EL MUNDANAL RUrDO Il ust radn po r DI ¡ ' . !.JI. la amplia me s .t a d e a<¡u<:l terren o mo nt uoso se descubrían e l mar htuia e l S ur y las co linas que, form ando UI1 a nfit r'atr o cic lópeo, ce rra ba n los otros plintos " ar- :-' 1~ :-lOE1. HRI :<GA din ak s . I. n u árr-a ,' ¡¡I/a l)a la " asa (1<- laJ¡( ir, ;í c uyos 1 'ja d(), afluía n PI1 ba n da d as la: pal om as . jug llc pa nd (j d<'. d" la tIl JT " e n (jll!' t en ían su a ilo. © Biblioteca Nacional de España \,;L MU NDANAL HUIIl O La casona e ra g ra nde: mostraba un pa tio cua d rilongo, e n cuyo ce n tro murmuraba églogas un a tucn t c d e m ármol roji zo. J\[¡Ís a de ntro, ex te nrl tase un cor ral, por dond e se e nt raba a l tin ad o de los bu e y es. En e l piso su pe rior esta ba n las ha bitacio nes de los a mos: d esah ogad as es tanci as qu e perma ncc ian dcs ha bitad us Ia mayo r p art e del tie mp o. Y por la fachad u q ue corr espond ía a l Oeste, co n e nt ra d a in dcpendi ent e ;i la princi pal, a bríase una pu erta que d ali a paso ¡'l la vivie nda d e l cap a ta z 'romín. La e ra ex te ndí a su c irc unfe re nc ia , e mpedrad a, e n la misma mes eta do nd e la casa s e rgu ía. llu lhib as c , tambi én , e n la parte occi de ntui , ye n lugar prop icio ;í los vie n to s de le va nte que a rras tra ra n e ntre s us invis ibles alas el tam o s util, produ cido por los di entes d el tr illo y por las rudas pisadas de los hru to s. E l cielo era uzul ; d e un a zul coba lto, inten so y lim p io , si n nub es indi scretas. r~ 1 sol cal cinabn los montes, seca ba los matojos, mu stiaba los o livos, doraba las 's pigas. Mont e ab ajo, d escubrínu se las falda s y lo s flan cos cu bier tos dc a marillos tri gales , qu e ta .ho nalmn , cua l man ch as d e sa ng re, las IJ rm eja s amapolas . Tanto c ua nto d irig íase la vista al lejano mar , cs fu mn bas la g ra dació n d e los térmi no s co n una a t mósfe ra va porosa, qu e se mejaba gasa ligera , form ada po r e l bo chorno d e la cálida larde . En los o livo s, que par ecían tr epar monte arriba, e ntonaban las c hic harr as el so porífero can to llan o de sus co ros . La luz in ten sa de! día, cega ba; el en ervante ca lor d e a q uel la llora , como tumbaba las es pigas y doblalJa Jos tallos d e las ama pa las , inclinaba tambi én Jos cue rp os y hacía efecti vo s los b íb lico s p re ceptos qu e mandan gan ar ('1 pan co n el su do r d e la frente. So bre la e ra , daba vueltas la c uad riga, guiada por e l robu st o man e ' IJO qu e, e n man gas de ca misó n, cu ya pec he ra ab ierta niostraba e l se no ve ll udo; tocado por am plio .ha peo de t ejida palma ; co nges tiona do el rostro ; lac ios los miembros co n qu e ti raba d e la ri en da y soñol i nta la voz co n qu e ' ntonaba las ca ncio nes de la trill a , co mp letaba aqu el -c x t ru ño g r upo , qu e pare cía e ns a yar s us mon óton a s evoluc io nes e n la pista d e un c ir 'u ec ues t r ' . L os bra ceros iban y ve nían pausadamente, co nd uc ie ndo los dorados haces que am onton ab an e zrc a d e la e ra, pa ra formar la nu eva parva . Todos ves tía n ligeras ropas : pantalon es d e mu selina , ca misas de percal, y . ac as o para d et en er la co r rie nte del su·· dar, lle vaban anudado al cuello un pañolico d e hie rb as, qu e formaba breve pico por la es pa lda. C ua ndo arrojaban estos bu en os hombres s u carga, resta ñaban co n un o dc los pul gares ' 1 copioso sud or d e la ti-en te, )' , med ian te una brusca sacudida , salpica ba n el su e lo co n aqucllns gotas recogida s e n las falanges del dedo. Ca mbia ban, t ambi é n , la p osici ón del so mbre ro d e palma, y partían, e nto nc es , ganosos de rec oger nu ev as brazadas de e..¡p igas , para tirarlas al mon tón qu e había d e tri lla rse. Aqu ell os hombres s e mejaba n cangilon es d e nori a, con e l ir y venir de los unos d etrá s de Jos otros. Gabri el, e l mocet ón que guiaba la cuadriga , animaba d e ver. en vez á los ca ba llos con -jrritos y palabras. Nombraba á c ada ani mal por s u nombre, y, esto ica me n te, gira ba so bre el trillo hora s y más horas. De los labios de Gabriel salí an las coplas clásicas : las qu e é l oyer a á 5\1 padre ; las que su padre aprendiera del abuelo. Y cantaba , empleando un ritmo pau sado , que invitaba á la siesta; á modo d e es as canciones que las madres entonan al pi e d e la cuna: « ( Qué quieres que le trai ga , niña, de Véle z?... Un perrito de n ~ ua con cascabeles. ' La misma 'lar. que preguntaba, d aba. la respuesta; pero la respuesta y la pr egunta tenían un dejo triste, una melancolía aga rena . Co mo el canto musitado e n el ha rén por las esclavas del amor, era aquel ca nto lanza do por el c au tivo d el trabaj o, l'or fuera del círcul o d e la e r a, laborab a un mozalbete con e l bieldo e n alto : ib a d evolviendo (l la superfi cie sobre que trota ba la cuadriga, aqu ellas miese s qu e el impuls o d el trillo lanzaba fuera de co mba te . Debajo de un alm endro , que reto rcía sus ramas fecundas y florid as muy próximo {l aqu el lugar, ve lase u n cantarillo, allí abando na do, en cuy ; bord e pon ían sus labios sed ie ntos, d e c ua ndo e n c ua ndo, Jos trabajadores, no sin hac er la (I/J(lrI~ll limo T. X I. ~V © Biblioteca Nacional de España HOJA S SELE CT AS p ieza de bo ca, con el dorso d e la mano, antes y de spués de regalarse con un chorro de aqu e l agua, que to rn ába sc fre sca en la panza d el od re. Las t res de la ta rde se ría n, á juzgar por la altu ra del sol; q ue si es AjJ olo para los po eta s, es relo] para los lab riegos, cuando s ubió por aq ue llos p echos, y ac erc óse al sit io en qu e se desgrana ba la par va, una do nc ella pequ eñita , de rostro tostad o, de p eq ue ños y vivaces ojo s. Ten ía re cog ido hacia atrás el cabe llo, d ejan do al de scubierto )¡I fre nt e . S us labios eran sens uales, y mostraban, al ab ri rse , do s ringleras d e d ient es no muy pequeños, per o sí muy b lancos. Una c ha po nc illa de va por oso per cal , d ejaba en t reve r, por la abe rtu ra mal abotonada, la morbide z d el seno palpit ant e . U na saya corta , de te la su til, coloca da so bre lacias en aguas, vela ba las arcadas d e las cad er as . Gr ues os borceguíes d e cuero ap risionaban aq ue llos pie s, q ue d ebían de ser b re ves . Venía Mar gar a, - q ue así se llamaba aqu ella joven,-ó la Arlllelld,.ila,- que ¡lsí la de no min a ba n los mús ,- d e la hue rta que se exte ndía all á a bajo, ju nt o á la cuen ca d el arro yo. Traía u n haz d e frescas lech ugas en la d iestra y ot ro d e fulgores en la mirada. - i ~ l a rga ra !... ,-1e d ijo Gabriel, desd e su pu est o gi ra to rio. - ¡ Grabill ¿Q uie re s ? ..-Y esto d iciendo , mostró en a lto, Margur«, sus lcc hugas. - Aguárd ate , !!luj d, - resp ondió e l muc hac hotc , de ten iendo á los brutos. El mo zalbete de l bie ld o arr ojó al suelo s u tri de nte , sa ltó d e seguid a so bre la par va y, de manos d e Ga bri el, qu e ;í ello le invi tara , tomó las rie nd as y el lútigo. T odos , al prosegu ir una oper ació n qu e otra p er son a deja, em prén de n la co n más ahinco ; como si descar an dar ej emp lo d e vivac ida d y de list eza á aq ue l á q uien su bst ituyen . El mu chacho del bie ld o restalló su lát igo , nerviosam en te, so b re los lomos d e las b estias: hí zo las corre r vertigi no samen t e , y é l mismo, equil ibrado y so st en ido en s u movible pe desta l, ca ntó con voz aguda, un a tras o t ra, las ant iguas ca ncion es d e la cra ; mient ra s los c ua dr úped os le arras tra ban d e pie , como ar roga n te gen era l d e Roma en su t ri unfante carro de batall a. Ya cst4 la pa n'ajtC/I~ , s(J76 nostra m o: aiustoste la c uen ta , p o rque 1/l 0 S VI1 1/lO . Vente á trilld comll:~o. mo ren a m ía , JI agá rr ate á los remo ~ este qu e guía . No mc ja~a cosqui lla cua nd o doy giier tl/, 6 sa ca re: la p ar va con la cabeza. T odo esto lo cantaba el muc ha cho e n u na tcssitu ra in imita ble por lo aguda : des gañ itándose, Ó, como qu ien di ce, poni endo el grito en el cie lo. Ga brie l y Ma rgara se se n taro n á la so mbr a d el almen dro, y pr e via una raci ón de agu a exqu isita , por lo fresca, co me n zur o n á des hoja r lechugas y <Í platica r bajito, mi en tras las eng ullían . - ¿Se /'lta qlli/ao ya e l sofoqu ín de ano che?... - p regunló la doncella co n faz adu sta . - i oíoqu ín ~ ... - murmuró Ga briel, co n la boca llena de ve rdura.-¿V qu é sofoq uín?... Yo no te nía más que so ñarrera . - i J-l u m .... iSoJlarreral ... Y a sé yo, bien sabio, lo qu e t e /Il se rio y tr ist ón. - i Sí, serio !... ¿ El qu e ?... - Tú lo sabes de nui. :;' Qmls qu e t e regal e la orej a, gracioso? ... - Pos si t e entie ndo, q ue me ertnieleu, zag ala. - Paree men tira que te jagas el de.\'rntcndio . ¿ Qué pasó an och e ? ¿Q uié n llegó c uand o yo es ta ba á tu 7.1(/'{/ , en la puerta é mi casa? - Que... ¿qu ién lleg0? ... Llegó Fo rt u na. - ¿Y q ué dijo Fort una? -¡Yo qu é sé ., - contest ó Ga briel, e ncog ié ndose d e homb ros. - ¿Te piensas tú q ue yo ll O v/de las fa tigas que á t i te entra ro n con lo q ue contó ese mu lo ? - i Fat igas... Iatigas l... - j Co mo hab ló d e A na , d e aq uc lla giicna pieza que t e t ra ía á ruar trae !... - Eso son ClIeII/O. - /:sa son rerdac, q ue au nque yo era más chica, por en tonces, me rec u .rdo d e lo q ue tú bdJia los 7.'¡",'I//o por el la. i I'ero á mí !... ¡ ¡Va f - i' Í! ; (,luc si los /lIlb¡"/Í bcbio1... © Biblioteca Nacional de España El- MUNDANAl- RUIDO ~ Porque ella se largó de estos andurriales, i q ue si no \... - Tenía gana de <'é mundo. ~ ¡ Giiena pieza 1... - exclamó la A rmendrita, echando lumbre por los ojos. Medió una pausa, durante la cual masticaron ambos interlocutores nuevas hojas de lechuga. y en esto, salió de la casa el capataz, y al verle, se levantó del suelo Margara, cogió las lechugas restantes y se separó de Gabriel. . Andrés Tomín, que era hombre como de cincuenta años, afeitado, con los dientes muy menudos y los ojos claros; sonriente siempre, y siempre a1lllj;'O de la razán , murmuró, en viendo á Sil hija Margara : - .: No lo ecia yo?... Siempre en la mesrua: • A la ia y á la uenia; á en casa e mi tía; ~ pero es cosa e mu chacho¡ la razón es razón. Acercóse á él Margara, y mirándola Tomín con su habitual sonrisa, le dijo: - Zagala, ¿qué .iaa .~ (. A toas hora con la noviería? - Es que pasaba con las lechuga... - iArza pa entro; mujd; ,y espumea la olla, y ¡(jate e novio: Aluego vendrá la hora eplaticd. ¡Yo soy amigo e la razón! Entró Margara en su vivienda y Tomín dirigióse á la era, en cuya proximidad se había situado Gabriel, bieldo en mano, para ocuparse en la operación que dejara de hacer el mozolejo . -Oye, Gllbrié, - dijo Torn ín. - Me pa.ece que la jJ([J'Vtya está ya jecña. ¿ Por qué no quila ya lo jauimale?... Tú, por lo visto,-añadió sonriendo el capataz,-qll¡¿,r sacd [ariua á !It:~'iUí de trigo . - ¡Pára, niño, pára l, - grit(, Gabriel.Saca las bestias. ¡ A avenltí! -¡Como 110 avente un tabaldiyol...-habló el padre de Margara.- i No se menea ~ i una mosca 1 ¡N ¡ !JlOlil'Jlü? ni levante! 1.'/acabó er viento! PUl:' que <i la ;,,1di'CI)ltl salte terrá. El muchacho apartó la cuadriga de la era, suspendi ó la triÜa y llev óse los animales á la cuadra. . - (j'ÜI!JlO, - dijo Tomin. - .! () ll e r {~ ¡ s er g<l.7.pacho ahora, IÍ. luego? .. Gabriel se encogió de hombros y dijo reñexivamente: -;- Lo 11le.rmo da ~ll/(cg() que ahora. , JI El sol moría en brazos de la tarde cuando Gabriel, sudoroso y cansado, bajaba por la cuesta de los almendros, en dirección á su casa. Al volver de un repecho, topó de manos á boca con el céle\¡reForftllla, que era largo como un día sin pan. - Hola, GraiJié, ¿se va pa la casa? . - A ve á la <lg/fe/a voy. - y mdes/méá gorl'é arriba, como si lo viera: á peid la pava. i Demonio e pava! y o . también e s t a b a dtsiocao del celeoro como tú; pero hogaño sé dónde me aprieta el zapato y juig'o de las 1Jll~jere md que de lajambre. Verdd que la chiquilla lo merece porque la Armendrita, sin agravid á naide, es unajló; pero donde el hombre está suerto y libre, vive 1!l(:JtÍll que con los ataero de las novias , - (¡:¡emo. hombre; ¿ y qué tal te .fui. en la caf llM ? -¡Psh! ... Rig'UM. Lo que llevaba lo vendí; pero aquello está más perdío que esto : 1\0 hay ni una perra. - Y.,. (es v,'rdd.que has visto áAllrya ;~ -Con estos ojo. Yo comprendí anoche, (',rpllé e icirlo, que jic(? mar; porque las cosas so n como son, y las palabras no deben de sal irse cuando van á hacer sangre. A,. fin y al' cabo, ¡lfa~[fam sabe que tú .tuviste tí 110 tuviste con /lm'ya ... . - Estará guapa, ¡ ' uerdd ? - J t!rrtUJsa como una jlrJ. No la conocerías. Pein.d COn caracoiejen la frente, y er moño como las setiora: ¡vaya 'un peinao coqueto! Con u nQS zapatos pulío, que paeseu cosa de juguete. Mu cncorselá, que asemeja que va á quebrarse por la cintura. - ¿Y aoude la viste? - preguntó Gabriel bajando la voz, como temeroso de que alguien pudiese transparentar su interés. Sonrió Fortuna y dijo : -Ya sabía yo que á ti te importaba Ió esto más t! la cuenta. )V que m'lla preguntao por ti la /tUl tuna! -¿Por mí? .. - Verás: Ia vide, á Aniya, en una re/::ihrta que hay en la plaza grande, donde está la .I/II'ft/f. i Verdd. que tú no has dio nunca á [a cap Üd : • -'$í,ju.i cuando chico, pero DO J)J.·a~'IIer­ do, Aemd.: decían que Ana estaba más l.yo; en los lvIadri;llf. ¡Si yo llUbid J-abíol... © Biblioteca Nacional de España HOJAS SELECTAS - Tú la camela jcu /oai'ía. (,'rabié: no lo lIil'glle. ¡Como que es una gloria! ¡Y CIIdiao que está bonita la t unant a! - ¡T e ajm!gIlJl/ó por mí. ... - añad ió Gabriel, tratando de recorda r á su int erlocuto r este agradable tema del diá logo. -Sí; me ijo, ice: «O ye : ¿y Grabiclivo?» Y yo le arr espondi: e Está giimo: con su novia, la hija de To miu.» - i Eso e la novia! ... .- No puso /;iioUl cara , pero re plicó: • i:\ mí, qué! Lo q ue no j ll/ e n mi año, no jllé en mi daño. Yo lo q ue ría ¡i Graoic!» - ~. 1(; eso dijo? - Las IIU!Sl/lllS palabras; y dígo lc yo: < Po jél no s'acuerda del' santo e tu nombre. » ¿Qué te pacce? - Dic ho asilla. l un poco desajerao: á latigazos de un pañuelo. Tú dice que Id" por recorrerlo tá : yo digo q ue iri«... por hnscd. á quien quieres. Oruiala , tliala, Fué tu alegría; hoy ... sería tu tormento. 111 Su casa situaba e allá abajo: jun to al borde del camino. T nía una so la habitación, que tanto hacía oficios de coc ina co mo de dormitorio. El hogar estaba á la izquier da, con su campana cónica, cuya man ga cuadrilonga erguíase en el tejado , empena chada de humo durante el mediodía, cuando al fuego se condimentaba la olla c lás ica. E l suelo estaba empedrado: no en ladrillado, como es uso en las viviendas. ~. 