II. Las posiciones doctrinales: La información 1. Los informes de los intendentes Kamen ha mostrado cómo el advenimiento de las reformas administrativas borbónicas coincidió y se desarrolló paralelamente a las necesidades de la guerra de Sucesión (1). Una de esas substanciales reformas fué la creación de las intendencias. La eficacia de más de un siglo de actuación en territorio francés aconsejó su entronización en el aparato gubernativo de Felipe V, tras la implantación de los decretos de la Nueva Planta. Se pretendían crear, deslindados de la figura del corregidor, unos agentes provinciales dotados de agilidad administrativa y con amplias com^etencias, judiciales, policiales, hacendísticas, y como administradores de los ejércitos reales, según correspondía a la práctica política del Antiguo Régimen. Se estructuró la reunión de tan diversas materias con la finalidad de movilizar la lenta e inoperante burocratización de la «res pública» provincial, así como para evitar roces entre distintos (1) Kamen: La Cuena de Sucesión en España: 1700-1715. Madrid, 1974. Y El establecim ^nlo de [os intendtntes en la administración tspañola. Revista Hispánia 1964. Las ordenanzas de 1714 y, sobre todo, las de 1718, desarrollaría las variadas competencias con las que se dotaron a los intendentes. 243 funcionarios. Tal aspiración quedó frecuentemente defraudada, pues los problemas con corregidores, audiencias y cl3anciIlerías no ^fueron escasos. La creación de las intendencias por parte de la dinastía borbónica sentó lás bases del estado iñtervencionista que ^e perseguía para controlar todos lo^ ámbitos de la aetuación territorial: La centralización, la uniformización (2) fué, así, objetivo prioritario. No obstante, tras las reformas de 1749 (3) y de 1766, perdieroñ importancia como fiscalizadores y administradores de,las tropas reales, para especializarse en un papel eséncialmente,espe • ífico del siglo XVIII: instigadores del fomento y propiedad de los puéblos. Eri palabras de Gallardo Fernández: los intendentes era considerados como «los agentes de la felicidad del pueblo» (4). Fueron,^ así, los fvncionarios encargados de impulsar todas las actividades productivas regionales y provinciales, así como las obras públicas y servicios útiles a la comunidad, por ser los máximos responsbles de las cuestiones hacendísticas provinciales. No es extraña la importancia que alcanzaron en la sociedad española dada la necesidad sentida por el Despotismo Ilustrado de transformar el país. Los intendentes eran nombrados por el rey, aunque con la ayuda de otros organismos - Consejo de Hacienda o Secre- (2) Pérez Martín: La institución de los intendentes en la España del sig[o XVIII. Memoriá de licenciatura. U.A.M. Madrid, 1980. Inédita. .(3.) Anes: El Antiguo Régimen: los borbones. Madrid, 1975, págs. 315-317. La ley de 13 de octubre de 17,49 subrayaba 'esos supuestos y posponía sus primitivas funciones en la administración del ejército, dándoles un cariz diferente a los intendentes extranjeros y mostrando las peculiaridades de los intendeñte_s españoles. Por la real cédula de 1766, se separaban los corregi^mientos de las intendencias, debido a los problemas e interferencias que habían óriginado esa unión. En A.H.N. Consejos; leg.: 1843. ( 4) En: Prontuario de intendentes y obligaciones de los intendentes y demíu empleados en la administración dc las rentas reales. Madrid, 1806. ' 244 taría de De^pacho de Hacienda- (5), por un tiempo.no infe-" rior a tres años (6), aunque era'^frecuente que si había existido una gestióft satisfactoria, se les p'rorrogase el mañdato. Su importancia en la aristocrática sociedad del setecientos sé, manifestabá en su preemiñenciá social: eran; tras el presidente de la chancillería o el decano de la audien• ia, la máacima autoridad provincial (7). ^ Fueron escogidos entre personas de sólida formación, cul- . tural o económica, expertos en alguna «ciencia útil» y, desde luego, convencidos ilustrados ($), pues iban a ser lós más férvientes difusores de su doctrina. En sus abundantes informes, las alusiones a filósofos y políticos instigadores del cambio gestado en la sociedad europea fueron constantes. Por ejemplo, en los informes de los intendentes andaluces que recopiló el expediente, eran citados con mucha frecuencia Locke y Rousseau (9), además de los enciclopedistas franceses, como autoridades sobresalientes a la hora de formular la conveniencia de modernizar las obsoletas mentalidades que imperaban en la vida española. Pero, sobre todo, y en aras de esa utilidad pública, mostraron un amplio conocimiento y asimilacióñ de los principáles téóricos de la ^gronomía.y agricultura'eurq-^ pea (10): El intendénte manchego deseaba experimentar en las ( 5) Lalinde Abadía: Los medios personqles de gestión del poder público en la Histo^ia de España. Alcalá de Henares, 1969. Pág. 70. ^ (6).Según las ordenanzas de 1749. Ver Matilla Tascón: La Unica Cont^is bución y el Catastro de Ensenada. Madrid, 1947; pág. 87. (7) Pérez Ivlartín: La institución... Pág. 57. ^ (8) Carande: Estudio pscaio á la publicación de[ Infornu de Olaoide. B.A.H. 1956. Tomo CXXXIX. (9) Sobre todo erá muy evidente la inE)uencia de Rousseau, al que lo presentaban «como el amigo de los hombres». En A.H.N. Consejos, leg.: 1844. También se citaba a Diderot. (10) Sobre todo presentaron las realizaciones de la revolución agrícola en Flandes, Inglaterra y Francia, aunque es perfectamente evidente su pro_ nunciamiento por el modelo inglés. Tull, Muckoll, eran presentados como eminentes agrónomos. EI sistema de los campos cercados ingleses se anheló implantar como solución a la escasa productividad a‚raria. 