Obras Completas de Sta Teresa de Jesús

Anuncio
Monte Carmelo. Obras completas de Santa Teresa de Jesús
Santa·Teresa·de·Jesús
Edición crítica preparada por Tomás Álvarez
© Monte Carmelo
■
LIBRO DE LA VIDA (500 Kb)
■
CAMINO DE PERFECCIÓN (244 Kb)
■
■
CASTILLO INTERIOR O LAS MORADAS (256
Kb)
LAS FUNDACIONES (332 Kb)
■
RELACIONES (120 Kb)
■
CONCEPTOS DEL AMOR DE DIOS (76 Kb)
■
EXCLAMACIONES DEL ALMA A DIOS (44 Kb)
■
CONSTITUCIONES (-- Kb)
■
MODO DE VISITAR LOS CONVENTOS (-- Kb)
■
POESÍAS (-- Kb)
■
ESCRITOS MENORES (48 Kb)
■
CARTAS (-- Kb)
Escritos en formato PDF
Textos en formato PDF. Para descargarlos en
tu ordenador, pulsa sobre los títulos. Es
necesario tener instalado Acrobat Reader, que
puedes bajarlo gratuitamente pulsando aquí.
Esconder este mensaje
http://www.montecarmelo.com/fondos/teresa/visor.html [20/08/2001 12:31:10 p.m.]
LIBRO DE LA VIDA
INTRODUCCIÓN
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
En que trata cómo comenzó el Señor a despertar esta alma en su
niñez a cosas virtuosas, y la ayuda que es para esto serlo los
padres.
CAPÍTULO 2
Trata cómo fue perdiendo estas virtudes y lo que importa en la
niñez tratar con personas virtuosas.
CAPÍTULO 3
En que trata cómo fue parte la buena compañía para tornar a
despertar sus deseos, y por qué manera comenzó el Señor a darla
alguna luz del engaño que había traído.
CAPÍTULO 4
Dice cómo la ayudó el Señor para forzarse a sí misma para tomar
hábito, y las muchas enfermedades que Su Majestad la comenzó a
dar.
CAPÍTULO 5
Prosigue en las grandes enfermedades que tuvo y la paciencia que
el Señor le dio en ellas, y cómo saca de los males bienes, según se
verá en una cosa que le acaeció en este lugar que se fue a curar.
CAPÍTULO 6
Trata de lo mucho que debió al Señor en darle conformidad con tan
grandes trabajos, y cómo tomó por medianero y abogado al glorioso
San José, y lo mucho que le aprovechó.
CAPÍTULO 7
Trata por los términos que fue perdiendo las mercedes que el Señor
le había hecho, y cuán perdida vida comenzó a tener. -. Dice los
daños que hay en noser muy encerrados los monasterios de
monjas.
CAPÍTULO 8
Trata del gran bien que le hizo no se apartar del todo de la oración
para no perder el alma, y cuán excelente remedio es para ganar lo
perdido. - Persuade a que todos la tengan.- Dice cómo es tan gran
ganancia y que, aunque la tornen a dejar, es gran bien usar algún
tiempo de tan gran bien.
CAPÍTULO 9
Trata por qué términos comenzó el Señor a despertar su alma y
darla luz en tan grandes tinieblas y a fortalecer sus virtudes para no
ofenderle.
CAPÍTULO 10
Comienza a declarar las mercedes que el Señor la hacía en la
oración, y en lo que nos podemos nosotros ayudar, y lo mucho que
importa que entendamos las mercedes que el Señor nos hace. Pide a quien esto envía que de aquí adelante sea secreto lo que
escribiere, pues la mandan diga tan particularmente las mercedes
que la hace el Señor.
CAPÍTULO 11
Dice en qué está la falta de no amara Dios con perfección en breve
tiempo. - Comienza a declarar, por una comparación que pone,
cuatro grados de oración. -Va tratando aquí del primero. - Es muy
provechoso para los que comienzan y para los que no tienen gustos
en la oración.
CAPÍTULO 12
Prosigue en este primer estado. - Dice hasta dónde podemos llegar
con el favor de Dios por nosotros mismos, y el daño que es querer,
hasta que el Señor lo haga, subir el espíritu a cosas sobrenaturales.
CAPÍTULO 13
Prosigue en este primer estado y pone avisos paraalgunas
tentaciones que el demonio suele poner algunas veces. - Da
avisospara ellas. - Es muy provechoso.
CAPÍTULO 14
Comienza a declarar el segundo grado de oración, que es ya dar el
Señor al alma a sentir gustos más particulares.- Decláralo para dar
a entender cómo son ya sobrenaturales.- Es harto de notar.
CAPÍTULO 15
Prosigue en la misma materia y da algunos avisos de cómo se han
de haber en esta oración de quietud. – Trata de cómo hay muchas
almas que lleguen a tener esta oración y pocas que pasen adelante.
- Son muy necesarias y provechosas las cosas que aquí se tocan.
CAPÍTULO 16
Trata tercer grado de oración, y va declarando cosas muy subidas,
y lo que puede el alma que llega aquí, y los efectos que hacen
estas mercedes tan grandes del Señor. - Es muy para levantar el
espíritu en alabanzas de Dios y para gran consuelo de quien llegare
aquí.
CAPÍTULO 17
Prosigue en la misma materia de declarar este tercer grado de
oración. - Acaba de declarar los efectos que hace. -Dice el daño
que aquí hace la imaginación y memoria.
CAPÍTULO 18
En que trata del cuarto grado de oración. *- Comienza a declarar
por excelente manera la gran dignidad en que el Señor pone al
alma que está en este estado. - Es para animar mucho a los que
tratan oración, para que se esfuercen a llegara tan alto estado, pues
se puede alcanzar en la tierra, aunque no por merecerlo, sino por la
bondad del Señor. - Léase con advertencia, porque se declara por
muy delicado modo y tiene cosas mucho de notar.
CAPÍTULO 19
Prosigue en la misma materia. - Comienza a declararlos efectos que
hace en el alma este grado de oración. – Persuade mucho a que no
tornen atrás, aunque después de esta merced tornen a caer, ni
dejen la oración. - Dice los daños que vendrán de no hacer esto. Es mucho de notar y de gran consolación para los flacos y
pecadores.
CAPÍTULO 20
En que trata la diferencia que hay de unión a arrobamiento. Declara qué cosa es arrobamiento, y dice algo del bien que tiene el
alma que el Señor por su bondad llega a él.- Dice los efectos que
hace. - Es de mucha admiración.
CAPÍTULO 21
Prosigue y acaba este postrer grado de oración.* - Dice lo que
siente el alma que está en él de tornara vivir en el mundo, y de la
luz que la da el Señor de los engaños de él. - Tiene buena doctrina.
CAPÍTULO 22
En que trata cuán seguro camino es para los contemplativos no
levantar el espíritu a cosas altas si el Señor no le levanta, y cómo
ha de ser el medio para la más subida contemplación la Humanidad
de Cristo. - Dice de un engaño en que ella estuvo un tiempo. - Es
muy provechoso este capítulo. *
CAPÍTULO 23
En que torna a tratar del discurso de su vida, y cómo comenzó a
tratar de más perfección, y porqué medios. - Es provechoso para las
personas que tratan de gobernar almas que tienen oración saber
cómo se han de haber en los principios, y el provecho que le hizo
saberla llevar. *
CAPÍTULO 24
Prosigue en lo comenzado, y dice cómo fue aprovechándose su
alma después que comenzó a obedecer, y lo poco que le
aprovechaba el resistir las mercedes de Dios, y cómo Su Majestad
se las iba dando más cumplidas.
CAPÍTULO 25
En que trata el modo y manera cómo se entienden estas hablas que
hace Dios al alma sin oírse, y de algunos engaños que puede haber
en ello, y en qué se conocerá cuándo lo es. - Es de mucho
provecho para quien se viere en este grado de oración, porque se
declara muy bien, y de harta doctrina.*
CAPÍTULO 26
Prosigue en la misma materia. - Va declarando y diciendo cosas
que le han acaecido, que la hacían perder el temor y afirmar que
era buen espíritu el que la hablaba.
CAPÍTULO 27
En que trata otro modo con que enseña el Señor al alma y sin
hablarla la da a entender su voluntad por una manera admirable. Trata también de declarar una visión y gran merced que la hizo el
Señor no imaginaria. - Es mucho de notar este capítulo. *
CAPÍTULO 28
En que trata las grandes mercedes que la hizo el Señor y cómo le
apareció la primera vez. – Declara qué es visión imaginaria. - Dice
los grandes efectos yseñales que deja cuando es de Dios. - Es muy
provechosocapítulo y mucho de notar. *
CAPÍTULO 29
Prosigue en lo comenzado y dice algunas mercedes grandes que la
hizo el Señor y las cosas que Su Majestad la decía para asegurarla
y para que respondiese a los que la contradecían.*
CAPÍTULO 30
Torna a contar el discurso de su vida y cómo remedió el Señor
mucho de sus trabajos con traer al lugar adonde estaba el santo
Fray Pedro de Alcántara, de la orden del glorioso San Francisco. Trata de grandes tentaciones y trabajos interiores que pasaba
algunas veces.
CAPÍTULO 31
Trata de algunas tentaciones exteriores y representaciones que la
hacía el demonio, y tormentos que la daba. – Trata también algunas
cosas harto buenas para aviso de personas que van camino de
perfección. *
CAPÍTULO 32 *
En que trata cómo quiso el Señor ponerla en espíritu en un lugar del
infierno que tenía por sus pecados merecido. - Cuenta una cifra de
lo que allí se lo representó para lo que fue. - Comienza a tratar la
manera y modo cómo se fundó el monasterio, adonde ahora está,
de San José.
CAPÍTULO 33
Procede en la misma materia de la fundación del glorioso San José.
- Dice cómo le mandaron que no entendiese en ella y el tiempo que
lo dejó y algunos trabajos que tuvo, y cómo la consolaba en ellos el
Señor.
CAPÍTULO 34
Trata cómo en este tiempo convino que se ausentase de este lugar.
- Dice la causa y cómo la mandó ir su prelado para consuelo de una
señora muy principal que estaba muy afligida.- Comienza a tratar lo
que allá le sucedió y la gran merced que el Señor la hizo de ser
medio para que Su Majestad despertase a una persona muy
principal para servirle muy de veras, y que ella tuviese favor y
amparo después en él. - Es mucho de notar.
CAPÍTULO 35
Prosigue en la misma materia de la fundación de esta casa de
nuestro glorioso Padre San José. - Dice por los términos que
ordenó el Señor viniese a guardarse en ella la santa pobreza, y la
causa por qué se vino de con aquella señora que estaba, y otras
algunas cosas que le sucedieron.
CAPÍTULO 36
Prosigue en la materia comenzada y dice cómo se acabó de
concluir y se fundó este monasterio del glorioso San José y las
grandes contradicciones y persecuciones que después de tomar
hábito las religiosas hubo, y los grandes trabajos y tentaciones que
ella pasó, y cómo de todo la sacó el Señor con victoria y en gloria y
alabanza suya.
CAPÍTULO 37 *.
Trata de los efectos que le quedaban cuando el Señor le había
hecho alguna merced. - Junta con esto harto buena doctrina.- Dice
cómo se ha de procurar y tener en mucho ganar algún grado más
de gloria, y que por ningún trabajo dejemos bienes que son
perpetuos.
CAPÍTULO 38
En que trata de algunas grandes mercedes que el Señor la hizo, así
en mostrarle algunos secretos del cielo, como otras grandes
visiones y revelaciones que Su Majestad tuvo por bien viese. -. Dice
los efectos con que la dejaban y el gran aprovechamiento que
quedaba en su alma.
CAPÍTULO 39
Prosigue en la misma materia de decir las grandes mercedes que le
ha hecho el Señor. - Trata de cómo le prometió de hacer por las
personas que ella le pidiese. – Dice algunas cosas señaladas en
que le ha hecho Su Majestad este favor.
CAPÍTULO 40
Prosigue en la misma materia de decir las grandes mercedes que el
Señor la ha hecho. - De algunas se puede tomar harto buena
doctrina, que éste ha sido, según ha dicho, su principal intento,
después de obedecer: poner las que son para provecho de las
almas. - Con este capítulo se acaba el discurso de su vida que
escribió. - Sea para gloria del Señor, amén.
EPÍLOGO
------------------------------------------------------------------------
PRÓLOGO
JHS
1. Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia
para que escriba el modo de oración y las mercedes que el Señor
me ha hecho, me la dieran para que muy por menudo y con claridad
dijera mis grandes pecados y ruin vida. Diérame gran consuelo.
Mas no han querido, antes atádome mucho en este caso. Y por
esto pido, por amor del Señor, tenga delante de los ojos quien este
discurso de mi vida leyere, que ha sido tan ruin que no he hallado
santo de los que se tornaron a Dios con quien me consolar. Porque
considero que, después que el Señor los llamaba, no le tornaban a
ofender. Yo no sólo tornaba a ser peor, sino que parece traía
estudio a resistir las mercedes que Su Majestad me hacía, como
quien se veía obligada a servir más y entendía de sí no podía pagar
lo menos de lo que debía.
2. Sea bendito por siempre, que tanto me esperó, a quien con todo
mi corazón suplico me dé gracia para que con toda claridad y
verdad yo haga esta relación que mis confesores me mandan (y
aun el Señor sé yo lo quiere muchos días ha, sino que yo no me he
atrevido) y que sea para gloria y alabanza suya y para quede aquí
adelante, conociéndome ellos mejor, ayuden a mi flaqueza para que
pueda servir algo de lo que debo al Señor, a quien siemprealaben
todas las cosas, amén.
CAPÍTULO 1
En que trata cómo comenzó el Señor a despertar esta alma en su
niñez a cosas virtuosas, y la ayuda que es para esto serlo los
padres.
1. El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo
no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena.
Era mi padre aficionado a leer buenos libros y así los tenía de
romance para que leyesen sus hijos. Esto, con el cuidado que mi
madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de
nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme de
edad, a mi parecer, de seis o siete años. Ayudábame no ver en mis
padres favor sino para la virtud. Tenían muchas.
Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad
con los enfermos y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo
acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piedad, y
estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como
a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir de
piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar.
Muy honesto en gran manera.
2. Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con
grandes enfermedades. Grandísima honestidad. Con ser de harta
hermosura, jamás se entendió que diese ocasión a que ella hacía
caso de ella, porque con morir de treinta y tres años, ya su traje era
como de persona de mucha edad. Muy apacible y de harto
entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el tiempo
que vivió. Murió muy cristianamente.
3. Eramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a
sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo,
aunque era la más querida de mi padre. Y antes que comenzase a
ofender a Dios, parece tenía alguna razón; porque yo he lástima
cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor me
había dado y cuán mal me supe aprovechar de ellas.
4. Pues mis hermanos ninguna cosa me desayudaban a servir a
Dios. Tenía uno casi de mi edad, juntábamonos entrambos a leer
vidas de Santos, que era el que yo más quería, aunque a todos
tenía gran amor y ellos a mí. Como veía los martirios que por Dios
las santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar
de Dios y deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo
entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes
bienes que leía haber en el cielo, y juntábame con este mi hermano
a tratar qué medio habría para esto. Concertábamos irnos a tierra
de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá nos
descabezasen. Y paréceme que nos daba el Señor ánimo en tan
tierna edad, si viéramos algún medio, sino que el tener padres nos
parecía el mayor embarazo.
Espantábanos mucho el decir que pena y gloria era para siempre,
en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto
y gustábamos de decir muchas veces: ¡para siempre, siempre,
siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me
quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad.
5. De que vi que era imposible ir a donde me matasen por Dios,
ordenábamos ser ermitaños; y en una huerta que había en casa
procurábamos, como podíamos, hacer ermitas, poniendo unas
pedrecillas que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en
nada para nuestro deseo; que ahora me pone devoción ver cómo
me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa.
6. Hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad
para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario,
de que mi madre era muy devota, y así nos hacía serlo. Gustaba
mucho, cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios, como
que éramos monjas, y yo me parece deseaba serlo, aunque no
tanto como las cosas que he dicho.
7. Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de
doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que
había perdido, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y
supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que,
aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque
conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he
encomendado a ella y, en fin, me ha tornado a sí.
Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado
entera en los buenos deseos que comencé.
8. ¡Oh Señor mío!, pues parece tenéis determinado que me salve,
plega a Vuestra Majestad sea así; y de hacerme tantasmercedes
como me habéis hecho, ¿no tuvierais por bien -no por mi ganancia,
sino por vuestro acatamiento- que no se ensuciara tanto posada
adonde tan continuo habíais de morar? Fatígame, Señor, aun decir
esto, porque sé que fue mía toda la culpa; porque no me parece os
quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad no fuera
toda vuestra.
Cuando voy a quejarme de mis padres, tampoco puedo, porque no
veía en ellos sino todo bien y cuidado de mi bien.
Pues pasando de esta edad, que comencé a entender las gracias
de naturaleza que el Señor me había dado, que según decían eran
muchas, cuando por ellas le había de dar gracias, de todas me
comencé a ayudar para ofenderle, como ahora diré.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 2
Trata cómo fue perdiendo estas virtudes y lo que importa en la
niñez tratar con personas virtuosas.
1. Paréceme que comenzó a hacerme mucho daño lo que ahora
diré. Considero algunas veces cuán mal lo hacen los padres que no
procuran que vean sus hijos siempre cosas de virtud de todas
maneras; porque, con serlo tanto mi madre como he dicho, de lo
bueno no tomé tanto en llegando a uso de razón, ni casi nada, y lo
malo me dañó mucho. Era aficionada a libros de caballerías y no
tan mal tomaba este pasatiempo como yo le tomé para mí, porque
no perdía su labor, sino desenvolvíamonos para leer en ellos, y por
ventura lo hacía para no pensar en grandes trabajos que tenía, y
ocupar sus hijos, que no anduviesen en otras cosas perdidos. De
esto le pesaba tanto a mi padre, que se había de tener aviso a que
no lo viese. Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos; y
aquella pequeña falta que en ella vi, me comenzó a enfriar los
deseos y comenzar a faltar en lo demás; y parecíame no era malo,
con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano
ejercicio, aunque escondida de mi padre. Era tan en extremo lo que
en esto me embebía que, si no tenía libro nuevo, no me parece
tenía contento.
2. Comencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con
mucho cuidado de manos y cabello y olores y todas las vanidades
que en esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa. No
tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie ofendiera a
Dios por mí. Duróme mucha curiosidad de limpieza demasiada y
cosas que me parecía a mí no eran ningún pecado, muchos años.
Ahora veo cuán malo debía ser.
Tenía primos hermanos algunos, que en casa de mi padre no
tenían otros cabida para entrar, que era muy recatado, y pluguiera a
Dios que lo fuera de éstos también. Porque ahora veo el peligro que
es tratar en la edad que se han de comenzar a criar virtudes con
personas que no conocen la vanidad del mundo, sino que antes
despiertan para meterse en él. Eran casi de mi edad, poco mayores
que yo. Andábamos siempre juntos. Teníanme gran amor, y en
todas las cosas que les daba contento los sustentaba plática y oía
sucesos de sus aficiones y niñerías nonada buenas; y lo que peor
fue, mostrarse el alma a lo que fue causa de todo su mal.
3. Si yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres que en esta edad
tuviesen gran cuenta con las personas que tratan sus hijos, porque
aquí está mucho mal, que se va nuestro natural antes a lo peor que
a lo mejor.
Así me acaeció a mí, que tenía una hermana de mucha más edad
que yo, de cuya honestidad y bondad -que tenía mucha- de ésta no
tomaba nada, y tomé todo el daño de una parienta que trataba
mucho en casa. Era de tan livianos tratos, que mi madre la había
mucho procurado desviar que tratase en casa; parece adivinaba el
mal que por ella me había de venir, y era tanta la ocasión que había
para entrar, que no había podido. A ésta que digo, me aficioné a
tratar. Con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudaba
a todas las cosas de pasatiempos que yo quería, y aun me ponía en
ellas y daba parte de sus conversaciones y vanidades.
Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años, y creo
que más (para tener amistad conmigo -digo- y darme parte de sus
cosas), no me parece había dejado a Dios por culpa mortal ni
perdido el temor de Dios, aunque le tenía mayor de la honra. Este
tuvo fuerza para no la perder del todo, ni me parece por ninguna
cosa del mundo en esto me podía mudar, ni había amor de persona
de él que a esto me hiciese rendir. ¡Así tuviera fortaleza en no ir
contra la honra de Dios, como me la daba mi natural para no perder
en lo que me parecía a mí está la honra del mundo! ¡Y no miraba
que la perdía por otras muchas vías!
4. En querer ésta vanamente tenía extremo. Los medios que eran
menester para guardarla, no ponía ninguno. Sólo para no perderme
del todo tenía gran miramiento.
Mi padre y hermana sentían mucho esta amistad. Reprendíanmela
muchas veces. Como no podían quitar la ocasión de entrar ella en
casa, no les aprovechaban sus diligencias, porque mi sagacidad
para cualquier cosa mala era mucha. Espántame algunas veces el
daño que hace una mala compañía, y si no hubiera pasado por ello,
no lo pudiera creer. En especial en tiempo de mocedad debe ser
mayor el mal que hace. Querría escarmentasen en mí los padres
para mirar mucho en esto. Y es así que de tal manera me mudó
esta conversación, que de natural y alma virtuoso no me dejó casi
ninguna, y me parece me imprimía sus condiciones ella y otra que
tenía la misma manera de pasatiempos.
5. Por aquí entiendo el gran provecho que hace la buena compañía,
y tengo por cierto que, si tratara en aquella edad con personas
virtuosas, que estuviera entera en la virtud. Porque si en esta edad
tuviera quien me enseñara a temer a Dios, fuera tomando fuerzas el
alma para no caer. Después, quitado este temor del todo, quedóme
sólo el de la honra, que en todo lo que hacía me traía atormentada.
Con pensar que no se había de saber, me atrevía a muchas cosas
bien contra ella y contra Dios.
6. Al principio dañáronme las cosas dichas, a lo que me parece, y
no debía ser suya la culpa, sino mía. Porque después mi malicia
para el mal bastaba, junto con tener criadas, que para todo mal
hallaba en ellas buen aparejo; que si alguna fuera en aconsejarme
bien, por ventura me aprovechara; mas el interés las cegaba, como
a mí la afición. Y pues nunca era inclinada a mucho mal -porque
cosas deshonestas naturalmente las aborrecía-, sino a pasatiempos
de buena conversación, mas puesta en la ocasión, estaba en la
mano el peligro, y ponía en él a mi padre y hermanos. De los cuales
me libró Dios de manera que se parece bien procuraba contra mi
voluntad que del todo no me perdiese, aunque no pudo ser tan
secreto que no hubiese harta quiebra de mi honra y sospecha en mi
padre.
Porque no me parece había tres meses que andaba en estas
vanidades, cuando me llevaron a un monasterio que había en este
lugar, adonde se criaban personas semejantes, aunque no tan
ruines en costumbres como yo; y esto con tan gran disimulación,
que sola yo y algún deudo lo supo; porque aguardaron a coyuntura
que no pareciese novedad: porque, haberse mi hermana casado y
quedar sola sin madre, no era bien.
7. Era tan demasiado el amor que mi padre me tenía y la mucha
disimulación mía, que no había creer tanto mal de mí, y así no
quedó en desgracia conmigo. Como fue breve el tiempo, aunque se
entendiese algo, no debía ser dicho con certinidad. Porque como yo
temía tanto la honra, todas mis diligencias eran en que fuese
secreto, y no miraba que no podía serlo a quien todo lo ve.
¡Oh Dios mío! ¡Qué daño hace en el mundo tener esto en poco y
pensar que ha de haber cosa secreta que sea contra Vos! Tengo
por cierto que se excusarían grandes males si entendiésemos que
no está el negocio en guardarnos de los hombres, sino en no nos
guardar de descontentaros a Vos.
8. Los primeros ocho días sentí mucho, y más la sospecha que tuve
se había entendido la vanidad mía, que no de estar allí. Porque ya
yo andaba cansada y no dejaba de tener gran temor de Dios
cuando le ofendía, y procuraba confesarme con brevedad. Traía un
desasosiego, que en ocho días -y aun creo menos- estaba muy
más contenta que en casa de mi padre. Todas lo estaban conmigo,
porque en esto me daba el Señor gracia, en dar contento
adondequiera que estuviese, y así era muy querida. Y puesto que
yo estaba entonces ya enemiguísima de ser monja, holgábame de
ver tan buenas monjas, que lo eran mucho las de aquella casa, y de
gran honestidad y religión y recatamiento.
Aun con todo esto no me dejaba el demonio de tentar, y buscar los
de fuera cómo me desasosegar con recaudos. Como no había
lugar, presto se acabó, y comenzó mi alma a tornarse a
acostumbrar en el bien de mi primera edad y vi la gran merced que
hace Dios a quien pone en compañía de buenos.
Paréceme andaba Su Majestad mirando y remirando por dónde me
podía tornar a sí. ¡Bendito seáis Vos, Señor, que tanto me habéis
sufrido! Amén.
9. Una cosa tenía que parece me podía ser alguna disculpa, si no
tuviera tantas culpas; y es que era el trato con quien por vía de
casamiento me parecía podía acabar en bien; e informada de con
quien me confesaba y de otras personas, en muchas cosas me
decían no iba contra Dios.
10. Dormía una monja con las que estábamos seglares, que por
medio suyo parece quiso el Señor comenzar a darme luz, como
ahora diré.
------------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO 3
En que trata cómo fue parte la buena compañía para tornar a
despertar sus deseos, y por qué manera comenzó el Señor a darla
alguna luz del engaño que había traído.
1. Pues comenzando a gustar de la buena y santa conversación de
esta monja, holgábame de oírla cuán bien hablaba de Dios, porque
era muy discreta y santa. Esto, a mi parecer, en ningún tiempo dejé
de holgarme de oírlo. Comenzóme a contar cómo ella había venido
a ser monja por sólo leer lo que dice el evangelio: Muchos son los
llamados y pocos los escogidos. Decíame el premio que daba el
Señor a los que todo lo dejan por El.
Comenzó esta buena compañía a desterrar las costumbres que
había hecho la mala y a tornar a poner en mi pensamiento deseos
de las cosas eternas y a quitar algo la gran enemistad que tenía con
ser monja, que se me había puesto grandísima. Y si veía alguna
tener lágrimas cuando rezaba, u otras virtudes, habíala mucha
envidia; porque era tan recio mi corazón en este caso que, si leyera
toda la Pasión, no llorara una lágrima. Esto me causaba pena.
2. Estuve año y medio en este mnnasterio harto mejorada.
Comencé a rezar muchas oraciones vocales y a procurar con todas
me encomendasen a Dios, que me diese el estado en que le había
de servir. Mas todavía deseaba no fuese monja, que éste no fuese
Dios servido de dármele, aunque también temía el casarme.
A cabo de este tiempo que estuve aquí, ya tenía más amistad de
ser monja, aunque no en aquella casa, por las cosas más virtuosas
que después entendí tenían, que me parecían extremos
demasiados; y había algunas de las más mozas que me ayudaban
en esto, que si todas fueran de un parecer, mucho me aprovechara.
También tenía yo una grande amiga en otro monasterio, y esto me
era parte para no ser monja, si lo hubiese de ser, sino adonde ella
estaba. Miraba más el gusto de mi sensualidad y vanidad que lo
bien que me estaba a mi alma. Estos buenos pensamientos de ser
monja me venían algunas veces y luego se quitaban, y no podía
persuadirme a serlo.
3. En este tiempo, aunque yo no estaba descuidada de mi remedio,
andaba más ganoso el Señor de disponerme para el estado que me
estaba mejor. Diome una gran enfermedad, que hube de tornar en
casa de mi padre. En estando buena, lleváronme en casa de mi
hermana -que residía en una aldea- para verla, que era extremo el
amor que me tenía y, a su querer, no saliera yo de con ella; y su
marido también me amaba mucho, al menos mostrábame todo
regalo, que aun esto debo más al Señor, que en todas partes
siempre le he tenido, y todo se lo servía como la que soy.
4. Estaba en el camino un hermano de mi padre, muy avisado y de
grandes virtudes, viudo, a quien también andaba el Señor
disponiendo para sí, que en su mayor edad dejó todo lo que tenía y
fue fraile y acabó de suerte que creo goza de Dios. Quiso que me
estuviese con él unos días. Su ejercicio era buenos libros de
romance, y su hablar era -lo más ordinario- de Dios y de la vanidad
del mundo. Hacíame le leyese y, aunque no era amiga de ellos,
mostraba que sí. Porque en esto de dar contento a otros he tenido
extremo, aunque a mí me hiciese pesar; tanto, que en otras fuera
virtud y en mí ha sido gran falta, porque iba muchas veces muy sin
discreción.
¡Oh, válgame Dios, por qué términos me andaba Su Majestad
disponiendo para el estado en que se quiso servir de mí, que, sin
quererlo yo, me forzó a que me hiciese fuerza! Sea bendito por
siempre, amén.
5. Aunque fueron los días que estuve pocos, con la fuerza que
hacían en mi corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas, y
la buena compañía, vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña,
de que no era todo nada, y la vanidad del mundo, y cómo acababa
en breve, y a temer, si me hubiera muerto, cómo me iba al infierno.
Y aunque no acababa mi voluntad de inclinarse a ser monja, vi era
el mejor y más seguro estado. Y así poco a poco me determiné a
forzarme para tomarle.
6. En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí misma con
esta razón: que los trabajos y pena de ser monja no podía ser
mayor que la del purgatorio, y que yo había bien merecido el
infierno; que no era mucho estar lo que viviese como en purgatorio,
y que después me iría derecha al cielo, que éste era mi deseo.
Y en este movimiento de tomar estado, más me parece me movía
un temor servil que amor. Poníame el demonio que no podría sufrir
los trabajos de la religión, por ser tan regalada. A esto me defendía
con los trabajos que pasó Cristo, porque no era mucho yo pasase
algunos por El; que El me ayudaría a llevarlos -debía pensar-, que
esto postrero no me acuerdo. Pasé hartas tentaciones estos días.
7. Habíanme dado, con unas calenturas, unos grandes desmayos,
que siempre tenía bien poca salud. Diome la vida haber quedado ya
amiga de buenos libros. Leía en las Epístolas de San Jerónimo, que
me animaban de suerte que me determiné a decirlo a mi padre, que
casi era como a tomar el hábito, porque era tan honrosa que me
parece no tornara atrás por ninguna manera, habiéndolo dicho una
vez. Era tanto lo que me quería, que en ninguna manera lo pude
acabar con él, ni bastaron ruegos de personas que procuré le
hablasen. Lo que más se pudo acabar con él fue que después de
sus días haría lo que quisiese. Yo ya me temía a mí y a mi flaqueza
no tornase atrás, y así no me pareció me convenía esto, y procurélo
por otra vía, como ahora diré.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 4
Dice cómo la ayudó el Señor para forzarse a sí misma para tomar
hábito, y las muchas enfermedades que Su Majestad la comenzó a
dar.
1. En estos días que andaba con estas determinaciones, había
persuadido a un hermano mío a que se metiese fraile (*,1)
diciéndole la vanidad del mundo. Y concertamos entrambos de
irnos un día muy de mañana al monasterio adonde estaba aquella
mi amiga, que era al que yo tenía mucha afición, puesto que ya en
esta postrera determinación ya yo estaba de suerte, que a
cualquiera que pensara servir más a Dios o mi padre quisiera, fuera;
que más miraba ya el remedio de mi alma, que del descanso ningún
caso hacía de él.
Acuérdaseme, a todo mi parecer y con verdad, que cuando salí de
casa de mi padre no creo será más el sentimiento cuando me
muera. Porque me parece cada hueso se me apartaba por sí, que,
como no había amor de Dios que quitase el amor del padre y
parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande que, si el
Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir
adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera que lo puse por
obra.
2. En tomando el hábito, luego me dio el Señor a entender cómo
favorece a los que se hacen fuerza para servirle, la cual nadie no
entendía de mí, sino grandísima voluntad. A la hora me dio un tan
gran contento de tener aquel estado, que nunca jamás me faltó
hasta hoy, y mudó Dios la sequedad que tenía mi alma en
grandísima ternura. Dábanme deleite todas las cosas de la religión,
y es verdad que andaba algunas veces barriendo en horas que yo
solía ocupar en mi regalo y gala, y acordándoseme que estaba libre
de aquello, me daba un nuevo gozo, que yo me espantaba y no
podía entender por dónde venía.
Cuando de esto me acuerdo, no hay cosa que delante se me
pusiese, por grave que fuese, que dudase de acometerla. Porque
ya tengo experiencia en muchas que, si me ayudo al principio a
determinarme a hacerlo, que, siendo sólo por Dios, hasta
comenzarlo quiere -para que más merezcamos- que el alma sienta
aquel espanto, y mientras mayor, si sale con ello, mayor premio y
más sabroso se hace después. Aun en esta vida lo paga Su
Majestad por unas vías que sólo quien goza de ello lo entiende.
Esto tengo por experiencia, como he dicho, en muchas cosas harto
graves. Y así jamás aconsejaría -si fuera persona que hubiera de
dar parecer- que, cuando una buena inspiración acomete muchas
veces, se deje, por miedo, de poner por obra; que si va
desnudamente por solo Dios, no hay que temer sucederá mal, que
poderoso es para todo. Sea bendito por siempre, amén.
3. Bastara, ¡oh sumo Bien y descanso mío!, las mercedes que me
habíais hecho hasta aquí, de traerme por tantos rodeos vuestra
piedad y grandeza a estado tan seguro y a casa adonde había
muchas siervas de Dios, de quien yo pudiera tomar, para ir
creciendo en su servicio. No sé cómo he de pasar de aquí, cuando
me acuerdo la manera de mi profesión y la gran determinación y
contento con que la hice y el desposorio que hice con Vos. Esto no
lo puedo decir sin lágrimas, y habían de ser de sangre y
quebrárseme el corazón, y no era mucho sentimiento para lo que
después os ofendí.
Paréceme ahora que tenía razón de no querer tan gran dignidad,
pues tan mal había de usar de ella. Mas Vos, Señor mío, quisisteis
ser -casi veinte años que usé mal de esta merced- ser el agraviado,
porque yo fuese mejorada. No parece, Dios mío, sino que prometí
no guardar cosa de lo que os había prometido, aunque entonces no
era esa mi intención. Mas veo tales mis obras después, que no sé
qué intención tenía, para que más se vea quién Vos sois, Esposo
mío, y quién soy yo. Que es verdad, cierto, que muchas veces me
templa el sentimiento de mis grandes culpas el contento que me da
que se entienda la muchedumbre de vuestras misericordias.
4. ¿En quién, Señor, pueden así resplandecer como en mí, que
tanto he oscurecido con mis malas obras las grandes mercedes que
me comenzasteis a hacer? ¡Ay de mí, Criador mío, que si quiero dar
disculpa, ninguna tengo! Ni tiene nadie la culpa sino yo. Porque si
os pagara algo del amor que me comenzasteis a mostrar, no le
pudiera yo emplear en nadie sino en Vos, y con esto se remediaba
todo. Pues no lo merecí ni tuve tanta ventura, válgame ahora,
Señor, vuestra misericordia.
5. La mudanza de la vida y de los manjares me hizo daño a la
salud, que, aunque el contento era mucho, no bastó.
