pdf La profesionalidad en el teatro para niños / Juan de la Cruz

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COMUNICACIONES:
LA PROFESIONALIDAD EN EL TEATRO PARA NIÑOS
JuandelaCRUZBALLESTER
No podemos considerar profesionalidad en el teatro para niños el solo hecho
de unos profesionales del teatro, por circunstancias a veces ajenas a su voluntad,
escriben o representan para niños.
La profesionalidad en este terreno precisa de una especializaron, de un profundo conocimiento del pequeño espectador y de una larga experiencia de los efectos y causas de las reacciones emotivas que activan el interés del niño.
La máxima profesionalidad la necesita el autor, ya que del contexto de la obra
depende en gran parte la actitud del actor frente al niño.
Es absurdo e improcedente saber ver al niño solamente a través de su condición de escolar o entre tiovivo y aparatos de feria y por consecuencia limitar su
teatro a actores que imitan los muñecos desenvolviéndose en argumentos absurdos
y carentes de valores humanos.
Es primordial poner una particular atención a la edad del niño espectador de
teatro. Es evidente que para poder seguir una línea argumental y mantener la atención en una representación de teatro (no podemos dar el nombre de teatro a una
sucesión de escenas de payasos más o menos enlazadas por unos personajes) el niño
debe estar ya en uso de razón. Por otra parte, para conseguir una homogeneidad del
público, no podemos alargar la edad del período hasta después de la pubertad, edad
en la que las motivaciones sexuales absorben casi por completo, al individuo o por lo
menos se convierten en su principal centro de atención. La pubertad es la división
más taxativa de la vida del hombre. Es una casi metamorfosis en la que se pasa de
niño a hombre, la única división entre dos estadios psíquicos, marcada por un cam-
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bio fisiológico. De ello podemos deducir que la adolescencia es puramente un
período especulativo o de aprendizaje y quererla unir con la infancia es tan absurdo
como improcedente.
Como conclusión, vemos que la edad del niño espectador va de los 6 ó 7 años
alos 12ó 13años, como es natural condicionado al individuo en particular y al sexo.
Sentada esta base, nos preguntamos de algunos autores. ¿Se atreverían a contar de viva voz, a niños de 9 ó 10 años, los argumentos que escriben para el teatro,
esperando que le prestasen atención?.
El niño espera y merece algo más de sus espectáculos. Su naciente humanismo,
quiere y necesita verlo reflejado en los personajes y los argumentos que se le dedican.
Cuando en su espectáculo no encuentra más que monigotes "Artísticos" o unos
personajes empeñados en enseñarle materias escolares, busca el argumento humano
y los personajes vivos en los espectáculos de los mayores y en ellos vierte su atención y su motividad. Casi me atrevería a decir que la razón está de su parte, cuando
desprecia los espectáculos llamados infantiles y busca la forma de introducirse en los
espectáculos de los adultos.
La profesionalidad en el teatro está dividida entre autores, directores, actores,
críticos. Cada uno a su nivel precisa de la especializaron y no extrañe que cite
también a los críticos, porque el desconocimiento y la ignorancia de la crítica en
este campo, puede desviar el teatro hacia tendencias y formas impropias, que
aunque gusten a los críticos no gusten ni sean convenientes para el niño. Por otra
parte, autores y directores procuran siempre ajustarse a las opiniones de la crítica,
para que esta no le sea adversa. Entre los centenares de representaciones de teatro
para niños que he presenciado hevisto obras que la crítica ha puesto en las nubes y que
los niños que se levantaban en gran cantidad durante la representación para marcharse, eran obligados a sentarse de nuevo y en contra, obras en las que los niños (y
críticos) lo pasaban a lo grande y al día siguiente leer en la prensa una crítica completamente adversa.
LA PROFESIONALIDAD DEL AUTOR
El autor inexperto, utiliza tramas arguméntales con movimiento pero sin
acción argumental de contenido humano. Suple su inexperiencia llenando los textos
de antiestéticos diminutivos y haciendo que los personajes se dirijan continuamente
al público, para hacer innecesariasexplicacioneso preguntas absurdas, como si de una
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sesión de payasos se tratara. Confunden la participación activa del niño a través de
la emotividad creada por el argumento con la participación física del grito provocado
por una pregunta de un actor al público o haciéndoles cantar o palmotear. Todo ello
son formas extra escénicas y casi podríamos llamarles pobres recursos para conseguir
que el niño atienda la acción que se desarrolla en el escenario.
Sin olvidar la edad de los niños a los que dedicamos el teatro, sabemos que al
niño no le gusta que lo traten de "peque", aunque para nosotros resulta una palabra
cariñosa, para él es una palabra de desprecio. A la edad que nos ocupa, empieza ya a
sentirse mayor y el tono ramplón le suena a falsedad e inconscientemente se siente
ofendido por ser tratado como a un niño de edad inferior a la suya.