110 rerdd: in Ecce-I lomo , mal pintado so b re e l -s-A siu a correspond ía el' decír selo, Gra- rever so de un cristal; dos jergones, cubie rbit: que era ' muc ho pCIÍ el' mani fest ar le tos de limp ias pe ro bu rdas sá ba nas, extenque tú es/aba eutoauia como los ,t;'u rr ijJa /o: didos sobre el suelo; una mesa tos ca , q ue con el' pico albitr/o. Las 1/lIy'('re se eng ríe n sostenía la jarra rezurnan te , y u n violín con esas cosas I y los hombres dcbelllo de pendiente de un clavo, con su arco resp ecser lo jUlio jJa /0 jo /ro . y darle m atra ca á tivo co lgado de una breve tomiza, co mpletaban el menaje de aquel pobre albe rgue. laj embra. siempre que s'ocurra . El cand il vacilaba, pen diendo d el vue lo - Eso es ucrdd, - co ntestó filosóficade la chimenea, y alguna que ot ra ristra d mente Gabriel. - Y ot ra cosa t e ¡go: q ue ni tú de bes cebollas adornaba la pared, ennegrec ida por de seguirla q ue riendo ni dl'be d e buscarla el humo, sobre la cual abría sus cuadrados tam poco; porque A ntya, e... jo/m Auiya, y ángulos la chimenea. Una viejecita r ugosa, endeble, co n el la lJU(j i que está co n tautica liberld por unos poblans tan g ra m il', no es .giima !)a escaso, níveo pelo hacia at rás pe ina do, traé rsela á la cas a, pasan do por la iglesia. ¡Es aguardaba á Gabriel. Aquella ancianita era m uncha Auiya!... Ella qu ería nol.i, y uold su madre; qu ien, á tales horas, se n tábase sigue qu eri endo. Si arg'ltlla vé gOl uiera al' sobre e l escalón d la puerta, áv ida d e com jJalol/:á. este, ijul, se escapaba. pensar con el fresco del atardecer los ca lo- ¿Y q ué mié es la q ue ha y en cm su i- res del día . . ius dedos, nudosos co mo sardae ?... mientos, agitaban las ace radas ag ujas d e - L a j ay , í qu e yo co nozco eso al' dd- hacer calcetas. . 'us labios movid os en si 110 1 Hay alegría, gra ndeza ; cosas qu e re - lencio , hablaban diá logos inaud itos co n 10 :-; crean los ojo, la noch e jJal'.I'c d ía; e l m ío de sa ntos. Ilq ller mun do es cosa as í co mo de fiest a - Ciimas noches, madre,-dijo Ga iJriel que no se acaba. á tiempo que llegaba a l umbral de su casa. - i Si yo jllerll/ ... - Dios te las dé mil /;-¡il'llaJ, hijo,- res- Sería malo !)(1 ti , e"rabi/. y acnui, que pondió la .fCli d María. eso no lo merece .l/lllgilll1 . Penetró rabriel, resueltamente, en su -:\' quién habla de rTll1llÍ á il1l1~~nrll ? ... morada y tumbóse sobre la colchoneta del 1r allí, por verlo Id,. por recorrerlo . A J/(IIII camastro; lo cual viendo la madre, hizo qu • mi madre dice q ue en el campo /ó es car- se levantara y acudiese con solicitud al in terior de la vivienda. ma, y en la suidd. tormenta. - No v/rya, G'rabié. Más viejo soy que - Oye... ¿ stás malo: tú: argo Ido aenui. El mío de aquel' mundo - Estoy acansinao, te atuldiria. como el moscardó n jJ('negllío - ¿Qué te duele ?... ( T iés ca le nt ura ?... © Biblioteca Nacional de España EL M UN DANAL RUIDO La JI'Ji,í Ma rta p alp ó la fren te de su hijo. - Ka ten go nd. es q ue asin a q ue se a ca ba e l tr ab ajo le e nt ran un o ga nas d e t i rarsc a l su e lo jJll q uc lo t(j1'Jl . La sc/h! Mar ía fro tó una ce ri lla sobre la pare d, hi zo luz y e nce nd ió e l ca nd il, q ue pend ía de la c hime nea. - Drmost? la jarra, madre, - dij o C;abri cl , incorpo rá ndose e n e l lecho. - T órn al a, ni ño. ¡Y <Í .'¡: si te d as una ¡'("[!Id y te pon es mal o ! Gabriel bebi ó , luego vo lvió ;í acostar se . 'er ró los pár pados, Su mad re le mir ó con ojos so líc itos ; se se n t ó e n una d errcn gad u s illa b aja , de e ne as , y co n tinuó sus labores: la de la ca lceta y la d el rezo. Ga briel no tení a sue ño, p e ro se ntía ganas de soñ ar : ab st ra yéndose d e c ua nto le rod eaba , co me nzó su memori a, COl1l 0 un c in c m ut óu rafo , .i representarle la vista d e l pasado : e ra, aq uélla , un a man era d e soñ ar Despi e rt o qu e Ic lle na ba d e alegrí;\' Fortuna , e l larg uiru c ho y tl ern ático Fo rtuna. le había re me mo rado á aq uel la muj er ing ra ta qu e é l tanto quiso ; <Í Ana, la av cn turera, la int ré pida mo za q ue d ejó los a leores por lanz arse a mbic iosa d e vida a l rui do mund an a l, á los torbell inos de las c iuda des le janas. - ¡Y d e cía Fortun a qu e es taba he rm osa! .. ; ",') mo no hnh ia d e es ta rlo si lo fu {~ sie mpre? , Se la rcpresen t¡lba co n el peinad o cooueto, co mo Fortun a d e cía : co n el tocado propio d e las muj eres de las capitales. Se ría a q ue l peinado co mo e l que adornaba ü las señoritas , am as d e la heredad g ra nde e n ~ I Il C Andrés Tomín de sempeñaba e l c argo d e capata z: un peinado co n rizo s y con muc hos bu cles. ,'. '/1/ /1 / //(/. COIl bu en os ves tidos y afe it es, les dar ía cie n to y ray a ú to das las hermosu ra s d e la c,lp ita !! ¡A y , có mo a llor ab a las a leg res ta rdes e n q ue, al lad o d e la hermosa, bajaba a l a rroyo y d epartía c o n e lla, co nvi rt ie ndo e n ca nap<': la g ran pi ed ra arra strad a ha sta la inm 'd iac ió n d el malacate . de ' u va fue rza motriz, e n form a d e ruci o, c nida ba;) a mbos! El b eso ar die n te , (~ I en lace co nt in uo de las man os tr émul as, (' 1 mira r hond o ' sig nificati vo qu e se c ruzara e ntre los dos aman tes; todo ib a acudien do ;1 S il mem oria para a ci bararlc el pI' ese nt e co n el rec ue rdo d e la p rclida ve ntu ra. á ¿ Por qu é le habían habl ad o de Ana ? I~I so lía re cordarla , s í, pero co mo se re cuerda lo imposibl e . lo que murió. El paradero ign orad o d e la hermosa mu ch ac ha , los amore s nu e vos, too O el lo había debilitado aquel padecer d e am or y aq ue lla d esesp eraci ón d e au scn cia , sent idos po r Gabriel. Mas aho ra le abrían un a he rida cicatrizada, y hací an manar sang re d e e lla al t raerle ccrca á aquella muj er ; a l hablarl e de l aumento ele s us e nca ntos, al d ecirle q ue po r é l preg unta ba. Había d espertado un amor que dormía un letargo semeja nte á la catalepsia, falsa mu erte qu e pued e trocarse e n vida. Acariciaba su imaginación l o s be llos recuerdos del ay er, g us tá ndolos como si fues en venturas d el presente. Re cordaba ar¡ uell a voz melodi os a , de timbre ro t undo ; maestra e n cadencias g uturales cuando e ntona ba la copla del fandan go típico, qu e é l g losa ba toscame nte co n s u violín; aquel violín q ue , desde en tonces , enmudeci era y rompie ra sus cuerdas y d esgreñara su a rco. Ga brie l lanzó al a ire un hon d o suspiro. S u madre d ejó la ca lceta y se acercó a l camastro s igilosame n te . Posó de nuevo la d escarn ada man o so bre la tren te del hijo, y éste abrió los ojo s. - A ti te pasa m :t:rJ. ('·'l bril. - .Y d , madre: SOIÍ/ I/Tf'1 a . - ¿No hay A rmcndri!« es ta noche? - Sí, alu eg» , -,resp ond ió l;abriel, volviéndos e ha cia e l lado contra rio . Las pa labras d e su madre le reco rdaban á i\largara, /a . / l ml.'lI dr i /ll . ¿Cómu había trabado re lacion es am orosas COIl Ma rgara ? Fu é co sa d e un En ero : sa lió d e compadre COIl e lla, y desd e e nto nces comc uzuron los rubores a l e nc o nt ra rse e n los caminos ; las palabra s al tr op ezars e en la viña, c ua ndo vc nd irnialran a mbos e n t re los báquicos, ret or id os tron co s d e los s a rmi entos. Murgar« era 5 11 no via ; pero po r e lla no si n t ió, jam ás, aquel d es as osi ego, aq ue l vértigo , aq ue lla atracción qu e por su inol vid able prim cr am or. C ua ndo pen saba en Margara , sent ía Gn hrie! un afecto t ra nq uilo , lIluy semeja n te {I la indi fe ren c ia. Cuando ponía s u p en sami ent ~ e n A na, en aquella muj e r qu hu yó d el p artid o , dejando en él la memori a de s u hermosu ra corno estela p er enn e, lat íale violen ta me nte el corazón, oo ' © Biblioteca Nacional de España HOJAS SEL.ECTAS 310 como si éste quisiera romp e r los muros del tórax, en que lloraba su esclavitud . ¡S i él pudiera ir á la capital! ¿Co n qu é p re te xto ? .. 1Iargara ad ivina ría, acaso , el objeto de aquel imprudente viaje. Fortuna , con aquella expresión picaresca que le ca rac teriza ba , so nreiría mali ciosamente. Su madre. en emi ga dei r uido del mundo , se opondría á s e ll1 e jan t e peregrin ación e n aquellos dí as: en el golfo d e la recolección, c uyos tr abajos n o debían interrumpirse com o no fue se por cosa qUI~ lo val iera. En el invierno era di sculpable el viaje á la ciu dad . qu e ta nto di staba de aqu ellos ri sc os ; pe ro e n pleno ver ano, habiendo d e renun cia r á los jornales, fruto del t rabaj o. no era posi ble, mejo r, no e ra cuerd o. ¡T a ntas veces como le habían '\ ue riur¡ lle var, los d e l partido, e n la parranda qu e po stula por las calles de la gra n ur be e n los días del mes de Diciembre, pasad a la Pa scua; cu ando co nme mora la Igles ia la históri ca degol lina de los inoc entes niños d e J ud ea ! La circunstancia de ser Gabriel un h ábil violinista rural, filé causa de q ue le instaran más d e u na VC 7- para que, formando e n la comparsa. acudiese, con e l so mbrero ad orna d o de Rores y de lazo s, á la capita l de la pro vincia. Y él negóse sie mp re á tomar parte e n aquel recreo , qu e era reproducti vo ... ¿Il llié n dice q ue, entonces , no hubiese t ropcxado á Ana en las prin cipales vías d e la ciudad ? Verdad era que Ana había es tado , ha sta e ntonces , en Madrid r) más lejos, buscando fortuna , según deela n alf.{ unos; viviendo d e su desve rgü enza, seg ún o tros d ecía n. Pero esto último se re sistió él á creerlo siempre, po r lo que deprimía la fi~lIra moral de An a. Se pueden te ner aspi raciones de liberó tad , s in qu e sea preciso arrastrar el hono r por los ca mi nos q ue se re corren. ¿ En e l me s de Dici embre, q ue ya había pa sad o, se hallaría A na e n la capital? Fortuna debía d sa be rlo. Ga brie l se incor poró pa usada me nte, des per czó se, y luego se e .h ó fuera d el camastro . j Vuelta a l ag ua. Cog ió la jarra y bebió de nue vo. ¡Cu;ín ta se d!.. . - (Qu ~ has " JI/!Ío. C}"(1h i/.~ . - le pr eg untó la madre. - Lo " siempre : arrá. ; :\0 se jllrt<m d'arro! ... ¿Y ost/, mad re? - ?lli ~I)pa de ajo y,'}" racimo 'lu C m trl/jit, esta ma ña na, P ' [() s in ¡ a m /m'. ¡Q ué ralarr!... - .lJII l/dl<l (,¡ftÍ . - Mira . hijo mío . no ta!{!,os. q ue me qui ero acasui frol/pal/o : dír(('.I'r:!,J ;í iJ I{/ (t.:~l ­ ru . y t ú /al/II/I/ (kbe de acostarle prontico ; q ue a!II<¡;o. po r la ma ña na , /'a d i.lj),'rfatl', .\'. !la IIlCJll'St¿ s topa .. p/ - . 'i, ma d re, - co ntes tó (~ abrid , mient ras sa lía d e la casa. Y co men z ó á su bir pa usa d a me nte por la cuesta en q ue tro pe zara .i Fortuna, y c ua ndo estuvo ce rca d la cu m bre , s ilbó. [ 'n e norme perro, que ha cía la g uar dia junto ;i la casa de los señor s, e m pe zó á ladrar d eses pera dam ente . La lun a argen taba aq uellos pcñascos ; los grillos ca nta ba n su nota repetida y ag uda , oc ultos bajo el ram aje. L n s uave o lor tomillo y rom er o se es parcí a por el am biente . .Allá , lejos, se esc uc ha ba n el rasguear d e una guit arra y el ca nto ca rac t e rís tico qu hablaba de ve nga nzas y de am o re s. © Biblioteca Nacional de España á ( S, con tin u ar á.) EL JV\UNDANAL RUIDO :>:OVEI.A MOll EIt:>:A, ORIGINAl. D I> RA1I¡r'J]'\ A. T.:RB:\:\O C OliT I :!'o' VA CJ ÓN) ¡V Con la listeza pecul iar de las muje res , compre nd ió la Almc ndrita bien pronto que el án imo de su prometido s ufría u na pesa- durnbre, nacida ac aso d e las imprudent es noti cias facilitadas po r For tuna. Los pícaros cel os empezaron á agi tar se e n el co ra- © Biblioteca Nacional de España EL .\ IU N DANA L RU IDO zón de Ma rgara ; y á med ia voz co menzó, e n ro nc es , la gresca entre ambos a man les. l\Iarga ra, q ue era un ta nto irascible, respi ra ba po r las heri das de su amor propio, la nza nd o re proc hes á su galán y pi d ié ndole cuentas ele aq ue l abatimiento q ue s u espíri tu d isimu laba ape nas. Gabrie l discu lpábasc co mo pod ía ; con me dias pa la bras, con tenues so nrisas , con promesas engañosas; pero ello no o bs tante, Margara ardía e n aquel mismo furor que hizo á Otelo parri ci da. - Va me lo habían d icho ü mí: que e n la mcsmita ho ra q ue tú le acordara d e aquella tunan ta, que te t raía á mal traer, me d ejarías jJltlll!<Í. Y si eso ha d e se r, q ue sea pron to; q ue yo te ngo mé rito jNl encont rar ot ro h o mb r e mejor que t ú cie n veces. ¡Largo! - i Chiq uilla J. .. Es t.is como loca. ¿QuióJ r ila IIId ío esos ii~/itlldiojt'lt la ca beza ? - I Júrame po r la glo ria de t u pa d re! , exclamó la Almendrila, so r pre nd ie ndo á Ga brie l co n la energ ía d e su ace nto . - i.l1í r um c que no te ac uerdas de esa mu jer !... Gabriel dcsconce r tóse un ta nto , se rasc ó e n la nuca, encogióse de homb ro s, y no teni cn do ot ra COS¡t q ue dcci 1', dijo : - (¡"¡¿ello, IIlI(j/; lo que tú quier« .I~l (1,> sd. - ¡ J úramelo! , - ins is tió Marga ra, co n los ojos bri llantes y la boca co nt ra íd a po r la rabi a, - j Por uic/m d!... I~j',rl/l c á mí de /ti/a/icría : no juro. - No j llra, porq ue le tem es áj"rd e n tarso : pero lo qu e yo he di ch o es uerd.i, ¡verdd ,l; co mo a hora es d e noc he . Desp u és d e es to, di ó me dia v ue lta Margara sobre el as ie nto de s u silla y volv ió Un poco las es pa ldas ú Ga briel. ¡":stc e nmude ció, y durante algunos min utos rein ó a llí e l !lJ,ís profun do si lencio. T om ín, que vig ilaba ¡Í los no vios, d ióse cuen ta d e l d isgll stil lo, y so nr ió par a s í recorda ndo sus moced ad es ; cuando él r egaña ba, tam bién, con su no via ; co n la q ue rué , luego , ma dr e d e Margara. «Es ta,pe nsó T om ín ,- tie ne ci mesmo gen io de su ma d re , qu e es té en g loria; quie n lo herra, 11 0 10 hur ta. > T od a esta esce na, en que peleaba n los novios y e n q ue hacía Tomí n la g ua rdia, nun ca mejor lla ma da de hon or, desarrolla- base en la puerta de la casa; ,i la lu z de la luna; sentados, e l padre en u n sillón d e eneas, y Margara y Gabriel en sillas tan bastas co mo el si llón. *** y mie nt ras los no vios pe laban aquella pa va fur iosa, pr cs c ntábase e l charlatán F o rt una en la vivienda de Gabriel y contaba á la ma d re de éste cuanto se refería ,í Ana; pre vin iendo á la bu e na vieja de lo que ocurri r po día, inclin .indo la á que llen ase de consejos saludables la cabeza de aquel inoce ntó n , no fuese cosa de que metiera la pa ta e n la ciudad y lo atra para aquella sierpe mal igna. - No sea[asina, Fortuna. Ti,: mi GraúitE mús ve rgüenza que /J,/cee, y tocante á esa mo zuel a , que a ncla por los andurriales dcr mundo (sa be Dios cómo), uaita hay qu e decii . Aq uello jll¿ cosa de muchachos , qu e se [eduu: por nov ia la primera que /1I)mll; pero asina q ue Ana se Iarg(¡, mi (¡'rabil: no iJ~)I7I"rÍ á rezarle ar sa nto de su é noml ire. - c;ÜC/iO es t á, .l"CIl d María ; pero como ha y I/!tercle qu e se aga r ran co n ralee y a/nc,tIa I' rota n á lo 11U:j,í... - To los rjlter d e de m i Grabié so n jJa mí y jJa la A rmcudri/a, que es una giiena niñ a y lié s u lIli/ila de pan jJa mañan a. - A r rjlteré, cu ando se sube <í la cabeza, no se le importa lUí ni del pan ni de l vino. - ¡ J oslÍ, Fortuna, q ué p esa o te jJoJ/e! ¡Qué m a r COI/ose t ú ú mi 6'raúié.t - Co nozco las cosas de l mundo, porq ue he roao, - Vía te d é Di os ¡la verlo. - y asu', .I'c/ld María. V me voy, pero le e nc argo asid qu e no sarga de su boca ni tan to asiu: q ue no qui ero que me tomen po r c his moso. Voja/JIo con las mejoresjilltensio nes, i V lid IIId! 1V s' acab á! ¡V jajOla más ucl! Dirig'ic'lse Fo rtuna <Í la c himenea, cogió de detr ás de UBa de sus orejas cierta punta d e cigarro, q ue hahía guardado en tan origi nal petaca; encend ió la co lilla en la lu z del can di l, y luego qu e d i6,dos ó tres chupetoncs, sa lió d e la cas a murmu ra n do filosóficamente : - i Cilarrj lli,í adeuiua los jJn:Juido que p ilé acar rcd un quen: puro y ne to l... '\ / lr; T. X I. © Biblioteca Nacional de España HOJ AS SE LECTAS Bien pr onto re gresó Gabriel á su casa. A penas entró , descalz óse, y, de sc iñen do la c amisa, mostró desnudo el tors o varoni l. E ch óse desalentado en su ca mastro , bostezó ru idosamente , y dij o á su madre, con voz soñolienta: - Gilenas noches IIlO S d é Dio, La seiid Mar ía , mu rmurando oracion es, c erró la puerta d e la ca sa, apagl) el ca ndi l y, á tientas, t end ió s u cuerpo en el jerg ón he nchido de hojas de mazorca, que , al r ecibir aquella carga de viejos años, dejó o ír el./nt:/nt de sus quejidos. v No se dijo, pero se dic e ah or a, que la Al me nd r it a pu so tér mino á sus relacion es a morosas con Ga briel aquella misma noch e e n q ue le volv ió lindamente las espaldas. Enr édanse las pa labras como las cerezas , seg ún el dicho popular ; y aquella noc he , ¡Í últim a hora, se enredaron complicadamen te las d e los no vios. D e la ruptura tuvieron cu lpa los cel os y la ne r viosidad de Margara, y el d esaliento qu e, sin dar se él cuenta, cayó sobre el corazó n de Gabriel, com o cae la plaga d est ructora en los sembrados. y como si Fortu na hubiese recibid o enc argo de regar, para que prevalecieran, las ilus io nes de Ga briel por An a, enta bló al dí a s iguien te , con el mancebo, este coloquio, m ientras descansaban junto á la era , aguard ando el refrigerante gazpacho, que apaga la rab iosa sed causada por el calor y la ta rea : - JVa, Grabicliito, eso d e la Armendrita s'arreglar á, como si lo viera. Los hombre s semos súbitos y uo cuojama por un quí tam c e sa paja; pero la 'i.!erdd es, com o dice t u mad re , qu e la A rmcudrita lié su po co de pan pa mañana, y que no hay qu e pensar en lo qu e pasó Ú no pasó : ¡fielillo ja la md! - No hables jarreúo, Fortuna, q u e lo id rbote mo j o:vcu. i11a~t;'ara ejuna lo billa , y m ue rd e de c uando en cuando. Icm q ue su madre era asina, y qu e no I(j aba de uiul á n didcn del' mundo. Aho ra es ti empo: r'verdd, Fort u na? Maña na se ría lalde. L a niña !té... lo su yo. i Su pa dre lo hice! - Caya, CraúlClillo: los !'