Comenzáronme a crecer los desmayos y diome un mal de corazón
tan grandísimo, que ponía espanto a quien le veía, y otros muchos
males juntos, y así pasé el primer año con harta mala salud, aunque
no me parece ofendí a Dios en él mucho. Y como era el mal tan
grave que casi me privaba el sentido siempre y algunas veces del
todo quedaba sin él, era grande la diligencia que traía mi padre para
buscar remedio; y como no le dieron los médicos de aquí, procuró
llevarme a un lugar adonde había mucha fama de que sanaban allí
otras enfermedades, y así dijeron harían la mía. Fue conmigo esta
amiga que he dicho que tenía en casa, que era antigua. En la casa
que era monja no se prometía clausura.
6. Estuve casi un año por allá, y los tres meses de él padeciendo
tan grandísimo tormento en las curas que me hicieron tan recias,
que yo no sé cómo las pude sufrir; y en fin, aunque las sufrí, no las
pudo sufrir mi sujeto, como diré.
Había de comenzarse la cura en el principio del verano, y yo fui en
el principio del invierno. Todo este tiempo estuve en casa de la
hermana que he dicho que estaba en la aldea, esperando el mes de
abril, porque estaba cerca, y no andar yendo y viniendo.
7. Cuando iba, me dio aquel tío mío que tengo dicho que estaba en
el camino, un libro: llámase Tercer Abecedario, que trata de
enseñar oración de recogimiento; y puesto que este primer año
había leído buenos libros (que no quise más usar de otros, porque
ya entendía el daño que me habían hecho), no sabía cómo
proceder en oración ni cómo recogerme, y así holguéme mucho con
él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas. Y
como ya el Señor me había dado don de lágrimas y gustaba de
leer, comencé a tener ratos de soledad y a confesarme a menudo y
comenzar aquel camino, teniendo a aquel libro por maestro. Porque
yo no hallé maestro, digo confesor, que me entendiese, aunque le
busqué, en veinte años después de esto que digo, que me hizo
harto daño para tornar muchas veces atrás y aun para del todo
perderme; porque todavía me ayudara a salir de las ocasiones que
tuve para ofender a Dios.
Comenzóme Su Majestad a hacer tantas mercedes en los
principios, que al fin de este tiempo que estuve aquí (que era casi
nueve meses en esta soledad, aunque no tan libre de ofender a
Dios como el libro me decía, mas por esto pasaba yo; parecíame
casi imposible tanta guarda; teníala de no hacer pecado mortal, y
pluguiera a Dios la tuviera siempre; de los veniales hacía poco
caso, y esto fue lo que me destruyó...), comenzó el Señor a
regalarme tanto por este camino, que me hacía merced de darme
oración de quietud, y alguna vez llegaba a unión, aunque yo no
entendía qué era lo uno ni lo otro y lo mucho que era de preciar,
que creo me fuera gran bien entenderlo. Verdad es que duraba tan
poco esto de unión, que no sé si era Avemaría; mas quedaba con
unos efectos tan grandes que, con no haber en este tiempo veinte
años, me parece traía el mundo debajo de los pies, y así me
acuerdo que había lástima a los que le seguían, aunque fuese en
cosas lícitas.
Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y
Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración. Si
pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo
más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación;
porque no me dio Dios talento de discurrir con el entendimiento ni
de aprovecharme con la imaginación, que la tengo tan torpe, que
aun para pensar y representar en mí -como lo procuraba traer- la
Humanidad del Señor, nunca acababa. Y aunque por esta vía de no
poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la
contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque si
falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en
cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y
da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los
pensamientos.
8. A personas que tienen esta disposición les conviene más pureza
de conciencia que a las que con el entendimiento pueden obrar.
Porque quien va discurriendo en lo que es el mundo y en lo que
debe a Dios y en lo mucho que sufrió y lo poco que le sirve y lo que
da a quien le ama, saca doctrina para defenderse de los
pensamientos y de las ocasiones y peligros. Pero quien no se
puede aprovechar de esto, tiénele mayor y conviénele ocuparse
mucho en lección, pues de su parte no puede sacar ninguna.
Es tan penosísima esta manera de proceder, que si el maestro que
enseña aprieta en que sin lección, que ayuda mucho para recoger
(a quien de esta manera procede le es necesario, aunque sea poco
lo que lea, sino en lugar de la oración mental que no puede tener);
digo que si sin esta ayuda le hacen estar mucho rato en la oración,
que será imposible durar mucho en ella y le hará daño a la salud si
porfía, porque es muy penosa cosa.
9. Ahora me parece que proveyó el Señor que yo no hallase quien
me enseñase, porque fuera imposible, -me parece-, perseverar
dieciocho años que pasé este trabajo, y en éstos grandes
sequedades, por no poder, como digo, discurrir. En todos éstos, si
no era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener
oración sin un libro; que tanto temía mi alma estar sin él en oración,
como si con mucha gente fuera a pelear. Con este remedio, que era
como una compañía o escudo en que había de recibir los golpes de
los muchos pensamientos, andaba consolada. Porque la sequedad
no era lo ordinario, mas era siempre cuando me faltaba libro, que
era luego desbaratada el alma, y los pensamientos perdidos; con
esto los comenzaba a recoger y como por halago llevaba el alma. Y
muchas veces, en abriendo el libro, no era menester más. Otras leía
poco, otras mucho, conforme a la merced que el Señor me hacía.
Parecíame a mí, en este principio que digo, que teniendo yo libros y
cómo tener soledad, que no habría peligro que me sacase de tanto
bien; y creo con el favor de Dios fuera así, si tuviera maestro o
persona que me avisara de huir las ocasiones en los principios y me
hiciera salir de ellas, si entrara, con brevedad. Y si el demonio me
acometiera entonces descubiertamente, parecíame en ninguna
manera tornara gravemente a pecar; mas fue tan sutil y yo tan ruin,
que todas mis determinaciones me aprovecharon poco, aunque
muy mucho los días que serví a Dios, para poder sufrir las terribles
enfermedades que tuve, con tan gran paciencia como Su Majestad
me dio.
10. Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de
Dios, y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y
misericordia. Sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin
pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por ruines e
imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba
mejorando y perfeccionando y dando valor, y los males y pecados
luego los escondía. Aun en los ojos de quien los ha visto, permite
Su Majestad se cieguen y los quita de su memoria. Dora las culpas.
Hace que resplandezca una virtud que el mismo Señor pone en mí
casi haciéndome fuerza para que la tenga.
11. Quiero tornar a lo que me han mandado. Digo que, si hubiera de
decir por menudo de la manera que el Señor se había conmigo en
estos principios, que fuera menester otro entendimiento que el mío
para saber encarecer lo que en este caso le debo y mi gran
ingratitud y maldad, pues todo esto olvidé. Sea por siempre bendito,
que tanto me ha sufrido. Amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 5
Prosigue en las grandes enfermedades que tuvo y la paciencia que
el Señor le dio en ellas, y cómo saca de los males bienes, según se
verá en una cosa que le acaeció en este lugar que se fue a curar.
1. Olvidé de decir cómo en el año del noviciado pasé grandes
desasosiegos con cosas que en sí tenían poco tomo; mas
culpábanme sin tener culpa hartas veces. Yo lo llevaba con harta
pena e imperfección, aunque con el gran contento que tenía de ser
monja todo lo pasaba. Como me veían procurar soledad y me veían
llorar por mis pecados algunas veces, pensaban era descontento, y
así lo decían.
Era aficionada a todas las cosas de religión, mas no a sufrir ninguna
que pareciese menosprecio. Holgábame de ser estimada. Era
curiosa en cuanto hacía. Todo me parecía virtud, aunque esto no
me será disculpa, porque para todo sabía lo que era procurar mi
contento, y así la ignorancia no quita la culpa. Alguna tiene no estar
fundado el monasterio en mucha perfección; yo, como ruin, íbame a
lo que veía falta y dejaba lo bueno.
2. Estaba una monja entonces enferma de grandísima enfermedad
y muy penosa, porque eran unas bocas en el vientre, que se le
habían hecho de opilaciones, por donde echaba lo que comía.
Murió presto de ello. Yo veía a todas temer aquel mal. A mí
hacíame gran envidia su paciencia. Pedía a Dios que, dándomela
así a mí, me diese las enfermedades que fuese servido. Ninguna
me parece temía, porque estaba tan puesta en ganar bienes
eternos, que por cualquier medio me determinaba a ganarlos. Y
espántome, porque aún no tenía -a mi parecer- amor de Dios, como
después que comencé a tener oración me parecía a mí le he tenido,
sino una luz de parecerme todo de poca estima lo que se acaba y
de mucho precio los bienes que se pueden ganar con ello, pues son
eternos.
Tan bien me oyó en esto Su Majestad, que antes de dos años
estaba tal, que aunque no el mal de aquella suerte, creo no fue
menos penoso y trabajoso el que tres años tuve, como ahora diré.
3. Venido el tiempo que estaba aguardando en el lugar que digo
que estaba con mi hermana para curarme, lleváronme con harto
cuidado de mi regalo mi padre y hermana y aquella monja mi amiga
que había salido conmigo, que era muy mucho lo que me quería.
Aquí comenzó el demonio a descomponer mi alma, aunque Dios
sacó de ello harto bien. Estaba una persona de la iglesia, que
residía en aquel lugar adonde me fui a curar, de harto buena
calidad y entendimiento. Tenía letras, aunque no muchas. Yo
comencéme a confesar con él, que siempre fui amiga de letras,
aunque gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados,
porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera.
He visto por experiencia que es mejor, siendo virtuosos y de santas
costumbres, no tener ningunas; porque ni ellos se fían de sí sin
preguntar a quien las tenga buenas, ni yo me fiara. Y buen letrado
nunca me engañó. Estotros tampoco me debían de querer engañar,
sino no sabían más. Yo pensaba que sí y que no era obligada a
más de creerlos, como era cosa ancha lo que me decían y de más
libertad; que si fuera apretada, yo soy tan ruin que buscara otros. Lo
que era pecado venial decíanme que no era ninguno; lo que era
gravísimo mortal, que era venial. Esto me hizo tanto daño que no es
mucho lo diga aquí para aviso de otras de tan gran mal; que para
delante de Dios bien veo no me es disculpa, que bastaban ser las
cosas de su natural no buenas para que yo me guardara de ellas.
Creo permitió Dios, por mis pecados, ellos se engañasen y me
engañasen a mí. Yo engañé a otras hartas con decirles lo mismo
que a mí me habían dicho.
Duré en esta ceguedad creo más de diecisiete años, hasta que un
Padre dominico, gran letrado, me desengañó en cosas, y los de la
Compañía de Jesús del todo me hicieron tanto temer,
agraviándome tan malos principios, como después diré.
4. Pues comenzándome a confesar con este que digo, él se aficionó
en extremo a mí, porque entonces tenía poco que confesar para lo
que después tuve, ni lo había tenido después de monja. No fue la
afición de éste mala; mas de demasiada afición venía a no ser
buena. Tenía entendido de mí que no me determinaría a hacer cosa
contra Dios que fuese grave por ninguna cosa, y él también me
aseguraba lo mismo, y así era mucha la conversación. Mas mis
tratos entonces, con el embebecimiento de Dios que traía, lo que
más gusto me daba era tratar cosas de El; y como era tan niña,
hacíale confusión ver esto, y con la gran voluntad que me tenía,
comenzó a declararme su perdición. Y no era poca, porque había
casi siete años que estaba en muy peligroso estado, con afición y
trato con una mujer del mismo lugar, y con esto decía misa. Era
cosa tan pública, que tenía perdida la honra y la fama, y nadie le
osaba hablar contra esto.
A mí hízoseme gran lástima, porque le quería mucho; que esto
tenía yo de gran liviandad y ceguedad, que me parecía virtud ser
agradecida y tener ley a quien me quería. ¡Maldita sea tal ley, que
se extiende hasta ser contra la de Dios! Es un desatino que se usa
en el mundo, que me desatina; que debemos todo el bien que nos
hacen a Dios, y tenemos por virtud, aunque sea ir contra El, no
quebrantar esta amistad. ¡Oh ceguedad del mundo! ¡Fuerais Vos
servido, Señor, que yo fuera ingratísima contra todo él, y contra Vos
no lo fuera un punto! Mas ha sido todo al revés, por mis pecados.
5. Procuré saber e informarme más de personas de su casa. Supe
más la perdición, y vi que el pobre no tenía tanta culpa; porque la
desventurada de la mujer le tenía puestos hechizos en un idolillo de
cobre que le había rogado le trajese por amor de ella al cuello, y
éste nadie había sido poderoso de podérsele quitar.
Yo no creo es verdad esto de hechizos determinadamente; mas diré
esto que yo vi, para aviso de que se guarden los hombres de
mujeres que este trato quieren tener, y crean que, pues pierden la
vergüenza a Dios (que ellas más que los hombres son obligadas a
tener honestidad), que ninguna cosa de ellas pueden confiar; que a
trueco de llevar adelante su voluntad y aquella afición que el
demonio les pone, no miran nada. Aunque yo he sido tan ruin, en
ninguna de esta suerte yo no caí, ni jamás pretendí hacer mal ni,
aunque pudiera, quisiera forzar la voluntad para que me la tuvieran,
porque me guardó el Señor de esto; mas si me dejara, hiciera el mal
que hacía en lo demás, que de mí ninguna cosa hay que fiar.
6. Pues como supe esto, comencé a mostrarle más amor. Mi
intención buena era, la obra mala, pues por hacer bien, por grande
que sea, no había de hacer un pequeño mal. Tratábale muy
ordinario de Dios. Esto debía aprovecharle, aunque más creo le
hizo al caso el quererme mucho; porque, por hacerme placer, me
vino a dar el idolillo, el cual hice echar luego en un río. Quitado éste,
comenzó -como quien despierta de un gran sueño- a irse
acordando de todo lo que había hecho aquellos años; y
espantándose de sí, doliéndose de su perdición, vino a comenzar a
aborrecerla. Nuestra Señora le debía ayudar mucho, que era muy
devoto de su Concepción, y en aquel día hacía gran fiesta. En fin,
dejó del todo de verla y no se hartaba de dar gracias a Dios por
haberle dado luz.
A cabo de un año en punto desde el primer día que yo le vi, murió.
Y había estado muy en servicio de Dios, porque aquella afición
grande que me tenía nunca entendí ser mala, aunque pudiera ser
con más puridad; mas también hubo ocasiones para que, si no se
tuviera muy delante a Dios, hubiera ofensas suyas más graves.
Como he dicho, cosa que yo entendiera era pecado mortal no la
hiciera entonces. Y paréceme que le ayudaba a tenerme amor ver
esto en mí; que creo todos los hombres deben ser más amigos de
mujeres que ven inclinadas a virtud; y aun para lo que acá
pretenden deben de ganar con ellos más por aquí, según después
diré.
Tengo por cierto está en carrera de salvación. Murió muy bien y
muy quitado de aquella ocasión. Parece quiso el Señor que por
estos medios se salvase.
7. Estuve en aquel lugar tres meses con grandísimos trabajos,
porque la cura fue más recia que pedía mi complexión. A los dos
meses, a poder de medicinas, me tenía casi acabada la vida, y el
rigor del mal de corazón de que me fui a curar era mucho más recio,
que algunas veces me parecía con dientes agudos me asían de él,
tanto que se temió era rabia. Con la falta grande de virtud (porque
ninguna cosa podía comer, si no era bebida, de grande hastío)
calentura muy continua, y tan gastada, porque casi un mes me
había dado una purga cada día, estaba tan abrasada, que se me
comenzaron a encoger los nervios con dolores tan incomportables,
que día ni noche ningún sosiego podía tener. Una tristeza muy
profunda.
8. Con esta ganancia me tornó a traer mi padre adonde tornaron a
verme médicos. Todos me desahuciaron, que decían sobre todo
este mal, decían estaba hética. De esto se me daba a mí poco. Los
dolores eran los que me fatigaban, porque eran en un ser desde los
pies hasta la cabeza; porque de nervios son intolerables, según
decían los médicos, y como todos se encogían, cierto -si yo no lo
hubiera por mi culpa perdido- era recio tormento.
En esta reciedumbre no estaría más de tres meses, que parecía
imposible poderse sufrir tantos males juntos. Ahora me espanto, y
tengo por gran merced del Señor la paciencia que Su Majestad me
dio, que se veía claro venir de El. Mucho me aprovechó para tenerla
haber leído la historia de Job en los Morales de San Gregorio, que
parece previno el Señor con esto, y con haber comenzado a tener
oración, para que yo lo pudiese llevar con tanta conformidad. Todas
mis pláticas eran con El. Traía muy ordinario estas palabras de Job
en el pensamiento y decíalas: Pues recibimos los bienes de la
mano del Señor, ¿por qué no sufriremos los males? Esto parece me
ponía esfuerzo.
9. Vino la fiesta de nuestra Señora de Agosto, que hasta entonces
desde abril había sido el tormento, aunque los tres postreros meses
mayor. Di prisa a confesarme, que siempre era muy amiga de
confesarme a menudo. Pensaron que era miedo de morirme y, por
no me dar pena, mi padre no me dejó. ¡Oh amor de carne
demasiado, que aunque sea de tan católico padre y tan avisado que lo era harto, que no fue ignorancia- me pudiera hacer gran
daño! Diome aquella noche un paraxismo que me duró estar sin
ningún sentido cuatro días, poco menos. En esto me dieron el
Sacramento de la Unción y cada hora o momento pensaban
expiraba y no hacían sino decirme el Credo, como si alguna cosa
entendiera. Teníanme a veces por tan muerta, que hasta la cera me
hallé después en los ojos.
10. La pena de mi padre era grande de no me haber dejado
confesar; clamores y oraciones a Dios, muchas. Bendito sea El que
quiso oírlas, que teniendo día y medio abierta la sepultura en mi
monasterio, esperando el cuerpo allá y hechas las honras en uno
de nuestros frailes fuera de aquí, quiso el Señor tornase en mí.
