impases y opciones en la misión social y cultural de las

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IMPASES Y OPCIONES EN LA MISIÓN SOCIAL Y
CULTURAL DE LAS UNIVERSIDADES CATÓLICAS
LATINOAMERICANAS
Antonio Daher – Chile
INTRODUCCIÓN
Las universidades católicas han acompañado la presencia de la Iglesia en el mundo –y
del mundo en la Iglesia- por nueve siglos. Casi todo el segundo milenio cristiano –cerca
de la mitad de la historia después de Cristo- ha tenido el sello cultural de la Universidad
Católica. Hoy, las más de mil instituciones de educación superior católicas y tantas otras
de inspiración cristiana, junto a la participación -minoritaria o mayoritaria- de
académicos y estudiantes católicos en universidades de otras confesiones y también en
las no-confesionales, hacen explícito el testimonio educativo y la misión cultural de la
Iglesia y, por ende, la responsabilidad social de aquellas en su ámbito específico.
“Nacida del corazón de la Iglesia, la Universidad Católica se inserta en el curso de la
tradición que remonta al origen mismo de la Universidad como institución” (ECE 1). En
efecto, Llano (2005: 141) sostiene: “La universidad es un descubrimiento cristiano, una
invención histórica de los discípulos de Jesús de Nazareth”. En términos similares, el
Card. Paul Poupard expresa: “La Universidad, como sabemos, es la invención católica
del conocer desde la fe. “Credo ut intelligam y elintelligo ut credam”, dio origen en la
Edad Media a la más potente institución del conocer científico del hombre, la
Universidad” (Poupard, 2005c: 3).
En la misma línea, Mons. Ovidio Pérez (2011: 28), expresa que “la relación Iglesia
Universidad es ya milenaria. Podría decirse que antes de formularse una pastoral
universitaria como tal, la Universidad fue un fruto de la Pastoral. La historia de las
universidades lo manifiesta de modo patente”. Esta afirmación es fundamental: si la
Universidad ciertamente es una “invención histórica” y un “descubrimiento cristiano”,
ella es específicamente “fruto de la Pastoral”. Puede agregarse: de la pastoral de la
cultura en el Medioevo.
La Universidad, este fruto de la pastoral, será también semilla fecunda de la naciente
cultura europea y sin duda de la creación misma de la identidad europea. Monseñor
Leucci (2003: 3), en el Prefacio de Università et Chiesa in Europa, recuerda con Juan
Pablo II, que Europa, más que un lugar geográfico, es un concepto “prevalentemente
cultural e histórico”, y afirma que “la Universidad se encuentra puesta en el rol de
protagonista en la formación de la identidad cultural de la nueva Europa”. El propio
Pontífice, en su discurso en el Simposio homónimo, declara que “esta memoria histórica
es indispensable para fundar la perspectiva cultural de la Europa de hoy y del mañana,
en cuya construcción la universidad está llamada a desarrollar un rol insustituible” (Juan
Pablo II, 2003: 11).
En consecuencia, el protagonismo histórico de las universidades católicas en la
gestación cultural y su rol “insustituible” en la proyección de la misma hacen
incomprensible que se intente marginar a la Iglesia de la universidad. Por esto Mons.
González (2003: 13), presidiendo la Subcomisión Episcopal de Universidades de
España, sostenía que en una sociedad laica o aconfesional “es de difícil aceptación la
exclusión de la Iglesia de la Universidad, siendo (…) que la Iglesia está en el origen de
la Institución universitaria”.
Así como en la historia europea, también en América Latina, “la presencia de la Iglesia
en el ámbito educativo (…) estuvo marcada desde los primeros años del descubrimiento
europeo del Nuevo Mundo. Esto explica la casi inmediata presencia de universidades
católicas ligadas a la evangelización” (Zecca, s/f: 1)
América Latina es casi media Iglesia. En ella hay más de dos centenas de instituciones
de educación superior católicas, incluyendo más de cien universidades propiamente
tales. Como recordó la V Conferencia General del Episcopado de la región en
Aparecida, la Iglesia necesita de sus universidades y, más aún, hay una misión que sólo
obliga llevar adelante a las universidades católicas (DA 341-342).
En el continente latinoamericano todavía mayoritariamente católico, donde muy
tempranamente las universidades surgieron de congregaciones religiosas y fueron
marcando su historia y su cultura, la responsabilidad social y eclesial de aquellas se ha
hecho evidente durante cinco siglos, con altibajos, luces y sombras, interrupciones, pero
sobre todo con una doble misión, en la Iglesia y en la sociedad, espiritual y secular,
siempre vigente (Daher, 2010a).
¿Cuál es la tarea de las universidades católicas en el diálogo fe-cultura y en la
evangelización de la cultura? ¿Qué rol cumplen entre los llamados Centros Culturales
Católicos?
Estoy convencidoque las Universidades Católicas son centros culturales y, en
el contexto de la evangelización de la cultura, tienen una tarea de primera
línea y pueden considerarse, por su antigüedad, prestigio e influencia en la
vida social, los hermanos mayores entre los Centros Culturales Católicos.
(Arteaga, 2006: 154)
¿Y qué son los Centros Culturales Católicos y cuál es su misión específica?
No es posible pensar una Nueva Evangelización que no sea renovada e
inteligente inculturación del Evangelio de Cristo en las culturas del presente
(…) Un instrumento adecuado y privilegiado de acción y respuesta para este
reto son ciertamente los Centros Culturales Católicos. (Poupard, 2004b: 25)
El Centro Cultural Católico, si bien profundamente ligado a la vida de la
comunidad eclesial, se coloca en la frontera, o mejor, sobrepasa las fronteras,
de cualquier tipo (…) haciéndose presente y operante (en donde) se decide la
cultura y el estilo de vida de las personas y las comunidades. (CELAM,
Pontificio Consejo de la Cultura, 2004: 38)
Constatando que la denominación genérica de “Centro Cultural Católico” incluye
realidades extremadamente diversas, el Card. Poupard (2005b) releva la importancia de
tales centros como verdaderos “campamentos de frontera” en medio de la ruptura entre
fe y culturas, entre Evangelio y vida cotidiana, en ambientes de indiferencia o ateísmo
práctico de muchos.
Inculturación inteligente y creativa, renovada y renovadora, en las fronteras y fracturas
culturales, en los ambientes de divorcio entre fe y vida, de ruptura entre evangelio y
cultura, de monólogos y no de diálogo entre fe y razón, allí estas instituciones
“acampan”, levantan tiendas, para que la Encarnación se haga presente y Dios, habitante
entre nosotros.
Por ello también los Centros Culturales Católicos -y ciertamente las universidades- son
lugares de fe y esperanza activa a través del ejercicio de la caridad cristiana. En efecto,
el Card. Ruini (2003:8) introduciendo el texto de subsidio del Pontificio Consejo de
Cultura y de la Conferencia Episcopal Italiana sobre los centros culturales, destaca su
definición como “lugares abiertos al diálogo y a la esperanza”
Y en una perspectiva teologal, el Vademécum de los Centros Culturales Católicos del
Pontificium Consilium de Cultura y la Conferenza Episcopale Italiana (2003) plantea:
¿qué cosa es, en último análisis, un Centro Cultural Católico? Su respuesta es: un acto
de confianza en la fecundidad de la fe, un acto de esperanza y un ejercicio de la caridad,
de responsabilidad y amor por el prójimo y por el mundo.
Así pues estos centros culturales despliegan, con mayor o menor efecto, pero siempre
con fecundidad, su misión de humanización, de aportar a la plenitud de vida, de
“animación” -es decir dar alma, promover el alma- de las culturas y las sociedades.
Señalaba Juan Pablo II en la Universidad de La Habana (23 de enero de 1998) que
“cada cultura tiene un nicho íntimo de convicciones religiosas y de valores morales que
constituyen su ‘alma’; es allí donde Cristo desea llegar con la fuerza curadora de su
gracia”. En la misma línea, Bernard Ardura constata que los Estados, puesto que están
sin alma, sin valores auténticos compartidos, son incapaces de construir un futuro
común. En contraste, señala que los Centros Culturales Católicos tiene la capacidad de
“darle un alma” a la sociedad (Ardura, 2005: 204). Y apuntando precisamente al
descubrimiento de la intimidad religiosa y moral en el alma de las culturas, el Card.
