El inconsciente, un mundo desconocido que condiciona nuestra vida espiritual La persona humana, desde el nacimiento hasta la muerte, tiene una vida mental e interior que es dinámica, con fuerzas psíquicas que están en constante movimiento y que intentan salir hacia fuera, proyectándose en la vida de cada día. Nuestro comportamiento está condicionado por experiencias, motivaciones y miedos que no siempre conocemos, ni controlamos. En este artículo hablaremos de las dificultades personales y sociales que todos tenemos cuando queremos vivir con gozo y alegría una vida espiritual auténtica. Lo haremos con la ayuda de la psicología dinámica que empezó S. Freud a finales del siglo XIX. Una de sus grandes aportaciones fue el descubrimiento de la parte inconsciente, desconocida e irracional de nuestra personalidad que no siempre controlamos ni tenemos en cuenta a la hora de tomar decisiones. Siguiendo, pues, al fundador del psicoanálisis, intentaremos “hacer más consciente” la influencia que tiene nuestro mundo interior a la hora de plantearnos una auténtica vida espiritual. ¿Qué entendemos por vida espiritual cristiana? Antes de entrar en temas más psicológicos, debemos distinguir entre vida interior y vida espiritual cristiana. La vida interior está relacionada con la capacidad de conocer y aceptar los propios sentimientos, pensamientos y fantasías, y de saber estar con uno mismo, sin miedo a la soledad y al silencio. La vida interior puede darse prescindiendo de la fe. La vida espiritual, en cambio, es una vida interior que busca la liberación interna y personal de todo lo que es extrínseco al núcleo íntimo de la persona. Asimismo la vida espiritual será cristiana cuando se fundamente en la fe y ésta sea respuesta a la iniciativa de Dios Padre, transcendente, que nos sale al encuentro por medio de Jesucristo y sigue presente en la Historia por la acción del Espíritu Santo. Toda nuestra vida (trabajar, divertirse, relacionarse, etc.) será espiritual si la vivimos gracias a la fuerza y guía del Espíritu Santo. La psicología profunda y la vida espiritual cristiana son dos especialidades con características propias y diferentes, y muchas veces se las ha presentado como totalmente opuestas. Sin embargo comparten un mismo deseo por el crecimiento y libertad de la persona humana, desde el respeto a su originalidad, forma de ser y historia personal. No hay duda de que un mejor conocimiento de nuestro mundo interior y sus aspectos más inconscientes puede iluminar nuestra vida espiritual cristiana. El inconsciente condiciona nuestra vida. En los diferentes ámbitos de la vida, las personas nos relacionamos en la confianza que cada cual es suficientemente libre como para escoger lo que más le conviene, y que, por lo tanto, es responsable de su comportamiento y de sus decisiones. Además nos exigimos mútuamente coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, como si ésta dependiera sólo de nuestra voluntad. Esta manera lógica y coherente de actuar es muy propia de la persona humana, y es la que permite que nuestra sociedad funcione con un mínimo de orden, respeto y ayuda mutua. Pero, por otro lado, la experiencia nos dice que las personas no siempre somos consecuentes con lo que decimos o pensamos, y que no es suficiente tener buenas intenciones para evitar “caer dos veces en la misma piedra”. S. Freud se dio cuenta en sus investigaciones del comportamiento humano, que la persona no siempre puede cambiar sus hábitos de conducta, sus ideas obsesivas y sus miedos aunque lo intente una y mil veces. Después de mucho tiempo de investigación, postuló la existencia de una parte no consciente de la persona, que la voluntad no controla, y que tiene una influencia directa en su vida. Es lo que actualmente conocemos como el inconsciente. El inconsciente no es un baúl de recuerdos de hechos y sensaciones vividas i olvidadas, sino que es un conjunto de fuerzas dinámicas que directa o indirectamente