Luego me quise confesar. Comulgué con hartas lágrimas; mas a mi
parecer que no eran con el sentimiento y pena de sólo haber
ofendido a Dios, que bastara para salvarme, si el engaño que traía
de los que me habían dicho no eran algunas cosas pecado mortal,
que cierto he visto después lo eran, no me aprovechara. Porque los
dolores eran incomportables, con que quedé; el sentido poco,
aunque la confesión entera, a mi parecer, de todo lo que entendí
había ofendido a Dios; que esta merced me hizo Su Majestad, entre
otras, que nunca, después que comencé a comulgar, dejé cosa por
confesar que yo pensase era pecado, aunque fuese venial, que le
dejase de confesar. Mas sin duda me parece que lo iba harto mi
salvación si entonces me muriera, por ser los confesores tan poco
letrados por una parte, y por otra ser yo ruin, y por muchas.
11. Es verdad, cierto, que me parece estoy con tan gran espanto
llegando aquí y viendo cómo parece me resucitó el Señor, que
estoy casi temblando entre mí. Paréceme fuera bien, oh ánima mía,
que miraras del peligro que el Señor te había librado y, ya que por
amor no le dejabas de ofender, lo dejaras por temor que pudiera
otras mil veces matarte en estado más peligroso. Creo no añado
muchas en decir otras mil, aunque me riña quien me mandó
moderase el contar mis pecados, y harto hermoseados van.
Por amor de Dios le pido de mis culpas no quite nada, pues se ve
más aquí la magnificencia de Dios y lo que sufre a un alma. Sea
bendito para siempre. Plega a Su Majestad que antes me consuma
que le deje yo más de querer.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 6
Trata de lo mucho que debió al Señor en darle conformidad con tan
grandes trabajos, y cómo tomó por medianero y abogado al glorioso
San José, y lo mucho que le aprovechó.
1. Quedé de estos cuatro días de paroxismo de manera que sólo el
Señor puede saber los incomportables tormentos que sentía en mí:
la lengua hecha pedazos de mordida; la garganta, de no haber
pasado nada y de la gran flaqueza que me ahogaba, que aun el
agua no podía pasar; toda me parecía estaba descoyuntada; con
grandísimo desatino en la cabeza; toda encogida, hecha un ovillo,
porque en esto paró el tormento de aquellos días, sin poderme
menear, ni brazo ni pie ni mano ni cabeza, más que si estuviera
muerta, si no me meneaban; sólo un dedo me parece podía menear
de la mano derecha. Pues llegar a mí no había cómo, porque todo
estaba tan lastimado que no lo podía sufrir. En una sábana, una de
un cabo y otra de otro, me meneaban.
Esto fue hasta Pascua Florida. Sólo tenía que, si no llegaban a mí,
los dolores me cesaban muchas veces y, a cuento de descansar un
poco, me contaba por buena, que traía temor me había de faltar la
paciencia; y así quedé muy contenta de verme sin tan agudos y
continuos dolores, aunque a los recios fríos de cuartanas dobles
con que quedé, recísimas, los tenía incomportables; el hastío muy
grande.
2. Di luego tan gran prisa de irme al monasterio, que me hice llevar
así. A la que esperaban muerta, recibieron con alma; mas el cuerpo
peor que muerto, para dar pena verle. El extremo de flaqueza no se
puede decir, que solos los huesos tenía ya. Digo que estar así me
duró más de ocho meses; el estar tullida, aunque iba mejorando,
casi tres años. Cuando comencé a andar a gatas, alababa a Dios.
Todos los pasé con gran conformidad y, si no fue estos principios,
con gran alegría; porque todo se me hacía nonada comparado con
los dolores y tormentos del principio. Estaba muy conforme con la
voluntad de Dios, aunque me dejase así siempre.
Paréceme era toda mi ansia de sanar por estar a solas en oración
como venía mostrada, porque en la enfermería no había aparejo.
Confesábame muy a menudo. Trataba mucho de Dios, de manera
que edificaba a todas, y se espantaban de la paciencia que el Señor
me daba; porque, a no venir de mano de Su Majestad, parecía
imposible poder sufrir tanto mal con tanto contento.
3. Gran cosa fue haberme hecho la merced en la oración que me
había hecho, que ésta me hacía entender qué cosa era amarle;
porque de aquel poco tiempo vi nuevas en mí esta virtudes, aunque
no fuertes, pues no bastaron a sustentarme en justicia: no tratar mal
de nadie por poco que fuese, sino lo ordinario era excusar toda
murmuración; porque traía muy delante cómo no había de querer ni
decir de otra persona lo que no quería dijesen de mí. Tomaba esto
en harto extremo para las ocasiones que había, aunque no tan
perfectamente que algunas veces, cuando me las daban grandes,
en algo no quebrase; mas lo continuo era esto; y así, a las que
estaban conmigo y me trataban persuadía tanto a esto, que se
quedaron en costumbre. Vínose a entender que adonde yo estaba
tenían seguras las espaldas, y en esto estaban con las que yo tenía
amistad y deudo, y enseñaba; aunque en otras cosas tengo bien
que dar cuenta a Dios del mal ejemplo que les daba.
Plega a Su Majestad me perdone, que de muchos males fui causa,
aunque no con tan dañada intención como después sucedía la
obra.
4. Quedóme deseo de soledad; amiga de tratar y hablar en Dios,
que si yo hallara con quién, más contento y recreación me daba que
toda la policía -o grosería, por mejor decir- de la conversación del
mundo; comulgar y confesar muy más a menudo, y desearlo;
amiguísima de leer buenos libros; un grandísimo arrepentimiento en
habiendo ofendido a Dios, que muchas veces me acuerdo que no
osaba tener oración, porque temía la grandísima pena que había de
sentir de haberle ofendido, como un gran castigo. Esto me fue
creciendo después en tanto extremo, que no sé yo a qué compare
este tormento. Y no era poco ni mucho por temor jamás, sino como
se me acordaba los regalos que el Señor me hacía en la oración y
lo mucho que le debía, y veía cuán mal se lo pagaba, no lo podía
sufrir, y enojábame en extremo de las muchas lágrimas que por la
culpa lloraba, cuando veía mi poca enmienda, que ni bastaban
determinaciones ni fatiga en que me veía para no tornar a caer en
poniéndome en la ocasión. Parecíanme lágrimas engañosas y
parecíame ser después mayor la culpa, porque veía la gran merced
que me hacía el Señor en dármelas y tan gran arrepentimiento.
Procuraba confesarme con brevedad y, a mi parecer, hacía de mi
parte lo que podía para tornar en gracia.
Estaba todo el daño en no quitar de raíz las ocasiones y en los
confesores, que me ayudaban poco; que, a decirme en el peligro
que andaba y que tenía obligación a no traer aquellos tratos, sin
duda creo se remediara; porque en ninguna vía sufriera andar en
pecado mortal sólo un día, si yo lo entendiera.
Todas estas señales de temer a Dios me vinieron con la oración, y
la mayor era ir envuelto en amor, porque no se me ponía delante el
castigo. Todo lo que estuve tan mala, me duró mucha guarda de mi
conciencia cuanto a pecados mortales. ¡Oh, válgame Dios, que
deseaba yo la salud para más servirle, y fue causa de todo mi daño!
5. Pues como me vi tan tullida y en tan poca edad y cuál me habían
parado los médicos de la tierra, determiné acudir a los del cielo para
que me sanasen; que todavía deseaba la salud, aunque con mucha
alegría lo llevaba, y pensaba algunas veces que, si estando buena
me había de condenar, que mejor estaba así; mas todavía pensaba
que serviría mucho más a Dios con la salud. Este es nuestro
engaño, no nos dejar del todo a lo que el Señor hace, que sabe
mejor lo que nos conviene.
6. Comencé a hacer devociones de misas y cosas muy aprobadas
de oraciones, que nunca fui amiga de otras devociones que hacen
algunas personas, en especial mujeres, con ceremonias que yo no
podía sufrir y a ellas les hacía devoción; después se ha dado a
entender no convenían, que eran supersticiosas. Y tomé por
abogado y señor al gloriosoSan José y encomendéme mucho a él.
Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra
y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien
que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle
suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta
las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este
bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de
cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor
gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo
experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a
entender que así como le fue sujeto en la tierra -que como tenía el
nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar-, así en el cielo hace
cuanto le pide.
Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se
encomendasen a él, también por experiencia; y aun hay muchas
que le son devotas de nuevo, experimentando esta verdad.
7. Procuraba yo hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía,
más llena de vanidad que de espíritu, queriendo se hiciese muy
curiosamente y bien, aunque con buen intento. Mas esto tenía
malo, si algún bien el Señor me daba gracia que hiciese, que era
lleno de imperfecciones y con muchas faltas. Para el mal y
curiosidad y vanidad tenía gran maña y diligencia. El Señor me
perdone.
Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo,
por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de
Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga
particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud;
porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se
encomiendan. Paréceme ha algunosaños que cada año en su día le
pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la
petición, él la endereza para más bien mío.
8. Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana
me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho
este glorioso Santo a mí y a otras personas; mas por no hacer más
de lo que me mandaron, en muchas cosas seré corta más de lo que
quisiera, en otras más larga que era menester; en fin, como quien
en todo lo bueno tiene poca discreción. Sólo pido por amor de Dios
que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran
bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle
devoción. En especial, personas de oración siempre le habían de
ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de
los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no
den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no
hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo
por maestro y no errará en el camino. Plega al Señor no haya yo
errado en atreverme a hablar en él; porque aunque publico serle
devota, en los servicios y en imitarle siempre he faltado.
Pues él hizo como quien es en hacer de manera que pudiese
levantarme y andar y no estar tullida; y yo como quien soy, en usar
mal de esta merced.
9. ¡Quién dijera que había tan presto de caer, después de tantos
regalos de Dios, después de haber comenzado Su Majestad a
darme virtudes, que ellas mismas me despertaban a servirle,
después de haberme visto casi muerta y en tan gran peligro de ir
condenada, después de haberme resucitado alma y cuerpo, que
todos los que me vieron se espantaban de verme viva! ¡Qué es
esto, Señor mío! ¿En tan peligrosa vida hemos de vivir? Que
escribiendo esto estoy y me parece que con vuestro favor y por
vuestra misericordia podría decir lo que San Pablo, aunque no con
esa perfección, que no vivo yo ya sino que Vos, Criador mío, vivís
en mí, según ha algunos años que, a lo que puedo entender, me
tenéis de vuestra mano y me veo con deseos y determinaciones y
en alguna manera probado por experiencia en estos años en
muchas cosas, de no hacer cosa contra vuestra voluntad, por
pequeña que sea, aunque debo hacer hartas ofensas a Vuestra
Majestad sin entenderlo. Y también me parece que no se me
ofrecerá cosa por vuestro amor, que con gran determinación me
deje de poner a ella, y en algunas me habéis Vos ayudado para que
salga con ellas, y no quiero mundo ni cosa de él, ni me parece me
da contento cosa que salga de Vos, y lo demás me parece pesada
cruz.
Bien me puedo engañar, y así será que no tengo esto que he dicho;
mas bien veis Vos, mi Señor, que a lo que puedo entender no
miento, y estoy temiendo -y con mucha razón- si me habéis de
tornar a dejar; porque ya sé a lo que llega mi fortaleza y poca virtud
en no me la estando Vos dando siempre y ayudando para que no
os deje; y plega a Vuestra Majestad que aun ahora no esté dejada
de Vos, pareciéndome todo esto de mí.
No sé cómo queremos vivir, pues es todo tan incierto. Parecíame a
mí, Señor mío, ya imposible dejaros tan del todo a Vos; y como
tantas veces os dejé, no puedo dejar de temer, porque, en
apartándoos un poco de mí, daba con todo en el suelo.
Bendito seáis por siempre, que aunque os dejaba yo a Vos, no me
dejasteis Vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con
darme Vos siempre la mano; y muchas veces, Señor, no la quería,
ni quería entender cómo muchas veces me llamabais de nuevo,
como ahora diré.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 7
Trata por los términos que fue perdiendo las mercedes que el Señor
le había hecho, y cuán perdida vida comenzó a tener. - Dice los
daños que hay en no ser muy encerrados los monasterios de
monjas.
1. Pues así comencé, de pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en
vanidad, de ocasión en ocasión, a meterme tanto en muy grandes
ocasiones y andar tan estragada mi alma en muchas vanidades,
que ya yo tenía vergüenza de en tan particular amistad como es
tratar de oración tornarme a llegar a Dios. Y ayudóme a esto que,
como crecieron los pecados, comenzóme a faltar el gusto y regalo
en las cosas de virtud. Veía yo muy claro, Señor mío, que me
faltaba esto a mí por faltaros yo a Vos.
Este fue el más terrible engaño que el demonio me podía hacer
debajo de parecer humildad, que comencé a temer de tener
oración, de verme tan perdida; y parecíame era mejor andar como
los muchos, pues en ser ruin era de los peores, y rezar lo que
estaba obligada y vocalmente, que no tener oración mental y tanto
trato con Dios la que merecía estar con los demonios, y que
engañaba a la gente, porque en lo exterior tenía buenas
apariencias.
Y así no es de culpar a la casa adonde estaba, porque con mi maña
procuraba me tuviesen en buena opinión, aunque no de advertencia
fingiendo cristiandad; porque en esto de hipocresía y vanagloria,
gloria a Dios, jamás me acuerdo haberle ofendido que yo entienda;
que en viniéndome primer movimiento, me daba tanta pena, que el
demonio iba con pérdida y yo quedaba con ganancia, y así en esto
muy poco me ha tentado jamás. Por ventura si Dios permitiera me
tentara en esto tan recio como en otras cosas, también cayera; mas
Su Majestad hasta ahora me ha guardado en esto, sea por siempre
bendito; antes me pesaba mucho de que me tuviesen en buena
opinión, como yo sabía lo secreto de mí.
2. Este no me tener por tan ruin venía que, como me veían tan
moza y en tantas ocasiones y apartarme muchas veces a soledad a
rezar y leer, mucho hablar de Dios, amiga de hacer pintar su
imagen en muchas partes y de tener oratorio y procurar en él cosas
que hiciesen devoción, no decir mal, otras cosas de esta suerte que
tenían apariencia de virtud, y yo que de vana me sabía estimar en
las cosas que en el mundo se suelen tener por estima, con esto me
daban tanta y más libertad que a las muy antiguas y tenían gran
seguridad de mí. Porque tomar yo libertad ni hacer cosas sin
licencia, digo por agujeros o paredes o de noche, nunca me parece
lo pudiera acabar conmigo en monasterio hablar de esta suerte, ni
lo hice, porque me tuvo el Señor de su mano. Parecíame a mí -que
con advertencia y de propósito miraba muchas cosas- que poner la
honra de tantas en aventura, por ser yo ruin, siendo ellas buenas,
que era muy mal hecho; como si fuera bien otras cosas que hacía.
A la verdad, no iba el mal de tanto acuerdo como esto fuera,
aunque era mucho.
3. Por esto me parece a mí me hizo harto daño no estar en
monasterio encerrado; porque la libertad que las que eran buenas
podían tener con bondad (porque no debían más, que no se
prometía clausura), para mí, que soy ruin, hubiérame cierto llevado
al infierno, si con tantos remedios y medios el Señor con muy
particulares mercedes suyas no me hubiera sacado de este peligro.
Y así me parece lo es grandísimo, monasterio de mujeres con
libertad, y que más me parece es paso para caminar al infierno las
que quisieren ser ruines, que remedio para sus flaquezas.
Esto no se tome por el mío, porque hay tantas que sirven muy de
veras y con mucha perfección al Señor, que no puede Su Majestad
dejar, según es bueno, de favorecerlas, y no es de los muy abiertos,
y en él se guarda toda religión, sino de otros que yo sé y he visto.
4. Digo que me hace gran lástima; que ha menester el Señor hacer
particulares llamamientos -y no una vez sino muchas- para que se
salven, según están autorizadas las honras y recreaciones del
mundo, y tan mal entendido a lo que están obligadas, que plega a
Dios no tengan por virtud lo que es pecado, como muchas veces yo
lo hacía. Y hay tan gran dificultad en hacerlo entender, que es
menester el Señor ponga muy de veras en ello su mano.
Si los padres tomasen mi consejo, ya que no quieran mirar a poner
sus hijas adonde vayan camino de salvación sino con más peligro
que en el mundo, que lo miren por lo que toca a su honra; y quieran
más casarlas muy bajamente, que meterlas en monasterios
semejantes, si no son muy bien inclinadas -y plega a Dios
aproveche-, o se las tenga en su casa. Porque, si quiere ser ruin, no
se podrá encubrir sino poco tiempo, y acá muy mucho, y en fin lo
descubre el Señor; y no sólo daña a sí, sino a todas; y a las veces
las pobrecitas no tienen culpa, porque se van por lo que hallan; y es
lástima de muchas que se quieren apartar del mundo y, pensando
que se van a servir al Señor y a apartar de los peligros del mundo,
se hallan en diez mundos juntos, que ni saben cómo se valer ni
remediar; que la mocedad y sensualidad y demonio las convida e
inclina a seguir algunas cosas que son del mismo mundo. Ve allí
que lo tienen por bueno, a manera de decir.
Paréceme como los desventurados de los herejes, en parte, que se
quieren cegar y hacer entender que es bueno aquello que siguen, y
que lo creen así sin creerlo, porque dentro de sí tienen quien les
diga que es malo.
