
“La tendencia que emerge, más que
arrancar del cuerpo social a los elementos indeseables (segregación) o reintegrarlos, más
o menos a la fuerza, mediante intervenciones
correctoras o terapéuticas (asistencia), trata
de asignar destinos sociales diferentes a los
individuos en función de su capacidad para
asumir las exigencias de la competitividad y
de la rentabilidad” (Castel, 1986: 241).
Señala Grassi que Emilio Tenti en su
artículo “Pobreza y política social: más
allá del neoasistencialismo”, identifica una
“tradición asistencialista” en el “estilo norteamericano de hacer política social” para
la cual “no existe pobreza, únicamente
existen pobres. Desde este punto de vista la
política de lucha contra la pobreza se considera como un capítulo de la gestión social
de las deficiencias individuales”. Analizaba, asimismo, “el concepto de riesgo en la
tradición cultural europea” que, anclado en
el cálculo de probabilidad, el surgimiento
de las ciencias sociales y una perspectiva
totalizadora que instauró la primacía de la
sociedad sobre los individuos, diera lugar a
“otro paradigma ideológico y otra estrategia típica de administrar el problema de la
pobreza” (Tenti apud Grassi, 2003).
La administración de la pobreza bajo el
paradigma que recupera el concepto de riesgo en la “tradición cultural europea” permitió
el establecimiento de un conjunto de seguros
sociales que socializaba los costos de la protección social. En cambio, asumir el riesgo
como producto de decisiones individuales,
significa una ruptura con el paradigma “europeo”, aproximándose a la gestión de la pobreza de “estilo norteamericano”.
Sostiene Grassi que con estas referencias,
Tenti examinaba la propuesta neoliberal y señalaba “los peligros del neoasistencialismo”,
marcando además los límites que el concepto
de necesidades básicas impuso a la idea de los
derechos sociales, concebidos como un programa abierto y como una utopía. A la restric-
18
ción operada por dicho concepto, se agrega
otra, derivada de la definición y delimitación
precisa de la población objeto.
“La construcción técnica de la pobreza
como agregación de individuos en función de
sus posiciones homólogas en las distribuciones de una serie de propiedades que se consideran pertinentes, cuando se constituye en
un factor determinante del acceso a bienes y
servicios públicos, supone una asignación de
identidad. El efecto social de una estrategia
de este tipo pasa por la legalización e institucionalización de las desigualdades sociales”
(Tenti apud Grassi, 2003).
Afirma que frente a una modalidad de
asistencia clásica asumida como estrategia de
los tiempos de ascenso del proyecto neoliberal, se impone hoy una modalidad gerencial,
siendo ésta una estrategia que se consolida
con la transformación del Estado al imponerse una lógica formal de la eficiencia. Dicha
modalidad de asistencia gerencial se caracteriza por la pretensión de una racionalidad
técnico-burocrática en la gestión con la que
se aspira a trascender cualquier orden moral
para realizar las funciones que definen al Estado liberal moderno como entidad abstracta.
De este modo, los “asistidos” son definidos
por criterios de evaluación reconocidos en su
validez técnico científica siendo en nombre
de la eficiencia que se justifica la necesidad
de identificarlos, contarlos y clasificarlos.
Consideraciones finales
Frente a la constatación de que la pobreza
afecta a una parte importante de la población,
siendo fundamentalmente niños y adolescentes los principales afectados, frente al deterioro de los esquemas de protección social, frente a las consecuencias de las transformaciones
en el mundo del trabajo y en las instituciones
de “integración social”, la preocupación por
los problemas de “integración moral” retorna con la misma fuerza que a comienzos del
siglo XX. Preocupación que había perdido
énfasis en la medida en que se consolidaba el
Elizabeth Ortega - Laura Vecinday
Estado de Bienestar, mejoraba la calidad de
vida del conjunto de la población, se reforzaban los ingresos de los Estados nación producto de una economía de posguerra, y donde
primaba la ideología del progreso, siendo el
trabajo reconocido como el principal eje integrador al conjunto de la vida social. Los
problemas de “integración” moral vuelven
a adquirir centralidad frente al quiebre de la
denominada “sociedad salarial” y sus formas
típicas de protección social.
Tal problemática, inherente a los procesos de reproducción social, reactualiza los
debates en torno de la necesaria “recreación
del reconocimiento de las pautas básicas que
orientan la vida social y de la consecuente
continuidad elemental de las prácticas sociales; pero también en lo que atañe, específicamente, a la reproducción de la vida y de la
fuerza de trabajo” (Grassi, 2003: 25).
En este sentido, señalar que asistimos a
un proceso de individualización social en el
que los individuos se vuelven responsables
por su propia vida, no equivale a afirmar
que el Estado abandona sus pretensiones de
“gobierno”.8 Contrariamente, el proceso de
individualización es aquí entendido como
parte y producto de un conjunto de transformaciones societales (alteraciones en el mundo
del trabajo y conjuntamente en sus esquemas
de protección social, el proceso de destradicionalización social asociado a la pérdida de
soportes colectivos y estructuras de sentido,
etc.) que dan sustento a nuevas formas de gestión poblacional, las que a su vez, refuerzan
tal proceso.
La imposibilidad de contar con referencias para la previsión de una trayectoria es lo
que hoy angustia al individuo, ya no la imposición de un modo de vida. El individuo no
tiene otra opción que hacer uso de su libertad
tomando decisiones que afectarán el curso de
su vida sin contar con narrativas colectivas
8
Por gobierno se comparte en un sentido general la acepción que Foucault le atribuye al término, al entenderlo
como el modo de dirigir la conducta de los individuos y
las poblaciones, implicando el gobierno de los comportamientos de los otros así como los propios (Foucault,
2006).
De las estrategias preventivistas a la gestión del riesgo: notas sobre los procesos de individualización social
19
que balicen sus alternativas de acción, estando por fuera o en los límites de un sistema de
protección social cada vez más precarizado y
flexibilizado que ha abandonado el metaobjetivo de la integración social, y que retraduce
problemas sociales como problemas individuales de percepción y gestión de riesgos sociales (Vecinday, 2007).
Las políticas sociales se constituyen así
también, en dispositivos de intervención sociopolítica dirigidos específicamente a atender a aquella población que logre demostrar
su condición de pobreza. Tal condición de
“pobre” reposa en una particular forma de
concebir la pobreza, esto es, entender la misma a partir de atributos personales y comportamentales de los individuos. De este modo,
la protección social asume formas individualizadas en sintonía con el desmonte de las
estrategias universales de intervención. La
forma de gerenciar la asistencia individualizada exige la incorporación de dispositivos
tecnológicos de modo tal de dar cuenta de
los requerimientos planteados por la definición cada vez más precisa de la población
objetivo. Proliferan estudios que procuran
identificar los atributos comportamentales y
personales que “explican” la pobreza y sobre
los que habría que intervenir a fin de superar
tal condición: la “handicapología” define así
su objeto y gana terreno en tiempos en que
la explicación “neoliberal” de los problemas
sociales se ha vuelto hegemónica.
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Proyecto de Tesis (mimeo), 2007.
La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de
riesgo en el campo de la salud
Celmira Bentura
Resumen
Este trabajo pretende problematizar el concepto de riesgo utilizado en epidemiología
en el marco del enfoque de riesgo. En general, las estrategias médico sanitarias que están
dirigidas hacia la prevención se basan fundamentalmente en la identificación de riesgos. Este
concepto es de uso cotidiano en los discursos de trabajadores de la salud, especialmente luego
de la Declaración de Alma Ata en la que se prioriza el enfoque de riesgo como el método que
permitirá el logro de la equidad en los sistemas de salud; es uno de los elementos que definen
a la estrategia de Atención Primaria en Salud que pretende el logro de una “salud para todos”.
Habitualmente el riesgo es utilizado como un concepto neutro, sin realizar un análisis del
mismo y tomándolo como una herramienta “de vanguardia” o innovadora encubriendo, lo que
creemos son sus raíces conservadoras.
Aquí se intenta mostrar que se trata de un concepto de gran versatilidad pudiendo adquirir diferentes interpretaciones, lo cual permite suponer que la aplicación de los sistemas
de riesgo resulta altamente imperfecta surgiendo algunas interrogantes: ¿Quién selecciona y
cómo se determina cuáles factores son los factores de riesgo? ¿Cómo se determina sobre cuáles es preciso intervenir y sobre cuáles no? ¿En qué medida las mediciones de riesgo tienen
validez estadística ya que parten de una relación hipotética que encierra una relación causaefecto difícil de probar? ¿Cuáles son las implicancias ético políticas de las prácticas profesionales basadas en este enfoque?
Introducción
En este ensayo pretendo problematizar
el concepto de riesgo utilizado en epidemiología en el marco del enfoque de riesgo.
En general, las estrategias médico sanitarias que están dirigidas hacia la prevención
se basan fundamentalmente en la identificación de riesgos. Este concepto es de uso
cotidiano en los discursos de trabajadores
de la salud especialmente luego de la Declaración de Alma Ata (1979) en la que se
prioriza el enfoque de riesgo como el método que permitirá el logro de la equidad en
los sistemas de salud; es uno de los elemen-
tos que definen a la estrategia de Atención
Primaria en Salud que pretende el logro de
una “salud para todos”.
En los manuales de la OMS se define
al enfoque de riesgo como el método que se
emplea para medir la necesidad de atención
por parte de grupos específicos basado en el
concepto de riesgo, el cual es entendido como
la probabilidad de que se produzca un daño a
la salud.
Si partimos de la idea de que el Trabajo
Social “tiene por objeto la intervención, en el
sentido que su práctica está dirigida a producir alguna modificación en la situación problemática puntual” (Grassi, 1995), en el ám-
22
bito del la salud estas modificaciones tienden
en general a mejorar la situación de salud de
los sujetos con los que se trabaja procurando
intervenir fundamentalmente en el estilo de
vida con la finalidad de que se favorezcan las
“conductas de salud”.
En este sentido el enfoque de riesgo y el
concepto de riesgo son usados habitualmente
por los trabajadores sociales ya que este es
el que rige la intervención en el ámbito de la
salud en el entendido de que procura racionalizar las acciones en búsqueda de la equidad.
Habitualmente el riesgo es utilizado
como un concepto neutro, sin realizar un
análisis del mismo y tomándolo como una
herramienta “de vanguardia” o innovadora
encubriendo sus raíces conservadoras.
En los últimos años el concepto de riesgo
ha invadido los discursos políticos, técnicos
y de la población en general, es para algunos
autores un rasgo de la modernidad llegando a
tomar una dimensión tal que hablan de la “sociedad en riesgo”. Autores como Giddens,
Beck, Luhman, desarrollan los aspectos más
globales de este concepto, en los que el riesgo
tiene que ver con los peligros e inseguridades
que introduce la modernidad en sí misma. En
este sentido Giddens plantea: “en condiciones
de modernidad, pensar en términos de riesgo y de su evaluación es una práctica más o
menos generalizada de carácter imponderable
tanto para los agentes profesionales como
para los expertos en terrenos específicos.
“(...) El clima de riesgo en la modernidad es,
pues, perturbador para cualquiera, nadie puede eludirlo” (1995: 152).
En epidemiología no es un concepto
nuevo, se comienza a esbozar la epidemiología de los factores de riesgo cuando en
los años 50 se dieran a conocer los primeros estudios que mostraban una asociación
entre el consumo de tabaco y el cáncer de
pulmón.
En este contexto el enfoque de riesgo se
define como “un método que se emplea para
medir las necesidades de atención por parte
de grupos específicos. Ayuda a determinar
prioridades en salud y es también una herra-
Celmira Bentura
mienta para definir las necesidades de reorganización de los servicios de salud. Es un
enfoque no igualitario: discrimina a favor de
quienes tienen mayor necesidad de atención”
(OPS: 1980). Este enfoque se basa en la medición del riesgo.
¿Qué es entonces el riesgo? No es una
enfermedad, no la podemos curar ni eliminar,
es más, no es posible una vida sin riesgo. En
el sentido técnico y práctico es considerado
una probabilidad, o sea una medida que busca
reflejar la probabilidad de que se produzca un
daño (enfermedad, muerte, etc.). Una probabilidad es una medida de algo incierto, que
puede ocurrir o no, si tengo la seguridad ya no
estamos en la esfera de la probabilidad. Este
está referido a una asociación estadística que
debe tener una secuencia temporal.
El concepto de riesgo ha sido utilizado en la educación médica y en la epidemiología, siendo para esto una herramienta
conceptual muy útil. Es, sin embargo, un
concepto problemático en el momento de su
utilización para la prestación de servicios
ya que aparece como un concepto de gran
versatilidad pudiendo adquirir diferentes
interpretaciones a tal punto que permitan,
como plantea M. Mitjavila (1999: 47) en
su tesis de doctorado, “ser utilizados para
legitimar políticas o para desacreditarlas;
para proteger a los individuos de las instituciones o para proteger a las instituciones
de los agentes individuales”. También plantea en las conclusiones de esta misma tesis
“a linguajem do risco possui a propriedade de permanecer aberta à construçao de
múltiplos significados sociais. A analise do
dispositivo permitiu observar, através da
modelizaçao de traços típico ideais da gestao dos riscos, a justaposiçao de elementos socio referenciais (risco como perigo) e
técnico instrumentais (risco como probabilidade) nas prácticas e nos discursos de un
mesmo agente ou instituçao” (1999: 256).
Se ha comenzado a reconocer en la actualidad la falta de claridad de este concepto, demostrando una gran imprecisión; por
ejemplo, se puede leer en un manual de epi-
La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud
demiología de la OPS de 1994: “Por desgracia, los epidemiólogos no han alcanzado aún
un acuerdo total sobre las definiciones de los
términos utilizados”.
Incluso frente a las dificultades en el momento de llevar estos conceptos a la práctica,
surge la distinción de factor y marcador de
riesgo en función de la posibilidad o no de la
intervención sobre los mismos. En este sentido, la edad o el sexo serían marcadores de
riesgo para algunas patologías, mientras que
el hábito de fumar también sería un factor de
riesgo.
La utilización del concepto de riesgo
para las acciones de salud descansa en algunos supuestos:
A - que las personas con determinadas
características tienen mayor probabilidad de
sufrir un “daño” (enfermedad o muerte);
B - que es posible identificar a las personas con estas características;
C - que se puede hacer algo para prevenir
el posible daño.
En general, la aplicación de los sistemas
de riesgo resulta altamente imperfecta surgiéndonos algunas interrogantes:
- ¿Quién selecciona y cómo se determina
cuáles factores son los factores de riesgo?
- ¿Cómo se determina sobre cuáles es
preciso intervenir y sobre cuáles no?
- ¿En qué medida las mediciones de riesgo tienen validez estadística ya que parten de
una relación hipotética que encierra una relación causa-efecto difícil de probar?
- ¿Cuáles son las implicancias éticas políticas de las prácticas profesionales basadas
en este enfoque?
El riesgo: una construcción social de la
modernidad
Desde una visión foucaultiana de que la
realidad es socialmente construida, así como
los discursos referidos a la misma, la ampliación de los discursos referidos al riesgo evidencian que de alguna manera los mismos
están vinculados al funcionamiento de la sociedad.
23
“El lenguaje no es un sistema arbitrario, está depositado en el mundo y forma, a
la vez parte de él, porque las cosas mismas
ocultan y manifiestan su enigma como un lenguaje y porque las palabras se proponen a los
hombres como cosas que hay que descifrar”
(Foucault, 1985: 44).
Esta construcción es sociohistórica, o
sea que responde a condiciones históricas
específicas. En este sentido, Luhman (1992:
48) plantea: “No podemos partir, por razones epistemológicas, de que existe un objeto llamado riesgo al que habría únicamente
que descubrir y estudiar. La conceptualidad
constituye aquello de lo que se habla. El
mundo exterior como tal no conoce riesgos,
puesto que no conoce diferenciación, expectativas, evaluaciones ni probabilidades,
excepto como un resultado propio de sistemas observantes en el universo de otros
sistemas”.
Se podría decir que existe una construcción social del riesgo que invade todas las esferas de la vida social, la cual no está, por lo
tanto, reducida a la esfera técnica o científica.
Esta construcción supone una diversidad de
intereses y representaciones por parte de los
distintos actores sociales, lo cual incluye a las
instituciones y organizaciones que se abocan
a la gestión y prevención de riesgos, como es
el caso del sistema de salud.
A pesar de que este concepto posee,
como ya fue mencionado, una larga trayectoria en el campo de la salud, ha ganado en
los últimos años una importante presencia
en los discursos y las prácticas médico sanitarias conformando nuevas funciones sociales.
Las raíces de la palabra no están claras,
algunas versiones indican que podría derivar
del vocablo “rosik” de origen persa, que significa destino (Mitjavila, 1999: 48).
En las culturas antiguas parece no haber
habido necesidad de formular una palabra
para lo que hoy entendemos por riesgo. Aparentemente sería en el proceso de transición
de la Edad Media hasta los inicios de la mo-
24
Celmira Bentura
dernidad cuando se comienza a utilizar este
término, vinculado a la esfera del comercio,
para referirse a emprendimientos aventurados.
En los seguros marítimos serían los primeros que comienzan a pretender un control
del riesgo planificado. “El lenguaje tenía palabras para el peligro, la empresa aventurada,
el azar, la fortuna, el valor, el miedo. Por tanto
hemos de suponer que se hace aquí uso de una
palabra nueva para referirse a una problemática que no puede ser expresada suficientemente con las palabras disponibles” (Luhman,
1992: 53).
Pareciera que lo que introduce este término es la dimensión temporal, la idea de que
las decisiones que se toman hoy pueden tener un impacto sobre el futuro, aunque este
sea incierto; supone entonces que el posible
daño es contingente, o sea evitable. Habría
una estrecha relación del término riesgo con
los efectos de un suceso incierto y potencialmente indeseable.
Es, según Luhman (1992: 60), una
“contingencia de alto nivel” que, como
ofrece diferentes perspectivas según los observadores, es un fenómeno de “contingencias múltiples”.
Parece claro que los discursos sobre el
riesgo son esencialmente modernos a tal punto que autores como Giddens o M. Douglas,
plantean que la modernidad está definida
como una “cultura del riesgo”.
En cuanto a la incorporación del concepto de riesgo en el campo médico sanitario1 parecería que está asociado a la estructuración del campo de la Higiene en las
sociedades europeas del siglo XVIII y XIX.
Las ideas higienistas introducen la importancia de la noción del medio externo como
1
Por “campo médico sanitario” se entiende “el espacio
social conformado por las esferas de conocimiento experto (medicina clínica, epidemiología, salud pública y
otras disciplinas biológicas, médicas y sociales) que organizan los discursos y prácticas de agentes socialmente
legítimos en los niveles científico, técnico, político y administrativo de la gestión de segmentos problemáticos
de la vida social en términos de salud y enfermedad”
(M. Mitjavila. “El saber médico y la medicalización del
espacio social”. Doc. de Trabajo, FCS).
uno de los determinantes de los procesos
que afectan la salud colectiva. Luego se fue
tecnificando la noción de riesgo asociada
a los problemas sociosanitarios generados
por las grandes epidemias, “así como o
compromiso para a reproduçao biológica
e social da força de trábalo, que as condiçoes de vida da populaçao urbana a final
do século XIX e nas primeiras décadas do
século XX, introduziam” (Ayres, J., 1995
apud Mitjavila, 1999).
De acuerdo con la investigación realizada por Mitjavila en su tesis de Doctorado, la
formalización del concepto de riesgo se caracteriza por los siguientes atributos:
- conversión del riesgo en un instrumento técnico que permite tratar los problemas de salud de las poblaciones en la
perspectiva de “destinos atribuibles probabilísticamente”,
- conversión del riesgo en un instrumento universal, en el sentido que va a permitir
cuantificar una variedad potencialmente ilimitada de atributos,
- conversión del riesgo en un dispositivo recalificador de las relaciones entre los espacios individuales y colectivos
de la salud; el desarrollo de la noción de
riesgo reduce al medio externo a sus bases
orgánicas asumiendo “un carácter adjetivo,
periférico o residual, dependiendo de los
casos”.
Progresivamente los discursos en torno
del riesgo pasan por abarcar cada vez más
aspectos relativos a la vida humana convirtiéndose, según Mitjavila, en un “dispositivo
biopolítico central en la vida social contemporánea” (1999).
Existe consenso entre algunos autores de las ciencias sociales contemporáneos (Giddens, Beck, Luhman, Mitjavila)
respecto de la centralidad de la noción de
riesgo en la modernidad; a continuación
veremos cuáles son las características de la
modernidad que dan lugar a este marcado
predominio de los discursos en torno del
riesgo.
La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud
Modernidad y riesgo
Según Giddens la Humanidad ha transitado tres grandes etapas: la sociedad tradicional, la sociedad de modernidad simple y la
modernidad avanzada o modernidad reflexiva. El pasaje de la sociedad tradicional a la
moderna fue la transformación más radical en
la historia de la Humanidad porque la sociedad moderna modificó aspectos centrales de
la sociedad que habían sido estables durante
siglos.
Son tres las dimensiones que definen este
pasaje a la modernidad:
A. Disociación espacio – tiempo, en las
sociedades tradicionales espacio y lugar tienden a coincidir ya que la dimensión espacial
está dominado por la noción de presencia. La
modernidad permite la distinción espacio de
lugar, permitiendo las relaciones con un ausente (no cara a cara). Esto permite el intercambio de diferentes unidades especiales, lo
que se traduce en una fuerte penetración en
las relaciones sociales de sociedades lejanas,
entre lo local y lo mundial.
B. La de-localización de los sistemas
sociales, que supone la creación de campos
espacio temporales indefinidos, proceso que
se da mediante dos mecanismos: la creación
de GAGES simbólicos (por ej. el dinero) y
el establecimiento de sistemas expertos o de
dominio técnico o del saber profesional.
Ambos mecanismos reposan sobre la
confianza en un sistema abstracto e impersonal.
C. La organización reflexiva de los sistemas sociales que supone la apropiación permanente del conocimiento, lo que produce un
examen y revisión constante de las prácticas
sociales y una alteración en la constitución de
sus características.
La noción de riesgo puede ser un ejemplo
de esta dimensión ya que es percibido por la
reflexión de los sujetos sobre las consecuencias de sus propias acciones.
La reflexividad a nivel del conocimiento
constituye la institucionalización de la incertidumbre, ya que conocer en la modernidad
25
difiere del conocimiento en la antigüedad,
en la que conocer equivale a estar seguro.
Giddens (1999: 38) plantea: “El intercambio
y transferencia de riesgos no es un rasgo accidental en una economía capitalista. El capitalismo es impensable e inviable sin ellos.
Por estas razones, la idea de riesgo siempre ha
estado relacionada con la modernidad, pero
quiero defender que en el periodo actual este
concepto asume una nueva y peculiar importancia”.
En esta línea de pensamiento los teóricos
de la modernización reflexiva como Giddens
y Beck, plantean la sustitución de la centralidad capital – trabajo adoptando como central
la categoría del riesgo, a tal punto que postulan el fin de la sociedad de clases.
“En la modernidad avanzada, la producción social de riqueza va acompañada sistemáticamente por la producción social de riesgos.
Por tanto, los problemas y conflictos de reparto de la sociedad de la carencia son sustituidos
por los problemas y conflictos que surgen de
la producción, definición y reparto de los riesgos producidos de manera científico – técnica”
(Beck, 1998: 25). Continúa afirmando: “Con
el reparto y el incremento de los riesgos surgen
situaciones sociales de peligro. Ciertamente,
en algunas dimensiones éstas siguen a la desigualdad de las situaciones de clase y de las
capas, pero hacen valer una lógica de reparto
esencialmente diferente: los riesgos de la modernización afectan más tarde o más temprano
también a quienes los producen o se benefician
de ellos” (Beck, 1998: 29).
Aquí el autor reconoce que si bien hay
riesgos que son universales existen otros que
derivan de situaciones concretas de clase; la
posibilidad de conocer y enfrentar los riesgos
aparece relacionada con la posición ocupada en la estructura de clases. En este sentido
Lash plantea que existen “ganadores y perdedores de la reflexividad”, los cuales se definen en función de lo que denomina “condiciones estructurales de la reflexividad” (Lash,
1997: 255), lo que nos permitiría afirmar que
no todos estamos en la mismas condiciones
de enfrentar los riesgos.
26
Celmira Bentura
Frente a estos planteos habría que preguntarse si es posible entender estos fenómenos si no es en relación al proceso histórico que le dio forma, ya que se desarrollan
en un determinado estadio del desarrollo del
capitalismo de acumulación, en el cual las características en que se genera la producción
de riquezas, así como el desarrollo científico
tecnológico al servicio de las demandas del
capital, son los generadores de este escenario
de producción de riesgos. Sería entonces el
modo de producción vigente el que permitiría
explicarlo.
Zizek plantea que los teóricos de la sociedad de riesgo, “al concebir el riesgo y la
incertidumbre manufacturada como rasgos
universales de la vida contemporánea, esta
teoría oculta las raíces socioeconómicas concretas de esos problemas” (2001: 362). Plantea además que en su análisis “se abstienen de
cuestionar los principios básicos de la lógica
anónima de las relaciones de mercado y el capitalismo global, que actualmente se imponen
cada vez más como lo Real neutral aceptado
por todas partes y, como tal, cada vez más
despolitizado” (Zizek, 2001: 374).2
Este autor plantea que el único modo de
que las decisiones que generan riesgos a largo plazo y que nos involucran a todos surjan
de un debate público que involucre a todos
los interesados, sería a partir de una “repolitización radical de la economía”, que permita
centrarse en lo que “realmente importa” y que
permita constituir alguna “limitación radical
de la libertad del capital, la subordinación del
proceso de producción al control social” (Zizek, 2001: 376).
La cuestión del riesgo que se conceptualiza por los autores de la modernización reflexiva hacen referencia a dos tipos de riesgos: los que colocan a la Humanidad en su
conjunto a la exposición a un posible daño
cuyo control escapa del control de los individuos, como son las cuestiones relativas al
medio ambiente, y aquellos riesgos que ex2
Respecto de este aspecto es claro el ejemplo de la marcada incidencia de la industria del medicamento en la selección y priorización de los riesgos en la salud, lo cual
será tratado más adelante en este ensayo.
ponen al sujeto individual, donde la evitación
del daño depende de decisiones individuales
acerca de su estilo de vida. Son estos últimos
los que interesan mayormente a efectos de
este ensayo, ya que son los que enfatizan en el
sistema de salud.
La construcción social del riesgo
Los discursos sobre el riesgo surgen
como una respuesta reflexiva a las amenazas
e incertidumbres que plantea la vida social
moderna. Hay una relación entre el aumento
del conocimiento y la conciencia de riesgo.
Al respecto Luhman (1992: 40) sostiene que
la sociedad actual “ha aumentado la dependencia del decidir sobre el futuro de la sociedad de tal forma que las ideas sobre el futuro
predominan por encima de las formas esenciales que restringirían por sí mismas como
naturaleza lo que podría suceder. La técnica y
la subsecuente conciencia de poder han ocupado el terreno de la naturaleza”.
El término riesgo determina una forma
de trato con el tiempo, se basa en una forma
de problematización del futuro, lo que sumado a la reflexibidad -por tanto la institucionalización de la incertidumbre- generan el campo propicio para la construcción social de los
discursos sobre el riesgo y sus consecuentes
prácticas.
Lo que caracteriza a esta concepción moderna del riesgo es que está referida a amenazas globales, como desastres nucleares o
ecológicos, peligros o inseguridades introducidos por la propia modernidad.
En este sentido Luhman realiza la distinción entre riesgo y peligro, este último referido a una amenaza provocada desde el exterior, mientras que el riesgo parte del supuesto
de que el posible daño es consecuencia de una
decisión, por lo cual la contingencia juega un
papel preponderante.
“La distinción riesgo-peligro ha sido
conformada de manera asimétrica. En ambos casos el concepto de riesgo-peligro caracteriza un estado de cosas complejo al que
normalmente nos enfrentamos, por lo menos
La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud
en la sociedad moderna. La contraparte funge solamente como un concepto de reflexión
cuya función consiste en aclarar la contingencia de los hechos o estados de las cosas que
caen bajo el concepto de riesgo” (Luhman,
1992: 66).
De esta manera, siguiendo a Luhman,
los riesgos asumidos se convierten en peligro
para los afectados. En el proceso de decisión
se atribuyen consecuencias a las decisiones,
como lo son los daños futuros que deben
aceptarse como riesgo. El afectado, en cambio, se encuentra en una situación diferente
ya que se ve amenazado por situaciones que
él mismo no puede controlar, lo que se constituye en peligro.
Esta situación es definida por Luhman
como una paradoja social clásica, en la que
los riesgos constituyen peligros y los peligros
riesgos. La valoración del riesgo es para este
autor un problema social, ya que responde a
los comportamientos del grupo de referencia
al cual pertenece.
La noción de riesgo como construcción
social está atravesada por la cultura, por lo
que cada cultura enfatiza algunos aspectos e
ignora otros (Douglas, 1996). En este sentido,
la cultura del riesgo tiene relación con la posición social de los actores.
“El público no ve los riesgos de la misma manera que los expertos” (Douglas, 1996:
16).
Una de las dificultades que genera esta
concepción, según Douglas (1996: 17) es
que “parte de la idea de un sujeto libre de
prejuicios -un individuo racional- y de contingencias sociales -un individuo trascendental-”.
Aceptar la idea de riesgo supone entender que los riesgos son producto de una elección y que prácticamente todas las áreas de
la vida son susceptibles de ser afectadas por
eventos contingentes, por tanto pueden ser
valoradas en términos de riesgo, lo que significa según Giddens (1997: 96) “vivir con una
actitud de cálculo hacia nuestras posibilidades de acción”, siendo esta una práctica generalizada en todas las esferas en condiciones
27
de modernidad. Supone diferenciar por un
lado la posibilidad de decidir, por otro la condición de que esta decisión va a producir un
efecto. Para este autor este nuevo escenario
de la modernidad tardía posibilita a los agentes poder trazar y construir sus proyectos de
vida en forma autónoma impactando sobre el
estilo de vida de los individuos. “En contextos postradicionales no tenemos más elección
que elegir cómo ser y cómo actuar” (Giddens,
1997: 97).
En este nuevo escenario el saber adquiere un significado social y político fundamental “la sociedad del riesgo también es la
sociedad de la ciencia, de los medios y de la
información” (Beck, 1998: 53). Cuando Lash
refiere ganadores y perdedores de la reflexividad hace referencia también a las estructuras
de información y comunicación.3
Desde una perspectiva crítica Zizek
(2001: 358-359) plantea:
“El atolladero fundamental de la sociedad de riesgo está en la brecha que existe
entre el saber y la decisión, entre la cadena
de razonamientos y el acto que resuelve el dilema (en lenguaje lacaniano, entre S2 y S1)
nadie ‘conoce realmente’ el resultado global.
En el nivel de conocimiento positivo, la situación es radicalmente indecidible: no obstante
tenemos que decidir. La brecha siempre estuvo allí: cuando un acto de decisión se basa en
una cadena de razones, siempre las colorea
retrospectivamente de modo tal que lo respalden: pensemos en el creyente que tiene plena
conciencia de que las razones de su creencia
solo son comprensibles para quienes hayan
decidido creer. No obstante, lo que encontramos en la sociedad del riesgo tradicional es
mucho más radical: lo opuesto de la elección
forzada habitual de la que habla Lacan, es decir, una situación en la cual soy libre de elegir
con la condición de que realice una elección
correcta, de modo que lo único que me resta
es realizar el gesto vacío de fingir que hago lo
3
Las “condiciones estructurales de la reflexividad” que
permiten ubicar al individuo como ganador o perdedor
de la reflexividad se refieren a “un conjunto articulado
de redes globales y estructuras de información y comunicación” (1997).
28
que en realidad me ha sido impuesto como si
respondiera a mi propia elección libre.”
Esto ubica a los individuos en la situación de tener que decidir sin contar con los
conocimientos adecuados para hacerlo. La
cuestión del riesgo no queda únicamente en
el nivel discursivo sino que involucra otros
niveles de la vida social asumiendo, como
sostiene M. Mitjavila, el perfil de un dispositivo en su versión foucaultiana, ya que demarca “un conjunto heterogéneo que engloba discursos, instituciones, organizaciones,
arquitectónicas, decisiones reglamentarias,
leyes, medidas administrativas, enunciados
científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas. En suma, lo dicho y lo no
dicho son los elementos del dispositivo. El
dispositivo es la red que se puede establecer entre estos elementos” (1992: 244 apud
Mitjavila, 1999).
El sistema de salud se encuentra involucrado por este dispositivo, lo cual marca sus
orientaciones y sus prácticas.
Riesgo y el sistema de salud
Al inicio de este trabajo se plantean algunas preguntas respecto del concepto de riesgo,
como quién y cómo se determinan los riesgos
en salud y cuáles son las consecuencias ético
políticas de dichas determinaciones, así como
la validez estadística que tienen las hipótesis
que relacionan determinadas variables con un
posible daño a la salud.
Creo que estas interrogantes están relacionadas entre sí, e intentar desentrañarlas remite a realizar una caracterización del sistema
de salud actual.
Poder médico y medicalización de la sociedad
Estamos frente a una sociedad altamente
medicalizada, como ya han demostrado ampliamente autores como Foucault y en nuestro país Barrán y Mitjavila. Se entiende por
medicalización la “expansión de los parámetros tanto ideológicos como técnicos, dentro
de los cuales la medicina produce saberes e
Celmira Bentura
interviene en áreas de la vida social que exhibían en el pasado un mayor grado de exterioridad respecto a sus tradicionales dominios”
(Mitjavila, 1998: 2).
La medicina se constituye, a lo largo de
la historia, como un conjunto de prácticas discursivas y fácticas que constituyen un campo
no solo de conocimiento sino también de dominación. En este sentido, la obra de Foucault
ha demostrado el proceso de legitimación de
la práctica médica a lo largo de la historia, especialmente en el mundo moderno provocado
por el nacimiento de la clínica, convirtiéndose en un tipo de saber construido a expensas
de formas de cohesión y prácticas que buscan
el disciplinamiento de los sujetos (Foucault,
1980).
La legitimidad, como construcción social, está dada por la pretensión de obediencia
basada en la presunción de las consecuencias
desfavorables de la no obediencia y en el reconocimiento de que su conocimiento es un
saber calificado.
Para ser reconocida y aceptada como una
disciplina capaz de influir en forma directa
sobre los aspectos fundamentales de la vida
humana, debió basarse en criterios y normas
aceptables anticipándose en la historia a aspectos considerados hoy como bases de la
bioética, como el principio hipocrático del
beneficio y de no prejuicio o del secreto profesional.4
Esta dominación abarca todas las esferas de la vida humana, como las referidas
al ciclo vital y al estilo de vida, las que se
ven pautadas por el sistema de salud ya que
estos aspectos se constituyen como factores
de riesgo. Con el desarrollo de los conocimientos y el progreso de las técnicas que
mejoran las condiciones de la salud pública (saneamiento, red de agua potable, etc.)
se ha ido modificando la morbilidad de los
4
Dice el juramento hipocrático: “En cualquier casa que
entre no me guiará otra cosa que el bien de los enfermos... Todo lo que yo viere u oyere con ocasión de la
práctica de mi profesión… lo guardaré para mí en reservado sigilo”. “La ética médica. Normas, códigos y
declaraciones”. SMU.
La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud
grupos sociales, y reducido y controlado las
epidemias.
Sin embargo, la época moderna se caracteriza por la ocurrencia de nuevos procesos patológicos, ya sea referidos al proceso
de envejecimiento o las relacionadas con los
modelos y ritmos de vida actual. La modernidad cuenta además con la incidencia de las
llamadas enfermedades iatrogénicas5 que son
las provocadas por el propio sistema de salud.
A lo largo de la evolución histórica la
patología humana ha ido desde una patología
“natural”, en el sentido de que en su génesis
tiene gran influencia los factores naturales adversos (que podríamos asimilar a la idea de
peligro ya desarrollada) hacia una patología
socialmente condicionada, en la que tienen
una alta incidencia las llamadas “enfermedades de la civilización”. Esto nos ubica en
situaciones de salud enfermedad determinadas por factores que son controlables por el
ser humano, poniendo el eje de atención en
las conductas de los individuos como factores que es necesario manejar en términos de
riesgo. Se traspasa la responsabilidad a cada
persona sobre los riesgos que está dispuesto
a asumir, así como las consecuencias desfavorables. De esta manera la persona enferma
ha fallado.
“El discurso de riesgo, especialmente
cuando enfatiza los estilos de vida riesgosos,
sirve como un efectivo agente foucaultiano
de vigilancia y control que es difícil de cambiar porque se expresa en objetivos benévolos de mantenimiento de los patrones de salud” (Lupton, 193: 432-433; apud Mitjavila,
1999).
Por lo expresado por Lupton, la educación “para la salud” en el marco del enfoque
de riesgo sirve para legitimar determinadas
prácticas sociales y por consiguiente ideologías. La información brindada a la población
acerca de los riesgos surge del “campo médico sanitario”, pues es quien está legitimado
para hacerlo. Lo que sucede es que en general
5
Se designa como “iatrogénico” a todo proceso patológico que es consecuencia de la intervención médica realizada con fines diagnósticos o terapéuticos.
29
los riesgos identificados por los sistemas no
se corresponden con la valoración que la propia población tiene sobre sus propios riesgos
y ventajas, por lo que los sistemas de riesgo
sustituyen o pretenden sustituir los valores de
la gente por la de los médicos, sin que esto se
explicite.
Disolución de la noción de sujeto
Robert Castel plantea que las estrategias
preventivas, basadas en el enfoque de riesgo que
se desarrollan en la actualidad, suponen la disolución de la noción de sujeto “lo que es reemplazado por una combinatoria construida de factores, los factores de riesgo” (Castel, 1986: 220).
Esto es por la pérdida de la relación cara
a cara que establece la clínica recayendo el
acento principal del proceso en factores abstractos que tienen la particularidad de una posible asociación con un daño futuro.
La práctica médica ha ido evolucionando
de tal manera que el contacto entre el paciente
y el médico pasa a ser un factor secundario y
despersonalizado, elaborándose un diagnóstico a partir de múltiples exámenes clínicos y
por la intervención de especialistas que difícilmente tienen contacto entre sí, lo que supone, para este autor, una crisis de la clínica.
“Paso de una clínica del sujeto a una clínica
epidemiológica: el examen pericial puntual y
diversificado sustituye a la relación concreta
médico-enfermo” (Castel, 1986: 225).