Poupard (2004b: 40) identifica “la verdadera misión de los Centros Culturales
Católicos: “discernir” en las expresiones culturales y anticulturales de la propia
sociedad, el movimiento de plenitud sembrado por Dios en el hombre. Los Centros
Culturales Católicos tienen “una vocación y misión de promover comunión en nuestra
sociedad”, rescatando al hombre de la soledad y del individualismo; reencendiendo la
pasión por la verdad y ayudando a derribar el agnosticismo y el desencanto;
reconociendo que hay valores humanos fundamentales comunes a la posmodernidad y
la fe católica; colaborando en la fundamentación y elaboración de una ética universal
para el mundo pluralista y globalizado; y promoviendo la solidaridad con urgencia
(Hummes, 2004: 52).
UNIVERSIDADES CATÓLICAS, DIÁLOGO Y DISPUTA CULTURAL
Las universidades católicas en la contradicción y disputa cultural
Citando Gaudium et Spes 53, el Consejo Pontificio de la Cultura (1999, 2) indica que la
cultura representa “ese modo particular en el cual los hombres y los pueblos cultivan su
relación con la naturaleza y sus hermanos, con ellos mismos y con Dios, a fin de lograr
una existencia plenamente humana”. En Evangelii Nuntiandi19, Pablo VI se refiere a la
cultura aludiendo a “los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de
interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la
humanidad”.
¿Cómo se caracteriza a la cultura contemporánea? ¿Qué rasgos se ponen de relieve? A
propósito de la pastoral de la cultura al alba del Tercer Milenio, el Card. Poupard (2006)
se refiere al subjetivismo, el relativismo, el hedonismo y el esoterismo. Unos años antes,
y describiendo el trasfondo conceptual de la mentalidad dominante a través del
lenguaje, Poupard (2004b) se refiere a la cultura de la emoción, a la cultura del lucro, a
la cultura de la tolerancia, a la cultura de la indiferencia religiosa. Además, el Pontificio
Consejo de la Cultura, en el documento sobre la increencia religiosa del Card. Poupard
(2005a) afirma que, con un trasfondo de indiferencia religiosa, ésta se convierte en un
“fenómeno cultural”.
Entre los indicadores del proceso de modernización, la Subcomisión Episcopal de
Universidades de la Conferencia Episcopal Española (s/f) destaca: la racionalidad
científico-técnica; el pluralismo ideológico y religioso; y el desplazamiento de lo
religioso a la esfera privada. Como consecuencia de la secularización, se señalan, entre
otras, el paso de la pertenencia sociológica a una adhesión más personal de la fe, y el
paso de la vivencia de la fe en una cultura de apoyo a una cultura pluralista.
El Consejo Pontificio de la Cultura (1999, 7), caracterizando la nueva época en la
historia de la humanidad, describe “un ateísmo práctico antropocéntrico, la ostentación
de la indiferencia religiosa, un materialismo hedonista que lo invade todo, (que)
marginan la fe como algo evanescente sin consistencia ni relevancia cultural en el seno
de una cultura “prevalentemente científica y técnica” (Veritatis Splendor 112)
El divorcio entre fe y razón, el racionalismo y el positivismo, y la extremada cultura
científico técnica, en parte resultantes de las propias universidades, les plantea a ellas
desafíos significativos en su misión cultural.
Juliatto (2009), identifica algunos retos actuales para la evangelización en la
universidad: el fenómeno de la fragmentación; el debilitamiento de las utopías; el
rechazo de los grandes relatos; la búsqueda de significado para la existencia; y la crisis
del humanismo. Asimismo añade que la experiencia de fe en el contexto actual enfrenta
un retorno a lo sagrado, con un cierto riesgo de fundamentalismo y también de
superficialismo religioso.
Si bien las universidades no agotan su quehacer sólo en el ámbito de la razón y de las
ciencias-y menos aún en la acepción más restrictiva de aquella y de éstas- pueden sin
duda hacer una importante e insustituible contribución en la restauración del diálogo
entre fe y razón y, más ampliamente, en la renovación del encuentro entre cristianismo y
cultura.
El discurso de Benedicto XVI (2006a, 11) en la Universidad de Ratisbona concluye con
esta interpelación: “En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a
este gran ‘logos’, a esta amplitud de la razón. Redescubrirla constantemente por
nosotros mismos es la gran tarea de la universidad”.
Antes de su pontificado, y en la misma línea, el Card. Ratzinger (2000: 14), comentando
la Fides et Ratio y apuntando a “la esencia de la cultura”, afirmaba que “la disputa con
la cultura moderna, la disputa sobre la verdad y el método, es la primera veta
fundamental de nuestra encíclica”, aludiendo a la “reducción metodológica” y a “una
forma unilateral de racionalidad” en las ciencias empíricas.
Benedicto XVI (2009: 18), en el primer encuentro europeo de profesores universitarios
en 2007 en el Vaticano, planteaba que “una correctacomprensión de los desafíos
planteados por la cultura contemporánea, y la formulación de respuestas significativas a
esos desafíos, debe adoptar un enfoque crítico de los intentos estrechos y
fundamentalmente irracionales de limitar e alcance de la razón”, abogando por “el
ensanchamiento
de
nuestra
comprensión
de
la
racionalidad”,
para
hacer
posible“explorar y abarcar los aspectos de la realidad que van más allá de lo puramente
empírico”.
Reconquistar la “amplitud” y vastedad de la razón, superar un cierto “unilateralismo” en
la racionalidad y más aún, el “irracionalismo” inherente a una racionalidad restrictiva,
son ciertamente desafíos que constituyen “la gran tarea de la universidad” ¿Para qué?
Para “explorar y abarcar los aspectos de la realidad que van más allá de lo puramente
empírico”, para un “gran logos”: ensanchar la razón para ampliar el conocimiento de la
realidad y, por ende, ampliar en último término el concepto de verdad y la verdad
misma.
Esta “disputa con la cultura moderna”, como la califica el Card. Ratzinger (2000: 14),
identifica una “veta fundamental” -relativa al método y la verdad- en la superación de la
ruptura entre fe y cultura.
“La ruptura entre el Evangelio y la cultura es sin duda alguna el drama de nuestro
tiempo, como lo fue también en otras épocas” (EN 20) ¿Cómo enfrentar esta ruptura?
¿Cómo asumir este drama? Juan Pablo II les plantea esta enorme responsabilidad
también y en gran medida a las universidades católicas, precisamente en su Constitución
Apostólica: “El diálogo de la Iglesia con la cultura de nuestro tiempo es el sector vital,
en el que ‘se juega el destino de la Iglesia y del mundo’” (ECE 3) “He aquí lo que está
en juego en una pastoral de la cultura: una fe que no se convierte en cultura es una fe no
acogida en plenitud, no pensada en su totalidad, no vivida con fidelidad”, palabras de
Juan Pablo II en la Carta que instituye el Pontificio Consejo de la Cultura (20 de mayo
de 1982) (Consejo Pontificio para la Cultura, 1999, 1).
Por ello lo que está en juego es, indisociablemente, “el destino de la Iglesia y del
mundo”: de la Iglesia, por una fe no plenamente acogida ni reflexionada, no fielmente
vivida; del mundo, porque esa fe no se hace vida, no se encarna, no se convierte en
cultura y no transfigura la cultura .
El Card. Poupard (198: 9) recuerda que Juan Pablo II afirmó que desde el inicio de su
pontificado consideraba que “el diálogo de la Iglesia con las culturas de nuestro tiempo
en un campo vital”, agregando Poupard que
para la Iglesia ad intra, el horizonte de la cultura es fundamental para su
apostolado y para la Iglesiaad extra, la cultura hace las veces de puente entre
la Iglesia y el mundo, y dado que sirve al hombre no puede dejar de
interesarse por la cultura.