dirigen nuestro comportamiento. En el mundo interno de la persona existen pulsiones y fuerzas dinámicas desconocidas, así como emociones y sentimientos que fueron rechazados al inconsciente sin que la persona tuviera conocimiento de ello. Reconocer y aceptar la existencia del inconsciente, y que éste condiciona nuestra conducta y forma de pensar, es una herida para el narcisismo humano que cree dominarlo todo. No todo nuestro actuar es objetivo, ni coherente, ni del todo razonable. Existen muchas decisiones y formas de actuar que son incomprensibles. Son la punta de un iceberg, la manifestación externa de un mundo interior desconocido que está siempre activo y que no controlamos. Pondremos algunos ejemplos de situaciones que no tienen una explicación racional y lógica y que encuentran su razón de ser en el inconsciente: 1.— Tener lapsus, olvidos no deseados, totalmente involuntarios. 2.— Reaccionar de una manera violenta ante ciertas personas y situaciones, sin que la persona sepa por qué. 3.— Tropezar una y mil veces en la misma piedra, y no poder hacer nada para evitarlo. 4.— Tener miedos, temores irracionales y sin sentido, y no poderse librar de ellos: Miedo a viajar en avión, a los perros, a la oscuridad, a los espacios cerrados, etc. 5.— Creer que una persona es buena y todo lo hace bien, aunque mucha gente te demuestre lo contrario. O, al revés, sientes una gran antipatía por una persona que no conoces. 6.— Ser muy sensible a cualquier broma o comentario, aunque sea sin mala intención. 7.— Defender la integración de los magrebíes, gitanos, morenos etc. en la ciudad, y, en cambio oponerse a que vivan en nuestra misma escalera. 8.— Estar convencido de la importancia de la oración, de la soledad y del silencio; quejándose de la falta de tiempo para la relación con Jesucristo, y sin embargo, al llegar a casa poner enseguida la TV sin importar el programa que hagan. 9.— Vivir una ambivalencia de sentimientos de amor y odio, hacia personas tan cercanas como: la pareja, los padres, los hijos o Dios mismo. Estas y otras situaciones puede que nos hagan sentir mal y nos desanimen. Nuestra autoestima puede disminuir cuando nos damos cuenta de que queremos cambiar, pero no podemos aunque lo intentemos una y otra vez. Del mismo modo, nuestra vida espiritual se podría ver afectada y sentirnos muy alejados del Dios bueno que nos ha amado hasta la muerte. Cuándo esta situación se repite a menudo, nos preguntamos ¿Cómo puedo afirmar que creo en el amor de Dios, si me enojo fácilmente y sólo pienso en mi mismo/a? ¿Cómo puedo ser testimonio del Evangelio y del amor de Dios, si soy una persona tan incoherente y llena de defectos? Si hacemos juicios de valor de nuestra forma de vivir sin tener en cuenta la influencia del inconsciente, fácilmente nos sentiremos desdichados, alejados de Dios, con pocas ganas de orar y estar en silencio. Sin embargo, si aceptamos que en nosotros hay un mundo interior desconocido que no controlamos, aceptaremos con más naturalidad que nuestra vida sea “lógicamente” incoherente. Incoherente en el sentido de que existen formas nuestras de actuar que no siempre responden, a razones objetivas, ni a causas claras y demostrables, tal como hemos visto en los ejemplos anteriores. Ello nos puede ayudar a ser más tolerantes y a comprender que las soluciones no siempre son fáciles y evidentes. Características del inconsciente: Para entender mejor lo que acabamos de decir, comentaremos brevemente las características de nuestro mundo inconsciente, con sus leyes propias, y a veces sorprendentes. 1.—El inconsciente siempre intenta liberar tensiones y buscar el máximo de satisfacción, sin tener en cuenta lo que está permitido personal y moralmente. Una persona puede comerse muchos dulces aunque sepa que le hacen daño. 2.— No tiene en cuenta ni el tiempo ni el lugar. En los momentos más inesperados podemos tener sentimientos de ansiedad, de miedo o de celos; sin saber por qué, ni de dónde vienen. Uno de los ejemplos más claros son los sueños, donde se mezclan hechos y experiencias pasadas sin relación alguna entre ellas. 