La importante evolución de las tecnologías de diagnóstico y cura de la enfermedad
ha privilegiado al hospital como espacio de
atención de las emergencias y del ejercicio de
una medicina de vanguardia, lo que polariza
las estrategias de atención en aquellas dirigidas hacia la atención de la enfermedad, que
son en el ambiente médico las disciplinas que
gozan de mayor prestigio y poder, y las grandes campañas de medicina preventiva.
“Estas políticas preventivas promueven
en consecuencia una nueva modalidad de la
vigilancia: la detección sistemática. Existe vigilancia en el sentido de que el objetivo que
se pretende es de anticipar e impedir la emer-
30
Celmira Bentura
gencia de un suceso no deseable: la enfermedad, anomalía o comportamiento desviado.
Pero esta vigilancia economiza la presencia
real, el contacto, la relación recíproca entre el
vigilante y el vigilado” (Castel, 1986: 224).
Esta vigilancia no está dirigida, en primera instancia, a un sujeto sino a una combinatoria de factores de riesgo susceptibles de
producir un daño.
Por otro lado, estas medidas preventivas no
tienen una centralización en el tiempo y el espacio, al menos en Uruguay, se encuentran desarticuladas en diferentes instituciones sin demasiada
coordinación entre sí. Más bien existen grandes
lineamientos, por ejemplo, en salud materno
infantil (considerados grupos de riesgo) por los
cuales Salud Pública, el instituto de alimentación,
las Intendencias, etc., establecen programas dirigidos hacia la prevención de ese sector.
Presencia de paradigmas de la salud
divergentes
Si observamos al interior del sistema
de salud y las instituciones encargadas de la
formación de los profesionales de la salud se
puede constatar una clara contradicción entre
los discursos -ya sea académicos como políticos- y las acciones que se implementan.
Hoy ya nadie discute los aspectos integrales de la salud enfermedad como un proceso dialéctico en el que juegan factores orgánicos, psíquicos y sociales, siendo estos últimos
de gran peso y relevancia en la actualidad.
Tampoco se cuestiona la importancia
de la medicina preventiva por su pretensión
equitativa y por su virtud anticipadora para la
reducción del daño, por consecuencia, la disminución de los gastos del sistema sanitario.
Sin embargo, el sistema de salud vigente ha
optado por el poder tecnológico, olvidando el
factor humano y su contexto, declarando la
sola existencia de la enfermedad.6
6
El nuevo cambio en el plan de estudios de la Facultad
de Medicina es un claro ejemplo de esta postura, ya que
aun manteniendo el discurso de la importancia de la formación de la medicina en la comunidad y de los factores
sociales en la salud se eliminan los contactos de los estudiantes con la comunidad y la sociología en la formación
médica.
La medicina actual se ha relegado al nivel tecnocrático por lo cual se busca erradicar los síntomas sin profundizar en la causa,
entendiendo al organismo como una máquina
en la que hay que reparar sus partes. Así, cada
especialista se ocupa de una de esas partes sin
que nadie se ocupe de la globalidad. Esta profunda especialización al interior de la medicina da cuenta de una fragmentación del saber
propio de la modernidad.
Según Marilyn Ferguson (1985) este paradigma presenta las siguientes características:
- Tratamiento de los síntomas desentendiéndose de las causas.
- Alta especialización, despreocupándose
de la integración.
- Neutralidad emocional del profesional
sin reconocer que la actitud del mismo es un
posible factor de curación.
- Valoración del dolor y la enfermedad
como negativos sin prestar atención al hecho
de que pueden informar de conflictos.
- Intervención por medio de medicamentos y operaciones quirúrgicas, desestimando
las técnicas no invasivas.
- Cuerpo considerado como una máquina.
- Fomento de la dependencia del paciente
en lugar de estimular su autonomía.
- Basado en una relación de autoridad del
profesional.
- Separación cuerpo-mente.
- Consideración de la mente como un
factor secundario en las enfermedades orgánicas.
- Mayor confianza en la información
cuantitativa (pruebas o análisis), desestimando la cualitativa ofrecida por el paciente.
Esta modalidad ha generado baja calidad
en la salud de la población y un elevado costo
de mantenimiento. Genera además un elevado incremento de las enfermedades “iatrogénicas”, esto es, las provocadas por el propio
sistema hospitalario y sus aplicaciones farmacológicas, tecnológicas y quirúrgicas.
Tenemos en la actualidad un sistema de
salud en crisis, no solo del punto de vista económico sino también en el logro de sus obje-
La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud
tivos, ya que se ha convertido en un sistema
altamente deshumanizado que no contribuye
al mejoramiento del nivel general de salud de
la población. Quizás lo que nos permita entender esta contradicción se encuentre en el
hecho de que el motor de la actuación médica ha sido el avance científico y el monetario
a costa del humanitario, respondiendo a los
parámetros de la economía capitalista para la
cual la rentabilidad y el beneficio monetario
son prioritarios frente a cualquier otro objetivo.
En este sentido G. Berlinguer plantea
que la creciente medicalización de la vida
social se entrelaza con la mercantilización de
la medicina, producida por “la conversión en
mercancía o en dinero, cada una de las partes
del organismo y de todas las actividades dedicadas a la vida y a la salud” (1994: 81-82).
Esta tendencia está erosionando el sistema salud actual a tal punto que no responde
a los principios formulados por los países referentes al derecho a la salud y la igualdad en
la atención a la misma, ya que prioriza lo
que produce rentabilidad y relega lo que no la
produce. Esta tendencia pauta la selección de
prioridades en salud y por tanto la selección
de posibles grupos de riesgo.
Ambigüedad del concepto en el uso
epidemiológico
Lo que aparece como una forma de hacer
medicina consolidada se presenta, si se estudia en profundidad, como un concepto complejo y distante de una valoración uniforme.
Se cuestiona en la actualidad la validez
de las asociaciones causales establecidas por
las valoraciones del riesgo, así como los aspectos metodológicos relacionados con la
inferencia. Se observan dificultades a nivel
práctico y teórico ya que la medición de la
asociación causal está en general viciada por
sesgos y factores de confusión en general no
delimitados.
Fischhoff y otros (1980) afirman con rotundidad que los valores afectan a la aceptabilidad: la búsqueda de un “método objetivo”
31
para resolver problemas de riesgo aceptable
está condenada al fracaso y puede cegar a
los investigadores ante las hipótesis cargadas de juicios de valor. No es solo que cada
aproximación no consigue dar una respuesta
definitiva, sino que está predispuesta a representar intereses particulares y a recomendar
soluciones individuales. Por consiguiente, la
elección de un método es una decisión política que conlleva un mensaje específico sobre quién debería mandar y qué debería tener
importancia. El factor controlador en muchas
decisiones sobre riesgo aceptable es cómo se
define el problema (Fischhoff y otros, apud
Douglas, 1996: 35).
En general, en los estudios sobre los
factores de riesgo se encuentran dificultades
conceptuales que permitan comprobar la asociación causal entre los factores y los daños.
Un trabajo de García (1998: 587) profundiza en esta dificultad y plantea que “esta falta
de precisión no es un asunto de pereza mental
o de dificultad conceptual; (...) pues a pesar
de la imprecisión o gracias a ella, se adoptan
decisiones de intervención en la población, ni
gratuita, ya que estas decisiones, en la medida
en que puedan ser polémicas o discutibles, se
benefician de esta imprecisión”.
Esta ambigüedad desde el punto de vista
científico facilita a grupos con intereses estrictamente comerciales -por ej. la industria
farmacéutica- introducirse en un terreno socialmente libre.
En síntesis, el riesgo puede ser analizado
como un dispositivo que involucra al sistema
de salud en su conjunto contribuyendo a la
alta medicalización de la sociedad (el riesgo
al promover el autocuidado constituye una de
las formas de medicalización de la modernidad).
Las características del sistema de salud actual, en el cual coexisten paradigmas
de salud divergentes y contradictorios, y las
dificultades metodológicas que suponen la
imprecisión y ambigüedad del concepto, favorecen las estrategias basadas en intereses
fundamentalmente comerciales, generando
32
un sistema de salud altamente ineficiente respecto de sus objetivos humanitarios. El Trabajo Social se encuentra involucrado en este
sistema de salud, por lo que sería importante
discutir de qué manera participa en el mismo,
lo que se analizará en el próximo punto.
La intervención profesional en este contexto
El trabajador social participa de las políticas de salud en el marco del enfoque de riesgo en todas las dimensiones antes analizadas.
Si bien el trabajador social tiene al interior
del sistema un rol subordinado, hacia afuera
forma parte de la estructura de poder que el
sector salud ejerce sobre la población.
De esta manera, el trabajador social se
ubica al interior de las políticas sociales regidas por la conciencia tecnocrática moderna,
en la que impera una intención de disciplinamiento con una praxis homogenizadora, que
no respeta las diversidades culturales ni las
voluntades individuales respecto de los riesgos que están dispuestos a asumir. Se trabaja
con una concepción de sujeto como “sujeto
pasivo”, denominado “paciente”, que no tiene
nada que decir respecto de su salud, a la vez
responsable de sus fracasos cuando ocurre el
daño.
Esta forma de concebir el enfoque de
riesgo contribuye además a la estigmatización
de los sujetos al ser etiquetados como “individuo de riesgo” o peor aún “de alto riesgo”, sin
medir los costos psicológicos que esto tiene
para el sujeto y su entorno.
Se ha estudiado cómo el estrés generado
por estos procesos provoca más enfermedad
(enfermedades iatrogénicas) que el propio
sistema no puede resolver. De esta manera,
los trabajadores sociales estamos contribuyendo al fracaso de las políticas preventivas.
El Trabajo Social debe procurar un cambio que:
- Le permita un posicionamiento diferente al interior de los equipos de salud, mejorando su calidad en el desempeño profesional
mediante respuestas efectivas y teóricamente
fundadas.
Celmira Bentura
- Procure atender a la diversidad, respetando las libertades individuales respecto de
su salud.
- Que su práctica favorezca procesos de
“empoderamiento” a través de un traspaso de
instrumentos y conocimientos que permitan
a los sujetos hacerse cargo de sus propios procesos de salud enfermedad.7
En este sentido se comienza a hablar de
la gestión del riesgo para la reducción del
daño como una estrategia que tiende a un trabajo con la población en procura de solucionar estas dificultades.
La gestión del riesgo parte de una exploración de cuáles son, para los sujetos involucrados, los riesgos que está dispuesto a
asumir y con cuáles se compromete a la búsqueda de la reducción del daño. Estas nuevas
concepciones referidas a la reducción del
daño pueden ser explicadas desde posturas
funcionalistas como la luhmaniana, en las que
el riesgo es una contingencia en la que el sujeto elige desde la necesidad de sobrevivencia
con el objetivo de reducir la complejidad, ya
que de lo contrario desaparecería como sistema (sistemas “autopoiéticos”8). Desde esta
postura los sistemas se autorregulan por lo
que pueden quedar librados a sus propias decisiones.
Esta concepción está basada en la idea de
que es imposible la vida sin riesgos y otorga a
los individuos la posibilidad de decidir, buscando atender a la diversidad y heterogeneidad. Considero que si asumimos que el enfoque de riesgo puede ser una herramienta útil
para la planificación de estrategias de salud,
7
“Empoderamiento” es el proceso que “pretende extender el poder del individuo y ofrece una alternativa social
a la perspectiva médica o psicológica del individuo. La
manera de salir de una situación problemática no es por
medio de un tratamiento sino a través de la apropiación
del poder” (Rondeau, 1985: 17).
8
Autopoiesis es un concepto surgido de la biología (biólogo chileno Maturana) que concibe a los seres vivos
como unidades cerradas, su único producto es sí mismos. La característica más peculiar de los sistemas autopoiéticos es que se levantan por sus propios cordones
y se constituyen como distintos del entorno por medio
de su propia dinámica de tal manera que ambas son inseparables. Es el mecanismo que hace a los seres vivos
autónomos.
La sutil y aparente “ingenuidad” del concepto de riesgo en el campo de la salud
en el sentido de que permiten dirigir las acciones en forma estratégica en la búsqueda de
la equidad9 es necesario asumir que:
- La selección de los factores de riesgo
prioritarios surgen de valoraciones subjetivas (construcciones sociales) que responden
a intereses muchas veces socioeconómicos
y políticos, por lo que es necesario analizar
críticamente la información sobre las relaciones causales riesgo-daño con la que vamos a
trabajar.
- De todas maneras, la gestión del riesgo
no resuelve las estigmatizaciones que resultan de la categorización de los sujetos como
integrantes de un grupo de riesgo.
- La gestión del riesgo funciona como
dispositivo que favorece los procesos medicalizadores imperantes en la sociedad actual,
ya que promueve el autocuidado, mediante la
reflexibilidad de sus propias biografías.
- La gestión del riesgo que se ha implementado en el sistema de salud actual busca
el disciplinamiento de los sujetos mediante
prácticas sustentadas en un lugar de poder
institucional (MSP) y profesional. Las nuevas posturas que refieren a la reducción del
daño pretenden modificar esta relación favoreciendo procesos de “empoderamiento” que
favorezcan las opciones personales en torno
de la gestión de sus propios riesgos, lo que
estaría otorgando ciertas propiedades emancipatorias al dispositivo. Estas propiedades son
discutibles si entendemos al riesgo como un
dispositivo biopolítico, puesto que éste, como
toda construcción social, no existe en sí mismo: “el riesgo es pura forma, no contenido”
(Mitjavila, 2000: 257), permaneciendo abierto a la construcción de múltiples significados
sociales.
Bibliografía
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Uruguay del 900. Tomo 2, La Ortopedia de los
Pobres. Ed. Banda Oriental, Montevideo 1993.
9
O a lo mejor debemos considerar que tenemos que trabajar en el marco de este enfoque, aun no compartiendo su
utilidad, porque es el que define la institución en la que
trabajamos.
33
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La sujeción de los cuerpos dóciles.
Medicación abusiva en la niñez de contexto crítico
María Noel Míguez
Resumen
El presente trabajo configura uno de los rodeos* en la delimitación del objeto que hace a la
totalidad de una investigación más amplia, que versa sobre la medicación abusiva con reguladores
del carácter en la niñez de contexto crítico en el Uruguay del siglo XXI, como una forma de disciplinamiento contemporáneo en el marco de lo que se comprende como las nuevas manifestaciones
de la modernidad. La transversalidad de la razón moderna, y su concreción hoy día en la figura del
capitalismo, resulta un punto radical en el meollo que se intenta desentrañar. Por ello, poder centrar la atención en una de las marcas que el capitalismo ha venido larvadamente reflectando en los
cuerpos infantiles, implica un punto relevante para la totalidad mencionada. En el Uruguay de hoy,
la niñez de contexto crítico está siendo medicada de forma abusiva con reguladores del carácter**,
lo cual se considera remite a procesos de sujeción de estos cuerpos dóciles. Cuerpos pequeños que
hacen al mundo de la niñez, y que si intentan expresar diferencias en las formas de ser, pensar y
sentir, son disciplinados desde el mundo adulto de la manera más vulgar: se los “empastilla”. Esos
cuerpos, las más de las veces plenos de energía y rebosantes de exaltación, quedan tirados sobre
una butaca en el aula, inamovibles y desconectados de cualquier sensación. Pero ya no molestan.
1
2
“¿Qué sociedad podrá estructurarse con
individuos de cuerpos dormidos?... Una sociedad sin interacción, una sociedad que cae en el
sueño es, por un lado, un conjunto de fragmentos y, por el otro, fragmentos sin ligazón alguna. La esperable pluralización de mundos de la
vida del siglo XXI se profundiza en una sociedad
como la nuestra que corre el riesgo de reproducir un mundo de la pobreza configurado por noindividuos, por aquellos que no tienen energías
para salir de ese mundo, para salir de su estado
de indefensión e interactuar con otros.”
(Scribano, 2005: 108)
Cuerpo y dominación
Se comparte la definición de cuerpo brindada por Scribano, al plantear que: “(…) es el
límite natural y naturalizado de la disponibilidad social de los sujetos; es el punto de partida y llegada de todo intercambio o encuentro
entre los seres humanos. (…) El cuerpo es
parte nodal de cualquier política de identidad
y es el centro de la reproducción de las sociedades. Aunque parezca obvio, sin cuerpo no
hay individuo, sin un cuerpo socialmente apto
no hay agente y sin cuerpo no existe la posibi-
*
“Puesto que las cosas no se presentan al hombre directamente como son y el hombre no posee la facultad de penetrar de un modo
directo e inmediato en la esencia de ellas, la humanidad tiene que dar un rodeo para poder conocer las cosas y la estructura de
ellas” (Kosik, 1967: 39).
**
Resulta pertinente aclarar que no se está cuestionando la medicación con reguladores del carácter en la niñez con Síndrome
de Déficit Atencional, diagnosticado como tal. Sí se lo está haciendo con relación a la enorme cantidad de niños y niñas que,
sin diagnóstico alguno, están siendo medicados con estos psicofármacos por “problemas conductuales”.
36
María Noel Míguez
lidad del individuo de conocerse en tanto sujeto” (2005: 98). La posibilidad de pensarlos
como cuerpos ontológicos, con la perspectiva
de inclusión del “otro” como cuerpo en la alteridad, permite ampliar la individualidad del
cuerpo como uno, en tanto “nosotros” en una
relación de pensar a “otro” en su condición
también de individualidad del cuerpo, sin el
cual la concreción de cada sujeto no tendría
retorno.
En principio, se pretende lograr descifrar
la conjunción de dominación con relación a
estos cuerpos cargados de sensaciones y, en
su devenir, cómo son comprendidos, desmenuzando su integralidad en una dialéctica entre cuerpo social, cuerpo individuo y cuerpo
subjetivo. Así, la lógica de delimitación analítica se plantea desde la propuesta metodológica signada por Lourau (2001) en torno de
la descomposición dialéctica del universal1,
particular2 y singular3, como forma de acercamiento a la esencia del objeto. Se enmarca al
cuerpo social dentro del universal, al cuerpo
individuo en el particular y al cuerpo subjetivo en el singular, rescatando las definiciones
que para cada uno de estos plantea Scribano,
a saber: “Un cuerpo individuo que hace referencia a la lógica filogenética, a la articulación entre lo orgánico y el medio ambiente;
un cuerpo subjetivo que se configura por la
autoreflexión, en el sentido del ‘yo’ como
un centro de gravedad por el que se tejen y
pasan múltiples subjetividades y, finalmente,
un cuerpo social que es (en principio) lo social hecho cuerpo” (2007: 122). Así como la
descomposición en universal, particular y singular hacen a procesos del pensamiento para
una lógica de exposición comprensible ante
una totalidad obviamente inabarcable en su
1
“… la unidad positiva del concepto. Dentro de ese momento el concepto es plenamente verdadero, vale decir, verdadero de manera abstracta y general” (Lourau,
2001: 10).
2
“… expresa la negación del momento precedente. ...
Toda verdad deja de serlo plenamente tan pronto como
se encarna, se aplica en condiciones particulares, circunstanciales y determinadas…” (Lourau, 2001: 10).
3
“… la unidad negativa, resultante de la acción de la negatividad sobre la unidad positiva de la norma universal”
(Lourau, 2001: 10).
esencia, de la misma manera, la deconstrucción de estos cuerpos en social, individuo y
subjetivo remiten al mismo proceso analítico
y al supuesto que hacen al todo y, por ende,
devienen en un proceso de entrecruzamiento
constante.
El cuerpo social enmarcado en las sociedades
occidentales modernas
La constitución de la razón moderna surge en un proceso generado desde el Renacimiento y tiene su culminación en el Iluminismo. Este devenir encuentra su razón de ser a
partir de una complicada relación de continuidad y ruptura con las tradiciones culturales de
Occidente. En este contexto, comienza a socavar en el imaginario, y en su concreción a
través de la ciencia, una nueva racionalidad,
instrumental en tanto racionalización de la
explotación de la naturaleza en su efectividad y procesualidad; esto es, la explotación
al máximo de la naturaleza para garantizar la
supresión de la carencia material, siendo ésta
objeto de manipulación. El punto en cuestión,
y una de las promesas que se consideran incumplidas de esta razón moderna, es que no
sólo no se suprimió la carencia material, sino
que la emancipación prometida culminó en
su contradicción, en tanto la instrumentalidad de la razón devino un boomerang en las
concreciones de los sujetos, generalizándose
no sólo la explotación de la naturaleza, sino
la sujeción de los sujetos sobre los sujetos
mismos. Esta razón ilustrada (instrumental y
emancipadora) recoge y redimensiona la instrumentalidad, en tanto no es posible concebir
la sociedad compleja sin instrumentos manipulatorios.
En este marco se analizan los cuerpos
en su ontología, permitiendo ubicarlos como
productores y productos (Sartre, 2000) de la
historia misma, de cada uno de los sujetos en
su individualidad, y también como historia
colectiva que contiene pasado, presente y futuro. Se comprende esta abstracción en tanto
cuerpo social enmarcado en un proceso que
contiene y expande cada una de las individua-
La sujeción de los cuerpos dóciles. Medicación abusiva en la niñez de contexto crítico
lidades; cuerpo social que ontológicamente es
mediado y mediador de lo que en su tiempo
y espacio le atraviesa como característico. En
este punto es que se considera que encuentra apoyo la idea de cuerpo social mediado por una razón instrumental propia de las
sociedades occidentales modernas, donde lo
“normal” y “anormal” juegan una dicotomía
que se entrecruza y que funciona como línea
demarcatoria para conformar un imaginario
de cuerpos incluidos desde un “nosotros”, y
opuesta y complementariamente, cuerpos excluidos en su alteridad. Este proceso no restrictivo sólo a las corporalidades (pero que
enfáticamente las constriñe), permea y es
permeado por promesas emancipatorias que
llevan a la dominación de unos sobre otros;
a que unos soporten mecanismos de sujeción
mediante dispositivos de dominación ejercidos por otros, en un entramado dialéctico
que no asegura que el estar hoy aquí evita que
mañana se esté allá. Devenido en un corpus
concreto con reales posibilidades de conflicto
social, este cuerpo social es mediado por los
procesos de racionalidad instrumental mencionada. Así se comprenden los mecanismos
de soportabilidad social, en tanto conjunto
de prácticas tendientes a evitar el conflicto
(Scribano, 2007). Sólo así se pueden entender estos procesos, estos sometimientos, estas
ausencias corpóreas en el sentir cuando se es
parte de la alteridad excluida. Reivindicaciones que si quisieran llevarse adelante ponen
en funcionamiento el engranaje de esta gran
máquina, y estos cuerpos con posibilidades
presentes o futuras de levantamiento se tornan dóciles por su sujeción.
En el camino transcurrido desde el siglo
XVIII, estos procesos han sido contenidos
de diversas formas, resultando siempre victorioso un capitalismo que se va metamorfoseando, que intimida y se introyecta cada vez
más en el cuerpo social. Plasmado su juego,
no habría más que rendirse ante sus encantos;
porque eso pareciera que sucediera. La majestuosidad de hacer creer que el disfrute de
unos pocos es la realización de la fantasía del
disfrute de todos. Fantasía tal que ni siquiera
37
hace cuestionar a quien queda “del otro lado”
que lo que siente, vive, le moviliza, está sujetando su condición de sujeto emancipado.
Este cuerpo social, permeado en su cotidianidad por una gran máquina depredatoria de
energía, continúa su marcha siendo regulado
y regulando las sensaciones, las percepciones, las formas de ser y estar en las sociedades donde se ha venido expandiendo, a veces
sigilosamente, otras con una furia tal que pareciera estremecer hasta a sus propios ejecutores terminales. Las sensaciones en genérico
avaladas de ese cuerpo social, no son más que
las de unos pocos. En este contexto pareciera
tener un futuro bastante oscuro. Ese cuerpo
social camina hacia un gran precipicio, con el
sigilo y el cuidado ante lo desconocido, con
la inseguridad provocada por la venda en los
ojos, pero con la fantasía a flor de piel de una
emancipación que ya llega.
El cuerpo individuo transversalizado por
los procesos de medicalización
Lejos se está de pensar en una conspiración de unos contra otros, con roles pre-establecidos y con concreciones eternas. Se trata
de un cuerpo social mediado por múltiples determinaciones, en un interjuego de acciones y
no acciones, de sensaciones y percepciones,
de expresiones y dichos. Un cuerpo social
que encuentra su concreción en la corporalidad misma, mediado por los condicionamientos conllevados por la razón instrumental que
conforman los procesos de disciplinamiento
propios de las sociedades occidentales modernas. Se concretiza, entonces, un cuerpo
individuo, que para el presente trabajo configura la medicación en la niñez de contexto
crítico. Un cuerpo individuo tranversalizado
por la sujeción de las sensaciones y expresiones a través de reguladores del carácter. Un
cuerpo individuo configurado y configurando
una niñez abatida por los efectos químicos,
por pastillas que determinan lo qué sentir,
cómo expresarse, qué hacer y no hacer. Así se
va construyendo, y paralelamente resquebrajando, un cuerpo individuo visualizado como
38
cuerpo recipiente, como receptáculo que trae
consigo los trazos de la historia personal, y
también de la historia colectiva. Una historia
puesta en ese cuerpo individuo, que le carga
de contenidos y formas, propios del tiempo
y espacio en el que se halle. Pero siempre teniendo presente, tal como dice Sartre, que:
“La casualidad no existe, o por lo menos, no
existe como se cree: el niño se convierte en
tal o cual porque ha vivido lo universal como
particular. (...). La infancia es la que forma los
prejuicios insuperables, la que en la violencia
del adiestramiento y el extravío del animal
adiestrado hace que se sienta la pertenencia a
un medio como un acontecimiento singular”
(Sartre, 2000: 54).
Ese adiestramiento, visualizado como
disciplinamiento en las sociedades capitalistas, se introyecta directamente en las sensibilidades, naturalizándose de esta manera lo
que se debe sentir, pensar, actuar. El deber ser
derrota sin tregua al ser. El ser, sustancializado en cuerpo individuo, debe ser neutralizado. Y qué mejor que hacerlo desde la infancia,
de modo que no existan dudas de qué camino
tomar a futuro. “Niño violento”, “niña indisciplinada”… Un sinfín de atributos para esta
niñez que parece descarriada; que precisa un
adiestramiento con una forma de disciplinamiento más eficaz que la utilizada en los últimos tiempos. Una niñez que desde las instituciones que históricamente han sido la mano
ejecutora y organizadora de la razón instrumental interpelan las acciones y atributos de
éstas. Médicos y maestros embanderando un
disciplinamiento cada vez más arriesgado y
nocivo, cada vez más depredador de cuerpos
y almas, cada vez más (des)legitimado.
A través de formas de ser y de actuar de
estos cuerpos individuo de la niñez, desde
estas instituciones del mundo adulto, diagnostican un presente difícil y auguran un futuro oscuro sin posibilidades de incluirse en
un “nosotros normalizado”, configurándose
automáticamente como una alteridad excluida. Estos cuerpos, que ya se perciben como
improductivos para el sistema capitalista del
mañana, mejor dejar estancados desde el hoy.
María Noel Míguez
Todo sea por el derecho a reivindicar de quienes comparten sus espacios en aula (que sí serán productivos); porque quienes no molestan
qué culpa tienen de compartir sus horas con
cuerpos en continuo movimiento (más no sea
que esta molestia sea percibida fundamentalmente por el mundo adulto y trasmitida, por
ende, al mundo infantil). Al decir de Luna y
Scribano: “El Capital ya no necesita de cuerpos en condiciones de reproducción de habilidades o de ejercitar las condiciones mínimas
del cuerpo individuo, su objetivo es mantenerlos en la oscuridad de lo impresionante,
en la disponibilidad para Otro, pero así, como
miembros exiliados de su cuerpo. Esos niños
ya no juegan ni falta que hace pues no hay
roles que aprehender, ya no hay funcionalidad
social en su desarrollo psicomotriz. La astucia del dispositivo de regulación de las sensaciones no termina ahí, pues lo más efectivo es
dejar en melancolía al observador y experienciante de eso social monstruoso. Ni pobres,
ni no pobres ‘pueden hacer’ nada. Aparece
así, junto al mundo del NO, la sociedad de los
mutilados” (2007: 35).
Un cuerpo individuo, concretizado a
los fines del presente en la niñez de contexto crítico que necesita ser adiestrada. Estar
sentado en un pupitre en aula, siguiendo las
pautas y estandarizaciones de la normalidad moderna, donde el cielo es celeste y el
sol amarillo, y cuidado con cuestionar cualquier precepto. Sentarse derecho y mirando
al frente. ¿Cómo lograrlo si su cotidianidad
es atravesada por otras realidades? La niñez de contexto crítico tiende a pasar gran
parte de sus horas en la calle, jugando y/o
trabajando; exacerbando su ser en las más
de las veces sin sujeción disciplinar. ¿Cómo
pretender que quede neutralizado como estatua, incorporando conocimientos a veces
tan abstractos, y además sin moverse? La
institución educativa tiene esa misión. Hoy
en día, por diversas razones, pareciera que
ya no interesara comprender esencias más
allá de las apariencias. Entonces, se juzgan
los fenómenos, cuerpo individuo actuando,
y algo hay que hacer con todo esto. Magros
La sujeción de los cuerpos dóciles. Medicación abusiva en la niñez de contexto crítico
sueldos, muchas horas de trabajo con aulas
masificadas. Imposible contemplar la individualidad de cada niño y niña. Así, sin
mayores aspavientos, se procede a derivar,
como se ha dicho, reivindicando el derecho
de los otros. En el Uruguay de hoy esa derivación llega directamente a los médicos
pediatras de las policlínicas periféricas que,
en las mismas condiciones que las maestras
(magros sueldos, interminables jornadas laborales y masificación) medican a diestra
y siniestra, sin ver, escuchar y ponerse en
contacto con el cuerpo que tienen enfrente,
aunque no tenga más que cuatro, cinco o
seis años de edad (o justamente por eso).
Valkote, Risperidona, Ritalina, etc., son repartidos en las farmacias de estos centros
de salud como caramelos de distintos gustos, a una niñez que abre la boca sin posibilidades de quejas.
Así, la producción y reproducción de
la vida cotidiana, enmarcada en un proyecto (individual y colectivo), es signada por el
disciplinamiento a través de la medicación
con reguladores del carácter. Se naturaliza un
dispositivo arbitrario para mantener un engranaje restrictivo y la eterna promesa emancipadora. Pero, ¿qué emancipación se promete a
una niñez de contexto crítico medicada? ¿Se
puede prometer, o sólo se espera que no se
subleve en un corto o mediano plazo? Si además de la medicación, se logra que se sienta
en un “nosotros” de fantasía, creyendo disfrutar mediante el consumo de superfluos bienes
materiales de un capitalismo corrosivo, pareciera que el dispositivo funciona, y a todo
trapo. ¿El futuro? No, no importa, al menos
hoy. Posiblemente serán cuerpos que necesiten del consumo de psicofármacos o drogas
cada vez más fuertes, para seguir andando; ya
difícilmente siendo. Quién sabe. Pero ese será
tema para dentro de unos años. No hay concreción más infalible que la de hacerle creer a
este cuerpo individuo sujetado, que su accionar es improcedente, que necesita corrección
y que ésta llega a través de la medicación. Se
naturaliza así, no sólo lo que se debe sentir,
pensar y ser; sino que quien manipula los me-
39
canismos de regulación de estas directrices
son sujetos concretos, ambos de túnica blanca: médicos y maestros.
El cuerpo subjetivo etiquetado por la
conducta
Se está ante un cuerpo subjetivo etiquetado por la conducta; un cuerpo subjetivo que
se autopercibe y es percibido en su diferencia,
que produce y reproduce sus procesos identitarios a partir de la medicación con reguladores del carácter. ¿Qué mejor que cercenar
cualquier posibilidad desde la niñez, cuando
aún las sensaciones y expresiones están más
expuestas hacia el afuera y, por ende, son más
factibles de controlar desde el mundo adulto? Se produce un cuerpo subjetivo que en su
singularidad termina respondiendo, por las
buenas o por las malas, a las formas de sentir
y expresarse según lo estipulado. El cuerpo
subjetivo que conforma el singular del presente trabajo resulta una proyección concretizada de hasta dónde llegan las sociedades
capitalistas para mantener el orden imperante
y evitar conflictos, más no sea a futuro. Se
reconocen, pues, no sólo mecanismos de soportabilidad social, sino también dispositivos
de regulación de las sensaciones.
Este cuerpo subjetivo atravesado por mecanismos de soportabilidad social, en su concreción más específica está siendo regulado
en su conducta mediante psicofármacos. Se
traduce en este cuerpo una práctica puntual
para evitar algún conflicto social, generándose lo que Luna y Scribano (2007, 25) plantean
en tanto que “la vida social ‘se hace’ como
un-siempre-así”, como viniendo del “olvido
o distracción”, naturalizándose las “faltas de
mediaciones que impiden la aparición del
todo”. Así, “el mundo social deviene un ‘asíy-no-de-otra-manera’ que oculta mostrando
y muestra ocultando”. En todo caso, las responsabilidades se singularizan en cada sujeto
concreto, por lo que cada niño o niña medicada lo está por alguna razón que hace pertinente tal decisión. Al menos ese es el discurso,
¿y cómo dudar de éste? Si todo está pensado
40
María Noel Míguez
para que cualquier alteración en la producción y reproducción de la cotidianidad de la
normalidad moderna no sufra ningún traspié.
No conforme con transversalizar este
cuerpo subjetivo por mecanismos de soportabilidad social, se introducen dispositivos de
regulación de las sensaciones, que “consisten
en procesos de selección, clasificación y elaboración de las percepciones socialmente determinadas y distribuidas” (Luna y Scribano,
2007: 26). Ya no alcanza con que el deber ser
impere sobre el ser, que la diversidad quede
relegada a lo más mísero. Resulta inmanente
la aprehensión de las subjetividades también,
a través de lo socialmente estipulado; por lo
que la funcionalidad del dispositivo se materializa en cada subjetividad, en cada proceso identitario devenido por cada uno de los
sujetos. Se reconoce así lo que se denomina
como dolor social4, que en la dialéctica de
concreción y abstracción se va meciendo en
ese vaivén que entreteje las relaciones humanas. Este cuerpo subjetivo, esta niñez medicada de contexto crítico, configurada en el alter, es signada a través del ego: en principio,
médicos y maestros en tanto singularidades
que ejecutan este mecanismo de disciplinamiento, más ampliamente en la sociedad en
su conjunto. Así va conformando sus procesos identitarios a partir de ser ubicado en una
alteridad excluyente por expresarse desde su
ser de una forma que no cumple con los parámetros “normales”. Una alteridad atravesada
por el dolor social, y que por ser productor y
producto de su propia historia y la colectiva,
reflecta la singularización de un cuerpo subjetivo constreñido y resquebrajado en un cuerpo social que no puede evitar sentirlo. Entonces, el dolor social se conforma no sólo por el
cuerpo subjetivo traspolado al cuerpo social
en su abstracción, sino también por aquellas
4
“El dolor social es esa interactividad y regularización
de tribulaciones, desventajas y depreciaciones. El dolor social es un sufrimiento que resquebraja ese centro
gravitacional que es la subjetividad y hace cuerpo esa
distancia entre el cuerpo social y el cuerpo individuo. En
esta sensibilidad que se construye, hay un sufrimiento
que se produce como desanclaje y desconexión entre el
cuerpo social, el cuerpo individuo y el cuerpo subjetivo”
(Scribano, 2007: 124).
otras subjetividades que ejecutan los disciplinamientos, directa o indirectamente. Así, alter (los “otros”) y ego (“nosotros”) aparecen
como figuras del imaginario que se pueden
contemplar en su hibridación en un cuerpo
social atravesado por el dolor social.
Este cuerpo subjetivo genera no sólo
dolor social en su abstracción, sino que con
relación a la conformación de los procesos
identitarios, alienan su ser en la alteridad por
la diferencia; mientras quienes las exacerban
como tales por no responder a los parámetros
actitudinales de la normalidad van construyendo sus subjetividades en el desplazamiento de la compasión y en la gratificación de
ser parte del ego. En esa dialéctica de doloralivio, se genera otro tipo de subjetividades
que también van conformando procesos identitarios que transversalizan tanto al cuerpo
subjetivo, como al cuerpo social y al cuerpo
individuo.
En este proceso dialéctico del alter y el
ego pareciera ya que la desafección es lo que
los convierte a los dos en iguales. El alter naturaliza ser medicado, y el dolor que esto le
genera en la sujeción de su ser; el ego naturaliza la medicación, aumentando su dolencia
al malestar. El cuerpo subjetivo se vivencia,
produce y reproduce en esta dialéctica, donde el dolor transversaliza la cotidianidad, y es
naturalizado en su desafección. Así se va generando la desarticulación entre cuerpo subjetivo, cuerpo individuo y cuerpo social: “La
exposición sostenida al dolor inicia una espiral entre parálisis, reproducción y olvido. El
dolor social anestesia” (Scribano, 2007: 125).
Entonces, se naturalizan las restricciones, las
carencias, la sumisión del ser por el deber ser,
conformándose un “cuerpo secuestrado en su
propia materialidad de individuo” (Luna y
Scribano, 2007: 31). Los procesos identitarios en estas subjetividades quedan remitidos
a una alteridad conformada por la diferencia,
por la estigmatización de sus corporalidades
medicadas con reguladores del carácter. Resulta, así, una identidad transversalizada por
la exclusión, etiquetada por la conducta: “En
el miedo al ser como son, los sujetos perfor-
La sujeción de los cuerpos dóciles. Medicación abusiva en la niñez de contexto crítico
man el acto inaugural de la dominación intentando ‘escapar’ de la no verdad de la mentira,
en tanto lo real horroroso de lo que son: sujetos de dominación” (Luna y Scribano, 2007:
31).
No hay manera de sortear el obstáculo de ser etiquetado por la conducta cuando
todos los dispositivos están específicamente
apuntando a regular esta situación. Entonces,
¿cómo objetivarse en los procesos identitarios trascendiendo las “necesidades” de ese
“ego normalizador”? Este cuerpo subjetivo,
que construye su identidad en la alteridad, lo
hace al igual que el ego, a partir de lo que
Sartre denomina como la “auténtica dialéctica de lo subjetivo y de lo objetivo”, en tanto
proceso de interiorización de lo externo y exteriorización de lo interno: “(...) el proyecto
como superación subjetiva de la objetividad
hacia la objetividad, entre las condiciones objetivas del medio y las estructuras objetivas
del campo de los posibles, representa en sí
mismo la unidad moviente de la subjetividad
y de la objetividad, que son las determinaciones cardinales de la actividad. Lo subjetivo
aparece entonces como un momento necesario del proceso objetivo (...) Así lo subjetivo
mantiene en sí a lo objetivo, que niega y que
supera hacia una nueva objetividad” (Sartre,
2000: 81).
