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El código de silencio de los perfectos
Por Joe Berumen
“Y se entregarán unos a otros”
Era el secreto mejor guardado entre el liderazgo de Los Perfectos. Temían que un día pudiera salir a la
luz; anticipaban, preparaban argumentos, excusas; medias verdades para diluir las cosas por si alguna
vez se llegaba a saber. No, no se trataba de los pecados sexuales del reverendo Treviño, o que su esposa
abandonó al Dictador; no era la cantidad que se robó Escamilla –un monto tan elevado que decidieron
ocultarlo durante mucho tiempo, temiendo un escándalo.
Se trataba de algo mucho más serio, algo que podía herir en lo más profundo la fe de la iglesia y aun
minar la militancia fanática que ha distinguido los perfectos en sus perenes pugnas con el gobierno del
DF y la PGR.
De saberse, de difundirse, podría tener consecuencias catastróficas. Puede causar tropiezos a muchos,
decían elegantemente. Puede causar hasta una división, se preocupaban otros líderes. Pero el meollo
estaba en que podría debilitar el ánimo combativo y el código de silencio y “honor” que ha caracterizado
a la restaurada en su cuestionable activismo social, especialmente cuando llegan a ser detenidos por las
autoridades. Un código de silencio riguroso, militar, que prefieren ser golpeados antes de revelar la más
mínima información sobre sus actividades, y, aun menos, sobre sus líderes.
Omerta
La Omerta de la mafia italiana palidece ante el código de silencio de los integrantes de los perfectos
cuando son llevados a responder por sus actos ante alguna autoridad. En especial ante la policía o el
ministerio público. Ni una palabra sale de su boca a pesar de los interrogatorios más feroces y en
ocasiones, ante torturas y golpes. Su silencio y sentido de solidaridad es legendario, tanto que la ex
titular de la PGR lo consignó en una entrevista con el Sol de México diciendo que los miembros de la
iglesia se niegan a proporcionar información por el fuerte sentido de pertenencia grupal. “No quieren
delatar a los que consideran sus hermanos, por sus creencias que tienen”, se quejó la funcionaria
encargada de indagarlos por el caso Casitas del Sur.
Represión en Cancún
La fama de intransigentes los precedía desde Cancún, en donde, durante el verano de 2005, miembros y
simpatizantes de la restaurada de todas partes del país acudieron a protagonizar una serie de marchas y
plantones de protesta que cimbraron la quietud de este puerto turístico. La causa poco importa;
cuestiones de un albergue supuestamente bajo persecución del gobierno estatal; de una activista
encarcelada, y de mucho revuelo en la prensa local. Los perfectos organizaron marchas en la principal
avenida turística con pancartas que a todas luces invitaban a una reacción predecible por parte de la
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autoridad encargada de velar por el libre tránsito que ellos trastocaban. Lo interesante, de acuerdo al
ex director de seguridad publica Adrián Samos Medina, era el feroz sentido de lealtad y lo cohesionado
del grupo.
El 20 de agosto de 2005, la policía municipal reprimió y detuvo a 580 manifestantes, parte de un
multitudinario contingente que obstruía el tránsito vehicular en la Avenida Kukulkan, sede de los
principales hoteles que en dichas fechas estaban atestados de turistas. La represión fue feroz, a punta
de toletazos y chorros de agua a presión desde carros de bomberos. En el diario digital www.
expresionlibre.org, supuestamente vinculado a la restaurada, se pueden contemplar imágenes de la
brutalidad policiaca. Samos Medina dice que a pesar de lo exagerado que puede parecer en las fotos
las acciones policiacas, los manifestantes se mantenían ecuánimes y no respondían a las agresiones.
Desafío a la autoridad
A la hora de llevarlos a los separos a rendir declaración por alterar el orden público, se negaban a
declarar. “No daban datos, nada, ni de su iglesia, ni su domicilio, ni los nombres de sus líderes, ni cómo
habían financiado su asistencia a las manifestaciones”, recuerda el ex director de seguridad pública del
municipio de Benito Juárez, al cual pertenece Cancún.
También le llamó la atención que el mismo día de la represión, los manifestantes convergieron otra vez
en la avenida Kukulkan horas más tardes, en número visiblemente inferior y algunos con heridas,
solicitando a gritos la liberación de sus compañeros detenidos. “No tuvimos otra alternativa, el
presidente municipal ordenó que los soltáramos en ese mismo momento porque vimos que no tenía
caso arrestar a más; era el cuento de nunca acabar.”
34 detenidos
Unos meses antes, el 13 de junio, activistas vinculados a la Iglesia Cristiana Restaurada habían
protagonizado un plantón a las afueras de una oficina de gobierno. La manifestación acabó en trifulca
con el arresto de 34 activistas. Se trataba de un contingente menor, unos 200 manifestantes, pero aun
así fueron objeto de una represión inusualmente violenta. Varios terminaron con fracturas de costillas y
otros huesos. El gobierno estatal les imputó muchos delitos, mientras la prensa local, alimentada por la
información oficial, los tildaba de agitadores sociales y delincuentes. Samos Medina abunda: “En esa
ocasión los detenidos tampoco decían nada en los interrogatorios, estaban demasiado cohesionados y
se notaba que venían preparados.”