Así pues, “permanece válido, en el orden pastoral, el principio de encarnación
formulado por san Ireneo: “lo que no es asumido no es redimido”, como recuerda el
Documento de Puebla (400). Por lo mismo, “la Pastoral de la cultura (es) una
consecuencia eclesiológica del Misterio de la Encarnación y Redención” (Poupard,
2006: 13).
Benedicto XVI (2006, 7-8), refiriéndose a la Eucaristía en Deus Caritas Est (12-14),
pone el acento en el “Logos encarnado”, recordando “la mística del sacramento que se
funda en el abajamiento de Dios frente a nosotros”. Logos encarnado y Dios abajado,
encarnación y abajamiento, es el otro “método” de la “verdad”, del “gran Logos”.
Método fecundo que asume y redime, que humaniza en plenitud y se hace cultura y
vida.
En efecto, como afirma Juan Pablo II, siguiendo a Gaudium et Spes (58) y retomando
sus propias palabras dirigidas a los intelectuales, estudiantes y personal universitario en
Medellín (1986): “una fe que se colocara al margen de todo lo que es humano, y por lo
tanto de todo lo que es cultura, sería (…) una fe decapitada, peor todavía, una fe en
proceso de autoanulación” (ECE 44). Así pues, la fe necesariamente es compromiso y
compromete; tiene vocación de alteridad y trascendencia social y secular.
Juan Pablo II, en su discurso al mundo de la cultura en la Universidad de La Habana (23
de enero de 1998) señala: “La Iglesia, que acompaña al hombre en su camino, que se
abre a la vida social (…)se acerca con la palabra y con la acción a la cultura”, agregando
que “en la evangelización de la cultura es el mismo Cristo quien actúa a través de su
Iglesia”.
“Es Cristo el primer agente evangelizador de la cultura”, sostiene Arteaga (2007: 8),
agregando que “nosotros colaboramos con Él y debemos abrir los espacios de decisión y
nuevos campos misioneros”. En relación a estos espacios y campos, Lorenzo Leuzzi
(2006, pp. 17 y 20) afirma que “la clave de lectura de la trasmisión de la fe hoy es el
binomio Palabra –cultura”, aludiendo a “la dimensión pública del cristianismo” y a la
necesaria “presencia de la Iglesia en la ciudad (…) que tiene un valor eminentemente
cultural fundado antropológicamente”.
La tibieza, la inconsecuencia, la omisión misionera, la introversión religiosa, el
testimonio aguado o la ausencia de testigos, permiten afirmar que
nuestro problema más grave no es el de convertirnos en minoritarios (…)para
los cristianos el peligro más grave es, entonces, el de convertirse en
pseudocristianos: personas (…) que no tienen nada que aportar en el mundo;
son la sal que ha perdido su sabor, una levadura que ya no fermenta, un
candil que se ha apagado. (Rylko, 2005b: 248-249)
En consecuencia y con realismo, “aún queda mucho por hacer para que la pastoral de la
cultura sea efectivamente decisiva para la nueva evangelización (…) Es necesaria hoy
tanto una “conversión cultural” como una “conversión pastoral” (Errázuriz, 2004: 5).
Doble tarea, porque los desafíos no sólo están en la cultura, sino también al interior de
la Iglesia. Más aún en América Latina, con una población aún mayoritariamente
católica, y cuya cultura es -por consiguiente y con todos sus valores y antivalores- la
cultura del “pueblo de Dios”.
Esta doble tarea supone también transitar -peregrinar- de la crítica y la denuncia a la
propuesta creativa. Arteaga (2007:3), citando al Card. Poupard en su intervención en
Aparecida (16 de mayo, 2007) reitera que “una auténtica evangelización inculturada,
siguiendo el modelo de María, en quién la Palabra se hizo carne” supone “una pastoral
de la cultura (que) propone la antropología cristiana”. Y agrega, de la síntesis de los
aportes recibidos (DoSi: 339), que es “preciso que nuestra fe aliente una nueva
creatividad cultural para que de manera propositiva, no puramente reactiva, los
cristianos mostremos que contribuimos al bien de la sociedad, aporte reflejado en el
Documento de Aparecida “Es necesario comunicar los valores evangélicos de manera
positiva y propositiva”(497)..
¿Podría ser de otra forma si se trata precisamente de una “buena nueva”, de una gran
novedad plena de bondad? Y a propósito del modelo de María y del Principio de la
Encarnación, Juan Pablo II propone un icono, un “rostro mestizo” como expresión y
modelo de la Palabra hecha cultura en América: “El rostro mestizo de la Virgen de
Guadalupe fue ya desde el inicio en el continente un símbolo de la inculturación de la
evangelización” (EAm 70).
Es oportuna aquí una cita del Card. Poupard (2005a:61): “más que convencer, la
evangelización de la cultura trata de preparar un terreno favorable a la escucha, es una
especie de pre-evangelización”. ¿Acaso no fue esa también la misión y la actitud de
María?
Compromiso o contradicción, disolución o repliegue
Dos corrientes, una de “compromiso” y otra de “contradicción” -constituyendo dos
opciones de estrategia pastoral- son identificadas por Brugués:
La primera hace observar que existen valores de fuerte densidad cristiana en
la secularización, tales como la igualdad, la libertad, la solidaridad, la
responsabilidad, y que, por tanto, existe la posibilidad de hacer compromisos
con ella y de encontrar campos de cooperación… la segunda corriente (…)
piensa, al contrario, que este “compromiso” ha provocado una disolución de
la identidadcristiana. Sostiene que, en este momento, la tarea más urgente es
la redefinición del ser cristiano, partiendo de nuevo desde el centro de la fe.
(2010: 25-27)
Agrega Brugués que “cada corriente posee virtudes innegables. Cada una presenta
también sus propios riesgos. En un caso, la disolución, en el otro, el replieque”.
Ciertamente no se trata sólo de dos estrategias: también de dos concepciones, si no
doctrinales, al menos de misión; una acentuando la acción, la otra, más bien la
identidad; la primera quizá de “cohabitación”, mientras que la segunda a veces la
“cruzada”.
Compromiso y contradicción parecieran también estar presentes en la siguiente
reflexión del Card. Ratzinger (2000: 18-19), quién, refiriéndose a la superación de las
culturas en la Biblia y en la historia de la fe, hace referencia a
un proceso en el queDios lucha con el hombre y le abre lentamente a su
Palabra (…) la Biblia no es mera expresión de la cultura del pueblo de Israel,
sino que está continuamenteen disputa con el intento, totalmente natural de
este pueblo, de ser el mismo e instalarse en su propia cultura (…) La fe de
Israelsignifica una permanenteautosuperación de la propia cultura.
“Dios lucha con el hombre” -para predisponerlo a su Palabra- es tambiénuna lucha de
Dios “por” el hombre. El estar “continuamente en disputa” cultural es contradicción y, a
la vez, compromiso. Una cierta tensión entre Dios y el hombre, que sólo se supera
cuando ambos se identifican en plenitud en Cristo, se hace presente en el encuentro
entre Evangelio y cultura: “en el intento, totalmente natural (…) de ser el mismo e
instalarse en su propia cultura (…) y una permanente autosuperación de la propia
cultura”.
Poupard (2005c:4) indica que, entre otros, “la pastoral de la cultura posee un principio
antropológico de diálogo cultural. En cuanto este dinamismo de identidad es pleno, y
plenificante, la pastoral de la cultura profesa un principio Cristológico de diálogo
cultural”.
El Documento de Aparecida (477) señala que “la V Conferencia mira positivamente y
con verdadera empatía las distintas formas de cultura” y que “el anuncio del Evangelio
no puede prescindir de la cultura actual” y “deberá engendrar modelos culturales
alternativos para la sociedad actual” (DA480).
No prescindencia, por lo tanto compromiso y más aún “verdadera empatía” cultural.
Pero también contradicción y gestación de una propuesta cultural alternativa. Esta
tensión se expresa sintéticamente en la siguiente afirmación de Arteaga (2004:1): “los
cristianos en la historia (…) han tenido una ‘simpatía crítica’ con la cultura”.