245- llanuras próximas a Ciudad Real los magníficos resultados de la sembradora inventada por Jethero Tull y las experiencias realizadas por Lord Townshend en sus fincas (11). El propio intendente manchego había diseñado un ambicioso plan de aprovechamiento de las aguas de los ríos Záncara, Jabalón y Azuer, para irrigar y fecundar gran parte de las superficies manchegas. Y el expediente de Ley Agraria proporcionó múltiples noticias del celo desencadenado para lograr una mejor calidad de vida a los habitantes de sus intendencias. Sus habituales desplazamientos por la provincia les pusieron en contacto con los problemas de sus vecinos. Así conocieron la deficiencia de los caminos, las calidades de sus suelos, los rendimientos de sus tierras, los distintos sistemas de explotación agrarios... y ese conocimiento fué su más directo adalid para urgir la reestructuración de las economías provinciales, donde la agricultura ocupaba papel predominante (12). No toda la labor de los intendentes se redujo a informar al gobierno acerca del estado de las cosechas o de posibles soluciones a los problemas agrarios. Con mucha frecuencia, y en cumplimiento de sus reales ordenes de 1718, 1749 y circulares complementarias, emitieron bandos para el fomento de alguna especie determinada. Miguel Bañuelos, intcadente de Burgos en 1768 aconsejaba así a los pueblos de su provincia: «La sequedad general de este año ha perjudicado mucho el experimento de los cáñamos, que obedeciendo gustosa la provincia y la voluntad de Su Majestad, ha hecho con particular esmero... Así pues confio y persuado que se alimenten a la sementera del referido género el próximo año, dejando (11) Ambos en A.H.N. Consejos; leg.: 1844. El informe del intendente de la Mancha en pieza 3a, folios 63 y ss. Y el de Córdoba, folios 33 y ss. (12) El intendente de Salamanca la denominó en 1790 como «la primera de las artes de la humanidad>^. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.534. Lucas Palomeque diseñó un nuevo modelo para repoblar los despoblados provinciales cuando la Junta de Repoblación había desistido ya de la viabilidad de ese repoblamiento, tras varias décadas de infructuosos trabajos. 246 tierras preparadas para esa práctica, pues una vez no hace ejemplar y la constaitcia supera los inconvenientes» (13). En órdenes posteriores reincidió sobre la rentabilidad de propagar la extensión del cáñamo en su provincia: «por lo útil que es a1 cosechero y al estado». También el intendente de Avila, por esas fechas, incitó a la expansión del cultivo de las legumbres en su intendencia: «pues son siempre útil socorro y de mucho alimento en naturalezas flacas y trabajadas» (14). El fin perseguido por la totalidad de los intendentes fué siempre el mismo: lograr la mayor «felicidad» para los habitantes de sus zonas; atendiendo el concepto de felicidad en su acepción, más material, de bienestar. Pensaban que la felicidad individual conseguida por labradores y campesinos, originada por la existencia de unos excedentes agrícolas, repercutiría favorablemente en la prosperidad -y, por tanto, en la felicidad- del país. No es extraño que el intendente de Soria definiese a su provincia, tras una abundante cosecha, como una de las más «felices del reino» (15); no hacía sino explicitar que la ética de la ilustración, conforme a toda la tradición prekantiana, era la de la felicidad (16). Nada había más perfecto para un ilustrado que obtener la felicidad a través de la utilidad pública (17). (13) A.H.N. Consejos; leg.: 489. Año 1768. (14) A.H.N. Consejos; leg.: 1.843. Año 1769. Junto a las legumbres, la expansión del herrén se consideraba muy rentable en la zona de Avila. Existía un insusitado deseo de introducir en España los avances agrícolas de otras zonas. (15) A.H.N. Consejos; leg.: 1840. En 1768 existió una buena cosecha en Soria, tras varios años de esterilidad. El intendente, no obstante, señalaba cómo el acaparamiento de los granos realizado por algunos comerciantes, hizo que esa «felicidad» no fuese completa, ni alcanzase a los vecinos más humildes. (16) Una brillante demostración del economicismo del siglo XVIII, en Aranguren, J.L.: Moral y Sociedad. La mosal española en el siglo XIX. Madrid, 1974. Faure Soulet: Economía po[ítica y progreso en el Siglo d^ las Luces. Madrid, 1974. (17) Bermudo, J.M.: La f:losofía modernay au proyuc^ón contemfio,dnea. Barcelona, 1983. 247 De ahí la importancia para los intendentes de los repartimientos de tierras, tanto en régimen de propiedad como a través de arrendamientos más estables. Si la tierra estaba mejor repartida, el labrador y el campesino podrían producir, sin tantas cortapisas, mayor cantidad de excedentes y, a la postre; ser más felices. La nación, a través del incremento de los fondos de la Real Hacienda, recogía la rentabilidad de esas medidas, y, además, el fisco (18) podía promover las ambiciosas metas del reformismo ministerial. Estas modificaciones no podían hacerse, sin embargo, sin gran cuidado. La vía pacífica de la persuasión al campesino se consideró fundámental para ir introduciendo, gradualmente, una nueva mentalidad en la sociedad rural peninsular. Nada se hizo por la vía revolucionaria; se pensaba que todas las reformas necesitaban un tiempo de adaptación adecuado; ninguna cuestión debía de improvisarse. Antonio Carmona, intendente cordobés, concluyó con estas palabras su informe de 1768: «son numerosas las dificultades para establecer una ley agraria en todo el reino. Es necesario saber que ha de instaurarse globalmente con mucha prudencia, midiendo los pasos que se efectúen para que no puedan ser dañados con posterioridad; nada ha de establecerse con aceleración, nada por la fuerza, hay que convencer al labrador de la utilidad de este empeño» (19). E1 moderanismo y sincretismo para combinar la tradición y la novedad fué constante en sus argumentaciones, como en las de los restantes hombres de la ilustración española (20). Nada más repugnante a los intendentes de Burgos, Ciudad Real (18) Hecho crucial que era el denominador común de todas las reformas de los equipos ilustrados; en Tomás y Valiente: Estudio preliminar al Tratado de [a Rega[ia de la Amortitación del Conde de Campomarees. Madrid, 1975. (19) A.H.N. Consejos; lég.: 1.844, pieza 3a, fols. 34-35. (20) Artola: Estudio preliminar a las Obras de fovellanos, en B.A.E. Tomo III, Madrid, 1955. 248 o Salamanca que mostrar una vía revolucionaria para implantar la reforma. Jovellanos coincidió, años más tarde en su Informe sobre la Ley Agraria, en la prudencia (21), zexagerada?, que todos ellos mostraron. Especial importancia tuvo la campaña desarrollada en orden a valorar el trabajo y a desenmascarar las ancestrales actitudes rentistas de la sociedad española. El trabajo se mostró, en sus informes, como el factor esencial de cuantos intervenían en la producción agraria; algo, por lo demás, perfectamente connatural a toda la sociedad (22) anterior a la revolución agrícola. Criticaron la dejación, la ociosidad, la mendicidad y la menguada jornada laboral de los habitantes de sus intendencias, así como los impedimentos -ideológicos, estamentales, sociales...