(~l'O, no engaña n á los recooero, Lo q ue tú liis no es j>rll,'Jlcla da ma ñana ; lo qu e rila entra» es lajonJu::;H1)'a de Ana: lo q ue yo t e ca nte . ¡Sabré yo lo que tú querla á aq ll~ya real moza! ... ¡ Lo sabré yo '... U n ca riñ o de eso q ue paece» calentu ra, de las q ue no se quitan llIOJlilll, se LOmen toas las rnelcstnas dcr mun do . ¿Por qué tlbaja.1 lo zojo y tira jcse rcsoplio , qu e plh'se que t e farta cr viento ? .. Po rque es asilla. Y m ás te ig(l, Graoic, ella, ella .... pe ro no, qu e es 1Jl ~jlíll no melé len a ar fuego ! -iDili o.' ,·f)irlo! :'E r q ué )... ¡Fort una ! i Po r la gloria l' tu pad re ~ ... - ' Hombre }, 11/-' //(IS tucntao un a cos a de nuotcho rispeto/Ja mí : c ¡ Por la gloria /' mi pa d re : • Pos mira: te lo voy <Í desi. Ell a tamié» te quería 1I11111e/1O: ¡ remu ncho' - i Pero ahora 1... - Aho ra lallliéll, -afi rmó Fortuna, cerra ndo los ojos . - ¿ Cómo? .. ( f e !jo .~ ... ¿ Qué t e Ijo/oo. -Como desii, ijo IIlUJl c/IllS cos as. Verás: va y se pOlleo' c J"0rlltlziYll : ¿ y mi novio ? ( por que ella no t e ice más qu e s u novio ). ¿Toca eu toauia er u/gu/in h - Y d ígole: «Ya no rasca ni tanto asina : ende qu e tú qj aJ/c el /,m-Iío, s' acabó la rnúsica.s - Y se POI/l ' : ci Po jd tocaba cr fandango IIIl(/dJZ qu e un maestr o ~ • - Y le arresp ondo: « PIIL: qu e si te vie ra, tocar a hogaño.. i Y se j ecf¿a á reí. con aq uel los dien te bla nco ji cliÍljlleli:l'o qu e t ien e e n la boca ! - GíicJlo: ¿ y po r q ué sacas tú e n claro que me q uier e ? - . Qué sé yo ', - repuso Fortuna, encogién dose de hombr os. - Porque el Ijlltd sale á la cara. j Si t ú j ueras j i al/tÍ!.. . j Quié n sa be !... - Pe ro eso de la A nuendrita, no te lié cue n ta er d~jalt'o : la ch iq uilla lié po. mañana. - i Fja mc á mí de cue ntas! Esa es la jerillgo::a c mi madre . ¿Y el" g usto? ¿Y ar gusto, na se le da nalta.? La couucncucia no s'lra [echo Jin er corazón. -s-Asina /: cr co ra zón pie lo suyo. Pero Ana ... - ,-Erqué) ... -- Ana no es :¡ Ia ~!i"(lra . - G¡¿l'IlO, ¿y qu é ? .. - l¡la~¡;i7I' a no ha salio d e estos tcrron r: tiene la inocencia dcr cam po ... Ana es t{¡ aturdia po r el rulo der mun do ; y á mí me paeccque. eso es má s malo q ue un ta/!lI!diy o... © Biblioteca Nacional de España EL MUNDANAL RUIDO 1Jes pués de es te di álogo , no se sabe por qu é, pero es lo ciert o qu e el mocet ón e nt ró e n su casuca , y descolgó el violín, que tan olvidado y lleno (le telarañas tenia. E llo Iué que Ga briel atesó las cuerdas, e nde rezó el pu ente , di ó volteretas á las clavijas y untó resina al arco. No poco ex trañó á la sclid María que su hijo echara mano de aquel instrumento, qu e, com o el arpa de Béck er , sólo aguardaba quien supiera arrancar sus notas . Pronto rasgó el silencio virgiliano de aquella he redad el áspero sonido de l violín , produciendo las so natas campestres con que suelen danzar los labriegos sus típ icos bailes . E l fandango, que guarda en sus melo día s añoranzas de serrallos, vibró triunfante al conj uro del arco, manejado hábilmente por aquel virtuoso rural, espoleado por una suerte de inspiración románt ica qu e nacía de las rememb ranzas de un amor guardado en el relicario de l alma. Acertó á pasar por la vivienda de Gabriel, que se situaba á dos d edos del camino, el avisado Fortuna; y fué de ver la complacencia de su cara al escuchar las melodías del violín. Llegó, á poco, una recua. E l mulo de lantero llevaba colgado del cue llo el gran cencerro, que sonaba rítmicamente á compás de la pausada marcha de los cuadrúpedos . F ortuna se ade lantó solemnemente y detuvo el animal que perturbaba el con cierto con aquella cencerrada diso nante. Al observar esta decisión de Fortuna, descabalgó el arriero, que iba montado sobre el lomo de l muleto último . Ade lantóse el campesino , y miró á Fortuna con cierta so nrisa interrogativa. - ¿No oyes á Grabid?... Está tocando cmjm / de tanto tiempo. ¡V qué re t e bi én lo [ace! ... ¡Oye la cop la i' uerdiair que está ahora cantando con el violín 1 El arriero se sentó sobre una piedra. Fortu na sacó la roñosa petaca , y d e ella ex trajo un libr illo de papel de fumar, del cual regaló una hoja al conductor d e [as cab alle rías. Despu és d i óle tabaco, y ambos liaron un pitillo, mientras los cu adrúpedos permanecían cabizbajos y el violín sonaba. Parecía como si se hub iesen dad o ci ta las personas, para disfru tar del co ncierto: llegaban ante la casa algunas mujer es, de las que iban por ag ua á la fuente pró xima. Deja- ban el cántaro en el sue lo y oían , puestas en jarras, aqu ellas notas qu e Ga brie l sabía producir como ningún violinista del partido. También se detenían en el camino los chiquillos, que paseaban co n el traje de Adán, y las muchachas, qu e no obstante el ca lor, lucían refajo s. Hasta un guarda-jurad o, pers on a de malísimo genio, y cuyo espírit u no parecía susceptible á ninguna delicadeza , estaba allí de pie, haciéndose el distraíd o , pero , en realidad, solazándose con lo que oía. Fortuna, sin embargo, echaba de me nos la armonía : el complemento de aquellas piezas musi ca les, donde sólo se escuc haba el son ido de la melodía. - ¡No jártll/lll tttd que una g /Iellll guitarra, y unos p latillos de metá, bien tocao! Así eran las orquestas de aquel partido rural: se compon ían de tales inst rum en tos, y si ú ellos se añadía la voz robusta de un labriego, que tuv iese arte para cant ar las coplas añejas, hab íase logrado el efecto artístico á q ue aspiraban las bu enas ge nt es de l campo. Cuando repitió Gabriel el fand ango , hízolo muy de prisa : á tiempo tan vivo, que apenas si hubi eran podido seguirlo bailando, aunq ue fuesen acróbatas los bailador es. Fortuna, queriendo dar á entend er á cuantos le rodeaban la pericia qu e Dios había querido concederle en aquellas cosas ar tísticas, manifestó á s u s oyentes que aqUéllo de tocar tan ligeramente un aire, llamá base tocino en lenguaje támco. -Cuan do se oye de ioal asill a, se dice : « i Toci no , tocino! » Los que escucharon estas palabras, repi t i éronlas , para esculpirlas en el recu erdo: «¡T ocino, toc ino l s V1 e Mula consejera es la rabia , » había dich o no pocas vec es Tornín {¡ su hija ; y esta frase reaparecía en el pensam iento de Margara, cuatro días d espués de hab erse interrumpido el noviazgo. En los primeros momentos, en las horas que siguieron á la rUR ura, vi óse á la célebr e / I I III I.!IId r i l tl dis currir por la e ra, bajar ú la hu erta y dir"igirse al llano, con cara es ple nde nte de sonrisas. Dij érase qu e j Iargara celebraba su libertad. © Biblioteca Nacional de España HOJAS SEL ECTA Cuando alguna de las amigas le recorda ba á Gabriel, decía ella que es taba J It pertorlJlellte sin novio. Y esto lo decía aco mpañándolo con un mohín tan gracioso, que no había manera de sustraerse al influjo de aquella complacen cia, revelada en el rostro de u na muchacha alegre, si las hubo. Pero á los cuatro días, cuando trans cu rrieron tantas horas sin ver á Gabriel, tantos momentos sin hablarle, tantas noches sin sentir el roce y el calor de su cu erp o varo nil, la alegría comenzó á trocar se en tr ist eza. ¿ Por qué se había dejado llevar de la rabia? .. <: La rabia es mala con sejera. " Aca so Gabriel no pe nsara en Ana; acaso el desaliento que Marga ra hab ía cre ído nota r en su p rometido, fues e más aparente que real. No le cabía ya duda de que había extremado su furor. Gabriel no había mentido , aca so, al asegu rarle que ap en as si record aba á fa bll m a /Jieza que andaba perdida por las grandes ciudad es. Ad ernás , ¿á '1u é negarl o ? :\[argara reconocía que Gabriel le era indi spensable ; que sin Gab riel no podía vivir. ¿Por qu é le ha bía despedido, hiriendo su amor propio, al decirle q ue ella podía encontrar novios mejo res? *** Lo que más extrañaba á Margara, en punto á su desesperac ión , era que ésta no se hubiese man ifestado hasta algunos días de spués de la gresca. ¿Cómo se había sentido tan placentera en los pr imeros días ? .. i Difícil sit uac ión. Gab riel no volvería, porque era testarudo y frío; y ella no osaría llama rle , primero por el imperioso mandato de la d ignida d; después, por temor á u n funesto desengaño. ¿Q ué hacer entonces? ... Lo mejor era resi gnarse y ocu ltar el dolor bajo el velo del disimulo , para que el ingrato no regocijara su amor propio con el espectácu lo de una faz anhelante ó de unos ojos lacri mosos. ¿Por qué pr ocedió ella, contra Gabriel , con tal rigor ? Había valido aquello tanto como escu pir al cielo . IAy! «La ira es mala conscjera. » par que removien do el de su amor , al corre, las lágri mas por sus mejillas , no se curó de restaña rlas. Tomín las vió, y puso mal gesto, comp rendi endo el estado psicológico de Marga ra. - ¿Q ué j ace, zagala?... - Ie dijo. - ¿ Qué he de hacer, sino av ivar la ca ndela: Se ace rcó, entonces, y aña dió: - ¡Pero , oye:... ;Xo ha y tanto JillllO, /J1T tanto lloro: Rápidarnente , de un manotazo, limpi óse los ojos la Almend rita. y después de un corto silencio , reanud ó sus palabr as Tomín d e esta suerte: - i Me /Jaec e á mí que tú no llora s por el [n nto (' la ca nde la . Es por Otro jlllllO. Ya te lo he dich o muc has veces , zagala: «La rabia es mala co nsej e ra.» Er muchacho .(·/m dio porque tú lo ecllale... Y no debe .f u,, "." ¡L a razón es la razón ! Ahora, qu e á ti, maldit a la }¡rla que te j ace ese barbarote. Tú tienes los novios asilla (juntando los d edos y poni endo las ye mas de éstos hacia arriba), en cuantico qu e digas «p ío • . - ~. Pa qué q uiero yo esos 1l0 , '!f).:.preg untó, malhu morada, Margarita. - ;Anda: Ya lo veo. Tú no ql!¡' ~' más novio que (,·rabié. ..Po :Jalti lo tienes; no //(lbc--;/o cspnctuu:: En la er a está tr iyalld" . ¿Lo siente s cantar ? .. . Pero!... ¡Caytl! ¡Si esa copla no va /' a ti, que venga el' diablo y me lle ve ! ' La copla se oía; la letra llegaba clara al oído de Xl argarita ; pero llegaba como un q uejido romántico. Entonaba Gabriel su cantar lentamen te como si lo utilizase para at rae r el sueño sobre algún niño confiado al amparo de su s braz os . Decí a la copla: Datd« qu e DO te job/o , me se conoce: sus piro por el día , lloro de noche . To rnín, mos trando sus menudos dientes al sonreír, rep etí a la letra del cantar, que era mu y sab ida e n aquellos contorn os : . Dmd, que DO te job/o..." * - / '0 aho ra debe s tú dt!ja(fo con un * * Como estaba sola e n el portalón de su parmo " lengua jlltl·a. j ast,¡ que venga y casa, removiendo el fuego de la cocina, al ~ agad!/!. © Biblioteca Nacional de España I'L MUNDAN AL H UI DO - ¿Y quié n le dice astd, padre , que eso ya por mí?, - interrogó l\fa rg ara, e nrojeciendo d e celos, al imaginar q ue Gab riel pudiese tener puesto el p en sami en to en A na. - i Siempre lo mesuso! T u ma d re era , /ami/1I, una mijila ce losa, i Lo q ue yo sufrí con (W1.' ... - Ese ca nta r va d la otra , á aquélla .... - ¡P er o chi(jll!:)'fl .' Si jJfii á la otra, lo mcsmitico q ue aho ra ca nta , l/IIiJid ul1Ila(J toria pinto resca del partido rural. Sábese, no obstan te, q ue Margara, al ver al mocetón d e ce rca, r uborizóse. Tamb ién se ha di ch o q ue Gabriel , ac usa do, un tanto , po r la propia co nciencia, no qu iso nc gar el sal udo á la Almendrita; por Jo qu e se sirvió di rig irle el siguie nte: - Ciienas la/tÍ/' 11/0,1" dé D ios . El so l pon iente arrebolaba la graciosa figu ra d e Margara ; aquella fig ur ita breve, de ojos fulgurantes y de e ne rgías ostensibles. cnauü: Desde un p lan o algo más elevado del - Sí , lo ca ntó. Hace muc hos dí as lo qu e oc u paba la hija de Tomín , vió la Gabriel, cu a ndo lleg aba á ella (antes de sa ludarla), c a nt ó , y e ntonces no rst.iho rno rc/iio. - Pero eso e la cop la.... no 'filie' de.dl n d , y le par eci ó más h erm osa qu e otros días. Si hubiese conocido Ga briel la historia Porq ue, e ntonces, c ua ndo ca nta q ue te va á ira? de Vele un perrito d'ag l/.a, ¿se rá sacra, par eci ér ale Ma rgarita, con su odre al tcrdd, tanud», que va á dí á ! 'd{ ' , ~ ¡S iem pre c uad ril, la bíblica figu ra de la mujer de la razó n !... Sa maria. Ni Marga ra hi zo po r reco nciliarse aq ue l Se cuenta qu e res pon d ió la Almendrita, d ía, co n Gab riel, ni éste se aproxi mó lo co mo e ra de buen a crianza, á la sa lutación m ás mínimo á la muc hac ha. de Ga brie l; qu e ambos se detuvieron, como Ga brie l no la ec ha ba de men os, Tenía si alguic n se lo h ub iese así ordenado, y ocu pados la men te y el cora zón co n el re - q ue Margara dej ó el ca ntarillo en el suelo. cuerdo y el amo r de la avent ure ra, que Segura me nte es t uv ieron largo espacio lucía su gentilez a p or las capita les ... ¡C on d e ti empo s in d ecirs e más pa labras; pero, c uá nta puj an za hab ía resu citad o aq ue l am or , al ca bo d e un rato, ec hó mano Gabriel de fénix q ue se el e vab a de una s ceni zas oc ul- un tern a socorridís irno e n toda turbación: ta do ras d e inten sísim o fuego! el co me nta rio de la te mp er a tura. - j U f!...