“Evangelizar las culturas exige entrar en ellas con amor e inteligencia para
comprenderlas en profundidad y hacerse allí presente con verdadera caridad” (Poupard,
2005a: 86). Simpatía y amor; inteligencia y crítica; compromiso y contradicción: un
encuentro fecundo de encarnación y renovación.
Chomalí (2001), a propósito de la evangelización de la cultura, recuerda que la
Redemptoris Missiopostula que
por medio de la inculturación, la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas
culturas y, al mismo tiempo, introduce a los pueblos con sus culturas en su
misma comunidad; transmite a las mismas sus propios valores, asumiendo lo
que hay de bueno en ellas y renovándolas por dentro. (RM 53)
Así el Evangelio se encarna en el hombre y en los pueblos, y éstos, a su vez, se
“encarnan” en la Iglesia, en el cuerpo (místico) de Cristo.
A propósito de su reflexión acerca de la pastoral de la cultura como preparación a la
escucha, como pre-evangelización, el Card. Poupard (2005a: 2) explica que “a estas
formas precisas (aludiendo a los semina Verbi), que preparan ontológica y
existencialmente, histórica y axiológicamente la recepción de la Vida Eterna, es decir
Trinitaria, en el hombre, las llamo: puntos de anclaje”. Añade que “descifrar el objeto
deseado, incluso en el error, es sacar a la luz una vía de acceso del hombre a Dios. El
“capax Dei” del hombre mencionado por san Agustín, se expresa incluso de formas
deformes y pasionales”.
Ante una sociedad aparentemente indiferente o culturalmente increyente, pero
conformada por personas con “anhelo de Dios”, hambrientas de Dios, con angustia de
Dios (…) en búsqueda consciente o inconsciente, intelectual o afectiva, por caminos
correctos o equívocos, de un Dios muchas veces desconocido, percibido como lejano
(¡desencarnado!), desfigurado por nuestro relato, increíble por nuestra falta de
testimonio, (muchas veces decimos) “dimitte turbas!”(Jn 6, 1-15), despide Señor a la
muchedumbre, porque no tenemos como saciar su hambre de amor, su hambre de
Dios… y el Señor nos dice: ¡dénles ustedes de comer! ” (Daher, 2003:1).
Tal vez somos cómplices
de las cicatrices de desamor en el rostro de nuestra sociedad, y del desamor
convertido en increencia. Si no he estado dispuesto a lavar los pies de otros
no puedo lavar mis manos frente al dualismo Iglesia–cultura, que se
escandaliza ante el mundo contemporáneo y que no pocas veces denuncia
secularismo donde debería confesar desencarnación. Enfrentamos en tantas
oportunidadesuna respuesta personal y cultural no cristiana, hasta
pseudocristiana, frente a un cristianismo que no ha sabido saciar la sed de
Dios de las nuevas generaciones, que sigue batiéndosecontra el fantasma del
secularismo desconociendo a la mujerque se esfuerza por sacar agua del
pozo, que tiene sed de agua viva (Jn 4, 5-42). (Daher, 2003: 1)
Las nuevas generaciones no buscan “creer” en Dios, ¡claman por el amor de Dios!
Así pues, frente a tantas miradas sabatinas -en su sentido pascual- ; a diagnósticos a
menudo hipercríticos; a un apostolado quejumbroso y pesimista; a una demonización
cultural, es oportuno recordar, junto al Consejo Pontificio de la Cultura (1999, 39), las
palabras que Juan Pablo II le dirigiera(14 de marzo de 1997):
El Evangelio, lejos de poner en peligro o de empobrecer las culturas, les da
un suplemento de alegría y de belleza, de libertad y de sentido, de verdad y de
bondad... Para la Iglesia es un kairos, un tiempo favorable para una nueva
evangelización, en la que los nuevos rasgos de la cultura constituyen otros
tantos desafíos y puntos de apoyo para una pastoral de la cultura.(Consejo
Pontificio de la Cultura, 1999: 7).
Una mirada de resurrección ¡tanta falta nos hace! Diagnósticos pesimistas abundan en
nuestros discursos; actitudes de reproche, de denuncia y de condena nos caracterizan;
cuántas veces somos hipercríticos y reactivos, en vez de ser proactivos y propositivos.
Nos ven -y nos mostramos a menudo- como testigos de la desesperanza, reivindicando
el pasado, siguiendo al Señor mirando atrás. Vemos secularismo donde muchas veces
deberíamos ver nuestra propia desencarnación. Vemos pecado donde deberíamos ver a
quiénes más servir. Vemos enemigos donde está ausente nuestro amor. El Señor
escandalizaba: ahora somos nosotros los que nos escandalizamos (Daher, 2003:3). Una
mirada de resurrección, de esperanza y de victoriosidad ¡tanta falta nos hace y tanto la
necesita el mundo de hoy! ¡Tanto amó Dios al mundo! (Jn 3, 14) ¿cuánto lo amamos
nosotros?
UNIVERSIDADES CATÓLICAS, COMPROMISO SOCIAL Y EVANGELIZACIÓN CULTURAL
La Universidad Católica, Paradigma de la Acción Evangelizadora de la Iglesia en
el Campo de la Cultura
¿Qué rol pueden jugar las universidades católicas en el diálogo con las culturas y en la
gestación de nuevas culturas? ¿Qué tan central, relevante e insustituible es su misión en
la evangelización de la cultura? ¿Cuál es su aporte específico? ¿Cuál su contribución
entre los centros culturales católicos? ¿Qué servicio prestan a la Iglesia en su misión
cultural?
La Universidad Católica es el lugar primario y privilegiado para un fructuoso
diálogo entre el Evangelio y la cultura. La Universidad Católica asiste a la
Iglesia precisamente mediante dicho diálogo, ayudándola a alcanzar un mejor
conocimiento de las diversas culturas. (ECE 43 y 44)
Esta categórica afirmación de la Constitución Apostólica de Juan Pablo II es
complementaria a la definición del objetivo institucional expresado en ella:
El objetivo de una Universidad Católica es el de garantizar de forma
institucional una presencia cristiana en el mundo universitario frente a los
grandes problemas de la sociedad yla cultura (en su dimensión humanística y
socio histórica). (ECE 13)
Rylko (2005a:20-23), citando las siguientes palabras del discurso de Juan Pablo II en la
Unesco (1980): “el hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura
(…) La cultura es aquello por lo que el hombre, en tanto hombre, es más hombre”,
señalaba que “las universidades son verdaderos ‘generadores’ de cultura en sus variadas
expresiones, son lugares de fuerte irradiación de la cultura. De ahí su función
insustituible”. Agregaba más adelante que “es necesario volver a descubrir la vocación
original de la universidad como ‘diaconía del pensar’, ‘diaconía de la verdad’ y
‘diaconía de la sabiduría’. En efecto, “la Universidad Católica se distingue por su libre
búsqueda de toda la verdad (…), valor fundamental sin el cual desaparecen la libertad,
la justicia y la dignidad del hombre” (ECE 4)
“Lugar primario y privilegiado” de “fuerte irradiación de la cultura (…) de ahí su
función insustituible”, la Universidad Católica es, como ya planteaba Puebla, una
“opción clave de la evangelización”. En el documento de Puebla se afirma que
las ideologías en boga saben que las universidades son un campo propicio
para su infiltración y para obtener el dominio en la cultura y en la sociedad
(…) De ahí la atención que todos debemos dar al ambiente intelectual y
universitario. Se puede decir que se trata de una opción clave y funcional de la
evangelización.(DP 1053 y 1055)
En la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo
(1992) se dice “en particular creemos que la Universidad Católica a partir de la
Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae está llamada a una importante misión de
diálogo entre el Evangelio y las Culturas y de la promociónhumana en América Latina y
el Caribe” (DSD 276).A su vez, en el Documento de Aparecida (341-342) se apunta que
según su propia naturaleza, la Universidad Católica presta una importante
ayuda a la Iglesia en su misión evangelizadora (….) por consiguiente, habrá
de desarrollar con fidelidad su especificidad cristiana, ya que posee
responsabilidades evangélicas que instituciones de otro tipo no están
obligadas a realizar. Entre ellas se encuentra, sobre todo, el diálogo fe y
razón, fe y cultura… La V Conferencia agradece este servicio de las
instituciones de educación católica y las llama a proseguir incansablemente en
su abnegada e insustituible misión apostólica.(DA 346)
La “importante misión” reconocida a la universidades católicas en Santo Domingo se
especifica en Aparecida afirmándose que ellas “poseen responsabilidades evangélicas”
propias en el diálogo cultural, que constituyen su “insustituible misión apostólica”. De
aquí también su especificidad como Centros Culturales Católicos.