- que impulsaban, a la contra, el fomento del espíritu de trabajo. Difícil fué mantener ese empeño burgués en una sociedad tan estamentalizada como aquella. Sin embargo, la recuperación de la valoración y estima del trabajo fué central en sus programas, por encima de los etiquetados impuestos por una sociedad todavía con mentalidad medieval. El intendente de Córdoba explicó cómo una de las causas fundamentales de la decadencia agrícola cordobesa «era la holgazanería y ociosidad de sus habitantes, pues los pelentrines y jornaleros no trabajan bien la tierra, consumen demasiado tiempo en discusiones y pasan muchas horas de la jornada en la taberna, gastando demasiado dinero y tiempo» (23). El intendente de Ciudad Real iba aún más allá en su crítica y mostraba el enraizamiento antilaboral de la población española: (21) Su mentalidad conciliadora rechazaba la vía revolucionaria desarrollada en Francia y que no deseaba, en absoluto, instigar aquí. Antes, los intendentes obraron con una prudencia exquisita, conocedores de la fuerza notable de los estamentos superiores decididamente reacios a la reforma. Ver el Informe sobre la Ley Agraria. En Obras de,Jovellanos. Pág. 139. (22) Artola: Antiguo Régimen y Revolución libera[. Madrid, 1983. Pág. 49. (23) Informe de Miguel Arrondo Carmona, 24 de marzo de 1768. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.844, pieza 3a, folios 18-35. 249 «si un labrador tiene dos o tres yuntas, pronto sus hijos no desean sino acogerse a algún empleo ocioso, solicitar alguna ^ apellanía o patronato religioso, o desean ser regidores o alcaldes de sus pueblos; todo menos trabajar la tierra, que es la verdadera fuente de riqueza» (24). Esta actitud de «quietismo laboral» difícilmente se casaba con las motivaciones fisiocráticas que los intendentes mostraron en sus informes. La producción agraria no podía realizarse sino dejando atrás una mentalidad - tan aristocrática como poco productiva- que había acompañado tanto tiempo a la sociedad española. Tanto, que cualquier campesino deseaba copiar ese ideal de vida noble e improductiva que ordenaba el marco social del país. Difícil y ambicioso programa el que se propusieron. Los informes de los intendentes castellanos Los informes de los castellanos, a diferencia de los andaluces, no respondieron a ningún cuestionario previo. Fueron trabajos aislados, sin continuidad temporal, originados para apoyar demandas campesinas o para exponer, en la mayoría de los casos, sus opiniones sobre la organización agrícola de las provincias. Los problemas que denunciaron se podrían sintetizar en dos puntos; el primero, recogía los derivados de la deficiente y escasa distribución de la tierra. El segundo, los originados por unas formas de explotación y unos sistemas de cultivo ina- • decuados. (24) Intendente Juan de Ipiña en 1768. Idem: Las influencias del Tableau Economique de Quesnay son patentes en su informe; los conceptos de esterilidad, las calidades de la tierra manchega, los cuadros realizados a través del estudio de los rendimientos de algunas grandes propiedades... etc., son buena prueba de ese seguimiento teórico de Quesnay. Ver Tab[eau Economique, Barcelona, 1976. Meck: La F•iocracia. Barcelona, 1980. Schumpeter: H•toria del anális• cconómico. Barcelona, 1971. 250 En el primer caso, no debe verse crítica alguna al desigual sistema distributivo imperante, según el cual unos pocos poseían la casi totalidad de las tierras que trabajaban los más. La defensa que hizo el intendente de Zamora del sistema de mayorazgos, demostraba la convicción de perpetuar el entramado amortizador: «la utilidad de los mayora2gos en esta provincia es muy alta, pues dan trabajo y ocupación a los trabajadores, aliviando de la mendicidad y emigración a muchas familias» (25). No existía novedad alguna en eso^ planteamientos -tan filantrópicos como injustos- pero de uso habitual en la estamentalizada sociedad de setecientos. Sin embargo, ciertas palabras de algunos intendentes parecían indicar la conveniencia de innovaciones, aunque todavía sólo eran literaturas. Miguel Bañuelos, intendente de Burgos, se lamentaba así: «compadezco mucho a los labradores de esta provincia porque no tienen tierra propia y son esclavos y miserables renteros de mayorazgos e iglesias» (26). Mayor deseo existió en desamortizar las tierras de propiedad eclesiástica, aunque ninguno se atrevió a explicitarlo como lo habían hecho los campesinos que solicitaban al Consejo. desamortizar las tierras mal aprovechadas de capellanías, cofradías y obras pías (27). Mucho más conscientes de las difi- (25) Informe al Consejo de Castilla en julio de 1770. En A.H.N. Consejos; leg. 1842. (26) Informe enviado apoyando las peticiones de los campesinos burgaleses sobre la dificultad de aplicación, en esa tierra, de las leyes sobre repartimiento de tierras de Propios. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.842. (27) Memorial de los labradores de Ciudad Rodrigo. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.534. En términos parecidos se pronunciaban los labradores de Purchil en 1769 y de Oña en ese mismo año. Todos ellos no van mis allá de solicitar la desamortización de las tierras de Obras Pías e Instituciones benéficas. 251 cultades que implicaban esas ideas, los intendentes ni siquiera consideraron tal posibilidad. Los problemas en las negociaciones con la Santa Sede, suficientemente difíciles (28), no fueron ajenos a su contención. Sin embargo, años más tarde, y por otras circunstancias (29), comenzaron las ventas de bienes eclesiásticos de Manos Muertas. Los intendentes, por tanto, sólo aceptaron la desamortización para las tierras de propiedad comunal y para los baldíos, donde no se chocaba con los poderosos propietarios. Informaron positivamente primero, y después desarrollaron en sus provincias el espíritu que surgió del reparto de las tierras de los Propios extremeños -según real provisión de 2 de mayo de 1766, ampliada después al resto del país- . Muchos de ellos fueron también los primeros en destacar la inviabilidad y precipitación que trajeron consigo esas leyes en numerosos lugares. El intendente de Burgos explicaba la ineficacia de repartir en lotes de 8 fanegas las tierras de Propios de numerosos pueblos burgaleses, dada la pequeñez y el endeudamiento de sus concejos (30). Sin embargo, los