Siguiendo esta línea de pensamiento
(más allá de las diferencias entre neomarxismo lukacsiano y existencialismo sartreano),
se retoman las ideas de Agnes Heller cuando
plantea que la reproducción del hombre5 particular es reproducción del hombre concreto,
en tanto todo sujeto al nacer lo hace en un
mundo ya constituido, ya existente, independientemente de él: “El particular nace en
condiciones sociales concretas, en sistemas
concretos de expectativas, dentro de instituciones concretas (...) Por consiguiente, la re5
Estos autores, al escribir en un tiempo y espacio determinado, donde las pujas por el reconocimiento de género
no eran tan acentuadas, se refieren a hombres como sujetos, sin distinción de sexos. Sabido es que hoy día no
corresponde utilizar la denominación masculina como
genérico de lo masculino y lo femenino, pero se entiende
que es dable respetar tal cual las expresiones lexicales de
quienes se retoman los contenidos.
41
producción del hombre particular es siempre
reproducción de un hombre histórico, de un
particular en un mundo concreto” (Heller,
2002: 41).
Heller se aventura hacia una precisión
de mayor especificidad, diferenciando hombre particular de individuo, siendo la mediación para esta distinción la “autoconciencia”:
“Todo hombre, todo particular, tiene una conciencia del yo, como tiene una determinada
noción de su propia pertenencia a una especie.
Pero sólo el individuo posee autoconciencia.
La autoconciencia es, pues, la conciencia del
yo mediada por la conciencia de la especie”
(1982: 80). Se considera que éste resulta un
punto fundamental en la discusión que se está
planteando, en tanto la distinción entre hombre particular e individuo (autoconsciente de
“la singularidad casual de su individualidad y
la generalidad universal de la especie” -1982,
81-) permite discernir entre introyecciones
que puedan ser entendidas como netamente
egocéntricas (en el entendido del deber ser)
de aquellas que, mediadas por la autoconciencia, soslayan las conductas entre el alter y el
ego.
Como plantea Sartre, las relaciones interpersonales dependen de otras relaciones
singulares que habiliten al encuentro de una
sujeción objetiva en las relaciones concretas,
siendo llevada ésta no por “la presencia de los
otros, sino (por lo que implicaría) su ausencia” (2000: 68). El sujeto es en relación con
los otros, y en esa dialéctica va delimitando
su identidad. En estas sociedades capitalistas,
el cuerpo subjetivo en cuestión va construyendo su identidad en un proceso de resquebrajamiento del ser, tornándose maleable ante
el ego personificado en el mundo adulto, más
concretamente en aquellos representantes
palpables de las instituciones del disciplinamiento: el maestro y el médico. Al decir de
Scribano: “El mundo interno, el mundo de
quién soy y qué puedo ser, se ve atravesado
por un sinnúmero de conocimientos que se
posicionan y posesionan, en principio, del
umbral de entrada a la identidad: nuestro
cuerpo. Un millar de recetas para parecernos
42
a nosotros mismos de acuerdo a otro, para
acercarnos a la figura que más se asemeja a
lo que queremos parecer siendo igual a otro.
La constitución social del cuerpo es, en alguna medida, punto de partida y de llegada para
la exteriorización de una identidad sumergida
en nuestro dato material primordial, nuestro
cuerpo. Libros, artículos y revistas completas
nos dicen cómo ser cada vez más parecidos
a nosotros sin reconocernos. Un conocimiento que penetra físicamente nuestro modo de
ser. El régimen se vuelve decálogo y estilo de
vida que muestra en qué posición y condición
se debe vivenciar nuestro cuerpo” (2002: 51).
Así, la dialéctica devenida en cuerpo social, cuerpo individuo y cuerpo subjetivo se
configura en ese proceso de interiorización
de lo externo y exteriorización de lo interno,
quedando expuestos complejos mecanismos
que subyugan identidades en sus primeros
años de vida. Su ser etiquetado por la conducta es transfigurado mediante un deber ser que
responde a una homogeneidad exigida. Esos
cuerpos subjetivos que inicialmente cobraban
significado por la exaltación de sus acciones,
percepciones y sensaciones, quedan sujetos
en su docilidad, constreñidos en su ser, transmutados en su deber ser.
Reflexiones finales
A lo largo del presente trabajo, se intentaron dejar en evidencia las concreciones
de una niñez de contexto crítico medicada,
abarrotada y sumisa para la no rebelión, mediante la sujeción del mundo adulto institucionalizador y disciplinador de las conductas homogéneas. ¿Qué se proyecta para este
enorme contingente de niños y niñas que
conforman el mundo adulto del mañana? Se
está ante un fenómeno que ya no puede ser
relegado en su análisis. Este proceso, entendido como una nueva forma de disciplinamiento de la razón instrumental moderna, es
concretizado por una sociedad capitalista que
subyuga las corporalidades hacia una homogeneidad necesaria para la producción y reproducción de sus pautas, valores y acciones,
María Noel Míguez
oportunamente condescendientes con la mercantilización de los cuerpos (y de las almas).
Se exige una “normalidad” que no contempla
la diversidad; más aún, se lo hace desde el
discurso de los derechos, cuando contradictoriamente se está vulnerando la calidad de
sujeto de aquellos que marcan una diferencia
(conductual en este caso). En este contexto,
aparece un cuerpo social caracterizado por un
imaginario de docilidad, que media las sucesivas concretizaciones del cuerpo individuo
particularizado y del cuerpo subjetivo singularizado. De esta manera, a quienes no entran
dentro de los parámetros estipulados como
normales se les quita la posibilidad de actuar
autónomamente, constriñendo su ser al de un
deber ser homogéneo; y si no, al menos se lo
neutraliza. Como se ha visto, aquellos niños
y niñas que manifiestan conductas diferentes
a las estipuladas son etiquetados, por ende
medicados: algunos, los menos, logran mínimamente “adaptarse” a lo exigido; otros, los
más, quedan en la inacción, “dopados” para
que no molesten.
Se considera que resulta necesario no
sólo exigir un cambio en estos dispositivos,
sino desnaturalizar esta lógica de la impotencia, de manera que logren visualizarse
alternativas viables a esta exacerbada sujeción. Porque en esta dialéctica de exteriorización de lo interno e interiorización de lo
externo, cada cuerpo subjetivo que en su totalidad conforma el cuerpo social, tiene su
injerencia y responsabilidad de la legitimidad de estos mecanismos cuando se opta por
la inacción.
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Córdoba 2005. págs. 97-110.
Vida cotidiana: categoría central
para el abordaje profesional
Adriana Berdía
Resumen
El artículo aborda la categoría vida cotidiana a partir de autores como Lefebvre, Heller y
Netto, reflexionando su importancia desde su centralidad en la intervención profesional. El
abordaje se realiza a partir de que, contemporáneamente, la alienación y el fetichismo de la
mercancía han permeado los espacios más íntimos de las vidas de hombres y mujeres.
La consideración de los actuales cambios e impactos que se han verificado en el marco
de la reestructuración socioeconómica mundial, desde la posmodernidad como lógica cultural
del capitalismo tardío (Jameson, 2005), impactan en las perspectivas de las prácticas sociales:
cambios en la temporalidad, incremento del individualismo, escisión entre vida pública y vida
privada, el dominio de la lógica del consumo, todo esto sostenido por las nuevas tecnologías.
Se proponen entonces algunos aspectos teórico-metodológicos para su abordaje y estudio,
con la intención de posibilitar la gestión de una práctica innovadora. Para que esto sea posible
es necesario develar lo que el cotidiano encubre, con relación a la totalidad y a partir de la
generación de mediaciones.
“Cuanto abra la puerta y me asome a
la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya
sabidas, no el hotel de enfrente: la calle, la
viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí como una magnolia, donde las
caras van a nacer cuando las mire, cuando
avance un poco más, cuando con los codos y
las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del ladrillo de cristal, y
juegue mi vida mientras avanzo paso a paso
para ir a comprar el diario a la esquina.”1
El presente artículo intenta, a partir de
la consideración de que existen procesos de
alienación típicos de la sociedad capitalista,
entender en qué forma estos se manifiestan
1
Este bellísimo párrafo del cuento “Manual de instrucciones”, de Julio Cortázar, ilustra quizás más que muchos
conceptos esta lucha diaria en un cotidiano alienado, y
por tanto extraño.
actualmente, cómo involucran la esfera de la
vida cotidiana y qué desafíos plantea esto
para el espacio de la profesión.
Toda sociedad posee una cotidianidad, y
la estructura de la vida cotidiana es diferente
en cada sociedad y momento histórico (Netto,
1987). Esto implica necesariamente que los
cambios macro socioeconómicos que se han
producido en el mundo en las últimas décadas
del siglo pasado y en el inicio del actual, han
impactado en las vidas de hombres y mujeres
en fase de cotidianidad.
Si el periodo de expansión capitalista (1945-1973) estuvo caracterizado por un
conjunto de prácticas de control del trabajo,
tecnologías y hábitos de consumo y configuraciones del poder político económico, al
que denominamos keynesiano-fordista; el
colapso de este sistema inició un proceso de
acelerados cambios, donde reinaron crecien-
46
tes grados de incertidumbre, teniendo como
resultado nuevos sistemas de producción, el
marketing como núcleo central del comercio, la deslocalización de capitales y mano de
obra, mercados cada vez más globales y una
flexibilidad tanto en la ubicación geográfica
como en las prácticas de consumo. Este proceso denominado “de acumulación flexible”
(Harvey, 2000) se caracteriza también por el
surgimiento de sectores de producción nuevos, nuevas formas de fortalecimiento de servicios financieros y altas tasas de innovación
comercial, tecnológica y organizacional.
Esto posibilitó el desmonte del sistema
de protección social que tenía como pilares
el pleno empleo, las políticas sociales universales y la extensión de los derechos sociales
(Pereira, 2003); generándose una masiva precarización del empleo que ha afectado a los
países ricos, pero especialmente a los países
pobres, dejando por fuera del mundo del trabajo a millones de personas, en la mayoría de
los casos de manera estructural y por más de
una generación.
En el orden político mundial también
se producen profundos cambios: con la
caída de los países del bloque socialista,
la creciente falta de perspectiva de los movimientos de carácter colectivo, un mundo
unipolar regido por una potencia imperialista con un discurso y un accionar agresivo
y belicista. Los cambios a nivel tecnológico posibilitan nuevas formas de comunicación, también de consumo y movilidad en
todos los sentidos, pero fundamentalmente
a nivel del capital. A esto se suma el acceso
para amplios sectores de la población al uso
de las nuevas tecnologías.
Los cambios verificados en los sistemas
de producción traen conjuntamente aparejados modificaciones ideológicas y culturales,
las cuales impactan en forma directa en la esfera de la vida cotidiana.
“El cotidiano no se separa de lo histórico,
sino es uno de sus niveles constitutivos, el nivel en que la reproducción social se realiza en
la reproducción de los individuos como tales”
(Netto, 1987: 66).
Adriana Berdía
El capitalismo es necesariamente expansionista e imperialista, no solo tiene que llegar a todos los lugares del planeta, ni afectar
todos los espacios de la producción y comercialización, sino tiene que afectar también todos los espacios de la reproducción de los seres humanos, fundamentalmente a través del
consumo. Con cada crisis el capitalismo que
es discontinuo pero expansivo, sufre mutaciones que lo hacen pasar a esferas más amplias
de actividad (Jameson, 1998).
En la actualidad, la necesidad continua de expansión del capital, de mercantilización total de la sociedad, aumenta la
alienación de la vida cotidiana, o sea al
penetrar la mercancía todos los ámbitos de
la vida y de las relaciones humanas, se generan continuamente nuevas necesidades,
proceso necesario a la manutención del
sistema total, transformando los espacios y
acelerando el ritmo del tiempo en sintonía
con los propios procesos y necesidades de
la producción capitalista.
La posmodernidad como manifestación
cultural del capitalismo tardío
Autores como D. Harvey y F. Jameson
consideran al movimiento posmoderno como
una manifestación fundamentalmente ideológica y cultural que asume el sistema capitalista coincidente con el denominado capitalismo tardío (Mandel, 1979), y adopta formas
específicas dentro del capitalismo en la actualidad, impactando en el cotidiano.2
Así como el capitalismo tardío no es una
nueva época del desarrollo del capitalismo,3
sino el desarrollo último del capitalismo monopolista, conservando las características de
la época imperialista; la posmodernidad tampoco constituye una época diferente a la modernidad, sino que tiene manifestaciones par2
El uso de los términos cotidiano y vida cotidiana se refieren a aplicaciones a diferentes dimensiones del mismo
concepto, uno referido a la sociedad, otro a la vida concreta de los hombres y mujeres.
3
Esta concepción de capitalismo tardío ha sido criticada
a Mandel porque su nombre solo se refiere a un ordenamiento de carácter temporal.
Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional
ticulares insertas en una totalidad que incluye
la modernidad.
Uno de los aspectos que encubre esto ha
sido el creciente avance en la economía del
“capital financiero” por encima del “capital
productivo”. Esto fue a su vez posibilitado
por el desarrollo tecnológico que, puesto al
servicio del capital, ha permitido un mundo
cada vez más unido en los sistemas financieros. Así como también a las nuevas formas de
comunicación, acompañado este proceso por
crecientes formas de desterritorialización de
la producción en búsqueda de lugares que
ofrecieran ventajas, tanto de tipo impositivo
como donde la mano de obra implicara menores costos.
Pero esto no es suficiente, es necesario
ampliar fundamentalmente el consumo, de
ahí la necesidad de una expansión en dos niveles: uno ampliando los territorios, o sea una
“expansión horizontal”, y otro a nivel “vertical” penetrando todos los ámbitos de la vida.
“La especulación, la toma de ganancias
de las industrias internas, la búsqueda cada
vez más febril, no tanto de nuevos mercados
(que también están saturados) como del nuevo tipo de ganancias asequibles en las mismas
transacciones financieras y como tales: estas
son formas en que el capitalismo reacciona y
compensa ahora el cierre de su momento productivo” (Jameson, 1999: 188).
Justamente esta etapa del capitalismo
multinacional, avanzado o consumista, lleva
a la ampliación al máximo de los espacios
del capital hacia territorios anteriormente no
mercantilizados, pero no solo a espacios físicos sino a los espacios de la propia vida de
los hombres y comunidades; o sea al centro
mismo de la cotidianidad: “una nueva penetración y una colonización históricamente
original del inconsciente y de la naturaleza,
es decir, la destrucción de la agricultura precapitalista del Tercer Mundo mediante la “revolución verde” y el ascenso de los medios
de comunicación de masas y de la industria
publicitaria” (Jameson, 2005: 81).
A nivel de pensamiento impera una determinada lógica que no ha variado sustan-
47
cialmente y que es la primacía de la racionalidad instrumental, como ya lo hacía notar en
su momento Adorno y Horkhaimer, aunque
hoy esta aparece “marketizada” de manera
diferente y no tan oscura, sino hasta luminosa, nueva fetichización que impide ver lo que
esta misma lógica de pensamiento encubre.
Cada vez más domina la concepción de
la posibilidad de una acción racional por parte
de los técnicos, que se apoya en la naturaleza
“científica” de los instrumentos como técnicas racionales que permiten la elección de los
medios adecuados para alcanzar los fines deseados. Aunque estos fines correspondan a las
aspiraciones de un determinado orden social,
o sea a los intereses de la clase dominante y
en definitiva a la permanencia del sistema capitalista en su conjunto. El conocimiento se
abstrae de su carácter clasista, transformándolo en ahistórico y por tanto esa forma de
conocimiento como única y eterna.
“La sociedad llamada de consumo ofrece
a sus miembros el consumo de espectáculos.
Estas palabras significan que la vista y el oído
funcionan como órganos devoradores de imágenes y sonidos, de palabras y significaciones
y que ese alimento audiovisual comporta a
la vez una vasta información y una profunda
frustración” (Lefebvre, 1973: 29).
Todo esto contribuye a una naturalización: inmutabilidad del orden vigente, reforzado a partir de los discursos e imágenes,
que en la vida cotidiana se interioriza con una
ideología neo-fatalista y el desencanto.
Se refuerza con visiones de carácter apocalípticas, fin de los tiempos, fin de la historia, con un determinismo sin salida que tiene como su opuesto complementario, en el
multiculturalismo, o sea la concepción de que
ahora todas las posiciones de la cultura son
abiertas e iguales.
La fetichización de la tecnología que se
nos muestra es omnipotente e independiente de los objetivos y las decisiones humanas,
como valor en sí mismo no como un medio
desarrollado por la propia acción humana y
acorde a las necesidades del capital y del orden vigente.
48
Esto genera la ilusión ideológica de una
falsa autonomía de los aspectos instrumentales, parte y sustento de los actuales procesos
de alienación que permean toda la estructura
social en la etapa actual capitalista: “pero la
relación del hombre con los fetiches se manifiesta como enajenación de sí y pérdida de
sí, es esta relación la que el marxismo llama
alienación” (Lefebvre, op. cit: 44).
Como contraparte de este “racionalismo tecnológico”, surgen crecientes grados de
irracionalismo, acompañadas de superstición
y misticismo, contradicción sustentada en la
racionalidad parcial e irracionalidad general
de la propia sociedad.
El discurso posmoderno adopta también
diferentes formas de relativismo y eclecticismo, en el rechazo a la reducción instrumental de la razón crece el irracionalismo, que es
acompañado de formas neo-místicas, y sustitución de lo tradicional religioso por formas
trivializadas. Horóscopos, sectas, religiosidad
oriental, alternatividad en todos los aspectos
(energéticos, médicos, etc.) solo encubre que
las formas de satisfacción por el consumo y
la realización individual, lo que logran es un
profundo sentimiento de insatisfacción.
Pero estas formas de rechazo a la sociedad organizada y consumista no proporcionan, en la medida que son acríticas y sin una
visión de clase, una identidad satisfactoria.
“(...) la contradicción entre la racionalidad parcial y la irracionalidad general del
capitalismo subestima la contradicción entre
la valorización máxima del capital y la autorrealización óptima de hombres y mujeres”
(Mandel, 1979: 498).
El cuestionamiento profundo de las premisas de racionalidad y perfectibilidad humana propias de la modernidad, características
de la burguesía en ascenso en los siglos XVIII
y XIX, lleva a la idea de que no existe el progreso y que el hombre no es perfectible.
“La paradoja de la situación actual es
que la crisis de las antiguas ideologías trae
aparejada una des-ideologización aparente.
La desideologización significa solo la disolución de los referenciales ideológicos: re-
Adriana Berdía
ligión, códigos morales, humanismo. Pero
esta crisis permite la introducción de nuevos
mitos y nuevas ideologías, entre otras las del
consumo bajo el manto de no-ideología (de
rigor, de ciencia, de realidad positiva y observable, etc.). Esto no impide el resurgimiento
de las viejas ideologías, que no aparecen más
como representaciones sino como nostalgias
y como utopías abstractas (religión, moral,
estética)” (Jameson, 2005: 86).
Vida cotidiana
Lo cotidiano es el lugar donde los hombres4 realizan su vida, y a los efectos del estudio social es la esfera que permite comprender la interrelación entre el mundo económico
y social y la vida humana (Lukács apud Heller, 2002).
Inmersos en ella, la vida cotidiana se nos
presenta como banal, intrascendente, todo es
cotidiano y nada lo es, esto es lo que hace
más dificultoso tomarla como objeto de análisis, ya que nos desafía ver a los individuos
“tal y cómo actúan y cómo producen materialmente, y por lo tanto, tal y cómo desarrollan sus actividades con determinados límites,
premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad” (Marx, 1987: 19).
Desde el paradigma marxista, representado en autores como Heller, Lefebvre y
Lukács, no es posible separar el tema de la
vida cotidiana de la alienación, debiendo además contextualizarse históricamente.
“La teoría marxiana de la alienación es
una crítica de la vida cotidiana de las sociedades de clase, de la propiedad privada y de la
división del trabajo” (Heller, 2002: 96).
Todos los hombres tienen en común actividades que hacen a su ser natural, y que
permiten su reproducción en cuanto ser particular, son aquellas que permiten su reproducción como ser biológico.
“Pero el hombre particular también es un
ente genérico, aunque su genericidad sea objetiva y no un reflejo” (Heller, op. cit: 115).
4
A mi pesar, utilizaré la palabra hombre en su sentido genérico, ya que así lo hacen los autores manejados.
Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional
La vida cotidiana es el centro real de la
praxis, o sea es el lugar donde se da el intercambio dentro de unas relaciones de producción determinadas (las del capitalismo) “entre
producción y consumo, entre estructuras y supraestructuras, entre conocimiento e ideología” (Lefebvre, 1972:45).
La reproducción del hombre particular es
una reproducción de un hombre histórico en
un mundo concreto. Esto implica el manejo y
conocimiento de determinados “sistemas concretos de uso” que están definidos y condicionados por el mundo concreto en el que nace.
La vida cotidiana es un acto de objetivación,
entendiendo esta como un proceso en el cual
el particular como sujeto deviene “exterior y
en el que las capacidades humanas ‘exteriorizadas’ comienzan a vivir una vida propia e
independiente de él introduciéndose a través
de mediaciones en el desarrollo histórico del
género humano” (Heller, op. cit.).
Los componentes ontológico-estructurales (Netto, 2000) de la cotidianidad son:
Heterogeneidad: es por esto que su centro
solo puede ser particular, de esto se desprende
que en sí misma no tiene un valor autónomo,
cobra relevancia en el contexto del proceso
histórico sustantivo de una sociedad.
Esta heterogeneidad se refleja en la relación entre esferas heterogéneas, de diversos
tipos de actividades que implican el dominio
y desarrollo de capacidades y habilidades diversas.
Inmediatez: los hombres debe responder
activa y espontáneamente en la vida cotidiana frente a los estímulos que el mundo les
presenta, o sea hay una relación directa entre
pensamiento y acción.
Superficialidad: las dos determinaciones
anteriores implican que al hombre cada fenómeno se le presenta de manera total, pero se
capta solo la apariencia (superficie) sin poder
acceder a la totalidad de las relaciones que
sustentan estos fenómenos.
“Todo hombre nace en una situación concreta, y por ello el campo de sus alternativas está
siempre bien definido” (Heller, op. cit: 105).
Esto no implica ni determinismo, o sea que no
49
puedan modificarse estas circunstancias, ni falta
de responsabilidad, solamente que es necesario
tener en cuenta estas condicionantes al entender
el accionar humano. Las circunstancias en las
que los hombres desarrollan su vida son las relaciones y situaciones sociohumanas, mediadas
por las cosas.
“La idea de que los hombres hacen ellos
mismos su historia, pero en condiciones previamente dadas, contiene las tesis básicas de
la concepción marxiana de la historia: la tesis
de la inmanencia, por una parte y por otra la
de la objetividad” (Heller, 1985: 19).
Cotidiano y alienación
El hombre en la vida cotidiana actúa
como ser entero, la unidad de su personalidad
se desarrolla toda en la vida cotidiana, o sea
el hombre es totalidad particular en la vida
cotidiana.
En la medida en que, a partir de la división del trabajo, se pierden las mediaciones
entre el hombre particular y la totalidad unitaria del hombre, esta se escinde, siendo la
escisión primaria y básica la que divide burgués (ámbito privado) del ciudadano (ámbito
público). Esta es la esquizofrenia social que
caracteriza a la sociedad burguesa.
La igualdad de carácter puramente formal, en un marco de “libertad universal”, se
realiza sobre una base de desigualdad económica y social, con la universalización de la
esclavitud de la mercancía: “total negación de
la libertad humana por las relaciones sociales
de producción reificadas” (Meszáros, 1981:
129).
Esta esquizofrenia transforma al individuo en individualista, es decir, “un individuo
que cree que exclusivamente su autorrealización constituye una actividad genérica, o sea,
el que afirma que él representa al género humano: un monarca absoluto del desarrollo de
la personalidad” (Heller, 2002: 145).
En la sociedad capitalista la vida cotidiana (aunque no toda la vida cotidiana) se
encuentra alienada, porque la esencia humana
se encuentra alienada, esto no quita los mo-
50
mentos de valor que tiene esta vida que son
los propios momentos de la realización humana particular, o sea donde un hombre concreto se hace hombre.
El hombre supera la dependencia de
la naturaleza a través del desarrollo de las
fuerzas productivas, cuanto más desarrollados son estas fuerzas productivas -y el estado máximo de desarrollo que conocemos es
el capitalismo- mayor es la libertad humana
sobre la dependencia directa natural. Pero al
mismo tiempo aparece una nueva ley “natural” para el orden burgués que genera una
nueva esclavitud, y se manifiesta haciendo
aparecer naturalizados el propio orden de producción capitalista y sus relaciones sociales
(Meszáros, 1985).
La alienación no es una condición propia
y específica del capitalismo, “el grado de alienación de una sociedad dada depende en gran
medida de la posibilidad del hombre medio
de realizar en la vida cotidiana una relación
con la genericidad y el grado de desarrollo de
esta relación cotidiana” (Heller, 2002).
En realidad, la teoría marxiana de la
alienación está centralizada en la crítica de
la vida cotidiana, porque donde es máxima la
convergencia entre el desarrollo de las fuerzas esenciales de la sociedad concreta y del
hombre, con respecto a otras sociedad precedentes, también es máxima la alienación
de la esencia humana. El máximo grado de
alienación implica que esta afecta no solo el
ámbito de la producción sino el ámbito de la
reproducción.
La reificación es la forma por excelencia (sin desaparecer formas anteriores) que
la alienación adquiere en esta fase del capitalismo y la esfera donde esta impacta más
fuertemente es en la vida cotidiana, dado que
en esta etapa la organización capitalista de la
vida penetra todos los intersticios de la vida
individual, o sea desborda la esfera de la producción, domina la circulación y consumo y
articula una inducción en el comportamiento en la totalidad de la existencia, o sea todo
el cotidiano se torna “administrado” (Netto,
2000).
Adriana Berdía
“El es la reificación misma: la forma que
reifica y no la cosa en tanto que objeto. No se
puede decir en forma menor que el sistema es
alienante. Es la alienación suprema en tanto
que borra la huella de la alienación, el sentimiento y la conciencia del desgarramiento de
sí mismo, que llega hasta recuperar el sentimiento y la conciencia de la alienación bajo
la forma de nostalgia, de añoranza, de obras
entretenidas, de revueltas anodinas” (Lefebvre, op. cit: 115).
Esto no es nuevo, solo son nuevas las
formas, ya pensadores como Marcuse nos habían hablado de que la felicidad no puede estar asociada a la satisfacción de determinadas
necesidades, porque estas necesidades también son producto de un momento histórico
preciso.
“La definición de la felicidad como situación de satisfacción completa de las necesidades del individuo es abstracta e incorrecta
en la medida en que se considera a las necesidades en su forma actual como dato último”
(Marcuse: 1970, 118).
Si bien están en coexistencia con otras
formas de alienación, y algunas adquieren especial preponderancia con relación a la vida
cotidiana en la actualidad, sustentada en las
propias manifestaciones ya desarrolladas que
adopta la denominada condición posmoderna.
Identificación de vida cotidiana con vida
privada
El culto a la vida privada como separada y dividida de la vida pública, y como lugar de realización del individuo, sostiene el
pensamiento de lo individual aislado de lo
colectivo, reforzando de esta manera el orden
establecido con una interiorización escapista.
En esta engañosa forma de negación
aparece el orden vigente como incuestionado
y fortalecido, entre otras cosas porque en un
mundo unipolar que se muestra sin alternativas de cambio, este orden aparece como el
único posible.
Todo esto se manifiesta en crecientes
grados de desmovilización, falta de partici-
Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional
pación, creciente incredulidad en proyectos
de carácter colectivo, más allá de manifestaciones puntuales más asociadas a la venta de
imágenes que a procesos reales de cambio.5
El cotidiano entonces es el lugar de la
evasión, favorecido por los medios tecnológicos desarrollados que permiten un aislamiento
del mundo pero que aparece mistificadamente
como un contacto con el mundo total. Toda
la información del mundo se puede recibir en
el living de una casa, o todos nos podemos
conectar, comunicar, enamorar con alguien
que no conocemos y que quizás no conozcamos nunca en un cara a cara, obrando muchas
veces en forma escapista de la vida cotidiana
que no aparece como transformable.
La insatisfacción entonces se muestra
como propia de la naturaleza humana, producto de problemas psíquicos o de falta de
trascendencia religiosa y no como la insatisfacción del hombre en un orden que no permite su realización. Porque no existe la posibilidad de realización de un hombre individuo
sino del hombre genérico que se ve perdido
en estos escapismos, alienado en no poder ver
esta realidad, creyente de que aunque lo desee
de otra manera, la realidad de este mundo es
la única posible.
La vida aparece como dividida en términos contradictorios y separados, división que
se corresponde con la propia división de la
sociedad burguesa entre hombre y ciudadano,
entre el avance tecnológico y el retroceso en
términos de desarrollo humano, entre civilización y barbarie.
Esto lleva al aislamiento entre los hombres, transformado en individuo, aislado de
su condición de clase. No es posible una vida
cotidiana aislada porque el hombre se realiza
también en la vida cotidiana, ya es el lugar de
la realización de las necesidades vitales, de
los sentimientos, pero que se aliena en la medida en que se identifica con la vida privada
de manera reduccionista.
5
Me refiero claramente a todos los encuentros antiglobalización, foro social que pueden tener valor en la medida
en que se trascienda el propio hecho y no sea un acto mediático más que refuerce justamente aquello que critica.
51
La propia heterogeneidad de la vida
cotidiana hace que sea vivida solo desde
la singularidad de la vida de cada hombre,
aunque si bien no es posible salirse de este
cotidiano el trascender hacia una visión genérica implica un proceso de homogenización. Esto es posible para Lukács, a partir
de tres formas privilegiadas de objetivación
por las cuales los procesos homogenizadores superan la cotidianidad: el trabajo
creativo, el arte y la ciencia, estas objetivaciones no cortan la cotidianidad pero la
suspenden.
Es claro que la mayoría de los hombres
y mujeres no trascienden en su particularidad
hacia aspectos genéricos de la vida humana
e igual con el manejo de las capacidades y
habilidades que les da la vida cotidiana, y el
sustento de su ser natural (biológico) recorren
su vida. “Para la mayoría de los hombres la
vida cotidiana es la vida” (Heller, 2002).
En la actual fase del capitalismo hay un
énfasis cada vez mayor en la privacidad, generando un culto mayor a la autonomía individual, sumado al incremento de papel como
consumidor, este aspecto adquiere cada vez
más valor para la perpetuación del sistema capitalista de producción.
“Este tipo de alienación y reificación,
produce una apariencia engañosa de independencia para el individuo, una apariencia
de autosuficiencia y autonomía, trasforma el
‘mundo individual’ en un valor absoluto, en
abstracción de la relación de ese mundo con
la sociedad, con el ‘mundo exterior’” (Meszáros, op. cit: 233).
Se glorifica entonces como valor central de la sociedad el desarrollo individual, la
realización egoísta, apareciendo mistificadamente como posible la realización individual
sin la necesidad de la realización del conjunto
social, a nivel ético la naturaleza humana
se muestra (mistifica) como privatizada, fragmentada, aislada y esto sirve para absolutizar,
como inevitable, un orden donde la realidad
humana es la de la soledad, donde los hombres combaten unos contra otros, donde se
ven sometidos de una forma que se muestra
52
sin salida a estar sometidos a “apetitos artificiales” y al dominio de las cosas sobre los
hombres.
Esta premisa de autorrealización personal, independientemente del resto de la sociedad y de la comunidad, es justamente la premisa liberal que cada vez se hace más fuerte
en nuestros días, que se ve reforzada por las
imágenes que dominan la comunicación en
nuestro tiempo, eslóganes como “hacé la
tuya” o “el poder de uno” marcan las formas
de realización personal.
“Es dentro de las posibilidades del capitalismo tardío que la gente vislumbra ‘la gran
oportunidad’, ‘va en su busca’, gana dinero y
adopta nuevas formas de reorganizar las empresas (igual que los artistas y los generales,
los ideólogos o los dueños de las galerías)”
(Jameson, 1999: 71).
Identificación de vida cotidiana con esfera
del consumo
En este caso el consumo no es una categoría económica si no posee carácter valorativo,
o sea, se refiere a la actitud y conducta. Si bien
el consumo tiene lugar en la vida cotidiana y
cada vez más en la medida en que en una mayor
producción este se incrementa, la vida cotidiana
no está orientada hacia los objetos sino hacia las
personas. Y en la medida en que la vida cotidiana se encuentra alienada el consumo se convierte en una forma de pasividad, de inacción,
relacionado con la cotidianidad como hecho
histórico y no como categoría central de esta.
Como ya dijimos el sistema capitalista
tiene como lógica suprema la obtención de lucro, esto lleva continuamente a la generación
de nuevas necesidades en los hombres, lo que
Marx denominaba “apetitos imaginarios”. En
una lógica de propiedad privada estas nuevas
necesidades sólo pueden ser satisfechas a partir del tener, y al mismo tiempo nunca son satisfechas por lo cual la insatisfacción general
crea nuevas necesidades de tener.
“La propiedad privada nos ha hecho tan
estúpidos y unilaterales que un objeto solo
es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe
Adriana Berdía
para nosotros como capital o cuando es inmediatamente poseído, comido, bebido, vestido,
habitado, en resumen, utilizado por nosotros.
Aunque la propiedad privada concibe, a su
vez, todas esas realizaciones inmediatas de
la posesión sólo como medios de vida y la
vida a la que sirven como medios es la vida
de la propiedad, el trabajo y la capitalización”
(Marx, 1985: 148).
Los que no pueden consumir no dejan de
estar impactados por la generación de estas
necesidades a las que no tienen acceso, ya que
el consumo a través de la publicidad presenta todos los días aquello a lo que no se tiene
acceso. Esta vasta información solo puede generar una profunda insatisfacción pasiva no
transformadora.
“Desde luego que la diferencia entre
vivir en nuestra sociedad y en su inmediata
anterior no es tan drástica como la de abandonar una función y asumir otra. En ninguna
etapa la sociedad moderna pudo prescindir
de que sus miembros produjeran cosas para
consumo, y desde luego en ambas sociedades
se consume. La diferencia entre las dos etapas de la modernidad es ‘solo’ de énfasis y
prioridades, pero esa transición introdujo diferencias enormes en casi todos los aspectos
de la sociedad, la cultura y la vida individual”
(Baumann, 1999: 105).
No se trata de que no exista ni sea necesario el consumo, no se trata tampoco de un rechazo nihilista a los avances tecnológicos y las
ventajas de la cultura y la civilización, sino que
esto se transforme en la única vía posible de la
satisfacción humana. El problema entonces no
es el consumo, sino que la felicidad sea entendida como un consumo hedonista, generado a partir de necesidades artificiales y la obsolescencia
artificial de los productos.
La publicidad tiene un rol central a partir de plantear la salvación por la posesión de
los objetos, reforzando la ilusión de que esto
lleva a la felicidad y a la realización personal. Esta es la forma radical de alienación que
adopta el capitalismo tardío. Sucumben en
esto la capacidad crítica y la conciencia política, en un hedonismo egoísta y narcisista.
Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional
Esta manipulación de la publicidad que
genera nuevas necesidades destinadas a incrementar el consumo, adopta nuevas formas
a través de imágenes que son facilitadas por
los cambios tecnológicos de los mass media y
de la informática, que entra hasta lo más profundo de la vida de los hombres, no quedando
ni espacio ni tiempo sin ser tocados por ella.
Es más, algunos pensadores denominan a esta
sociedad como “sociedad de los medios de
comunicación” (Vattimo, 1990).
Esta expansión de los medios de comunicación y, por su intermedio, de la publicidad
y el marketing, tiene un doble sentido económico, el penetrar en nuevas áreas a través de
un consumo masivo, pero también de transformarse en sí mismas en áreas económicas
pujantes.
“Así, cualquier nueva teoría general del
capitalismo financiero tendrá que extenderse
hacia el reino expandido de la producción y
el consumo culturales de masas -a la par con
la globalización y la nueva tecnología de la
información- son tan profundamente económicas como las otras áreas productivas del
capitalismo tardío y están igualmente integrados en el sistema generalizado de mercancías
de este” (Jameson, op. cit.: 190).
Tiempo sin temporalidad
Uno de los aspectos característicos de
nuestra época son los cambios en la consideración del espacio y tiempo, teniendo especial
énfasis los cambios en el ritmo del tiempo:
“nuestra vida cotidiana, nuestra experiencia
psíquica y nuestros lenguajes culturales están
actualmente dominados por categorías más
espaciales que temporales, habiendo sido estas últimas las que predominaron en el periodo precedente del modernismo propiamente
dicho” (Jameson, 2005: 40).
La cotidianidad es propia de cada momento histórico porque habla de la vida particular de hombres singulares, pero de momentos y continuidades históricas.
El tiempo en la vida cotidiana es antropocéntrico (Heller, 1977), o sea, se percibe
53
como el ahora obrando como sistema referencial para el hombre particular y su ambiente.
Existe un tiempo natural, el que se refleja
en las propias variaciones de la naturaleza, día
y noche, las distintas estaciones, que a su vez
los hombres han dividido a través de diversos acuerdos, es decir, una división social del
tiempo. Cuanto más avanzado el estadio de una
formación social menos pesarán las divisiones
naturales y más las convencionales acerca del
tiempo. Este tiempo a su vez en la sociedad moderna capitalista se coordina y está marcado por
las necesidades del trabajo, y así tendremos el
tiempo del descanso y el tiempo del trabajo, el
tiempo previsto para el ocio o las vacaciones.