¡ L a (IlM que j aa /... ¡Es JJIi'Jllía.' - ; M<'II/t,, / , - repitió Margara, E l punto d e partida d el diá logo, rué és te ; el final, fué la recon cilia ción . y la historia ha g ua rdado un detalle, Tres dí as pasar on, sin qu c las cos as s uma me nt e curioso, qu e const ituyó el digno ca mbiara n. A tardecía, cua ndo Gabriel baj aba por rema te d el en cu entro de los novios Margara la cuesta q ue conducía á la ca rrete ra y la y Gabrie l : pu es és te desanduvo lo andado, su bió d e nu evo la ca lzada, y, como era fue nte. Po r desig nios de ese pod er q u e el pa ga- natur al, ca rgó co n e l cá ntaro, para aliviar nis mo llam ab a los ha dos, su bía, en co nt rario de s u peso ti la A lme ndri ta, se n ti do , Margara , ca n un bre ve cá nta ro puesto en el c ua d ril; pues aun q ue habí a * ** E n es ta paz octaviana tra nscurrieron los ag ua e n lo alto, gustábale á la A l rnendr ita aderezar el ajo co n el ag ua finísi ma del rncses ; y, e n tal la pso de ti e mpo, Margara man an tial de la c ue nca del a rroyo: « E l agua a fic io nóse much o al zagal, pero el zagal no de arriba cor taba el majado de almend ras; p udo ec ha r á An a en olvido. el agua de abajo dába le buen gusto y ligáV e rd ad q ue Fortu na habl ó, no poco, ba lo á ma rav illa,» segú n era sa bido e n co n Ga brie l, ace rca de las gracias de la aquellos co nto rnos. bella cria t ura qu e viv ía e ntre el mundanal V éase, pues, Cómo po r la interve nc ió n ruido, j\ Igullas veces fu é el g racioso Fortude un ajo b lanco, juraron paces Margara y na á la leja na cap it a l~ y otras tantas trajo Ga br iel. de ta lles qu e co ntar á Gabriel. y c ua ndo es ta ba próximo el mes de Las pr ime ras p alabras ' llle Mar ga ra y Ga brie l se dijer o n , no ha n pasado (1 la his- Diciem bre, e n qu e los p icos de la cordillera © Biblioteca Nacional de España HOJAS SELECTAS vecina se c ubría n con su caperuza de hielo, e 1 propio Fo rtuna supl icó á Gabriel, en nombre de los mozos del partido, que se prestase á acompañarles á la ciudad, formando en la parranda que solía postular, cantando coplas, por las popu losas calles, durante la fiesta de los Santos Inocentes. Jamás quiso Gabriel incorporarse á aquel pelotón de braceros que, con los sombreros adornados de flores artificiales y de cintas abigarradas, iba anua lmente á la urbe, para cantar sus coplas uerdiaiesras y á recoger dinero, que, equitativa me nte, dist ribuíanse iuego todos los miembros de la célebre comparsa. i y que no era antigua aq uella costumbre 1... Fortuna había vis to á su abuelo, cuando él era muc hacho, tai'íendo la monumenta l gu itarra, y lucie ndo el cha peo descomun al, en que se combinab an artísticamente los lazos, las flores y los espejitos red ondos. Hu bo época, segú n decía Fortuna, en la cua l volvie ron los inocentes con el cin to lleno de onzas y doblones. Pero ya no suced ía lo mismo; la co lecta no pasaba de las moned as de cobre; mas, así y todo, pro ducía «una cosita decente> aquel paseo por las calles de la capital. Fortuna era propietario de la bandera que la parranda solía lleva r. La bandera era blanca, muy ado rnada de arrumacos de seda, y en el ce ntro de la tela aparecía, habilidosamente adherida, u n a litogr afía representando á la Mad re de Dios . El ado rno de los sombreros era ob ra, generalme nte, de las novias y de las madres, iban todos los com parsas ta n majos con ellos, que no pas aba n por una calle donde no les re quebraran las mozas. I.a pa rranda de Fortun a iba siem pre muy nu trida de gu itarristas y de ca11taores. Llevaba, ta m b i n , dos tres panderetó logos, y u n par de pr ofesores e n el arte de frotar los pla ti llos d e aljófa r. Pero rara vez lle vaba un buen violin ista el pe lotó n; porque en el partido habíase aminorado l a antigua afició n á ap render la ciencia d el violín, y au nque Gabriel manejaba el arco co mo un "1rlu050, negábase siempre, por rarezas y encogimientos de carácter, á engrosar la célebre parrané é da. Pero J ort una, que era muy largo ; que conocía el corazón de los hombres, y que tenía bien pulsado á Gabriel, sab ía que éste accederia, en aquel año, á ser de los suyos; ten ía la seguridad de que no habría de negarse á formar entre los inocentes, por aquella vez, ávido de presentarse en la capital con cualquier pretexto. Por ello , se atrevi ó á hacer presente al «maestro de violín > el empeño que tenían todos de llevarle en la parranda; y, con gran contentamiento de los mozuelos inocortes, Gabriel accedió. C uando se acercó la época, cometió Gabriel á Marga ra el ado rno de su sombrero. No poco dió que cavilar á la hija de Tomín la decisión de su novio. Pasóle por las mientes la idea mortificante de que Gabriel hub iese accedido á formar parte de la parranda por el deseo de encont rarse co n Ana en la capital ; pero, antes de pro mover gresca por ello, habló con Fo rtuna, á furto de su padre y de su nov io, pidiéndole opinión sobre los pro pósitos de Gabriel. Fortuna, que no era tonto, desvaneció los temores de Margara. - : ()uita, umjd], - le dijo . - Ni ,,'rabié s'acu erda ya de aquella ianbra ni ella de be no he gücrlo de estar en la siu dá, po rque á verla. Acmd : d ame/o á mí, que yo te respondo. - ¿De veras, l: ortuna ' - . \ C'rabié lo tienes tú cogio. No te rescata, Margara. Es tá entonlecio po r ti : te camcla ; ya no hay que temer; no se ar re11m de ti. Por éstas que son cruces... (Y besóse las manos, cruzándo las antes.) yo ó y cuando llegó la víspera del d ía se ñalado, bajó la comparsa por aquellos rep ech os y encaminóse, con la bandera en alto, apercibidos los instrumentos y esplendente de vistosos adornos, á la capital lejana, dond e todos buscaban dinero: donde lino solo buscaba amor. (S, conti nuarii.} ( /)ib ujlJ J, .\'. •1I¿"d, . ¡;,.i,,¡¡a.) - - - - --.. ' ;.. ; ----- © Biblioteca Nacional de España ~ \ EL JV\UNDANAL RU IDO j on N l' l. · U A «; IÓ N ) Form ando a leg re comparsa, r .corrc n las c alles d e la ciu dad los cé lebres rnoccrrtrs, pa ra co nmemo rar co n a lgazara y hu elga, - [q uión lo di ría !, - la dego llaci ón d e los recié n nacid os, o rdenada por el sa nguinario Her od es Asca lonita, q ue no es el Herod es © Biblioteca Nacional de España HOJAS SE LECTAS d e Sa lo mé; aquel t etrarca que perdió la c abeza , moralm ente, y qu e se la hizo perder , de veras, al sa n to precursor d el Mesías. ¿E h? .. ¿Q ué ta l ? .. La e ru d ición es un r ecurso d e pritn issimo cartel/o . Pero vo lv a mos á los iu ocortcs. i Los ino centes! C ree ría c ualq uie ra q u e se trataba de un g rupo de n iños que dis curren p or calles y p laz as , toc ando e l pand e ro y ca n tanda vi lla ncicos. Pero no , qu e los in di vidu os de la parranda so n hom br es h ech os y d er ech os, a l d ecir vulg ar. ;\1 ir adl os : su ex traño a t a v í o, adorno caruct er ísti co para esta postulaci ón , consiste e n el tr aje usual, e n lo s botillo s nu evos y en la almid onada cami sola , amé n d el sombrer o r ed ondo, c u b ie rto e nte r a me n te d e flor es ar ti ficiale s y adornado co n c in t as d e esme ra lda, d e b ermell ón y d e co ba lto; q ui ero deci r, ve rdes, ro j as y a zules ; y pu di era añad ir amarill as y ce le stes, porqu e Jos tal es chapees ti en en d e tod os lo s co lores . Cad a indi vi duo d esempe ña, e n la comparsa , s u co me ti do : lino cosqu illea , co n e x p erta ma no , la 'g u itar ra , haci endo b rot ar d e ella carcajadas su jetas ¡Í t on o ; mor ti fica otro, co n in cu lt a a . pe re za, los nervio s del vi o lín , que vie r te to rr e n tes d e agrias y d 's afin a d as not a s ; y ag i ta y r epi q ue t e a u n t er c e ro la p and ere t a, mi en t ra s e l ma n ce bo qu e ma rc ha ju nto a l g uita rris t a, c a nta la aman er a da copla y frota los pl atillos met álicos, que p ro d uce n rí tmi co so nsone te. E l pre vi sor tran seunt e, al colu m bra r la t ur b a de ca n tores y mú sicos , pre t end e esca bulli r el cue r po p or la ca lleja tran svers al, t ratand o d e elud ir la in timac ió n d el po stul ant c ; p er o el ¡"l/ocC///t' ( q ue ll O Jo es n i por pien so ) alc an za, prim ero co n S il vi s t a d e linc e , y lu C'g r) co n s u na tu ral lig er C' za , al qu e as¡ pretende 1)1),-1;11'1 ' ; y lIegan do ;i su la do , en ver tig in osa carr ' ra, le presenta e l p an el ro ú cuat ro d e ti os de la ca ra, diciendo: - ; \. ,ly a co n j)i tÍ jd 1'1l /JrTJ'cro graci os lJ I Vamo j abd : ,.d,c!or!/ (//:~ {/ {L lo jil/oJrJll,.. qu e ¡ya "//lic! qu é p ena l, los mat,', ' 1 pí r';'lo d e 11,·n i,., y no ha y más q uc //TOJolroJ r JI 1<' pidamos por cro. El asa lt,llJ¡¡ son r íc, 1)( ro , n po nic udu a ún rc si t eru ia , di ce « q uc no l ir' ne 'J t,(~ dal •. - .11,1//(/1/(' se a tina p cscti :a . r"ú{ ~)'('ro : 711<1111/ 1/<' s ea do r¡"alc, que OJ/': 1'/ c a ra rj(r u mb oso . Por fin se ablanda e l cor azón de roca, y v ie r te sobre la pa nde re ta c u at ro ó cinco mon e d as de cob re; da la s graci as el hábil m uc hacho , )", dejan do en libe r t ad al pas ea nte , co rre á uni rse co n la comparsa, de la c ua l se destaca, no p oc as veces , p ara pedi r á los q ue cruzan . E l cantaor alza un poco la cabe za y ca n ta , a l pa r que se co lo ra s u ros t ro por e l esfuerzo : J (I1iÍlr a q ue está en el ba lcó n, llena de j!racia y sa lero. j ((/u ust? ::\ lo [ iuosatte, s iq uier a , los o jos neg ros , Can tado esto así, u n indi viduo d e los pa n d er o s se d e ti en e ba ja ,1 ba lcó n, d ond e se exhi be una mu jer he rmosa , y le va n ta nd o e n a lto la m ano. dice: - i Be n d iga D ió j<:w cara ¿ da lia l Ve nga aq uí argo,. siquie ra u na sa liva. Parase la compa rsa al p ie d el e d ilic io aquel; Fortu na saca del co rreó n la va ra de l estan darte y po a e n el s ue lo la e. · t rernid ad d el palo. ¡ Ah l, e l e tan d arte es 1111 pedazo de roro en carnado, lle no d e lazos y fra njas, de e. c ara p elas y ncajes. En el centro riel paño luce una es ta m pa ele la Vi rgen del Ca rm el o. v II1 Al dete nerse la ext ra ña co mp a rs a de pale tos, óyese e l dulce siseo q ue p arle d e u n balcón; d s p u s , un a vo z femenina pronuncia el no m b re de iabriel. Gabriel, el violin ista d e la p arranda , a lza Sil frente y columbra á la pe rs o n a qu e le h a llamado. - ¡An illa :... " . /b" ja ! ... Es Anilla, la domést ica ele aq ue lla casa I,!ranrJ " d elant e d e la cual toman respi ro Ias ¡I/(Ic,'I/I,'e An illa r 'm em ora e n el a lma de ( ' :ll)ri -1 una d ulcí i rna ·ta pa d e felici da d y de amor. . \ l¡¡j, " 11 s u asi lo rú sti co, d ci>;ljo d e los Ilor id r» alme ndros , sin t ió ( ,a!lriel, jun to á la in r)1\ id ab le A ni lla . los primeros la id a s d e [la iú n. Ih ja nelo a l a rro yo por lad era : aln n J a , .o"iú ( " d lf ie\ las pinto roscas a d el fas qU 1: II"rm'). r-aro n los c a be llos d e aquel la mo za al{'~r' y <I\'ent llrr:ra. (. a1Jr iel s c . ient e plc rór ico tk íc lic id ad , " mi en tras IQ S otros rnú ico: e n r a n e n una d e las cin co mi l a ber nas d e la urb e, G a b r iel ('.I' cra r-n r- l umb ra l ,j¡. la pu erta g ra nd e . é © Biblioteca Nacional de España EL MUN DANAL RUIDO Ana apa rece, toda bañada de rubor, ves t ida de ne gr o, con un delantal blanco, d e peto, qu e ad orn an em butidos y festones. U n c uello a lmido nado y brillante le hace e rguir la cabe za, como si la tuviese en tormento. H a variado el modo típico de su peinado campestre: por detrás de la ca beza, ondu la graciosam ente su cabello; por de lante, ca e form ando un rulo que so mbrea la frente. - Aq uí estoy de don cella,-úíce Ana , so nr ie ndo . Per o á Ga brie l le parecía mejor, más herm osa y hasta mds doncella, en el campo, con S il atavío se nci llo, con su olor á romero. - ¡Por oicñac.... l111y"é; estás esconocia! j Claro I J De aquel' mundo á este!... -¿ I\. ti te gu sta la suidá?... lA mí el' campo !... - i Esta alegría que aquí hay! - ¡Aquella via serena!... - ¿ y Toñilla ? ¿ Y Roque ?... ¿ Y tu madre? - Toñ illa se cas ó con Pen eque. - ¿ Es ucrd.i.? - Roque sejlit!ar servicio. Mi madre... ¡jalw un a <~;¡l'Ila vieja 1 No quería que viniera yo en la comparsa. «Vi á esl¡[ con cudia o ! Porque en el campo lo es carnta ; pero en la suidá, torrnenta ;» me dcsla la /¡robe. ¡Como sabe que aquí lo son compromiso ji pamplina! ... ¡Hay aquí tanta jJerdisián.! ... - No seas cateto, Crabii. Aquí hay, co mo en todas partes. Y ... ¿ cuándo os vais al portio? -Mañana; cnloauia tcnemo que arrecogd más dinero. Está la cosa mala . Naide da un c havo. - ¿ Qui én t'ha arrcgiao el' sombrero ?... i I ~s t á bonito I - 1Pchs l... Me lo ha arregiao la Ariurndrit a. - ¡ Ah 1... <Aquell a mu chacha, hija de Andrés Tom ín ? I Vaya I ¡ No te pongas (0 lora o! Esa es tu novia; ¿ acerté ? - Cua tro cllI/int!rllul q ue m os decim os, y na m d , Yo no he querio uui q ue á un a. - j Q uién se rá l... - Una, á qui en yo le he tom o en mi ¡":r;'lfl íll las malagu eña s y el' fandango, jJa que bailara , cua ndo n o era tan se ñorit a CO IllO ah ora. - <Q uién es ~ ... i Me pon es en el/ u /a o.' - <Ve ngo cs t a noch e y te lo Ig0 ? 497 - Te van á eclui de mello en la posd. -1 Qu é le face! ... ¿ Ve ngo ~ -¡Yo qu é sé I La ca lle es del' rey. - Giiel1o, hasta la noch e ; ya sa le la parranda. Ad/ó. - Adiá, Grabu: A la puerta de la tabern a te mplan los inocentes sus instrumentos. Aquellos hombres, que libaron el moscatel , llevan ya sobre el abigarrado adorno de los sombreros, las imaginarias guirnaldas de vid, q ue ofrece Baca á los visitantes de su t em plo impuro. IX Al llegar la noche sal e Gabr iel, furti vamente, de la posada, dond e los hombres d el partido, cansados de su per egrin aci6n por la capital, duermen so bre el hato , ó beben, hasta embriaga rse , disp en dian do el óbolo recogido. I Cuánta claridad y cuánta animación hay en las calles 1 Ga briel, acostumb rado á la obscuridad y á la qui etud noct urnas de la aldea, qu e se extiend e próx ima á su campo, duda de qu e aqu ellas lu minarias y aqu el bullicio de la capital con stituyan el estado normal de todas las noch es. Debe de ocurrir algo; ta l vez la é poca d e las Navidades trae á las calles de la gran urb aquel contingente de luz y animación . Recorre Gabriel, inciertamente, algun as vías, pero no halla la en que su amor le espera. Pregunta á un transeunte y éste le indica el ca mino. Mas al volver de una call e ancha y luminosa, ve á la mujer que busca ; ve á Anilla, que en unión de un mocito qu e luce capa y sombrero sevillanos, camina sonr iente y dichosa, - (' /l nde vas por aqui?, -pregunt a Gabriel, disimulando su enoj o. - A dar un pas ílIo. Entonces el mocito de la ca pa y el sombr ero se villa nos, pr egunta co n so rna á la jo ve n : - O ye, <qui én es es te <¡;1·1~~IO.J No hay adj etivo, e n I léxi co vulgar de mi pu ebl o, qu e ofeud a m ás q ue el de /JrIIlltl ti un hombre rural. • - Ca lla, hombre , - contest a A na, buscando la tran sacción . I' ónes e rojo Gabriel, y preg unta á Ana, 32 T. X I. © Biblioteca Nacional de España HOJAS SELECTAS imitando la en to nación empleada por el mocito: - Oye, ¿quién ¿jeste utariquitasnca ? En tonces echa hacia at rás la pañosa el aco mpañante de Ana, y saca un cuchillo que br illa siniestramente. Ga briel, con rápida energía, sujeta la muñeca de recha de su contrario, oprimiéndola has t a hacerle arrojar el arma, mie ntras con la otra mano atenázale el cuello. Ana g rita , pidiendo auxilio , y cuando ac ude n los ma nte ne do res de l orde n público, abandona el ca mpesino su presa. Más t arde, llora Gabrie l, ence rrado en inmunda pri sión, año rando su libertad y su vida eg lógica . y ma ld ice la ciudad, recordando aquellas p alabras de la bu ena madre, que le aguarda: - ¡En el cam po, td es caruia, en la suidd torm enta ! x Fortuna era persona influ yente. Con ocía á un diputado provi ncial , á qu ien frecuenteme nt e feriaba con can asti llos lle nos de uvas, de higos chum bos Ó cerezas , según e l tiempo. Cada uno de estos regalos habíalo cobr ad o Fortuna con un favor inestimable. ¡ Preso Ga brielillo! i Ya se t em ía l' ortuna alg ún desagui sad o! ¡Y él, qu e había garantizad o la feliz v ue lta del muchacho al partid o ! ¿Q ué cuentas iba á da r á la seüá María , y á la A rmendrita ? Bien decía el cantar: ( Por qu e las mujere s son la perdición de lo s hombres.