De nueva cuenta, los manifestantes sorprendieron a las autoridades con su nivel fanático de lealtad
grupal. Las presiones y golpizas propinadas por policías judiciales expertos en obtener declaraciones
para extraer información, o para que delincuentes se incriminen unos a otros, no tuvieron éxito.
Se derrumba el código
Los policías aducían el obvio fanatismo como causa de la marcada intransigencia de los manifestantes.
Había trascendido que viajaban a las marchas en camiones en donde se pasaban películas como Ghandi,
para prepararlos sicológicamente para soportar violencia y presión según la filosofía pacifista. Perfectos
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entrevistados, decían, sin embargo, que su motivación para proceder así era su fe en Dios y que por esa
causa se inspiraban a soportar los maltratos sin doblegarse ante las fuertes presiones de las autoridades;
que su amor al prójimo les impedía dar nombres o domicilios de sus compañeros de batalla, en fin,
ningún tipo de información que pudiese poner en peligro a otros miembros de su organización. De esta
manera entorpecían, llegando a trastocar el trabajo de investigación de la autoridad, a quien
catalogaban como corrupta, como la herramienta injusta de un gobierno opresor.
El ideal, sin embargo, se acabó la tarde del 21 de agosto de 2010. Ese día el código de silencio y honor
perfecto se resquebrajó cuando uno de los principales líderes, alguien catalogado como un mártir que
en Cancún había soportado golpizas, acudió por su propio pie a la PGR y sin tener proceso penal alguno
en su contra, proporcionó domicilios, datos y detalles sorprendentes de la operación de la iglesia
restaurada, no solo en relación al caso Casitas del Sur, sino sobre su estructura interna y aun del papel
preponderante que familiares de él, también miembros de la secta, habían jugado en acciones
criminales como la adopción ilegal de infantes. Personajes como su primo, Juan Carlos Tufiño, otro líder
actualmente prófugo.
El pastor Díaz en la PGR
La declaración de Juan Carlos Díaz Resende ante la PGR provee a las autoridades del país un caudal de
información valiosa sobre sus allegados y hermanos en la fe. Filtrada a internet recientemente, o al
menos una porción de ella, revela información a la que nunca antes había tenido acceso el Estado
Mexicano, información que produjo resultados de inmediato. Lo de menos era que la información había
sido proporcionada obsequiosamente por uno de los principales pastores de los perfectos. Por un pastor
en funciones. No se trataba de un ex miembro resentido de quien podrían esperar una versión sesgada,
sino de un ministro con credibilidad, aunque a todas luces desesperado por congraciarse con la
autoridad y atemorizado de meterse otra vez en problemas.
Conforme las horas pasaban, las preguntas cuidadosamente preparadas por el Ministerio Público de la
Federación obtenían amplias y satisfactorias respuestas de un platicador pastor Díaz quien, poseído por
el miedo, no reparaba en imputar delitos ni hasta a familiares cercanos.
Simulación
Juan Carlos Díaz Resende, pastor de la iglesia de Zaragoza, salió ese día de la PGR con una
determinación. No decirles a los demás pastores de los perfectos que se había doblado ante la presión.
Díaz sabía la regla interna para los líderes que rompen el código de silencio y honor: destitución
inmediata y expulsión de la congregación. Así Díaz ocultó el episodio y simuló que no le había ido bien
en el interrogatorio.
Luego de su declaración comenzaron a ocurrir cosas raras. En Querétaro, la PGR y el ejército llegaron a
hacer un cateo a donde se realizaba un retiro espiritual de 30 integrantes de los perfectos. La ubicación
solo la sabían los principales líderes. En España, detenían al Kelu con fines de extradición con base a una
“nueva declaración de un líder en funciones” que lo implicaba. La vivienda de Sergio Amalfi –pastor
muy allegado a Juan Carlos— fue objeto de visitas judiciales. Se tuvo que cambiar de casa. En Cancún, el
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albergue la Casita era objeto de un cateo debido a “nueva información que vinculaba el albergue con los
líderes perfectos”.
El Caballo de Troya
Los perfectos no lo podían saber en ese momento, pero la declaración de Díaz se había convertido en el
arma de avanzada de la PGR para obtener órdenes de cateo, fundamentar peticiones de extradición,
ordenar arraigos e instalar vigilancia policiaca en diferentes domicilios de gente clave en la estructura
criminal de la organización. Irónicamente, la valiosa información no procedía de Escamilla, que para
ese momento ya estaba bastante desacreditado ante la PGR por la liberación de Alonso Cuevas. El caso,
basado en los dichos del expastor Escamilla, había resultado un fiasco. Un juez federal había declarado
falsas sus testimonios contra Cuevas, decretando su inmediata liberación.