5. Oh grandísimo mal, grandísimo mal de religiosos -no digo ahora
más mujeres que hombres- adonde no se guarda religión, adonde
en un monasterio hay dos caminos: de virtud y religión, y falta de
religión, y todos casi se andan por igual; antes mal dije, no por
igual, que por nuestros pecados camínase más el más imperfecto; y
como hay más de él, es más favorecido. Usase tan poco el de la
verdadera religión, que más ha de temer el fraile y la monja que ha
de comenzar de veras a seguir del todo su llamamiento a los
mismos de su casa, que a todos los demonios; y más cautela y
disimulación ha de tener para hablar en la amistad que desea tener
con Dios, que en otras amistades y voluntades que el demonio
ordena en los monasterios. Y no sé de qué nos espantamos haya
tantos males en la Iglesia, pues los que habían de ser los dechados
para que todos sacasen virtudes tienen tan borrada la labor que el
espíritu de los santos pasados dejaron en las religiones.
Plega a la divina Majestad ponga remedio en ello, como ve que es
menester, amén.
6. Pues comenzando yo a tratar estas conversaciones, no me
pareciendo - como veía que se usaban- que había de venir a mi
alma el daño y distraimiento que después entendí era semejantes
tratos, pareciéndome que cosa tan general como es este visitar en
muchos monasterios que no me haría a mí más mal que a las otras
que yo veía eran buenas -y no miraba que eran muy mejores, y que
lo que en mí fue peligro en otras no lo sería tanto, que alguno dudo
yo le deja de haber, aunque no sea sino tiempo malgastado-,
estando con una persona, bien al principio del conocerla, quiso el
Señor darme a entender que no me convenían aquellas amistades,
y avisarme y darme luz en tan gran ceguedad: representóseme
Cristo delante con mucho rigor, dándome a entender lo que de
aquello le pesaba. Vile con los ojos del alma más claramente que le
pudiera ver con los del cuerpo, y quedóme tan imprimido, que ha
esto más de veinte y seis años y me parece lo tengo presente. Yo
quedé muy espantada y turbada, y no quería ver más a con quien
estaba.
7. Hízome mucho daño no saber yo que era posible ver nada si no
era con los ojos del cuerpo, y el demonio que me ayudó a que lo
creyese así y hacerme entender era imposible y que se me había
antojado y que podía ser el demonio y otras cosas de esta suerte,
puesto que siempre me quedaba un parecerme era Dios y que no
era antojo. Mas, como no era a mi gusto, yo me hacía a mí misma
desmentir; y yo como no lo osé tratar con nadie y tornó después a
haber gran importunación asegurándome que no era mal ver
persona semejante ni perdía honra, antes que la ganaba, torné a la
misma conversación y aun en otros tiempos a otras, porque fue
muchos años los que tomaba esta recreación pestilencial; que no
me parecía a mí -como estaba en ello- tan malo como era, aunque
a veces claro veía no era bueno; mas ninguna no me hizo el
distraimiento que ésta que digo, porque la tuve mucha afición.
8. Estando otra vez con la misma persona, vimos venir hacia
nosotros -y otras personas que estaban allí también lo vieron- una
cosa a manera de sapo grande, con mucha más ligereza que ellos
suelen andar. De la parte que él vino no puedo yo entender pudiese
haber semejante sabandija en mitad del día ni nunca la habido, y la
operación que hizo en mí me parece no era sin misterio. Y tampoco
esto se me olvidó jamás. ¡Oh grandeza de Dios, y con cuánto
cuidado y piedad me estábais avisando de todas maneras, y qué
poco me aprovechó a mí!
9. Tenía allí una monja que era mi parienta, antigua y gran sierva de
Dios y de mucha religión. Esta también me avisaba algunas veces,
y no sólo no la creía, mas disgustábame con ella y parecíame se
escandalizaba sin tener por qué.
He dicho esto para que se entienda mi maldad y la gran bondad de
Dios y cuán merecido tenía el infierno por tan grande ingratitud; y
también porque si el Señor ordenare y fuere servido en algún
tiempo lea esto alguna monja, escarmienten en mí; y les pido yo por
amor de nuestro Señor huyan de semejantes recreaciones. Plega a
Su Majestad se desengañe alguna por mí de cuantas he engañado
diciéndoles que no era mal y asegurando tan gran peligro con la
ceguedad que yo tenía, que de propósito no las quería yo engañar;
y por el mal ejemplo que las di -como he dicho- fui causa de hartos
males, no pensando hacía tanto mal.
10. Estando yo mala en aquellos primeros días, antes que supiese
valerme a mí, me daba grandísimo deseo de aprovechar a los otros;
tentación muy ordinaria de los que comienzan, aunque a mí me
sucedió bien.
Como quería tanto a mi padre, deseábale con el bien que yo me
parecía tenía con tener oración -que me parecía que en esta vida
no podía ser mayor que tener oración-, y así por rodeos, como
pude, comencé a procurar con él la tuviese. Dile libros para este
propósito. Como era tan virtuoso como he dicho, asentóse tan bien
en él este ejercicio, que en cinco o seis años -me parece seríaestaba tan adelante, que yo alababa mucho al Señor, y dábame
grandísimo consuelo. Eran grandísimos los trabajos que tuvo de
muchas maneras. Todos los pasaba con grandísima conformidad.
Iba muchas veces a verme, que se consolaba en tratar cosas de
Dios.
11. Ya después que yo andaba tan destraída y sin tener oración,
como veía pensaba que era la que solía, no lo pude sufrir sin
desengañarle; porque estuve un año y más sin tener oración,
pareciéndome más humildad. Y ésta, como después diré, fue la
mayor tentación que tuve, que por ella me iba a acabar de perder;
que con la oración un día ofendía a Dios, y tornaba otros a
recogerme y apartarme más de la ocasión.
Como el bendito hombre venía con esto, hacíaseme recio verle tan
engañado en que pensase trataba con Dios como solía, y díjele que
ya yo no tenía oración, aunque no la causa. Púsele mis
enfermedades por inconveniente; que, aunque sané de aquella tan
grave, siempre hasta ahora las he tenido y tengo bien grandes,
aunque de poco acá no con tanta reciedumbre, mas no se quitan,
de muchas maneras. En especial tuve veinte años vómito por las
mañanas, que hasta más de mediodía me acaecía no poder
desayunarme; algunas veces, más tarde. Después acá que
frecuento más a menudo las comuniones, es a la noche, antes que
me acueste, con mucha más pena, que tengo yo de procurarle con
plumas y otras cosas, porque si lo dejo, es mucho el mal que siento.
Y casi nunca estoy, a mi parecer, sin muchos dolores, y algunas
veces bien graves, en especial en el corazón, aunque el mal que
me tomaba muy continuo es muy de tarde en tarde. Perlesía recia y
otras enfermedades de calenturas que solía tener muchas veces,
me hallo buena ocho años ha. De estos males se me da ya tan
poco, que muchas veces me huelgo, pareciéndome en algo se sirve
el Señor.
12. Y mi padre me creyó que era ésta la causa, como él no decía
mentira y ya, conforme a lo que yo trataba con él, no la había yo de
decir. Díjele, porque mejor lo creyese (que bien veía yo que para
esto no había disculpa), que harto hacía en poder servir el coro; y
aunque tampoco era causa bastante para dejar cosa que no son
menester fuerzas corporales para ella, sino sólo amar y costumbre;
que el Señor da siempre oportunidad, si queremos.
Digo «siempre,» que, aunque con ocasiones y aun enfermedad
algunos ratos impida para muchos ratos de soledad, no deja de
haber otros que hay salud para esto; y en la misma enfermedad y
ocasiones es la verdadera oración, cuando es alma que ama, en
ofrecer aquello y acordarse por quién lo pasa y conformarse con
ello y mil cosas que se ofrecen. Aquí ejercita el amor, que no es por
fuerza que ha de haberla cuando hay tiempo de soledad, y lo
demás no ser oración. Con un poquito de cuidado, grandes bienes
se hallan en el tiempo que con trabajos el Señor nos quita el tiempo
de la oración, y así los había yo hallado cuando tenía buena
conciencia.
13. Mas él, con la opinión que tenía de mí y el amor que me tenía,
todo me lo creyó; antes me hubo lástima. Mas como él estaba ya en
tan subido estado, no estaba después tanto conmigo, sino como me
había visto, íbase, que decía era tiempo perdido. Como yo le
gastaba en otras vanidades, dábaseme poco.
No fue sólo a él, sino a otras algunas personas las que procuré
tuviesen oración. Aun andando yo en estas vanidades, como las
veía amigas de rezar, las decía cómo tendrían meditación, y les
aprovechaba, y dábales libros. Porque este deseo de que otros
sirviesen a Dios, desde que comencé oración, como he dicho, le
tenía. Parecíame a mí que, ya que yo no servía al Señor como lo
entendía, que no se perdiese lo que me había dado Su Majestad a
entender, y que le sirviesen otros por mí. Digo esto para que se vea
la gran ceguedad en que estaba, que me dejaba perder a mí y
procuraba ganar a otros.
14. En este tiempo dio a mi padre la enfermedad de que murió, que
duró algunos días. Fuile yo a curar, estando más enferma en el
alma que él en el cuerpo, en muchas vanidades, aunque no de
manera que -a cuanto entendía- estuviese en pecado mortal en
todo este tiempo más perdido que digo; porque entendiéndolo yo,
en ninguna manera lo estuviera.
Pasé harto trabajo en su enfermedad. Creo le serví algo de los que
él había pasado en las mías. Con estar yo harto mala, me
esforzaba, y con que en faltarme él me faltaba todo el bien y regalo,
porque en un ser me le hacía, tuve tan gran ánimo para no le
mostrar pena y estar hasta que murió como si ninguna cosa sintiera,
pareciéndome se arrancaba mi alma cuando veía acabar su vida,
porque le quería mucho.
15. Fue cosa para alabar al Señor la muerte que murió y la gana
que tenía de morirse, los consejos que nos daba después de haber
recibido la Extremaunción, el encargarnos le encomendásemos a
Dios y le pidiésemos misericordia para él y que siempre le
sirviésemos, que mirásemos se acababa todo. Y con lágrimas nos
decía la pena grande que tenía de no haberle él servido, que
quisiera ser un fraile, digo, haber sido de los más estrechos que
hubiera.
Tengo por muy cierto que quince días antes le dio el Señor a
entender no había de vivir; porque antes de éstos, aunque estaba
malo, no lo pensaba; después, con tener mucha mejoría y decirlo
los médicos, ningún caso hacía de ello, sino entendía en ordenar su
alma.
16. Fue su principal mal de un dolor grandísimo de espaldas que
jamás se le quitaba. Algunas veces le apretaba tanto, que le
congojaba mucho. Díjele yo que, pues era tan devoto de cuando el
Señor llevaba la cruz a cuestas, que pensase Su Majestad le quería
dar a sentir algo de lo que había pasado con aquel dolor. Consolóse
tanto, que me parece nunca más le oí quejar.
Estuvo tres días muy falto el sentido. El día que murió se le tornó el
Señor tan entero, que nos espantábamos, y le tuvo hasta que a la
mitad del Credo, diciéndole él mismo, expiró. Quedó como un ángel.
Así me parecía a mí lo era él -a manera de decir- en alma y
disposición, que la tenía muy buena.
No sé para qué he dicho esto, si no es para culpar más mi ruin vida
después de haber visto tal muerte y entender tal vida,que por
parecerme en algo a tal padre la había yo de mejorar. Decía su
confesor -que era dominico, muy gran letrado- que no dudaba de
que se iba derecho al cielo, porque había algunos años que le
confesaba, y loaba su limpieza de conciencia.
17. Este padre dominico, que era muy bueno y temeroso de Dios,
me hizo harto provecho; porque me confesé con él, y tomó a hacer
bien a mi alma con cuidado y hacerme entender la perdición que
traía. Hacíame comulgar de quince a quince días. Y poco a poco,
comenzándole a tratar, tratéle de mi oración. Díjome que no la
dejase, que en ninguna manera me podía hacer sino provecho.
Comencé a tornar a ella, aunque no a quitarme de las ocasiones, y
nunca más la dejé.
Pasaba una vida trabajosísima, porque en la oración entendía más
mis faltas. Por una parte me llamaba Dios; por otra, yo seguía al
mundo. Dábanme gran contento todas las cosas de Dios; teníanme
atada las del mundo. Parece que quería concertar estos dos
contrarios -tan enemigo uno de otro- como es vida espiritual y
contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la oración pasaba
gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así
no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de
proceder que llevaba en la oración) sin encerrar conmigo mil
vanidades.
Pasé así muchos años, que ahora me espanto qué sujeto bastó a
sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración no
era ya en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería
para hacerme mayores mercedes.
18. ¡Oh, válgame Dios, si hubiera de decir las ocasiones que en
estos años Dios me quitaba, y cómo me tornaba yo a meter en
ellas, y de los peligros de perder del todo el crédito que me libró! Yo
a hacer obras para descubrir la que era, y el Señor encubrir los
males y descubrir alguna pequeña virtud, si tenía, y hacerla grande
en los ojos de todos, de manera que siempre me tenían en mucho.
Porque aunque algunas veces se traslucían mis vanidades, como
veían otras cosas que les parecían buenas, no lo creían.
Y era que había ya visto el Sabedor de todas las cosas que era
menester así, para que en las que después he hablado de su
servicio me diesen algún crédito, y miraba su soberana largueza, no
los grandes pecados, sino los deseos que muchas veces tenía de
servirle y la pena por no tener fortaleza en mí para ponerlo por obra.
19. ¡Oh Señor de mi alma! ¡Cómo podré encarecer las mercedes
que en estos años me hicisteis! ¡Y cómo en el tiempo que yo más
os ofendía, en breve me disponíais con un grandísimo
arrepentimiento para que gustase de vuestros regalos y mercedes!
A la verdad, tomabais, Rey mío, el más delicado y penoso castigo
por medio que para mí podía ser, como quien bien entendía lo que
me había de ser más penoso. Con regalos grandes castigábais mis
delitos.
Y no creo digo desatino, aunque sería bien que estuviese
desatinada tornando a la memoria ahora de nuevo mi ingratitud y
maldad.
Era tan más penoso para mi condición recibir mercedes, cuando
había caído en graves culpas, que recibir castigos, que una de ellas
me parece, cierto, me deshacía y confundía más y fatigaba, que
muchas enfermedades con otros trabajos hartos, juntas. Porque lo
postrero veía lo merecía y parecíame pagaba algo de mis pecados,
aunque todo era poco, según ellos eran muchos; mas verme recibir
de nuevo mercedes, pagando tan mal las recibidas, es un género
de tormento para mí terrible, y creo para todos los que tuvieren
algún conocimiento o amor de Dios, y esto por una condición
virtuosa lo podemos acá sacar. Aquí eran mis lágrimas y mi enojo
de ver lo que sentía, viéndome de suerte que estaba en víspera de
tornar a caer, aunque mis determinaciones y deseos entonces -por
aquel rato, digo- estaban firmes.
20. Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí
que si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no
tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios.
Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al
principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de
lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse
unos a otros con sus oraciones, ¡cuánto más que hay muchas más
ganancias! Y no sé yo por qué (pues de conversaciones y
voluntades humanas, aunque no sean muy buenas se procuran
amigos con quien descansar, y para más gozar de contar aquellos
placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras
a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus
placeres y trabajos, que de todo tienen los que tienen oración.
Porque si es de verdad la amistad que quiere tener con Su
Majestad, no haya miedo de vanagloria; y cuando el primer
movimiento le acometa, salga de ello con mérito. Y creo que el que
tratando con esta intención lo tratare, que aprovechará a sí y a los
que le oyeren y saldrá más enseñado; aun sin entender cómo,
enseñará a sus amigos.
21. El que de hablar en esto tuviere vanagloria, también la tendrá
en oír misa con devoción, si le ven, y en hacer otras cosas que, so
pena de no ser cristiano, las ha de hacer y no se han de dejar por
miedo de vanagloria.
Pues es tan importantísimo esto para almas que no están
fortalecidas en virtud -como tienen tantos contrarios, y amigos para
incitar al mal- que no sé cómo lo encarecer. Paréceme que el
demonio ha usado de este ardid como cosa que muy mucho le
importa: que se escondan tanto de que se entienda que de veras
quieren procurar amar y contentar a Dios, como ha incitado se
descubran otras voluntades malhonestas, con ser tan usadas, que
ya parece se toma por gala y se publican las ofensas que en este
caso se hacen a Dios.
22. No sé si digo desatinos. Si lo son, vuestra merced los rompa; y
si no lo son, le suplico ayude a mi simpleza con añadir aquí mucho.
Porque andan ya las cosas del servicio de Dios tan flacas, que es
menester hacerse espaldas unos a otros los que le sirven para ir
adelante, según se tiene por bueno andar en las vanidades y
contentos del mundo. Y para estos hay pocos ojos; y si uno
comienza a darse a Dios, hay tantos que murmuren, que es
menester buscar compañía para defenderse, hasta que ya estén
fuertes en no les pesar de padecer; y si no, veránse en mucho
aprieto.
Paréceme que por esto debían usar algunos santos irse a los
desiertos; y es un género de humildad no fiar de sí, sino creer que
para aquellos con quien conversa le ayudará Dios, y crece la
caridad con ser comunicada, y hay mil bienes que no los osaría
decir, si no tuviese gran experiencia de lo mucho que va en esto.
Verdad es que yo soy más flaca y ruin que todos los nacidos; mas
creo no perderá quien, humillándose, aunque sea fuerte, no lo crea
de sí, y creyere en esto a quien tiene experiencia. De mí sé decir
que, si el Señor no me descubriera esta verdad y diera medios para
que yo muy ordinario tratara con personas que tienen oración, que
cayendo y levantando iba a dar de ojos en el infierno. Porque para
caer había muchos amigos que me ayudasen; para levantarme
hallábame tan sola, que ahora me espanto cómo no me estaba
siempre caída, y alabo la misericordia de Dios, que era sólo el que
me daba la mano.
Sea bendito por siempre jamás, amén.