El autor experimentado sabe que lo que necesita son argumentos, que dentro
de una fantasía realista, contengan un humanismo emotivo al que se pueda entregar
el niño sin reservas.
EL ACTOR
El actor que se enfrenta por primera vez con un público infantil, tiende a infravalorar la inteligencia y la capacidad de comprensión del niño y habla desde el escenario como hablaría a un hijo de la vecina de 2 a 3 años de edad. Cayendo en este
error, declama con voz fingida, con ademanes exagerados, moviéndose como un
muñeco y avanzando continuamente hasta el proscenio para hablar más de cerca y
directamente al niño sentado en la butaca. Aparte de la dudosa calidad artística de
esta forma de actuar, haciéndolo así falsea el personaje y la acción escénica, dividiendo su actuación entre la personalidad del personaje y la del mentor del niño.
Lo que ignora el que actúa así es que las reacciones del público infantil son
distintas del público adulto. Mejor aplaudirá un triunfo del protagonista en la escena,
que la buena actuación de un actor. Su aplauso, o aceptación con entusiasmo, es
muchas veces el silencio, el absoluto silencio en el patio de butacas, que indica la
gran atención que están prestando a la representación.
El pequeño espectador atiende con más atención e interés a una acción argumental emotiva, que a unos personajes que con disfraces grotescos van dando saltos
y corriendo de un lado'para otro del escenario, para decir una frase en cada esquina
del escenario.
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EL DIRECTOR
El Director, que es el que ha de aplicar el texto al escenario, no puede estar
más pendiente de una crítica subjetiva, que de lo que el niño realmente quiere y le
gusta y que normalmente ignora el crítico.
Algunos directores tienen tendencia a escoger obras en las que no se dice nada
ni pasa casi nada, para poder tener amplia libertad en el montaje y poder mover los
personajes a su antojo, sin tenerse que sujetar a unas posiciones dadas por el argumento. No cabe duda que la labor de un director es más agradable y más fácil; pero pocas
veces son estas las obras que gustan e interesan al niño.
En los figurines y decorados no puede desbordarse la fantasía hasta el punto
de que sea necesario explicar al espectador lo que representa aquél vestido o cierto
decorado, ni tan solo que necesite hacer un esfuerzo mental para comprenderlo.
Vestuario y decoración son accesorios de ambientación y todo esfuerzo que precise
hacer el niño para su comprensión, crea centros de atención que le distraen de la
acción escénica.
EL CRITICO
Lo peor del caso es que el profesional no puede enfrentarse con la crítica y
con los adultos, poniéndose del lado de las preferencias del niño, sin exponerse a
arruinar su carrera. Por condicionamiento el crítico es el juez, el que dictamina si
está bien o mal y el adulto el que paga la entrada o lleva al niño al teatro y su apreciación depende también en gran parte de la crítica. De aquí viene la necesidad de
críticos especializados en el teatro para niños, que sepan y conozcan lo que realmente conviene y gusta al niño.
El verdadero lastre profesional que tiene el teatro para niños son los actores
frustrados, los profesionales que se dedican a este tipo de teatro por falta de contrata
para otra cosa. Se refugian en el teatro para niños en espera de mejor ocasión o como
último recurso. Poco podemos esperar de estos profesionales, que en su mayoría
entienden este teatro como un subproducto y como tal lo tratan.
Otros son los principiantes o aspirantes a profesionales: autores, directores,
actores, que ven en el teatro para niños una oportunidad para entrar en el mundo del
teatro, en espera de la más pequeña oportunidad para dejarlo.
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Estos son los que hacen más caso de la crítica y sin duda alguna sacrificarán
siempre los intereses del niño para agradar y dar la razón a la crítica.
Todo ello y absurdos paternalismos, junto con pretensiones didácticas tan
improcedentes como ineficaces, desvirtúan muchas veces el teatro para niños,
reduciéndole algunas veces a representaciones de textos insípidos, salvados con
movimientos que parecen de ballet y preguntando "sis" o "nos" continuamente al
público.
No debe engañarnos la posición del niño en la sala, con corrección y curiosidad ante la primera representación de teatro que ve. En estas condiciones llega a
atender cualquier obra. Lo que necesitamos hacer es un teatro que invite al niño a
volver a asistir a otra representación, que sea él que lleve a los adultos al teatro, sin
necesidad de que sean los adultos que le lleven a él y no siempre de buena gana.
El niño quiere que desde el escenario le contemos algo que a él le interese y
con toda certeza no le gustan aquellas obras en las que durante la representación, de
palabra o de hecho le recordemos continuamente su condición de niño.
Esto es en resumenlo que debe saber el profesional del teatro para niños.
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