LA CONSTRUCCIÓN DEL CONOCIMIENTO FILOSÓFICO Dra. Adela Rolón Jémar / Universidad Nacional de San Juan / www.adelarolon.com.ar El título de este ensayo sugiere varias consideraciones que por supuesto configuran un campo bastante complejo de investigaciones contemporáneas sobre el conocimiento. Primero destacamos aquellas que son incompatibles con nuestra posibilidad de abordar el problema. El conocimiento no es un esquema a priori esperando llenarse de contenido. No nacemos con tal esquema, nacemos sí con algunas potencialidades o carencias neurofisiológicas que solamente estudiamos con especialistas (de acuerdo con las carencias de que se trate) si en las circunstancias adecuadas no podemos aprender, resolver situaciones o comunicarnos adecuadamente con quienes nos rodean. La enciclopedia, el tesoro de los conocimientos es un reservorio social. Está en lugares bien conocidos por todos y sus autores son hombres y mujeres altamente socializados y que han publicado sus indagaciones en todas aquellas vías en que el conocimiento se vuelve público. ¿Cómo conocemos? El conocimiento necesita de un excelente funcionamiento de nuestro organismo pero sería una falacia afirmar que TODO lo relacionado con el conocimiento se puede explicar y entender por el funcionamiento de nuestro organismo. Podemos admitir que nuestro cuerpo es el centro de las operaciones cognoscitivas pero lo que sabemos de Matemática, Psicología, Sociología, arte, amor, odio, política internacional, la concepción ideológica que tenemos, nuestra lengua, etc. reciben sus explicaciones de las diversas comunidades nacionales e internacionales que nos han influenciado o que hemos escogido como eje de influencias. Por lo tanto el lugar en el que hay que buscar el conocimiento para hablar de él, es sociocultural. La palabra construcción sugiere que el conocimiento no está en algún momento acabado en algún lugar, es una tarea a realizar, no lo posee alguien que nace. Se necesita del trabajo, la participación, el esfuerzo de aquel o aquélla que conocerá e indispensablemente de alguien más que lo posibilite, que ofrecerá lo que se haya de conocer y los estímulos para operar con ello. Aunque en algún momento el aprendiz se independiza lo suficiente como para aprender solo. Claro que si somos estrictos nunca aprendemos solos. Siempre hay otro humano que conoce más o mejor, que nos habla por medio de un libro, la televisión, un CD o DVD, un curso y todos los medios que podamos imaginar y que nos resultan hoy tan familiares de comunicar los conocimientos. El conocimiento no se puede concebir sin otros que ya conozcan, no podemos describirlo en un sujeto aislado de un grupo que conozca. Por tanto tampoco el tema a conocer se puede considerar desconocido (alguien más lo conoce). Las teorías que se han planteado el conocimiento sin tener en cuenta el entorno sociocultural y la índole de los conocimientos se llaman teorías solipsistas, como casi todas las de la modernidad y algunas previamente planteadas. En consecuencia no podemos hablar del conocimiento que tiene un sujeto aislado, o trascendental de un objeto desconocido. Salvamos un espacio limitado y razonable para la creación o transformación de conocimientos que no se pueden imaginar sin una socialización previa y básicamente el aprendizaje del lenguaje. La competencia cognoscitiva se forma con un largo proceso y sus variables son proporcionadas por el entorno socio-cultural en que se halla aquel que aprende a conocer. Este proceso es variable de acuerdo con demandas del lugar del cual se trate en que se han generado las principales motivaciones que nos llevan a aprender, seguir una carrera, hacer toda la escolarización y por supuesto que no es ajena la familia o el barrio en los que crecimos y su forma de vida pero principalmente sus valores, su lenguaje, y la importancia o no que hayan tenido a lo largo de nuestra biografía los estímulos acerca del saber. Hay personas que no han tenido ningún estímulo y han alcanzado una competencia muy enriquecida por su propio esfuerzo. Son casos ciertamente notables de dedicación al estudio y la formación personal. Estos casos se pueden considerar excepcionales, no habituales ni comunes. La índole de los conocimientos El conocimiento no empieza por los sentidos. Esta afirmación no significa que se pueda prescindir de los sentidos. Significa que las sensaciones y percepciones particulares no son conocimientos, por