3.— No hay principio de contradicción. Una persona puede amar y odiar a la vez una misma cosa o persona. Ejemplo: admirar a una persona por su coraje y entrega a los demás y rechazarla por ser tímida y antipática. 4.— En nuestro mundo inconsciente no existe la duda, y difícilmente se puede modificar con razonamientos objetivos aquello que internamente se vive como una gran certeza. Podría ser un ejemplo, estar convencido de que Dios no me puede perdonar porque soy una mala persona, aunque me confiese, pida perdón y me hablen de su misericordia. 5.— El inconsciente es indiferente a la realidad externa. Un ejemplo aproximativo sería distraerse y pensar en las vacaciones precisamente en el momento de la consagración de la eucaristía. 6.— En nuestro mundo interno hay muchas experiencias y afectos relacionados con hechos ocurridos hace tiempo, y que la persona no recuerda en absoluto. Pero, a pesar de ello, pueden aflorar repentinamente en la memoria sin que uno sepa cómo ni porqué. Consecuencias que tiene para la vida espiritual reconocer la existencia del inconsciente. Cuando la persona empieza a aceptar que en su interior hay un mundo desconocido que no controla pero que tiene una influencia decisiva en su vida, puede plantearse con más sinceridad y realismo su vida espiritual. Puede, también, ser más lúcida a la hora de tomar decisiones y vivir con más confianza su relación personal con Jesucristo. Entonces la vida, manera ser i actitudes de Jesús se perciben como más vivas, próximas y llenas de sabiduría humana i espiritual. A continuación presentaremos algunos ejemplos concretos de lo que acabamos de decir: - Se hace más fácil aceptar los errores propios y ajenos, sin que se vea afectada la propia autoestima. - Hay un mayor grado de comprensión de las incoherencias humanas, y de la necesidad de no juzgar precipitadamente personas i situaciones sociales. - Cuando la persona acepta sus limitaciones y incoherencias, y se conoce mejor a sí misma, puede entender mejor a los demás, y su amor es más sincero. Descubre la plenitud y sabiduría que encierra el Evangelio, y en especial la invitación a “amar a los demás como a ti mismo”, - El perdón y la reconciliación son más auténticos y realistas. Cuando una persona se siente profundamente herida por otra, no puede mantener una relación normal con ella, aunque haga el propósito de perdonarla y olvidar. Sus sentimientos y emociones se han visto afectados i no los puede modificar fácilmente, aunque quiera. Necesitará tiempo para calmar y aceptar su dolor interno, y curar su herida. Sólo entonces se podrá hablar de perdón y reconciliación sincera y auténtica. - Uno no se escandaliza tan fácilmente cuando da cuenta de que tiene sentimientos negativos hacia los familiares y personas más queridas. Como hemos comentado antes, no es extraño tener sentimientos de amor y odio hacia una misma persona - Las tentaciones humanas y espirituales no son una excepción que acontece sólo alguna vez en la vida. En nuestro mundo mental existen continuas luchas internas entre normas morales y deseos inconfesables que pugnan por salir al exterior y ser satisfechos. No es extraño, pues, que una persona pueda tener fantasías inaceptables, ya sean eróticas, agresivas o destructivas, que aborrece profundamente pero que no logra controlar ni con la razón, ni con la voluntad. - Comprender y aceptar que una persona se sienta alejada de Dios en ciertos momentos de la vida. En la muerte de seres queridos, o en situaciones muy duras, se puede culpar a Dios por lo ocurrido y quejarse amargamente. Incluso llegar a decir: “dejo de creer en Dios, y no iré nunca más a misa”. Esta reacción que podría interpretarse como un menosprecio y un rechazo de Dios, es sana y liberadora en una situación de dolor y de tensión interna, pues ayuda a