“Los teóricos del mercado de la actualidad,
sin embargo, introducen las mismas fantasías en
defensa de una sociedad de mercado a la que
ahora se supone en cierto modo ‘natural’ y profundamente arraigada en la naturaleza humana; lo hacen contra los esfuerzos prometeicos
de los seres humanos por tomar la producción
colectiva en sus propias manos y, mediante la
planificación controlar su futuro o al menos influir sobre él y modificarlo (algo que ya o parece
particularmente significativo en una posmodernidad en la que la experiencia misma del futuro
como tal ha llegado a parecer endeble, si no deficiente)” (Jameson, op. cit.: 102)
Sin embargo, siempre existe una percepción subjetiva o particular de este tiempo y
una hora puede parecer un día o una semana
un segundo, este devenir del tiempo en cotidiano se manifiesta de una forma siempre
presente donde los hechos extraordinarios, lo
no cotidiano se recupera e impacta de forma
singular. Esta oposición también plasmada
culturalmente se podía también observar en
la forma de mostrar de forma pintoresca la
oposición entre un primer mundo, con tiempos acelerados dedicados a la producción y
al consumo, con un tercer mundo enlentecido
e incapaz de incorporarse a los desafíos que
el mundo presentaba, fetiche que justificaba
porque existía esta diferencia, entre un mundo dinámico y desarrollado y otro atrasado
con el correspondiente subdesarrollo que esto
conllevaba.
54
Adriana Berdía
En la modernidad los procesos apuntaron hacia el futuro, por lo que fue necesario
romper con la tradición con el pasado; en la
actualidad, el planteo posmoderno nos invade con la sensación, al no haber progreso, de
la pérdida del futuro, entonces solo queda el
presente.
“En nuestro contexto actual, esta experiencia sugiere las observaciones siguientes:
la ruptura de la temporalidad libera súbitamente este presente temporal de todas las actividades e intencionalidades que lo llenan y
hacen de él un espacio para la praxis, aislado
de este modo, el presente envuelve de pronto al sujeto con una indescriptible vivacidad,
una materialidad perceptiva rigurosamente
abrumadora que escenifica fácticamente el
poder del significante material -o mejor dicho aun, literal- totalmente aislado” (Jameson, 2005: 66).
Todo se transforma en instantáneo, en
fútil, hasta las relaciones humanas más cercanas se ven afectadas por esta idea de presente
perpetuo.
Aportes para el Trabajo Social
Considerando que la vida cotidiana de
los hombres singulares y la sociedad en fase
de cotidianidad son un “locus” privilegiado
para la intervención y análisis de la práctica
del trabajador social, esbozaré6 algunos aspectos de carácter teórico-metodológico para
su abordaje.
Esto se sustenta en que es en el cotidiano
donde se da la reproducción de las relaciones
sociales: él es expresión de un modo de vida
en el que no solo se reproducen sus bases,
sino también que se posibilita la gestión de
una práctica innovadora. Para que esto sea
posible es necesario develar lo que el cotidiano encubre, su relación con la totalidad, generando mediaciones.
6
Este artículo presenta un esbozo muy sumario y limitado, se ha hecho una opción abarcativa que lleva a limitar
la profundización de los conceptos sabiendo que se corre
el riesgo de que se quede a nivel de titulares, pero siendo
esto un desafío a profundizar en la temática planteada.
El cotidiano es el terreno de lo posible y
es también el lugar donde transformar la realidad, justamente la posibilidad que tiene la
práctica profesional de estar en las condiciones del cotidiano de los sectores subalternos,
le genera condiciones excepcionales de conocimiento.
Abordaje crítico
La vida cotidiana es la expresión del
mundo del inmediatismo, de las cosas singulares; en esta esfera, la universalidad
queda oculta por la dinámica de los hechos
pareciendo cada uno explicarse a sí mismo, obedeciendo entonces a una causalidad
caótica.
El acercamiento debe realizarse con una
actitud crítica que implica develar la banalidad y aparente intrascendencia de los actos
diarios de la vida a partir de mediaciones que
permitan la reconstrucción no fetichizada de
lo que aparece como fragmentario a partir de
un abordaje de totalidad.
El abordaje desde el método dialéctico
implica una serie de movimientos de lo abstracto (real-caótico), representación caótica
de la realidad, a lo concreto (real-pensado)
combinando representaciones reales con observaciones empíricas. Es necesario abordarla desde el trinomio singular, universal,
concreto, solo así es posible reconstruir el
movimiento de la realidad en el pensamiento.
Desde este lugar es posible quebrar la aparente inevitabilidad de ciertas naturalizaciones
que quitan el poder transformador de la praxis
humana, más allá del concreto, del día a día y
a partir de su caracterización sociohistórica.
El quiebre de las falsas divisiones (formas mistificadas también) entre la intervención y la producción académica, se da a partir
de poder suspender el cotidiano abordándolo
de manera crítica.
“El análisis crítico de lo cotidiano revelará unas ideologías, y el conocimiento
de lo cotidiano incluirá una crítica ideológica, y por supuesto una autocrítica perpetua”
(Lefebvre, 1972: 40).
Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional
55
Totalidad como categoría central
La construcción de mediaciones
La totalidad no es la suma de las partes,
sino un gran complejo constituido de complejos menores. Quiere decir que no existe en el
ser social el elemento simple, todo es complejidad. Partiendo del individuo, que parece ser
la menor unidad de la totalidad social, se puede decir que es un complejo portador de variaciones infinitas, por lo tanto de gran complejidad. Cada complejo social o totalidad parcial
se articula en múltiples niveles, y mediante
múltiples sistemas de mediaciones se articula
a otros conduciéndonos a una secuencia real y
también lógica para entender la totalidad concreta. Sin embargo, lo que varía es la forma de
comprender la totalidad, que puede ser cerrada y acabada, o abierta y móvil.
En el caso de una concepción cerrada se
excluyen otras totalidades, la totalidad es única
negando las otras, se presenta a sí misma como
sistema. Y no solo es única, sino también acabada, se niega la idea de movimiento, de devenir, de dialéctica. Dentro de la concepción de la
totalidad como abierta, esta puede incluir otras
totalidades, la totalidad se desdobla contradictoriamente en un concreto material, en el caso de
una concepción cerrada, no hay desdoblamiento
posible no existe la contradicción, siendo entonces una concepción de carácter metafísico.
Cuando trasladamos el concepto de totalidad a las ciencias sociales, esto se complejiza, ya que la noción de totalidad desde el
punto de vista filosófico debe ser aplicada a
un dominio concreto, generando problemas y
a la vez riquezas. Esta totalidad que es unidad y multiplicidad indisolublemente ligadas,
constituyendo un todo, se manifiesta en cada
hecho del cotidiano, pero se manifiesta oculta
en toda su riqueza por la banalización de la
repetición de los actos diarios de la vida.
La única forma de poder comprender
esto es dialécticamente, ya que sea un fenómeno o hecho, no alcanza porque es manifestación, apariencia. O sea, lo que es necesario
descubrir no es qué hay detrás de ello sino
qué hay en ello de la totalidad, lo esencial en
la apariencia en la manifestación.
La mediación será estudiada como una
de las categorías centrales de la dialéctica,
inscrita en el contexto de la ontología del ser
social, con una doble dimensión ontológica
(que pertenece a lo real) y reflexiva (elaborada por la razón) (Pontes, 2003).
Se refiere a los procesos existentes en la
realidad objetiva, presentes en las relaciones
que ocurren entre las partes, fuerzas y fenómenos de una totalidad.
Es necesario comprender que cuando
hablamos de totalidad nos referimos a algo
dinámico en constante movimiento, generado
a partir de las propias contradicciones que engloba esta totalidad. La mediación no es una
síntesis sino un camino que articula, implica
apartarse de posturas rígidas y congeladas
que no permitirían abordar la dinámica de los
procesos sociales.
La categoría mediación contribuye al
abordaje de lo complejo de los fenómenos
reales, por tanto a la intervención del Trabajo Social. Desde un abordaje que procura
la transformación de la realidad es necesario
conocerla y también es necesario un equipaje
teórico-metodológico complejo como la realidad que se aborda.
“En esta perspectiva, la (re)construcción
del objeto profesional implica necesariamente: la reproducción en el plano ideal del movimiento de constitución histórico-sistemático
del campo de intervención profesional, partiendo de las formas singulares de aparición
de los fenómenos y proyectándolos en el
campo de las determinaciones universales, la
captación de la manifestación de la legalidad
social en la realidad en que se inserta el campo de intervención” (Pontes, 2003: 213).
Trascender los componentes ontológico
estructurales
A los efectos de poder conocer la cotidianidad y por tanto intervenir, es necesario
superar lo que habíamos denominado como
componentes ontológicos estructurales.
56
Heterogeneidad, que es la apariencia
en que se nos muestra lo cotidiano en un
primer acercamiento, podrá ser superado a
partir de las construcción de las mediaciones que permitan su reconstrucción como
totalidad concreta y su vinculación histórica. Esta heterogeneidad se refleja en la relación entre esferas heterogéneas, de diversos
tipos de actividades que implican el dominio y desarrollo de capacidades y habilidades diversas.
La inmediatez, que lleva muchas veces a
que el cotidiano inserte demandas que deben
tener respuestas inmediatas, debe ser superada a partir de la reflexión ya que toda respuesta, aun la más inmediata, implica una referencia en la conciencia y siempre existe un acto
de intencionalidad.
Superficialidad, vincular lo que aparece
como concreto tomando en cuenta la totalidad
en la que está implicado, implica la suspensión del cotidiano por medio de un proceso
de suspensión de la acción hacia la conciencia, solo de esta manera podemos escapar a
las ataduras que los hechos con su aparente
exterioridad nos presentan.
Este complejo teórico-metodológico
nos brinda la posibilidad de que la práctica puede, a pesar de estar limitada por las
circunstancias socio-históricas en las que
se desarrolla, trascender hacia la praxis social. Ella supone un proceso humano que
se despoja de la conciencia común, de la
práctica utilitaria, espontaneísta, y gana un
nivel superior de conciencia que se expresa en una acción creadora, transformadora,
productiva y gratificante (expone al sujeto
como ser total en el mundo y con el mundo)
(Vázquez, 1986: 19).
Considero que este es el gran desafío
para la investigación e intervención profesional, el abordaje de la vida cotidiana me
parece una esfera rica para su realización,
pero el arsenal teórico-metodológico es
aplicable a otras esferas del conocimiento
de la realidad.
Adriana Berdía
Por último,
algunas ideas y problematizaciones
Todos estamos inmersos en este cotidiano y por tanto somos afectados por su forma
alienada; el conceptualizarlo en la conciencia
no nos aleja de vivirlo y de estar sometidos
diariamente a las dificultades que este nos
presenta, por lo cual la primera reflexión en
este cierre de ideas se refiere a los problemas
que afectan al propio profesional. El creciente reinado de la imagen a ser consumida, los
cambios en el sentido del tiempo, implican
nuevos desafíos para la intervención profesional.
Otra problematización, ya desde el campo de la intervención, es la significación de
los crecientes grados de individualismo (que
ya fueron expresados) para la práctica social
transformadora y para la generación de proyectos participativos de carácter colectivo.
La profesión entonces tiene un carácter
contratendencial a la ideología dominante, y
es desde este lugar que se nos plantea la necesidad de ser cada vez más creativos en los medios de intervención y cada vez más críticos
y aumentar el rigor teórico-metodológico en
la producción académica.
Estamos en un momento donde somos,
muchas veces en forma pasiva, invadidos por
crecientes grados de irracionalidad y relativismo que afectan el conocimiento teórico;
muchas veces como espejitos de colores vacíos de contenido que son comprados ante la
falta de crítica sustantiva en una marketización aun del conocimiento académico.
El desafío es develar las mistificaciones
que se encuentran a través de conceptos como
“el fin de la historia”, la “muerte de las metanarrativas”, naturalizaciones que perpetúan el
orden burgués vigente planteándolo como el
único posible restando la posibilidad de cualquier acción de tipo transformador.
Por último, pero no menos importante,
algunas ideas para investigar la categoría de
vida cotidiana:
»» Cambios en la sociabilidad que generan
los cambios en el mundo del trabajo, tan-
Vida cotidiana: categoría central para el abordaje profesional
57
to desde los sectores obreros como desde los proyectos colectivos y en especial
desde el mundo de los jóvenes a partir de
la díada trabajo vivo-trabajo muerto.
»» A nivel de la familia, cambios en los
roles, futilidad en las relaciones, la “labour” como trabajo no productivo, cambios en el rol femenino.
»» La cotidianidad de algunos proyectos colectivos (cooperativismo de vivienda) y
cómo han sido impactados por los cambios a nivel de la universalidad.
El cotidiano es un espacio contradictorio,
es el lugar donde se viven las peores miserias
y soledades, pero es también la esfera potencial
de transformación, este es el gran desafío desde una mirada que no ha perdido la expectativa
en los cambios pero sabe la dificultad que estos
presentan en palabras de A. Heller: “(se) debe
ser capaz de luchar durante toda la vida día tras
día, contra la dureza del mundo”, o como decía
Cortázar jugarse la vida cuando se va a comprar el diario a la esquina. Esto también implica
la recuperación de la pasión por la vida.
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Tan cerca, tan lejos:
Acerca de la relevancia “por defecto” de la
dimensión territorial
Ximena Baráibar Ribero
Resumen
Este artículo procura problematizar el auge creciente de la importancia de la dimensión
territorial en el análisis de los problemas sociales. Se entiende que el ámbito territorial adquiere menos relevancia por sus supuestas potencialidades que por lo que denuncia: la crisis en el
mundo del trabajo y las transformaciones en las políticas sociales, propias del nuevo modelo
de desarrollo. Se trata de una relevancia por “defecto” y por tanto con dificultades para transformarse en un espacio que aporte a los procesos de integración social, como muchas veces se
señala. Se entiende que los límites de la referida relevancia del territorio, han sido escasamente
debatidos prevaleciendo en cambio una mirada “romántica” del mismo.
Introducción
Desde hace unos años se asiste al auge
del desarrollo de la dimensión territorial en
el análisis de los problemas sociales, siendo
las formulaciones sobre la descentralización,
el desarrollo local o el capital social, algunas
de ellas. En muchas oportunidades, estas formulaciones sobre lo territorial han tenido dos
características fundamentales. Por una parte,
han tendido a autonomizarse de la realidad
social más amplia, de la cual es parte y expresa. Las transformaciones en el territorio y
en la valoración que de él se hace operan con
independencia de los aspectos que las explican, llevando en muchos casos a hacer de lo
territorial “la” cuestión social y no como aquí
será entendido, una expresión de ella. Por otra
parte, han estado connotadas de forma exclusivamente positiva. Se ha insistido en los
potenciales recursos (institucionales y de los
habitantes) a ser movilizados por instancias
más pequeñas que aquellas derivadas de los
Estados nacionales, así como en la posibilidad de dar cuenta de la diversidad de expresiones existentes en el territorio. Asimismo,
el espacio territorial es visualizado como un
ámbito potencialmente integrador, a partir de
la crisis en el mundo del trabajo.
Esta revalorización de lo territorial, coincide con el cambio de modelo de desarrollo
que viene procesando América Latina, desde
los años 80, y que se expresa -entre otros procesos- en los cambios en el mundo del trabajo
(con aumento del desempleo, la informalidad
y la precarización del trabajo) y en las políticas sociales. Señala Barba Solano (2004: 15)
que la crisis económica de 1982 y la necesidad de crédito, le dio a Washington una posición fuerte y el resultado desde la perspectiva de Washington tuvo mucho éxito, con un
cambio general en la formulación de políticas. Se redefine el escenario para la intervención estatal y se consolidan nuevos actores
globales y locales, quienes ponen en marcha
una agenda económica y social distinta a la
60
de la industrialización vía sustitución de importaciones y sintetizada en el “Consenso de
Washington”. Este promovía un capitalismo
de libre mercado y la apertura comercial, a
través de una serie de reformas estructurales
encaminadas a corregir los desequilibrios fiscal y externo, privatizar los bienes y servicios
públicos, liberalizar el comercio, desregular
el mercado laboral y financiero, y reformar
los sistemas tributario y de pensiones.
En cuanto a la agenda social, señala el
autor, que la misma fue establecida por el
Banco Mundial y el Banco Interamericano
de Desarrollo a través de una serie de recomendaciones para enfrentar la pobreza sin
poner en tela de juicio el funcionamiento del
mercado. Estas indicaciones han llegado a
conformar un nuevo paradigma de bienestar
en la región. En éste las políticas adquieren
un carácter residual, porque la agenda social
subraya el papel central del mercado en la
producción y distribución del bienestar social y rechaza la intervención estatal en los
mercados laborales, los subsidios públicos a
la producción o la tendencia a fijar políticamente algunos precios. La política social se
subordina a imperativos de disciplina fiscal y
presupuestal. Se enfatiza la conveniencia de
descentralizar el gasto y los programas sociales y se le confiere un papel fundamental a
la inversión en capital humano. El enfoque
residual se expresa también en la reducción
de la cuestión social a problemas de pobreza extrema, necesidades básicas insatisfechas
o vulnerabilidad social y no a la producción
y distribución de bienestar. Los individuos
más pobres se convierten en los referentes de
la política social, excluyendo al resto de la
sociedad, que conforman la categoría de “la
no pobreza extrema”. En congruencia con lo
anterior, los apoyos son concebidos para que
los beneficiarios resuelvan por sí mismos sus
problemas, aprovechando las oportunidades
que brinda el mercado.
Pese a esta coincidencia, los procesos referidos han sido poco puestos en relación y
por esto su vinculación es el objeto de este
artículo. Se considera que en la actualidad lo
Ximena Baráibar Ribero
territorial adquiere una importancia fundamental y distinta a la que tuviera en el anterior
modelo de desarrollo. Pero se entiende que la
misma no se deriva de los aspectos positivos,
sino que se trata de una relevancia “por defecto”. El aumento de la exclusión y la pobreza,
tienen expresión en el territorio amplificando
su importancia a partir de un doble movimiento. La dimensión territorial adquiere relevancia a partir de las ausencias, básicamente las
derivadas de la desestructuración del trabajo
y las protecciones sociales. Y también debido
a que un conjunto de “respuestas” a estas ausencias, toman lo territorial como su punto de
anclaje, lo que vuelve a darle importancia. La
actual centralidad dada a la dimensión territorial, más que anunciar el descubrimiento de
recursos y potencialidades hasta ahora desconocidos, anuncia la crisis de los mecanismos
de integración social que fueran consolidados
a partir de la mitad del siglo XX.
Se considera que es necesario contribuir
a problematizar la señalada autonomización
de lo territorial de procesos sociales más amplios, los que si por una parte explican los
cambios en el territorio, por otra parte operan
de límites para su potencialidad. Esto tiene
que ser debatido en contextos que colocan en
las comunidades y el desarrollo local expectativas desmedidas. Junto a esto y entendida
la relevancia del territorio “por defecto”, su
análisis adquiere importancia a partir de lo
que denuncia siendo una forma de aproximarse a procesos más generales. Aun en aquellos
países donde la fractura social constituye una
marca de origen, se asiste a una fuerte desestructuración de las formas de vida colectiva
que durante décadas marcaron el ritmo de las
relaciones sociales. Esta realidad, presente en
toda América Latina, adquiere dimensiones
particulares en los países del Cono Sur. La
consolidación de la ciudad posfordista, conlleva enormes implicancias socio-espaciales,
que se expresan en el reforzamiento de la
segregación territorial la que pone al descubierto las consecuencias de la desarticulación
de las formas anteriores de sociabilidad y los
modelos de socialización que estaban en la
Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia “por defecto” de la dimensión territorial
base de una cultura más igualitaria que la actual (Svampa, 2004: 71). Las referidas implicancias se expresan en territorios poblados de
ciudadanos, que “aunque cerca, están lejos”.
Se trata de una reflexión sobre los barrios
populares, debido a que es fundamentalmente
en estos donde se han colocado las expectativas de respuesta a variados problemas sociales. Y es también en estos que se entiende
opera una relevancia “por defecto”. No se trata de un rescate de la sociabilidad heterogénea propia del anterior modelo de desarrollo,
sino de expectativas puestas en espacios territoriales cada vez más empobrecidos y homogéneos, a partir justamente de la crisis de ese
modelo de desarrollo.1
Este artículo se organiza en cuatro partes.
En la primera y segunda parte, se destacan las
formas en que los cambios en el mundo del
trabajo y en la provisión de protección social
se vinculan con el territorio. Luego de esto,
se problematizan las posibilidades que tiene
lo territorial para constituirse en un espacio
integrador. Finalmente, junto con una síntesis
de lo trabajado, se destacan algunos desafíos
planteados para el Trabajo Social.
1. De la fábrica al barrio2
El actual modelo de desarrollo ha generado como una de sus manifestaciones,
la desestructuración de la sociedad salarial,
entendiendo por esta una sociedad en la cual
la mayoría de los sujetos sociales tienen su
inserción social relacionada al lugar que ocupan a partir del trabajo, o sea, no solamente
su renta, sino también su estatus, protección
e identidad (Castel, 1997: 414). Esta desestructuración de la esfera del trabajo remite
a la desaparición de millones de empleos de
baja calificación bajo la presión de la automatización, la competencia de la mano de
1
Esto no implica asimilar segregación territorial a pobreza. La segregación territorial no solamente tiene que ver
con los movimientos (y sus consecuencias en la transformación de la ciudad y la sociedad) que realizan los
sectores de bajos (o nulos) ingresos, sino también con lo
que hacen los sectores de ingresos altos y medios.
2
Svampa, 2005: 160.
61
obra barata y el desplazamiento del centro
de gravedad económica hacia los servicios.
También implica el deterioro y la dispersión
de las condiciones de empleo, remuneración
y protección social para los asalariados, salvo para aquellos de los sectores protegidos
(Wacquant, 2007: 304).
Entienden Castel (1997) y Wacquant
(2007: 306, 207) que es la propia naturaleza
de la relación salarial lo que ha cambiado, de
manera que el empleo ya no ofrece una garantía sólida de protección contra la pobreza,
incluso para aquellos que acceden a él. Con
el desarrollo del empleo de tiempo parcial,
los horarios rotativos y flexibles, los trabajos
temporarios, asociados a una disminución de
los derechos y de la cobertura social, la erosión de la protección sindical, la expansión
de escalas salariales a dos velocidades, el
resurgimiento de los talleres de explotación
intensiva y los salarios de miseria, el propio
contrato de trabajo se ha transformado en una
fuente de fragmentación social y de precariedad. Si durante la expansión fordista, la relación salarial ofrecía una solución a los dilemas planteados por la marginalidad urbana,
bajo el nuevo régimen se la debe considerar
parte del problema a resolver.
Estos aspectos impactan en el territorio
de diversas maneras. Por una parte, la pérdida
o reducción de ingresos, así como el aumento
de la informalidad, hacen que el acceso a soluciones habitacionales en las áreas formales
de la ciudad sea cada vez más difícil. No existe estabilidad laboral que permita organizar la
estabilidad habitacional. En otros casos, al
descender los ingresos, se produce una reorganización del presupuesto familiar, “liberando” ciertos gastos como el de la vivienda
y los consumos básicos, al pasar a habitar la
periferia de la ciudad.
Por otro lado, el aumento del desempleo
y de las ocupaciones precarias, implican -entre otros aspectos-, para quienes viven esta
situación, una mayor presencia en el territorio donde habitan, dado que sus presencias
fuera son escasas e intermitentes. Quien no
trabaja se desplaza poco en tanto no tiene
62
lugar donde ir ni recursos para desarrollar
actividades alternativas al trabajo (paseos, visitas de familiares, etc.). El lugar en el que
se vive y no el trabajo se transforma en el
espacio estable. De esta forma lo territorial
cobra potencia por defecto: es el lugar donde
están los pobres. Se trata de un espacio que
se desarrolla por abandono, por inexistencia
del espacio laboral. De acuerdo con Svampa
(2005: 160, 168) los procesos mencionados
fueron ampliando la distancia entre el mundo
del trabajo formal y el mundo popular, cuyo
corolario fue el quiebre del mundo obrero y la
progresiva territorialización y fragmentación
de los sectores populares. Este proceso, que
la sociología argentina ha sintetizado como el
pasaje de la fábrica al barrio, señala el ocaso
del universo de los trabajadores urbanos y la
emergencia del mundo comunitario de los pobres urbanos. El barrio fue surgiendo como el
espacio de acción y organización, y se convirtió en el lugar de interacción entre diferentes
actores sociales, desarrollando acciones cada
vez más desvinculadas del mundo del trabajo formal.
Al ser el lugar donde los pobres están y al
ser un espacio que no se articula con aquellos
derivados del trabajo, lo territorial adquiere
relevancia, una vez más, por defecto. Buena
parte de la vida de los pobres, tiene que ver
con lo que pasa en el territorio, lo que genera
una diferencia con lo ocurrido en el anterior
modelo de desarrollo. En este, la vida de los
trabajadores pobres del Cono Sur latinoamericano se caracterizaba por combinar densidad urbana con una capacidad relativamente
alta de absorción de empleo en la industria y
el sector público. En ese contexto, los trabajadores pobres mantenían vínculos más estables con el mercado de trabajo y compartían
más servicios y espacios públicos con los estratos medios que lo que lo hace actualmente
la media de pobres urbanos de esas ciudades
(Kaztman, 2003 b: 14-15). De acuerdo con
Merklen (2005: 115) a falta de otros vínculos
de pertenencia y de solidaridad institucionalizados, las clases populares construyen su
identidad alrededor de una comunidad local,
Ximena Baráibar Ribero
aspecto este reforzado por el carácter comunitario de la asistencia.
De esta manera, la relevancia de la dimensión territorial más que expresión del
descubrimiento de potencialidades ignoradas,
lo es de problemas en la integración social.
La promesa de que el trabajo se constituiría
en la vía privilegiada para la integración social, pierde actualidad para la población que
no logra establecer vínculos, estables y protegidos, con el mercado de trabajo, para servir de plataforma a estos procesos. El trabajo
formal pierde su papel como referente central
para la organización de la vida cotidiana, para
la provisión de disciplinas y regularidades, a
la vez que el progresivo aislamiento tiende a
hacer cada vez más difusas las señales que
desde la sociedad global indican caminos accesibles a personas de baja calificación para
alcanzar condiciones dignas de vida. El mundo laboral ha operado como la principal fuente para la adquisición de derechos sociales, lo
que se reflejó en la extensión de la cobertura y
variedad de las prestaciones asociadas al trabajo, así como el mejoramiento de su calidad.
También ha proporcionado experiencias básicas de ciudadanía, de valoración de la contribución al funcionamiento de la sociedad y
de defensa de intereses colectivos a través de
acciones sindicales. Actualmente, se debilita
su rol como articulador de identidades, como
generador de solidaridades en la comunidad
laboral y en las instituciones que de allí derivan. La reducción de las formas estables
de participación en el mercado y el debilitamiento de sus organizaciones cierran fuentes
importantes de construcción de derechos, perdiendo también relevancia como promotor de
ciudadanía (Kaztman, 2003 a: 10,19).
En suma, y de acuerdo con Svampa
(2005: 49, 294), las transformaciones señaladas implicaron una mutación de las pautas de
integración social y trajeron una nueva matriz
caracterizada por la polarización y la heterogeneidad social. Como consecuencia, el paisaje urbano también reveló transformaciones
importantes, adoptando formas territoriales
cada vez más radicales, ilustradas por el pro-
Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia “por defecto” de la dimensión territorial
ceso de autosegregación de las clases media
y alta, así como por la segregación obligada
de un amplio contingente de excluidos del
modelo, reflejada en la multiplicación de los
asentamientos irregulares.
El ámbito local se transforma en la caja
de resonancia de los efectos negativos del
modelo. El aumento de la pobreza y la profundización de las desigualdades, se expresan
en el territorio y también el aumento de la
conflictividad social de estos derivada (Clemente y Girolami, 2006: 50).
2. La territorialización de la protección
social
Las transformaciones en el mundo del
trabajo se articulan con cambios en la presencia del Estado, expresadas en modificaciones
en el sistema de protección social. Esto también genera impactos en el territorio, el que
adquiere -nuevamente por defecto- relevancia. Aquí interesa analizar la ampliación de
la vertiente asistencial (en detrimento de la
seguridad social) en la protección social, las
modificaciones en las esferas de provisión de
bienestar, así como en las formas de gestión
de las políticas sociales.
Los países latinoamericanos precedieron
a las corrientes reaganistas y thatcherianas en
la desarticulación de los antiguos modelos de
desarrollo económico y en la aplicación de los
modelos neoliberales expresados en el Consenso de Washington. Estas políticas se basaron en la reducción del tamaño del Estado,
la liberalización de la economía, la apertura
de los mercados, las privatizaciones, la flexibilización de las relaciones laborales. Las reformas tuvieron como principal efecto poner
fin a la injerencia del Estado en la economía,
desactivar los sistemas de protección social y
desarticular la intervención de los sindicatos.
La crisis de la deuda externa dejó a los
Estados latinoamericanos en una situación
de dependencia financiera que indujo a los
gobiernos al recurso de los organismos internacionales de crédito, los que se transforman
en un nuevo actor en el campo de la cuestión
63
social. Actúan a nivel intelectual, tanto en la
producción de datos como de herramientas
conceptuales. Luego actúan a nivel de acceso
a la ayuda financiera, ya que una buena parte de la misma es condicionada por la toma
de iniciativas de lucha contra la pobreza, lo
que estimula la adopción de su punto de vista
(Merklen, 2005: 122).
Con este telón de fondo y como fuera
señalado, una de las manifestaciones de la
transformación del sistema de protección
social se vincula con la ampliación de la
vertiente asistencial. Derivado fundamentalmente de los cambios en el mundo del
trabajo, la relevancia de la dimensión territorial está dando cuenta del quiebre de
la seguridad social dentro del sistema de
protección social. Señala Boschetti (1997:
28) que en el Estado social, la pobreza y
la inseguridad social encuentran respuestas a través del desarrollo de un sistema de
protección social basado en la articulación
de dos lógicas de cobertura social: junto a
la asistencia, se desarrollan los seguros sociales. Históricamente, la asistencia social
presenta características específicas: derecho no contributivo, selectivo, condicional,
en la mayoría de las veces relacionado a
la idea de dependencia e incapacidad para
producir. Los seguros sociales, a diferencia
de la asistencia, se impusieron como derechos contributivos, basados en la relación
entre trabajo estable y el derecho a obtener
acceso a la protección social. Las transformaciones en el mundo del trabajo, ponen
en cuestión la vertiente contributiva de la
protección social, abriendo paso a la asistencial.
El desplazamiento de la seguridad social
y la creciente relevancia de la asistencia tiene un correlato en el territorio. Este adquiere
menos relevancia por las supuestas potencialidades existentes que porque la asistencia es
territorializada. Señala Castel (1997: 40,62)
que el campo de la asistencia está delimitado a partir de dos vectores fundamentales:
la incapacidad para trabajar y la relación de
proximidad entre quienes asisten y son asis-
64
tidos. El indigente tiene más posibilidades de
obtener socorro cuando es conocido, cuando
entra en las redes de vecindad que expresan
una pertenencia a la comunidad.
Entiende Castel (1997: 469) que la relación laboral fordista, implica -entre otros
aspectos- la inscripción del trabajador como
miembro de un colectivo dotado de un estatuto social, superando la fragilidad contractual
y permitiendo la reducción progresiva del
carácter personalizado e individualizado del
vínculo de trabajo. Se trataba de un proceso
de desindividualización que inscribía al trabajador en regímenes generales y protección
social y permitía una estabilización de los modos de vida. Esa desindividualización permite la desterritorialización de las protecciones.
Las nuevas protecciones se colocan en un registro distinto del promovido por las protecciones cercanas de la asistencia, donde sólo
se obtenía seguridad a través de la pertenencia territorial. El seguro despersonalizaba y al
mismo tiempo deslocalizaba las protecciones,
instaurando una asociación inédita entre seguridad y movilidad. Si llenaba las condiciones que lo convertían en derechohabiente, el
trabajador podía estar igualmente asegurado
en cualquier ciudad. El resquebrajamiento
de la seguridad social y la emergencia de la
asistencia, implica entonces un retorno a la
reterritorialización de la protección social, al
espacio territorial como ámbito fundamental
en el cual se desarrollan las políticas y programas sociales. Esto por la razón ya señalada: es
el ámbito donde la gente está de manera estable. Si existe trabajo formal, es posible pensar
en programas sociales fuera del lugar donde
se vive, básicamente en la órbita del trabajo.
Ante esta realidad, diversos programas sociales se desconcentran, procurando acercar los
servicios a las distintas comunidades. A esto
se suman los programas emblemáticos surgidos en el marco de situaciones de “crisis en la
crisis” -programas que garantizan alguna forma de renta y los de alimentación-, los cuales
se desarrollan fundamentalmente en el marco
de administraciones locales.
Ximena Baráibar Ribero
Entiende Merklen (2005: 110,119) que
un nuevo sistema de protagonistas en las políticas sociales (el Estado descentralizado y reformado, las organizaciones internacionales y
las ONG y organizaciones de habitantes) se
engrana con un desplazamiento de la problemática social, expresada en el corrimiento
de la problemática del trabajador hacia la del
pobre. La cuestión social será sinónimo de
pobreza, lo que no se deriva necesariamente
de una observación objetiva del fenómeno,
puesto que otros aspectos (como el aumento
del desempleo y la degradación de la relación
salarial) fueron observados sin que pasaran a
integrar las problematizaciones o las estrategias para hacer frente a los nuevos retos. La
denominación de pobres de los que eran considerados trabajadores comporta una redefinición de los problemas sociales y del campo de
lo posible en el ámbito de la acción.
En el contexto analizado, esta redefinición de los problemas sociales, se expresa
en dos ámbitos con impactos en el territorio.
En primer lugar, en un reordenamiento de las
esferas que potencialmente proveen bienestar
social. Para las perspectivas liberales, debe
tenderse a la reducción de la esfera del Estado, siendo el mercado el ámbito en el que
deben resolverse las necesidades sociales. En
caso de una falla de este, se espera que sean
las familias y comunidades las que respondan
a las mismas. Entiende Svampa (2005: 89)
que la ciudadanía reservada a los excluidos
es de carácter restringida, se trata de un “modelo participativo-asistencial”. Este implica
políticas focalizadas, omnipresencia del Estado y participación en redes, expresado en
la exigencia de auto-organización comunitaria. Una de las recetas para combatir la pobreza consiste en impulsar el desarrollo de
redes comunitarias locales, con el objetivo
de generar formas de participación ciudadana y estrategias de “empoderamiento” entre
los más vulnerables. En similar sentido, para
Merklen (2005: 113) pensar la agenda social
en términos de lucha contra la pobreza tiene
como una de sus consecuencias fijar la mirada
sobre los pobres, trabajando menos sobre los
Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia “por defecto” de la dimensión territorial
dinamismos sociales que configuran la causa
del empobrecimiento. En el mejor de los casos, se pretende promover las asociaciones de
habitantes y se habla del empoderamiento, lo
que implica una invitación a los pobres a participar en la gestión de su propia asistencia.
Finalmente, la vinculación entre protección social y territorio es potenciada por el
cambio en la matriz de políticas sociales. Las
respuestas construidas a partir de las perspectivas neoliberales, implican abandonar las
pretensiones universalistas para focalizar las
acciones sobre las categorías de pobres más
afectadas por las dificultades. Las políticas
sociales son orientadas hacia los distintos
grupos que deben asistirse y sobre los diferentes tipos de problemas sociales asociados
con la pobreza, lo que genera además una
multiplicación de programas sociales. Se trata
de ayudar a los sectores de la población desamparada y para eso “es necesario estar sobre
el terreno” (Merklen, 2005: 125).
La focalización debe acompañarse de
una descentralización del Estado en beneficio
de los gobiernos locales, permitiendo mejorar
las políticas en términos de costos e impactos. Entienden Clemente y Girolami (2006:
16,20-21) que este cambio está relacionado
con cuestiones económicas y políticas derivadas fundamentalmente de la reforma del
Estado, como la reducción de los gastos en
el nivel central y la transferencia de responsabilidades a las provincias y municipios y
la pérdida de importancia gradual del Estado nacional como agente de desarrollo. En
este marco, se vuelve importante considerar
las especificidades locales para el diseño y
la gestión de las políticas públicas, en vistas
del reconocimiento de la necesidad de gestión de la diversidad, siendo el municipio
una instancia privilegiada. Un segundo argumento a favor de la descentralización refiere
a la relevancia del aumento de la participación social. Señalan las autoras que al binomio democracia/ desarrollo local se agrega el
principio de superación de la pobreza, lo que
implica desarrollo de la comunidad, focalización y participación social (particularmente
65
de los pobres). En suma, este enfoque instala
la idea de un municipio capaz de movilizar
recursos locales y reconoce diferencias técnicas y administrativas que se pueden superar
por medio de planes de desarrollo. A su vez,
se pondera la capacidad de establecer redes
de cooperación entre las ONG, las organizaciones comunitarias y los beneficiarios de
los programas sociales. Se incentiva la visión
de un desarrollo autogenerado que ignora las
condiciones objetivas que tienen la mayoría
de los gobiernos municipales para establecer
sus estrategias económicas.
De esta manera, los cambios a nivel estatal, la redistribución de los papeles de los
actores encargados de la provisión de bienestar y la nueva problematización de lo social
en términos de pobreza, se ven acompañados
por un aumento de la relevancia de las ONG
y de las asociaciones de beneficiarios. La
existencia de organizaciones de base territorial no constituye una novedad. Los rasgos
distintivos en la actualidad se derivan del aumento de las mismas en detrimento de otras
modalidades organizativas y su ubicación en
el entramado de prestaciones sociales, lo que
también potencia el ámbito territorial.
En un estudio sobre organizaciones territoriales en Argentina, realizado por Clemente y Girolami (2006: 50-55), estas fueron agrupadas en dos conjuntos. Por un lado,
organizaciones tradicionales que responden
a una configuración ligada al fomentismo y
al vecinalismo. En estas, la idea de progreso
constituye la principal motivación y su acción
se encuentra centrada en el desarrollo urbano
ligado a la provisión de infraestructura, equipamiento, vivienda y servicios. Por otro lado,
fueron identificadas nuevas expresiones asociativas que se desarrollan para enfrentar la
pobreza y el desempleo, cuyo motivo básico
de nucleamiento está centrado en la satisfacción de necesidades de subsistencia. Dentro
de este segundo grupo, un conjunto importante de organizaciones corresponde a aquellas
que encontraron en el territorio un espacio de
agregación de demandas que anteriormente
se manifestaban en el campo laboral. Como
66
consecuencia de los procesos de desempleo
y desafiliación, son dos las principales motivaciones para el agrupamiento en el territorio. La primera está dada por la posibilidad
de acceder a recursos que permitan mayores
niveles de satisfacción de necesidades. La acción de las organizaciones comunitarias está
dirigida fundamentalmente a la resolución de
necesidades y demandas antes garantizadas
por las políticas sociales del Estado de bienestar y la relación salarial estable. La situación de crisis, constituye el principal factor
de contexto y el impulso para que se activen
nucleamientos en el espacio comunitario. La
proximidad territorial constituye el primer
punto de vinculación entre los miembros de
la organización y un lugar de reconocimiento de objetivos compartidos. El otro factor ya
fue señalado y refiere a la implementación
de programas sociales del Estado con focalización territorial. En el surgimiento de las
nuevas organizaciones se combina la crisis
económica y de ingresos con el modelo de
gestión asociada de las políticas sociales y las
políticas focalizadas de asistencia y las prácticas de beneficencia, que han contribuido al
nucleamiento en el territorio.