tanto queda impugnada la división de los enunciados en analíticos (si no necesitan de la experiencia) y sintéticos (si requieren de una experiencia sensorial). Los sentidos reciben todo un entrenamiento con palabras durante la vida y así llamamos grande o pequeño, rojo o azul a un objeto pero no tenemos la menor idea de cómo lo ven los demás, aunque siempre presuponemos que en una forma muy semejante a la que nosotros percibimos. Sin embargo al decir el mismo nombre, éste nos permite liberarnos del objeto y saber en una conversación que hablamos de lo mismo. El conocimiento no es espiritual porque no podemos explicar cómo tiene lugar en nuestra cabeza. Tampoco nos representamos nada como afirmaba la teoría del espejo, aunque a veces podamos reconocer íconos, imágenes como vemos en los sueños o que podemos evocar aún despiertos. Tampoco como afirmaba Demócrito hay una realidad profunda que subyace a la superficie que observamos. Los ocultismos o las realidades profundas son evasiones de la explicación de la índole de un conocimiento que obedecen a ideologías que postulan facultades, sustancias, esencias inexplicables. Los postulados inexplicables despiertan la sospecha de tales funciones discursivas en el mundo y son la clave de los juegos de poder y saber que sostienen algunos discursos. No hay lenguajes profundos y lenguajes superficiales, lo que sí hay son diferentes idoneidades interpretativas debido al trabajo con el lenguaje que alguien ha llevado a cabo en los estudios realizados. Idoneidad lingüística no es lo mismo que profundidad, la profundidad simplemente es una adjetivación inadecuada para ser predicada del pensamiento. En algunos casos se confunde con oscuridad. Como no estamos interesados en el sometimiento o la sumisión de nadie no vamos a ingresar en esta zona oscura de inexplicables en que entran las religiones y los discursos científicos que anuncian postulados que no explican o súper o infraestructuras que no pueden ejemplificar. Llamamos metafísicos a los enunciados que contienen ocultismos o refieren a seres de quienes no podemos recibir testimonio, los misterios, los secretos, los saberes ocultos que anuncian algunos. Trataremos de movernos en enunciados consistentes que nos permitan seguir planteándonos problemas sobre los que todos podemos discutir. Aquí trazamos una línea entre el conocimiento que nos interesa pensar y el conocimiento esotérico que es para algunos pocos iluminados, elegidos o iniciados. Por tanto no nos apartaremos del conocimiento público y socialmente compartido. La índole de nuestro conocimiento además de ser inexcusablemente social por este mismo motivo es lingüística. La manera más sencilla de entenderlo y borrar todos los mitos clásicos filosóficos, sicológicos y neurofisiológicos es pensar u observar cómo aprendimos el lenguaje que hablamos y cómo hemos aprendido todo lo que sabemos con el lenguaje que hablamos. Aprender un nombre de algún objeto sienta bases muy importantes del conocimiento porque con una sintaxis adecuada y el aprendizaje completo de nombres, verbos y todas las clases de palabras podemos hacernos cargo de aprender lo que conocen quienes nos rodean, y por qué no, el resto del mundo porque el significado de las palabras y oraciones es traducible, enseñable, manipulable. Contamos además con un repertorio indefinido de términos y con un número finito de reglas cuya combinación nos permite generar, como nos enseña Chomsky un número infinito de oraciones. El aprendizaje del lenguaje es entonces una de las claves fundamentales para operar con conocimientos. Aprender un lenguaje no es aprender la gramática de un lenguaje. Esto que es muy importante para aprender una lengua extranjera suele ser poco eficaz en el manejo pertinente de la propia. Aprender un lenguaje consiste en aprender su sintaxis, su semántica y su pragmática, estas tres dimensiones se aprenden socialmente, con otros que las manejan, y en su evolución, cuando construimos un lenguaje vamos adoptando un estilo, una orientación, una marca que vuelve nuestra prosa y nuestra poesía idiosincrásica. Dicho de otro modo, la sintaxis se aprende socialmente y si hemos estado en un medio adecuado seguramente la aprendimos con corrección aunque no seamos totalmente conscientes de ella. La semántica del lenguaje es el ámbito de los significados y es a este ámbito al que referían las teorías del conocimiento. Estas teorías