------------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO 8
Trata del gran bien que le hizo no se apartar del todo de la oración
para no perder el alma, y cuán excelente remedio es para ganar lo
perdido. - Persuade a que todos la tengan. - Dice cómo es tan gran
ganancia y que, aunque la tornen a dejar, es gran bien usar algún
tiempo de tan gran bien.
1. No sin causa he ponderado tanto este tiempo de mi vida, que
bien veo no dará a nadie gusto ver cosa tan ruin; que, cierto,
querría me aborreciesen los que esto leyesen, de ver un alma tan
pertinaz e ingrata con quien tantas mercedes le ha hecho. Y
quisiera tener licencia para decir las muchas veces que en este
tiempo falté a Dios.
2. Por estar arrimada a esta fuerte columna de la oración, pasé este
mar tempestuoso casi veinte años, con estas caídas y con
levantarme y mal -pues tornaba a caer- y en vida tan baja de
perfección, que ningún caso casi hacía de pecados veniales, y los
mortales, aunque los temía, no como había de ser, pues no me
apartaba de los peligros. Sé decir que es una de las vidas penosas
que me parece se puede imaginar; porque ni yo gozaba de Dios ni
traía contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos del
mundo, en acordarme lo que debía a Dios era con pena; cuando
estaba con Dios, las aficiones del mundo me desasosegaban. Ello
es una guerra tan penosa, que no sé cómo un mes la pude sufrir,
cuánto más tantos años.
Con todo, veo claro la gran misericordia que el Señor hizo conmigo:
ya que había de tratar en el mundo, que tuviese ánimo para tener
oración. Digo ánimo, porque no sé yo para qué cosa de cuantas hay
en él es menester mayor, que tratar traición al rey y saber que lo
sabe y nunca se le quitar de delante. Porque, puesto que siempre
estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que
tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los demás
podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve
Dios.
3. Verdad es que en estos años hubo muchos meses, y creo alguna
vez año, que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a
la oración y hacía algunas y hartas diligencias para no le venir a
ofender. Porque va todo lo que escribo dicho con toda verdad, trato
ahora esto. Mas acuérdaseme poco de estos días buenos, y así
debían ser pocos, y mucho de los ruines. Ratos grandes de oración
pocos días se pasaban sin tenerlos, si no era estar muy mala o muy
ocupada. Cuando estaba mala, estaba mejor con Dios; procuraba
que las personas que trataban conmigo lo estuviesen, y suplicábalo
al Señor; hablaba muchas veces en El.
Así que, si no fue el año que tengo dicho, en veinte y ocho que ha
que comencé oración, más de los dieciocho pasé esta batalla y
contienda de tratar con Dios y con el mundo. Los demás que ahora
me quedan por decir, mudóse la causa de la guerra, aunque no ha
sido pequeña; mas con estar, a lo que pienso, en servicio de Dios y
con conocimiento de la vanidad que es el mundo, todo ha sido
suave, como diré después.
4. Pues para lo que he tanto contado esto es, como he ya dicho,
para que se vea la misericordia de Dios y mi ingratitud; lo otro, para
que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma que la
dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan
dispuesta como es menester, y cómo si en ella persevera, por
pecados y tentaciones y caídas de mil manera que ponga el
demonio, en fin tengo por cierto la saca el Señor a puerto de
salvación, como -a lo que ahora parece- me ha sacado a mí. Plega
a Su Majestad no me torne yo a perder.
5. El bien que tiene quien se ejercita en oración hay muchos santos
y buenos que lo han escrito, digo oración mental: ¡gloria sea a Dios
por ello! Y cuando no fuera esto, aunque soy poco humilde, no tan
soberbia que en esto osara hablar.
De lo que yo tengo experiencia puedo decir, y es que por males que
haga quien la ha comenzado, no la deje, pues es el medio por
donde puede tornarse a remediar, y sin ella será muy más
dificultoso. Y no le tiente el demonio por la manera que a mí, a
dejarla por humildad; crea que no pueden faltar sus palabras, que
en arrepintiéndonos de veras y determinándose a no le ofender, se
torna a la amistad que estaba y hacer las mercedes que antes
hacía y a las veces mucho más si el arrepentimiento lo merece.
Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no
carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear;
porque, cuando no fuere adelante y se esforzare a ser perfecto, que
merezca los gustos y regalos que a estos da Dios, a poco ganar irá
entendiendo el camino para el cielo; y si persevera, espero yo en la
misericordia de Dios, que nadie le tomó por amigo que no se lo
pagase; que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino
tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien
sabemos nos ama. Y si vos aún no le amáis (porque, para ser
verdadero el amor y que dure la amistad, hanse de encontrar las
condiciones: la del Señor ya se sabe que no puede tener falta, la
nuestra es ser viciosa, sensual, ingrata), no podéis acabar con vos
de amarle tanto, porque no es de vuestra condición; mas viendo lo
mucho que os va en tener su amistad y lo mucho que os ama,
pasáis por esta pena de estar mucho con quien es tan diferente de
vos.
6. ¡Oh bondad infinita de mi Dios, que me parece os veo y me veo
de esta suerte! ¡Oh regalo de los ángeles, que toda me querría,
cuando esto veo, deshacer en amaros! ¡Cuán cierto es sufrir Vos a
quien os sufre que estéis con él! ¡Oh, qué buen amigo hacéis,
Señor mío! ¡Cómo le vais regalando y sufriendo, y esperáis a que
se haga a vuestra condición y tan de mientras le sufrís Vos la suya!
¡Tomáis en cuenta, mi Señor, los ratos que os quiere, y con un
punto de arrepentimiento olvidáis lo que os ha ofendido!
He visto esto claro por mí, y no veo, Criador mío, por qué todo el
mundo no se procure llegar a Vos por esta particular amistad: los
malos, que no son de vuestra condición, para que nos hagáis
buenos con que os sufran estéis con ellos siquiera dos horas cada
día, aunque ellos no estén con Vos sino con mil revueltas de
cuidados y pensamientos de mundo, como yo hacía. Por esta
fuerza que se hacen a querer estar en tan buena compañía, miráis
que en esto a los principios no pueden más, ni después algunas
veces; forzáis vos, Señor, los demonios para que no los acometan y
que cada día tengan menos fuerza contra ellos, y dáisselas a ellos
para vencer. Sí, que no matáis a nadie -¡vida de todas las vidas!- de
los que se fían de Vos y de los que os quieren por amigo; sino
sustentáis la vida del cuerpo con más salud y dáisla al alma.
7. No entiendo esto que temen los que temen comenzar oración
mental, ni sé de qué han miedo. Bien hace de ponerle el demonio
para hacernos él de verdad mal, si con miedos me hace no piense
en lo que he ofendido a Dios y en lo mucho que le debo y en que
hay infierno y hay gloria y en los grandes trabajos y dolores que
pasó por mí.
Esta fue toda mi oración y ha sido cuando anduve en estos peligros,
y aquí era mi pensar cuando podía; y muy muchas veces, algunos
años, tenía más cuenta con desear se acabase la hora que tenía
por mí de estar, y escuchar cuándo daba el reloj, que no en otras
cosas buenas; y hartas veces no sé qué penitencia grave se me
pusiera delante que no la acometiera de mejor gana que recogerme
a tener oración.
Y es cierto que era tan incomportable la fuerza que el demonio me
hacía o mi ruin costumbre que no fuese a la oración, y la tristeza
que me daba en entrando en el oratorio, que era menester
ayudarme de todo mi ánimo (que dicen no le tengo pequeño y se ha
visto me le dio Dios harto más que de mujer, sino que le he
empleado mal) para forzarme, y en fin me ayudaba el Señor.
Y después que me había hecho esta fuerza, me hallaba con más
quietud y regalo que algunas veces que tenía deseo de rezar.
8. Pues si a cosa tan ruin como yo tanto tiempo sufrió el Señor, y se
ve claro que por aquí se remediaron todos mis males, ¿qué
persona, por malo que sea, podrá temer? Porque por mucho que lo
sea, no lo será tantos años después de haber recibido tantas
mercedes del Señor. Ni ¿quién podrá desconfiar, pues a mí tanto
me sufrió, sólo porque deseaba y procuraba algún lugar y tiempo
para que estuviese conmigo, y esto muchas veces sin voluntad, por
gran fuerza que me hacía o me la hacía el mismo Señor? Pues si a
los que no le sirven sino que le ofenden les está tan bien la oración
y les es tan necesaria, y no puede nadie hallar con verdad daño que
pueda hacer, que no fuera mayor el no tenerla, los que sirven a
Dios y le quieren servir ¿por qué lo han de dejar? Por cierto, si no
es por pasar con más trabajo los trabajos de la vida, yo no lo puedo
entender, y por cerrar a Dios la puerta para que en ella no les dé
contento. Cierto, los he lástima, que a su costa sirven a Dios;
porque a los que tratan la oración el mismo Señor les hace la costa,
pues por un poco de trabajo da gusto para que con él se pasen los
trabajos.
9. Porque de estos gustos que el Señor da a los que perseveran en
la oración se tratará mucho, no digo aquí nada. Sólo digo que para
estas mercedes tan grandes que me ha hecho a mí, es la puerta la
oración. Cerrada ésta, no sé cómo las hará; porque, aunque quiera
entrar a regalarse con un alma y regalarla, no hay por dónde, que la
quiere sola y limpia y con gana de recibirlos. Si le ponemos muchos
tropiezos y no ponemos nada en quitarlos, ¿cómo ha de venir a
nosotros? ¡Y queremos nos haga Dios grandes mercedes!
10. Para que vean su misericordia y el gran bien que fue para mí no
haber dejada la oración y lección, diré aquí -pues va tanto en
entender- la batería que da el demonio a un alma para ganarla, y el
artificio y misericordia con que el Señor procura tornarla a Sí, y se
guarden de los peligros que yo no me guardé. Y sobre todo, por
amor de nuestro Señor y por el grande amor con que anda
granjeando tornarnos a Sí, pido yo se guarden de las ocasiones;
porque, puestos en ellas, no hay que fiar donde tantos enemigos
nos combaten y tantas flaquezas hay en nosotros para
defendernos.
11. Quisiera yo saber figurar la cautividad que en estos tiempos
traía mi alma, porque bien entendía yo que lo estaba, y no acababa
de entender en qué ni podía creer del todo que lo que los
confesores no me agraviaban tanto, fuese tan malo como yo lo
sentía en mi alma. Díjome uno, yendo yo a él con escrúpulo, que
aunque tuviese subida contemplación, no me eran inconveniente
semejantes ocasiones y tratos.
Esto era ya a la postre, que yo iba con el favor de Dios
apartándome más de los peligros grandes; mas no me quitaba del
todo de la ocasión. Como me veían con buenos deseos y ocupación
de oración, parecíales hacía mucho; mas entendía mi alma que no
era hacer lo que era obligada por quien debía tanto. Lástima la
tengo ahora de lo mucho que pasó y el poco socorro que de
ninguna parte tenía, sino de Dios, y la mucha salida que le daban
para sus pasatiempos y contentos con decir eran lícitos.
12. Pues el tormento en los sermones no era pequeño, y era
aficionadísima a ellos, de manera que si veía a alguno predicar con
espíritu y bien, un amor particular le cobraba, sin procurarle yo, que
no sé quién me le ponía. Casi nunca me parecía tan mal sermón,
que no le oyese de buena gana, aunque al dicho de los que le oían
no predicase bien. Si era bueno, érame muy particular recreación.
De hablar de Dios u oír de El casi nunca me cansaba, y esto
después que comencé oración. Por un cabo tenía gran consuelo en
los sermones, por otro me atormentaba, porque allí entendía yo que
no era la que había de ser, con mucha parte. Suplicaba al Señor me
ayudase; mas debía faltar -a lo que ahora me parece- de no poner
en todo la confianza en Su Majestad y perderla de todo punto de
mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que
todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de
nosotros, no la ponemos en Dios.
Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba
con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la
podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no
socorrerme, pues tantas veces me había tornado a Sí y yo dejádole.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 9
Trata por qué términos comenzó el Señor a despertar su alma y
darla luz en tan grandes tinieblas y a fortalecer sus virtudes para no
ofenderle.
1. Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le
dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme
que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído
allá a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía
en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola,
toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó
por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido
aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme
cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole
me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle.
2. Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena y muy muchas
veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba,
que como sabía estaba allí cierto el Señor dentro de mí, poníame a
sus pies, pareciéndome no eran de desechar mis lágrimas. Y no
sabía lo que decía, que harto hacía quien por sí me las consentía
derramar, pues tan presto se me olvidaba aquel sentimiento. Y
encomendábame a aquesta gloriosa Santa para que me alcanzase
perdón.
3. Mas esta postrera vez de esta imagen que digo, me parece me
aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada de mí y ponía
toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces que no me
había de levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo
cierto me aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces.
4. Tenía este modo de oración: que, como no podía discurrir con el
entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí, y
hallábame mejor -a mi parecer- de las partes adonde le veía más
solo. Parecíame a mí que, estando solo y afligido, como persona
necesitada me había de admitir a mí. De estas simplicidades tenía
muchas.
En especial me hallaba muy bien en la oración del Huerto. Allí era
mi acompañarle. Pensaba en aquel sudor y aflicción que allí había
tenido, si podía. Deseaba limpiarle aquel tan penoso sudor. Mas
acuérdome que jamás osaba determinarme a hacerlo, como se me
representaban mis pecados tan graves. Estábame allí lo más que
me dejaban mis pensamientos con El, porque eran muchos los que
me atormentaban. Muchos años, las más noches antes que me
durmiese, cuando para dormir me encomendaba a Dios, siempre
pensaba un poco en este paso de la oración del Huerto, aun desde
que no era monja, porque me dijeron se ganaban muchos
perdones. Y tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma,
porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la
costumbre tan ordinaria me hacía no dejar esto, como el no dejar de
santiguarme para dormir.
5. Pues tornando a lo que decía del tormento que me daban los
pensamientos, esto tiene este modo de proceder sin discurso del
entendimiento, que el alma ha de estar muy ganada o perdida, digo
perdida la consideración. En aprovechando, aprovecha mucho,
porque es en amar. Mas para llegar aquí es muy a su costa, salvo a
personas que quiere el Señor muy en breve llegarlas a oración de
quietud, que yo conozco a algunas. Para las que van por aquí es
bueno un libro para presto recogerse. Aprovechábame a mí también
ver campo o agua, flores. En estas cosas hallaba yo memoria del
Criador, digo que me despertaban y recogían y servían de libro; y
en mi ingratitud y pecados. En cosas del cielo ni en cosas subidas,
era mi entendimiento tan grosero que jamás por jamás las pude
imaginar, hasta que por otro modo el Señor me las representó.
6. Tenía tan poca habilidad para con el entendimiento representar
cosas, que si no era lo que veía, no me aprovechaba nada de mi
imaginación, como hacen otras personas que pueden hacer
representaciones adonde se recogen. Yo sólo podía pensar en
Cristo como hombre. Mas es así que jamás le pude representar en
mí, por más que leía su hermosura y veía imágenes, sino como
quien está ciego o a oscuras, que aunque habla con una persona y
ve que está con ella porque sabe cierto que está allí (digo que
entiende y cree que está allí, mas no la ve), de esta manera me
acaecía a mí cuando pensaba en nuestro Señor. A esta causa era
tan amiga de imágenes. ¡Desventurados de los que por su culpa
pierden este bien! Bien parece que no aman al Señor, porque si ld
amaran, holgáranse de ver su retrato, como acá aun da contento
ver el de quien se quiere bien.
7. En este tiempo me dieron las Confesiones de San Agustín, que
parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré ni nunca las
había visto. Yo soy muy aficionada a San Agustín, porque el
monasterio adonde estuve seglar era de su Orden y también por
haber sido pecador, que en los santos que después de serlo el
Señor tornó a Sí hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome en ellos
había de hallar ayuda y que como los había el Señor perdonado,
podía hacer a mí; salvo que una cosa me desconsolaba, como he
dicho, que a ellos sola una vez los había el Señor llamado y no
tornaban a caer, y a mí eran ya tantas, que esto me fatigaba. Mas
considerando en el amor que me tenía, tornaba a animarme, que de
su misericordia jamás desconfié. De mí muchas veces.
8. ¡Oh, válgame Dios, cómo me espanta la reciedumbre que tuvo mi
alma, con tener tantas ayudas de Dios! Háceme estar temerosa lo
poco que podía conmigo y cuán atada me veía para no me
determinar a darme del todo a Dios.
Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí.
Comencé a encomendarme mucho a este glorioso Santo. Cuando
llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no
me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi
corazón. Estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y
entre mí misma con gran aflicción y fatiga.
¡Oh, qué sufre un alma, válgame Dios, por perder la libertad que
había de tener de ser señora, y qué de tormentos padece! Yo me
admiro ahora cómo podía vivir en tanto tormento. Sea Dios alabado,
que me dio vida para salir de muerte tan mortal.
9. Paréceme que ganó grandes fuerzas mi alma de la divina
Majestad, y que debía oír mis clamores y haber lástima de tantas
lágrimas. Comenzóme a crecer la afición de estar más tiempo con
El y a quitarme de los ojos las ocasiones, porque, quitadas, luego
me volvía a amar a Su Majestad; que bien entendía yo, a mi
parecer, le amaba, mas no entendía en qué está el amar de veras a
Dios como lo había de entender.
No me parece acababa yo de disponerme a quererle servir, cuando
Su Majestad me comenzaba a tornar a regalar. No parece sino que
lo que otros procuran con gran trabajo adquirir, granjeaba el Señor
conmigo que yo lo quisiese recibir, que era ya en estos postreros
años darme gustos y regalos. Suplicar yo me los diese, ni ternura
de devoción, jamás a ello me atreví; sólo le pedía me diese gracia
para que no le ofendiese, y me perdonase mis grandes pecados.