informes más abundantes incidieron en los problemas que conllevaban la organización de la tierra mesetaria. Su explotación indirecta originaba una multitud de contratos de arrendamiento que, por su brevedad y por el incremento de las tierras demandadas, acarreaban una notable cantidad de conflictos. Los intendentes supieron mucho de los pro- (28) Tomás y Valiente: El ma^co político de la desamortización en España. Barcelona, 1977. Pág. 31. Olaechea; Política ecúsiástica del gobierno de Fernando VI. En Textoy Estudios de la Cátedsa Fe^oo. Oviedo, 1981. Y las Relaciones hispano^omanas en la segunda mitad del siglo XVIII, Zaragoza, 1965. Dos volúmenes. (29) Herr: La Vente de propietés de Main-morte en Espagne: 1798-1808. Annales, enero 1974. Fueron los problemas fiscales los que indujeron, preferentemente, a la venta. (30) A.H.N. Consejos; leg.: 1.842. Año 1768. Los vecinos habían ido adquiriendo tierra qué todavía pagaban en forma de censos. Muchos pueblos no poseían más allá de 50 fanegas de tierras de Propios labrables. 252 blemas entre agricultores y ganaderos, de los desahucios injustificados, de abusos contractuales, de manipulaciones y pujas para encarecer la tierra..., generalmente se hicieron eco de la protesta campesina y apoyaron, muchas veces, las demandas de los colonos frente a las de los poderosos, siempre que hubiese existido manifiesto abuso de poder, evitando enfrentarse frontalmente con los terratenientes provinciales. Pero siempre se realizaron estos trabajos con extrema cautela, con más dosis de teoría que de práctica, con mínima finalidad social (31) y con machacona preocupación utilitarista. El intendente salmantino apoyó en 1763 las acusaciones que los agricultores hicieron á los ganaderos mesteños y a los grandes arrendatarios (32). Ya se ha visto, también, la encendida defensa que otro intendente posterior, Lucas Palomeque, hizo del campesino charro. Sin embargo, en el plan repoblador presentado al Consejo por el primero de ellos, privó más el concepto utilitario -en orden al incremento de la producciónque los móviles de asentar a nuevos colonos con urgencia de obtener tierras. También el intendente de Toro señaló la necesidad de ampliar la duración de los contratos de arrendamiento, que proporcionasen mayor estabilidad laboral al campesinado. Los numerosos desahucios efectuados allí por el duque de Veragua le llevó a la conclusión de la utilidad de alargar a un mínimo de 10 años los plazos contractuales (33). En parecidos términos se pronunció el intendente de Burgos, relacionando la mayor producción agrícola con el alárgamiento de los contratos: (31) En el sentido de mejorar la condición de las clases rurales más desposeidas. Predomina, en cambio, la preocupación económica en orden a labran más tierra y a producir más. Tomás y Valiente también se pronuncia así en El marco polí^ico... Pág. 16. (32) A.H.N. Consejos; leg.: 1.842, pieza G. El mismo formuló, con gran detalle, los pobladores, yuntas y técnicas necesarias para su puesta en funcionamiento. (33) Informe de 1771. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.840. 253 «pues así los renteros abandonarán el estado de colonización actual, pues aborrecen la labranza que les esclaviza sólo por unos pocos años y les deja en la indigencia a los más, por lo que se muestran con el mínimo trabajo: lo necesario para pagar las rentas y comer, sin intentar hacer progreso ni mejora alguna en la tierra» (34). Pese a la coincidencia de tantos intendentes en la necesidad de alargar los contratos, no fueron capaces de mayores precisiones. Salvo el intendente de Toro, los restantes se escudaron en inefectivas generalizaciones: introducir la enfiteusis, los contratos por una vida..., ni siquiera fueron capaces de proponer una regulación contractual, a pesar de ser considerada por todos como la clave de la organización agraria castellana. Si, pese a la insistencia del Consejo, no fueron estructuradas unas normas marco por los responsables de la «felicidad de los pueblos», ^cómo lograr un corpus legal de alcance nacional? No es difícil adivinar las dificultades del Consejo, del Procurador General y de la Sociedad Económica Matritense para esbozar las líneas fundamentales de una ley Agraria con voluntad de implantación nacional. Es más fácil, así, comprender el por qué de tanta norma aislada, improvisada y escasamente estudiada, que se emitía desde el Consejo, a la par del esfuerzo recopilador logrado en el expediente de Ley Agraria. Había que atender a demasiados frentes y no parecía que hubiese demasiada coincidencia sobre las directrices a seguir. Tampoco hubó aquiescencia en los intendentes castellanos en enmarcar los problemas mesetarios en una Ley Agraria común con el pueblo andaluz. Y no les faltaba razón. Las diferencias de su paisaje agrícola eran tan notables y la estructura laboral tan diferenciada, que se hacía necesario, por ambas par^tes, un esfuerzo asimilador de dudosa efectividad. Así lo comprendió el intendente de Burgos, que mostraba al Consejo los (34) Informe de 1766. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.842. 254 problemas de simplificar variedades geográficas tan contrastadas (35). Y, en un informe del intendente de Zamora en 1768, se abundaba en esa idea de esa manera: «no pueden darse soluciones comunes a tierras diferentes, pues el terrón pobre y mísero de Zamora tiene poco en común con otras tierras castellanas más ricas y mucho menos con las más fértiles de Andalucía» (36). Y, aunque nunca se explicitó, ^se temía que el modelo por el que apostaban algunos intendentes andaluces -empresas en arrendamiento de 50 fanegas- significara una profunda conmoción en la explotación del paisaje agrario parcelado, minifundista en ocasiones? (37). No sería extraño comprender la prevención de los intendentes castellanos ante unas transformaciones de tan imprevisibles consecuencias. Los informes de los intendentes andaluces El origen de los informes de los intendentes andaluces fué una real orden de. 18 de febrero de 1768, que solicitaba respuesta a 7 cuestiones que el Consejo de Castilla juzgaba como las más conflicti^as y comunes a. todo el sur del país. Las preguntas fueron éstas: - Necesidad o no utilidad de prohibir los contratos de subarrendamiento. - Fijar un número de yuntas de labor mínimas por cada empresa agraria. (35) Informe de 1768. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.842. Calificó de error pretender una Ley Agraria única para todo el país, dada la extraordinaria diversidad nacional. (36) Intendente de Zamora. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.841. (37) La gran propiedad era poco si^anificativa en la submeseta norte; donde predominaban las parcelas pequeñas y dispersas -incluso en las tierras señoriales-. Era difícil pretender realizar aquí las concentraciones que aducía Olavide en su informe, de 50 fanegas de tierra. 255 - Delimitar la extensión máxima de tierra que podía poner en cultivo directamente el labrador. - Preguntar si se prefería el elemento secular frente al eclesiástico en los contratos de arrendamiento de tierra. - Delimitar la duración media de los contratos. - C1ariFicar si es aconsejable o improcedente que las rentas de la tierra se perciban siempre en especie. - Cómo era posible transformar los cortijos en pueblos y lugares de habitación. A estas 7 preguntas, que recogían los problemas básicos enunciados por los campesinos en sus memoriales, contestaron todos los intendentes: el de Córdoba, Miguel Arrondo Carmona; el sevillano, Pabro de Olavide; el de Granada, Ignacio Bermúdez; el de Jaén, Pedro Francisco de Pueyo; así como el de Ciudad Real, Juan de Ipiña. Igualmente, se pidió a Francisco de Bruna, decano de la audiencia sevillana, su opinión como profundo conocedor de los contenciosos agrarios regionales. Hay que distinguir, entre ellos, dos clases de infórmes. Los que se limitan a responder escuetamente a las cuestiones planteadas en la encuesta -es el caso de los intendentes de Granada y Jaen-, y los estudios de los restantes intendentes que argumentan sobre la viabilidad de solucionar los problemas allí planteados. Por la trascendencia de su estudio, se tratará aparte el conocido informe de Olavide. Los trabajos de los intendentes de Granada y Jaen son escasamente aprovechables. No añadían demasiada luz a la información del campo de sus provincias. No estaban de acuerdo con los subarriendos, ni tampoco con los contratos cortos de arrendamiento (38). Pensaban que era importante trans- (38) Los contratos eran por 3 años en Granada, y por 4 en Jaen. Pensaban que habían de alargarse hasta los 9 ó 10 años. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.844, pieza 3a. 256 formar los cortijos en pueblos con vida - sin explicar cómoy no estaban de acuerdo en delimitar el número máximo de yuntas por labrador. Su información, en conjunto, fué escasa y pobre su participación en la empresa colectiva de transformar la organización del campo andaluz. Sin embargo, los restantes informes son mucho más interesantes. Los intendentes de Ciudad Real y Córdoba coincidían en la necesidad de prohibir el subarriendo; lo consideraban gravoso para el trabajador que había de acceder a él en condiciones contractuales abusivas (39). El intendente cordobés explicaba un hecho generalizado en su provincia: la cotidiana existencia de dos contratos de subarrendamiento en muchos trabajadores de la tierra. Uno era el legal, el que firmaban las dos partes ante la justicia, y otro era el real, el que verdaderamente surtía efecto y al que se veía abocado, irremediablemente, el campesino. El gran arrendatario se aprovechaba del control efectuado sobre buena parte de la tierra cultivada y obligaba al subarrendatario a iirmar un contrato -del que no se daba cuenta a la justicia-, en donde el trabajador había de pagarle una renta más alta de la estipulada en el contrato legal (40). Que esta situación irregular no era privativa únicamente de Córdoba lo atestiguaron las numerosas protestas de los pelentrines al Consejo (41). El contundente informe de Bruna no dejaba dudas de la amplia extensión de tal práctica en Andalucía. Sugería el decano de la audiencia que (39) Tanto en Andalúcía como en Castilla, las tierras marginales y dehesas de pasto y labor, eran objeto de subarrendamientos con mucha frecuencia. Muchas protestas campesinas hablaban de la dificultad de trabajar bien esas tierras. (40) A.H.N. Consejos; leg.: 1.844, pieza 3a. Denuncia hecha por el intendente de Córdoba en su informe de marzo de 1768. (41) Informe del decano de la audiencia de Sevilla en agosto de 1768. En A.H.N. Consejos; leg:: 1.844, pieza 3a. 257 «Se deben controlar con efectividad todos los contratos secretos de arrendamiento pues anulan el contrato inicial, tenido erróneamente por válido». Este estado de cosas era verdaderamente complicado. Suponía realizar un control de todos los contratos legales -de por sí suficientemente laborioso- y además revisar otros tantos contratos secretos de difícil obtención. Si -como se quejaba Bruna- la audiencia de Sevilla se veía imposibilitada en dirimir los pleitos de la abundante conflictividad rural, pare ^ e difícil suponer que, sin aumentar el material humano de la audiencia, pudierá realizarse este doble trabajo. El subarrendamiento fué considerado nefasto por todos los intendentes andaluces, ya que mermaba el acceso directo del pequeño campesino a la tierra laborable. Para reforzar esta tesis, llegaban abundantes memoriales de campesinos apoyando las ideas de los intendentes. había, en este caso una evidente unidad de criterios sobre la ineficacia del subarrendamiento. La segunda y tercera cuestión planteada en la encuesta era de vital importancia. Se trataba de delimitar cuales eran las proporciones óptimas de las empresas agrarias del sur de España, así como la ayuda técnica adecuada -las yuntas- para realizar el trabajo agrícola. La diferente extensión de las empresas manchegas fué una cuestión de difícil solución para el intendente de Ciudad Real. En la Mancha había una no desdeñable cantidad de pequeños y medianos labradores que coexistían junto con la gran propiedad. Consecuentemente, era difícil poner topes en uno y otro caso. En términos generales la idea que apuntaba el intendente Ipiña era no restringir la capacidad de arrendar tierra de laboreo, sino limitar a dos yuntas de bueyes los medios de tracción de cualquier pequeño 0 ^ mediano trabajador. En su opinión, la unidad básica de explotación agraria estaría en relación a esas dos yuntas de labor. Se consideraban imprescindibles como elementos básicos en la subsistencia familiar de la sociedad manchega. 