• ¡ U n mozo tan pacífi co com o Gabriel 1 i Aco rra lar de aque l mod o á un terne, de los que usan faca! La ve rdad era qu e, po r enc ima de l pesar que ca usaba á For tuna lo oc urrido, produdale org ullo aquella victoria de un paleto so bre un vale ntón de la ciudad . - (;'iieno es que estos moc itos sepan lo que arcausa u n hombre de campo,-decía Fortu na, guiñando el ojo de re cho. Cla ro es que, al día siguiente de este suceso, la comparsa no postuló. Era necesario gestionar, ante to do, la excarcelación de Gabriel ; y, sin ca nasto ni regalía de clase ninguna, presentóse Fortu na en el despacho del diputado provincial. Pronto mostró l,ortuna á los que le aguardaban á la puerta, la tarjeta de recomendación que le diera el caballero; y no había transcurrido una ho ra cuando, me rced á aquel talismán en forma de cartuli na, era puesto en franquía el vio linista inocente. De allí á poco, los buen os muchachos ciñeron otra vez los sombre ros ado rnados, requ irieron los instrumentos, tr emolaron la bandera y lanzáronse á las ca lles en busca de l óbolo. Mas, apenas llegaron las sombras de la noche, evadióse Gabriel de la posad a, ansioso de buscar á An illa , más para recen ven irla po r su proceder q ue par a dirigirle frases de amor. i Al fin y á la postre, lo de cit ar un a muje r á un hom bre para que éste se e ncu entre co n o tro, es cos a qu e merece castigo! Ga briel q uerí a e ngañars e á sí mism o: cu ando se decía, co n la voz inau d ita del pensamien to, q ue des eaba reconvenir á An a, qu ería ocu ltarse el ve rdade ro móvil de aq uell a busca; pero Ga briel ansiaba encontrar á la mujer t raidora , po r alcanzar la satisfacción de verla, de hablarla, de oir alguna frase que obrara com o bálsamo sobre su corazón he r ido. Fortuna, que observaba los movi mie ntos de Gabriel , se d ió cuenta de su huída. L anzóse det rás, á d ista ncia ; y cua ndo vió vacilar á Gabrie l, en la es q uina pr óxi ma, como si éste du dase entre la idea de avanzar y la de re tr oceder, se le acercó y púsole una mano en el ho mbro. Giró sobre sí mismo Gabriel y dijo, al reconoce r á su am igo y pr ot ector : -Hola. -RoJa. - re pitió Fo r tuna. Y ag regó : - roAnde se ya? .. Ga br iel resp ond ió co n un e ncogimie nto de hombros. - Tú estás perdio de la ca beza , Grabié; yo sé ande tú vas; pero tú utcsruo no lo sabes. J!;¡'alc de mujeres. que toas son un os malos bichos, que se las coman. Ana t iene su arrimo. y dcjalla es lo que te tiene cuenta.. La m/t farsa! rOQuedrds creer que ha uenio á preguntar por ti? o. ' Me ?lo. ice: e Si haceJarta dinero. yo tengo mi trapi llo j > y dígole: <t. Grabié no necesita tus di neros: tengo yo aquí ardabones á que aga rrarme © Biblioteca Nacional de España J';L MUN DANA L RUIDO jJa que .ra) ;r;a á la calle antes de una hor a.• Gabriel le escuchaba estupefac to; pero, al ca bo, dijo: - ¡ La mú farsa .'... - A silla se lo !/e yo: • Eso no se jace, Anilla; á los hombre no se les bu sca una perdición d e ese tn áo. • Y se ponía colord; como u na amapola; y d ecí a qu e aquello j llé u n casu al ; qu e se hab ía encontrao á aque l mocito , q ue la per sigue, pero que c lla no lo q uiere ni vé. - i Q uién sabe!. .. - exclamó Gabriel, viendo qu e una es pe ran za iluminaba su es píritu . - Vámonos á la jJosd ; qu e j ace frío y lo UlqjÓ¡¡' es tumbarse en el jato y descansd. - Vetc t ú, Fortuna; yo tengo qu e [acé. - Acuérda t e de tu madre, C:rabié; acuérdate de la A rm eudrita . - ¡ J;/al/le á mí de ./lrllll'Jldn !a l - respondió Gabriel, pon iéndose en marcha. Fortuna le sig uió, sin hablar palabra : los do s ami gos and uv ieron buen t recho, sin decir aste ni moste. Ll eg aron á la plaza grande. U na fuente colosal, de hierro, dond e los cisnes, apresados por uno s amorcillos, abrían el pico para esc upir ch orros de agua murmuradora, adornaba el ce ntro de aquel espacio rec·t angular, en donde los magníficos edificios se erguían y los arcos voltaicos trocaban e n dí a la noch e. -IQ ué lu rn inaria l... - exclamó Gabriel, ad mira nd o el aspecto de aquella plaza, cn la cual de sembocaban las calles pri ncipales de la ciudad. - Ea ; ya has visto la plaza: vámonos ahora á d ormir, Gra/; I/. En el' campo no se trasn ocha asilla. -Allí es taría mos ya en siet e s ueños. - El' sue ño es la vía. - i .?O.l'iÍ 1.... 1Fortuna : me aturde e l r ufo del' mund o ! ¡l\quella car illa de allí L : - Es venid. Mañana lilas uamo. - ¿Ma ñan a j-s-pr eguntó Ga b rie l, ab rie ndo d esm esuradamente los ojos. Y añad ió co n firm eza : - Yo me 1"m. - ¿Q uO... ¿Q ue le qneas ?... 1rr"ra/Jié:... Bajó Ga briel los ojos y empe z ó á cog erse , co n los dedos pul gar índ ice , el labio inferio r d c su boca. ¿Meditaba , ó se arrepentía d e lo di ch o ? - rr:ra /;//: juntos !w belllOs '¡!{IIIÍO y juntos tene mos de gO!7N'. é 499 - No , si...-res poIJd iú el violinista, balbu ciendo. - Si yo goruere. - V amos, Grabié: tú , al remate, vas á melé la pat a. Diciendo es tas palabras , enlazó Fo rtuna s u brazo d erecho al bra zo izq ui erdo del amigo y le arras tró , sua ve mente, con dirección á la po sada. Ya iban llegando ; duran t e el trayecto nada se decían, Ga bri el cam inaba meditabundo. Fortuna iba regodeá nd ose con la idea de haber vencido al mocet ón: cua ndo le prestaban ob edi encia, ponían un a aureola á su amor propio y d ábase él cuenta d e su pretendida superioridad. Ya iban llegando, c ua ndo se les paró d elante una muj er. - 1An a 1. .. - exclamó Ga b rie l. - Ya pareci ó 111"e)' o, - dij o irónicamen teFortu na. . -¿Q ué~ -interrogó, sonriente , A nilla, mostrando sus preciosos dientes, como la nieve de blancos. - ¿Q ué pasa ?... Par ece que os habéis asustao .... - No m'asusta yo de ll\ujeres , - respendi ó Fortuna; -s- su' asusto de los bich os. -¿ T an bicho soy ?... - preg untó A na, haciendo u n mohín seductor, que pr odujo en el corazón de Gabrie l una alteraci ón harto sensible. -s--Paece ment ira , 1111(jé , - ag regó F ortuna, levantando en alto, como solla, el Indice de la diestra y gu iñando de vez en cuando; - jJaete mentira la faena q ue i' hns cargao con este g üm muchacho , qu e va á perd«, por tu causa, los tornillos de la cabeza. - ¿Y qu é he hecho yo? -preguntó Ana, plegando el ceño, lo cual di ó mayor belleza á su ro stro. - Detuasiao lo sabe s, 1JIllj é, - habl6 Gabri elillo , qu e, inútilmente, qu ería escupir sa liva c ua ndo es taban se cas sus fauces . -¿ Dc verdad ?... - interrogó Ana, mirando de hito e n hito á sus a migos incli nando la cabe za hacia el hom br o d erecho. - V amos : d esembu cha tod as esas mald ades qu e yo he hecho. ¡Como si yo t uviese la c ulpa d e qu e el barbero me siga!... Es verdad que se acer ca J mí , que Gabriel lo vi6 {l mi 1110: que se pu so guasó n. Pero... mira, (¡"raúié: te juro por la glo ria de mi pad re, qu e cuando t ú le d iste jm el jJd o. me pu se anc ha. © Biblioteca Nacional de España é 500 HOJ AS SE LE CTAS Gabriel bajó los ojos y sintió afluir toda su sangre á la cabeza. -Pos ya ves tú lo que podía haber pasao, A nilla,- dijo Fortuna. - Suerte que la sangre no llegó al río. Pero... eso no sejac e. - Vamos , calla tú, Fortuna, que es tás ya a nt iguo. Digo otra vez que no hice nad a malo. Y... voy á d ecir la uerdá : de lo pasao, me alegro: porque el tipo ese , temiendo á qu e le vaya á 'r omp é Gabrielillo la cara , no ha vuelto á inc omod ar me . - ¿No ha g ¡¿erto/ .. -preguntó Gabriel anhelant e. - ¡Ya lo creo que habrá güertof... Eso lo ices tú... por divertirte de mí. Pero i qu e no lo v ea yo, qu e no lo veal Y al decir esto, apretó Gabriel los puño s y br illó sini estramente su mirada. - Güeuo, está bien , adi ós, Ana , - dijo Fortuna; - vamos á la posá. - ¿O s vais?. ¿T an pronto r., ¡Si se rá n las ocho y medi a L.. - H ay que madrugd, pa iargarnos. - ¡Ah l... ¿T ambié n se va (J·rabié.·~ ... preguntó Ana , envolviendo al manceb o en un j lir! su gestivo, atrayente, irresistibl e. Gab riel ex p e r i m e n t ó una sacudid a nerviosa y correspondió á aqu ella mirada con una sonr isa anhelante. -Está bien. Vayan ustedes con Di os. Q ue du erman toa la noche. j Y ... hasta la vista l... - Vamos,-repitió Fortuna, empujando á Gabriel, quien, resistiéndose u n poco , dijo en tono qu e parecía súplica : - Aguárdate, hombre. - ¿Q ué me he de aguardar?, - excl amó Fortuna , malhumorado, poniéndose en marcha. Ana y Gabriel permanecieron en e l mismo si tia : la primera, sonriente; el segundo , vis ib le me nte contrariado. Fortuna, que iba ca minando pausadamente , vol vió la cara y dijo : - QIl¿'zte tú . - Anda, hombre, que se va; - habló e n tono irónico , pero sonriendo , la her mosa morena. E nto nces Gab ri el, enc ogiénd o s e de hombros , dij o: - C'¡imo, qu e se va ya . E n la jJostÍ nt os (ncontrarcma. * * lla ca lle no era Q ue da ro n so los .'" Aque v ía de muc ho paso . Ad emás , protegía á Ga briel y Ana la p enumbra , ya q ue el ar ol más pr óxi mo dis taba lo bastante para qu e la s figura s de los interl ocu tores env oiv iéran se en som bras . Hubo un rat o de silencio . rnstintivame nte , ah orraban Ana y Ga brie l las palabras pa ra so lta rlas luego á borboton es. Al diál ogo dió pr incipio An a, cuya educac ión mu ndi al pon íal a en b uena s cond icion es ve rba les de ataque y de fensa. De los labi os d e Ga brie l no salieron sino r eproch es. Sa ng ra ba la herida. T enía fija, el mocet ón , en su pe nsamie nto la figura del chulapo que acompañ ara á Ana . Aquel misera ble bar ber o era. sin duda alguna, el amante d e A na. Esta id ea le rebotaba desd e el ce reb ro al corazón. A na explicá balo tod o satisfactoriam ente : el prov ocativo muchach o no la acompa ñaba cuan do Ga briel la tr opezó : la seguía ; la imp or tun ab a como ot ras ve ces, con peticiones de cariño, q ue ell a no había ofrecido, ni men os dad o. Ga briel reco rdó que el mocito d e la pañosa y la faca tut ea ba á Anilla; pero ésta se (le batí a con una ca rcajada: ¿ el tuteo quer ía d ecir algo? i A fe que e n las capitales se tratan tod os [os jóvenes d e uno y otro sexo simpl emen te d e tú por tú, apenas h ablan dos v eces I Pero ella no quería al barb ero; ella había t enido sie mpre puesto el pens amien to e n los an durr iales que abandon ó, y, so bre to do , en el hombre de quien le separaron las circu ns tanci as. La contienda era ruda, pero Gabriel llevaba la peor parte. Las mentiras de Ana parecían le verdades; com o sur tían de una boc a hechicera; e o m o procedían de la muj er amada, torn ábala s por artículo de fe, y cuando las reba tía, hacíalo por escuchar la respuesta decisi va , qu e acababa de llevar el con venci miento a l ánimo suyo. Ana su gest ion aba á Ga briel: co n la dulzura de su acento, adormecía los se nt idos de aquel hombre. ¿Q ué pr ivilegio ha bía tenido la mujer libérri ma, la q ue huía por el mundo , par a encade na rle y vencerle ? Marga ra, la niña ho ne s ta, la joven pura, jam ás alejada del perí metro dond e se d esenv olvía su vida; la buena. mu chac ha , parca en s II s co stum br es , recatad a, lab oriosa, sencilla, no ha bía logrado atrae rle tanto, ni co n el ol or d e su pureza ni co n el atrac ti vo de s u se ncill ez. © Biblioteca Nacional de España SOl E L MUNOAN AL RUIDO Ana, la avent urera; la mu jer de conducta equívoca; la que usaba ga las de mu ndo y so nrisas de corte , atábale á su carro tr iu nfal co n ca denas de esclav itud. Más aú n: l a sombra irr it an t e de un hom bre qu e , acaso, no fuese in dife re nte á aquella mujer, p er dí a á Ga brie l en el labe rinto de los celos; en ese laberi nt o que sa le, invari ab lemente, al ca mp o d el amor desenfre nado. Insistía Gabriel en e l te ma re lativo á íos supuestos amores d e l barb er o co n Ana . ¡Vaya si le escocía aquella id ea ! Pero ella afir maba «q ue el barbero le te nía sin cuidado . y que «c uando Ga briel le zam arre ó ta n lindame nte, ella gozó lo indecible.• Forzoso era creer en aque llas protestas , en aquellas afir maciones y en aqu ellos juramentos. Hubiera sa bido Gabriel q u e e l c hu lo de marr as ib a morti ficando á Anill a, y, ento nces, no se limi tara á darl e u n pescozón: entonces lo hubiera hec ho cachitos. Xl F ué al d ía siguie nte cua ndo partieron los paletos p ara el ca mpo. Por cie rto q ue F ortu na, más avisa do q ue los d em ás, no de jó de obse rva r en Gabri el un a inq uietu d signi ficati va. A la hora de march ar ib an todos por la carretera, decidor es y alegr es, Gabriel era e l ú nico q ue caminab a, co n el violí n debajo del bra zo, melan cólico y pen sativ o. P ernoct aron en el ve n to rri llo de Curnbrales, al obj eto de sal ir muy de mañana pa ra el pa rtid o y Ilr ga r á s us casas cua ndo e l so l estuv iese oc ultá ndose. ¡Como que la di stan cia q ue mediaba e ntre e l parti do )' la ciu da d era lar guí sima 1 Había qu e an da r, a de más, por se ndas ab rupta s, q ue asce ndía n pen osamen te en tre peñascos y acebuc hes: aq ue l ca mino no era pr op io p ara recorrido de noch e. Ape nas cenaro n c n Cu mbrales, los indi viduos de la a leg re parran d a, t umbáronse á la larga sobre sus hatos. Todos se arreb ujaban cua nto les era dado, porque arreci aba el frío. No lejos de l local empcd rado en q ue ro nc aba n :'t pie rna sue lta, existía la amplia ch imenea de campana cundri longu, bajo la cual humeaba levemente el rescoldo pro- d ucido por los troncos quemados á prima noc he. Cerca de aq ue l montón de cenizas cálidas , d ormitab a IIn gato. ** * No eran las d iez; aún cuando Gabriel se incor poró so bre su hato. Sentóse y miró en torno d e sí. A la luz de un faro lillo, que pendía de cierta garrucha enclavada en una viga central de aq ue lla estancia, pudo observarlo to do . Sus co mpañeros dormían. Fortuna ron cab a ruidosam en te. El vie nto movía las pue r tas . Aunq ue Gabriel t uv o cerrados los ojos todo el ti em po q ue llevar a ten d ido, no pudo dorm ir : su pen sami en to ve laba. Huir, aleja rse d e aq ue lla mujer que él adoró ta nto tie mpo en secreto; dejar á Ana, por q uien últim am ente había sentido su co razón tantas sacudidas, y su alma tantas co ngojas y sus deseos tan tos incentivos, no era empre sa llev ad era. De bió d eser t ar dc la parranda; quedarse e n la gran urb e, don de su destino parecía ten erl e se ña lado puesto. Verdad que le agu ard ab a en el campo s u madre, per o á la bu en a vieja se la podía transportar á la ci udad. l~ J, como había d icho An a, podía obtener t rabajo en las cons t rucciones; en las o bras de los ferrocarriles; en las del soberbio puerto marít imo. ISi e n las ci udades hay medios sobrados ! ¿Se reduce todo , en el mundo, á ca var y á vendimiar ; á la siega y á la trilla?... A de más : ¿érale posi ble dejar á Ana en brazos d e aquel hombre, con q uien la sorprendi ó? Es ta id ea ac íba raba las dulzuras de s u reposo . Si era cie rto lo aseverado por A na; si e l barberillo molest áb al a con su persecución y s us requerimie ntos , é l de bía defenderla. Si, por el co ntra rio, era el barbero un amante efec tivo, tolerad o por ella, debía él coronar su princi pia da vcnganza. De todas maneras, pu es, ya par a un o, ya para otro I1n, no debía regresar al parti d o, sino permanecer en la ci udad. Sobre todo ello prevalecía también una razón imperiosa que 1> ob ligaba á desertar de la pa rra nda , en aq 11 ellos momentos en q ue los inocentes dorm ían : la razón concluyen te y po de ros a dc l amor, y del amor © Biblioteca Nacional de España 502 HOJAS SELECT AS ce loso, que es el que comete todas las locuras y camina' audazmente por to d as las send as, aunque desemboquen en la perdici ón . J V olver al partido tan pronto! í D espués de haber oido las palabras cariñosas de Ana y sus protestas en contra del odiado rival ! ¡V