Recordando la afirmación del Card. Ratzinger en su Introducción al Cristianismo, “sé
es cristiano porque la diaconía cristiana es significativa y necesaria en el encuentro con
la historia”, Leuzzi (2006: 20 y 27) sostiene que “el encuentro con el mundo
universitario es hoy, como lo ha sido por tantos siglos, una de las vías privilegiadas para
evitar que la fe pierda su impacto en la historicidad del hombre (…) condición para
verificar la incidencia histórica del Evangelio”. En esta perspectiva, se entiende “la fe
como responsabilidad” amando la historia, habitando la historia y sirviendo a la historia
(Leuzzi, 2006: 37). Asumir y vivir la fe como responsabilidad -como don a compartircompromete también, en la realidad institucional, a asumir esas “responsabilidades
evangélicas que instituciones de otro tipo no están obligadas a realizar” (DA 341-342).
“La Universidad Católica… permite a la Iglesia de participar, de manera positiva, en la
“construcción de la cultura social” (…) “en cierta forma, la “nueva evangelización”, de
la cual el Papa Juan Pablo II decía que se jugaba, en primer lugar, en la cultura, hace de
la Universidad un lugar privilegiado” (Brugués, 2010: 9-10).
La Universidad Católica, según Zecca (s/f:6) “oficia de mediadora entre la sociedad y la
Iglesia”. Esta misión de mediación, que involucra y exige un compromiso con ambas, se
específica precisamente en el encuentro entre evangelio y cultura. En la misma
perspectiva de diálogo e intermediación, Arteaga (2006:153), refiriéndose a la
importancia de la Universidad para la Iglesia y la sociedad en el mundo entero enfatiza de acuerdo con el documento interdicasterial Presencia de la Iglesia en la Universidad
y en la Cultura- que “se trata de una “realidad de importancia decisiva”, de una cuestión
“vital”, “desconcertante” con “problemas inéditos” y “desafiante”.
“La presencia de la Iglesia en el ámbito de la Universidad, como parcela singular del
mundo de la cultura, se inscribe en el amplio proceso actual de inculturación de la fe
como ineludible exigencia de la evangelización” (Subcomisión Episcopal de
Universidades de la Conferencia Episcopal Española, s/f:89). Esta exigencia de la
evangelización nace de la fe y la razón: “el mundo de la universidad constituye hoy para
la Iglesia motivo de particular interés para que el mensaje cristiano penetre en sus
contextos culturales”, porque la fe cristiana, citando a Juan Pablo II en el Discorso ai
docenti delleUniversità dell Emilia-Romagna (18 de abril de 1982) “exige de ser
pensada como “desposada” con la inteligencia del hombre”(Comisionne Episcopale par
l'Educazione Cattolica, la cultura, la scuola el' Università, 2000:6).
Estos “esponsales” entre fe y razón, para que “el mensaje cristiano penetre en diversos
contextos culturales” en el mundo contemporáneo, dicen relación con una trascendente
y muy sugerente afirmación para los Centros Culturales Católicos y para la pastoral de
la cultura en general: el Card. Poupard (2004a: 16) subraya que “la Universidad
Católica constituye un paradigma de la acción evangelizadora de la Iglesia en el campo
de la cultura”.
Universidades Católicas, Compromiso Social con Contradicción Cultural
El valor paradigmático de las universidades católicas en la evangelización de la cultura,
su rol clave y primordial, su responsabilidad singular y su insustituible misión
contrastan, sin embargo, con sus opciones reales en su relación con la Iglesia, la
sociedad y la cultura.
Las corrientes de “compromiso” y “contradicción” identificadas por Brugués (2010: 2527), la primera reconociendo “valores de fuerte densidad cristiana en la secularización
(y por tanto) la posibilidad de (…) encontrar campos de cooperación”, mientras que la
segunda observando que “este compromiso ha provocado una disolución de la identidad
cristiana” y que por ende “la tarea más urgente es la redefinición del ser cristiano,
partiendo de nuevo desde el centro de la fe”, se hacen presentes -ambas corrientes- en
las universidades católicas. En efecto, según quien fuera Secretario para la Educación
Católica (Brugués, 2010: 25-27) “las universidades católicas se distribuyen hoysegún
esta línea de división. Algunas jugando la carta de la adaptacióny de la cooperación con
las sociedadessecularizadas, se sienten libres de tomar una distanciacrítica frente a tal o
cual aspecto de la doctrinao de la moral católica. Otras, de inspiraciónmás reciente,
ponen el acento sobre la confesión de la fe y la participaciónactiva en la
evangelización”. Para Brugués “cada corriente posee virtudes innegables”, aunque
también“cada una presenta también sus propios riesgos. En un caso, la disolución, en el
otro, el repliegue”.
A propósito de esta suerte de dilema, Juan Pablo II es enfático al plantear que“es
esencial que la Universidad Católica sea a la vez, verdadera y realmente ambas cosas:
Universidad y Católica (…) La índole católica es un elemento constitutivo de la
Universidad en cuanto institución” (EAm 71).
La identidad y la misión son indisociables: la misión, en rigor, es la identidad puesta en
acción. Si la identidad requieremuchas veces volver al “centro de la fe”, la misión es
apertura y extroversión. Ésta supone “compromiso”, involucra riesgos y, en extremo, el
de “disolución”, la pérdida identitaria. Asimismo, la sóla defensa de la identidad, la
confesionalidadsin misión, o sólo de “contradicción”, arriesgaun cierto nominalismo,
una tendencia a la introversión, un “repliegue”.
Ciertamente el “compromiso” no necesariamente supone renuncias ni menos negaciones
doctrinales o morales. Ni la “contradicción” lleva indefectiblemente a la omisión, a la
no-misión. Las virtudes y riesgos de ambas corrientes, prudencialmente ponderados,
pueden expresarse en un ideal de compromiso y contradicción o, mejor aún, de
“compromiso con contradicción”
Asumir, pero para redimir.Y la redenciónsólo es posible a través de la encarnación, de
la “secularización” -como la de Dios mismo, que en Cristose hace hombre e historiay
punto de inflexión de la cultura-. La identidad católica -el discipulado- sólo se logra en
plenitud en la misión. En el lenguaje de Aparecida, la Universidad Católica -como toda
la Iglesia- está llamadaa ser“discípula misionera” y esto suponecompromiso con
contradicción o, si se prefiere, compromiso y redención.
El dilema planteado por las dos corrientes señaladas por Brugués, se expresa también en
determinadas críticasintraecleciales a las universidades católicas, tantomás contrastantes
frentea lareiterada y categóricavaloraciónque la propia Iglesia hace de susuniversidades.
Asípor ejemplo, en nuestra realidad continental, el Departamento de Educación y
Culturadel Consejo Episcopal Latinoamericano, en el contextodel Plan Global 20112015, recordando que “vivimos un cambio de época,cuyo nivel más profundo es el
cultural” (DA44), y que la variedad de modos de vida, teorías, ideas y valores exige
hablar siempre de culturas, planteaentre los principalesdesafíos en su ámbito los
siguientes: el difícil acceso de la poblaciónpobre a las escuelas yuniversidades católicas;
la poca efectividad de la pastoral educativa; y las inconsecuenciasde las universidades
católicas desconectadasde su responsabilidadtransformadora de la sociedad y formadora
de líderes cristianos (CELAM, 2011). Aunque algunas de estas afirmacionespodrían ser
debatidas y contrastadas con experiencias relevantes, es interesante destacar, en relación
a las universidades católicas, la observaciónsobre su menor inclusividad socialjunto a su
omisión transformadora de la sociedad, amén de la bajaefectividad de la pastoral
educativa.Verificartales cuestiones y, sobre todo, descubrir sus causas para poder
enfrentarlas, es tarea pendiente.