Como los veía tan grandes, aun desear regalos ni gustos nunca de
advertencia osaba. Harto me parece hacía su piedad, y con verdad
hacía mucha misericordia conmigo en consentirme delante de sí y
traerme a su presencia; que veía yo, si tanto El no lo procurara, no
viniera.
Sola una vez en mi vida me acuerdo pedirle gustos, estando con
mucha sequedad; y como advertí lo que hacía, quedé tan confusa
que la misma fatiga de verme tan poco humilde me dio lo que me
había atrevido a pedir. Bien sabía yo era lícito pedirla, mas
parecíame a mí que lo es a los que están dispuestos con haber
procurado lo que es verdadera devoción con todas sus fuerzas, que
es no ofender a Dios y estar dispuestos y determinados para todo
bien.
Parecíame que aquellas mis lágrimas eran mujeriles y sin fuerza,
pues no alcanzaba con ellas lo que deseaba. Pues con todo, creo
me valieron; porque, como digo, en especial después de estas dos
veces de tan gran compunción de ellas y fatiga de mi corazón,
comencé más a darme a oración y a tratar menos en cosas que me
dañasen, aunque aún no las dejaba del todo, sino -como digofueme ayudando Dios a desviarme.
Como no estaba Su Majestad esperando sino algún aparejo en mí,
fueron creciendo las mercedes espirituales de la manera que diré;
cosa no usada darlas el Señor, sino a los que están en más
limpieza de conciencia.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 10
Comienza a declarar las mercedes que el Señor la hacía en la
oración, y en lo que nos podemos nosotros ayudar, y lo mucho que
importa que entendamos las mercedes que el Señor nos hace. Pide a quien esto envía que de aquí adelante sea secreto lo que
escribiere, pues la mandan diga tan particularmente las mercedes
que la hace el Señor.
1. Tenía yo algunas veces, como he dicho, aunque con mucha
brevedad pasaba, comienzo de lo que ahora diré: acaecíame en
esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, que he
dicho, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un
sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía
dudar que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en El.
Esto no era manera de visión; creo lo llaman mística teología.
Suspende el alma de suerte, que toda parecía estar fuera de sí:
ama la voluntad, la memoria me parece está casi perdida, el
entendimiento no discurre, a mi parecer, mas no se pierde; mas,
como digo, no obra, sino está como espantado de lo mucho que
entiende, porque quiere Dios entienda que de aquello que Su
Majestad le representa ninguna cosa entiende.
2. Primero había tenido muy continuo una ternura, que en parte
algo de ella me parece se puede procurar: un regalo, que ni bien es
todo sensual ni bien espiritual. Todo es dado de Dios; mas parece
para esto nos podemos mucho ayudar con considerar nuestra
bajeza y la ingratitud que tenemos con Dios, lo mucho que hizo por
nosotros, su Pasión con tan graves dolores, su vida tan afligida; en
deleitarnos de ver sus obras, su grandeza, lo que nos ama, otras
muchas cosas, que quien con cuidado quiera aprovechar tropieza
muchas veces en ellas, aunque no ande con mucha advertencia. Si
con esto hay algún amor, regálase el alma, enternécese el corazón,
vienen lágrimas; algunas veces parece las sacamos por fuerza,
otras el Señor parece nos la hace para no podernos resistir. Parece
nos paga Su Majestad aquel cuidadito con un don tan grande como
es el consuelo que da a un alma ver que llora por tan gran Señor; y
no me espanto, que le sobra la razón de consolarse: regálase allí,
huélgase allí.
3. Paréceme bien esta comparación que ahora se me ofrece: que
son estos gozos de oración como deben ser los que están en el
cielo, que como no han visto más de lo que el Señor, conforme a lo
que merecen, quiere que vean, y ven sus pocos méritos, cada uno
está contento con el lugar en que está, con haber tan grandísima
diferencia de gozar a gozar en el cielo, mucho más que acá hay de
unos gozos espirituales a otros, que es grandísima.
Y verdaderamente un alma en sus principios, cuando Dios la hace
esta merced, ya casi le parece no hay más que desear, y se da por
bien pagada de todo cuanto ha servido. Y sóbrale la razón, que una
lágrima de éstas que, como digo, casi nos las procuramos -aunque
sin Dios no se hace cosa-, no me parece a mí que con todos los
trabajos del mundo se puede comprar, porque se gana mucho con
ellas; y ¿qué más ganancia que tener algún testimonio que
contentamos a Dios? Así que quien aquí llegare, alábele mucho,
conózcase por muy deudor; porque ya parece le quiere para su
casa y escogido para su reino, si no torna atrás.
4. No cure de unas humildades que hay, de que pienso tratar, que
les parece humildad no entender que el Señor les va dando dones.
Entendamos bien bien, como ello es, que nos los da Dios sin ningún
merecimiento nuestro, y agradezcámoslo a Su Majestad; porque si
no conocemos que recibimos, no despertamos a amar. Y es cosa
muy cierta que mientras más vemos estamos ricos, sobre conocer
somos pobres, más aprovechamiento nos viene y aun más
verdadera humildad. Lo demás es acobardar el ánimo a parecer
que no es capaz de grandes bienes, si en comenzando el Señor a
dárselos comienza él a atemorizarse con miedo de vanagloria.
Creamos que quien nos da los bienes, nos dará gracia para que, en
comenzando el demonio a tentarle en este caso, lo entienda, y
fortaleza para resistir; digo, si andamos con llaneza delante de Dios,
pretendiendo contentar sólo a El y no a los hombres.
5. Es cosa muy clara que amamos más a una persona cuando
mucho se nos acuerda las buenas obras que nos hace. Pues si es
lícito y tan meritorio que siempre tengamos memoria que tenemos
de Dios el ser y que nos crió de nonada y que nos sustenta y todos
los demás beneficios de su muerte y trabajos, que mucho antes que
nos criase los tenía hechos por cada uno de los que ahora viven,
¿por qué no será lícito que entienda yo y vea y considere muchas
veces que solía hablar en vanidades, y que ahora me ha dado el
Señor que no querría sino hablar sino en El? He aquí una joya que,
acordándonos que es dada y ya la poseemos, forzado convida a
amar, que es todo el bien de la oración fundada sobre humildad.
Pues ¿qué será cuando vean en su poder otras joyas más
preciosas, como tienen ya recibidas algunos siervos de Dios, de
menosprecio de mundo, y aun de sí mismos? Está claro que se han
de tener por más deudores y más obligados a servir, y entender que
no teníamos nada de esto, y a conocer la largueza del Señor, que a
un alma tan pobre y ruin y de ningún merecimiento como la mía,
que bastaba la primera joya de éstas y sobraba para mí, quiso
hacerme con más riquezas que yo supiera desear.
6. Es menester sacar fuerzas de nuevo para servir y procurar no ser
ingratos; porque con esa condición las da el Señor, que si no
usamos bien del tesoro y del gran estado en que pone, nos lo
tornará a tomar y quedarnos hemos muy más pobres, y dará Su
Majestad las joyas a quien luzca y aproveche con ellas a sí y a los
otros.
Pues ¿cómo aprovechará y gastará con largueza el que no
entiende que está rico? Es imposible conforme a nuestra naturaleza
-a mi parecer- tener ánimo para cosas grandes quien no entiende
está favorecido de Dios. Porque somos tan miserables y tan
inclinados a cosas de tierra, que mal podrá aborrecer todo lo de acá
de hecho con gran desasimiento quien no entiende tiene alguna
prenda de lo de allá. Porque con estos dones es adonde el Señor
nos da la fortaleza que por nuestros pecados nosotros perdimos. Y
mal deseará se descontenten todos de él y le aborrezcan y todas
las demás virtudes grandes que tienen los perfectos, si no tiene
alguna prenda del amor que Dios le tiene, y juntamente fe viva.
Porque es tan muerto nuestro natural, que nos vamos a lo que
presente vemos; y así estos mismos favores son los que despiertan
la fe y la fortalecen. Ya puede ser que yo, como soy tan ruin, juzgo
por mí, que otros habrá que no hayan menester más de la verdad
de la fe para hacer obras muy perfectas, que yo, como miserable,
todo lo he habido menester.
7. Estos, ellos lo dirán. Yo digo lo que ha pasado por mí, como me
lo mandan. Y si no fuere bien, romperálo a quien lo envío, que
sabrá mejor entender lo que va mal que yo; a quien suplico por
amor del Señor, lo que he dicho hasta aquí de mi ruin vida y
pecados lo publiquen. Desde ahora doy licencia, y a todos mis
confesores, que así lo es a quien esto va. Y si quisieren, luego en
mi vida; porque no engañe más el mundo, que piensan hay en mí
algún bien. Y cierto cierto, con verdad digo, a lo que ahora entiendo
de mí, que me dará gran consuelo.
Para lo que de aquí adelante dijere, no se la doy. Ni quiero, si a
alguien lo mostraren, digan quién es por quien pasó ni quién lo
escribió; que por esto no me nombro ni a nadie, sino escribirlo he
todo lo mejor que pueda para no ser conocida, y así lo pido por
amor de Dios. Bastan personas tan letradas y graves para autorizar
alguna cosa buena, si el Señor me diere gracia para decirla, que si
lo fuere, será suya y no mía, porque yo sin letras ni buena vida ni
ser informada de letrado ni de persona ninguna (porque solos los
que me lo mandan escribir saben que lo escribo, y al presente no
están aquí) y casi hurtando el tiempo, y con pena porque me
estorbo de hilar, por estar en casa pobre y con hartas ocupaciones.
Así que, aunque el Señor me diera más habilidad y memoria, que
aun con ésta me pudiera aprovechar de lo que he oído o leído, es
poquísima la que tengo; así que si algo bueno dijere, lo quiere el
Señor para algún bien; lo que fuere malo será de mí, y vuestra
merced lo quitará.
Para lo uno ni para lo otro, ningún provecho tiene decir mi nombre:
en vida está claro que no se ha de decir de lo bueno; en muerte no
hay para qué, sino para que pierda la autoridad el bien, y no la dar
ningún crédito, por ser dicho de persona tan baja y tan ruin.
8. Y por pensar vuestra merced hará esto que por amor del Señor le
pido y los demás que lo han de ver, escribo con libertad; de otra
manera sería con gran escrúpulo, fuera de decir mis pecados, que
para esto ninguno tengo; para lo demás basta ser mujer para
caérseme las alas, cuánto más mujer y ruin. Y así lo que fuere más
de decir simplemente el discurso de mi vida, tome vuestra merced
para sí -pues tanto me ha importunado escriba alguna declaración
de las mercedes que me hace Dios en la oración-, si fuere conforme
a las verdades de nuestra santa fe católica; y si no, vuestra merced
lo queme luego, que yo a esto me sujeto. Y diré lo que pasa por mí,
para que, cuando sea conforme a esto, podrá hacer a vuestra
merced algún provecho; y si no, desengañará mi alma, para que no
gane el demonio adonde me parece gano yo; que ya sabe el Señor,
como después diré, que siempre he procurado buscar quién me dé
luz.
9. Por claro que yo quiera decir estas cosas de oración, será bien
oscuro para quien no tuviere experiencia. Algunos impedimentos
diré, que a mi entender lo son para ir adelante en este camino, y
otras cosas en que hay peligro, de lo que el Señor me ha enseñado
por experiencia y después tratádolo yo con grandes letrados y
personas espirituales de muchos años, y ven que en solos veinte y
siete años que ha que tengo oración, me ha dado Su Majestad la
experiencia -con andar en tantos tropiezos y tan mal este caminoque a otros en cuarenta y siete y en treinta y siete, que con
penitencia y siempre virtud han caminado por él.
Sea bendito por todo y sírvase de mí, por quien Su Majestad es,
que bien sabe mi Señor que no pretendo otra cosa en esto, sino
que sea alabado y engrandecido un poquito de ver que en un
muladar tan sucio y de mal olor hiciese huerto de tan suaves flores.
Plega a Su Majestad que por mi culpa no las torne yo a arrancar y
se torne a ser lo que era. Esto pido yo por amor del Señor le pida
vuestra merced, pues sabe la que soy con más claridad que aquí
me lo ha dejado decir.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 11
Dice en qué está la falta de no amar a Dios con perfección en breve
tiempo. - Comienza a declarar, por una comparación que pone,
cuatro grados de oración. - Va tratando aquí del primero. - Es muy
provechoso para los que comienzan y para los que no tienen gustos
en la oración.
1. Pues hablando ahora de los que comienzan a ser siervos del
amor (que no me parece otra cosa determinarnos a seguir por este
camino de oración al que tanto nos amó), es una dignidad tan
grande, que me regalo extrañamente en pensar en ella. Porque el
temor servil luego va fuera, si en este primer estado vamos como
hemos de ir. ¡Oh Señor de mi alma y bien mío! ¿Por qué no
quisisteis que en determinándose un alma a amaros, con hacer lo
que puede en dejarlo todo para mejor se emplear en este amor de
Dios, luego gozase de subir a tener este amor perfecto? Mal he
dicho: había de decir y quejarme porque no queremos nosotros;
pues toda la falta nuestra es, en no gozar luego de tan gran
dignidad, pues en llegando a tener con perfección este verdadero
amor de Dios, trae consigo todos los bienes. Somos tan caros y tan
tardíos de darnos del todo a Dios, que, como Su Majestad no quiere
gocemos de cosa tan preciosa sin gran precio, no acabamos de
disponernos.
2. Bien veo que no le hay con qué se pueda comprar tan gran bien
en la tierra; mas si hiciésemos lo que podemos en no nos asir a
cosa de ella, sino que todo nuestro cuidado y trato fuese en el cielo,
creo yo sin duda muy en breve se nos daría este bien, si en breve
del todo nos dispusiésemos, como algunos santos lo hicieron. Mas
parécenos que lo damos todo, y es que ofrecemos a Dios la renta o
los frutos y quedámonos con la raíz y posesión. Determinámonos a
ser pobres, y es de gran merecimiento; mas muchas veces
tornamos a tener cuidado y diligencia para que no nos falte no sólo
lo necesario sino lo superfluo, y a granjear los amigos que nos lo
den y ponernos en mayor cuidado, y por ventura peligro, porque no
nos falte, que antes teníamos en poseer la hacienda.
Parece también que dejamos la honra en ser religiosos o en haber
ya comenzado a tener vida espiritual y a seguir perfección, y no nos
han tocado en un punto de honra, cuando no se nos acuerda la
hemos ya dado a Dios, y nos queremos tornar a alzar con ella y
tomársela -como dicen- de las manos, después de haberle de
nuestra voluntad, al parecer, hecho de ella señor. Así son todas las
otras cosas.
3. ¡Donosa manera de buscar amor de Dios! Y luego le queremos a
manos llenas, a manera de decir. Tenernos nuestras aficiones (ya
que no procuramos efectuar nuestros deseos y no acabarlos de
levantar de la tierra) y muchas consolaciones espirituales con esto,
no viene bien, ni me parece se compadece esto con estotro. Así
que, porque no se acaba de dar junto, no se nos da por junto este
tesoro. Plega al Señor que gota a gota nos le dé Su Majestad,
aunque sea costándonos todos los trabajos del mundo.
4. Harto gran misericordia hace a quien da gracia y ánimo para
determinarse a procurar con todas sus fuerzas este bien. Porque si
persevera, no se niega Dios a nadie. Poco a poco va habilitando él
el ánimo para que salga con esta victoria. Digo ánimo, porque son
tantas las cosas que el demonio pone delante a los principios para
que no comiencen este camino de hecho, como quien sabe el daño
que de aquí le viene, no sólo en perder aquel alma sino muchas. Si
el que comienza se esfuerza con el fervor de Dios a llegar a la
cumbre de la perfección, creo jamás va solo al cielo; siempre lleva
mucha gente tras sí. Como a buen capitán, le da Dios quien vaya
en su compañía.
Póneles tantos peligros y dificultades delante, que no es menester
poco ánimo para no tornar atrás, sino muy mucho y mucho favor de
Dios.
5. Pues hablando de los principios de los que ya van determinados
a seguir este bien y a salir con esta empresa (que de lo demás que
comencé a decir de mística teología, que creo se llama así, diré
más adelante), en estos principios está todo el mayor trabajo;
porque son ellos los que trabajan dando el Señor el caudal; que en
los otros grados de oración lo más es gozar, puesto que primeros y
medianos y postreros, todos llevan sus cruces, aunque diferentes;
que por este camino que fue Cristo han de ir los que le siguen, si no
se quieren perder. ¡Y bienaventurados trabajos, que aun acá en la
vida tan sobradamente se pagan!
6. Habré de aprovecharme de alguna comparación, aunque yo las
quisiera excusar por ser mujer y escribir simplemente lo que me
mandan. Mas este lenguaje de espíritu es tan malo de declarar a
los que no saben letras, como yo, que habré de buscar algún modo,
y podrá ser las menos veces acierte a que venga bien la
comparación. Servirá de dar recreación a vuestra merced de ver
tanta torpeza.
Paréceme ahora a mí que he leído u oído esta comparación -que
como tengo mala memoria, ni sé adónde ni a qué propósito, mas
para el mío ahora conténtame-: ha de hacer cuenta el que
comienza, que comienza a hacer un huerto en tierra muy
infructuosa que lleva muy malas hierbas, para que se deleite el
Señor. Su Majestad arranca las malas hierbas y ha de plantar las
buenas. Pues hagamos cuenta que está ya hecho esto cuando se
determina a tener oración un alma y lo ha comenzado a usar. Y con
ayuda de Dios hemos de procurar, como buenos hortelanos, que
crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas para que no se
pierdan, sino que vengan a echar flores que den de sí gran olor
para dar recreación a este Señor nuestro, y así se venga a deleitar
muchas veces a esta huerta y a holgarse entre estas virtudes.