olver á la monótona vida del campo ! Sólo su madre le atraía á ella : pero, - ¡oh incomprensible arcanol,-Ana le atraía á la ciudad y parecía te ner sobre él más fuerza y más imperio. *** D ejó Gabriel su camastro, y despe rezándose brutalmente, con los brazos en alto y el bostezo en la boc a, pareció sacud ir par a siempre la inercia y el sueño . De seguida recogió su manta, en la cual envolvió el torso, fingiendo con uno de sus ex tremos el embozo d e una capa, ya q ue se cubrió con aquel burdo t ejido la boca y la nari z. T omó el sombrero y púsoselo, Olvid ó el violín , y, recatándose, salió d el ventorro. T odos dormían. Por el camino que, desde la capital , le condujera al ventorrillo, retrocedió hacia la gran urbe. - i Cu ando despierten mañana!... - iba murmurando Gabriel. y em prend ió e l camino, sonriente, á la indecisa claridad de la luna. - i Perdón, madre, perdón J,- repetía , mentalmente: y elevaba el pensamiento á la casuca d onde le aguardaba la buena vieja. X II Ni el desper tar de los paletos, ni su sorpresa al no tar la defección de Gabrielill o, ni la llegad a de éste á la ciudad qu e le at raía, fue ron descritos por la cr ónic a artística de es t os sucesos ; pero se colige q ue los inocentes, y más que ellos F ortuna , come n taro n con calor la huída d el compañ er o ; que Gabriel l1egó felizmente á la ciudad , y qu e en el partido hubo, con aquellos d et alles , com idilla para las conver saci on es tr a- bad as alrededor de la en cendida chimene a. Lo que se sabe, por no sé q ué cie ncia psi cológica , es el est ad o de alma q ue pr odujo á la Almend rit a y á la se/id María aquel in esperado rasgo d e Gabriel. Mar gara , qu e hab ía llegado á querer ciegame nt e á su novio; que por él vivia; q ue t eniale dedicados el pe nsa miento y el corazón, sufri ó una depr esión fune sta del ánimo. A unque F ortuna, co n aq ue lla diplomacia rural de que hací a gala , trató de justificar la decisión de Gabrie l, diciendo que < él sa bía de bu en a tin ta que el muchac hote quería ade lant ar una mi/ ita ,. ser a lgo más que un br acero del campo, para ofrecerle mej or po rven ir á la novia >, és ta , con la clarivide ncia d e to da mujer , compren dió seguidamen te la ve rda de ra causa de no haber re gre sa do Gabriel al partido. La madr e , á qui en entregó Fortuna sole mne me nte el violí n d el hijo, cre yó, pasad os los pr imero s momentos d e estupor , en todo aquello que Fortuna d ecí a: < Era claro qu e Gabrie lillo buscaba por veni r; qu e qu ería log ra r alguna ocupación más pro ductiva qu e la d el ca mpo ; » y, al repetir estas ra zones, la bue na vieja, en tono de con vicción , añ ad ía : - i Ko creáis 1, asina com o lo veis , calla o y pruente, ~s mi ú"rabi¿ mtc caid de adelantá terreno. 1E l t en ía la arn bici ón de la suidd ! Yo le predi ca ba so bre lo malo que es el m ío d cl mundo pícaro, pero é l no ha quería escucharme. I La Virgen San t ísima de los Dolor es le d é salú y suerte! E stas últimas pala bras se le atraga ntaban á la viejecita entre lágrimas y su spiros. Más tard e, en Jos ratos de expansión qu e Fort u na di sfrut aba, se nta do al lad o de sus am igos, d ecía, semb ra ndo s us palabras de gui ños elocuen tes y alzando el de do índ ice , com o solía: - Es pampli na q ue se d iga es to ti se d iga lo otro: loas sa be mos el' negosio qu e tresigll!! el tontaina de GrabiJ en la sllidd . i Ana, y lid más que A na i : ( ue se le subió al celebro aquella lJlujé! ¡Y es / )(1 subirse, cabaycros, porque paccc mismam en te u na con desa} (s, eancluirá .} ( Dib ujo d, 1I~ M¿" dt: IJril/g a.) © Biblioteca Nacional de España , ! I I ! I Ch,, "¡a¡, :1II "" l., c':dlc' ,\ " a v )'''1,illo <:1I:IIH1o (,ahri'" 11,';':," '" ( 1'[';':. ' ~ I ..) EL MUNDANAL RUIDO Apenas llegó (;a b rid (¡ la hermosa capital, comenz<', ;\ su bi r 5 \1 amo roso cu lva r iu. Co mo hab ía apre nd ido la casa en q ue 1\ na prestaba su s se rv icios, co locóse e n la ac e ra dc , ~ nfrc n tc, ec hado de espaldas sobr la tach ad a de 1111 ed ificio . Allí estuvo, inmó vil y pasivo por fuera, activo y lleno dc ans ieda d IJar d entro. © Biblioteca Nacional de España HOJA S SE L E CT AS Cua ndo salió una fámula d e la casa c uya pu erta atisbaba con tanta a tenci ón , diri gi ós e á ella Ga b rie l y le preguntó por A nilla . - ¿A nilla? .. Ya no está aquí; se larg ó aye r; es d ec ir, la targnrou. , '0 hací a má s que co m po ne rse . i Si e m p re con novios l... i L o que es es a L.. - dijo la muj er, ha ci en d o u n mo hí n sign ifica t ivo , y s e d espidi ó d e (.abriel, á qu ien d ejó frío inm óvil , co mo un a e tatu a. Aba ndonó el mancebo la ca lle , y se dirig ió al acaso por la s hermosa s vía s, llen as d e tr anseú ntes . E l mundanal rui d o le a t urd ía. Aq ue l e ra, para Ga b rie l, un mar re vu elt o d ond e na ufrag a ba. ¿D ónd e bu scaría á su ama n te?... Debió preguntar ;í la muj er por e l parad ero de 1\ na: aca so lo conociese . Esta ba rendido d e c ans anci o y de ha rnb reo Se d irigió á la posada, con la c ua l di ó casualme nte: y e n e lla d e scan só , y co mió a lguna cosa frugal. Descan só ap en as , c ua ndo ya si n t ió co me zó n po r re correr las calles, a! aza r , e n bu sca de s u amada. Si A nilla no tenía ocupación , era fácil t ropeza rla d ondequiera . 1::1 podía resi stir algu nos d ías , porque e n su bolsil lo qu e d aba n algu nas pese tejas, p ro ducto d el re parto q ue, an te s de la parti da, hi zo la p arran d a d e é / 1/ (1( 1'/11( .1". Reco n ta ndo aqu ell a s mon ed as, o bse rvó que tenía llen o s los bol sill os d e la zos m ulticolores: e ra n las ci n t as a rr ancadas al so mbrero qu e le adorn ó la A rm rn drit a. Aq uellas c int as ser ía n p ara A na. I Y q ue bi en lucirían e n s u g alla rd a cabeza ! 'a lió Ga br ie l; p ero, ant es, a prendió e l no mbre d e la calle donde se s itua ba e l pa ra dor. Ll eg ó á u n pa seo, qu e se meja ba un bosque de es be lt as pa lmer as. L os ma cizo s d e flores f ngían u n lab crinto, e n e l c ua l o frecía n usicuru, d iversos canapés d e l iedra ci nce la da . I'o r aque l d édaln pen etró Gabriel, satisfe cho del espectác ulo qu e o frecía la ciudad, p ero de scorazonado d e no hallar e n aquel pi é lago tempes tuoso lo qu e bu scaba en é l. I icsernboc ó e n una g lo rieta, cerca de la cual pasaban rápi d o s , so b re sus rie les, los hermosos t r an v ías urb a no s . Aunque se hall a ba (. ubri el un po co lejos de l punto d e pa ra d a , pud o ape rci birse de que u na jove n , d e Iín ' as s nnejant 'S {l la d su adora da A nilla, s u b ía á u no de aqu e llos vehículos, que co rr ía co mo e l vie nto. Pero... ; Dios sa nto !... ¿Er a ficci ón del d ese o, ó rea lmente , la hermosa Ana se alej aba e n a q uel tr an vía ? A travé s de lo s c ris tales , que e m pa ña ba e l vaho de la ma ñana d e Dici e m br e , veí ala Gab rie l partiendo, ar ras t ra da por el vehículo. i E ra e lla !... ; Ella :... Em p rendió ve loz ca r re ra, y co me nzó {l llam ar po r su nom b re ¡i A na ; p er o el tranv ía sa lva ba la d istan c ia con tal rapid ez qu e no er a fác il alcanzarle . L as gen tes so nreía n, v ie ndo á aquel pale to co rre r y g ri t ar s t éri lmen te e n pos d e algr> qu e no e ra v is t o. I lasta que, co n v e nc id o Gabri e l d e lo inútil de s u carre ra . detúvose malhumorad o y S ' ll1 SÓ ¡ cabe llo. Su aspec to d e desesperución , at rajo á algunos mo za lbe te s, q ue le c e rc aro n para mo fár se le e n las barbas. Cerró, Ga b riel, los p u ños y ya iba á acome te r ú alcs .t.;ü(/os cuando record ó su úl ti ma p risión . j:¡ le e nca rce la ba n, no tend rí a quien l libertase 1 Hizo , pues, u n es fue rzo so bre s u co raj e y reprimió sus pel igroso s ím pet us . L os rnu hac hos le llamaron g rullo, y h u ye ro n á la d esban d ada , d e spu é s , no s in regal ar al paleto at u rdido a lg u na qu e otr a pied ra, lanzada desd lejos . Empezaba 1 sol á ocu ltarse c ua ndo (,abrieI, re ndido por e l c ansan ci o , y ntol on d rado - como ¡"I decía - por e l ru id o de los vehículos, e l vocea r de los ve nde do res, el h arlot ea r d e las g entes , el tañ er d e la s música. y el eco d e los ca ntos con que se gana n la vida lo orga ni lleros y los mendi gas, d iri g ía se, á favor d e pr eguntas que le iban o rientando, á la posada dond e an siaba rep ar ar la fu e rzas . De nsas nubes, co nde ns ad as e n el espacio, come nzaron .i vo mita r torrent es so b re la ciudad. I.a t or me nt a , S ño r e án rlose d el vacío , lan zaba r a yos y t r uenos, corn o g a nosa d e aniq uilar aqu '1 mu ndo, qu e di st aba tanto d e vivir 0 11 1 recogi mient o d e la a ldea y la mo d c. t ia d e l ca m po. E l frío aume ntó , apenas co m nzar a la no che . ( ,abric! sintiú no sé qU(~ extra ño pavor y s e d .cid i ó á acostarse: peru a pe nas pudo con, iliar el su e ño, porque s u preoc upa ci ón le ten ía en vela. .Iuy d manana se lunz ó a la calle, y CfJI1 po co t rab ajo, halló nuevamente la casa en que Ana había de sempe ñado tra bajos de don cel la , © Biblioteca Nacional de España t:L MUNDANA L R U ID O -¿ Aáude estás , Grnbie ?... ¿No nt'asSe situó, COIllO el d ía anterior, en la ace ra fronte riza, y agua rdó la sa lida de la cttclras?... i Por vía !... buena . mujer que le faci litó datos sobre *** Más qu e los da tos suministrados por el An ill¡¡.. Si ve ía, aho ra, ú la pa rlanchi na prójima, íba le ú preguntar una porción de cosas tí o Robl es, llev ó, á Gabriel, su instinto, al lugar e n q ue Ana departía con Pepillo Mata. que antes no se acordó de in ves tiga r. Sit ua dos e n un a esquina : él con el som A las p ocas horas, tuvo q ue re tira rse de su pu nto de acecho sin hab er lograd o br ero ec ha do hacia la nuca y la mano dereec h:lr la vis ta enci ma ú la sabiho nda criada , c ha a po yada e~l la pared de una facha d a ; mas cua ndo llegó al pa rador, enco ntróse en ella so nrie nte , jovial, hermosa; arrebujada 0.1 ú u n vecino de su partido rural. Era el en un fue rte ma nt ón d e lan a, aterciopelad o tío Hables : un viejecillo d elgad o, bajito, y blanco, char laba n A na y Pepillo, cuando de cara c hupada, sin barba ni bigote; u n Ga br iel se a prox imó á ellos audazmente . Presto desv an eci éron se las arrugas del cegato q ue usaba gafas n egra s, las c ua les llevab a atadas co n un cintajo, por enc ima e ntrecejo de G a briel, p ues cuando éste temía qu e P c pill o y A na pa rlasen de amores, de la cerviz. El tío Robl es ve ía poco , per o con supo por boca de ella, que hablaban de é l ; aq uellos cris tales obscuros veía rnen os , y que Mata ha bía noticiad o á la hermosa la era preciso llama r le la atención par a q ue d ecisión de Ga br iel , comentada por todo el Pud iese darse cue nta de q ue co n él se par tido ; que Ana reve ntaba d e gozo al ver qu ería de pa rti r un rato. que , por fin , habí a tenido re da ños su pri -¡Tío l<obles!...-exclamó Gab rie l, mer ama nte para dejar la quietud del cam Ponie ndo u na mano so bre el hom bro iz- po y b uscar la ru id osa esfera de la urbe. l'ep illo Ma ta sa b ía q ue Gabriel era vi qu ie rdo de l vejete . . - ¿ Eres tú, Craóié? .. - pregu n t ó e l an- ga roso d e r em os : le hab ía visto, cierta ve z, CIano. t u mbar u na res escapada de una heredad pr óxima á la suya: por ello nació en su - 1;;1' tnezuta. - iCarambi, hornbr e l,.. ¿Q ué te j !lf:c.:J... áni mo cierto t em or cuando vió á Gabriel I Por vía! co n cara de vinagre. Pero h ízole no po ca - ¿Y mi mad re ?... gracia la man er a co n qu e A nilla había aman- No la he vist o : n o sé; pero d ebe sa do l a visibl e co n tra riedad de Gabriel. d e es t ar /;ii.ella , porqu e las ma las noti cias Verda d q ue , en los pri me ros momentos, co rre n pronto, y yo no he sen ilo d e d ecir habían hablado An a y Pepe de lo que és te casa nin guna. / Carambi, hornbre l... Yo sabía co n respecto al regreso dcl violinista ven go á de.I!¡edi á mi sobrino P cpi llo Ma ta, inocente; per o no e ra men os cierto que, a l y á una ¡¡andi/la que em barca mañana fa ap roxima rse á. ell os Ga br ie l, .ha b laban de Ciieno.'i Aire. ¡ Esto es tá d e lo jJetÍ! Se va la amo r : ¡y por ci erto qu e el diálogo llevab a /ló d el par/jo. bu en ca mino I - y ¿ atÍllde está P epi llo ? De seguida co mprend ió Pepil lo Mata - Ahí se queá, más a bajo. Mo enrontre- qu e su pr esen cia era un estorbo; y renun 111~ <Í. un a paisa na : á A nilla ... í per o, caya: ciando al di álogo , se despid ió de Gab riel y 1~ I tú fuiste su no vio !... de A na . . . - ¿Y d ó nd c está?... - p reg untó, e nroCuando qu edaron so los, miró dc hito jeclen do , Ga briel. - ¿ 1 ónd e ? . c n hito A na á su ado rador, y díjole, formu- Ahí, jun to á la plaza Vcrd.: co mo lando la más graciosa de sus so nrisas : Pe/iI:Yo es asina, t an arrunao á la Jenag na -Ya sa bía yo q ue ibas á volver. - lcararnln ] - q ue m uc has veccs Ic di go - ¿Q uié n te lo (jo? ... ~o: «P e pe ; déjat e de [emh ras, q ue tie mpo - (~s te ,- res po nd ió A na, llevá ndose la tien es... . di estra al corazó n. A pesar de su ceguera, not ó e l tío - Ya veo q uc tu co razó n es leal. Robles que su interlocutor se habí a esca- No me e nga ña, Craóié. bullid o sin decir p alabr a ; por lo que inteAs í e mpezó la conv ersación, qu e se pr orru mp ió el discu rso, y empezó á llamar á lon gó hast a muy tarde . I Suerte qu e la ca lle C abriel de es ta manera: no era ta n pasaje ra como otras I T. x r, © Biblioteca Nacional de España HOJAS SELECTAS X III Sería difíci l Y pe noso transc ribir el diálogo. En un a hora d e charla , dícense los enamorados poc as cos as ú tiles ; mucha s que no hacen al caso. No divagaro n muc ho, sin em ba rgo, Ana y Gab riel, pues ambos trata ro n d e lo prin cipal, muy pronto. Y as í que Ana juró q ue con nad ie t enía comprome tido su albed río, y así que Ga brie l musi t ó la ro mántica poesía de su s amores y de sus celos, se estableció un convenio tácito ent re ambas p artes , com o se d ice en el len guaje leg al. Gabriel ped iría trabajo en las obras d el gran muelle: el éxi to d e esta peti ción era seguro, po rque A na con ocí a á la mujer de uno de los capat aces. Con el jornal d e Ga briel , viviría n ricamente los dos aman tes . Di éronse las manos, en señal de que el contra t o estaba otorgado; per o no co ncurrieron testigos al oto rga miento, ni se escri bió el convenio en pro to colo alguno. Educado Gabri el e n u na recti tu d d e costumbres pro pias d el medio campestre, repugnó un tantico aq uel con tu be rnio á su co nciencia; pero, co mo si el ambiente de la ci udad fuese me dicin a pa ra estos remilgos, pronto transigió con aque l p ro yecto , promet ién dose á sí mismo elevarlo á la esfe ra de lo líci to en cuanto él comprobara la fidelidad de Anilla. Los dos amantes co miero n jun tos aquella ta rde, en u n cé le bre bod egón , don de por poco precio se regalaba e l pa ladar con gu isos t an bie n salpi men ta dos, que no era fácil comerlos sin a yuda d e una gran cantidad de vino . Desp ués d el ba nq ue te, p artieron los am antes; per o no se se pa ra ron , si no que, u nidos y alegres, se di rigieron á la v ivienda de la aven ture ra muchacha. Ana vivía < cerca d el cle lo », como ella decía : pero no en ningu na boh ar d illa, sino en 10 alto de un mo nte: en las edificaciones vetustas que coro na ba n el cerro de la antigua ciu da d , don d e los ves tigios de la árabe do minación se mos traban á la ansiosa mirada de las gen tes) co n sus torreones des truídos , sus almenas melladas, sus muros enjalbegados por