En una perspectivacríticamásamplia, que trasciende nuestra realidad e incluye
explícitamente no sólo a las universidades, también a la Iglesia, Poupard (2005a:47) constatandoque un rasgo característico de la nueva religiosidades la falta de interés por
la verdad- denuncia que la enseñanzade la Veritatis Splendory la Fides et Ratio “no
parece habertenido(...) gran eco en el interior de la Iglesia, comenzandopor las
universidades católicas”.
En el documentointerdicasterial sobre la presenciade la Iglesia en las universidades se
señala que “la existencia de un número importante deuniversidades católicas -muy
variadasegún las regiones y países, ya que va desde la multiplicación dispersivaen unos,
hasta la carencia totalen otros- es en sí misma una riqueza y un factor esencial de la
presenciade la Iglesia en la culturauniversitaria. Sin embargo, a menudo ese “capital”
está lejos de dar los frutos que legítimamentese esperan” (Congregación para la
Educación Católica; Consejo Pontificio para los Laicos; Consejo Pontificio de la
Cultura, 1994:14-15).
El mismo documento indica algunos factores explicativosde esta menor “fecundidad”:
La presencia de los católicos en la Universidad constituye de por sí un motivo
de interrogación y de esperanza para la Iglesia. En numerosos países, esta
presencia es en efecto a la vez imponente por el número, pero de alcance
relativamente modesto (…) Algunos, incluso sacerdotes o religiosos, llegan
hasta a abstenerse, en nombre de la autonomía universitaria, de testimoniar
explícitamente su fe (…) La falta de teólogos competentes en los campos
científicos o técnicos, y de profesores con una buena formación teológica,
especialistas en la ciencias, agrava esta situación. (Congregación para la
Educación Católica; Consejo Pontificio para los Laicos; Consejo Pontificio de
la Cultura, 1999: 11 y 12).
Empero, a veces también hay quejas desde elmundo universitario. Monseñor Zecca
(s/f:5),quien fuera Presidentede la OrganizacióndeUniversidades Católicasde América
Latinay el Caribe, constataba: “hay sin embargo un sugestivo silencio sobre la misión y
presencia de la Universidad Católica” en el Documento de Trabajode Aparecida.
Las críticasintraeclesiales a las universidades católicas y a su misión incumplida, y las
que a veces también se incuban en el propio ámbitouniversitario y se traducen en
críticasa la relaciónde la Iglesia con sus universidades, hacen oportuno tener
presenteque las universidades católicasno son sólo universidadesde Iglesia, son
asimismoy más propiamente Iglesiaen la universidad o, si se prefiere, Iglesia -y no sólo
parroquia- universitaria. De aquí la singular misiónde las universidadescatólicas en
medio del mundo y en el seno de la propia Iglesia. De aquí tambiénsu doble
responsabilidad, social y eclesial. La Universidad Católica no sólo nació Ex corde
Ecclesiae, desde el corazónde la Iglesia -comorecuerdala Constitución Apostólica
homónima de Juan Pablo II- sino que ella también es y está in corde, en el corazón de la
Iglesia (Daher, 2010b).
“El deber más importante de la pastoral universitaria -según el Card. Lehmann
(2003:47)- es el de ser Iglesia en la universidad”, agregando que es necesario
“reconsiderar a la universidadcomo un lugar particularde la actividad eclesial”. En una
visión más amplia -más alláde la pastoralespecializada y del territorio universitario-en
su mensajeal VIII Fórum Internacional de Jóvenesen 2004, Juan Pablo II (2005:18)
expresaba: “Hay que ser constructores de la Iglesiaen la universidad(…) no sóloen el
campus universitariosino donde viven y se encuentran los estudiantes”.
UNIVERSIDADES CATÓLICAS, LAICADO Y COMPROMISO CIUDADANO
La Universidad Católica: Noviciado de Laicos, Ciudadanos de la Iglesia y del
Mundo
Ligando la universidadcomo “realidad eclesial” a la tareay responsabilidadde los laicos,
Ballester (2005:74) alude a la Universidadcomo “lugar propio de nuestravocaciónlaical
(y) realidad no sólo antropológica y sociológica, sino tambiénrealidad teológica y
eclesial”, en referencia a la ExhortaciónApostólica Christifideles Laici (5 y 62).
Toda universidad, y con mayorrazón en las instituciones de Iglesia, es
lugarprivilegiados para el apostoladode los laicos, tan propio de nuestro
tiempo (…) Pues el servicio de la universidada la verdadestáorientado para la
vida del mundo.(Arteaga, 2005: 201 y 205).
Basándose en el Concilio Vaticano II, “la vocacióncristianaes, por su misma naturaleza,
vocación tambiénal apostolado” (Apostolicam Actuositatem2)reconoce que “los
fieleslaicos
gozan
de
una
legítimaautonomíapara
ejercer
su
vocaciónapostólicaespecífica”(Congregaciónpara la Educación Católica; Consejo
Pontificio para los Laicos Consejo Pontificio de la Cultura, 1994: 21-22).
Junto a la vocación misionera, apostólica, de los laicos y a su responsabilidadsecularpor
“la vidadel mundo”, Juan Pablo II subrayabaasimismo su valioso rol en la propia
Iglesia:“Las actividades universitarias han sido por tradiciónun medio gracias al cual los
“laicos” puedendesarrollarun importantepapel en la Iglesia” (ECE n.25). El mismo Papa
sostenía que
la Iglesia es plenamenteconscientede la urgencia pastoral de reservara la
culturauna especialísimaatención. Por esola Iglesiapide que los fieles
laicosestén presentes, con la insigniade la valentíay de la
creatividadintelectual,en lospuestos privilegiadosde la cultura, como son el
mundode la escuela y de la Universidad. (Christifideles Laici 44).
Valentía y creatividad intelectual que nos recuerdaZecca (s/f:1) cuando serefierea la
historiade las universidadescatólicas en América Latina, destacando a “las
universidades“combativas” surgidasen medio de las experienciasnacional-populistas,
desarrollistasde posguerra y que tuvieron que luchar con gobiernos laicistas o con
regímenesmilitares”.
Valentía de tantos laicosen su misión secular -cultural, social y política; familiar y
laboral- que cotidianamentey en todos los ambientesse esfuerzan, e incluso luchan, por
encarnar el Evangelio y hacerlo vida personal y comunitaria.
Si las llamadas facultades eclesiásticas tienen una tarea preferente en la formacióndel
clero, las universidades católicas son verdaderos “noviciados de laicos”, auténticas
escuelas de liderazgo cristiano -es decir de servicio- dónde debe cultivarse la verdad y
conquistarse la libertad; donde debe educarsepara la solidaridad, el servicio público y el
compromiso
ciudadano;
donde,
también,
se
forme
para
un
ejercicio
profesionalsocialmente responsable, para servir mejor; y donde, en fin, la formación
integral ayude a valorar la dignidad de cada persona y de toda personaen su mayor
plenitud(Daher, 2010b).
En otros términos, y reflexionado sobre el aporte de la fe al “alma de Chile”, Arteaga
(2004: 1-2) destaca que hay “una innegable dimensión social y pública de la religión.
De la fe cristiana brota unimpulso hacia el compromiso social y político. La fe cristiana
está atravesada por el clamorde la justiciay la libertad. Pero no es fácil hoy la
“ciudadanía del creyente”.
En relación a estos desafíos sociales y culturales, el Departamento de Educación y
Culturadel CELAM proponeciertos “programas” de acción acordes a su diagnóstico: la
valoracióncríticade la pluralidad y diversidad cultural de los pueblos latinoamericanos y
el diálogo con las raíces primarias de sus culturas; el diálogo fe–razónen vistaa la
evangelización de la cultura; y la responsabilidadde las universidades católicas y de los
institutos de educación superioren el liderazgo cristiano para, desde la doctrina social de
la Iglesia, asumir su “responsabilidad evangélica” en la formación de líderes políticos y
sociales con espíritu cristiano, y consecuentemente en la prácticasolidaria y en la
transformaciónde la sociedad (CELAM, 2011).