no se plantearon que esos significados siempre estaban puestos en lenguajes, de palabras, de números de notaciones musicales, de mapas, de aparatos diversos. Por eso es que atribuyeron está función a “categorías a priori del entendimiento”, “intuiciones”, “la mente”, “el espíritu”, “la razón”, las facultades superiores, “la inteligencia”, “el entendimiento”. Gracias al aporte de Morris, Peirce y Davidson y a los teóricos del lenguaje como acción, como Austin y Wittgenstein, el lenguaje tiene otra función, la de hacer cosas con palabras. Hacer creer, convencer, explicar, enseñar, pedir, prometer, comprometerse. Y no sólo cosas saludables y honestas, también manipular, mentir, dar falso testimonio, distorsionar La función pragmática del lenguaje asume a las otras dos y hasta puede introducir variaciones en el significado que son muy relevantes para la interpretación de textos. Podemos explicar la función pragmática como lo que el texto “hace” con lo que dice. Siempre estamos haciendo algo con el lenguaje: enseñando, informando, explicando, prometiendo, negando, afirmando. Lo que el discurso “hace” en el lector o intérprete se llama perlocución, por ejemplo lo humilla, lo hace sufrir, lo hace descubrir cosas, lo implica como cómplice, lo pone en situación de suspenso, etc. Es una tarea muy compleja la de descubrir qué hace el texto con lo que dice porque no estamos habituados a este tipo de análisis. Pero sí podemos calcular que el texto puede hacer lo contrario de lo que dice y en este caso estamos ante la contradicción pragmática que por supuesto cambia el significado final del texto. Resulta muy llamativo que la mayoría de los teóricos del conocimiento haya dado un lugar inferior al lenguaje, como intermediario entre la mente y el mundo, como artificio lleno de adornos que era necesario depurar para decir la verdad o reflejar los hechos y acontecimientos en el mundo, parecía que el lugar de la verdad estaba en el mundo, oculto en algo como las esencias y las sustancias. Sí, la verdad está en el mundo y es necesariamente plural porque tenemos diversas ideologías, creencias, atracciones y repulsiones, pero el mundo no en sentido cosmológico sino sociocultural, la verdad está en los ámbitos de consenso, en los acuerdos, en lo que podemos convenir o acordar sin recurrir a “verdades nombradas pero no corroborables”. La verdad reposa sobre la coherencia discursiva en la cual corroboramos enunciados con enunciados y sin que por esto hayan dejado de funcionar tanto el mundo (objetos y acontecimientos) como nuestros sentidos. Identificación de conocimiento y lenguaje Si el conocimiento no es la relación entre la mente y el mundo cosmológico, en otras palabras, las oraciones no deben nombrar solamente objetos y eventos en el mundo para ser verdaderas. Si el lenguaje es el portador del conocimiento para pensar y discutir, aprender y enseñar, no debemos ir a buscar el conocimiento en zonas estrafalarias como las que ya mencionamos sino en el lenguaje mismo. Pongo por ejemplo este ensayo que trasmite alguna clase de conocimiento del cual no podemos enterarnos si no lo leemos, lo discutimos, pedimos explicación de las palabras que no nos resulten familiares, sacamos conclusiones, etc. ¿Quiere decir que si hablamos correctamente un lenguaje también manejaremos muy bien los conocimientos? No. Todos conocemos personas que pueden hablar por horas sin decir nada, tienen el hábito de no aportar nada interesante con su discurso y hacen un merodeo en torno a un sentido común popular o repiten una jerga filosófica de la cual no se puede dar explicaciones. Por tanto sería falaz hablar de una doble implicación. Esto quiere decir que una persona puede hablar muy bien o leer mucho y sin embargo no trasmitir un discurso coherente o responsablemente organizado. No hay otro modo de evaluar, entender, transmitir un conocimiento o varios sino a través de un lenguaje adecuado con la índole del conocimiento del que se trate (matemático, literario, sociológico, epistemológico, artístico, etc.) Sin embargo el lenguaje puede comportarse de un modo descontextualizado con las circunstancias de enunciación, de un modo ideológicamente aberrante de acuerdo con la evaluación epistemológica o de un modo muy abundante sin contenido alguno que se conecte con las variables contextuales. En estos casos el objetivo de hablar, escribir, etc. no es el de trasmitir conocimientos sino una función