algunas partes y sus arcos de he rrad ura, de nu nciadores de! estilo arquitectó nico de los muslimes, corregido por la an tiar tís tica Posteridad . Desde la planicie en don de arrancaba la primera cuesta, que daba acceso á aquel barrio alto de la ciudad, contempló Ga briel e l caserío que poblaba el monte . No obstante su rudeza, encantó aquella perspectiva al espíritu d e Gabriel. ¡Q ué extraño era aquello 1 i Qué alegre de bía d e ser la vida en aquella cumbre! ... Acostumbrado á vivir en alto, m ás ce rc a de l cielo que los morado res de las baj as ciudades, satisfacíale que Ana tuviese en una altu ra su vivienda. ¡Y qué bien se vería el mar, desde la casa de Ana ) L a joven mu nda na, regocij ándose ante la admiración de Gabriel, seña laba con el dedo á u n pu nto del monte , y decía: - ~ V e s aquel torreón, que tiene u na ve ntanilla llena de macetas:... Pues al lado, á este lado, á mano derecha, es tá mi casa. E n aquel laberi n to de pe queñas ed ificios, y de muros y bastion es mal co nse rvados; entre aq ue lla heterogé nea multitud de viviendas salpicadas por los flan cos, por el frente, por las mesetas, por la emi ne ncia, por todas partes , no log ra ba d isti ng uir Gabriel la casa que Ana le señalaba co n Sil torn eado dedo índice . Además, la vista de Gabriel es taba distraída en la contemplación de l eno rme fuer t e que co ro naba el cerro; aq uel cas tillo d e color terroso, lleno de asp illeras antigu as y de torr es cu rvas, de do nde arra nca ban los muros circunvalado res . Oyó, cuando ya iba asce ndie ndo por la pe ndie nte , el sonido militar d e un a corneta. -¿Qué es eso? ... - Los so lda dos del castillo. Aq uí hay muchas cosas que ve r. En el ca mpo se es tá como t on to , - dijo Ana, co n hechicera sonrisa. Salvada la primera cuesta, e nt ra ro n en una galería á que daba paso un arco d e herr ad ura , que presentaba dos hoj as d e pu erta , ferradas, claveteadas ambas y t eñid as por un óxido añejo que proba ba su au te nticidad moruna . Aquella galería, especie de ca lle cub ierta, daba paso á todos los ha bitantes d el mo nte, y desembocaba en una br eve meseta, d e donde arrancaba otra pen dien te más áspe ra , en cuya altu ra se erguía un torreón enorme, que ofrecía una ent rada en forma de arc o apuntado, por la cual Ilegá - © Biblioteca Nacional de España ~:L MUNDANAL base á una se nd a d el monte qu e daba frente al mar ; e n cuya parte izquierda, y recostados sobre las roca s, es ta ban los pequeños edifici os de capacidad y forma s distin ta s, qu e, desde abajo , par ecí an más breves y pi ntorescos. U n detall e más hizo á Gabrie l fijar su at ención : la exi st encia de una hornacina en el interi or del torreón monumental por dond e hab ían lleg ad o Ana y él á la vivienda . Pasado el arco, que más parecía ojival que agareno, hall ábase aq uel camarí n, do nde era venerada una tosca imagen de la Do lorosa. Pend ía, de lante de l cristal que cerraba la horn acina, un sucio faro l, si n luz; acaso pr eparado para iluminar d e noche aquel arco original. Cruzaron parte de la senda q ue miraba al mar, y al pasar por las casas que precedían á la de Ana, su frió Gabriel alguna punzante broma de las vecinas. - Ad iós , Ana,-dijo una ele ellas, q ue tomaba el sol , sentada en el escalón de la pu erta. - <Es tu primo?... - j O ye, qu é bien acol1ljJmid vienes!...excla mó otra, con visib le tono de retice ncia. Ana contestó á ambas co n un a de sv ergüenza, y , de se guida, sac ó del bolsillo del delantal la llav e, y abrió la puerta de su casa, pe netrando los dos amantes y cerrando tra s sí las hoja s. La casita tenía planta baja y principal. D esde la segu nda, dominábase u n pa nerarna be llísimo. Se descubría e l mar, limit ado muy lejos por la línea de l horizonte: ve íase la rada, poblada de embarcaciones; y, dirigiendo la vista á levant e y á pon iente, se divis aban la costa y los montes lejanos, en cu yos picos, lle nos de nieve, re fractaba el sol su mirada fúlgida. El menaje de la casita era pobre, pero limp io y artísticamente colocado. Estableciendo un parale lo entre el adorno de esta viv ienda y el ele la casa que Gabriel tenía en el campo, notaríase la misma diferencia que existe entre una choza humilde y una casa elegante. Sentóse 1\ na , jadeando, {l cau sa de la ascensi6n á aqu ellos lugares. Gabriel, que no ex pe r imcnta ba fati ga a lguna, porque er a fuerte co mo un ro ble, quedó se de pie ante la hermosa, co ntemplándo la co n interés visib le. 595 n uroo Ana miról e so nr ie nte, de hito en hito, como ell a solía. Y ex te nd iendo una mano, co gió por un pico de la chaqueta á Gabriel y le atrajo suaveme nte. XIV Por las mañanas, muy tempranito, cuando aún no lucí a e l alegr e sol , bajab a Gabriel á la ciudad y dedi cábase á su s trabajos del dique. Regresaba á su casa , cu ando moría la ta rde; y, no obstante la rudeza del oficio, tenía vigor para encaminarse liger am ente á la altura, donde le agu ardaba sonrie nte su adorada. Ya, á aquellas horas, ardía la lamp arill a de lante de la horn acina de la Virgen qu e decoraba e l interior del torreón , por dond e se atravesaba para llegar á la vía fronteriza al mar. Cuando Gabriel pasaba por de lante d e aquella efigie, destoc ábase resp etuosam en te; mas no se atrevía á mirar ca ra á ca ra á la Dolorosa, de qui en era d ev ot o, porq ue temía sor prender en su rostro d ivino un maternal gesto de severo reproch e. Sabía, Gabriel, que la vida á qu e se había consagrado no era lícita, y co mo los niños peque ñue los que, al com et er un de sliz, bajan los ojos delante de sus padres, por miedo al castigo, inclinaba tam bién la cabeza cuando atravesaba por deb ajo del arco apu ntado, en que llor aba la V irgen, con lágri mas cristalizadas. Si hubiera exist ido otra sal ida, la utilizara de bu en gr ad o Gabriel; pero no había medio de su bs trae rse al paso por e l Arco de la Dol orosa. Ni eran estos momentos los úni cos en que Gabriel se argüía, á sí mism o, por la vida empecatada que estaba llev ando. Cuando tra bajaba en e l diqu e d el pu erto, operaba su mente al par que s us brazos, y todo era pensar en el t erruño qu e aba ndonó; en la viejecita que dejara sin amparo; en la cán dida mozuela de q u ie n hab ía hecho mofa, burlándola y substi tu y énd ola con otra mujer, qu e si regal aba sus sentido s con an siados deleites , no po r ello era tan apreciabl e com o Margar a, si se juzgaban imparcialmente las cosas. P er o est as id eas, qu e le ponían cabizbajo y triste, desaparecí an en cuanto ,a- © Biblioteca Nacional de España 596 HOJAS SELECTAS bri el llegaba á la puerta de s u ca sa, y apa recía en el dintel la her mo sa hembra, q ue le r e cibía con el homenaje de su s sonrisa s y el regalo de sus besos. Enton ces, justifi caba G ab r ie l, mentalmente, su obra; ¿á qu é mayor di cha podía aspirar? .. El aband ono de su madre, podía rem edi ar se fác ilme n t e , tira ndo de e lla ha ci a aquel gran mundo, donde, siendo testigo de la felicidad de Gabriel, podría v ivir la bu ena an ciana satisfecha. *** U na mañana, muy temprano, al bajar para la obra , vió Gabrie l al barbero , ;í qui en castigó aqu ella célebre noc he en qu e halló con él á A nilla. Le conoció pron tamente , po rque teníaJe retratado en la me mo ria imagina t iva. E l co ba rd e mocito llevaba puestos la paños a y el sombrero de alas a nchas, que tan bi en le caracterizaban y definían . ¿ Por qu é huía e l barbero ? ¿Era por rniedo, Ó, acaso, por re mo rdimientos d e COnciencia? ¿ Le es ta rí a preparando a lgun a asechanza ? ¿Aguardaría e l paso de Gabriel para e nca ra mars e en el monte y hablar sin rie sgo con Ana ? ¿Sería , A na, c ulpa b le? Todas estas preoc u paciones , ex pr esadas en forma interrogativa, llev óselas G abriel al trabajo; y du rante las horas de labor, estuvo buscándoles respuesta. Pero sus cel o s contestaban adversamen t e para él : pues decíanle q ue e l jo ve n a lmibarado de la capa podía ha llarse , á aque llas horas , nada menos que en br azo s de Ana, pu esto que ésta sabía que Ga brie l no podía reg resar del trabajo s ino á la caída de la tarde. Cuando llegó ,1 su casa, armó Gabriel la de Sa n Q uint ín. Y mi e n tr as más negaba Ana la in tid el id ad que le atrib uía tem erariamente G ab r ie l, más se le c lavaba á é ste en el corazón la envene narla flecha: porque no le pa recía since ro e l to no qu e Anilla usaba para desvirtuar los cargos; porqu e , cuando él calificaba al b arbe ro de canalla y d e ladrón, no repetía e lla estos rui nes adj eti vos, como é l hubiese deseado, s ino que callaba y bajaba lo s ojos, como si d e es ta manera protestase de aquellas injurias e n fav or d el au sente. En arde cido Gab riel por los ce los , in t erpretaba cu alqu ier g esto, c ualq uie r mohín, cualqui era palabra balbuciente d e An a, como un in d icio d e s u c ulpa bilid a d ; y llegó, ¡JOr ello, á sa cudi r una mano de la hermosa mu jer, d e cuyos la bios a rra ncó un grito de d o lor y de miedo. Después, lloró \ na ; y fu é tan efi caz la d e fen sa d e su lla n to, qu e G a b r ie l sintióse a ne gado por la compasión . El amor, náu frago e n e l mar d e lo s c elos , llegó al puerto d e toda s las abdicacio nes ; G ab riel, qu e ant e s ru giera como leó n , brindó se al sacrificio com o corde ro. E l que antes inj uri aba , p día lueg o perdón. y \ oa , e nto nce s, e n aq ue llos instantes de sedac ió n y ríe vencimiento, dictó sus le ye s, ex t re mó s u re be ld ía, o p uso al halago, la re si sten cia ; ;í las s úplicas, el de s pego . ;'Ilás tard e, más ta rd e fué cuando ap rendi ó Ga b rie l '1 he rmoso del eite o frec id o po r u na reco nciliac ión d e a ma n te s , de sp ués de una borra sca mo ra l qu e no parece s usccptibi e d e ca lma. * * " Todos los día s pr obaba G a b rie l la a margura d e los ce los . . ' 0 tenía sino indi ci os leves; pero su amor, como c r ist a l de aumen to, ag ia a n ta ba todos los detalles y mortific ábalc el es pír itu . A la hora de l a lm ue rzo, en qu e los obreros se se n taba n a l so l y co mía n 10 que sus mu jere s le s llevaba n, 6 la ración de que ell o s iban pr o vistos, pr esent ósele un d ía Fortuna : el fa moso Fortun a. M ucho se so r pre nd ió Gabriel al ver le , y, d e seguida, le pidi ó noti cias del pa rt ido. F ortun a , co n una enton ación solem ne , que ya la q ui sieran los escribanos para not ific ar las se nt e ncias adversas, p ronun ci ó e ste d iscurso, le vantando en alto e l dedo índi ce y guiñ ando, cuando as í conve n ía al s u b raya do d e s us palabras : - Gra/Jié: s i á mi me ImbiLÍJl d icho lo qu e ib a á acou tcai .o n t igo , d ijera yo q ue es ta ba cnsa/iando , <' Q ué pien sas 1 ú, Grnbii.~ ... Aqu í gana diez rialcs: lo s m CSlJlO J q ue t ú le entrega s ,i esa IJll!P, /1(1 q ue gaste ciuturonc d e sea. y peinillas d e oro: tan y mientra , tu madre I;~ t:\ aband an á, t u ve rg üenza l i ni y jJiJolcLÍ por los a l l/l/Jo. No te habl o d e la Armcudrita , porque, si s' IIll qu cao, por nui d e ti , a mo un e spár rago de seca, 111' 11.1CIlcargao qu e no te la miente ni por asomo. ¡Y yo cumplo mi palabra, y no t e di go mi de la . 1n nendri/o ! Pe ro ¿ tú qu é © Biblioteca Nacional de España El. MUNDANAL HUIDO II/(.mr/ .. ¿t¡'¡ qué qu¡'tre." " Qrtedrás q ue un día te busq ue esa /IIr~/é la r uina del' siglo? ¿Sabes si tan y mientras que tú trabajas se c uela ú no se cuela algún ho mbr e en tu p uesto? i Climo está Sa n Pedro e n Roma! Alcvl7lr/a el' ca mpo, C'rabié, y deja esa perd ició n y lár ga te conmigo. jvlira,pcn~o e ca rne co n qjo: aq uí, e n las su idaes, saben dar úcúÚi;oJ á los hombres ; y si IJO jllyes t ú pronto, te encontrard co mo (//011/(/0, si n TJ.lÜS Dios ni m ás Roque que esa mozuela. Oye rne, C'raúi/; ve nte conm igo. T rai go la milla torda: Jos dos 1Il0 subi nta, y 111' «q uc se qucc, q ue arree. > T u pl'obe viejeci ta está sin Sl ICi'íO: reza ndo siempre; co mo s i t e lurú¡'tis mu er to, (;raúié. y más te d igo: s i no vas pronto , tu madre se enfe rm a; y la clI//Ja va á ser de esa tuna nta; ó, m ás bien dicho; ¡la curpa Va á ser t u ya l l lar. un a cosa de Iiom br e : tira ese (1IIcr¡! á la lIId, y vente ÍI !JIIsctÍ lo que es de le y. A horu qu e p r Clf uiJía el año , di tú lo qu e e l refrá n: «Año nuevo, uia nu eva.» ¡S i no lo [ace, (J'rabd, te ag ua rda cr castigo del' cielo ; y yo y tú no 1II0.\' miraremos nuija la cara! A l ca bo d e unos ins tantes , respo nd ió Cubrie l: -Es venid; yo debo irm e: saparea'. Pero... cstoy s ujeto, Forllllla,. me tie ne n preso, y deb en de ha berme dao ya la bebía esa q ue d ices ; po rque aqu í, mi en tr as trabajo, estoy pe nsan do e n e lla ; po rque d e no ch e, c ua ndo dispierto, es /Ja rec rea r me e n A na que du crm e ; por q ue cuando p ienso en dl:falla... ¡¡¡y, Fortuna I, hast a la boc a lile Se seca . -Po.r revís tete de aquc l mrdiÜ' qu e nec esitan los ho mbres. No Jo ¡!JI(,)IJl': ve n te esta t ard e conm igo. [T u mad re se mu cre ! - ¡A h!. .. <Qué dices? .. -Sí, (7ra bir!: /luí. ma lita está t u ma u re. No te Jo que ría decl. Ve nte. -1 Dios dcr cie lo ! - Vente. Dudó un mome nto Gab riel, y p en sando que podía tornar á Jos br azos d e A na , cn Cuanto viese á su madre, dijo, con aparentr: resolnció n: -S í; vámonos. IJo y 11/1!.l'IIro.l\ 1;1 caía de la ta rde. Cua ndo acabe el t rabajo. - En la pos'; /' (/.11'1'1'0. - Aspcrarno. - " (;rabr'/, te n scn/io l .: i No te giil'i'r'a jn/rri.' -No: a.I!Mj·(nlU', iré. ¡ Iré ! T inti neó , en es to, la campana Hamando al tra bajo. Los obreros abandonaron' el lugar d el desca nso y dcrlicáronse á bUS rudas faenas co nstructoras . xv inútilme nte 3gnardó I' o r tu na ¡í Gabriel. I~s te , a l co ncl uir sus tareas, quiso acudir ¡Í la pos ada , q ue era el punto de cita para partir ; mas, e ngañá ndose á sí mismo, creyó ne ces ario ir á su casa para recoger la ropa: á qu it ar se , siq uie ra, los andrajos con que trabajab a. Con án imo , p ues, d e recoger sus trebejos , y de des ped irse de Ana, subió la cuest a. Después de to do ¿iba Ana á oponerse al viaje, c uan do una causa tan justa lo deter minaba?... Ll egó Ga briel {I s u viv ienda y contó á a q uel la muj e r tod o lo ocurr ido. -<No es t!¡,rdd,-lc preguntó,-que de bo ir á ver á mi madre? ... Va tardaré dos d ías . Va ves: ¡la po bre se muere!... - ¡Se mucre !... - re pit ió Ana, en tono de a paren te in c re duli d ad . - i Qué inocente te ha crlaa Dios, C'raóié.' ¿No comprendes qu e eso es u n ga nc ho de Fortunapa sacart e de mi tao .