Cuando comenzaron a caer nuevos presuntos implicados del caso Casitas del Sur, la alarma cundió al
interior de la restaurada. Luego de varias juntas, los lideres llegaron a la conclusión de que alguien
estaba traicionándolos; alguien e a nivel liderazgo con información confidencial.
Juan Carlos Díaz Resende era el único que había sido interrogado por la PGR recientemente. La sospecha
de inmediato recayó sobre él.
Pruebas contra Mixcoac
Cuando los demás pastores confrontaron a Juan Carlos, él les confesó que había tenido miedo y que se
había sentido muy presionado. La revelación cayó como balde agua fría. Esta vez los pastores de la
restaurada tenían delante de sí un dilema de mayor trascendencia que tratar con un delator. Juan
Carlos Díaz, nada menos que el principal pastor de Zaragoza, una de las congregaciones más grandes,
uno de los líderes más influyentes y con mejor testimonio, se había doblado. Juan Carlos, el que en las
marchas de Cancún soportó golpizas y que llegó al extremo de decir en su declaración ante el Ministerio
Público “no tener religión”, ocultando a las autoridades que era pastor; el que enfatizaba la santidad en
sus predicaciones, se había volteado y había declarado como testigo aun contra su primo, miembro de la
iglesia. Había aportado pruebas contra la congregación de Mixcoac que resultaron en un cateo y en la
detención de la secretaria. Había dicho a la PGR hasta como llegar a la casa de Sergio Amalfi, otro
pastor. Y lo que es peor, el pastor Díaz había revelado el funcionamiento interno, sus relaciones con
otras organizaciones y había identificado fotografías de miembros de la iglesia, fotos que, una vez
validadas por el pastor de la iglesia de Zaragoza, fueron de inmediato difundidas y utilizadas por la PGR
para perseguir judicialmente a una veintena de miembros y líderes.
Alarma en la Restaurada
Lo impensable había pasado. Estaba pasando. Y todo mientras Díaz Resende sonreía desde el púlpito los
domingos y se reunía cada semana a orar con sus hermanos pastores, los mismos a quienes había
delatado en su declaración.
El miedo sobrecogió los corazones de los demás líderes. Si las ovejas se llegaran a enterar que Juan
Carlos se rajó por las presiones de la policía, muchos se podían tropezar y perder su fe. Esa sería la
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mayor catástrofe. A fin de cuentas, si algunos resultaban detenidos como consecuencia de la
declaración del pastor, pues eso sería la voluntad de Dios para purificarlos. Lo importante era ahora que
las ovejas no supieran que Juan Carlos los delató porque eso afectaría su fe y sin fe no hay salvación.
El peligro real, decían, era que congregaciones enteras se pudieran tropezar; esas eran palabras
mayores. Jamás la restaurada había vivido un momento así de delicado. Cuando llegó el momento de la
decisión, los pastores decidieron, por mayoría de votos, ocultar del rebaño las acciones de Juan Carlos
en aras de “proteger a los más débiles” y de mantener la unidad. Aunque fuera una ilusión, aunque
fuera por un rato. Si la iglesia se enteraba de que el pastor los había delatado, el amor de muchos se
podía enfriar.
El principio del fin
Enfocados en lo místico, perdieron de vista otra consecuencia de las acciones del pastor Díaz. Una
consecuencia más terrenal, inmediata y devastadora para la organización. El código de silencio Omerta
que había dado tanta fuerza a los perfectos en sus confrontaciones con las autoridades y que animaba
su activismo social, había comenzado a derrumbarse. Tocaba a su fin ese principio de lealtad grupal
que tanto desconcertaba a las autoridades, acostumbradas a lidiar con organizaciones menos integradas
e ideológicas.
Las consecuencias ya se dejan sentir ahora que circula en internet y entre los perfectos la declaración de
Juan Carlos Díaz ante la PGR. Azoro e incredulidad por un lado, pero por el otro, divisiones y facciones a
favor y en contra. Algunos lo ensalzan. Otros lo comparan al Rey que mostro los tesoros de la casa de
Dios a los enviados del Rey de Babilonia.
Con la caída de Juan Carlos Díaz se termina el ciclo de los perfectos en el activismo social, la época de
Alas, de las marchas, de las conquistas grandiosas, de la solidaridad idealista y fanática de poner la otra
mejilla y de poner la vida unos hermanos por otros. Culmina el discurso de honor y de la dignidad que
invitaba a confiar en sus líderes porque tenían palabra, porque eran ejemplo, porque jamás
antepondrían sus intereses personales a los de sus congregantes. Porque estaban dispuestos a dar sus
vidas por sus ovejas. El caso Díaz da paso a una era de congregaciones fragmentadas y más débiles. De
líderes más humanos, más falibles, más contradictorios. De líderes que, como cualquier otra persona,
simulan, ocultan y mienten. De líderes menos perfectos.
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