Theatrum ginecologicum EL timbre femíneo EN la filosofía Las mujeres han servido todos estos siglos como espejos que poseen el mágico y delicioso poder de reflejar la figura del hombre al doble de su tamaño natural. Virginia Woolf, escritora inglesa En la historia de la filosofía la delimitación y valoración de los discursos habrían estado dadas tradicionalmente por el proceso de acotar los conceptos y señalar las cosas. Esto se habría llevado a cabo mediante la explicitación de la problemática de los universales y por la construcción de la noción del a priori. En la Edad Media, especialmente en la Escolástica habría surgido el problema de los universales como el tema central de la reflexión filosófica. Tal problema consistiría en determinar qué tipo de realidad corresponde a los conceptos genéricos y específicos, puesto que no habría duda al hablar de conceptos singulares de que exista una realidad concreta correspondiente. Para el realismo, los universales tendrían realidad: serían cosas. La posición extrema de tal visión afirmaría por ejemplo, que en todo ser humano habría un contenido substancial del concepto hombre. En tal caso, el universal sería anterior a lo individual y las personas concretas tendrían de sí mismas sólo lo accidental. Para el nominalismo en cambio, los universales no existirían, se trataría sólo de palabras sin correlato substancial, términos que se forman partiendo de la consideración de hechos singulares, imágenes reflejadas objetivamente en la mente pero que como universales serían sólo una ficción inexistente1. La posición realista subsistiría en la actualidad bajo el discurso de carácter religioso y mesiánico; el nominalismo por su parte, sería la forma predominante de la creencia de que en la cultura y la sociedad subsistirían apenas “juegos de lenguaje”. Aunque el mundo contemporáneo sea eminentemente nominalista, habría instituido saberes, por ejemplo en lo referido a la ideología, que al parecer se deducirían de los universales como si se tratase de realidades cósicas. Tal sería el caso de nociones como democracia, poder, masculinidad, feminidad, justicia, revolución, libertad o mercado. La perspectiva que se asume en el presente texto es la nominalista y se desestima cualquier intento de deslizar subrepticiamente nociones universales. Pero tal perspectiva exige definir de manera complementaria, el a priori histórico. Respecto de la noción del a priori, cabe señalar que Michel Foucault empleó tal concepto señalando que se trata de algo “un poco bárbaro”2. El a priori 1 2 Cfr. los textos de Historia de la filosofía de Julián Marías, pp. 129-30 y Alberto Hidalgo, pp. 184-5. La arqueología del saber, p. 216. 19 Theatrum ginecologicum no referiría condiciones estructurales de la conciencia universal, sino las bases históricas que permitirían el despliegue de las prácticas discursivas. En segundo lugar, el a priori mostraría las discontinuidades, inflexiones, rupturas y mutaciones que se dan en las formaciones discursivas, permitiendo configurar las formas de ver, pensar y conocer de las distintas épocas, según los modos instituidos por la variable “histórica”. Finalmente, el a priori permitiría suponer que los discursos se bosquejarían según regularidades específicas que hacen posible formular verdaderas soluciones a los problemas concretos que surgen en determinados momentos de la historia3. En la historia de la filosofía del lenguaje es posible señalar una clara posición relativista desarrollada desde Heráclito, asumida y precisada por Nietzsche y extremada en su aplicación por Michel Foucault. Se trata del juego de las palabras recurrente en los fragmentos de Heráclito. Aparte de mostrar tal flujo, consistente en ir y venir de los términos con significados oscilantes, el Oscuro de Éfeso supondría que emplear un solo término y pensar un solo contenido sería un despropósito que inmovilizaría la realidad, negando lo que le es propio: el constante cambio. Heráclito enfatiza estas ideas al señalar que las opiniones de los hombres serían tan frágiles y arbitrarias como los “juegos de niños”4. Es decir, pese a que “todas las cosas están sometidas al devenir”, pareciera que los hombres no se dan cuenta de esto “cuando seleccionan palabras y hechos (...) dividiendo a cada una de acuerdo a su clase y manifestando cómo es verdadera”5. Por su parte, Nietzsche repudiaría la pretensión de verdad de los filósofos acusándolos de no tener un “sentido histórico” y de expresar un abierto “odio a la idea del devenir”6. Nietzsche daría la razón a Heráclito en cuanto a que el mundo de las apariencias sería el único real. Además, crear teorías sería similar a tejer telas de araña: sacando las palabras y los conceptos que supuestamente corresponderían a la realidad, de uno mismo. Nietzsche agrega: “La razón en el lenguaje, ¡qué vieja engañadora! Temo que no nos libremos jamás de Dios puesto que creemos todavía en la gramática”7. 3 4 5 6 7 Ídem, pp. 214-23. Fragmento Nº 70. Fragmento Nº 1. “La razón en la filosofía”, en El crepúsculo de los ídolos, § 1, pp. 26-7. El crepúsculo de los ídolos, § 5, p. 32. 20 Theatrum ginecologicum Finalmente, Michel Foucault reivindica el uso sofístico del lenguaje. Para él, los sofistas emplearían las palabras como juego. Habría que usar las palabras para mostrar las inconsistencias del lenguaje y para ironizar sobre la seriedad con la que se abordan los temas de los que se habla. Así, los términos deberían ser usados evidenciado a cada paso su equivocidad, recurriendo al humor y al desprecio y sabiendo que ningún discurso explicita la verdad, apenas vehiculizaría las ansias de poder. Para el filósofo de Poitiers, los discursos harían posible con frivolidad y elegancia, con elocuencia y vacuidad, el objetivo de que confluyan el saber y el poder: convencer con la palabra. Afirma: “La práctica del discurso no está disociada del ejercicio del poder”.8 8 La verdad y las formas jurídicas, pp. 155 ss. 21