elaborar el duelo y acercarse a la experiencia pascual de Jesús. Algunas notas para una vida interior y espiritual integrada En este escrito hemos presentado de modo breve y con ejemplos la influencia que ejerce el inconsciente en la vida espiritual cristiana. No es difícil darse cuenta de que una vida psicológica y mental sana es básica para una vida espiritual auténtica. Asimismo, una auténtica vida espiritual es de gran ayuda para el crecimiento y evolución de la persona humana. La relación con Dios y la imagen mental que tenemos de Él no es solo fruto de la catequesis recibida o de las oraciones aprendidas en casa cuando éramos pequeños. Muchas experiencias vividas a lo largo de la vida y que la persona no recuerda, han influido también a la hora de formarse una determinada imagen de Dios, ya sea positiva o negativa. En consecuencia, cuando nos planteamos nuestra plegaria y relación con Dios, no debemos olvidar los sentimientos y luchas internas que hay en nosotros, ni las alegrías y tensiones que la vida diaria nos ofrece. Los sentimientos personales no se pueden cambiar fácilmente con buena voluntad. A lo sumo los podremos ocultar y temporalmente olvidar, pero pueden aflorar de nuevo a la consciencia si no han sido reconocidos y aceptados como tales, sin etiquetas morales previas. Los sentimientos y las emociones, en sí mismas, no son ni buenas ni malas. Son expresión de fuerzas ocultas y deseos personales que hay en nuestro mundo inconsciente. Lo que sí es objeto del juicio moral y religioso es el uso e importancia que les damos, y las consecuencias que se derivan: palabras, gestos, actitudes, hechos. La aceptación del modo de proceder y de funcionar del mundo interior y su influencia en nuestra vida, nos ayudará mucho a no creer que todo lo que sentimos como bueno es positivo y nos viene de Dios. La vida y la realidad humana son mucho más ricas y complejas de lo que la persona siente y vive en un momento dado. La espontaneidad y la sensualidad no pueden ser el centro de nuestro vivir, si no queremos engañarnos y perder la libertad y la sensibilidad hacia los demás. Los sentimientos nos pueden jugar una mala pasada si los separamos de nuestra capacidad de pensar y de razonar. Lo que más ayuda al crecimiento humano y espiritual es la confianza en otra persona con quien compartir lo más significativo de la relación personal con Dios, con los demás y consigo mismo. Sólo una relación llena de confianza y de amistad permite reconocer y aceptar los propios sentimientos, deseos y miedos. La aceptación incondicional por parte de otra persona, que no nos juzga ni castiga, es lo que nos da fuerza para liberarnos de tensiones y miedos. Reconocer la propia pobreza humana y espiritual, con sus limitaciones y infidelidades no es sinónimo de ser una mala persona ni de ser rechazada por Dios sino todo lo contrario, tal y como nos dice el Evangelio. El amor incondicional y gratuito de Dios, más allá de nuestros méritos y pecados, es lo que nos facilita e impulsa a aceptarnos, y aceptar a los demás tal como son, sin descargar en ellos falsas culpas y obligaciones. La vida interior, que todos tenemos, no es sólo un conjunto de fuerzas psíquicas que influyen en nuestra vida, sino también una fuente de creatividad y de imaginación muy notable, inspiradora de artistas, de literatos y de personas sensibles y solidarias. De nuestro mundo interior surgen los deseos de vivir y de amar más sinceros y auténticos, los cuales nos permiten reconocer la presencia amorosa de Dios. Una fe madura tiene que ser cada día más lúcida para no dejarse engañar por el inconsciente personal que responde al principio de placer y mínimo esfuerzo, sin tener en cuenta la realidad. Será a través de la oración, el silencio, y la comprensión de uno mismo y de los demás, que nos conoceremos mejor, y distinguiremos con más claridad lo que son miedos e ilusiones de lo que es la acción salvadora de Dios. Eduard Fonts, psicólogo.