Como fuera señalado con relación a las
organizaciones sociales la segunda novedad refiere a su ubicación dentro de las prestaciones
sociales. Entiende Merklen (2005: 126) que la
participación de las organizaciones barriales en
la gestión de las políticas sociales es mucho más
antigua que la reorientación de las políticas públicas. Para el autor, la novedad procede de varios factores reunidos por la coyuntura en la que
se inscriben las estrategias de lucha contra la
pobreza. En primer lugar, la precarización del
empleo y el deterioro de los sistemas de protección social dejan a una cantidad creciente de familias fuera del alcance de los antiguos sistemas
sociales apoyados por los sindicatos y el Estado:
los mismos que se tenían por trabajadores, hoy
son invocados como pobres. En segundo lugar,
alentados por las nuevas orientaciones políticas,
los Estados se propusieron construir este tipo de
interlocutor político. El estatuto de las organizaciones locales cambia, se las reconoce como un
Ximena Baráibar Ribero
“capital social” del que los gobiernos no pueden
ignorar ya la existencia. En tercer lugar, las nuevas estrategias contribuyeron a modificar la relación con lo político de las clases populares. El
juego triangular entre agencias internacionales,
ONG y gobiernos convoca a las organizaciones
locales como actor privilegiado, lo que refuerza
a las organizaciones de base territorial así como
el juego político local. De esta manera, el pasaje de la fábrica al barrio se fue consolidando
a través de la articulación entre descentralización administrativa, políticas sociales focalizadas y organizaciones comunitarias, lo cual trajo
una reorientación de las organizaciones locales
(Svampa, 2005: 184).
Políticas desconcentradas y descentralizadas, focalizadas y con participación de los
beneficiarios, canalizan recursos a partir de
una lógica de proyectos, lo que implica cursos de acción limitados en el tiempo y en el
espacio (lo que también potencia el territorio)
y la intención de luchar contra la pobreza en
función de necesidades y de objetivos que deben ser definidos localmente y que deben desencadenar dinámicas destinadas a volver más
autónomos a sus beneficiarios. Sin embargo,
los proyectos de lucha contra la pobreza no
permiten nunca que algo sea conquistado.
Asociaciones y grupos de habitantes permanecen en una perpetua búsqueda de recursos
que son distribuidos demasiado puntualmente
para que puedan inscribirse en una dinámica
de regularidad social (Merklen, 2005: 128129).
3. ¿Nuevo fundamento para la integración
social?
Como fuera señalado, este artículo parte
de considerar que la dimensión territorial ha
adquirido en los últimos años una gran relevancia en el análisis de los problemas sociales, estando asociado a valoraciones positivas, llegando a ser indicado como un posible
ámbito de integración social. En este apartado interesa analizar en qué medida esto es
posible, lo que debe ser realizado a la luz de
los cambios en el mundo del trabajo y en la
Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia “por defecto” de la dimensión territorial
matriz de políticas sociales, tal como fueron
desarrollados.
Merklen (2005: 176) destaca la inestabilidad como una característica del mundo
popular. Para el autor, las fuentes de esta
inestabilidad son la relación con el trabajo y
las instituciones públicas. Las condiciones de
trabajo y la seguridad del empleo, junto a las
instituciones públicas, fueron el germen de
una estabilidad que permitió organizar historias individuales e intergeneracionales. Fue la
articulación entre el mundo del trabajo y la
institucionalización de las protecciones sociales a través del derecho que permitió conjurar
una gran parte de las inseguridades sociales.
Actualmente, y como fuera analizado, se
asiste a la introducción de nuevas fuentes de
inestabilidad. Si la precariedad de las relaciones de trabajo se sitúa en el corazón de las
irregularidades, la orientación de las políticas
sociales no es menos productora de inestabilidad. Las estrategias de lucha contra la pobreza, inscritas en la lógica de proyectos, no permiten estabilizar la vida de los individuos ni
constituirse en los soportes necesarios para su
soberanía. En lugar de modificar la situación
contra la cual luchan, estas estrategias terminan reforzando las lógicas de funcionamiento
ya instaladas en los barrios pobres (Merklen,
2005: 129,170, 193).
Señala Merklen (2005: 156,182) que la
forma y el tipo de institución, así como las actividades institucionalizadas son determinantes del lugar que lo local adquiere en la integración social de los individuos. Cuanto más
amplias y comprensivas son las estructuras
universales, más pierde el barrio en importancia como constructor de identidad y sostén de
los individuos y de las familias. Cuando los
soportes de orden societal son menos sólidos,
lo local toma el relevo a través de diversas
formas de relaciones de proximidad. El barrio puede resultar la vía privilegiada de formación de la identidad cuando los lazos de
integración social no son lo suficientemente
sólidos, como en el caso de todos los barrios
asociados a formas de exclusión social, en los
que los lazos tejidos en el marco de solidari-
67
dades barriales ocupan los espacios vacantes
dejados por las instituciones.
Entonces, en espacios caracterizados inestablemente por el empleo y las instituciones, el
barrio puede constituir el sostén básico de los
individuos, la base principal de la estabilización
de la experiencia. Este ofrece al individuo un
marco de inscripción social territorializada en
el que los habitantes encuentran, por una parte,
una estructura relacional que les sirve de soporte
y por la otra, un lazo con los servicios, la ciudad
y las instituciones. Permite por tanto hacerse de
un lugar en el mundo y en gran medida afrontar
de manera colectiva los problemas engendrados
por la precariedad, reduciendo los estados de
vulnerabilidad.
Señala Merklen (2005: 137) que las constataciones anteriores conviene relativizarlas.
La inscripción territorial permite -a veces- resistir algunos de los efectos más perversos de
una individualización anómica que amenaza
a los más débiles de una desafiliación completa. Las estructuras relacionales constituidas a partir de la inscripción territorial, sustituyen las fallas de las otras modalidades de
inscripción colectiva. Sin embargo, el carácter masivo de la vulnerabilidad plantea problemas imposibles de resolver en el marco de
las solidaridades locales. Ante la pobreza y la
precariedad, la ayuda mutua no puede bastar
para colmar los déficit de una situación a la
que son abandonadas las familias. Los lazos
locales de solidaridad no pueden propulsar a
los individuos a una plena integración en la
sociedad moderna.
Los límites de lo local son de dos naturalezas diferentes. El primer tipo de límites se
desprende del hecho de que las regulaciones
de la vida del barrio se realizan en gran medida fuera de éste. La mayoría de las regulaciones de la vida social corresponden al dominio
institucional, especialmente al del Estado, incluso en las sociedades en que el Estado está
poco presente. El segundo tipo de límites proviene del hecho de que la participación de los
individuos en la sociedad no puede hacerse
exclusivamente en el dominio de lo local. Si
el barrio puede constituir un territorio de ins-
68
Ximena Baráibar Ribero
cripción, no puede bastar nunca para organizar por entero la vida del individuo. El barrio
se constituye en una muralla defensiva frente
a la pobreza y la inestabilidad en la que está
inmersa la experiencia social, permitiendo poner pie en tierra firme a sectores sociales que
de otra manera se encontrarían en el mayor
desarraigo. No obstante, esta estrategia de integración opera a través de una inscripción en
la ciudad que en sí no puede colmar los déficit
de integración engendrados por otros registros
de lo social. No da acceso más que a una inserción de tipo marginal, aunque más no sea
porque la relación con el trabajo pasa por otras
vías (Merklen, 2005: 169, 191).
esos ámbitos, pero también dado que el TS
mira con “romanticismo” ciertos trazos de las
políticas sociales, sin la suficiente problematización de los mismos: se entusiasma rápidamente con el discurso de la autonomía y
con las lógicas de contrapartida; concibe los
territorios como lugares llenos de potencialidades; se entusiasma también con el traslado
creciente de las intervenciones a los procesos
de coordinación, promoción, etc., en tanto
tiene dentro de sí miedo a los programas asistenciales y gusto por los educativos y los promocionales; y finalmente también confía en
la autogestión de los pobres como mecanismo
de salida de la pobreza (Baráibar, 2005: 163).
4. Desafíos para el Trabajo Social y síntesis final
En el territorio desarrolla su acción profesional con población que producto -entre otrosde la pérdida y/o precarización del trabajo viene
sufriendo un constante deterioro de sus condiciones de vida, manifestándose en un aumento
de la desigualdad y la pobreza. Estas situaciones
generan un aumento de demandas al Estado, en
el mismo momento en que este cambia su manera de estar presente (ampliación de su carácter
residual y transitorio, deterioro de la calidad y
de los dispositivos existentes y ampliación de
los procesos de desmaterialización de las políticas sociales). Mayores demandas al Estado
en la provisión de bienes y servicios sociales,
implican mayores demandas a los trabajadores
sociales.
Si aumentan el desempleo y el número de
pobres, habrá cada vez más gente cuya vida
transcurre casi exclusivamente en el territorio
donde vive y solamente con quienes comparte ese territorio. Por otra parte, la desconcentración y más en general, lo territorial como
ámbito de desarrollo de políticas y programas
sociales, que permitiría acercar bienes y servicios sociales a quienes tienen dificultades
para su acceso, puede terminar consolidando
mayores procesos de segregación en tanto la
gente queda cada vez más “encerrada” en su
territorio. Es posible observar un creciente
proceso de aislamiento de las comunidades
más pobres y de su gente, de desarrollo de
competencias sociales solamente habilitantes
A partir de la constatación de la relevancia que la dimensión territorial ha adquirido
en los últimos tiempos, este artículo tuvo
como objetivo analizar su vinculación con los
cambios en el mundo del trabajo y el nuevo
modelo de políticas sociales. Se considera
que la relevancia del territorio deriva menos
de las supuestas potencialidades que el mismo tiene, que de las ausencias que denuncia,
siendo por tanto una relevancia “por defecto”.
Los procesos analizados impactan en el
ejercicio profesional del Trabajo Social, en tanto las políticas sociales constituyen el espacio
ocupacional de la profesión y las poblaciones
pobres, el sujeto fundamental a quien se dirige
el accionar de los trabajadores sociales.
El Trabajo Social se coloca entre las expectativas desmedidas puestas en el ámbito
territorial y la realidad de quienes allí habitan. Si por una parte esas expectativas provienen como mandatos externos, por otra
existen dentro de la propia profesión, lo que
las termina reforzando en muchas oportunidades. Por otra parte, las modificaciones en
la administración de las políticas sociales no
ocurren por fuera de la profesión. En los procesos de descentralización y focalización, los
trabajadores sociales tienen un rol relevante.
Este deriva de la ubicación privilegiada en
Tan cerca, tan lejos: Acerca de la relevancia “por defecto” de la dimensión territorial
para operar en el territorio en que se habita
con la creciente sensación de lejanía de la
ciudad y por tanto de resquebrajamiento de la
ciudadanía. Señala Procacci (1999: 38) que el
significado de ciudadanía que opera en esas
políticas es el de integración local. La ciudadanía se convierte en una cuestión de sociabilidad, de animación activa; conductas cuyo
marco es el emplazamiento donde se produce
la exclusión. Los recursos materiales y simbólicos disponibles en los barrios populares
tienden a empobrecerse, lo que obliga a preguntarse por el potencial del espacio territorial.
A esto es posible sumar las advertencias
señaladas por Castel (1997: 475) quien entiende que la localización de las intervenciones
recobra una relación de proximidad entre los
participantes, que las regulaciones universalistas del derecho habían desdibujado. Para el
autor, las prácticas de la asistencia constituyen
un buen esquema para captar el retorno a lo
local en las políticas de inserción. La novedad
de estas políticas no excluye algunas homologías con la estructura de la protección cercana.
Para el solicitante se trataba siempre de hacer
reconocer su pertenencia a la comunidad. Se
pregunta el autor sobre las garantías de que los
nuevos dispositivos no den origen a formas de
neopaternalismo. Sin la mediación de los derechos colectivos, con la individualización del
socorro y el poder de decisión fundado en el
conocimiento recíproco otorgado a las instancias locales, se corre el riesgo de que renazca
la vieja lógica de la filantropía: promete fidelidad y serás socorrido.
Por otra parte, la apuesta a la auto-organización de los pobres, forma parte de un enfoque que encapsula el problema de la pobreza
y propone su superación a partir de activar los
recursos locales. Entienden Clemente y Girolami (2006: 21) que en contextos de aumento
de la desocupación y la pobreza y de concentración de la riqueza, esto resulta bastante
improbable. Se establece que la planificación
y la participación social generan desarrollo,
independientemente de las variables sociales
y económicas locales y su contexto regional.
69
En cuanto a la emergencia de las organizaciones territoriales, generalmente tiende
a establecerse una relación (perversa) entre
crisis y participación. Cuanto mayor es la
situación de crisis (por tanto, de dificultad
para el acceso a recursos a través del mercado), mayor es la dependencia de la asistencia
y más centradas están estas organizaciones
en la sobrevivencia. La lógica de proyectos
y las propias condiciones de vida de la población, refuerzan una lógica centrada en la
sobrevivencia. No se trata de organizaciones
enmarcadas en horizontes que trasciendan la
emergencia y por tanto, lo inmediato. Esta
realidad lleva -nuevamente- a preguntarse sobre qué es posible de esperar del nuevo tejido
social surgido en territorios empobrecidos y
organizados en torno de proyectos contingentes.
El Trabajo Social (no exclusivamente)
avanza escasamente en la problematización
de las tensiones instaladas en el territorio, no
visualizando que las intervenciones sociales
“fallan” mucho menos por problemas técnicos u operativos que debido a que la importancia adquirida por el territorio es al mismo
tiempo su límite.
Como fuera señalado en la introducción,
analizar el territorio es un camino para analizar transformaciones más generales. Los actuales procesos de segregación territorial, así
como la relevancia del territorio “por defecto”
dan cuenta de la crisis de los mecanismos de
integración social. Señala Svampa (2004: 60,
77) que la inversión del anterior patrón socioespacial aparece vinculado al colapso del antiguo modelo de acumulación y a su reemplazo
por una matriz diferente. Lo propio de los antiguos modelos societales (fundamentalmente
del modelo Estado céntrico, que caracterizó
la etapa de sustitución de importaciones) fue
limitar las asimetrías sin poder anularlas del
todo. Los diagnósticos actuales dan cuenta de
la afirmación de un tipo societal que refuerza los procesos de fragmentación existente,
que multiplica la segmentación social, todo lo
cual conduce a una conclusión inversa a la de
las décadas anteriores.
70
Los procesos reseñados vuelven imprescindible el estudio y la reflexión sistemática
sobre los mismos, lo que coloca desafíos a las
unidades académicas. El territorio constituye
un buen punto de partida, en tanto muestra y
oculta. Si por un lado muestra ausencias y
quiebres, por otro lado el proceso de encapsulamiento hace que las expresiones más dramáticas de las condiciones de vida actuales
puedan “no ser vistas” por el conjunto de la
sociedad. Dado su quehacer profesional, el
Trabajo Social presencia cotidianamente los
procesos analizados. En tanto tiene proximidad con las expresiones dramáticas del actual
modelo de desarrollo, le cabe a la profesión
dar cuenta de estos procesos y contribuir a
volverlos públicos. Se trata de una ubicación
profesional privilegiada para la generación de
conocimiento, lo que ha sido escasamente capitalizado (Baráibar, 2005).
Pero la realidad no “habla” por sí sola.
La vinculación del territorio con transformaciones generales de las cuales es parte y
expresa, solo es posible desde el conocimiento. Un riesgo aquí presente tiene que ver con
que la territorialización de la protección, sea
también la territorialización de la reflexión.
Las nuevas modalidades de las políticas sociales operan también como límites a una
reflexión más universal, centrándola en las
pequeñas unidades y en cortos cursos de acción. Este riesgo se deriva de la idea de que
el territorio expresa toda la realidad social y
por tanto, analizar lo micro implica automáticamente analizar lo macro o como otra versión del asunto, creer que lo micro se explica
a sí mismo, vaciándolo de sus vinculaciones
generales. Si bien no alcanza comprender la
sociedad global para entender las situaciones
particulares, no es posible entender estas últimas sin una comprensión de la primera, lo
que solamente es posible dentro de referenciales teóricos. Es imprescindible poder formularle a la realidad buenas preguntas, para
lo cual es necesaria la formación teórica y la
investigación.
En el caso del Trabajo Social, para avanzar en el sentido señalado, es necesario que
Ximena Baráibar Ribero
la profesión supere la contradicción entre un
discurso que señala la complejidad de los fenómenos a los que se debe responder y una
pobre capacidad teórica para dar cuenta de
esta complejidad. Se señala que los problemas son múltiples e interrelacionados, pero
las explicaciones se vuelven superficiales, estrechas, acotadas y particulares.
Los resultados de los procesos analizados generan cambios en el vínculo social, en
la concepción de lo que debe ser una “buena” sociedad, en la reconfiguración de las
relaciones entre lo público y privado, en la
emergencia de formas de regulación que irán
marcando nuevas y rotundas formas de diferenciación entre los ganadores y perdedores
del modelo neoliberal, todo lo cual se expresa
en el territorio y al mismo tiempo lo limita.
Generan consecuencias en el modelo de ciudadanía, asentado en la figura del ciudadanopropietario y del ciudadano-consumidor, antes que en un modelo de ciudadanía política
apoyado sobre criterios universalistas y, por
ende, con alcances generales (Svampa, 2005:
58, 94).
En suma, la dimensión territorial adquiere relevancia menos por sus presencias que
por sus ausencias; no por sus potencialidades,
sino por lo que denuncia: ilustra la fragmentación social que constituye uno de los núcleos
centrales del nuevo modelo social.
Bibliografía
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Juicios y prejuicios en torno del tema del abuso
sexual infantil.
Algunos aportes para su comprensión
Laura Cafaro
Resumen
A lo largo de estos años, el tema del abuso sexual infantil ha sacudido a la sociedad a nivel
nacional e internacional a raíz de su amplia difusión en los medios de comunicación.
El impulso hacia el rompimiento del silencio comienza a correr el pesado telón de una
realidad invisible y naturalizada en el ámbito familiar a lo largo de la historia.
En el presente artículo se expresan algunos juicios y prejuicios sobre el abuso sexual infantil realizando una breve introducción sobre la diversidad de variables que debemos conocer
y manejar para la comprensión, análisis e intervención en este tema.
En el artículo también se realiza una crítica del abordaje mediático sobre el abuso sexual
infantil para finalmente pensar en algunos aportes desde el Trabajo Social en cuanto a su intervención en este tema.
Fundamentación
Desde el mes de abril del año 2008, venimos escuchando en los medios de comunicación historias ocurridas a nivel internacional
y nacional que han sacudido a la sociedad:
nos referimos al tema del abuso sexual infantil. En un mundo globalizado las noticias se
globalizan. ¿Pura coincidencia o nos encontramos frente a la habilitación de la Iglesia
Católica por medio del Papa Benedicto XVI
para comenzar a hablar acerca del tema de
abuso sexual que se viene ocultando desde
hace siglos?
Dentro de las diversas formas de maltrato infantil, tal vez la más difícil de comprender y reconocer sea la del abuso sexual hacia
niños, niñas y adolescentes. Por un lado, porque es sin duda una de las más graves, tanto
por el impacto que produce en las víctimas
como por las consecuencias postraumáticas
que genera. Por otro, porque es una temática que resulta movilizadora a la hora de ser
abordada, donde se superponen actitudes y
concepciones de conocimientos adquiridos
acerca de la misma.
Comenzaremos a hablar en este trabajo sobre la diversidad de variables que
debemos conocer y manejar para la comprensión, análisis y primera intervención
en este tema. También sobre los juicios y
prejuicios que surgen con relación al abuso
sexual infantil.
Introduciremos el concepto de “backlash” que se define como reacción adversa
ante un cierto movimiento social o político,
en este caso, el abuso sexual infantil, donde
se despliega una fuerte ofensiva para desprestigiar a profesionales que trabajan en la temá-
74
tica y poner en tela de juicio las denuncias y
servicios brindados a las víctimas.
Finalmente, hablaremos de los aportes
que en esta temática podemos hacer desde
nuestra disciplina.
Cabe señalar que la metodología utilizada para este trabajo ha sido la investigación
bibliográfica sobre el tema de abuso sexual
infantil unida a la experiencia profesional desarrollada en esta área.
Abuso sexual infantil: la noticia que
recorre el mundo
A mitad de abril del año 2008 el Papa
Benedicto XVI, en su visita oficial por Estados Unidos, mantiene una reunión con un
grupo de personas que fueron víctimas de
abuso sexual por parte de sacerdotes de la
Iglesia Católica asegurándoles rezar por ellos,
por sus familias y por todas las víctimas de
abusos sexuales. En el mes de julio, el Papa
visita Australia y en agosto Irlanda, donde
condena nuevamente en forma severa a los
sacerdotes abusadores expresando que se conozca la verdad y que los responsables sean
llevados ante la Justicia. El tema del abuso
sexual de menores por parte de sacerdotes ha
sido un escándalo en varios países alrededor
del mundo, luego de que se descubrió que las
iglesias locales trasladaban a los abusadores
de parroquia en parroquia en lugar de expulsarlos o entregarlos a las autoridades. De ahí
el discurso del Papa Benedicto XVI respecto
de este tema y su llamado a los católicos a
renovar su fe.
Unos días después, en el mismo mes de
abril, se informa un hecho ocurrido en Austria: un padre mantuvo encerrada a su hija en
un sótano durante 24 años, abusando de ella
sexualmente. El hombre vivía junto a su mujer en la misma casa en la que tenía el sótano
donde mantenía secuestrada a su hija mayor,
haciéndole creer a su esposa que la hija se
había fugado cuando tenía 17 años. De esta
relación incestuosa nacen 7 niños y niñas los
cuales nunca fueron registrados oficialmente,
ni fueron a la escuela, ni recibieron controles
Laura Cafaro
médicos. Sólo tres de estos niños aparecieron
delante de la vivienda de este señor simulando ser niños abandonados a los que él junto
con su esposa adoptaron. El caso salió a la luz
cuando la hija mayor cayó gravemente enferma y tuvo que ser trasladada al hospital de la
ciudad.
A comienzos del mes de mayo, una noticia estremecía a la opinión pública uruguaya:
Pamela, una niña de 11 años, fue asesinada
en el departamento de Maldonado. La situación fue cobrando más dramatismo cuando se
supo que la niña sufría abuso sexual por parte
del padrastro y otros hombres vinculados a la
familia desde hace tiempo atrás.
A los pocos días, un lactante muere como
consecuencia de lesiones producidas por una
violación a la que fue sometido. La aparición
de este tipo de delitos parecía no terminar y
en el Hospital Pereira Rossell y otros centros
de salud de Montevideo y de todo el país, las
situaciones de abuso sexual infantil empezaban a salir a luz conmoviendo a la sociedad.
Es así como a fines de mayo, la joven
Valentina de 19 años denuncia haber sufrido abuso sexual desde pequeña por parte de
su padre, habiendo nacido tres niños de esta
relación incestuosa. La joven, entrevistada
en varios medios de comunicación, exhorta
a las víctimas a romper el silencio y comenzar a denunciar su sufrimiento. Al escuchar
a esta joven, una mujer de 35 años contó
en Durazno su propia historia en una radio
local, relatando que desde los 10 a 13 años
había sido abusada sexualmente por un primo hermano de su madre, teniendo de esta
relación un hijo que hoy tiene 22 años de
edad.
Este impulso hacia el rompimiento del
silencio es un paso importante para que una
realidad invisible y naturalizada dentro del
ámbito familiar comience a conocerse. El
abuso sexual infantil es un fenómeno histórico, que no es ni nuevo ni consecuencia de
la vida moderna. ¿Pero estamos capacitados
los profesionales que trabajamos en las áreas
sociales, de salud, jurídica, etc., para escuchar
estos relatos de vida y hacernos cargo de un
Juicios y prejuicios en torno del tema del abuso sexual infantil. Algunos aportes para su comprensión
adecuado acompañamiento a las víctimas y
de las denuncias?
Definición de abuso sexual infantil
Para definir el abuso sexual infantil se
realizará una recopilación de varios autores (Corsi, 1994, Podestá y Rovea, 2003)
tomando los elementos en común de esta
definición. Se entiende por abuso sexual infantil toda aquella situación en que un adulto utiliza su interrelación con un niño/a,
en relación de sometimiento, para obtener
satisfacción sexual, en condiciones tales
en que los mismos son sujetos pasivos de
dichos actos y pierden la propiedad sobre
sus propios cuerpos. Dicen Podestá y Rovea (2003) que existe la tendencia de querer
equiparar esta expresión con el término jurídico “violación”. Pero el abuso sexual infantil no implica necesariamente la penetración, es mucho más abarcativo porque “(…)
comprende todas las actividades sexuales
en las que los niños se ven involucrados
con adultos que ejercen sobre ellos conductas sexuales abusivas, que van desde besos,
manoseos, sexo oral, penetración vaginal
y/o anal (…)” (Podestá y Rovea, 2003). Se
considera también dentro de este concepto
el obligar a un niño/a a presenciar y/o participar en actos sexuales entre adultos y el
utilizar niños/as para prostituirlos/as o en la
producción de material pornográfico.
El abuso sexual intrafamiliar ocurre
cuando el abusador puede ser el padre, hermano, abuelos, tíos, padrastros u otros familiares allegados a la víctima. El abuso sexual
extrafamiliar por lo general es perpetrado
por alguien que el niño/a conoce: un vecino, un profesor, un profesional, etcétera. Por
su parte, el incesto corresponde a una forma
de abuso sexual que es “(…) el acto sexual
entre familiares de sangre tales como padrehija, hermano-hermana, madre-hijo” (Corsi,
1994).
Se estima que del 90% al 95% de los
abusadores son varones, si bien hay mujeres
que abusan lo cual cuesta creer ya que ame-
75
naza ciertas creencias fuertemente arraigadas
en nuestra cultura como la idealización de la
maternidad y el “instinto materno” con todas
sus implicancias en cuanto a la naturalidad y
sabiduría biológica con que las mujeres se relacionan con los niños.
El abuso sexual infantil difícilmente se
descubre en el primer episodio; pueden suceder meses o años hasta que el secreto se
devela. El abusador sexual tiene facilidad
para manipular las percepciones, emociones
y juicios de los demás, logrando así distorsionar la realidad. Por otra parte, la coerción
emocional y/o física que ejerce el abusador
sobre la víctima tiene como fin garantizar el
silencio. El niño/a es amenazado/a con que
el hecho de revelar el secreto podrá llevar a
consecuencias más graves aún: como la desintegración del grupo familiar, dar muerte a
un ser querido (por ej. madre, hermano/a) o la
propia muerte.
Luego de definir conceptualmente esta
problemática, nos parece importante posicionarnos desde un enfoque multicausal, donde
el género y el poder son variables clave para
explicar y comprender este fenómeno. En
este sentido, nos ayudan a entender las desigualdades de género/sexo estereotipadas así
como los mecanismos de control social que
tienden a mantener el esquema de autoridad
patriarcal, sustentado en la desigualdad de los
sexos.
Uno de los ámbitos donde se construye
socialmente el género es el familiar. Esto se
sostuvo durante mucho tiempo sobre un paradigma que definía a la familia como “(...) una
institución destinada a confortar y sostener
a sus miembros, regulada por una figura paterna protectora, ámbito de paz, equilibrio y
consuelo” (Giberti, 1999). Agregan a esto Cafaro y Macedo (2001): “Sucede que cuando
esta imagen se fractura, deja a la vista lo que
la historia había omitido, y lo que las convenciones sociales y religiosas habían eludido:
que la familia también constituye un núcleo
de violencias donde además se ‘naturalizan’
hechos o atributos, justificando desigualdades
y jerarquías determinadas”.
76
Una familia en la que existe violencia tiene una estructura rígida, verticalista, autoritaria que discrimina entre varones y mujeres,
con roles estereotipados, en la que se cree que
se debe obedecer ciegamente. En ella se suele
utilizar la crítica, la humillación, el silencio,
las prohibiciones no razonables, el control,
la vigilancia, etc., como formas de ejercer el
dominio desde uno de los miembros sobre el
resto de la familia. Muchas de estas características coinciden con el perfil tradicional de
las antiguas familias en las que un varón ejercía el poder absoluto. Esto explica de alguna manera, como en el curso de la historia la
violencia se ha naturalizado y quedado oculta
dentro de la organización familiar y contexto
social.
Con relación al abuso sexual infantil podemos decir que la mayoría de los abusos suceden dentro del ámbito familiar ocurriendo
la victimización infantil “(…) en el contexto
de una relación cotidiana corriente” (Podestá y Rovea, 2003). Dicen estas autoras que el
niño/a es llevado/a a una “(…) lenta y progresiva sexualización de la relación a través
del tiempo, la cual tiene un efecto pernicioso
en el niño, que va más allá del acto sexual
en sí mismo, porque envuelve en su propia
complicidad tal actividad, resultándole entonces difícil contar lo que sucede” (Podestá y
Rovea, 2003).
Juicios y prejuicios sobre el abuso sexual
infantil
En la bibliografía señalada los autores
(Corsi, 1994, Intebi, 1998, y Podestá y Rovea, 2003) realizan una enumeración similar
de los mitos, es decir de las creencias erróneas que se aceptan como verdaderas, y que
llevan a construir juicios y prejuicios en torno
del tema del abuso sexual infantil. Se mencionarán los siguientes:
1. El abuso sexual infantil es un hecho
infrecuente: Hasta hace algunos años, se pensaba que las situaciones de abuso sexual infantil eran algo extremadamente raro. Pero
cuando se comenzó a investigar, las estadís-
Laura Cafaro
ticas mostraron la magnitud social de un problema social que se había mantenido oculto
durante siglos.
2. El abuso sexual infantil ocurre en
familias de bajo nivel socioeconómico: Podemos decir que el abuso sexual infantil es
“democrático” en el sentido de que ocurre en
todas las clases sociales y no es patrimonio
exclusivo de los sectores con carencias económicas y educativas. Lo que ocurre es que
a medida que ascendemos en la escala social,
existen más recursos para mantener oculto el
problema. Paradójicamente, los/as niños/as
de niveles sociales medios y altos se encuentran mucho más desprotegidos y están menos
expuestos a la intervención de la comunidad
y de los servicios públicos que los/as niños/as
de la franja poblacional pobre.
3. Los niños son muy fantasiosos: En
nuestra sociedad hay una larga tradición de
descreimiento hacia los/as niños/as. Unido
a este descreimiento está la idea de que los/
as niños/as son fantasiosos, pero los más pequeños desconocen por completo detalles
precisos de la sexualidad adulta; en la edad
escolar suelen tener más conocimientos pero
todavía desconocen los detalles del juego
amoroso previo al acto sexual. Es siempre
recomendable creer el relato y hacerle saber
lo valiente que es al contar lo sucedido ya
que si la persona que escucha la revelación
se muestra incrédula, podrán pasar meses o
años o nunca volver a ocurrir que el niño/a le
cuente a alguien lo que le está sucediendo. Si
no se está en condiciones de soportar emocionalmente el duro relato de un niño/a, hay que
conducirlo/a a una entrevista con otra persona
que pueda abordar la cuestión sin culpabilizar, atendiendo el foco de la urgencia.
4. Las niñas provocan a los adultos:
Este mito está unido a la creencia popular
de que “los hombres no son de hierro”, lo
cual es un intento más de depositar la responsabilidad en la víctima apoyándose en
una premisa ideológica socialmente compartida y arraigada en nuestra sociedad, según la cual los hombres son incapaces de
controlar sus impulsos sexuales. Lo cierto
Juicios y prejuicios en torno del tema del abuso sexual infantil. Algunos aportes para su comprensión
es que numerosas víctimas de abuso sexual
presentan comportamientos seductores o
hipersexuados que aprendieron justamente
en la situación abusiva como tentativa de
ganar afecto. Dependencia y poder están
presentes en cada acto de la relación entre
el adulto abusador y el niño/a abusado/a. La
responsabilidad del abuso sexual es siempre del adulto y esto no debería admitir
cuestionamiento alguno.
5. El abuso no produce daños en los niños/as: Es frecuente que los adultos crean
que los/as niños/as no tienen conciencia de
lo que le ha sucedido y que en realidad lo
que produce daño son las reacciones de los
adultos frente al abuso, por lo cual no habría que hablar del tema para tratar de que
sea olvidado. Dice Intebi (1998) que es posible comparar los efectos del abuso sexual
infantil “(…) a los efectos de un balazo en
el aparato psíquico: produce heridas de tal
magnitud en el tejido emocional, que hacen
muy difícil predecir cómo cicatrizará el psiquismo y cuáles serán las secuelas” (Intebi,
1998).
Comportamientos de supervivencia ante el
abuso sexual infantil
Relacionado al tema de los juicios y prejuicios está la pregunta de por qué las víctimas no se defienden, no denuncian, sino que
por el contrario permanecen sumisas, solitarias y silenciosas. Desarrollan comportamientos que funcionan como verdaderas técnicas
de supervivencia.
Conocer el esquema referencial elaborado en 1983 por el Dr. Roland Summit que
se denomina Síndrome de acomodación al
abuso sexual infantil nos posibilita poder explicar entonces de manera desprejuiciada las
conductas destinadas a ocultar lo ocurrido y
a comprender la propia estigmatización de
las víctimas. Este síndrome hace referencia
a una secuencia de comportamientos que se
pueden observar habitualmente en niños victimizados. Menciona y analiza cinco patrones
conductuales (Intebi, 1998):
77
1. El secreto: Es frecuente que el abusador recurra a amenazas para evitar que el
niño/a cuente lo que está sucediendo. Las
amenazas -en el contexto que se producentienen un efecto demoledor y muchas veces
originan la demora -entre otros factores- en
la revelación. Si bien la gama de amenazas es
infinita, aparecen expresiones que se reiteran
en la mayoría de los casos: matarlo/a, matar
a la madre o a sus hermanos si le cuenta a alguien, hacerle creer que destruirá a la familia,
etcétera. A través de la coerción emocional,
física y la amenaza, el abusador le hace creer
que descubrir los hechos provocará una crisis temible y peligrosa. La fuente de temor se
transforma así en una promesa de seguridad:
si calla, todo saldrá bien.
2. La desprotección: No hay mayor desprotección que la de ser abusado por las personas de las cuales se espera protección. Se
suma a esto la educación que impartimos a
los/as niños/as: desconfiar y evitar el contacto
con desconocidos y ser obedientes y cariñosos
con los adultos de los que dependen. Parecido
es lo que trasmitimos en cuanto a los contactos corporales. Los/as niños/as más expuestos al riesgo de victimización sexual crónica,
son aquellos que ya han padecido alguna otra
forma de maltrato infantil. Podemos decir entonces que los preconceptos y expectativas de
los adultos en lo que atañe a la autoprotección
y la denuncia inmediata parecen no tener en
cuenta la ineludible subordinación y desamparo de la víctima en una relación autoritaria
y la aniquilación de la seguridad básica que
provee la familia.
3. El atrapamiento y la acomodación:
Para el niño/a que es presa de la conducta
compulsiva de un abusador, la única alternativa que siente que le queda es aprender a
aceptar la situación y sobrevivir. Culpa, autorecriminación, ira, afecto y terror se mezclan
en el interior del niño/a. Es entonces cuando
la situación abusiva se transforma en algo
crónico, repitiéndose sin que el niño/a pueda evitarla o protegerse, comienza la fase en
que queda atrapado porque comenzarán a
funcionar los mecanismos adaptativos para
78
acomodarse no sólo a las demandas sexuales
crecientes sino al descubrimiento de la traición, inocultable ya, por parte de alguien a
quien normalmente se idealiza como una figura parental protectora, altruista y amable.
Un niño/a así victimizado dará la impresión
de que acepta o incluso busca sin protestar el
contacto sexual.
La acomodación tiene que ver con mecanismos de defensa a los que recurren los
niños/as que han llegado a este estadio del
abuso y que son los trastornos disociativos.
Cualquier persona que se ve enfrentada a una
situación traumática que sobrepasa su capacidad psíquica de elaboración, recurre a un
mecanismo de defensa conocido como disociación, por el cual se separan los hechos reales de los sentimientos que generan. “De esta
manera, se garantiza que las emociones que
produce la situación traumática no invadirán
nuestra vida descontroladamente, permitiendo que los recuerdos estén presentes sin desorganizar el funcionamiento de la totalidad
de la persona” (Intebi, 1998). Cuando la disociación es exitosa, la consecuencia es la fragmentación de la personalidad donde pueden
coexistir y ser desplegadas por una misma
persona facetas diferentes de personalidad.
Está claro que cuando este mecanismo persiste por un tiempo prolongado y se pone en
marcha cada vez que se produce una situación
de conflicto o angustia, lleva necesariamente
a severos trastornos de la personalidad.
4. La revelación tardía, conflictiva y
poco convincente: El secreto del abuso raramente se revela, fuera del grupo familiar al
menos, de manera espontánea. Ocurre cuando
alguno de los elementos de acomodación implementados por el niño/a dejan de ser efectivos. Cuando sale a luz se debe al estallido de
un conflicto familiar, al descubrimiento accidental por parte de un tercero o a la detección
por personal especializado. Los conflictos familiares que con mayor frecuencia producen
el desenmascaramiento se originan en los deseos de autonomía de los jóvenes (en el caso
del abuso intrafamiliar) u ocurren después de
alguna paliza o penitencia severa.
Laura Cafaro
La revelación tiene entonces la característica de ser tardía, es un proceso de gran
complejidad dado que el niño/a sufre de altibajos, produce una inevitable crisis en la familia y por otro lado se pueden dar situación
de burnout en los equipos intervinientes en
estos casos.
La revelación puede resultar por otro
lado poco convincente para los demás, más
aún si las víctimas presentan trastornos serios
de la personalidad o conductas hipersexuadas
o adicciones, o han presentado intentos de autoeliminación como consecuencia del abuso.