258 Sin embargo, no había ningún tipo de restricciones (42) para la gran empresa. Ni se ponía tope alguno a la expansión de las grandes haciendas; allí no existían prevenciones en las yuntas de labor utilizadas. Del análisis de su informe parecía deducirse una urgente necesidad de que medianos y pequeños labradores no pudiesen incrementar la capacidad de sus empresas, haciendo así más fácil la vida de los más desposeidos. Sin embargo, esa misma lógica no fué empleada en las grandes haciendas. Aquí, esctidándose en motivaciones generales -«se cultivará mejor la tierra grande y con más facilidad»no se consideró oportuno poner tope alguno al latifundio. Metodológicamente, Ipiña creía en la desigualdad estructural como norma válida de funcionámiento, y no era una excepción dentro de los hombres de la ilustración española. El decano de Sevilla se aproximó bastante a las ideas del intendente manchego. Bruna fué un defensor evidente de la gran explotación rural. En su informe al Consejo de Castilla señaló: «reducir las grandes labores de tierra a pequeñas suertes lo juzgo imposible y no lo hallo conveniente, pues no encuentro en esta provincia un número adecuado de pequeños labradores con dos o cuatro yuntas de labor en quien pueda distribuirse esa tierra» (43). El Consejo conocía este estado de cosas por las abundantes protestas que los campesinos le habían dirigido. Lo curioso era que el decano de la audiencia más importante de Andalucía aceptase la miseria e indigencia de pelentrines y jornaleros como un hecho consustancial a la explotación agraria andaluza. El intendente cordobés sí consideró, en cambio, necesario restringir la capacidad de utilidad de la tierra, tanto si se ex- (42) A.H.N. Consejos; leg.: 1.844, pieza 3a, folios 57 y 58. (43) Palabras del decano de la audiencia de Sevilla. Idem. 259 plotaba directa como indirectamente (44). En el caso de la gran propiedad, el tope válido fué no excederse de 300 fanegas y la ayuda de 72 yuntas de labor. Todo lo que superase esa extensión, había de arrendarse, obligatoriamente, a los pelentrines. Del mismo modo, la capacidad máxima arrendable por individuo la formulaba en 100 fanegas con la ayuda de 24 animales de labor. Los informes de Arrondo Carmona y del asistente de Sevilla son los mejor estructurados y argumentados de todo el expediente de Ley Agraria. El intendente cordobés, como Olavide, pensaba en la urgente necesidad de reformar el campo andaluz; además, ideológicamente ambos estaban bastante próximos y ambos esbozaron soluciones; el cordobés, más timidamente, con más audacia Olavide. A pesar de que en las cuestiones referentes a la explotación de tierras de propiedad particular, Ipiña, Arrondo Carmona y Bruna discreparon en sus planteamientos, hubo coincidencia en todos ellos en la necesidad de roturar y repartir las tierras de Propios y Baldíos. Esos repartos serían proporcionales a la necesidad de tierra de los trabajadores más desposeidos y, sólo si sobrase, se podía pensar en repartirla entre los labradores (45). Todos ellos mostraban el exquisito cuidado que había de ponerse en el reparto para evitar los abusos que se estaban dando. Ipiña, intendente manchego, explicaba cómo se repartieron los Propios y Baldíos de Almagro: «tres labradores hacendados y dos clérigos con nombres falsos y, so pretexto de no poseer nada de tierra, fueron los más beneficiados en ese reparto. Las autoridades les concedieron esa tierra -ignorantes de su argucia- y sólo se aclararon (44) Las consideraciones que hace pensaba que sólo eran válidas para Andalucía, no para Castilla, con notables diferencias en sus suelos, cultivos, y tenencias de la tieira. (45) En A.H.N. Consejos; leg.: 1.534 y leg.: 1.842. 260 los hechos ante la airada y real protesta de los jornaleros y azadoneros del lugar» (46). Los intendentes mostraron, como buenos fisiócratas, su preocupación por lograr una mayor productividad en los campos y conseguir un excedente cerealístico que proporcionase una vida más confortable al labrador. Llevados de esa idea, señalaron, no sin disgusto, el avance del viñedo y del olivar en el sur del país a costa de mermar la expansión del cereal. Este avance era preocupante para su pensamiento fisiocrático, dada la alta valoración que conferían al trigo y a los restantes cereales. En sus informes todos abogaron por el incremento de la producción triguera -«el verdadero oro de la nación» en palabras de Bruna- y la contención de los cultivos no panificables. En sus argumentaciones se mezclaron consideraciones de tipo económico con otras de índole puramente moral, por lo demás tan común a todo el pensamiento ilustrado (47). Las opiniones difirieron, sobre el pago de la renta en especie. El decano de la audiencia era de la opinión de dar libertad al labrador para que la efectuase, en dinero o en frutos, pues pensaba que no era procedente obligar a pagar las rentas de forma fija. El intendente de la Mancha, opinó que la renta debía pagarse según lo estipulado en la Unica Contribución: el 5% de la producción total de la cosecha. El intendente de Córdoba vió peligrosa la tasación obligatoria de la renta en especie ya que había que tener, previamente, cumplida cuenta de las calidades de la tierra; no obstante, se pronunció por la tradición cordobesa del «noveo» donde el colono pagaba al propietario de cada nueve partes, dos, deducido previamente el (46) Informe de Ipiña. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.844. Similar a este desafortunado reparto fué el efectuado en Osuna, Baza, Jerez, Marchena... y tantos otros lugares donde no se repartió la tierra a jornaleros y azadoneros. (47) Aranguren: Moral y soci^dad... Y Faure-Co^let: Economía polít^a... 261 diezmo. Pensó que no era mala esta costumbre y que quizás se podía extender esa renta por todas las tierras de la meseta sur (48). Todos fueron unánimes en la condena de los contratos cortos de arrendamiento, sumándose a las aspiraciones de tantos campesinos castellanos y andaluces. Los intendentes abogaron por institucionar los contratos largos, como medio notable para favorecer el incremento del cultivo agrario. La duración considerada válida, oscilaba entre contratos enfitéuticos o contratos de larga duración; estableciéndose los mínimos en contratos de 10 años. Coincidieron todos en la urgencia e importañcia de ampliar los márgenes contractuales para proporcionar una mayor estabilidad -y un descenso de la conflictividadal trabajador andaluz. Sin embargo, se mostraron todos