que ya había descrito Jakobson, la función fática del lenguaje que consiste en una verbalización cuyo objetivo es solamente mantener el contacto con los que escuchan. ¿Un lenguaje bien trabajado crea conocimientos o los transmite? Exactamente sí, todo lo que hay que discutir sobre el conocimiento tiene que ver con un lenguaje, por eso lo que no podemos postergar en la educación de todos los niveles son todas aquellas prácticas que favorecen el enriquecimiento lingüístico. Para dar un primer paso trabajamos con la convicción de que a leer se aprende leyendo, a hablar, hablando y a escribir, escribiendo. Esto no significa que nos sometamos a un tortuoso mecanicismo lingüístico, no se trata de adoptar una tarea tortuosa que deje sin expectativas al lector. En otro momento hablaremos sobre una didáctica de la enseñanza del lenguaje y de los métodos más transparentes para comprender los textos. Sí nos deja pensando cuan pobres se han vuelto estas prácticas y qué lejos nos encontramos de tener un pueblo inteligente, crítico y maduro. No tan lejos, pero debemos reconocer que un pueblo muy hábil para pensar puede ser muy peligroso para alguien que viese las alternativas del poder como el sometimiento o la humildad del pueblo. Conocimiento filosófico No podemos eludir el largo debate en que se involucra alguien que estudia Filosofía y es no sólo muy vasto sino además profundamente complejo sobre todo cuando se trata de traducciones demasiado literales o demasiado manipuladas por pensadores de ideologías antagónicas con el pensamiento que están analizando. Recuerdo que en muchas clases he tenido que aclarar que Platón y Aristóteles no eran católicos apostólicos romanos, o que Hegel no era marxista o que Heidegger sabía mucho menos del lenguaje de lo que hoy sabemos y otro tanto ocurre con sus análisis descriptivos en Sendas perdidas. Hay que tener mucha paciencia lectora y selectiva del material que se leerá para informarse y empezar a pensar en lo que pensaron los filósofos. Indudablemente hace falta un recorrido no necesariamente cronológico pero sí prolijo, interesante, situado, comprensible y enriquecido con prácticas lingüísticas permanentemente. Y entonces, ¿qué o cuál es un conocimiento filosófico? La respuesta es necesariamente tendenciosa e ideológica, tal vez es la pregunta que más han respondido los pensadores de toda índole pero especialmente los filósofos. Los párrafos anteriores son indudablemente filosóficos en un sentido contemporáneo, el tema es filosófico y se enfrenta con la mayoría de las teorías del conocimiento incluyendo a Kant que es el padre de la Epistemología. Es filosófico no porque tenga un grado muy alto de “generalidad” o porque sea un tema muy “abstracto”. La universalidad y la generalidad son propiedades de las manifestaciones lingüísticas. Cuando más generales son tienen menos precisión y mayor extensión. En cambio cuando están apoyadas por una descripción semiótica que caracteriza aquello de lo que se habla tienen mayor comprensión. Como dice Eco, la comprensión es la que decide cómo ha de ser la extensión. La extensión alude a qué número de casos o individuos se aplica lo que afirma la proposición. La comprensión en cambio cualifica, caracteriza, determina la índole y la idiosincrasia. Tampoco podemos afirmar que un tema sea abstracto, el menos no en lo que esta palabra significa. Abstracto es un sinónimo de desmaterializado y el gran problema que tenemos es que no hemos desmaterializado nada para quedarnos con vaya a saber qué esencia. Podemos admitir simbólico o sígnico en el sentido peirceano, nada más que porque refiere a la índole de las palabras en su nivel sintáctico, semántico y pragmático que son los niveles en los cuales se juegan no solo sus operaciones sino también su significado. Porque el significado sí, pertenece al lenguaje lo cual no quiere decir que no refiera al mundo, a los objetos y eventos que motivan una emisión, un enunciado unas palabras y a los participantes en el discurso. Podemos aceptar que en el mundo posible de la Filosofía caben muchas posiciones compatibles o incompatibles entre sí pero los temas que son clásicamente filosóficos son: el conocimiento, lo real, el lenguaje, la verdad, el sujeto, el significado, las acciones, y todos estos grandes temas en la actualidad están estrechamente vinculados con el lenguaje, el público, el social, éste que hablamos y en este caso escribimos.