5. La retractación: Ante las consecuencias de la denuncia, el niño/a puede
estar bajo la presión que ejerce el abusador y/u otros adultos que lo intentan proteger. Por otro lado, confronta como reales
los tan imaginados miedos: el niño/a puede
ser alejado de su casa y ambiente pudiendo haber una repetición del maltrato pero
esta vez a nivel institucional. El padre puede ser condenado; la madre oscila entre la
incredulidad y desesperación: la familia se
fragmenta y la víctima es culpada de esta
fragmentación. Puede también suceder que
nadie le crea al niño/a. En este momento
crítico los/as niños/as necesitan el apoyo
de personal especializado y de una rápida
intervención para que puedan sostener lo
relatado y no se retracten de su acusación.
El abordaje mediático del tema
Luego de esta brevísima presentación de
los elementos que desde mi praxis considero
más relevantes para comprender el problema
del abuso sexual infantil, quisiera unirlo con
la primera parte del presente trabajo que hace
al abordaje que hicieron de abril a la fecha los
medios de comunicación sobre este tema.
La mayoría de los medios ubicaron, en un
primer momento, este problema social como
hechos aislados que, luego de que hubo un
“estallido” de denuncias en Uruguay comenzaron a entrevistar a técnicos en esta temática, y descubrieron que una mayor cantidad de
denuncias no implicaba necesariamente más
Juicios y prejuicios en torno del tema del abuso sexual infantil. Algunos aportes para su comprensión
casos, simplemente se empezaba a correr un
pesado telón que durante siglos había permanecido cerrado.
La víctima entrevistada -y no olvidemos
que aquí estamos hablando de niños/as y adolescentes- sufría una revictimización cuando
frente a una cámara y un montón de extraños,
es decir los reporteros, respondía a preguntas que hacen al relato detallado de lo que el
abusador hacía o dejaba de hacer. El grado de
morbo se conecta con estrategias de mercado, de ventas y rating. Los derechos humanos
violados no aparecen como tales y no parecen
ir de la mano de una ética profesional y empresarial en los medios de prensa.
Cabe recordar aquí la Declaración del
Consejo Nacional Consultivo de Lucha contra la Violencia Doméstica del pasado 1º de
agosto ante el tratamiento televisivo de un noticiario en su horario central de una situación
de maltrato y abuso sexual hacia una niña.
Declara “(…) su profunda indignación ante la
forma de dar a conocer el hecho, sometiendo
a la niña a una nueva situación de victimización y maltrato, violando la normativa legal
vigente internacional y nacional” alertando
“(…) sobre las consecuencias nocivas de
abundar en detalles escabrosos de los hechos
que exacerban el morbo del público y lo alejan de una reflexión crítica y respetuosa”.1
Por otra parte, las situaciones que salieron a luz quedaron fuertemente estigmatizadas por la situación de aislamiento y pobreza
de víctimas y victimarios. Relacionado a este
punto dice Herrera (2004) “La noticia también es un modelo de tratamiento mediático,
con su corte sensacionalista en los títulos y la
selección que hace el periodista de los dichos
de los testigos, de donde el lector puede inferir que los niños controlados, que viven en
un hogar bien constituido, con un buen pasar
económico, no corren esos riesgos. (…) Este
texto es el compendio de la ideología predominante acerca del abuso en muchos sectores
de las sociedades analizadas: estereotipo de
1
Consejo Nacional Consultivo de Lucha contra la Violencia
Doméstica, Montevideo 1º de agosto de 2008, http://www.
mides.gub.uy/inamu/DeclaracionCNC_1eroAgosto.pdf.
79
abusada, sesgo de género y de nivel socioeconómico”.
Surge entonces aquí la pregunta: ¿los
medios de comunicación también nos informarán cuando se trate de niños/as o adolescentes víctimas de padres, tíos, abuelos,
etc., de otros sectores sociales como los
medios y altos? Señala Berlinerblau que
mientras “(…) el problema estuvo referido
a sectores marginales o de clases bajas, las
denuncias progresaron vertiginosamente.
Cuando empezó a circular la sospecha de
que la Violencia Familiar era una problemática que atravesaba a todas las clases
sociales, la tendencia de este proceso cambió radicalmente. Se disparó una reacción
(“backlash”), disfrazada de buenas intenciones, para poner límites a los profesionales a los que se tildó de “abusadores de
denuncias de abuso sexual infantil”.
Estos razonamientos incluyen la idea
de que los técnicos llegan a manipular a
los/as niños/as para efectuar o consentir
denuncias falsas atacando así la “unidad
familiar”. Sostiene Berlinerblau que luego
de un período favorable de reconocimiento
del abuso sexual infantil en la comunidad
como un problema común de la infancia,
surgió en Argentina hacia fines de la década de los 90 una campaña de desprestigio a
profesionales que trabajan en la temática,
invalidando las denuncias, desmantelando
los servicios públicos que brindan atención
a las víctimas y poniendo en riesgo la protección infantil. Este fenómeno se denomina “backlash”, que se puede definir como
la reacción adversa poderosa frente a un
movimiento social o político.
Este fenómeno parece interesante introducirlo en este artículo porque en el tema
del abuso sexual infantil cada uno debería
comenzar por revisar lo que planteábamos al
principio de este trabajo, es decir los mitos,
juicios, prejuicios, creencias erróneas que
tiene sobre esta temática para posicionarse
claramente frente al tema y contribuir de esta
manera a la difusión en los distintos ámbitos
de los que formamos parte.
80
El aporte desde el Trabajo Social
La intervención profesional nos permite situarnos frente a los sujetos, al grupo familiar, acercarnos a la trama social que los
sujetos establecen en su vida cotidiana para
pensar, desde un relacionamiento teóricopráctico, las distintas estrategias de intervención.
En el tema del abuso sexual infantil
nuestra intervención puede partir en actividades ligadas a la prevención primaria. Esto lo
podemos realizar a través de charlas, talleres,
proyectos interinstitucionales, etc., para niños, niñas, adolescentes y adultos donde fortalecer la cultura de los derechos y difundir la
Convención sobre los Derechos del Niño, el
Código del Niño y Adolescente del Uruguay,
la Ley No. 17.514 de Violencia Doméstica,
como mecanismos de prevención desarrollando de esta manera estrategias de sensibilización para evitar violencia a nivel familiar y
comunitario.
En talleres con niños/as podemos apuntar
a que los mismos conozcan su propio cuerpo,
educarlos para que se sientan con el derecho
para rechazar enérgicamente e impedir que
cualquier persona adulta conocida o desconocida, toque sus partes íntimas. Por otra parte,
es importante entregarles la confianza necesaria para que sepan que no deben guardar “secretos”, sobre todo en el caso de que alguien
trate de realizar algo indebido que lo/a violente, aun cuando ese “alguien” sea cercano y un
ser querido.
Con respecto a la promoción y difusión de los servicios de prevención y
asistencia, resulta importante poder confeccionar guías de recursos para orientar
y apoyar a niños, niñas, adolescentes y
padres que nos vengan a contar una situación de abuso sexual. Efectuar el relevamiento en la comunidad donde funcionan
los servicios para facilitar la inmediatez
resolutiva es fundamental.
Con relación a esto, en Uruguay contamos actualmente con protocolos y mapas de
ruta que operan como instrumentos para uni-
Laura Cafaro
ficar criterios y pasos a dar.2 El aporte nuestro
puede estar en que estos instrumentos no resulten ser “abstractos” sino que los podamos
bajar en territorio, tendiendo de esta manera
las redes necesarias para actuar en forma eficaz y eficiente.
Para ser eficaz en identificar y tratar a
niños, niñas y adolescentes víctimas de abuso
sexual, el/la trabajador/a social necesita estar
bien informado/a sobre las características, los
indicadores y efectos del abuso sexual infantil.3 Una vez que se toma conocimiento de una
situación de abuso, la prioridad debe estar en
informar, apoyar y proteger a las víctimas y a
sus familiares para que puedan afrontar esta
problemática de la mejor forma. Es entonces
indispensable que el/la trabajador/a social
esté capacitado/a para manejar adecuadamente este estado de crisis y lograr que su intervención sea coherente buscando proporcionar
una atención integral e interdisciplinaria.
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el campo de la Protección de la Infancia”. En:
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virginia_berlinerblau.htm.
Cafaro, Ana Laura; Macedo, Mirta. “Violencia doméstica y legislación en el Uruguay
de hoy”, Revista de Trabajo Social, Año XV,
No 22, Editorial Eppal, Montevideo 2001.
2
3
Protocolo de Intervención para situaciones de Violencia
hacia Niños, Niñas y Adolescentes (Instituto del Niño
y Adolescente del Uruguay (INAU) – Sistema Integral
de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes contra la
Violencia (SIPIAV), noviembre 2007).
Mapa de Ruta en el ámbito escolar para situaciones de
maltrato y abuso sexual que viven niños, niñas y adolescentes (ANEP, CEP, PNUD, INAU, UdelaR, Infamilla,
2007).
Se recomienda la lectura de los materiales señalados en
la Bibliografía, ya que por el límite de páginas (15 carillas) impuesto para este trabajo se optó por no profundizar en las características, indicadores y efectos del abuso
sexual infantil.
Juicios y prejuicios en torno del tema del abuso sexual infantil. Algunos aportes para su comprensión
Corsi, Jorge. Violencia familiar. Una
mirada interdisciplinaria sobre un grave problema social. Ed. Paidós, Buenos Aires 1994.
Giberti, Eva. “Responsabilidad de los
jueces”. En: Violencia familiar: una aproximación multidisciplinaria. Ediciones Trilce,
Montevideo 1999.
Herrera, Teresa y otros. Abuso sexual infantil y comunicación. Ediciones Santillana,
Montevideo 2004.
Intebi, Irene V. Abuso sexual infantil. En
las mejores familias. Ediciones Granica, Barcelona 1998.
Podestá, Marta del Carmen y Rovea,
Ofelia. Abuso sexual infantil intrafamiliar:
un arbordaje desde el Trabajo Social. Ed. Espacio, Buenos Aires 2003.
81
Apuntes sobre el tema de la formación
actual en Trabajo Social*
1
Blanca Gabin
Resumen
El artículo problematiza el ejercicio de la enseñanza de grado y la investigación en
Servicio Social, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República
hoy y en el futuro próximo, a partir del análisis del pensamiento posmodernista entendido
como la expresión cultural del mundo contemporáneo y, por lo tanto, determinación insoslayable para la toma de decisiones relativas a los contenidos y formas de impartir los
cursos.
Algunas precisiones necesarias
El carácter de la profesión de Trabajo Social es el de ser efector último de políticas sociales, por lo que la enseñanza de grado debe
habilitar a los estudiantes para la adquisición
de destrezas que les permitan desarrollar una
praxis social específica: la de una profesión
cuyo origen y razón de ser es la intervención
en el meollo mismo de la cuestión social en
el seno de la fase monopólica del capitalismo
(Netto, 1997). Esta posición demanda que el
tipo de conocimiento acerca del mundo en el
que basa sus acciones no sea meramente práctico-utilitario, sino que se instale en el plano
científico-filosófico, ya que el objeto de trabajo que socialmente se le ha asignado así lo requiere y el transcurso histórico ha convertido
al Trabajo Social en una profesión reconocida
e institucionalizada que se reproduce mediante la enseñanza formal de nivel terciario (y
*
en nuestro país exclusivamente en el ámbito
universitario).
Dicho brevemente: la motivación para
el ejercicio profesional no puede quedar reducida a la filantropía, la que, sin embargo,
parece ser el impulso predominante entre los
ingresos a nuestra Licenciatura (De MartinoGabin, 2008: 117).
Por lo tanto, la formación debe ser una
respuesta (Holz et alii, 1972) al cúmulo de
determinantes sociohistóricas que caracterizan al mundo contemporáneo, lo que implica
la capacidad de plantear preguntas a la realidad partiendo de la apropiación del acervo de
conocimiento que se posee acerca de los diferentes aspectos de la vida social y poniendo
el énfasis en que el repertorio de respuestas
existente tiene como característica primordial
la de que (casi) no existen consensos, ya que
en las ciencias humanas las bases empíricas
filosófica, epistemológica y metodológíca
En su forma inicial el texto que ahora se publica -con modificaciones- fue la “Propuesta de trabajo” que debía presentarse
al Concurso para optar a Profesor Efectivo, G° 3, del Depto. de TS de la FCS de la Universidad de la República (20042005). Las bases estipulaban que los cargos para los que se concursaba pertenecían al área de Teoría, Metodología y Estrategias de Intervención en TS, y que la propuesta debía explicitar un perfil para las labores de enseñanza y otro para las de
investigación.
84
Blanca Gabin
(Klimovsky, 1994: cap. 2) son más restringidas que las de las ciencias naturales. De esto
deriva la importancia que adquiere en las humanidades la elección de los asuntos a tematizar y la índole de las preguntas a plantear,
porque los temas y las preguntas dan cuenta
de la tradición de pensamiento que los inspira.
Este artículo no es excepción a la regla.
Posmodernidad, pensamiento posmoderno
y sus derivaciones en el plano políticopedagógico
A comienzos de la década de los 70 del
siglo XX, el mundo capitalista ingresa en una
crisis que, para una amplia gama de especialistas en las ciencias humanas, “soluciona”
uno de los problemas difíciles a que se enfrentan los historiadores: el de la periodización.
Por supuesto que el plano de las ideas pudo ir
captando la envergadura de los acontecimientos sólo a medida en que se desplegaban las
múltiples dimensiones de la crisis (“el búho
de Minerva levanta el vuelo al atardecer”),
lo que se constata en la aparición de diversos
estudios que hacia mediados y fines de los 70
van dando cuenta de transformaciones económicas y sociales que inducen a algunos a sostener que se estaba en presencia de cambios
civilizatorios. Es así que se instala una polémica1 cuyo centro es el debate acerca de si
la humanidad ingresaba en una nueva época
histórica, la de la posmodernidad, como consecuencia del agotamiento de las estructuras,
de los comportamientos, de las representaciones e ideas rectoras que habían caracterizado
a la Época Moderna. Los sostenedores de esta
tesis inauguraron la corriente cultural que dio
en llamarse posmodernismo.
¿Cuáles son los rasgos atribuibles al pensamiento posmodernista en su visión de la
realidad social?
»» El discurso se centra en el presente, en
las características que adquiere la que
denominan posmodernidad, negando lo
nuevo como categoría: el presente se reproduce a sí mismo, la historia se resume
1
Los trabajos de Lyotard y Habermas son ineludibles.
en él y lo nuevo es lo que garantiza la reproducción perenne del statu quo. De ahí
la expresión de Baudrillard: “el futuro ya
ha llegado”.
»» Ha periclitado la validez de los que Lyotard denomina metarrelatos (la concepción de la Ilustración acerca del futuro,
la teoría marxiana, el psicoanálisis) porque carece de fundamento la categoría
despojada de la noción de Dios y por lo
tanto también la de proyecto: “El reconocimiento de la carencia de fundamento
y de su carácter irrevocable lleva consigo la renuncia a cualquier tentación de
formular un proyecto total de transformación de la realidad social”. (Crespi en
Vattimo y Rovatti, 1988: 349)
»» A partir de la constatación de los cambios contemporáneos acontecidos en el
terreno de las subjetividades, el pensamiento posmoderno hace suya la muerte
del sujeto pregonada por el posestructuralismo francés (Eagleton, 1998: cap.
4), porque al negar la prosecución de la
historia niegan también la perspectiva de
una nueva subjetividad. Sánchez Vázquez, entre otros teóricos, sostiene que la
disolución de la subjetividad es real y no
sólo un problema ideológico o estético y
esto a consecuencia de la fragmentación
debida a la división del trabajo, a la reificación, cosificación o burocratización
de la existencia disuelta. Por otra parte,
Marx había descrito y explicado este fenómeno y también lo habían hecho desde
otra perspectiva Weber y Kafka. Sólo se
puede negar la posibilidad de emergencia
de una nueva subjetividad, incluso en el
arte, negando en principio que la historia
prosiga y, por tanto, que exista la alternativa de rescate del sujeto.
»» La conciencia de la condición posmoderna se reduce a lo que Baudrillard llama
“agonía de la realidad” que justificaría
todas sus negaciones.
“La fascinación recae en el autodescubrimiento en el momento de la aniquilación”
(Horstman citado por Sánchez Vázquez), con
Apuntes sobre el tema de la formación actual en trabajo social
la “desdramatización del fin” (Scherpe), que
recuerda el “ser para la muerte” de Heidegger pero con regodeo en la dimensión estética de la autodestrucción como espectáculo y
también holocausto nuclear como liberación,
autenticidad o reapropiación de la existencia
humana.
En el terreno político ¿cuáles son entonces las alternativas posmodernistas? Nostalgia del pasado enfrentada a la postura abierta
al futuro propia de la Modernidad; reivindicación de la autoridad y la tradición (por eso
Habermas ve en esta corriente de pensamiento sólo neoconservadurismo). Al repudiar
lo nuevo como valor y quedar en el presente
siempre reproduciéndose a sí mismo, valora
el pasado que le dio origen y así niega el futuro (Sánchez Vázquez, 1991-92).
Y ya que no hay historia con sentido se
justifica el eclecticismo ante las normas, valores, paradigmas o estímulos, por lo que la
consecuencia es la deserción ante la pasividad, la impotencia y la inacción, puesto que
todo proyecto de emancipación (no sólo el de
la Modernidad) carece de fundamento.
Las críticas posmodernistas a la modernidad claudican ante los rasgos destructivos
de ésta y desembocan en el culto de la aniquilación.
En resumen: el posmodernismo es la atmósfera cultural del capitalismo tardío o multinacional (Jameson, 2006) porque exacerba
los rasgos de fragmentación y de pérdida de
sentido a todos los niveles que en esta época
son consustanciales al tipo de división social
del trabajo que instaura, así como a las formas
de socialidad que derivan de ella.
Decía en otro trabajo (De Martino-Gabin, 2008:128): “En este ambiente mental
el trabajo de enseñanza-aprendizaje volcado a preparar trabajadores sociales en el
Uruguay de hoy para que intervengan en el
curso de la existencia de sus congéneres,
tiene planteada esta disyuntiva: el cinismo
o la búsqueda de respuestas radicales en el
terreno del pensamiento, sin que esto signifique una vuelta de tuerca ciega al Templo ilustrado de Schikaneder-Mozart en la
85
última escena de La flauta mágica con su
magister Sarastro”.
Itinerarios de la razón moderna
¿En qué consiste la actividad teórica radical? Es la que permite teorizar, es decir, generar conocimiento acerca de la realidad social.
Por lo tanto, implica capacidad de penetración en la ontología del ser social (Lukács).
Parece necesaria entonces, a modo de
puente, una breve recapitulación acerca del
derrotero seguido por la razón moderna desde
su gestación en los siglos XV-XVI hasta su
actual deslumbramiento ante la aniquilación.
La base de este pequeño desarrollo es
Netto (1994) y Coutinho (1972) a quienes se
cita en traducción mía.
1. La razón moderna es producto del
“arco histórico comprendido entre el Renacimiento y la Ilustración”, con su despliegue de dominio de la naturaleza a través de
las ciencias de la materia inorgánica (física,
astronomía, química). En el plano filosófico
sus raíces son producto de continuidades y
rupturas con las tradiciones culturales de Occidente y pueden sintetizarse en tres grandes
movimientos, antecedentes y a la vez constituyentes de la razón moderna: el humanismo
(“el hombre se autocreó”), el historicismo
concreto (“que afirma el carácter ontológicamente histórico de la realidad”) y la razón
dialéctica (que “refiere, simultáneamente, a
una determinada racionalidad objetiva inmanente al proceso de la realidad y a un sistema
categorial capaz de reconstruir -ideal y subjetivamente- esa procesualidad”).
2. Hegel, en polémica con Kant y Schelling combate el valor heurístico de la intuición (como saber inmediato), investiga la
intelección como razón analítica y desarrolla
la razón dialéctica, cuyo rasgo distintivo es la
negación que entraña el movimiento y la posibilidad de superación de las determinaciones
(abstractas) provenientes de la razón analítica. En este sentido es necesario subrayar que
en el pensamiento hegeliano el ser es vacío,
porque su contenido surge de la historia.
86
3. “La estructura inclusiva de la razón
moderna tiene como soportes la objetualidad
y procesualidad que ella verifica y reconstruye en la realidad. La inclusividad de la razón
se expresa en este juego entre historia/objeto
y pensamiento/sujeto que, en la laboriosidad
del Espíritu que se alienó en el mundo y que
vuelve a reconciliarse con él (ellos mismos ya
otros), acaban por realizarse absolutamente.”
En Hegel con sentido finalístico porque encuadra el método en el sistema, de donde la
afirmación lukacsiana acerca de las dos ontologías coexistentes en el gran pensador: la
falsa (identidad sujeto/objeto) y la verdadera
(conocimiento como “aprehensión procesual
de la objetividad del ser”).
4. Marx supera ese dilema de la razón
dialéctica y vuelve a ésta radical a través de
fundar una ontología radical y dialéctica del
ser social, que sólo puede surgir con la crisis
del 48, con la clase proletaria para sí, nuevo
sujeto histórico. “Porque, efectivamente, si el
desarrollo de la razón moderna es congruente
con (y mismo indispensable a) la lógica del
orden burgués en cuanto promueve la producción de un modo desantropomorfizador
de pensar la naturaleza, es colidente con ella
en lo que atañe a las implicaciones de dos,
por lo menos, de sus categorías nucleares: el
historicismo concreto y la dialéctica. Ambas,
en el límite, conducen a la aprehensión del
carácter históricamente transitorio del orden
burgués; de esa aprehensión pueden resultar
comportamientos sociopolíticos que ponen en
riesgo ese orden.”
5. Por tanto, desde mediados del siglo
XIX se desarrollan tres maneras de abordar
el estudio del ser social: la obra marxiana y
el conjunto de la tradición a que dio origen,
asentada en el ejercicio de la razón dialéctica
y el par racionalismo analítico formal/irracionalismo moderno (Lukács), cuyo polo analítico formal se asienta en la intelección y originó las Ciencias Sociales (Coutinho, 1972).
6. Y, precisamente, el desarrollo, necesario (en todos los planos) al orden burgués
de la lógica intelectiva del análisis, de la
medición y, por tanto, de la fragmentación,
Blanca Gabin
ha conducido a la disolución del sujeto, a la
negación del futuro, a la claudicación ante la
contingencia de un holocausto nuclear o la
catástrofe ecológica y a un presente perpetuo
entendido como irremediable.
7. La tradición crítica rescata, contrario
sensu, la centralidad de la praxis de los sujetos históricos en todos los terrenos, de la
teleología del trabajo, de la autoconstrucción
del ser social sin fatalismos, justamente porque la historia es un campo abierto de posibilidades, aunque una de ellas pueda ser hoy la
autodestrucción.
Desde la razón moderna en el capitalismo
tardío: notas para una respuesta pedagógica
Cada nuevo ciclo lectivo marca un recrudecimiento de las desfavorables condiciones materiales en las que el Departamento de
Trabajo Social debe implementar las labores
que le competen. Esto repercute de manera
inexorable en sus posibilidades de desarrollo
docente, investigativo, de producción de conocimiento, de extensión, e impacta no sólo
en el quehacer de los estudiantes y docentes
directamente involucrados en el proceso de
enseñanza-aprendizaje sino en el colectivo
profesional en su conjunto, cuyo 95 por ciento se forma en la Universidad de la República.
En el quehacer docente cotidiano (en el grado y en los posgrados lato y stricto sensu) la
situación referida significa la contienda permanente para no retroceder en los logros que
se han ido alcanzando. Existe, entre otros, el
peligro de expulsión de hecho de la población
estudiantil bajo la apariencia de cumplimiento de normas reglamentarias impuestas o “libremente” asumidas.
Se trata de una particularización de la
problemática sociopolítica, económica, cultural del mundo contemporáneo caracterizado
-desde hace cuatro décadas- por el crecimiento sostenido de las desigualdades sociales en
todas las regiones del mundo y en el plano
de las ideas, por “la oscuridad del futuro”
(Williams citado por Casullo, 2006), lo que
impone que se busquen respuestas profundas.
Apuntes sobre el tema de la formación actual en trabajo social
Desde el exordio inicial, este artículo se
sitúa, obviamente, en la corriente de pensamiento acerca del Servicio Social que lo concibe como una profesión institucionalizada
por necesidades propias de la división social
del trabajo en el capitalismo monopólico (Iamamoto, 1983; Netto, 1997). Parece evidente
que uno de los centros del debate instalado
en los colectivos profesionales latinoamericanos en las dos últimas décadas, consistió en
examinar la naturaleza y el origen histórico
de la profesión. Entre los trabajadores sociales uruguayos hace por lo menos un lustro ya
que varias Disertaciones de Maestría estudian
este problema y un examen sumario de ellas
indica que de hecho se instalan en un terreno
nítidamente marcado por las ciencias sociales
y/o la tradición marxiana y algunas explícitamente polemizan con la postura que concibe
al Trabajo Social como una tecnificación de
las tareas de beneficencia o filantropía practicadas por la humanidad desde la noche de
los tiempos.
Se constata también, a partir de la lectura (y los cuadros) de todos los programas
y las listas bibliográficas de las materias que
conforman el actual Plan de Estudios vigente
para la carrera en Montevideo, que el corpus
teórico impartido proviene del marco de las
Ciencias Sociales, tal como lo ordena el referido Plan.
De manera que un primer asunto a tomar
en cuenta es que los alumnos no reciben más
que fragmentariamente información acerca de
la tradición crítico-dialéctica (Marx presentado como uno de los clásicos de la Sociología
o de la Economía, etc.), la que de esa manera
sigue quedando verdaderamente fuera de las
aulas universitarias.
Por eso mismo se impone la necesidad
de proporcionar a los estudiantes, a partir de
la lectura de las fuentes, la visión de que, además del ejercicio de la razón analítica (verstand), la humanidad ha accedido a la razón
dialéctica (vernunft) y que, por tanto, deben
desplegarse en clase muy claramente las consecuencias pertinentes acerca de las respectivas nociones de teoría y método. El objetivo
87
es clarificar, develar y propiciar la reflexión
acerca del tipo de conocimiento sobre lo social a que se accede según sea la tradición de
pensamiento de la que proviene el autor que
se estudia.
Las ciencias sociales proceden al análisis, la abstracción, la rigurosidad epistemológica, la sistematización de datos validados
por la aplicación de la lógica formal, y el
producto de conocimiento al que acceden y
al que denominan teoría es un modelo holístico. De ello derivan algunos de los pertinaces
problemas que generación tras generación se
plantean los estudiantes y profesionales del
Trabajo Social:
»» los modelos formales, por serlo, no pueden dar respuesta a la complejidad de las
situaciones concretas que debe enfrentar
el TS, que experimentan lo que denominan “separación entre la teoría y la práctica”;
»» el procedimiento de sistematización
de datos proporciona elementos que
permiten actuar profesionalmente con
una lógica instrumental, manipuladora, que refuerza los mecanismos institucionales de subsunción profesional,
derivados no sólo de la división social
del trabajo sino también de su división
intelectual;
»» sigue quedando abierto el antiguo problema acerca de la existencia de una
“teoría” propia del Trabajo Social, puesto que el acento está puesto en la fragmentación-parcelación de la vida social
vista a través del prisma de cada disciplina profesional.
El acceso al corpus teórico de la tradición
marxiana “...soluciona dos asuntos medulares:
a) niega las determinaciones abstractas de una
‘Teoría’ del SS y las ubica en el terreno de las
formulaciones sobre el ser social. Así, revela el
carácter tributario del acervo ‘teórico’ de la profesión; b) distingue claramente el nivel de conocimiento del ser social, objeto de una reflexión
estrictamente teórica y el nivel de intervención,
en el que el repertorio técnico configura mecanismos de procedimientos práctico-inmediatos
88
que no son pasibles de una padronización ideal”
(Netto 1984,14).
Pero como la razón dialéctica supone la
razón analítica, el estudiante al que se proporciona la posibilidad de transitar ese nuevo
ejercicio, debe extremar sus cuidados en los
procesos de sistematización de su práctica, ya
que constituyen el momento pre-teórico necesario, aunque no suficiente, para la instancia
explicativa acerca de la realidad social en la
que se está interviniendo.
A estos efectos ha resultado valioso, desde el punto de vista heurístico en el proceso
de enseñanza-aprendizaje, el uso de la distinción entre lógica de la investigación y lógica
de la explicación a la interna del proceso de
intervención, porque permite visualizar no
sólo la imbricación entre las categorías de lo
universal-particular-singular, sino las diferencias sustanciales entre el momento pre-teórico
y el momento teórico. Ahora bien, el introducir al estudiante en la constelación teóricometodológica de la teoría marxiana ¿significa desechar los aportes que pueden proveer
las ciencias sociales? De ninguna manera,
ya que el momento de la razón analítica es
previo y necesario al momento teórico y esto
cobra importancia decisiva ya que el abordaje
profesional práctico implica trabajar con problemáticas sociales tan diversas como facetas
exhibe la cuestión social hoy en Uruguay y
la fragmentación político-institucional propia
de la fase actual del capitalismo hace que las
políticas sociales de las que son operadores
terminales los trabajadores sociales recorten
o seleccionen aspectos específicos, sobre los
que, a su vez, realizan sus trabajos investigativos las ciencias sociales. Por lo tanto, el estudiante deberá apropiarse del conocimiento
producido en los diversos campos temáticos,
deberá ser capaz de entender, de dialogar con
autores provenientes no sólo de la vertiente
racionalista-formal sino también del irracionalismo.
Pero lo que no puede obviar el docente
es el desbrozamiento sistemático del pensamiento que se está estudiando, a fin de no
despeñar su trabajo y el de sus alumnos en el
Blanca Gabin
eclecticismo y sus peligros epistemológicos.
Teoría, método, constelación categorial, procedimientos heurísticos conforman un corpus
muchas veces gelatinoso y por eso mismo de
difícil acceso, pero no se puede eliminar el
ejercicio crítico.
Otro aspecto que hace imprescindible el
conocimiento de los aportes provenientes de
las ciencias sociales es la solvencia que despliegan en el terreno técnico, por lo que a la
hora de intervenir es profesionalmente suicida no estar munido de las habilidades y saberes pertinentes, más aún cuando el terreno de
las especializaciones “sociales” es un campo
minado en el que los TS deben moverse rozando fronteras disciplinarias que gozan de
más poder y más prestigio social que el que
ha podido adquirir el Trabajo Social. Además,
la práctica profesional del TS contiene diversas dimensiones que, frecuentemente, deben
abordarse en simultáneo, por lo que la índole
de la tarea asistencial, la educativa, la promocional, la clínica, deben ser particularizadas,
clasificadas.
And last but not least: no es posible avanzar en el desarrollo teórico sin apropiarse del
universo simbólico que cada época ha producido y produce. No es posible el trabajo intelectual aislado y, en este sentido, la polémica
es una de las herramientas más fructíferas e
incitadoras.
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Apuntes sobre el tema de la formación actual en trabajo social
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Eagleton, Terry. As ilusoes do pos-modernismo. Jorge Zahar Editor Ltda, Río de Janeiro 1998.
Holz, Koffler, A., Abendroth. Conversaciones con Lukács. Alianza Editorial, Madrid
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Iamamoto, Marilda V.; De Carvalho,
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Jameson, Frederick. El posmodernismo
o la lógica cultural del capitalismo avanzado.
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Klimovsky, Gregorio. Las desventuras
del conocimiento científico. AZ Editora, Buenos Aires 1994.
89
Netto, J. P. a) A propósito da disciplina
de metodología en Serviço Social e Sociedade, Ed. Cortez, San Pablo Año V, abril 1984,
1ª reimpressao.
b) “Notas para a discussao da sistematizaçao da prática e teoria em Serviço Social”. En: Cadernos Abess Nº 3, Ed. Cortez,
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c) Razao, ontología e praxis en Serviço Social e Sociedade, Ed. Cortez, San Pablo Nº 44, abril 1994.
d) Capitalismo Monopolista y Servicio Social, Ed. Cortez, San Pablo, julio 1997.
Sánchez Vázquez, Adolfo. Posmodernidad, posmodernismo y socialismo en trabajo
y capital Nº 3, Uruguay 1991-92.
Scherpe, Klaus. “Dramatización y desdramatización de ‘el fin’”. En: Modernidad y
posmodernidad (comp.) Josep Picó. Alianza
Editorial, Madrid 1988.
El Trabajo Social y sus múltiples dimensiones:
hacia la definición de una cartografía de la
profesión en la actualidad
Adela Claramunt Abbate
Resumen
El trabajo que se presenta es el resultado de la búsqueda permanente por dar respuesta
a una pregunta considerada central para quienes trabajan en la enseñanza de futuros Trabajadores Sociales, con relación a qué es la profesión o incluso, con la mirada puesta en el
horizonte: lo que la profesión podría ser. Esa pregunta es precisamente: ¿en qué consiste el
Trabajo Social y qué características adquieren sus principales componentes en el contexto
actual?
Sin duda se trata de una interrogante amplia y por ende abarcativa, por lo que se parte
del supuesto de que las respuestas serán también de índole similar, lo que implica dejar por el
camino las peculiaridades que adopta la profesión en cada área de trabajo o en cada práctica
profesional con todas sus derivaciones, complejidades y especificidades.
I. El Trabajo Social1 y las transformaciones
de la sociedad actual
Se parte de concebir a la profesión como
un producto sociohistórico -con continuidades y rupturas- signada por múltiples determinaciones que la configuran y reconfiguran
como profesión social e institucionalmente
legitimada. El Trabajo Social se encuentra
atravesado y determinado por el contexto macrosocial e institucional en el que se inscribe. Desde esta perspectiva resulta imposible
comprender la profesión y cómo esta se expresa en la práctica, sin tener en cuenta las
1
En este artículo se utiliza indistintamente los términos
Trabajo Social y Servicio Social para hacer referencia
al campo profesional, puesto que si bien en Uruguay se
ha extendido la utilización del primero, en la región se
emplean ambas expresiones.
transformaciones sociales vividas en los últimos años.
Los cambios generados en los años 70 y
que se manifiestan cada vez con mayor claridad en los 80 y los 90, se encuentran profundamente asociados al proceso de globalización por el cual se constituye una fase del
capitalismo, en la que las empresas que operan a escala planetaria desarrollan un poder
creciente, se produce una mayor integración y
comunicación comercial entre los países y las
naciones viven a su vez, una pérdida creciente de soberanía frente a los centros de poder
que no son ya Estados, sino empresas transnacionales (Coriat, 1994).
Es en este contexto que se producen
cambios en el mundo de la producción, en
el Estado y dentro de éste, en sus formas de
atender las manifestaciones de la cuestión social a través de las políticas sociales, así como
92
transformaciones en los distintos actores sociales que se ubican en la denominada sociedad civil.
Hobsbawm (1998) expresa que desde la
década del 70 asistimos a lo que denomina la
“Era del Derrumbamiento”, período histórico
que se caracteriza por la descomposición, la
incertidumbre y la crisis, donde se producen
importantes reestructuraciones del capitalismo, del Estado y del mundo del trabajo. En
este mismo período se produce un fuerte desarrollo tecnológico y se avanza sustancialmente en la investigación científica, en las
comunicaciones y en el transporte, al mismo
tiempo nos enfrentamos a procesos destructivos, a riesgos ecológicos y sociales derivados
muchos de ellos del armamentismo y la destrucción masiva de recursos naturales. Paralelamente se instala una agenda neoliberal, se
desmorona el Estado de Bienestar y la condición salarial que se consolidara en la Época
de Oro (1945-1973).
La reproducción del capital se transforma hasta arribar a la actual “era de la acumulación flexible y desreglamentada” (Antunes,
2001:37), la que impacta generando procesos
sociales caracterizados por la precarización de
las condiciones de trabajo, el debilitamiento
de las relaciones colectivas, la desarticulación
de “la clase-que-vive-del-trabajo” (Antunes,
2005: 91). Se advierte además la existencia
de las siguientes secuelas del cambio de padrón de acumulación: la reducción del proletariado fabril estable, la polifuncionalidad en
el trabajo, la flexibilización y desconcentración de la producción, la emergencia de un
nuevo proletariado precarizado, desregulado,
tercerizado, part-time, subcontratado, domiciliario, el aumento del trabajo femenino e
infantil y la exclusión de jóvenes y viejos del
mercado laboral (Antunes, 2001: 42-43).
Desde otras perspectivas teóricas, diferentes autores plantean que se asiste hoy a una
nueva cuestión social (Rosanvallon, 1995) o
una profunda metamorfosis de la vieja cuestión social (Castel, 1997), la que se expresa
además por el desempleo de larga duración, la
exclusión o desafiliación y nuevas formas de
Adela Claramunt Abbate
pobreza y marginalización social. Al mismo
tiempo que se transforma la cuestión social
se producen profundos cambios en el Estado,
incluyendo transformaciones en el proceso de
institucionalización de las políticas sociales,
a las que el Trabajo Social se encuentra indisolublemente unido. El padrón de bienestar
keynesiano/beveridgiano basado en el modelo de producción fordista es puesto en cuestión a partir de los años 70, adquiriendo desde
entonces predominio la propuesta neoliberal,
con la que se reedita el laissez faire y en caso
de que no se pueda resolver las necesidades
en el mercado, se propone apelar a la familia
y a la comunidad. (Laurell, 2000: 244) De esta
manera se diluye la responsabilidad colectiva
en la provisión de la protección social responsabilizando a los individuos y sus familias; se
trata del “neoliberalismo familiarista”, como
lo denomina De Martino (2001).
En los servicios de orientación y apoyo a
las familias predominan las concepciones estereotipadas acerca de las mismas y de su papel,
así como las propuestas residuales centradas
en la atención de situaciones límite y no de las
necesidades cotidianas de las familias (Mioto,
2001). Se trata del desarrollo de políticas emergenciales en las fases más crueles de las problemáticas. Según afirman diversos autores estas
apuestas desconocen que para las familias poder
cuidar de sus integrantes requiere ser cuidadas a
través de la generación colectiva de las condiciones necesarias para ello (Mioto, 2000).
Las características de los potenciales
beneficiarios de las políticas sociales adquieren mayor relevancia que la dimensión social de los problemas. Las familias
se enfrentan a la imposición de comprobar
que han fracasado en el desempeño de sus
funciones de reproducción y cuidado de sus
miembros, para poder acceder a algún tipo
de apoyo estatal.
