Estancamiento estabilizador

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EL ESTANCAMIENTO ESTABILIZADOR
David Ibarra
18 de noviembre de 2003
La economía vuelve a quedar inmersa en otro bache recesivo que ya se prolonga
tres años corridos. El crecimiento de la actividad económica a lo largo de todo el
trienio 2001-2003 se estima apenas en 2%, con empobrecimiento obligado en el
ingreso y el consumo per cápita de los mexicanos.
Son muchos lo argumentos que intentan racionalizar tales hechos:
la
caída en las exportaciones no petroleras y de los flujos de inversión extranjera
directa, asociados, se dice, al receso norteamericano; los desacuerdos políticos en
torno a las llamadas reformas estructurales, tengan o no --y algunas no la tienen-relación real, inmediata, con el crecimiento nacional; la inexperiencia del
gobierno de la transición. Sea como sea, el bache sería todavía más hondo de no
darse hechos favorables, como el alza de los precios del petróleo y la baja de las
tasas internacionales de interés de la deuda externa, para no contar el ascenso de
las remesas de nuestros sufridos braceros en el exterior (ya suman más de 10 mil
millones de dólares anuales).
Lo que suele estar ausente, es la crítica de las políticas económicas en
boga, que lejos de estar enderezadas al desarrollo y al empleo, se limitan a
resguardar celosamente los llamados equilibrios macroeconómicos.
René
Villarreal sostiene que en vez del desarrollo estabilizador, propiciamos un largo
período el estancamiento, eso sí, estabilizador. En los hechos, importa más abatir
la inflación que corregir la desnutrición del 30% de la población infantil, aunque
se dé pie a un círculo vicioso en que los grupos dañados quedan excluidos de por
vida de toda posibilidad de ascenso social. Los desajustes del mercado de trabajo
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parecen ser ajenos a las preocupaciones centrales del manejo económico, como lo
demuestra el ascenso alarmante del empleo informal y que la participación de la
mano de obra con menos de 35 horas de trabajo por semana ya ascienda al 18%
de la población económicamente activa.
Asimismo, la balanza de pagos se
equilibra a medias deprimiendo la demanda de bienes importados, más que
fomentando deliberadamente las exportaciones.
El enorme superávit del
intercambio con los Estados Unidos, se disipa por los múltiples y mal negociados
tratados de libre comercio con otros países o por la falta de competitividad real o
artificial de nuestros productores. Los diez años de ventaja con el Tratado de
Libre Comercio de América del Norte o las tres décadas y media de experiencia
maquiladora, han sido insuficientes --dado nuestra pasividad-- para crear un
sector exportador sólido y dinámico. Así se ha perdido la carrera competitiva
con el sudeste asiático, y se perderá con otros países de la región --ya con Brasil
el déficit comercial asciende a 2 mil millones de dólares-- al suscribirse el
convenio de la Asociación de Libre Comercio de las Américas (ALCA) con los
Estados Unidos.
A pesar de la cercanía al mercado norteamericano y el Tratado de Libre
Comercio, México pierde el paso en hacer de las exportaciones el motor de la
economía y en ganar mercados internacionales.
En cuanto a lo primero, la
especialización en operaciones simples de ensamblaje con limitadísimo
contenido nacional, constriñe el impacto de las exportaciones en el resto del
sector productivo y en la generación de empleos indirectos. En lo que toca a lo
segundo, nuestra competitividad va en retroceso, ya el comercio de China nos
desplaza como proveedores del mercado norteamericano, tanto en la fabricación
de bienes de alta densidad tecnológica, como en los de mano de obra intensiva.
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De su lado, los déficit fiscales se combaten, no acrecentando las
recaudaciones, sino comprimiendo el gasto público o vendiendo activos
estatales. Se avanza en reducir la inflación no por la vía del acrecentamiento real
de la productividad o de la modernización de las empresas, sino sobrevaluando
las más de las veces el tipo de cambio o permitiendo las altas tasas activas de
interés que desvían la demanda hacia bienes importados artificialmente
abaratados.
El crédito otorgado por la banca a empresas y particulares no se ha
recuperado a pesar de los cuantiosos apoyos salvadores del Fobaproa-Ipab y de
cambios legislativos que acrecentaron el poder de negociación a los acreedores
sobre los deudores. Entre 1998 y 2002 los saldos de los préstamos otorgados han
caído en 30% en términos nominales. El financiamiento agropecuario se redujo
45%, el de las manufacturas 15%, mientras crecieron los préstamos altamente
remunerativos al consumo 136% (tarjetas de crédito y bienes de consumo
duradero) y se mantienen altos los otorgados al gobierno.
La banca
extranjerizada se ha desligado del desarrollo productivo nacional, pretextando la
debilidad de la demanda de crédito de las empresas, mientras sus utilidades se
inscriben en rápida espiral ascendente.
Conforme a cifras y proyecciones del período 1985-2003 de las Naciones
Unidas o del Fondo Monetario Internacional, los países en desarrollo de Asia
expandieron su comercio exportador de bienes a tasas que duplican las de
América
Latina
(11.8%
y
6.1%
anual,
respectivamente);
mientras
las
importaciones de los primeros crecieron a menor ritmo que sus ventas externas
(10.5%), las de nuestro hemisferio lo hicieron a uno mayor (8.1%). Por eso, en
Asia se acumulan reservas y, en Latinoamérica, deudas. China ahorra cerca del
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40% del producto, como sostén de un intensísimo proceso de inversiones. En
cambio, el ahorro nacional mexicano es menor a la mitad (18%).
La heterodoxia en el manejo económico de los países de Asia, sin tanto
trasiego ideológico entre Estado y mercado, con estrategias de crecimiento --no
sólo de estabilidad de precios--, está brindándoles resultados envidiables
comparados con los de la ortodoxia latinoamericana. Por eso, el ascenso del
ingreso por habitante de China (8.2% anual) o la India (3.2%) en el período 19722001, hacen palidecer los alcanzados en México (0.9%) o Brasil (0.8%). Y, por eso
también, China es capaz de atraer 40 o 50 miles de millones anuales de dólares
de inversión extranjera
--cuatro o cinco veces, las cifras de México-- sin
malbaratar sus mejores empresas y sin perder el control de sus políticas
industriales, de comercio exterior y de bienestar social. Una vez más, se prueba
que el principal elemento de atracción a la inversión y la tecnología foráneas es el
tamaño y el dinamismo del mercado interno, no el arbitraje tributario, ni la
docilidad acrítica a los paradigmas de los centros.
México, en cambio, se encuentra inmerso en una trampa de lento
crecimiento que divide a la sociedad y empobrece el bienestar asequible al
debilitar la inversión en capital humano y físico y permitir la explosión
ademocrática de la marginación social. Quiérase o no, ha llegado el momento de
dar un golpe de timón a las estrategias yendo bastante más lejos de las llamadas
reformas estructurales que sólo aportarían remedios insuficientes y quizás
multiplicarían los ingredientes sociales polarizadores.
Hay que recuperar la
capacidad de elegir el futuro, de impedir que paradigmas foráneos nos dominen
al punto de dejarnos indefensos. La retórica del mercado y del nuevo orden
mundial, nos aturde y frecuentemente nos llevan a desviar el camino, a negar la
imaginación, las soluciones y hasta los intereses propios.
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