Apuntes de aquí y de allá El funesto mayo de Andrés Eloy Ramón Sosa Pérez Juzgar de aciago y origen de pesares mayores en este país, el día que falleció Andrés Eloy Blanco, es dar con tino en un momento de gran tribulación y dolor en el alma nuestra. Era 21 de mayo de 1955 y en México gobernaba el veracruzano Alfredo Ruiz Cortines, tierra donde vivía el ilustre poeta venezolano, aventado al destierro por la bota nefanda del gamonal nacido en Michelena Marcos Pérez Jiménez. Un fatal accidente automovilístico, acaso con celada encubierta desde las altas esferas del gobierno de Caracas, cegó la vida de tan notable hombre, hecho para glosar con su propia existencia el sufrimiento de la tierra de Bolívar. Razón le sobraba a José Agustín Catalá cuando en entrevista lograda en Timotes en 1997 me certificaba que Andrés Eloy no era el Poeta de la Democracia, como tantos se empeñaban en llamarlo, al contrario; era el Poeta de la Dictadura, porque nadie como él supo calcar con tanta agudeza nuestro dolor de patria en tan infausta década. A 56 años de su partida reivindicamos un legado que se afianza en el tiempo, se vigoriza y enaltece en sus trazas de periodista, biógrafo, narrador, ensayista, estadista y humorista de consagrado sitial. De probado talento, precoz en el saber e intuitivo bardo, Andrés Eloy ocupó siempre su puesto en la historia y por ello no redujo nunca su ambición de lucha por una patria verdaderamente libre. Tempranamente se graduó de abogado en la Universidad Central, aún cuando su incursión en la poesía lo calificaba con estimación sobresaliente, al punto de ganar los Juegos Florales en Guayana con su obra Canto a la Espiga y al Arado: “Es el día triunfal de la simiente:/ la espiga se estremece con divinos arrobos,/ porque pasan rozándole la frente/ los Ayacuchos y los Carabobos!”. Al colofón del poema, Andrés Eloy clama por el arquetipo de la patria: “dos almas en un gesto de tormenta aliadas/ miradlos bajo el sol, sobre las lomas:/ el blanco Mariscal de las palomas/ y el agudo Simón de las espadas!”. Esos años, entre el 19 y el 29, son de emociones para el poeta y continua ilustración. En el Zulia gana un concurso literario, edita su libro “Tierras que me oyeron”, al año siguiente publica otro poemario “Los Claveles de la Puerta” y en 1923 alcanza el Primer Premio en los Juegos Florales de Santander con "Canto a España". En 1924 es electo miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. En ese año viaja a La Habana, donde se reúne con exiliados gomecistas e intelectuales cubanos. En 1928 aparece bajo su dirección el semanario El Imparcial, con el que pretende enfrentar la férrea dictadura de Gómez, tiempo en el que se vincula con organizaciones secretas como la Unión Social Constructiva Americana y la Far, o sea, Frente de Acción Revolucionaria. Nada que ver con las siglas de prontuarios que hoy son convecinos del país. Activista político, Andrés Eloy no cede terreno a los gendarmes del gomezalato y tras sus denuncias, irá en repetidas ocasiones a prisión, defendiendo ideales de justicia y libertad. La Rotunda y El Castillo Libertador de Puerto Cabello serán testigos silentes de la estatura moral con que el poeta cumanés insuflaba valor en los días del infortunio carcelario. Al conocer su delicado estado de salud, la dictadura permuta el presidio por el confinamiento y así llegará a Timotes, echado de la clausura del calabozo a la escolta de canes ramplones que sólo eran serviles del amo nacido en La Mulera del Táchira. Hostigado por los de La Secreta, suerte de guardia pretoriana gomera, el poeta asistía al sigilo de la noche y en furtivas ocasiones a las conjuras que burlaban el acoso del sátrapa. Cuando en 1997 concurrimos allí a la celebración centenaria de natalicio del poeta, nos maravillamos del fuerte lazo que la oralidad timotense ha sujetado en torno a la memoria de Andrés Eloy. La quietud del páramo y la placidez de sus collados han diferido por años el Canto a La Loca Luz Caraballo, inspirado en la obligada estada del bardo en tan sugestivo espacio de creación merideño. La Venezuela rural, en orfandad y atraso inmisericorde, que aplazó su ingreso al siglo XX estaba duplicada en sus versos: “tu hija está en un serrallo/ dos hijos se te murieron/ los otros dos se te fueron/ detrás de un hombre a caballo”. Las guerras fratricidas del siglo XIX desolaron al país, a esa Venezuela donde “caminas Luz Caraballo/ con violeticas de mayo/ con carneritos de enero/”. Ese mayo será recurrente en el poeta que cantó en tierras merideñas el pillaje hecho gobierno, ese mismo que despojó a Juan Pueblo, a Luz Caraballo, a tantos y tantas, de su heredad: “La Loca Luz Caraballo/ dice el decreto del Juez/ porque te encontró una vez/ sin hijos y sin carneros..”. En este mayo se han cumplido 56 años de la partida del poeta que escribió el homenaje a Pedro Pérez Delgado, apellidado “Maisanta”, Jefe Civil y Militar de Sabaneta en 1899, bajo las banderas de El Cabito. Allí, con Claudina Infante dejó el linaje que en el alba del siglo XXI es parte protagónica de esta Venezuela que pareciera haber olvidado la lección de Andrés Eloy. [email protected]