“La Iglesiatiene el deber de promover una cultura de la solidaridad a todos los niveles
de la vida social: instituciones gubernamentales, instituciones públicas y organismos
privados” (Consejo Pontificio del Cultura, 1999, 21). A este deber eclesial colaboransin
dudalas universidades: “Mediante la enseñanzay la investigaciónla Universidad Católica
da una indispensable contribución a la Iglesia (…) La Universidad Católica podrá
ayudara la Iglesia a dar respuestaa los problemasy exigenciasde cada época” (ECE 31).
En el Documento de Medellín, en la parte dedicada a la Educación (23), se sostiene
que“launiversidad deber estar integradaen la vida nacional y responder con espíritu
creador y valentía a las exigencias del propio país”. En la mismadirección, la
SubcomisiónEpiscopalde Universidades de la ConferenciaEpiscopal Española (s/f: 914) expresa que la Universidad“está llamadaa desempeñaruna función de capital
importancia en la construccióny desarrollo de la sociedad (…) y tenderá a ejercerun
influjo aun mayor”.
Si las universidades siempre han desempeñado un rol de relevancia y una
decisivainfluencia social y cultural, en la “sociedadde conocimiento”, en medio de
laexplosióncientífica y tecnológica y de la masificación de la educación superior, sin
duda ejercerán “un influjo aún mayor”.
Las Universidades Católicas: Vocación de Prójimo, Solidaridad y Compromiso
Ciudadano
Estos planteamientosinevitablementerefieren al difundido concepto -en el léxico actualde “responsabilidad social” y está última, en las universidadescatólicas, interpela a las
opciones de compromiso y contradicción.
La responsabilidad social universitariahabitualmente alude al compromiso proactivo de
una institución de educación superior con los procesos de desarrollo, ajustes y cambios
sociales, involucrando, entre otros, objetivos de inclusividad, sustentabilidad y
transparencia, y ciertamente de solidaridad, justiciay equidad.
Una aproximación como esta requiereciertas precisiones a riesgo de malentender dicha
responsabilidad sólo como una opción adjetivay circunstancial o, en extremo, como un
compromiso radical de extroversiónque puede desvirtuar la propia naturaleza
universitaria.
Por cierto la primera condición, y sin dudala más relevante, para que
unauniversidadseaconsideradacomo socialmenteresponsable es la calidad en su misión
fundamental: la creación y trasmisión de conocimientos. Sus aportes cualitativos en las
ciencias, las humanidades y las artes, compartidoscon la sociedada través de la
innovacióntecnológica, las profesiones, las comunicacionesy la extensiónen general, son
el requisito sustantivode su auténtico compromisosocial.
Un cierto unilateralismo -sólo desde la universidad a la sociedad- simplifica no pocas
veces la mirada de la responsabilidad social. Se excluye así la complejidaddialéctica en
la relación entre sociedad y universidad, y de paso no se aborda la responsabilidad de la
sociedad y del propioEstado para conlas universidades, en cuestiones relativas al menos
a la justa autonomía y ala provisión de recursos,entre tantas otras. El entorno social, las
políticas públicas y ciertas prácticasgubernamentalespueden afectar no solamenteel
quehacer universitarioen sentido estricto, tambiénconsecuentementesu influenciay
compromisoen la sociedad.
De lo planteado en los párrafosprecedentesse podrían deducir dos modalidades,
difícilmente acotables, en la conceptualización y en el ejercicio de la responsabilidad
social universitaria: una, directa, vinculada más bien a iniciativas extraordinarias de
solidaridad, compromiso y servicio social. Otra, indirecta pero permanente, constituida
por el quehacer universitario propiamente tal y por su indisociable correlatoe inserción
social. En el primer caso, la responsabilidadrecae cada vez más en una institucionalidad
intra universitariaadhoc y por lo mismo anexa y no pocas veces marginal. En el
segundo, es la instituciónuniversitaria entera la responsable (Daher, 2010b).
Ugalde (2009: 29 y 31) define
qué no es responsabilidadsocial universitaria. No es una declaración de
principios que se escribeny se usan como carta de presentación, sin real
incidencia en la vida universitaria. Tampoco se trata de una posibilidad
facilitadapor la Universidadpara quienes tengan el hobby de los pobres,
concluyendo que la Universidad cumple con su responsabilidadsocial con todo
lo que es y no con undepartamento en particular.
Gestar una cultura de la solidaridad en y desde las universidades católicases sin duda
uno de los servicios máspropios y significativos que éstas pueden brindar. Como
universidades, pueden y deben hacer converger la voluntad y la razón en un
compromiso ético y en una vocación de servicio. Como católicas, pueden y deben darle
un sentido y una proyección hacia una sociedad más justa, equitativa y fraterna.
El bien común como objetivo, y el servicio público como instrumento para alcanzarlo,
exigen pasar de los voluntariados efímeros u ocasionales, e incluso de la solidaridad
permanente, al compromiso ciudadano. Una solidaridad no cívicamente responsable
puede trastocarse en asistencialismo y resultar socialmente inhabilitante. La apatía
política que, con o sin razón, afecta a gran parte de la juventud universitaria, incluso a
aquella más solidaria, es un signo inquietante frente a la responsabilidad social que tarde
o temprano deberá asumir. El compromiso ciudadano cada vez más pleno no puede
suponerse como opcional para un universitario. Las universidades católicas, en su
misión y proyecto educativo, deben pues conjugar la búsqueda de la verdad con su
vocación de prójimo, y la libertad inherente a la verdad puede así traducirse en servicio
al bien común, y en una corresponsabilidad en la gestación de una “santidad
social”como fruto de una justa encarnación y secularidad evangélicas, de una fe
transfigurada en cultura.
Universidad constructorade sociedad y constructora de Iglesia: lugar privilegiadode la
corresponsabilidadlaical en la Iglesia y en el mundo -y notan sólo en este último-;
ámbito propicio para superar el divorcio entre razón y fe, y en extremo entre fe y vida;
encrucijadafecunda de cristianismo y cultura, la Universidad Católica está llamadaa
contribuir especialísimamente en la superacióndel secularismo y del relativismo, en
parte tal vez resultantesdel incumplimiento de su misión. La “misión social” de la
Universidad Católica-y no restrictiva y simplemente su responsabilidadsocial- es la
articulación, al más alto nivel, entre cultura y fe para gestar una nueva sociedad (Daher,
2010b).
Una cuestión más es necesario plantear: por lo general la responsabilidad social
universitariaes concebidacaso a caso, institución por institución, en un análisis micro.
Pero, ¿qué sucede con la responsabilidad agregada del conjunto de universidades y, más
aún, de los sistemas de universidades, cuando están asociadas compartiendo aspectos
identitarios y misión? En esta perspectiva macro, el rol de las universidades en la
sociedad y en la cultura es el tema clave. Más allá de las iniciativaspuntualesde
compromiso social de una u otra institución, se torna evidente que el conjunto de
universidades de un país o región establecen un diálogofecundo, no exento de
conflictos, con las sociedades de las que forman parte. La influencia de las
universidades, aunque indirecta, resulta determinanteen la innovacióncientíficotecnológica, en las corrientes humanísticas y artísticas, en el emprendimiento y
crecimiento económicos, en el pensamiento político, y por cierto en la formación de los
núcleos que liderarán los sectores privado y público.
En fin, luego de estas reflexiones, cabe preguntarse sobrela presunta especificidadde la
responsabilidadsocial de una Universidad Católica y, ciertamente, de las universidades
católicas en su conjunto. La primera afirmación que debe hacerse es que, por su propia
identidad y misión, ellas tienenvocación de prójimo, de servicio, y por ende la
responsabilidad social no es una opción, es un deber. Y no se trata de un servicio o de
una solidaridadcualquiera, sino de una manifestaciónde la caritas cristiana y de una
puesta en juego de las orientaciones del magisterio social de la Iglesia, a partir de
unaantropología propia. Por lo demás, compartiendo con las demás universidades el
afán por la verdad, la Universidad Católica tiene ineludiblemente una tarea en el ámbito
del diálogo entre la razón y la fe, y más ampliamente una misión de encuentroentre
evangelio y cultura y, consecuentemente, de encarnación, transformación y construcción
social (Daher, 2010b).