contrarios a que los^eclesiásticos pudiesen dedicarse por sí mismos, al oficio de agricultor, fuese como propietarios o como arrendatarios, ya que consideraban que era incompatible con su actividad esencial de apostolado. Fueron muy duros y persistentes en mentalizar a los hombres del Consejo de Castilla para que prohibiesen arrendar tierra al elemento eclesiástico, por ser una actividad específica del elemento civil. La coincidencia^de todos los intendentes en este punto, así como los abundantes memoriales de pelentrines andaluces solicitando tal pronunciamiento, dieron una idea de la extensión y del arraigo de esta práctica entre la población eclesiástica (49). Todos coincidieron, también, en la necesidad de reducir (48) A.H.N. Consejos; leg.: 1.844. Olavide y Carmona estaban de acuerdo en establecer ese canon como renta fija de la tierra a pagar al propietario. No obstante, Olavide matizó y, finalmente, se decidió por establecer el octavo de la producción por considerarlo más equitativo para propietarios y colonos. (49) La respuesta del Consejo de Castilla fué la prohibición de arrendar tierra a los clérigos. Resolución de septiembre de 1768. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.842. 262 una buena parte de los cortijos a pueblos. Dejarían así de ser lugares despoblados y escasamente explotados para convertirse en centros activos de poblamiento y de producción. El intendente cordobés consideró necesario estimular a pelentrines y jornaleros para que se construyesén sus casas próximas a las tierras del cortijo, viviendo allí permanentemente. Así, toda la familia ayudaría al cabeza de ella en sus trabajos, estimulándole a la mayor productividad de sus empresas. También se pronunció por una ayuda estatal para la construcción de casas, escuela, iglesia y otros servicios públicos, eximiéndoles de pagar toda clase de impuestos mientras durase el enraizamiento de la familia en el nuevó centro de población. Corroboraron esta misma idea los intendentes de Jaen y Granada. E1 Informe de Olavide E1 fin que persiguió Olavide en su estudio sobre la agricultura andaluza, estaba claramente expuesto en estas palabras de su informe: «yo aspiro a proponer leyes que produciendo por sí mismas, indirectamente y sin violencia el efecto que se desea de abaratar los arrendamientos, proponga y extienda la agricultura, faciliten los medios de mejorarla, aumenten la población útil y la mayor abundancia de granos que traerán consigo una mayor felicidad a los labradores» (50). Una profunda reforma del campo andaluz, se desprendía de estos supuestos. El informe del intendente de Sevilla es el más extenso y matizado de todos los que recopila ^el expediente de Ley Agraria. Sus argumentaciones básicas respondían al más preciso desarrollo ilustrado y fisiocrático -tan presente en la ideología de Olavide- sobre cómo realizar la reforma de la tierra andaluza. También había otras notables influencias en su trabajo: las (50) Olavide enunció un total de 38 leyes para solucionar los problemas• del campo andaluz. 263 de los arbitristas españoles de los siglos XVI y XVII (51), y más especialmente Navarrete, Saavedra, Vázquez y Peralta; aunque ninguno de ellos tuvo una influencia equiparable a las de las doctrinas fisiocráticas. Olavide deseó, fundamentalmente, incrementar el excedente agrario, sobre todo el excedente cerealístico; paralelamente pensó que este incremento iba a incidir en la reducción de los precios de los granos y en su mayor accesibilidad a las clases necesitadas. Fue la idea central en la que fundamentó todas sus proposiciones. Los objetivos básicos contenidos en su famoso informe son sobradamente conocidos; no obstante, no estará de más señalar los más destacables: - Las primeras tierras que pensó habían de repartirse eran las Baldías, las tierras de,Manos Muertas, las de la Compañía de Jesús y los Propios y Comunales. Sólo si fuera necesario acudir a la^ tierras de propiedad particular, éstas serían objeto de reparto, y no en el caso contrario. - La óptima unidad familiar de cultivo la estableció en 50 fanegas. Así, lotes de esa cuantía se repartirían entre pelentrines no poseedores de más de 20 fanegas de tierra arrendada y poseedores de dos pares de yuntas. Como esas tierras concedidas a los pelentrines estaban alejadas de los pueblos, contraían la obligación de hacerse una casa, cerca de las tierras y vivir permanentemente en ellas. Naturalmente había de facilitarse al pelentrín la compra de esas 50 fanegas y, en todo caso, dárselas a censo enfiteútico. - Para paliar la. mala situación de los jornaleros, la solución propuesta era concederles las tierras más cercanas a los pueblos. Con las suertes, de una extensión de 2 fa- (51) Una visión general de los arbitristas españoles puede encontrarse en Elliott, J.H.: Instsospución colectiaay decadencia en España a principios del siglo X VII. En Poder y sociedad en la España de los Austrias. Barcelona, 1982. 264 negas, se les proporcionaría los medios auxiliares para poner en cultivo dichas tierras. - Se estableció el límite máximo que todo propietario podía explotar directamente: 200 fanegas de tierra. Todo lo que sobrepasase esa cuantía había obligatoriamente de arrendarse, en lotes de 50 fanegas, entre los pelentrines del lugar. - Se prohibió el desahucio. Sólo si los arrendatarios no cumplían las condiciones legales era factible desahuciarles. La prohibición del subarrendamiento fué igualmente categórica. - Gran novedad sobre los informes de los intendentes andaluces fué la idea de Olavide de que el pago de los arrendamientos se efectuase siempre en especie. El canon que estableció fue pagar al propietario un octavo del producto total obtenido, deduciendo el diezmo previamente (52). - Las suertes de tierra establecidas como extensiones óptimas de cultivo -las 50 fanegas- no podían ser objeto de división; habían de pasar, sin merma alguna, al primogénito del colono, con las mismas condiciones contractuales que su antecesor. - Los bienes de propiedad eclesiástica se repartían en lotes de 50 fanegas, y ningún eclesiástico podía explotarlas directamente. Se arrendarían obligatoriamente entre los pelentrines del lugar, que habían de abonar el octavo de la producción total. - Para evitar la concentración de propiedades agrarias en manos de especuladores, estableció que no era posible reunir más allá de una única empresa de 50 fanegas, fuesen de baldíos o de particulares. Si por herencia o por (52) Olavide creía que 1/10 de la renta total favorecía al colono; 1/9 empezaba a favorecer al propietario y 1/8 le favorecía claramente; sin embargo, puesto que los arrendamientos que él proponía iban a ser de más de 100 años, se verían favorecidos tanto los colonos como los propietarios por ese sistema. 