~ ... i A mí , ya ves: me importa , y no m e imp orta! Puedes irte si gustas: pero e n vo lve r , no pienses. -¿ Por q uO - preguntó Gabriel,abriendo muc ho los ojos. - Porqu e el ju ego es tá ya visto: tú qui eres ap rovec ha r la ocasió n, y de mí no se burla mídim: ni tú ni otro de más valer. -¿Vo?... ¡ An a !... N o podí a separarse Gabriel d e ella. Aq uel d espego y aq uel e nojo de Ana, le e ncade naban más. Cornunicá bale también ella la sos pecha d e que Fortuna mintiese, pa ra h ac erl e marc har. Acaso tenía razón A nilla. Lo qu e que rían era cogerlo en el ca mpo y no so ltarle más. Verdad que él podía vo la r c ua ndo q uis iera; pero... <1 y si du rante su a usencia, despechada la mujer qu e é l ama ba, le s ust ituía con otro ?... ¡Ay! No Iludí a Gabriel cortar aque l nudo: qued arse era pre ciso. Se quedaría, pues. Fo rt una ma rc hóse: y aquel la noche misma , p ara co nte ntar Gabriel á su Ana, llevó /a á pasear, y, luego , invit óla á entrar en © Biblioteca Nacional de España 598 HOJAS SELECTAS cierto barracón donde se pasaba algún frío, pero donde se ofrecían preciosas exhibiciones cinematográficas. Mientras Fortu na trotaba, en su mu la to rda, por los solitarios caminos que conducían á Cumbrales, Gabriel, mu y cerca d e Ana, sintiendo el suave calor de su cuerpo, divertíase en el modesto tea tr o , donde la fotografía animada reflejab a sus curiosas películas, ricas en accid en tes copiados de la pintoresca realida d. Ka podía resistir la idea de q ue Ana estuviese llorando, y, acaso, mal diciéndole . Sobre todo, preocupábale la pícara amenaza que había brotado de labios de la enojada he rmosa, cuando él salía: <¡Yo sa bré lo que d ebo hacer ! > ¿Qué se propondría hacer Ana? ... ¿Algo en cont ra de ella, ' de él?... La ve rdad era que él te nía muy malas pulgas; que , por cualquier de ta lle, pro movía un disgusto. ¿Qué ofrecía de particul ar que Ana conociera á cierta gente?... Na da : él, pues, había sido injusto. E n cu anto vol*** A la sa lida del cine, tropezaron Gabriel viera á su casa, pediría pe rdó n á Ana y la y A na con u n grup o de gente aleg re: t res contentaría con toda suerte de halagos. Al med iodía, no pudo resisti r más aqu eó cuatro muje res y otros ta ntos va rones que iban de pindonga. lla ava lancha de to rt uras morale s qu e le L as hembras salu daron á Ana, co n risas: oprimía; y, fingiéndose en fermo, se despiy mie ntras se aleja ban, volviero n muchas dió de la ob ra hasta el día siguiente : deveces el rost ro , pa ra ve r á la pa reja y pa ra ve ngaría med io jornal. continuar su holgorio. E l ca pataz le deseó alivio, pues creyó Iban hablando jov ialmente, al pa r que en la in disposición de Gab riel al nota r algo reían y volv ían las caras; y au nq ue los anorma l en tan excelente t rabajador . conceptos no llegaban á Gabriel, azotá Nunca había subido las pendi entes que banle, á éste, el rostro tant as miradas y cond ucían al monte pob lado , co n ta nta tantas risas bur lonas. prisa co mo aquella tar de. i Q ué sor pres a Ello produjo una cuestión entre Ana y iba á recibir Ana!. .. Llevábale un dulce, Gabriel, pues éste decía q ue aquél la era envuelto en un papel bla nco . Ella, qu e tange nte malean te; y qu e la co nfianza demos- to gustaba de estos co nfites , se lo come ría tr ada con Ana, revelaba que, alguna vez, satisfecha, sonrien te, llamán dole loco de ha bría ella colaborado en tales huelgas des- atar. Se acabaría el disgus to, y sólo con honrosas. la pérd ida del medio jor nal serí an felices Llegaron á las alt ura s de su casa, riñen - aquel día. do como deses pe ra dos; Gab rie l lleva ba toda Ll egó jadeante; cogió el alda bón y golla sa ngrc en la cabeza , más que por el suceso, po r la re beld ía de qu e Ana hacía peó con él , pero no contes taron. gala en sus respu es tas. Entonces, se situó frente á la casa y Al d ía sig uiente, partió Gab riel pa ra su miró á las ventanas y al balcón , qu e tení an t rabajo: mas , al irse, nególe Ana el beso de cerradas las pue rtas de cris ta les . despedida. Estaba hech a un a furia, y no Dió, luego, algunos aldabonazos más, y hacía sino amo nto nar reproch es sobre Ga- ya comenzó á impacientarse. briel, echando tambi én man o de l socorrido Se separó otra vez de la pue rta, y esc uplañir, que desmoronab a el corazón de pie- dr iñó de nuevo las ventanas. Entonces vió, d ra que Ga briel solía usar en los momen- á través de los cr istales, el rost ro de Anilla, tos de furor. que asomaba con cie rta prev isión. No te nía, Gab rie l, acierto pa ra mald ita Gabriel mostró en alto el envoltorio del la cosa. El capataz túvole que reñir más de dulce; y se di rigió á la puerta, esperando una vez, aquella mañana, porque lo equi- que Ana se precipitaría, COIllO loca, por las vocaba todo; y por que su visible atonía, escaleras para franquearle el paso. No Iué así. Come nzó á nota r, (;abriel, contagiaba á los demás obreros. Tenía, Ga brie l, el pensamie nto en su un extraño ruido de puertas y de pisad as, casa: sólo se ocu paba de Ana su mente dentro de la vivienda. Entonces, movió las enfe rma, y se ntía un desa lie nto que se ma- hojas que cerraban la entrada, como pr enifestaba en to do . tendiendo de rribarlas por fuerza. © Biblioteca Nacional de España '99 EL MUNDANAL RU ID O Y, al cabo de unos instan tes, ab rió Ana , prese ntándose con las ro pas en desorden y mirando á Gabriel co n ojos d e cí nico reto... -¿Qué pasa? ... ¿Por qu é no has abierto? ... ¿Qué cara es esa? .. -preguntó Gabriel, co n la mirad a chispeante. - ¡T e at reves á pr eguntarm e, después de cómo te pus iste con migo! ... - dijo, con voz trému la, la hembra. Gab riel dejó el so mbre ro sob re una silla, miró recelosarnente alre de do r, y su bió la escalera de br eves y di ficultosos pe ldaños, segu ido de Ana. No había llegado aún al piso supe rior cuan do un ru ido extraño le hizo sa ltar de dos en dos los escalones . E l balcón había sido a bierto violentamente y por él había salt ad o un c ue rpo. Se ab alan zó, Ga briel, al balcón y vi ó corre r por la cuesta abajo á un hombr e qu e vo lvía la cara pa ra asesora rse de los pe ligros qu e pu d ie ran segu irle. Gabrie l le reconoció: era el barbero, el mismo sujeto de aqu ella noch e. -1 Cobarde 1,-gritó Gabriel , exte ndie ndo los puños, si niestra me nte cerrados . El chu lapo co rría; y, á poco, perdíase en la rev ue lta d el torreón de la Virge n. Gabriel sint ióse desvan ecer y se agarró al baran dal de l balcón ; de seg uida se repuso, y entró e n las habitacion es, bu scando á Ana, como bu sca el lob o á su pr esa. Ana había desap are cid o, ap rov ech ando los inst an tes de est upor de Gabriel; pero Ga briel necesit ab a saciar s u ira, y ciego de rabia, aco metió á los mu eb les, derribó los cuadros , derre ngó sillas y mesa s, y arrojó la pob re vajilla por el s uelo. T od o q ue dó hecho añicos : aqu el huracán de ira, dest ru ía cuanto hacía fre nt e á su empuje. Después sa lió á la ca lle, inquiriendo con mirad a espantosa los sitios pr óxim os, e n bu sca de Ana. Los veci nos , que se hab ían arre molinado á la pue rta , dcjá ro nle calle. Y Ga brie l huyó por la cues ta abajo, pr esa de un vé rtigo cuyas alas le arrastraban e n pos de algo ignot o ; de un pun to no escogido por la voluntad; dc un lugar de quietud co nso lador a, decretado por el insti nto. XV I Cuando la comed ia hum an a resu élvese y finaliza co n uno de esos aco n tecim ientos decisivos de escándalo ó de dolor, suspend e allí la crón ica sus apuntes. Parece co mo cuando, en los carros artísti cos de la farándula italiana, aparecía el rótulo exhibido por un histrión: L a comedia é finilla. P ero así como los dramas reales de la vida tien en su epílogo en la propia realidad fut ura , as í también estas crónicas de los sucesos novelescos han de reflejar su co nsec ue ncia lejan a ó próxima, cuando ella pue de cons tit uir el rasgo ejemplar el dato co mpleme ntario. ó * * (y así comienzan, T res años d espu*és... gen er almen te, estos apéndices de los hechos principal es) hal l ábase Fort una en el ve ntorro de Curnbra les, to mando rep oso. Dirigíase á la ca pital: á cumplir los encargos qu e le habían co metido en aquellos contornos, de los cua les era cosario predilecto. Esplé nd ida mañan a de Mayo era aquélla. D ivisá ba nse, doqu iera, los campos verdegu eantes, los pegujales rubios, los vergeles floridos ; e n flor los almendros, y en sazón los frut ales. E l cielo era azul, de un azul intenso, y el sol anunciab a ya sus crueldades veraniegas. Apura ndo estaba Fortuna un vaso de vinillo tinto , cuan do se oyó el regocijado son son et e de campanillas, el crujido de un látigo y el rod ar de un ve hículo. Par ó el carruaje en la puerta del ventor ro , y, curiosos s us clientes, salieron afuera, atraídos por aq uel rumor que anunciaba la pro ximidad de alguna persona de viso . D el coc he descendió una señora, envu elta e n un fino man tón de viaje; tocada con un a elega nte gorra, por encima de la cua l pasab a una banda de vaporoso tu l blan co , qu e a nu dá base en gracioso lazo por d eb ajo de la barb a. Adm ir able era la figura de la viajera. Fortuna miró , indiscretamente, la pierna to rneada d e aquella jove n, al descender ella del ve híc ulo. lQ ué media calada 1... ¡Q ué zapato co n hebilla argentina, como la d e los sacerdotes L. Apen as puso la viajera su delicado pie e n e l s ue lo, c ua ndo, mirando de hito en hit o al cosario, exclamó gozosa: © Biblioteca Nacional de España HOJAS SELECTAS 600 -¡Fortu na !... Ab rió el aludi do los ojos, cuanto pudo; y, fijá ndo los en aquella h er mosa joven morena, cuyos bla ncos ig uales dien tes asomab an á ti em po de u na afabl e so nrisa, dijo así : - ¡ Pa ver , estar vi vo! ¿E res tú, Ana? .. O, más bien di cho , porqu e yo tengo educación, que me la dió mi mad re : ¿es IIs/é, señorita Ana? ... Ella te ndió s u mano, oculta en u n guante gris, a l aso mb rado p aleto; y él es trec hó la brevís ima d ies tra efusi va rncn te . -Oi~a , - hab ló A na, dirigiénd ose al ventorri lle ro. - ¿Po drá sacar u na mesit a aquí fuera? i Ay, q ué hermoso es es to l.; Nos se nta remos, F ortun a. P i d e por esa boca. ¿Vino, 6 r e fresco ?... - ¡Qué sé yo ! Refr esco ó vino. Por más que el vino ... es refresco. Sonrió Ana , a nte la marrull ería de Fortu na, y sentán dose e n una silla qu e , r ápidamente, le hab ía t raído e l hijo de l ventorri ller o, qu itóse Jos gu an tes. ¡Santo Dios, [o qu e descubri ó entonces Fortuna! No ha bía , e n aquelJas manos, dedo sin tum baga. ¡Y có mo relucí an aquellas pi edras, q ue se meja ba n ge mas de l Iirmarnento l E n realid ad, A na no p ar ecí a la misma, si n de ja r de se r ella. ¡Lo qu e hace la buen a ropa I No le resu ltó jam ás, á F ortun a , ta n hermosa s u pa isana . - ¿ y qué ¿jl'SO, llllU'd..,)...- pr egun tó el cosario, á tie mp o qu e se senta ba en un banquillo qu e le habí an aprox imado. -~ada, co mezó n de ve r to do esto. Yo hab ía ju ra do qu e no vo lverla por acá has ta que tuviese po sib les, y lo he cumplido. -Me dejas atontao, r' T' !la /ocaa la lotería r... Hizo gracia á I a viajera aq ue lla p regunta y contcst óla co n una sonrisa . -¿Y Ga brie l?- inte rrogó luego. -ro Gmbié.,) ... En su laM . i P robeliflo / Creí q ue las liab a cuan do gorvúí d' alld abajo: de la ca/Ji/d. Es ta ba como loco . /:;r mío del' mun d o le en tonteció e l celebro... Se detuvo Fortu na; y, respe tando esta pausa, nada obje tó la jo ven . Después d e algu na va cilación, preguntó Fortu na á su interlocutor a, baj ando la voz: -¿Qué pasó e ntre osk de.).oo - ¿No d ijo nad a Ga briel ?... é - Ni esto,- respondió e l paleto , mor diéndose la uña del pulgar. Entonces se aproximó el ventorrillcro, y puso sobre la mesa un vaso d e vino pa ra Fortuna; y, pa ra Ana, u na ta za de hum ea nte café. - ¿De JIloo,-p rcguntó el cosario,que tú viene jaquí... á que a';t;ltl/OS ra bien, viendo tu sue rte? -¡Calla, hombr e! ¿(¿lié s uerte es la mía?... - ( Y de los ojos de Ana br ot aron dos lágr i mas ún icas, que res ba laro n s ua vemente po r 1as meji llas.) - H e estado en Mad rid todo este tiem po. - Ya te se conoce, po r Jo fino d el ja IJ/d. -Allí. .. allí he vivido co n un ca ba lle ro de gran pos ición y de g ran mu nd o. Me ha dado cuanto quise. :'ore ha colmado d e caprichos y de d inero; pe ro aho ra que lo tengo todo, que he reunido p ar a viv ir, me he acord ado de mi tierra; d e los míos. -¿De tu tía Concha? .. ¡Bien j l'C!lo / ¡Chócala ahí l... TU/Jrobe tía vive d e la carui, que, en un campo, no es lIIUIle/I({. Lo q ue t ú ¡agas por ella, te lo pre miará el' 1II I'.I'mo D ios. -Qu iero comprar algo po r aquí : a lgún trozo de ter reno, donde d ejar á mi tí a y donde venir ;í r efugiarme en la veje z. - ¡JIu rctebi én. Si t' ¡lace/ar/a un capaId de óu/m, que sepa su Ifó/¡:t;aciól/, yo te huscar é u no . - i Qui én r - Yo mesmo, ¿no seré /:iímo.~ -¿Y Gabriel? .. ¿Siguc t ra baja ndo ?... ¿Pasa apuros? ... - ¡Qué ha de pasa r!. .. {,'ra bié está ya apallao. Se casó con la A rmerutrt /a ; muri ó Tomiu ; ltercaron las tie rras. Ahora poco tuvo Margara un c hiqui llo, qu e paca: un becerro: tan bruto como ,'1' pa dr e. Y en la casa de {;rabié, f1í es alegría y sa/IÍ. (;'raln"/ estuvo lIIlI rna lito: no Jo asegura ba n; por poco las lía. Pero come nzó á saai cr Cltcyo; y cuando se le quitó aq uella tontera que cogió por Iluí dcr ruio del' mun do, jité ho mbre ot ra lié. 1:1' d ecía que l' Itabíalt dao ar/;lIlla cosa de hechicería. Yo le decía qu e no: que eso no lo hay. - ;Y es feliz Gabriel ?... -1.?¡){(!jOloo. ¿No ha e serlo . con la Al'mendrita. que se está mir a ndo en él?... [El la lo quería .... - l' er o él... © Biblioteca Nacional de España 601 EL MUNDANAL RUIDO - Itl...- re pit ió Fortuna , rascá ndose en la región cerv ica l,- él no la quería; pero como las cosas cambian, asina q ue se esen-: g'a11d, segú n dijo , le tomó ley á la hija de Tomiu ... y se celebró la boa. -¿Cuándo fué cso? ... - No Jasc entoauia un año . Apuró Ana e l resto del café y lla mó al coc he ro . -¿Podemos marchar?... -En cua nto las bestias concluyan el pien so. -Avísame. -,,' A oude vas? ... - pregun tó Fortu na á su inte rlocutor a. - Me he ar re pe ntido : ya no co nti núo : ya no co mpro tie rras; vuelvo á la capita l. Fort una abrió los ojos cua nto pu do, y dij o : - ¿Que ya no com pras el t err en o ?... ¡Mia que yo sé de u no qu e se ve nde, lindando con la hered ad de l tío Robles! - Vuelvo al mundo, Fort una , pero vas á hacerme un favor. Estos billetes (saain dolos de Ul1 bolso de m allo), q ue im porta n doscie nt as ci ncue nta peset as, d áse los á mi tí a. Estos cinco duros, pa ra ti. INo d irás que pago mal el cncargo ! - j Dios te dé suerte, llt1y'él [Siempre !las tenia ,t¡iiell corazón y ru mbo ! -¡ Calla !... ¡Ile sido una local ¡Sabe Dios CÓ mo acabaré !... (Sw/Jiralldo J. ¡Qu é suer te la de la Aimendrita I.... - ¡V a ya, que si t ú IlIIóids querio!... - Dijo bien Ga briel: el mun dan al ruido nos entontece. En las grandes ciudades, t.odas so n co rrientes pod er osas, qu e nos arrastr an. i Aqu i !... Es ta religiosa calma no Pued e co nduc ir sino al bien y á la q uietud . L a s ca ba llerías fu eron enga nc had as prontam e nte. Ana subió al coc he, y Fortuna se man tu vo de pie ante la portezu ela. - llazme otro favor, Fort una. -Echa por esa boquita, princesa. - Dile ¡Í Ga briel... que no me guarde ren cor ; qu e me te nga lástima. l Y que se a fcliz l... Ad iós. Se enjugó una lágrima, y gritó al cochero: -Volvamos : ¡á la ciudad! Par tió e l ve híc ulo, en to nces, y cuando desapa reció po r un a curv a d e la carretera, volvió Fortun a al ve ntorri llo de Cumbrales. -¿Sabéis quié n es esa?... -pregu nt ó Fortun a, levan tando el de do y apercibiéndose oí guiñar las veces que fuesen nec e sarias. - ¿Qu ién ? .. - pregunt aron el ventorri llera, su hijo y su mu je r. -Esa es la sob rina de la tía Concha, la de Carr iles . -¿An illa? .. - L a mesma. - 1.Jo.dt/... - ; Caramlll·.'... -Con t anto oro/Ji! y tanta sea, está melía en el fllllgl'Í del' mundo , - dijo Fortuna, fi losofando oí su m o d o. Y añadió : - Las ag uas de lo II(t;d, tiene n siempre qu e t01ll1Í su ca uce: Ana , sar /anao de pueblo en pu eblo, con un os y co n otros ; hoy jeslqjd y mañan a despcdia, co mo u na ma la sirvie nta qu e ro mpe los 1)lalo. Margara, en su centro, en Sil casa; aume ntando lo suyo; casd por la ig lesia, co n alegría y co n honra. Aquello , se lo d a á las jelllbms el mío del' mundo ; esto , la carilla de los ca mpos. ( Dib lljo de N. il1t'wlez JJri7lga .) ••• © Biblioteca Nacional de España