Por otro lado, la gestión de las políticas
sociales adopta nuevas modalidades que se
confrontan con el modelo anterior (universalista, centralizado, estatal) y así aparecen
criterios orientadores tales como: la focalización, la privatización, la descentralización
El trabajo social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad
y la participación de la sociedad civil en la
ejecución de programas y servicios sociales.2
Este cuadro sociohistórico, presentado
en apretada síntesis, constituye a la profesión
de Trabajo Social en la actualidad, en el sentido de que conforma y atraviesa el ejercicio
cotidiano del Trabajador Social, afectando
sus condiciones y relaciones de trabajo, así
como las condiciones de los usuarios de los
servicios sociales en los que por lo general
se desempeñan la mayor parte de nuestros
profesionales. (Iamamoto, 1998) Se asiste en
los locales de trabajo a un crecimiento de la
demanda de servicios sociales de diferente
índole (alimentación, vestimenta, vivienda,
salud, cuidado de niños, enfermos y ancianos,
etc.) y a un aumento de la selectividad de la
población objetivo de las políticas sociales, a
los que se suma una disminución de los recursos, de los salarios, y la profundización de
restricciones en lo que refiere a la concreción
de los derechos sociales que habitualmente se
materializan en servicios sociales de carácter
público.
Esta situación genera nuevos y complejos desafíos al Trabajo Social que como toda
profesión se encuentra constituida por una
dimensión práctico-interventiva y supone un
bagaje teórico metodológico que permita explicar la vida social y visualizar posibilidades
de interferir en esos procesos sociales. Es a
través de sus diferentes dimensiones o componentes que estos desafíos se ponen en movimiento.
93
El Trabajo Social en la actualidad constituye una intervención profesional situada en el contexto de las ciencias sociales y
humanas, por lo que viene sosteniendo una
preocupación constante por la producción de
conocimientos referidos a diversos procesos sociales; estudiando fundamentalmente
las características de los sujetos con los que
trabaja, los problemas sobre los que actúa,
las prácticas que como profesión desarrolla,
particularmente en el campo de las políticas sociales, área privilegiada de inserción
de esta profesión, así como los procesos
sociales más amplios que determinan a los
anteriores en múltiples facetas. Todo ello
enmarcado en una relación de reciprocidad
con las ciencias sociales y humanas, por lo
que podríamos afirmar que de ellas se nutre
y a ellas aporta.
Lo difuso de las fronteras entre las disciplinas se halla marcado en la actualidad
por una tendencia que apunta a una forma de
concebir las ciencias sociales y a sus interrelaciones en la producción de conocimiento
científico sobre diferentes aspectos de la realidad social.3 El “cientista social” se define
más allá de su profesión de base o disciplina
de pertenencia, como aquel que produce conocimientos que posibilitan el acercamiento
a la comprensión de la realidad social y al
diseño, planificación y ejecución de líneas
de respuesta a distintas situaciones de ésta.
(Sarachu, 2004) No obstante, en el desarrollo
de las diferentes disciplinas y profesiones el
foco de abstracción básico puede ser identificado y se relaciona con el tratamiento de un
conjunto de elementos, que interconectados
determinan la existencia de éstas.
En el caso del Trabajo Social y más allá
de la complejidad y heterogeneidad de este
campo profesional, se podría definir su foco
de estudio y acción a partir de lo planteado
por Lucia Freire: “La acción social de los participantes de determinados contextos sociales
en las situaciones que implican la atención de
sus necesidades humanas” (1983: 23), entendidas estas últimas en toda su amplitud e interdependencia (Pereyra, 2000).
La dimensión investigativa del Trabajo Social contiene múltiples expresiones, es
decir que se manifiesta de diferentes formas
2
3
II. Dimensión investigativa de la profesión
El análisis en profundidad de estas “nuevas” modalidades excede las características de este trabajo, existiendo
una amplia bibliografía de referencia para ello, destacándose los aportes de: Laurell, 2000; Midaglia, 2000;
Filgueira, 1998; Kameyama, 2001.
Para profundizar en las posibilidades y límites de las apuestas interdisciplinarias, tanto en la producción de conocimiento como en procesos de intervención, resultan significativos los aportes de: Japiassu (1976); Errandonea (1992);
Mourao Vasconcelos (1997) y Seiblitz (1995).
94
en la práctica profesional e implica el desarrollo de estudios acerca de la realidad en la
que por lo general interviene. Conceptualizamos esta dimensión investigativa incluyendo
en su interior dos grandes posibilidades: la de
investigar como insumo imprescindible para
la intervención en procesos asistenciales y socioeducativos, así como también y especialmente, la producción de conocimientos en
términos de procesos de investigación social
que trascienden las necesidades interventivas
inmediatas y buscan como principal objetivo, contribuir a la comprensión de la realidad
social, como lo han hecho históricamente los
diversos cientistas sociales, cuyo quehacer
fundamental se encuentra identificado con la
tarea de investigación.
En general, los trabajadores sociales no
desarrollan en sus inserciones profesionales
-dado que no suele demandarlo el mercado
profesional- investigaciones en el sentido
estricto del término, sino que implementan
procesos investigativos que atraviesan su
intervención, nutriéndola de conocimientos
empíricos que dan cuenta de la situación particular en la que intervienen y aportes teóricos
que les permiten comprender dichas situaciones, así como definir líneas y estrategias de intervención, actuando entonces la teoría como
“caja de herramientas” (Foucault, 1979).
En esta expresión de la dimensión investigativa se pone en movimiento una “actitud
investigativa”, que implica prestar atención
y tiempos al registro, a la sistematización de
procesos y a la reflexión sistemática sobre el
trabajo. Estos aspectos del quehacer profesional, suponen muchas veces luchas a la interna
de los marcos institucionales en que se desempeñan los trabajadores sociales, ya que los
tiempos y los recursos planificados desde las
organizaciones contratantes, en general, no
prevén la necesidad de dichas acciones. No
obstante, la práctica profesional se encuentra
indisolublemente unida a la actividad pensante y a la producción de conocimiento; se
sustenta en una teoría, la que a su vez orienta
la acción. En definitiva sostenemos que es la
concepción de teoría y práctica como unidad
Adela Claramunt Abbate
la que nos permite avanzar en la aproximación a la verdad, al conocimiento de la realidad social y a sus posibilidades de transformación (Kameyama, 1989).
En este sentido la dimensión investigativa del Servicio Social se expresa como un
proceso sistemático, reflexivo que incorpora
elementos teóricos y empíricos analizando
sus interconexiones, en procura de una reconstrucción del objeto de intervención. Esta
dimensión se constituye -en el quehacer profesional- en un proceso de movilización intelectual que apunta a problematizar aquellos
procesos naturalizados, aceptados socialmente, desmitificando sus contenidos, apuntando
en definitiva a desocultar las relaciones entre
naturaleza, hombre y sociedad.
Así Grassi destaca la necesidad de “(...)
hacer de la intervención una práctica profesional orientada por las categorías con las que
se define activamente al problema y no por
los supuestos implícitos contenidos en la definición ya dada” (1994:50). Problematizar
significa por tanto cuestionar lo que aparece
como natural y es parte del esfuerzo de superar las apariencias primeras, incluye el ejercicio de “(...) formularse preguntas, buscar las
múltiples definiciones y reconocer los sujetos de éstas y los argumentos que sostienen
(explícitos o implícitos) buscar relaciones
entre fenómenos, etc., a partir de los cuales
un acontecimiento deviene ‘problema’ que
demanda algún tipo de intervención (o solución). E implica redefinirlo” (Ídem: 50).
El hecho de que determinadas situaciones
se constituyan como “problemas sociales”, o a
la inversa la “desproblematización” de otras,
implica confrontaciones y luchas vinculadas
a la significación de las mismas por parte de
actores diversos. Si no se produce -mediante
el despliegue de lo que denominamos dimensión investigativa de la profesión- la necesaria desnaturalización de los problemas que
se le presentan como tales al profesional, no
hay una efectiva autonomía en el quehacer y
por ende no se produce un efectivo dominio
acerca de él. En este sentido coincidimos con
Grassi cuando afirma que “la investigación en
El trabajo social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad
Trabajo Social no sólo es una herramienta en
el proceso de intervención, sino que se inscribe en la posibilidad misma de constituir la
práctica profesional”.
En los procesos de división sociotécnica
del trabajo el Servicio Social ha sido asociado
al hacer más que al conocer, pero el accionar
intencional y dirigido del profesional incluye
y requiere la dimensión investigativa. Lo que
habitualmente sucede es que estos procesos
de conocimiento no siempre son documentados y visibles (García Espíndola, 2004), lo
que se encuentra condicionado por los requerimientos y exigencias de las organizaciones
contratantes.
Esto no significa que todos los trabajadores sociales deban ser investigadores en el
sentido estricto del término -como algunos de
ellos lo son- sino que esto es parte del trabajo
colectivo de múltiples y diversos profesionales, especialmente de aquellos que se desempeñan en el ámbito académico, formando
permanentemente tanto a nuevos como a viejos trabajadores sociales, en forma directa o a
través de sus producciones escritas.
III. Dimensión asistencial
Lo que hemos dado en denominar como
dimensión asistencial del Trabajo Social es
el componente del accionar profesional que
se encuentra más estrechamente asociado a
la existencia y otorgamiento de servicios,
prestaciones y recursos. Aquí nuestro desempeño se ubica en el desarrollo de procesos por los que se intermedia y gestiona
la vinculación entre las organizaciones que
prestan dichos servicios (públicas, privadas,
mixtas) y sus destinatarios. Implica la identificación de los recursos sociales existentes
y su caracterización, así como el manejo de
los mecanismos de acceso, para poder orientar a las personas que así lo necesiten en
nuestros diferentes espacios de trabajo. A su
vez, incluye todas las acciones que facilitan
el acceso de las personas a los organismos
prestadores y que hacen saber a éstos, las necesidades de la población.
95
Es una dimensión que tiene presencia
explícita desde los orígenes o primeras expresiones históricas de nuestra actividad profesional, no obstante ello, ha sido objeto de
estigmatizaciones y rechazos en ciertos momentos de la profesión que perduran hasta
la actualidad. Así ocurrió en nuestro país en
la década del 80 y comienzos de los 90, para
algunos sectores profesionales que tuvieron
cierta hegemonía en el colectivo de Trabajo
Social, para los que la tarea asistencial de la
profesión pasó a tener un carácter secundario
cuando no un aspecto a ser desterrado de la
actuación profesional. Las tensiones propias
del desarrollo de la profesión en su proceso de
institucionalización, la han llevado por caminos de movimiento pendular para superar fases anteriores de su devenir histórico, y en ese
movimiento ha tendido a rechazar y descartar
acciones que han sido propias de la profesión
prácticamente desde sus orígenes. Se entiende que esto ha influido en la consideración de
muchos de nuestros profesionales acerca del
componente asistencial de la profesión.
Por otro lado, se ha sumado la preocupación legítima -reeditada por ejemplo en las
nuevas generaciones de estudiantes de Trabajo Social- de no caer en el asistencialismo y
por ende, en la generación en los beneficiarios de los servicios y programas sociales, de
una subjetividad con un fuerte carácter dependiente y disciplinado a las pautas de los
organismos que otorgan el acceso a recursos
de diferente índole. Quizá la distinción nítida
entre acciones asistenciales y asistencialismo4 sea un elemento fundamental para su-
perar esa suerte de rechazo a la dimensión
asistencial de nuestra profesión que hoy
denotan algunos sectores profesionales.
Hoy podemos afirmar que es necesario reflexionar y debatir para poder
redimensionar el contenido dado a este
componente asistencial de nuestro accionar, sobre todo atendiendo a la gravedad
4
El asistencialismo se caracteriza sobre todo por el desarrollo de acciones asistenciales que no se basan en el
reconocimiento de los derechos sociales de sus usuarios,
sino en el paternalismo y en el clientelismo.
96
y agudeza de las problemáticas sociales
asociadas a situaciones de carencia material y de servicios fundamentales para la
vida humana (educativos, de salud, habitacionales, de alimentación, de cuidado de
niños, ancianos y enfermos, etc.). Teniendo presente además las transformaciones
sociales a las que asistimos, especialmente y como hemos visto en apartados anteriores, a los cambios en el Estado y la
“sociedad civil”, determinados sobre todo
por las transformaciones en los patrones
de acumulación capitalista.
En este sentido, al repensar nuestro
desempeño en el terreno de lo asistencial,
debemos tener presente algunas cuestiones que indican ser centrales. Por un lado,
que el desarrollo del componente asistencial desde el Trabajo Social implica
el acceso a recursos para la reproducción
biológica y social de muchos habitantes:
subsidios monetarios, vivienda, salud,
alimentación, educación, servicios públicos, etcétera. Esta facilitación del acceso
a recursos y servicios se halla asociada a
la habilitación de los derechos de los beneficiarios de los mismos en su calidad de
ciudadanos, componente central de la intervención profesional.
Por otro lado, desde el Trabajo Social podemos actuar apuntando al mejoramiento de la calidad de los servicios y
programas sociales, humanizando su acceso, a partir de la consideración de los
usuarios como personas y sujetos de derechos y no como un número o un expediente. Esto nos lleva además a considerar
“la voz” de los sujetos, a propiciar su fortalecimiento y la escucha atenta hacia los
beneficiarios por parte de los efectores
públicos. Todo ello implica procesos de
desburocratización de las relaciones entre
prestadores de servicios sociales y los sujetos que los “reciben”.
Adela Claramunt Abbate
Podemos, por otra parte, aportar e incidir en la elaboración e implementación
de políticas sociales viables y eficaces que
faciliten recursos humanos y materiales
acordes a las necesidades y vivencias de
los sujetos con los que trabajamos, ya sea
directa o indirectamente. Es posible contribuir además con el desarrollo de una
actitud crítica hacia las propuestas que
vienen “prefabricadas” desde otros contextos sin considerar su adecuación o su
rechazo de acuerdo con las trayectorias,
aprendizajes y acumulaciones de nuestra
propia sociedad.
Otros aportes del Servicio Social pueden
orientarse a la mejor organización y articulación de las políticas sociales de modo de
evitar innecesarias superposiciones de programas y servicios y aumentar las posibilidades de atender necesidades efectivas de la
población.
También tenemos un papel a desarrollar
en términos de la denuncia acerca de la disminución de los recursos materiales y humanos
para la implementación de las políticas sociales. A su vez la atención al problema que
algunos autores consideran como “desmaterialización” del trabajo social en el ámbito
de los servicios sociales, donde además de la
escasez de recursos en muchos casos se observa que cada vez menos es el Trabajo Social, como tal, quien determina el acceso a los
mismos.
Se podría considerar aquí el problema
del clientelismo político y el desarrollo del
voluntariado social, que pueden hallarse asociados a esta posible desmaterialización de la
profesión. Son otros agentes: político partidarios y también voluntarios, los que se ocupan
en muchos programas sociales del desempeño de estas tareas con consecuencias diversas
en la vida de la población. Es de destacar en
este sentido cómo se incrementan los riesgos
de disminución de la autonomía y de los niveles de emancipación de distintos grupos
poblacionales que se ven sometidos a diferentes modalidades de clientelismo, por las
El trabajo social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad
que “se deben” a un partido o a un sector, o a
una organización no gubernamental o grupo
de voluntarios sociales. Clientelismo que se
ve incrementado por orientaciones que visualizan los programas y servicios sociales como
una dádiva -resultante de la “generosidad” de
sus patrocinadores- que se otorga a los beneficiarios, y no como un derecho adquirido socialmente a través de las luchas sociales y que
es propio de cada individuo por su condición
de ciudadano.
IV. Dimensión socioeducativa
Esta dimensión o componente del accionar profesional, también ha estado presente
desde los primordios en la actividad de los
trabajadores sociales, adquiriendo contenidos diversos. Consiste básicamente en todos
aquellos procesos que se desarrollan con el
objetivo de incidir y transformar de algún
modo las formas de pensar y de actuar de las
personas con las que trabajamos, “...interfiriendo en la formación de subjetividades y
normas de conductas, elementos constitutivos
de un determinado modo de vida o cultura,
como diría Gramsci” (Gómez y Maciel, 2000:
142).
Según las orientaciones ético políticas
y teórico-metodológicas de los profesionales serán los principales énfasis dados a esta
dimensión de su trabajo. Así encontramos
profesionales que se identifican (consciente o
inconscientemente, explícita o implícitamente) con las demandas de la clase dominante
de la sociedad -la que por otra parte fue la
principal interesada en la existencia de profesiones como la nuestra- y por ende actúan con
un enfoque educativo que apunta al disciplinamiento y adaptación de los sujetos con los
que trabajan, a las necesidades de reproducción del capital, contribuyendo a su ubicación
como sujetos subordinados, lo que fue propio
de los orígenes de la profesión y se mantiene
en cierta medida y de maneras diversas, hasta
la actualidad.
No obstante, existe otra orientación a la
interna profesional que se identifica con los
97
intereses de las clases subalternas de la población y alienta su fortalecimiento a través
de su accionar, tanto en el trabajo directo con
dicha población, en la asesoría para el diseño
de las políticas sociales, como en sus producciones académicas. Esta orientación dentro
del Trabajo Social, informa el carácter dado
a la dimensión socioeducativa que apunta en
estos casos al fortalecimiento y mayor organicidad de los sectores subalternos de la
población por medio de múltiples y diversas
modalidades, procurando su efectiva participación y su conformación como sujetos protagonistas y con capacidad contestataria ante
las imposiciones del orden social actual. Algunas producciones que analizan estas cuestiones acerca de la profesión señalan que esta
última orientación profesional -sobre todo en
aquellos trabajadores sociales dedicados a la
práctica interventiva propiamente dicha- es
aún minoritaria (López, 1998; Gómez y Maciel, 2000).
A pesar de esto último se encuentran múltiples experiencias en las que los trabajadores
sociales emprenden acciones socioeducativas
que implican un desarrollo de procesos de
aprendizaje y cambio en las condiciones materiales y simbólicas de los individuos, familias, grupos, organizaciones y movimientos
sociales con los que se trabaja. En estos casos
se estimulan y promueven nuevas formas de
relacionamiento, nuevas prácticas sociales
que posibiliten el desarrollo de potencialidades y capacidades de estos sujetos de carácter
intelectual, afectivo, organizativo, material,
etcétera.
En todos estos procesos lo grupal adquiere especial importancia como ámbito privilegiado de aprendizaje y de sostén ante la posibilidad de los cambios, de lo que se muestra
como nuevo y por tanto difícil de asumir por
parte de individuos aislados. Es con otros que
estos procesos pueden verse facilitados por
los soportes que lo colectivo puede ofrecer.
En este sentido se estimula la formación de
grupos y otras formas de asociativismo, con
la finalidad de que las personas y familias se
conecten, problematicen su situación y defi-
98
nan sus aspiraciones y proyectos con relación
a su calidad de vida, detectando y movilizando recursos que las satisfagan. Se aprecia una
vez más aquí, las interconexiones imprescindibles entre los diferentes componentes o dimensiones de la actividad profesional de los
Trabajadores Sociales, en el sentido de que
más allá de los énfasis que se coloquen en la
intervención, difícilmente una dimensión del
quehacer profesional se dé sin la presencia
-más o menos notoria- de las restantes dimensiones.
En definitiva, y como expresa Adriana
García (2004) la dimensión socioeducativa
es un componente del accionar profesional
que posibilita la generación de aprendizajes
socialmente compartidos, por sujetos que fortalecen de este modo su capacidad de analizar
su realidad, plantear alternativas de cambio y
definir su direccionalidad, así como participar
activamente en procesos de negociación con
otros actores y de gestión de las soluciones o
alternativas que se proponen.
En este marco se estimulan procesos de
movilización de los propios sujetos involucrados, de modo que problematicen su situación e
identifiquen y analicen los factores económicos,
sociales, políticos y culturales que están incidiendo en su situación, y que definan alternativas de acción contando con la información y
la formación requerida para adoptar decisiones
viables acordes a sus intereses y necesidades. Al
mismo tiempo se evita que las expresiones de
la cuestión social que se encuentran presentes
en lo cotidiano de la vida y del trabajo de las
clases subalternas, se transformen en cuestiones
psicológicas de carácter y responsabilidad meramente individual.
El Servicio Social además aporta en la
traducción de lenguajes (Matus, 1992: 41-42)
de los diversos grupos y actores que coparticipan de las diversas situaciones, así como
en la divulgación en términos cotidianos de
conocimientos de las disciplinas científicas,
movilizando información y capacitando en
el manejo de técnicas y de procesos (Plan de
Estudios 1992 de la Licenciatura en Trabajo
Social - Facultad de Ciencias Sociales - Uni-
Adela Claramunt Abbate
versidad de la República). Las prácticas profesionales contienen el desafío de respetar el
conocimiento popular o saber cotidiano y a
quienes lo construyen, partiendo de la importancia que estas formas de saber tienen para la
reproducción y producción de la vida social.
Pero al mismo tiempo se instala otro desafío
y es el de no idealizar este saber, teniendo
presente el peso que en él tienen la tradición,
los preconceptos y prejuicios, los que actúan
como obstáculos para el cambio y la generación de transformaciones que apunten a mejorar las condiciones de vida de la población.
Por otro lado, la utilización social del conocimiento científico y técnico disponible y su
potencial contenido emancipatorio, aparecen
como otros desafíos a ser atendidos por los
trabajadores sociales, los que sin enclaustrarse
en las tendencias cientificistas de la “cultura de
expertos” apuntan a fortalecer la dinámica humana en sus programas y proyectos de trabajo.
Dicha dinámica propia de los seres humanos,
remite a una serie de acciones que estos desarrollan habitualmente con mayor o menor énfasis: la orientación, la movilización y la organización, acciones que los trabajadores sociales
que comparten una identificación con los intereses de la clase-que-vive-del-trabajo, tienden
a estimular y fortalecer con su propio trabajo
profesional. De este modo la orientación implica la puesta en movimiento de contenidos
informativos y formativos requeridos para enfrentar las necesidades existentes, conectando
recursos e información con los sujetos que viven dichas necesidades. Incluye la puesta en
práctica de acciones tales como: capacitación,
reflexión, problematización, desnaturalización
de situaciones y procesos, etcétera.
La organización es la promoción de todas las formas de agrupamiento y asociación
que son posibles para enfrentar las problemáticas planteadas, incluyendo acciones como
la formación y fortalecimiento de grupos, comisiones, sindicatos, cooperativas, etc., potenciando la capacidad de reclamo y acción,
aumentando la visibilidad de los actores sociales, a través de procesos de planificación y
comunicación. Mientras que la movilización
El trabajo social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad
incluye el estímulo y sostén para la realización de tareas y acciones de carácter amplio,
que la población debe desarrollar para enfrentar sus necesidades y buscarle solución
(por ejemplo, la elaboración y ejecución de
proyectos, campañas, gestiones, etc.). Implica ponerse en movimiento luchando contra la
resignación y la naturalización de los procesos sociales
La dimensión socioeducativa puede
adoptar así una orientación que se dirija hacia
la construcción de un proceso emancipatorio,
mediante la participación colectiva de la población con la que trabajamos, contribuyendo
a que ésta se afirme y autoperciba como sujetos en la sociedad en que viven, con derecho
a usufructuar los bienes materiales e inmateriales que en ella se producen. Se busca fortalecer así la capacidad de desarrollar pautas
de negociación entre los actores colectivos
a su interior, con las instituciones y el poder
público, apuntando a generar una democratización de las relaciones y a la construcción de
una agenda pública que permita mejorar las
condiciones y calidad de vida de la población.
El Trabajo Social actúa en estos procesos de corte socioeducativo ubicándose en
el espacio intermedio entre la necesidad y su
resolución, como en la dimensión asistencial:
entre las demandas de la población y los servicios que otorgan las instituciones para las
que trabajamos en general como asalariados.
Esta situación nos impone límites pero también posibilidades que deben ser analizados y
evaluados en cada circunstancia y coyuntura.
V. Dimensión ético política
Esta dimensión constitutiva de la actuación profesional, atraviesa los diferentes
componentes del Trabajo Social ya analizados anteriormente en este documento; es decir, que se pone en movimiento incidiendo
en todas las dimensiones que conforman el
accionar de los trabajadores sociales. Remite a la discusión (y a su efectivización en la
práctica) acerca de los valores que orientan la
intervención profesional y que sitúan al tra-
99
bajador social de manera posicionada en las
relaciones de poder que están presentes en su
campo de actuación. Implica la opción entre
proyectos sociales diversos, así como una
concepción del mundo, del cambio social y
del sentido de esa transformación, del lugar
ocupado por el ser humano en las relaciones
sociales, etcétera.
Sin duda que el debate sobre ética y política y su reencuentro, trasciende los territorios del Trabajo Social pero tiene repercusiones a su interna y es parte de esa búsqueda
más amplia, que lleva a repensar la política
y la práctica profesional como prácticas que
tienen como horizonte la construcción de sujetos políticos colectivos y de una voluntad
política que puede estar “(...) dirigida a la
construcción de nuevas relaciones sociales,
donde tenga lugar la constitución de una libre
individualidad social (Marx, 1980), liberando
al hombre de las trabas de la alineación en el
proceso social de la vida” (Iamamoto, 2003).
En el terreno de la moral las acciones
son valoradas como buenas o malas, justas o
injustas, correctas o incorrectas. Así se conforman un conjunto de costumbres y hábitos
culturales que se transforman en deberes y
normas de conducta, los que responden a la
necesidad de establecer parámetros de convivencia social relacionados a su vez a las
condiciones socioeconómicas y culturales de
cada momento histórico.
Por otro lado, si bien los términos moral y ética son utilizados como sinónimos,
es posible establecer entre ellos algunas diferencias definiéndolos de la siguiente manera: la moral como práctica de los individuos
en su singularidad y la ética como reflexión
teórica y como acción libre orientada a lo
humano genérico. Así la moral nace en las
sociedades primitivas como respuesta a la
necesidad de pautar la convivencia social y
la ética nace con los griegos, como reflexión
filosófica acerca de la moral, generándose así
la ética como disciplina dentro de la filosofía. Las normas, pautas y deberes surgen de
necesidades prácticas; la teoría y la reflexión
acerca de ellas -propia de la ética- contribuye
100
a entender ese proceso, poniendo en cuestión
su significado, aportando elementos para su
transformación y orientando la práctica (Barroco, 2003).
La ética profesional implica el interrelacionamiento de distintas esferas: la esfera
teórica, que contiene las grandes orientaciones filosóficas y teórico-metodológicas que
están en la base de las diferentes concepciones éticas de la profesión (valores, principios,
visión del hombre y de la sociedad, etc.); la
esfera moral práctica, que remite al comportamiento práctico individual de los profesionales, así como al conjunto de las acciones
profesionales en su organización colectiva,
dirigida a hacer efectivos determinados proyectos con sus valores y principios éticos. Y
la esfera normativa, que se resume y expresa
en el Código de Ética Profesional, que prescribe normas, derechos, deberes, sanciones
y orienta el comportamiento de los profesionales. Supone la elección con autonomía y
responsabilidad frente a las opciones y sus
consecuencias (Barroco, 2003; Iamamoto,
2005).
Cuando las personas adhieren conscientemente a determinadas normas morales, se
está ante sujetos que actúan éticamente, es
decir con niveles importantes de autonomía
en el sentido que pueden decidir frente a lo
históricamente posible de forma responsable y libre. No obstante, la conciencia y el
conocimiento ético no resultan suficientes
para hacer efectiva la ampliación de la autonomía de dichos sujetos. La realización
de ésta “(...) supone la unidad entre ética y
política, que se hace efectiva en el campo
de los conflictos, de la oposición entre proyectos sociales, caracterizándose por la organización colectiva de la lucha entre ideas
y proyectos que contienen valores y una dirección ética” (Barroco, 2003). Es en este
sentido que afirmamos aquí la existencia
de una dimensión ético-política que se encuentra atravesando las demás dimensiones
propias del quehacer del Trabajo Social: la
investigativa, la asistencial y la socioeducativa. El componente político de nuestro
Adela Claramunt Abbate
accionar nos lleva a tomar posición a partir
de reflexionar en torno de algunas interrogantes fundamentales: ¿al servicio de qué
proyecto de sociedad colocamos nuestro
trabajo? ¿al servicio de quiénes desarrollamos nuestra labor?
En la fundamentación del Código de
Ética para el Servicio Social o Trabajo Social del Uruguay se transcribe un párrafo
de lo aprobado a nivel del Mercosur por las
organizaciones profesionales que dice lo siguiente: “Entendemos la ética como un espacio de reafirmación de la libertad, por lo
tanto, como posibilidad de negación de los
valores mercantilistas, autoritarios, utilitarios e individualistas que fundan la moralidad dominante en la sociedad capitalista.
Como profesionales tenemos la responsabilidad de defender una ética que reafirme la
capacidad humana de ser libres, o sea de escoger conscientemente, con protagonismo,
las alternativas para una vida social digna”.
En este marco se definen una serie de principios y fines fundamentales que reflejan
la discusión teórica acerca de la ética profesional a partir de la enunciación de una
serie de valores: libertad, justicia social,
igualdad, solidaridad y participación.
En términos generales dicho Código de
Ética que orienta el accionar de los trabajadores sociales uruguayos, comparte con otros
de la región algunos principios y valores humanistas, a saber:
-La identificación de la libertad como
valor ético central, que requiere el reconocimiento de la autonomía, emancipación y plena expansión de los individuos en tanto seres
sociales, y de sus derechos;
-La defensa de los derechos humanos
contra todo tipo de arbitrariedad y autoritarismo;
-El fortalecimiento de la democracia y
de la ciudadanía a través de la participación
política y del acceso a la riqueza producida;
-Defensa y profundización de la equidad
y la justicia social, a partir de la universalización del acceso a bienes y servicios y su
gestión democrática, así como el desarrollo
El trabajo social y sus múltiples dimensiones: hacia la definición de una cartografía de la profesión en la actualidad
de acciones integrales en la defensa de la ciudadanía;
-El compromiso con la calidad de los servicios que se prestan en articulación con otros
profesionales y trabajadores en general;
-Estímulo del pluralismo, respetando las
diversas corrientes profesionales democráticas, promoviendo el debate y la expresión de
distintas perspectivas teórico-metodológicas
y ético-políticas.
Estos principios y valores establecen referencias para la acción profesional en sus
diferentes componentes, en el marco de las
relaciones y condiciones de trabajo en que se
hace efectiva, así como también pauta las expresiones colectivas de la profesión en la sociedad. El que estas orientaciones impregnen
el ejercicio cotidiano de los trabajadores sociales, es decir que el “deber ser” se traduzca
en “el ser” de la profesión, es uno de los desafíos del Trabajo Social en el contexto actual.
VI. Reflexiones finales
Sólo enfatizaremos aquí en forma breve,
algunos aspectos que entendemos relevantes
en este esfuerzo de aproximarnos a respuestas
acerca de la pregunta inicial que motivó este
trabajo.
Debemos subrayar en primer lugar que el
Trabajo Social es una profesión compuesta por
múltiples dimensiones interrelacionadas, las
que se retroalimentan y se desarrollan en el accionar de los profesionales de modo fuertemente interdependiente. Es más, cabe decir que en
la realidad, dichas dimensiones o componentes,
en general no existen de modo aislado sino que
son separadas en esa intención de desentrañar
su complejidad para su mejor estudio y análisis.
Esto no significa que en las situaciones concretas del trabajo de los profesionales, no se produzcan énfasis en algunos de los componentes
o incluso que en ciertas intervenciones de los
trabajadores sociales, alguna de las dimensiones
se desarrolle en forma privilegiada o de modo
independiente de las demás.
En segundo lugar, encontramos necesario destacar que la dimensión ético política
101
-marcando los valores y principios que orientan la acción y la direccionalidad de cada intervención- está presente en todas y cada una
de las dimensiones que identificamos en forma genérica en el accionar del Trabajo Social:
en la investigativa, en la asistencial y en la
socioeducativa.
En este sentido son muchas las tensiones y los desafíos que el Trabajo Social debe
enfrentar en la actualidad, en que sus propias
condiciones y relaciones de trabajo, así como
las condiciones de vida de la mayoría de la
población, se ven profundamente alteradas
por las transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales a las que venimos asistiendo en las últimas décadas. Por
este motivo, tiene fundamental vigencia lo
afirmado por Iamamoto (2005) con relación
a que se requiere “(...) un profesional culto,
crítico y capaz de formular, recrear y evaluar
propuestas que apunten para la progresiva
democratización de las relaciones sociales.
Se exige compromiso ético político con los
valores democráticos y competencia teóricometodológica” (...) “Estos elementos aliados
a la investigación de la realidad posibilitan
descifrar las situaciones particulares a las que
se enfrenta el asistente social en su trabajo, de
modo de conectarlas a los procesos sociales
macroscópicos que las generan y las modifican”.
Al mismo tiempo destaca dicha autora
que se necesita un profesional que tenga importantes destrezas “(...) técnico-operativas
que le permitan potenciar las acciones en los
niveles de asesoría, planeamiento, negociación, investigación y acción directa, estimulando la participación de los sujetos sociales
en las acciones que les son inherentes en la
defensa de sus derechos y en el acceso a los
medios para ejercerlos”.
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Adela Claramunt Abbate
Los aportes de José Luis Rebellato* en la
construcción de un proyecto ético político
liberador**
1
2
Alejandro Casas, Laura González,
Gustavo Machado, Alicia Brenes, Maite Burgueño
Resumen
La ponencia, inserta en un proyecto de investigación y desarrollo en curso de la Universidad de la República (Uruguay), propone recuperar algunos elementos centrales de
la obra y la praxis del docente y filósofo José Luis Rebellato. Se parte de una apuesta
política, donde la subjetividad y la ética son centrales en un proyecto profesional de los
trabajadores sociales latinoamericanos y uruguayos, al que se pretende contribuir desde el
debate y la reflexión.
Entendemos que los aportes de Rebellato, inscritos en el marco de la filosofía y la ética de
la liberación latinoamericana y de un marxismo crítico, significan una destacada contribución
en el proceso de maduración del pensamiento crítico latinoamericano. Además su obra, por su
cercanía con la práctica social y el Trabajo Social, aporta contribuciones significativas en la
construcción de un pensamiento y acción profesional inscritos en un proyecto ético político
transformador, anticapitalista, democrático y liberador.
Estos aportes se redimensionan en la búsqueda de respuestas teóricas e interpretativas,
que den cuenta y aporten al nuevo ciclo de luchas sociopolíticas que se vienen desarrollando
en nuestra América, sobre todo desde la perspectiva de los movimientos sociales y diversos
sujetos colectivos con un horizonte contrahegemónico y emancipatorio.
*
José Luis Rebellato (1946-1999) se doctora en Filosofía por la Pontificia Universidad Salesiana, Roma, en 1968, bajo la
orientación de Giulio Girardi. Fue militante, dirigente sindical y asesor de distintos sindicatos y gremios. Participó en el
Centro de Investigaciones y Desarrollo Cultural (CIDC) y luego en Praxis; colaboró con el Centro de Formación Sindical
del PIT-CNT (Central de trabajadores unificada del Uruguay desde 1966), así como con múltiples organizaciones sociales
y de derechos humanos, realizando trabajos de investigación participativa, asesoramiento y prácticas de educación popular, etc. Fue profesor e investigador de la Universidad de la República, en la Escuela Universitaria de Servicio Social y
Facultad de Ciencias Sociales; Escuela, Instituto y Facultad de Psicología; en la Facultad de Humanidades y Ciencias de
la Educación; y en el Programa Aprendizaje y Extensión (APEX). Fue investigador, docente y coordinador de Maestría de
Educación Popular en la Multiversidad Franciscana para América Latina (MFAL). Mantuvo una vinculación activa en el
CEAAL (Consejo de Educación de Adultos para América Latina) y diversas redes sociales a nivel latinoamericano. Autor
de una prolífica y fermental obra a lo largo de 30 años.
**
Esta ponencia fue presentada en el “Segundo Foro Latinoamericano: Escenarios de la vida social, el Trabajo Social y las
Ciencias Sociales en el siglo XXI”, La Plata, Argentina 2008. La misma surge en el marco del Proyecto de Investigación
y Desarrollo (financiado por la Comisión Sectorial de Investigación Científica-CSIC): “Marxismo, latinoamericanismo y
ética de la liberación en la perspectiva de José Luis Rebellato” (2007 - 2009), Departamento de Trabajo Social-Facultad
de Ciencias Sociales-Universidad de la República, a cargo del equipo que presenta esta ponencia.
106
Alejandro Casas - Laura González - Gustavo Machado - Alicia Brenes - Maite Burgueño
Los aportes de José Luis Rebellato en la
construcción de un proyecto ético político
liberador
“Todo pensamiento que critica algo, por
eso no es pensamiento crítico. La crítica del
pensamiento crítico la constituye un determinado punto de vista, bajo el cual esta crítica
se lleva a cabo. Este punto de vista es el de
la emancipación humana. En este sentido es
el punto de vista de la humanización de las
relaciones humanas mismas y de la relación
con la naturaleza entera. Emancipación es
humanización, humanización desemboca en
emancipación (Franz Hinkelammert, 2007).”
Nos proponemos recuperar algunos elementos centrales de la obra y la praxis del
docente y filósofo José Luis Rebellato, como
forma de colocar nuestra apuesta política,
donde la subjetividad y la ética son centrales
en un proyecto profesional de los trabajadores sociales latinoamericanos y uruguayos, al
que queremos contribuir promoviendo el debate y la reflexión.
Entendemos que los aportes de Rebellato,
inscritos en el marco de la filosofía y la ética
de la liberación latinoamericana, significan una
destacada contribución en el proceso de maduración del pensamiento crítico latinoamericano
-y se inscriben en una tradición de reflexión
crítica-, en particular en el campo de la filosofía y la ética, representando uno de los intentos
rigurosos de formulación de un “marxismo crítico latinoamericano”, presentando importantes
contribuciones en los campos del debate sobre
la hegemonía, la constitución del sujeto y de la
praxis político-cultural-pedagógica, así como
en la perspectiva de la ética de la liberación en
América Latina.
En este sentido, creemos que Rebellato
aporta también contribuciones significativas en la construcción de un pensamiento y
acción profesional inscritos en un proyecto
ético político transformador, anticapitalista,
democrático y emancipador.
Entendemos que cualquier proyecto profesional se inscribe y refiere a proyectos so-
cietarios más amplios. Referirnos a proyectos
societarios nos lleva al análisis del desarrollo
capitalista actual y las particulares expresiones en América Latina, donde se inscribe la
profesión como parte del trabajo colectivo de
la sociedad en la resolución de sus necesidades.