El reciente documento de la Congregación del Culto Divino y de la Disciplina de los
Sacramentos, que aprueba y confirma al beato John Henry Newman como Patrono de la
Federación Internacional de Universidades Católicas, se inicia con una constatación:
“Los fieles cristianos de las Universidades Católicas difundidas por todo el orbe de la
tierra” (Cañizares y Di Noia, 2012).Esta difusión es indicativa, sin dudaalguna, del
vasto potencial de tales universidades en el ámbito de la cultura.
Este gran desafío trasciende con mucho el esfuerzo individual de cada universidad, e
incluso supera ciertamente el empeño de todas si hay atomización y dispersióno simple
agregación. La coordinación, cooperación y, mejor aún, comunión entre universidades
que comparten la misma filiación eclesial y, en último término -más allá de
acentuaciones y especificidades diversas- una única misión, se constituye en un
requisito sine qua non para que ésta se haga realidad (Daher,2010b).
En la Constitución Apostólica Sapientia Christiana de Juan Pablo II (1979),se afirma
que “en esta acción de la Iglesia respecto a la cultura tuvieronparticular importancia y
siguen teniéndola las Universidades Católicas” y se agrega que “con el fin de que las
Universidades Católicas consiguieran mejor esta finalidad” -que hagan presentey
hagantambiénprogresar el auténtico mensaje de Cristo en el campo de la cultura
humana-“mi predecesor Pio XII,trató de estimular su común colaboración cuando en el
BreveApostólico del 27 de julio de 1949, constituyó formalmente la Federación de las
Universidades Católicas”.
Con posterioridad en la Constitución sobre las Universidades Católicas, el mismo Juan
Pablo II reiteraba:
Con el fin de afrontarmejor los complejos problemasde la sociedadmoderna y
de fortalecer la identidad católica de las Instituciones, se deberá promover la
colaboración a nivel regional, nacional e internacional (…) entre todas las
Universidades Católicas.(ECE, Normas Generales, Artículo 7).
A su vez, el documento Presencia de la Iglesia en la Universidad y en la Cultura
Universitaria especificaba: “La cooperación inter universitaria e internacionalconoce un
progreso real allídonde los centros académicos más desarrollados están en grado de
ayudar a los menos avanzados” (Congregación para la Educación Católica; Consejo
Pontificio para los Laicos; Consejo Pontificio de la Cultura 1994: 11).
Sin embargo, no se trata tan solo de unacolaboraciónsolidaria y subsidaria entre
instituciones con historias y grados de desarrollo muy disímiles, aunque aquella,
necesaria y valiosa, ya justifiqueuna organización y una acción colegiadas. Tampoco
basta fundamentaruntrabajo comunitario en las amenazas reales o potenciales -políticas,
legales, financieras- que ellas enfrentenen sus respectivoscontextos nacionales. Mayor
relevancia tiene por cierto la exigenciade su propia misión social y eclesial -el diálogo
entre fey razón, la evangelizaciónde la culturay la consiguientetransformaciónde la
sociedad- queen el mundo actualsólo es posible a escala global y con una estrategia
también global.
Identidad y filiación comunes, misión compartida, solidaridad y subsidiaridad fraternas,
parecieranya fundamentos suficientemente sólidos para una coordinación permanente de
las universidades católicas. A ellos se pueden sumar, sin embargo, otros dos muy
relevantes: su vocación universal y el imperativo cristiano de un testimonio de unidad
(Daher, 2010b).
Conclusión: la Universidad, Uno de los Más Fecundos –y Díficiles- Lugares
Creadores de Cultura.
Entre los inmensos campos de apostolado y de acción de que la Iglesia es
responsable, el de la cultura universitaria es uno de los más prometedores,
pero también uno de los másdifíciles (…) la urgencia de este compromiso
apostólico es grande, ya que la Universidades uno de losmás fecundos lugares
creadores de cultura.(Congregación para la Educación Católica; Consejo
Pontificio para los Laicos; Consejo Pontificio de la Cultura, 1994: Conclusión)
Parte de esta dificultadestriba sin duda, en el hecho de que “para ser aceptada e
irradiante, la presenciainstitucionalde la Iglesiaen la culturauniversitariatiene que ser de
calidad” (Congregación para la Educación Católica; Consejo Pontificio para los Laicos;
Consejo Pontificio de la Cultura:14). También la complejidad de la integración de
saberes
incide
en
ella:
“El
déficit
de
calificaciónteológicay
de
competenciacientíficahace aleatoriala presenciade laIglesiaen el senode la cultura nacida
de las investigacionescientíficasy de las aplicacionestécnicas” (Consejo Pontificio de la
Cultura, 1999, 12). Por ello, junto a la especialización, la colaboración interdisciplinaria
y el testimonio personal -einstitucional- resultan determinantes.
“La pastoral de la culturatiene igual necesidadde científicoscatólicosque sientan como
unaexigencia aportarsu contribuciónpropia a la vida de la Iglesia, compartiendosu
experienciapersonalde encuentro entre la cienciay la fe” (Consejo Pontificio de la
Cultura, 1999, n.12). Benedicto XVI(2006b:9) renovaba esta invitaciónen el discursoa
los participantesdelConvegno della Chiesa di Roma, el 5 de juniode 2006, convocandoa
promoveruna verdaderay propia “pastoral de la inteligencia”.
Así pues, y más allá de las universidades católicas, “queda como frontera abierta y
exigentede misión una auténticapastoral de intelectuales (que requiere) una suerte de
geopolíticade la inteligencia(…) En especial, la universidad continúasiendouna tierra de
misión en América Latina (…) No bastan las Universidades Católicas(¡ni cuandoson
efectivamente“católicas”!)”(Quarracino, 1985: 23-24). El desafíointerpela ciertamente
atantos académicos creyentesen universidadesestatales y privadasque en AméricaLatina
suelen sermayoríaensus claustros, y a todos los intelectuales católicos.
A propósito de lapresenciacristianaen el ambienteuniversitario, Arteaga (2005:197)
expresaque se tratade “una tareaque debe cuidarla identidad, la apertura con el adecuado
discernimiento”. Reconoce asimismoque la universidad“es tierra de misión, es un
“nuevo areópago”. La universidadnecesitade una misióninternay también salir enmisión
hacia afuera, hacia los ampliosmárgenesde la Iglesiay de la sociedad (…) Sin
creatividadeso no funciona, sin audacia, tampoco”.
Una pastoral universitaria, que asume como centro de su misión la promoción de la
evangelizaciónde la cultura“en” y “desde” la universidad, favorece el diálogoentre fe y
razón, y más ampliamentela integraciónentre fe y cultura mediantela investigación y la
docencia -tareas académicas preferentemente ad intra- pero además y decididamente
mediante la tercera misiónde la universidad (Daher, 2010b).
La compleja misión socialy cultural de las universidades católicas en el mundo
contemporáneo -su compromisocon contradicción y su crítica con contrapropuesta- fue
profundamente sentida, comprendida y alentadapor Juan Pablo II (1985:50): “Se trata de
instituciones (las universidades) de las que sería difícil hablar sin una profundaemoción.
Son los bancosde trabajo, en los que tanto la vocacióndel hombre al conocimiento,
como el vínculoconstitutivo de la universidadcon la verdad como objetivo del
conocimiento, se hacen realidad de cada día”.
Destacando una vez más el rol fundamental e insustituible -tan reiteradamente
reconocido- de las universidadescatólicas, el mismo Papa las distingue con palabrasque
las sitúanen un sitial honor. En su Constitución Apostólica, Juan Pablo IIexpresaba:
“deseo manifestaros mi profunda convicción de que la Universidad Católica es sin duda
alguna uno de los mejores instrumentos que la Iglesia ofrece a nuestra época” (ECE 10).
Tal distinción conlleva una gran responsabilidad: “la misión que la Iglesia confía, con
gran esperanza, a las Universidades Católicas revisteun significado cultural y religioso
de vital importancia, pues concierne al futuro mismo de la humanidad ”(ECE,
Conclusión).
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