NI JURAMENTOS NI MILAGROS* Sin ataduras ni compromisos políticos de ninguna índole, asumo hoy la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación. No ignoro las graves responsabilidades que entraña la honrosa designación de que he sido objeto por el señor Presidente de la República, doctor Carlos Prío Socarrás, a propuesta del doctor Aureliano Sánchez Arango; pero no las rehuyo. Vengo a este cargo sin flaquezas de ánimo ni quebrantos de rodilla, a ofrendarme enteramente a los deberes que me impone. Nunca procedí de otro modo cuando los intereses fundamentales de mi patria anduvieron por el medio. Hace ya muchos años salí al aire vibrante de la lucha revolucionaria con una hornada de mozos capaces de todos los sacrificios y todas las abnegaciones. Sufrimos juntos la persecución, la cárcel y el destierro. Muchos, los mejores, yacen bajo la tierra que nutrieron generosamente con su sangre; pero esos muertos rebeldes no descansan. Mientras haya sombras que develar, injusticias que reparar, libertades que robustecer, miserias que redimir y crímenes que sancionar, su obra no estará coronada. Haber compartido las esperanzas y las agonías de aquellos tiempos heroicos, es mi único patrimonio y mi más legítimo orgullo. Hoy, ya en plena primavera de mi madurez, tengo el privilegio de venir a colaborar con un sobreviviente de la generación inmolada que puede invocar, sin sonrojos, ni remordimientos, a Rafael Trejo, a Gabriel Barceló, a Antonio Guiteras y a Pablo de la Torriente Brau. Vengo a lidiar, codo a codo, junto a un compañero que antaño supo expulsar a los mercaderes que asaltaron este templo mancillando la memoria de Enrique José Varona y que se entregó sin vacilaciones a la abrumadora tarea de fumigar los detritus que rebosaba. Solo mediante un esfuerzo creciente y la más absoluta probidad ha podido lograrse el cambio radical de estructura y de orientación que se observa ahora en esta vasta y multiforme dependencia. Esta empresa titánica demandaba una voluntad férrea, una mente clara y un coraje a toda prueba. Un hombre, en suma, que nada tuviera en común con la procesión de farsantes que ha desfilado por el Ministerio de Educación ni contubernio alguno con las inverecundias, excrecencias y tropelías del BAGA. Múltiples y complejos son los problemas que me aguardan. La Dirección de Cultura ha sido hasta ahora la Cenicienta del Ministerio de Educación. No es esta oportunidad de referir su oscura historia de organismo meramente vegetativo. Baste decir que muchos antes de que el Ministerio de Educación se convirtiera en la sentina de la república, ya los valores del espíritu habían sido proscritos de su seno. Ardua es, pues, la tarea. No cabe otra alternativa que empezar de nuevo. Hasta hoy Cuba ha carecido de una política de la cultura. Se suele aprovechar estas ocasiones para darles rienda suelta a las promesas. Fácil me sería dibujar deslumbrantes proyectos. No incurriré en tan barata añagaza. Soy alérgico a la demagogia y especialmente en el terreno de la cultura. Haré lo que deba hacer, dentro de lo que pueda y con lo que tenga a mi alcance, previo riguroso discernimiento y al margen de las capillas, de las sectas y de los grupos. Este es el espíritu que informará mi plan de realizaciones concretas. Nada más humilde, nada más ambicioso. Articular las actividades culturales dispersas en una obra de común superación nacional es ya inaplazable. Cuba no es solo La Habana. Hay que ir, derechamente, a la descentralización de la cultura. Legiones forman los que en el interior de la Isla, pugnan por mantener encendido el afán de saber y de progreso. El absolutismo cultural de La Habana y el compartimento estanco del regionalismo solo podrán ser genuinamente trascendidos por obra de la movilización espiritual de las provincias y su efectiva incorporación a la vida de la cultura en un plano nacional. Ineludible me parece situar las cosas en su verdadero sitio. No es incumbencia de la Dirección a mí confiada la de crear la cultura. La cultura es un proceso de elaboración colectiva que viene dado históricamente. De lo que se trata es de poner a quienes la conservan, transmiten o generan en sus plurales formas de expresión en condiciones de fecundarla, enriquecerla e impulsarla con ritmo sostenido y hacia horizontes en perenne renuevo. Y se trata también de sensibilizar las masas populares para que tengan acceso al banquete platónico sin limitaciones de ningún linaje. Democratizar la cultura no es precisamente aplebeyarla. Democratizar la cultura es proporcionarle al pueblo los elementos que son indispensables para que adquiera clara conciencia de sí y de su destino. Es elevarlo y no degradarlo. La cultura democráticamente administrada debe ser un saber de liberación y no un saber de dominación. No es otro el sentido que me propongo infundirle a mi labor en el Ministerio de Educación. La asistencia a este acto de la más granada representación de las letras, las artes y el periodismo me conforta, estimula y compromete. De todos necesito la ayuda, la contribución y el aliento; pero ni un solo paso podría dar sin el activo concurso de los escritores, de los artistas y de la prensa. No menos me conforta, estimula y compromete la presencia del Rector de la Universidad de la Habana, de numerosos colegas en las tareas docentes, de mis alumnos, del presidente y miembros de la Asociación de Estudiantes de mi Facultad y de viejos compañeros y amigos de los días gloriosos. En este cargo, la Universidad tendrá en mí un servidor celoso y ferviente de los altos valores que representa en la cultura cubana. Y en la Universidad continuaré al frente de mi Cátedra y el Decanato de la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público. Singular honor me dispensan Rómulo Gallegos y Gustavo Pitaluga al acudir esta mañana al Ministerio de Educación. No son solo dos de las más esclarecidas cabezas de América y de España en el ámbito de la cultura. Simbolizan, además, la dignidad del espíritu de los grandes pueblos aherrojados por la tiranía. No hago juramentos ni ofrezco milagros. Se me brindan recursos y medios para llevar adelante la faena que se me encomienda. Si yo salgo mañana de la Dirección de Cultura ya en sazón los frutos de la siembra iniciada, habré merecido este cargo. De otra suerte, habré traicionado la confianza de los que hoy me la otorgan con largueza que no sabré nunca agradecer bastante. Yo espero ser digno de esa confianza. Y espero salir del Ministerio de Educación, como entro, alta la frente y la conciencia limpia, como entró y saldrá mi entrañable amigo Aureliano Sánchez Arango. *En: Revista Cubana, Vol. XXIV, La Habana, enero – junio 1949, pp 462-464.