265 cualquier otro motivo se llegasen a sumar varias empresas agrícolas, el colono, obligatoriamente había de cederlas a otros trabajadores sin tierra. - Pensó que había que respetar los mayorazgos, dados los muchos problemas que su supresión conllevaba. No obstante, conminó a prohibir fundar nuevos mayorazgos desde ese momento; sólo habían de respetarse los ya existentes. - En consecuencia, con todas esas argumentaciones, habían de declararse nulos los arrendamientos hechos hasta 1768. Pensó que era necesario repartir de nuevo todas las tierras de Andalucía según el espíritu de las leyes propuestas en su informe. El trabajo del asistente de Sevilla fué una bonita construcción teórica, dentro del más puro racionalismo propugnando por «las luces», sin embargo, era en exceso teórico y de difícil entronque en la organización del agro andaluz. Los planes de Olavide eran inviables en su puesta en funcionamiento; se olvidaban de la estructura oligárquica imperante. En ese mismo fallo incurrió el entonces presidente del Consejo de Castilla -su amigo Aranda- con las leyes sobre reparto de Propios y Baldíos. No podía esperarse demasiado de unas leyes que, pese a sus indudables buenas intenciones, era muy dudoso que pudiesen llegar a cumplirse, dada las fuertes connotaciones señoriales de una gran parte de los terratenientes, reacios a toda innovación que supusiese la más mínima pérdida de sus rentas y privilegios. Como decía Costa: «no era suficiente la tutela del legislador, necesitaba coadyuvantes en cada pueblo influidos del mismo espíritu que animaban al consejo de Castilla» (53). Y esa no era todavía la situación en lasegunda mitad del siglo XVIII. Era lógico pensar en las grandes dificultades que entraña- (53) Costa: Colectiaismo agrario. En Obras completas. Tomo V, pág. 123. 266 ba realizar la reforma ag'raria y los intendentes no fueron muy conscientes de las notables complicaciones que su realización conllevaba. El plan de Olavide -por ser el más completohabía de traer consigo muchos problemas en su puesta en funcionamiento. Y Olavide, no repáró demasiado en ellos. zCómo dividir y repartir esos lotes «óptimos» de 50 fanegas?, zcómo transformar los latifundios y baldíos andaluces en empresas agrarias de dimensiones medias y vigorosas productoras de excedentes agrarios?, ^cómo resolver la negativa forzosa de muchos propietarios ante estas peticiones? Se necesitaba, primero, un generalizado espíritu reformista entre la clase terrateniente -espírit ^ poco frecuente- y segundo, una legión de técnicos para poder realizar esos planes. Poco podía hacer la sola fuerza de la ley, si esas premisas no eran posible. Los trabajos de los intendentes y, particularmente el de Olavide, estaban condenados al fracaso. Sin embargo, su programa teórico fue válido como ideario. Había que repartir más proporcionalmente la tierra, si se quería cultivar mejor el paisaje agrario. Paralelamente, al existir una mayor oferta de tierras accesibles, no sería tan acuciante la presión de la demanda. De este modo, se incidía sobre dos graves problemas: lograr una mayor productividad agraria y frenar el alza de los precios en los arrendamientos. No era una novedad cifrar en 50 fanegas el óptimo cultivable por labrador. En variadas ocasiones, muchos pelentrines de toda Andalucía habían solicitado esas fanegas como modelo adecuado para la explotación agraria (54). Labradores de Jerez, Salamanca, Ciudad Rodrigo... abogaron por esas dimensiones para sus heredades. La gran novedad del planteamiento de Olavide fué que las rentas habían de pagarse al pro- (54) Los labradores salmantinos la denominaban ^^congrua dotación del labradon>. Los diputados de Jerez, también se pronunciaban por esas 50 fanegas para sus empresas agrarias; pelentrines de Marchena coincidían también en esos deseos. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.534 y 1.844. 267 pietario en especie, fijándose el canon de producción en una octava parte del producto total. Se trataba, así, de eliminar a los prestamistas, tan gravosos a la economía campesina, y de estimular, paralelamente, la creatividad y el celo del trabajador. Otra novedad, no totalmente suya, pero que tenía la virtud de recoger una aspiración universal del campesinado, fué la de fijar los arrendamientos con márgenes temporales muy amplios: de 100 años como mínimo. Se perseguía así estabilizar el labriego y a su familia y olvidar los innumerables problemas que conllevaban los contratos cortos de arrendamiento. El informe de Olavide fué un modelo de buenas intenciones y de culto a las ideas ilustradas. Por la envergadura de su trabajo hizo posible que se silenciaran, a efectos oficiales, los no desdeñables trabajos de otros intendentes; es lo que acaeció con el meritorio informe del intendente Arrondo Carmona. El dictamen favorable del Procurador General del Reino (55), encumbró el trabajo de Olavide casi como un único arquetipo en la transformación agraria del sur de España. A pesar de las alabanzas de varios miembros del Consejo de Castilla y de que Saenz de Pedroso consideró necesario implantar en Andalucía las ideas desarrolladas por Olavide, las azarosas circunstancia de su vida (56), sus intrigas y sobre todo, sus problemas con la Inquisición, imposibilitaron realizar las ideas aprovechables existentes en su informe al Consejo. (55) El Procurador General fué el encargado de recopilar todo el material y realizar posteriormente su informe. Saenz de Pedroso estaba totalmente de acuerdo con las ideas de Olavide y recomendó al Consejo que se pusiesen pronto en^funcionamiento. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.844. (56) Defourneaux: Pablo de Olaaide ou 1'afrancesado. (1725-1803). París, 1933. En 1769, un año después de su informe, fué acusado por la Inquisición; se declararon sus actividades poco ortodoxas y adecuadas. Se le procesó en 1778, con condena posterior, y se le expulsó del país definitivamente. Sin embargo, poco antes de su muerte en 1802, regresó a España. 268