En este campo contradictorio, heterogéneo y complejo, se expresan proyectos societarios diversos, algunos de ellos antagónicos,
que se enfrentan en el campo de la lucha por
la hegemonía y la dirección político cultural
en la sociedad.
Partiendo del análisis de Rebellato
(2000c: 13-17), es posible indicar que el mundo contemporáneo, en su versión de la “globalización con hegemonía del capitalismo
neoliberal”, nos enfrenta a una contradicción
fundamental, aquella que contrapone el capital con la vida, incluyendo en ésta no sólo la
vida humana sino la propia vida de la naturaleza (externa al ser humano). Se trata de una
globalización que “construye subjetividades
sobre el modelo de la violencia”: Ésta aparece
como expresión de la competitividad, “pues se
pierde el valor del otro como alteridad dialogante y se lo reemplaza por el valor del otro
como alteridad amenazante”. La razón instrumental que se expande por doquier, la cual
deriva del “imaginario de la tecnología transformada en racionalidad única”, ahoga los potenciales de una razón práctica emancipatoria.
A esto contribuyen sin duda las concepciones
posmodernas, las cuales “más allá de los aportes sugerentes en el campo de la diversidad
y del sentido de la incertidumbre, termina(n)
en un planteo nihilista y en el sin sentido de
un mundo alternativo”. Se refuerza además
una globalización que apunta a “democracias
de baja intensidad, sin participación”. Según
Rebellato el neoliberalismo “realmente existente” y la democracia son incompatibles en
América Latina, lo que se complementa con la
aplicación de un modelo de “gobernabilidad
conservadora o sistémica”.
En esta última década hemos asistido a
importantes transformaciones en las luchas
sociopolíticas en América Latina, frente a un
Los aportes de José Luis Rebellato en la construcción de un proyecto ético político liberador
modelo de dominación, explotación y exclusión global que no se ha alterado en lo fundamental. Pueden destacarse las luchas de los
movimientos sociales y distintos sujetos colectivos (indígenas, campesinos, de derechos
humanos, obreros, de mujeres, de desempleados, estudiantes, ambientalistas, cooperativos, etc.), que se han enfrentado con relativo
éxito luchando contra la explotación indiscriminada de los recursos naturales y el capital
trasnacional, derribando varios gobiernos de
signo neoliberal. Al mismo tiempo, han promovido la construcción de instrumentos y herramientas político partidarias de izquierda y
centroizquierda que han permitido acceder al
gobierno en varios países de “nuestra América”.
En así que han comenzado a afirmarse alternativas pos-neoliberales de distinto
tipo, las cuales comparten en términos generales una posición de reforzamiento de la
integración latinoamericana (en los aspectos
comunicacionales, energéticos, comerciales,
financieros, de infraestructuras, etc.) y en una
estrategia de refuerzo del multilateralismo
y estímulo de la cooperación sur-sur, la que
muchas veces no deja de resguardarse en los
intereses de poderosas burguesías criollas y
trasnacionales, que se respaldan en un papel
más activo del Estado, y en la búsqueda de
ampliación de los mercados internos.
Si bien creemos que se trata de procesos donde priman más las afinidades que las
diferencias, sin embargo se distinguen alternativas en las estrategias de desarrollo y de
superación de aquellas herencias y en la construcción de alternativas.
Es en este contexto actual de las luchas
sociales en América Latina, que nos parece
importante resituar algunos aportes de Rebellato. Sus aportes, como contribuciones para
la construcción de un proyecto ético político
emancipador trascienden la consideración de
sus conceptos teóricos centrales, ya que sus
enseñanzas no se mantienen encerradas en
sus productos bibliográficos. Muy por el contrario, la riqueza de este autor se encuentra en
la profunda vinculación de su vida y su obra,
107
de sus prácticas y del diálogo permanente que
mantenía con diversos autores, analizando los
aportes teóricos desde un análisis complejo,
donde el contexto y la situación histórica que
estaba viviendo llenaban de sentido sus inquietudes y sus aportes.
De esta forma intentaremos desarrollar
algunos elementos que caracterizan la obra
de José Luis Rebellato, enfrentando el gran
desafío de analizar sus aportes en vinculación
con su vida, pero también desde la sana interpelación o inquietud crítica de pensar sobre y
desde nuestro tiempo histórico.
1. Una valoración de la obra teóricopráctica de Rebellato no debería dejar de considerar sus continuidades y rupturas. En este
sentido identificamos provisoriamente algunos momentos significativos: 1) una primera
etapa, sobre todo durante los años de formación básica, de carácter más ético filosófica,
entre fines de los 60 y durante los 70, centrada fundamentalmente en los debates sobre la
filosofía y la ética, así como la cuestión de
la objetividad-subjetividad, pero ya inspirada
fuertemente en el marxismo de Girardi y de
Gramsci; existe aquí un momento de quiebre,
tal como lo señala el propio Rebellato, hacia
temáticas de carácter más interdisciplinario,
durante los estudios a comienzos de la década de los 70 en nuestro país; 2) un segundo
momento, de intensa producción teórica y militancia social y política en la década de los
80 y a la salida de la dictadura en Uruguay,
está pautado por el énfasis en la educación
popular liberadora, la perspectiva de Gramsci con una fuerte impronta cultural, junto con
la de Ricoeur desde una matriz hermenéutica, la búsqueda de articulación en términos
de un paradigma alternativo, contrapuesto a
un paradigma hegemónico o dominante, y la
vinculación entre ética y práctica social; y finalmente 3) la década de los 90, siendo un
período en el que Rebellato consolida su inserción académica a nivel de la Universidad
-aunque sin abandonar su vocación extensionista y su vinculación con distintas organizaciones y prácticas sociales-. Allí se produce un cierto giro en el que la perspectiva
108
Alejandro Casas - Laura González - Gustavo Machado - Alicia Brenes - Maite Burgueño
más centrada en el marxismo y la educación
popular de base gramsciana fuertemente presente en la década del 80, es resignificada a
partir del diálogo con los debates éticos aportados por la filosofía y ética de la liberación
latinoamericana y sus debates con la ética
del discurso, hasta llegar a una valorización
de las perspectivas de Charles Taylor y Edgar Morin (que tienen fuerte influencia en los
procesos educativos, comunicativos y en una
perspectiva orientada al trabajo comunitario
(cf. Rebellato y Giménez, 1997), junto con
otras perspectivas, como la de Castoriadis y
Lévinas. Adquieren centralidad en esta etapa
los aportes en términos de la democracia radical y del poder local, la autonomía y la crítica
del neoliberalismo.
2. En la pretensión de considerar la globalidad de la obra de Rebellato, creemos que
es posible caracterizarla como una obra muchas veces “incómoda”, en la medida en que
demuestra un permanente afán por no adoptar
posiciones fáciles. Esto supone, según él mismo expresaba, no buscar negar o armonizar el
conflicto, sino comprenderlo como parte del
proceso de transformación. Para lograr una
práctica social que asuma el conflicto como
motor de un proceso de transformación, es
necesario reflexionar desde aportes teóricos
que contribuyan a desentrañar las mediaciones presentes y a vislumbrar alternativas posibles.
La obra de Rebellato se nos presenta
asimismo como desafiante, viva, ya que nos
obliga a salir del limbo de nuestras aparentes
certezas conceptuales y categoriales. Es una
obra que impacta en el lector al trascender la
clásica oposición entre lo intelectual-racional,
que articula la razón y la subjetividad. En este
sentido, aparece la ética como una dimensión
central de una praxis transformadora: “la tarea ética de ser dueños de nosotros mismos,
es una dura conquista. Una conquista personal y colectiva, social y política. Y también
una conquista ética” (1989: 39). Este planteo
nos interpela también en nuestros valores,
ideologías y deseos, nos vincula con la pre-
gunta por nuestras opciones personales, por
los múltiples sentidos de la experiencia y la
existencia individual y colectiva, por la coherencia entre el pensar, el sentir y el actuar. No
es una obra frente a la cual podamos permanecer indiferentes.
3. En tercer lugar, su obra reflejó sin duda
a un intelectual que podemos caracterizar
como radical. No es posible referirnos a él
como un simple pensador o filósofo, o investigador clásico. Tampoco podemos caracterizarlo solamente como un educador popular,
docente, extensionista o militante social y
político. Por el contrario, se trató de un intelectual que articuló, quizás como pocos, una
rigurosa formación y trato teórico e investigativo, reflejado en muchas de sus obras escritas, junto con una intensa vinculación con
la práctica social y educativa. Logró eso que
quizás esté reservado para unos pocos: ser un
gran articulador de la teoría y la práctica, sin
dejar de ser, al mismo tiempo, un intelectual
sólido y un educador y docente comprometido con los sujetos y las causas populares.
Se trató sin dudas de un gran pensador de la
práctica, y también de un importante promotor de la teoría puesta en práctica.
En sus aportes a la construcción de un
proyecto ético político transformador, la
práctica social ocupa un lugar central: “la
práctica social debe apostar a vincular las luchas reivindicativas con las luchas políticas,
la autogestión con la gestión del poder de la
sociedad, la transformación cultural con la
creación de nuevas estructuras económicas
y políticas. (…) las luchas parciales con la
lucha por un proyecto político popular, auténticamente democrático y necesariamente
revolucionario” (1989: 132).
4. De esta forma es posible decir que
Rebellato fue sin duda un intelectual orgánico, en el sentido de Gramsci, vinculado
fuertemente con los sectores populares y las
clases subalternas y, sobre todo, con un proyecto de transformación cultural y de liberación. De esta forma su propuesta se ubica
Los aportes de José Luis Rebellato en la construcción de un proyecto ético político liberador
claramente en el campo del pensamiento
crítico, tal cual lo veíamos en la cita de
Hinkelammert del inicio, en cuanto orientado por el punto de vista de la emancipación
humana. Se sabía parte de un intelectual
colectivo, que al mismo tiempo se integra
en un movimiento sociocultural y político
que trasciende ampliamente el conocimiento académico. Reconocía la imposibilidad
del conocimiento fuera de la historia y de
las opciones sociopolíticas, recluido en las
falsas seguridades de los sistemas corporativos de producción del saber académico.
Renegaba de los presupuestos positivistas
o neo-positivistas de un conocimiento puro,
objetivo, concebido bajo un cientificismo
estrecho, que autonomiza los hechos de los
valores, la razón de la emoción, la corporalidad de la mente, el significante del significado, el sujeto del objeto.
Apostaba a las confluencias entre el saber académico y el saber popular, aunque
sin caer en algunas posiciones subjetivistas
o culturalistas que terminan por negar la validez del conocimiento teórico y reivindican
la autenticidad y la validez aproblemática
del saber cotidiano, popular, de su cultura.
Rechazaba tanto el vanguardismo academicista, como el basismo de que el pueblo
contiene en sí mismo las llaves del acceso al conocimiento verdadero. Sabía que el
sentido común, en el sentido de Gramsci,
las concepciones del mundo de las clases
subalternas, se insertan en un determinado
modelo de relaciones sociales de tipo capitalista y dominador. Dichas concepciones
integran ideologías, tradiciones, saberes,
lenguajes, esquemas de percepción, valores
que están atravesadas por relaciones de explotación, dominación y exclusión. Apelaba
sí a esa posibilidad de articulación, de diálogo, de construcción colectiva del conocimiento, de un conocimiento vinculado con
un proyecto más amplio de transformación
social, que subsumía las herramientas metodológicas u otro tipo de propuestas pedagógicas bajo dicho horizonte ético crítico.
109
5. Es posible indicar asimismo el carácter
renovador y crítico de la concepción y praxis
educativa de Rebellato, que se articula con
su producción escrita y su reflexión teórica.
Aquí cobran relevancia sus propuestas de
desarrollo de formas de investigación participativa, que propiciaran la construcción de
un saber vinculado orgánicamente con las necesidades de los sujetos colectivos. Este es un
camino fértil en el diálogo con la sociedad,
ya que permite escuchar las diferentes voces,
reconociendo y aportando a la constitución de
sujetos creativos. Esta perspectiva metodológica “considera que no es posible construir
poderes sociales si a la vez no se construyen
saberes sociales” (2000: 36). Se trata de partir de los problemas planteados por el pueblo,
pero, como señala Rebellato sin transformar
la investigación en una “mitologización de la
espontaneidad”: “Espontáneamente nuestra
voz reproduce la voz de la dominación
(…) debemos ser investigadores de la esperanza, no de la resignación, investigadores
desafiantes, no meros facilitadores” (2000:
37).
También importa su propuesta de la
educación popular liberadora, fuertemente
influenciada por la lectura de Paulo Freire y
la pedagogía crítica, que encontraba su fundamento en cuanto articulada al movimiento
de resistencia, de organización, de afirmación
de una conciencia crítica y de una perspectiva
contrahegemónica en lo cultural y en la afirmación de un bloque histórico alternativo.1
Para Rebellato la educación popular liberadora “supone la constitución del sujeto popular
en sujeto de saber y de poder. (…) requiere
de una transformación profunda de los intelectuales, técnicos y educadores, en el sentido
de una apuesta y una confianza en las potencialidades de los actores sociales populares”
(2000c: 30).
Procesos educativos siempre caracterizados por él en cuanto a su carácter sistemático
y crítico, insertos por su parte en procesos de
1
Ver al respecto sus análisis sobre los procesos de formación de la conciencia de clase, a partir del análisis de
experiencias de formación sindical, en Rebellato (1993
y 1994).
110
Alejandro Casas - Laura González - Gustavo Machado - Alicia Brenes - Maite Burgueño
resistencias y construcciones de horizontes
liberadores desde los sectores populares y
dominados, que no siempre desembocan en
victorias o en avances históricos. Por el contrario, se mueven en el campo de lo posible,
están plagados de contradicciones, suponen
desvíos, frustraciones, avances tímidos o sustantivos, recomienzos.
6. Lo anterior no obsta para que existiera
en Rebellato una siempre definida concepción
antropológica y política “optimista”, donde la
esperanza, la confianza en las potencialidades
de los sujetos, de las “víctimas” en el sentido
de Walter Benjamin, la “apuesta” en el sentido pascaliano, suponen un horizonte de sentido para afirmar la construcción de las utopías
posibles.
Toma la perspectiva de Benjamin en su
cuestionamiento al paradigma del progreso,
propio del proyecto de la Ilustración, proponiendo construir una mirada de la historia
desde las “víctimas”. Toma la idea de Habermas de que “La esperanza de lo nuevo futuro
sólo se cumple mediante la memoria del pasado oprimido” (2000c: 19); es éste el fundamento desde el cual se orienta una práctica
que busca desarrollar nuevas voces, nuevos
poderes y saberes sociales. Se trata de una
construcción del presente, orientada hacia un
futuro y en diálogo con los actores del pasado, con las frustraciones y las esperanzas de
los que quedaron callados por la historia de
los vencedores.
De esta forma su crítica del utopismo del
progreso lineal acuñado por la modernidad y
el capitalismo, no le hacía caer en posiciones
irracionalistas, nihilistas, ni tampoco en falsos idealismos. La perspectiva puesta desde
las víctimas de la historia y del sistema, le
propiciaba no solamente un horizonte epistemológico y ético de crítica del sistema y la
totalidad dominante, fundando la posibilidad
de un conocimiento alternativo, sino también
algunas claves para afirmar y despertar las
energías utópicas y transformadoras de los
sujetos.
Esta apuesta a las víctimas del sistema
adquiere mayor relevancia con los aportes de
Emmanuel Lévinas, donde las víctimas constituyen la alteridad, que convoca a una ética
de la responsabilidad, ya que “No hay un sí
sin otro que me convoque en cuanto existencia responsable” (2000c: 21). En la filosofía
occidental, el Otro tiende a reducirse a la repetición de mí mismo, por el contrario se hace
necesario situar la alteridad reconociendo la
diferencia del Otro que me trasciende. Estos
elementos fundamentan el enorme valor que
Rebellato asigna al encuentro con el otro, al
establecimiento de una profunda relación de
tipo dialógico e intersubjetivo. En sus palabras: “La búsqueda de sentido debe orientare (…) hacia una relación intersubjetiva: el
cara a cara como experiencia ética originaria”
(2000c: 20).2
Estos elementos conceptuales se ven
profundamente implicados en Rebellato en
la relevancia otorgada a la práctica educativa. Su práctica como educador y docente en
los diversos ámbitos en los que se insertaba
estaba atravesada por una característica cen2
Al respecto vale indicar que esta lectura del Otro no supone una exterioridad absoluta, que negaría una igualdad
originaria de los seres humanos, ni tampoco negar una
racionalidad de tipo dialógica. El propio Rebellato se
refiere a ello en la crítica que realiza a algunos planteamientos de Enrique Dussel -a pesar de compartir varios
postulados de la obra dusseliana-, inspirados por su vez
en Lévinas, que tiene que ver con la categoría del Otro
en cuanto exterioridad: “Es tan fuerte la insistencia de
Dussel respecto a la exclusión del Otro, que éste se nos
presenta casi como situado fuera del sistema, como exterioridad absoluta, como el más allá que interpela. Ahora bien, históricamente, el excluido lo es por la fuerza y
la dinámica del propio sistema”. Al respecto Rebellato
postula la hipótesis de algunos resabios de filosofía heideggeriana con un sesgo metafísico con su categoría de
exterioridad. Rebellato también refiere a que Dussel no
toma suficientemente en cuenta los aportes de la racionalidad dialógica de la ética comunicativa. El Otro, sumido
en la exterioridad, necesita ser liberado. La interpelación
desde la exterioridad es dirigida hacia alguien que puede
liberar. Con lo cual se corre el riesgo de establecer una
contraposición entre quien libera y quien es liberado.
La liberación pierde entonces su carácter también como
proceso comunicativo entre quien es oprimido y quienes
son interpelados por el oprimido. Más bien, parece una
iniciativa de los interpelados, de los intelectuales de la
filosofía de la liberación. Esto según Rebellato afecta la
praxis pedagógica y política: el énfasis está puesto en el
hecho de que alguien tiene que liberar a alguien, y no en
la necesidad de liberarnos juntos (1995: 165-6).
Los aportes de José Luis Rebellato en la construcción de un proyecto ético político liberador
tral: la no descalificación de los otros para el
diálogo, para la escucha atenta. Otros muy
“diversos” con los que Rebellato se vinculó
especialmente, pero que reconocían este atributo en el relacionamiento directo.
De esta forma, su profunda articulación
entre la teoría y la práctica se vincula con
adoptar una perspectiva hermenéutica, que
conduce a ubicar los aportes teóricos con
relación al contexto, a las condiciones concretas de existencia y a los horizontes de precomprensión de los educandos, con una perspectiva de aporte en un sentido emancipador.
Parece quedar claro que en este sentido, y
desde Rebellato, no se trata sólo de una cuestión de la generación de conocimiento desde
los educandos o los sectores populares, sino
que esto se realiza en una perspectiva que integra el autoanálisis de la vida cotidiana, de
los valores, de las formas de vida, de cultura,
de las creencias y tradiciones, y donde ingresa el componente del análisis de la práctica
social y política.
7. En cuanto a las fuentes teóricas que
nutren su reflexión, podemos decir que Rebellato era un pensador heterodoxo, que buscaba
sintetizar, poner en diálogo diversos aportes,
desde un pensamiento profundamente autónomo, estrechamente vinculado al contexto
latinoamericano y a una praxis social liberadora. Su obra teórica no se caracteriza por
una ubicación a priori en un determinado paradigma o perspectiva teórico metodológica
(aunque ciertamente se mueve en el campo de
la teoría crítica) sino que más bien refleja una
gran fidelidad a hacer de sus preocupaciones
sociales y emancipatorias, preocupaciones
teóricas, que buscan respuesta en el diálogo
abierto y riguroso con los más diversos aportes de las ciencias sociales y humanas. Si bien
contrapone la formulación de un paradigma
tradicional a uno alternativo (y esta será una
búsqueda permanente en toda su obra), a lo
largo de su evolución teórica dicha contraposición adquiere nuevos significados. Rehuye
claramente del positivismo y del liberalismo,
sin duda se nutre fuertemente de un marxis-
111
mo humanista y crítico, así como de la perspectiva hermenéutica de Ricoeur, aunque no
se reduce a ninguno de dichos campos. Toma
aportes del psicoanálisis, sobre todo desde la
versión del imaginario radical de Castoriadis,
se nutre ciertamente de la pedagogía crítica,
retoma en buena medida la concepción de
poder de Foucault. Bebe en las fuentes de la
Escuela crítica de Frankfurt, y dialoga fuertemente con la perspectiva habermasiana, aunque la hace debatir con la propuesta dialógica
de Freire. Retoma el marxismo de Gramsci,
Mariátegui y Benjamin, y por otro lado se
implica con la perspectiva de la complejidad
de Morin, la perspectiva comunitarista de Taylor y se acerca al pensamiento de Lévinas.
Rechaza el posmodernismo, su apelación a
la fragmentación y su apologética muerte
del sujeto, pero al mismo tiempo rescata algunos aspectos críticos de dichas corrientes.
Pone fuertemente el énfasis en una tradición
latinoamericana de pensamiento crítico (Mariátegui, Freire, Guevara, Girardi, Hinkelammert, Dussel), pero reniega de una perspectiva provinciana y que no dialogue con las
perspectivas europeas y anglosajonas.
8. Considerando estos aportes, podemos decir que el pensamiento de Rebellato
se ubica en el campo de la afirmación de una
filosofía y ética de la liberación. Una ética de
la liberación que, desafiada por la exclusión,
“recupera la historia desde la perspectiva de
los oprimidos, sustenta la categoría de la esperanza como dimensión utópica de la historia y contrapone a la ética del mercado una
ética de la responsabilidad y de la alteridad,
articulando las categorías de autonomía y
dignidad” (2000c: 22). Dicha ética requiere
una resistencia desde la dignidad del sujeto,
reconociéndolo a partir de sus capacidades y
potencialidades. Al decir de Rebellato, “supone el reconocimiento de la iniciativa popular,
la posibilidad efectiva de cambiar la historia
y la centralidad de la subjetividad expresada
en la lucha de los movimientos” (2000c: 23).
Una ética de la liberación supone poner en el
horizonte la superación del orden existente y
112
Alejandro Casas - Laura González - Gustavo Machado - Alicia Brenes - Maite Burgueño
la construcción de una sociedad emancipada;
supone asimismo colocar al sujeto humano en
el centro de la historia. La ética de la liberación no sólo define un horizonte de emancipación, sino que aporta elementos orientadores y estructurantes del proyecto humano en
esa dirección: “(…) pensar la historia desde
las víctimas, como condición trascendental y
como eficacia histórica, adherir a la construcción de democracias desde la sociedad civil,
fortaleciendo el poder de las comunidades y
el desarrollo de identidades culturales críticas
y maduras y reconocer en el oprimido, no sólo
una víctima, sino alguien que provoca nuestra
responsabilidad, parecen ser algunas de las
claves de confluencia en la construcción de
una ética de la liberación, en el desafío actual
de construir paradigmas alternativos en la era
de la globalización neoliberal” (2000c: 23).
Por otro lado, Rebellato realizó contribuciones importantes al desarrollo de un marxismo crítico, latinoamericano y humanista.
A lo largo de toda su obra se observan aportes
que proclaman la vigencia del pensamiento de Marx. En uno de sus últimos trabajos,
afirmaba con relación al Manifiesto Comunista: “Se trata de la denuncia profética y de
la indignación frente a la injusticia social, a
la desigualdad, a la explotación y dominación
de la clase trabajadora” (2003: 84). Rebellato
sostiene asimismo la permanente vigencia de
la afirmación de que la historia de la sociedad
es la historia de la lucha de clases.
En su lectura del marxismo cobra un
gran peso la figura de Gramsci. Tomando los
aportes de este autor, Rebellato reivindica un
marxismo “nacional y popular”, “de carácter
antidogmático, antieconomicista y determinista”, “abierto a la subjetividad histórica”,
al protagonismo de los sujetos, a la praxis
político cultural y al conocimiento desde los
sectores populares (1988).
Esto implica que desde su perspectiva tiene un lugar de relevancia la subjetividad como elemento constitutivo de la acción
política. Retomando a Gramsci, señala: “La
conciencia no es simple reflejo de las leyes
objetivas y de las contradicciones en las rela-
ciones de producción. Una nueva conciencia
supone una nueva opción, no sólo de clase,
sino también una nueva opción ética” (1988:
117).
En su diálogo con el contexto latinoamericano, Rebellato retoma de Mariátegui la
idea de un marxismo desarrollado y puesto en
práctica desde las características peculiares
de América Latina. Recupera de Guevara la
centralidad de la acción consciente y organizada, así como la prioridad de una filosofía
de la praxis y su apuesta a la construcción de
un hombre nuevo, “que avanza decididamente hacia el hombre liberado de la alienación.
Un hombre nuevo es condición necesaria en
el camino de construcción de un reino de libertad” (2003: 118-9).
9. Finalmente, es posible decir que la
propuesta de Rebellato se traduce en una obra
y en un intelectual de tipo heréticos. Esto en
la medida en que se trata de una perspectiva
que parece muy difícil de ser “integrada”, ya
no tanto a nivel de la academia oficial (que
tiende naturalmente al conservadurismo),
sino sobre todo por la cultura y por el sistema
hegemónico de poder económico, político y
cultural.
Pueden ser recuperados en este sentido
algunas perspectivas de su obra que desmontan el régimen de saber, la cultura y el régimen
de producción y dominación hegemónico:
por ejemplo sus análisis críticos pioneros sobre la globalización y el neoliberalismo desde
el punto de vista ético cultural; su perspectiva de afirmación de una democracia radical
y de una autonomía efectiva de los diversos
sujetos colectivos y de las víctimas del sistema (que continúa su análisis anterior centrado en el poder y la participación popular);
su horizonte de construcción de una sociedad
emancipada; la afirmación de una educación
popular liberadora; la perspectiva de la liberación individual y colectiva en una tradición
latinoamericana; el énfasis en el conflicto
como constitutivo de la vida social; el espacio de la utopía y de la esperanza en la crítica
y superación del orden existente, entre otros.
Los aportes de José Luis Rebellato en la construcción de un proyecto ético político liberador
113
Rebellato fallece en 1999, en un contexto de auge del neoliberalismo. Sin embargo,
aun en dicho contexto de reestructuración
capitalista regresiva, retroceso de los derechos sociales y de desmovilización popular,
siempre promovió una esperanza activa, no
como ilusión pasiva de espera, sino como resignificación de la utopía como horizonte de
posibilidad efectiva de transformación. Hoy
nos continúa desafiando, por ello elegimos
esta cita extensa para cerrar esta presentación:
Bibliografía citada
Vivimos tiempos de crisis, de desafíos,
de esperanzas. Vivimos tiempos de encrucijadas históricas. Esto requiere de nosotros lucidez, entrega a una tarea liberadora, adhesión a
la utopía mediatizada en proyectos efectivos.
Requiere resistencia y propuesta, radicalidad
y sentido del límite (…) Requiere construir
una globalización de signo contrario a la globalización neoliberal. Una globalización de la
solidaridad. Una verdadera internacional de la
esperanza. Un mundo donde quepan todos los
mundos. Hay una responsabilidad insustituible en los trabajadores sociales. Ellos y ellas
se encuentran en contacto permanente con el
dolor y sufrimiento de la gente, pero también
con sus alegrías y anhelos, con sus deseos y
esperanzas. La verdadera Reconceptualización del Trabajo Social aún no ha terminado.
Más bien tiene un largo camino por delante:
no es una etapa, es más bien un proyecto. Empieza día a día en la medida en que creemos
que el protagonismo de los sujetos populares
requiere revisar a fondo nuestros enfoques
teóricos, nuestras metodologías, nuestra forma de investigar y sistematizar. Y, sobre todo,
en la medida en que es un proyecto que se
nutre de nuestra capacidad de ser educadores
de la esperanza que cree en las posibilidades
humanas de cambiar la historia. Puesto que la
historia no ha terminado y la historia no tiene
fin (2000b).
Rebellato, José Luis. Ética y práctica social. Eppal, Montevideo 1989.
Hinkelammert, Franz. Hacia una crítica
de la razón mítica. El laberinto de la modernidad. Materiales para la discusión. Arlekín,
San José de Costa Rica 2007.
Rebellato, José Luis. “El marxismo de
Gramsci y la nueva cultura”. En: AAVV:
Para comprender a Gramsci. Nuevo Mundo,
Montevideo 1988.
Rebellato, José Luis. “Conciencia de clase como proceso” (1ª parte). Revista Trabajo
Social Nº 12, Eppal, Montevideo 1993.
Rebellato, José Luis. “Conciencia de clase como proceso” (2ª parte). Revista Trabajo
Social Nº 13, Eppal, Montevideo 1994.
Rebellato, José Luis; Giménez, Luis. Ética de
la autonomía. Desde la práctica de la Psicología
con las Comunidades. Nordan, Montevideo 1997.
Rebellato, José Luis. “La educación liberadora como construcción de la autonomía
y recuperación de una ética de la dignidad”.
Revista de Trabajo Social N° 18, Eppal, Montevideo 2000.
Rebellato, José Luis Ética de la liberación. Nordan, Montevideo 2000b.
Rebellato, José Luis. “Globalización
neoliberal, ética de la liberación y construcción de la esperanza”. En: Rico, Alvaro y
Acosta, Yamandú (comp.), Filosofía latinoamericana, globalización y democracia. Nordan, Montevideo 2000c.
Rebellato, José Luis (2003). “Actualidad del Manifiesto en la construcción de un
paradigma emancipatorio”. En: http://fhuce1.fhuce.edu.uy/public/actio/num2/contenido.html
Autores
XIMENA BARÁIBAR RIBERO
Asistente Social Universitaria (Universidad de la República, Uruguay).
Máster en Servicio Social (Universidad de la República - Universidad Federal de Río de
Janeiro).
Cursa estudios de Doctorado en Ciencias Sociales, Mención Trabajo Social, en la Universidad de la República, Uruguay.
Docente en la cátedra de Políticas Sociales del Departamento de Trabajo Social, Facultad
de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y Asistente Social en el Servicio de
Tierras y Vivienda de la Intendencia Municipal de Montevideo.
[email protected]
CELMIRA BENTURA
Licenciada en Trabajo Social, egresada de la EUSS (Universidad de la República, Uruguay). Magíster en Trabajo Social del Departamento de Trabajo Social, FCS, Universidad de
la República, Uruguay.
Docente e investigadora del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad de la República, Uruguay. Integrante del área
Salud y Sociedad de este Departamento.
Actualmente se desempeña como profesional en la Intendencia Municipal de Montevideo, Departamento de Desarrollo Social, División Políticas Sociales, Unidad de Convenios, y
en Salud Mental de ASSE (Hospital Vilardebó).
[email protected]
ADRIANA BERDÍA
Licenciada en Trabajo Social (Universidad de la República, Uruguay).
Magíster en Servicio Social (Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil), Doctoranda
en Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay).
Docente de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay).
Se desempeña como asesora de la Dirección Nacional de Vivienda del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente. Ha desempeñado cargos similares en la
Intendencia Municipal de Montevideo, en la Dirección de Espacios Públicos y Edificación.
Es también asesora de organizaciones de la sociedad civil en el área de cooperativismo de
vivienda.
[email protected]
116
Autores
ALICIA BRENES MUNDY
Licenciada en Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales. (Universidad de la República, Uruguay).
Docente del Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales (Universidad
de la República, Uruguay).
Cursa la Maestría en Trabajo Social de esta Universidad.
Se desempeña como profesional en el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, Proyecto Uruguay Rural.
[email protected]
MAITE BURGUEÑO
Licenciada en Trabajo Social (Universidad de la República, Uruguay).
Docente del Área de Liberación de la FCS, Universidad de la República, Uruguay. Participa de Proyecto de Investigación y Desarrollo (CSIC) “Marxismo, latinoamercanismo y ética
de la liberación en la perspectiva de José Luis Rebellato” y del Proyecto de Vinculación con
el Sector Productivo (CSIC) “Condiciones sociolaborales de las Trabajadoras/es Domésticas/
os y su organización política”. Docente ayudante del curso “La cuestión social en la Historia”.
Trabaja en el Instituto de Promoción Económico y Social del Uruguay (IPRU) en el Programa
Desarrollo Local.
[email protected]
ANA LAURA CAFARO MANGO
Licenciada en Trabajo Social (Universidad de la República, Uruguay). Diploma de Especialización en Intervención Familiar en la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la
República, Uruguay).
Directora del Centro Diurno “Cántaro Fresco”, perteneciente al Programa Centros Diurnos de la
División de Protección Integral de Tiempo Parcial del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay.
Docente del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay).
Ha realizado trabajo con Mujeres víctimas de violencia doméstica y abuso sexual en el
Zonal 11 (ComunaMujer), dentro del Convenio Intendencia Municipal de Montevideo - Casa
de la Mujer de la Unión, e integrado el Equipo Técnico del Grupo de Autoayuda para Mujeres
Víctimas de Violencia Doméstica y Abuso Sexual, de la Casa de la Mujer de la Unión.
[email protected]
[email protected]
Autores
117
ALEJANDRO CASAS
Doctor en Servicio Social (Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil).
Profesor Adjunto del Departamento de Trabajo Social (Universidad de la República, Uruguay). Curso de Ética Filosófica.
Coordinador de Proyecto I+D “Marxismo, latinoamericanismo y ética de la liberación en
la perspectiva de José Luis Rebellato” (CSIC).
Integrante del Equipo técnico de Defensoría del Vecino de Montevideo.
[email protected]
ADELA CLARAMUNT ABBATE
Asistente Social Universitaria, egresada de la Escuela Universitaria de Servicio Social
(Universidad de la República, Uruguay).
Máster en Servicio Social (Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil).
Realiza estudios de Doctorado en Ciencias Sociales (Mención en Trabajo Social) en la
Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay).
Docente del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay).
Sus principales líneas de investigación se ubican en la temática de la cuestión social, las
políticas sociales, la acción colectiva, el Trabajo Social y la formación universitaria.
[email protected]
BLANCA GABIN
Licenciada en Trabajo Social, Diplomada en Trabajo Social Familiar, Profesora Adjunta
del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la
República, Uruguay).
Ha publicado Hacia un enfoque integral de la minoridad infractora (en coautoría con la
Dra. Mónica de Martino), CSIC-Carlos Álvarez Editor, Montevideo 1998; Co-organizadora,
con la Dra. Mónica de Martino de Prácticas pedagógicas y modalidades de supervisión en el
área de familia. Udelar-FCS-DTS-CSE, Montevideo 2008. Hasta 2008 Encargada de Curso de Metodología de la Intervención Profesional III, materia anual obligatoria teórico-práctica, cursada en 2008 por 191 alumnos a cargo de un plantel
docente integrado por otros 12 profesores y cuyas prácticas curriculares de docencia, investigación y extensión universitaria estuvieron centradas en el trabajo con familias e individuos
que recurren a instituciones prestatarias de servicios sociales en los diversos campos requeridos por las necesidades humanas. Se trabajó en los departamentos de Montevideo, Canelones,
San José, Florida, Salto y Maldonado.
[email protected]
118
Autores
LAURA GONZÁLEZ
Asistente Social Universitaria, egresada de la Escuela Universitaria de Servicio Social
(Universidad de la República, Uruguay).
Docente efectiva del Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales
(Universidad de la República, Uruguay).
Licenciada en Sociología en Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República,
Uruguay).
Magíster en Estudios Sociales Aplicados (Universidad de Zaragoza).
Desempeño técnico, desde 2006, en la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, Comisión
Honoraria del Cooperativismo (CHC- OPP).
[email protected]
GUSTAVO MACHADO
Asistente Social, egresado de la Escuela Universitaria de Servicio Social (Universidad de
la República, Uruguay).
Máster en Trabajo Social (Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil).
Docente efectivo del área Metodología de la Intervención Profesional e Investigador, integrante del Área de Liberación del Departamento de Trabajo Social (Universidad de la República, Uruguay).
Director de Coordinación Regional del Oeste del Instituto del Niño y Adolescente del
Uruguay.
[email protected]
MARIA NOEL MÍGUEZ
Licenciatura en Trabajo Social, Monografía de Grado: “Diferentes culturas en un mismo
hogar: Niños sordos con padres sin antecedentes de discapacidad auditiva”.
Maestría en Servicio Social (Universidad Federal de Río de Janeiro - Universidad de la
República). Tesis: “Construcción Social de la Discapacidad a través del par dialéctico integración-exclusión”.
Docente del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay), donde es Coordinadora del Grupo de Estudios sobre Discapacidad (GEDIS), creado en el año 2005.
Desde sus años estudiantiles incursionó en la temática de la discapacidad, cuando esta aún
no se abordaba en las Ciencias Sociales, en Uruguay.
Realiza estudios de Doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires,
siendo la temática en proceso de investigación: la medicación abusiva con reguladores del
carácter como una nueva forma de disciplinamiento de la niñez en el Uruguay.
[email protected]
Autores
119
ELIZABETH ORTEGA
Licenciada en Trabajo Social (Universidad de la República, Uruguay).
Máster en Servicio Social (Universidad Federal de Río de Janeiro y Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, Uruguay).
Candidata a Doctora en Ciencias Sociales, Mención Trabajo Social, por la FCS de la Universidad de la República
Integra el Sistema Nacional de Investigadores como investigadora activa, Profesora asistente titular del Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Uruguay.
[email protected]
LAURA VECINDAY
Asistente Social Universitaria, egresada de la Escuela Universitaria de Servicio Social
(Universidad de la República, Uruguay). Máster en Servicio Social, egresada de la Escuela de
Servicio Social de la Universidad Federal de Río de Janeiro (Brasil), en el marco del convenio
con la Universidad de la República. Doctorado en Ciencias Sociales (en curso) en la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO – Argentina).
Investigadora Activa del Sistema Nacional de Investigadores de la Agencia Nacional de
Investigación e Innovación.
Integrante del Núcleo de Estudos e Pesquisas sobre Profissões e Instituições (NEPPI), en
la Universidad Federal de Santa Catarina (Brasil).
Docente efectiva en el Departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales, e Integrante del Grupo de Estudios Sociojurídicos, Departamento de Trabajo Social,
Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Uruguay).
Asistente Social del Departamento de Asistencia Social del Instituto Técnico Forense,
Poder Judicial uruguayo.
[email protected]
Se terminó de imprimir en los talleres gráficos
D.L. de Tradinco
346-474 S.A. /
Minas
- Montevideo
- Uruguay
- Tel.218/996
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63. Mayo del
de 2009
08. 1367
Edición
amparada en
el decreto
Papel)
D.L. 349.668/09. Edición amparada en el decreto 218/996 (Comisión del Papel)
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