7. Pues veamos ahora de la manera que se puede regar, para que
entendamos lo que hemos de hacer y el trabajo que nos ha de
costar, si es mayor que la ganancia, o hasta qué tanto tiempo se ha
de tener.
Paréceme a mí que se puede regar de cuatro maneras:
o con sacar el agua de un pozo, que es a nuestro gran trabajo;.
o con noria y arcaduces, que se saca con un torno; yo lo he sacado
algunas veces: es a menos trabajo que estotro y sácase más agua;
o de un río o arroyo: esto se riega muy mejor, que queda más harta
la tierra de agua y no se ha menester regar tan a menudo y es a
menos trabajo mucho del hortelano;
o con llover mucho, que lo riega el Señor sin trabajo ninguno
nuestro, y es muy sin comparación mejor que todo lo que queda
dicho.
8. Ahora, pues, aplicadas estas cuatro maneras de agua de que se
ha de sustentar este huerto -porque sin ella perderse ha-, es lo que
a mí me hace al caso y ha parecido que se podrá declarar algo de
cuatro grados de oración, en que el Señor, por su bondad, ha
puesto algunas veces mi alma. Plega a su bondad atine a decirlo de
manera que aproveche a una de las personas que esto me
mandaron escribir, que la ha traído el Señor en cuatro meses harto
más adelante que yo estaba en diecisiete años. Hase dispuesto
mejor, y así sin trabajo suyo riega este vergel con todas estas
cuatro aguas, aunque la postrera aún no se le da sino a gotas; mas
va de suerte que presto se engolfará en ella con ayuda del Señor. Y
gustaré se ría, si le pareciere desatino la manera del declarar.
9. De los que comienzan a tener oración podemos decir son los que
sacan el agua del pozo, que es muy a su trabajo, como tengo dicho,
que han de cansarse en recoger los sentidos, que, como están
acostumbrados a andar derramados, es harto trabajo. Han
menester irse acostumbrando a no se les dar nada de ver ni oír, y
aun ponerlo por obra las horas de la oración, sino estar en soledad
y, apartados, pensar su vida pasada. Aunque esto primeros y
postreros todos lo han de hacer muchas veces, hay más y menos
de pensar en esto, como después diré. Al principio aún da pena,
que no acaban de entender que se arrepienten de los pecados; y sí
hacen, pues se determinan a servir a Dios tan de veras. Han de
procurar tratar de la vida de Cristo, y cánsase el entendimiento en
esto.
Hasta aquí podemos adquirir nosotros, entiéndese con el favor de
Dios, que sin éste ya se sabe no podemos tener un buen
pensamiento. Esto es comenzar a sacar agua del pozo, y aun plega
a Dios lo quiera tener. Mas al menos no queda por nosotros, que ya
vamos a sacarla y hacemos lo que podemos para regar estas flores.
Y es Dios tan bueno que, cuando por lo que Su Majestad sabe -por
ventura para gran provecho nuestro- quiere que esté seco el pozo,
haciendo lo que es en nosotros como buenos hortelanos, sin agua
sustenta las flores y hace crecer las virtudes. Llamo «agua» aquí las
lágrimas y, aunque no las haya, la ternura y sentimiento interior de
devoción.
10. Pues ¿qué hará aquí el que ve que en muchos días no hay sino
sequedad y disgusto y dessabor y tan mala gana para venir a sacar
el agua, que si no se le acordase que hace placer y servicio al
Señor de la huerta y mirase a no perder todo lo servido y aun lo que
espera ganar del gran trabajo que es echar muchas veces el
caldero en el pozo y sacarle sin agua, lo dejaría todo? Y muchas
veces le acaecerá aun para esto no se le alzar los brazos, ni podrá
tener un buen pensamiento: que este obrar con el entendimiento,
entendido va que es el sacar agua del pozo.
Pues, como digo, ¿qué hará aquí el hortelano? Alegrarse y
consolarse y tener por grandísima merced de trabajar en huerto de
tan gran Emperador. Y pues sabe le contenta en aquello y su
intento no ha de ser contentarse a sí sino a El, alábele mucho, que
hace de él confianza, pues ve que sin pagarle nada tiene tan gran
cuidado de lo que le encomendó. Y ayúdele a llevar la cruz y piense
que toda la vida vivió en ella y no quiera acá su reino ni deje jamás
la oración. Y así se determine, aunque para toda la vida le dure esta
sequedad, no dejar a Cristo caer con la cruz. Tiempo vendrá que se
lo pague por junto. No haya miedo que se pierda el trabajo. A buen
amo sirve. Mirándole está. No haga caso de malos pensamientos.
Mire que también los representaba el demonio a San Jerónimo en
el desierto.
11. Su precio se tienen estos trabajos, que, como quien los pasó
muchos años (que cuando una gota de agua sacaba de este
bendito pozo pensaba me hacía Dios merced), sé que son
grandísimos y me parece es menester más ánimo que para otros
muchos trabajos del mundo. Mas he visto claro que no deja Dios sin
gran premio, aun en esta vida; porque es así, cierto, que una hora
de las que el Señor me ha dado de gusto de Sí después acá, me
parece quedan pagadas todas las congojas que en sustentarme en
la oración mucho tiempo pasé.
Tengo para mí que quiere el Señor dar muchas veces al principio, y
otras a la postre, estos tormentos y otras muchas tentaciones que
se ofrecen, para probar a sus amadores y saber si podrán beber el
cáliz y ayudarle a llevar la cruz, antes que ponga en ellos grandes
tesoros. Y para bien nuestro creo nos quiere Su Majestad llevar por
aquí, para que entendamos bien lo poco que somos; porque son de
tan gran dignidad las mercedes de después, que quiere por
experiencia veamos antes nuestra miseria primero que nos las dé,
por que no nos acaezca lo que a Lucifer.
12. ¿Qué hacéis Vos, Señor mío, que no sea para mayor bien del
alma que entendéis que es ya vuestra y que se pone en vuestro
poder para seguiros por donde fuereis hasta muerte de cruz y que
está determinada a ayudárosla a llevar y a no dejaros solo con ella?
Quien viere en sí esta determinación, no, no hay que temer. Gente
espiritual, no hay por qué se afligir. Puesto ya en tan alto grado
como es querer tratar a solas con Dios y dejar los pasatiempos del
mundo, lo más está hecho. Alabad por ello a Su Majestad y fiad de
su bondad, que nunca faltó a sus amigos. Tapaos los ojos de
pensar por qué da a aquél de tan pocos días devoción, y a mí no en
tantos años. Creamos es todo para más bien nuestro. Guíe Su
Majestad por donde quisiere. Ya no somos nuestros, sino suyos.
Harta merced nos hace en querer que queramos cavar en su huerto
y estarnos cabe el Señor de él, que cierto está con nosotros. Si El
quiere que crezcan estas plantas y flores a unos con dar agua que
saquen de este pozo, a otros sin ella, ¿qué se me da mí? Haced
vos, Señor, lo que quisiereis. No os ofenda yo. No se pierdan las
virtudes, si alguna me habéis ya dado por sola vuestra bondad.
Padecer quiero, Señor, pues Vos padecisteis. Cúmplase en mí de
todas maneras vuestra voluntad. Y no plega a Vuestra Majestad
que cosa de tanto precio como vuestro amor se dé a gente que os
sirve sólo por gustos.
13. Hase de notar mucho -y dígolo porque lo sé por experienciaque el alma que en este camino de oración mental comienza a
caminar con determinación y puede acabar consigo de no hacer
mucho caso ni consolarse ni desconsolarse mucho porque falten
estos gustos y ternura o la dé el Señor, que tiene andado gran parte
del camino. Y no haya miedo de tornar atrás, aunque más tropiece,
porque va comenzado el edificio en firme fundamento. Sí, que no
está el amor de Dios en tener lágrimas ni estos gustos y ternura,
que por la mayor parte los deseamos y consolamos con ellos, sino
en servir con justicia y fortaleza de ánima y humildad. Recibir, más
me parece a mí eso, que no dar nosotros nada.
14. Para mujercitas como yo, flacas y con poca fortaleza, me parece
a mí conviene, como Dios ahora lo hace, llevarme con regalos,
porque pueda sufrir algunos trabajos que ha querido Su Majestad
tenga; mas para siervos de Dios, hombres de tomo, de letras, de
entendimiento, que veo hacer tanto caso de que Dios no los da
devoción, que me hace disgusto oírlo. No digo yo que no la tomen,
si Dios se la da, y la tengan en mucho, porque entonces verá Su
Majestad que conviene; mas que cuando no la tuvieren, que no se
fatiguen y que entiendan que no es menester, pues Su Majestad no
la da, y anden señores de sí mismos. Crean que es falta. Yo lo he
probado y visto. Crean que es imperfección y no andar con libertad
de espíritu, sino flacos para acometer.
15. Esto no lo digo tanto por los que comienzan (aunque pongo
tanto en ello, porque les importa mucho comenzar con esta libertad
y determinación), sino por otros; que habrá muchos que lo ha que
comenzaron y nunca acaban de acabar. Y creo es gran parte este
no abrazar la cruz desde el principio, que andarán afligidos
pareciéndoles no hacen nada. En dejando de obrar el
entendimiento, no lo pueden sufrir y por ventura entonces engorda
la voluntad y toma fuerza, y no lo entienden ellos.
Hemos de pensar que no mira el Señor en estas cosas, que,
aunque a nosotros nos parecen faltas, no lo son. Ya sabe Su
Majestad nuestra miseria y bajo natural mejor que nosotros mismos,
y sabe que ya estas almas desean siempre pensar en El y amarle.
Esta determinación es la que quiere. Estotro afligimiento que nos
damos no sirve de más de inquietar el alma, y si había de estar
inhábil para aprovechar una hora, que lo esté cuatro. Porque muy
muchas veces (yo tengo grandísima experiencia de ello, y sé que
es verdad, porque lo he mirado con cuidado y tratado después a
personas espirituales) que viene de indisposición corporal, que
somos tan miserables que participa esta encarceladita de esta
pobre alma de las miserias del cuerpo. Y las mudanzas de los
tiempos y las vueltas de los humores muchas veces hacen que sin
culpa suya no pueda hacer lo que quiere, sino que padezca de
todas maneras. Y mientras más la quieren forzar en estos tiempos,
es peor y dura más el mal; sino que haya discreción para ver
cuándo es de esto, y no la ahoguen a la pobre. Entiendan son
enfermos. Múdese la hora de la oración, y hartas veces será
algunos días. Pasen como pudieren este destierro, que harta
malaventura es de un alma que ama a Dios ver que vive en esta
miseria y que no puede lo que quiere, por tener tan mal huésped
como este cuerpo.
16. Dije «con discreción», porque alguna vez el demonio lo hará; y
así es bien ni siempre dejar la oración cuando hay gran
distraimiento y turbación en el entendimiento, ni siempre atormentar
el alma a lo que no puede.
Otras cosas hay exteriores de obras de caridad y de lección,
aunque a veces aun no estará para esto. Sirva entonces al cuerpo
por amor de Dios, porque otras veces muchas sirva él al alma, y
tome algunos pasatiempos santos de conversaciones que lo sean,
o irse al campo, como aconsejare el confesor. Y en todo es gran
cosa la experiencia, que da a entender lo que nos conviene. Y en
todo se sirve Dios. Suave es su yugo, y es gran negocio no traer el
alma arrastrada, como dicen, sino llevarla con suavidad para su
mayor aprovechamiento.
17. Así que torno a avisar -y aunque lo diga muchas veces no va
nada- que importa mucho que de sequedades ni de inquietud y
distraimiento en los pensamientos nadie se apriete ni aflija. Si
quiere ganar libertad de espíritu y no andar siempre atribulado,
comience a no se espantar de la cruz, y verá cómo se la ayuda
también a llevar el Señor y con el contento que anda y el provecho
que saca de todo. Porque ya se ve que, si el pozo no mana, que
nosotros no podemos poner el agua. Verdad es que no hemos de
estar descuidados para que, cuando la haya, sacarla; porque
entonces ya quiere Dios por este medio multiplicar las virtudes.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 12
Prosigue en este primer estado. - Dice hasta dónde podemos llegar
con el favor de Dios por nosotros mismos, y el daño que es querer,
hasta que el Señor lo haga, subir el espíritu a cosas sobrenaturales.
1. Lo que he pretendido dar a entender en este capítulo pasado aunque me he divertido mucho en otras cosas por parecerme muy
necesarias- es decir hasta lo que podemos nosotros adquirir, y
cómo en esta primera devoción podemos nosotros ayudarnos algo.
Porque en pensar y escudriñar lo que el Señor pasó por nosotros,
muévenos a compasión, y es sabrosa esta pena y las lágrimas que
proceden de aquí. Y de pensar la gloria que esperamos y el amor
que el Señor nos tuvo y su resurrección, muévenos a gozo que ni
es del todo espiritual ni sensual, sino gozo virtuoso y la pena muy
meritoria. De esta manera son todas las cosas que causan
devoción adquirida con el entendimiento en parte, aunque no
podida merecer ni ganar si no la de Dios. Estále muy bien a un alma
que no la ha subido de aquí, no procurar subir ella; y nótese esto
mucho, porque no le aprovechará más de perder.
2. Puede en este estado hacer muchos actos para determinarse a
hacer mucho por Dios y despertar el amor, otros para ayudar a
crecer las virtudes, conforme a lo que dice un libro llamado Arte de
servir a Dios, que es muy bueno y apropiado para los que están en
este estado, porque obra el entendimiento. Puede representarse
delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su
sagrada Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con El,
pedirle para sus necesidades y quejársele de sus trabajos,
alegrarse con El en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin
procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus
deseos y necesidad.
Es excelente manera de aprovechar y muy en breve; y quien
trabajare a traer consigo esta preciosa compañía y se aprovechare
mucho de ella y de veras cobrare amor a este Señor a quien tanto
debemos, yo le doy por aprovechado.
3. Para esto no se nos ha de dar nada de no tener devoción -como
tengo dicho-, sino agradecer al Señor que nos deja andar deseosos
de contentarle, aunque sean flacas las obras. Este modo de traer a
Cristo con nosotros aprovecha en todos estados, y es un medio
segurísimo para ir aprovechando en el primero y llegar en breve al
segundo grado de oración, y para los postreros andar seguros de
los peligros que el demonio puede poner.
4. Pues esto es lo que podemos. Quien quisiere pasar de aquí y
levantar el espíritu a sentir gustos que no se los dan, es perder lo
uno y lo otro, a mi parecer, porque es sobrenatural; y perdido el
entendimiento, quédase el alma desierta y con mucha sequedad. Y
como este edificio todo va fundado en humildad, mientras más
llegados a Dios, más adelante ha de ir esta virtud, y si no, va todo
perdido. Y parece algún género de soberbia querer nosotros subir a
más, pues Dios hace demasiado, según somos, en allegarnos cerca
de Sí.
No se ha de entender que digo esto por el subir con el pensamiento
a pensar cosas altas del cielo o de Dios y las grandezas que allá
hay y su gran sabiduría; porque, aunque yo nunca lo hice (que no
tenía habilidad -como he dicho- y me hallaba tan ruin, que aun para
pensar cosas de la tierra me hacía Dios merced de que entendiese
esta verdad, que no era poco atrevimiento, cuánto más para las del
cielo), otras personas se aprovecharán, en especial si tienen letras,
que es un gran tesoro para este ejercicio, a mi parecer, si son con
humildad. De unos días acá lo he visto por algunos letrados, que ha
poco que comenzaron y han aprovechado muy mucho; y esto me
hace tener grandes ansias porque muchos fuesen espirituales,
como adelante diré.
5. Pues lo que digo «no se suban sin que Dios los suba», es
lenguaje de espíritu. Entenderme ha quien tuviere alguna
experiencia, que yo no lo sé decir si por aquí no se entiende. En la
mística teología que comencé a decir, pierde de obrar el
entendimiento, porque le suspende Dios, como después declararé
más, si supiere y El me diere para ello su favor. Presumir ni pensar
de suspenderle nosotros, es lo que digo no se haga, ni se deje de
obrar con él, porque nos quedaremos bobos y fríos, y ni haremos lo
uno ni lo otro; que cuando el Señor le suspende y hace parar, dale
de qué se espante y se ocupe, y que sin discurrir entienda más en
un «credo» que nosotros podemos entender con todas nuestras
diligencias de tierra en muchos años. Ocupar las potencias del alma
y pensar hacerlas estar quedas, es desatino.
Y torno a decir que, aunque no se entiende, es de no gran
humildad; aunque no con culpa, con pena sí, que será trabajo
perdido, y queda el alma con un disgustillo como quien va a saltar y
la asen por detrás, que ya parece ha empleado su fuerza, y hállase
sin efectuar lo que con ella quería hacer; y en la poca ganancia que
queda verá quien lo quisiere mirar esto poquillo de falta de humildad
que he dicho. Porque esto tiene excelente esta virtud, que no hay
obra a quien ella acompañe, que deje el alma disgustada.
Paréceme lo he dado a entender, y por ventura será sola para mí.
Abra el Señor los ojos de los que lo leyeren, con la experiencia;
que, por poca que sea, luego lo entenderán.
6. Hartos años estuve yo que leía muchas cosas y no entendía
nada de ellas; y mucho tiempo que, aunque me lo daba Dios,
palabra no sabía decir para darlo a entender, que no me ha costado
esto poco trabajo. Cuando Su Majestad quiere, en un punto lo
enseña todo, de manera que yo me espanto.
Una cosa puedo decir con verdad: que, aunque hablaba con
muchas personas espirituales que querían darme a entender lo que
el Señor me daba, para que se lo supiese decir, y es cierto que era
tanta mi torpeza, que poco ni mucho me aprovechaba; o quería el
Señor, como Su Majestad fue siempre mi maestro (sea por todo
bendito, que harta confusión es para mí poder decir esto con
verdad), que no tuviese a nadie que agradecer. Y sin querer ni
pedirlo (que en esto no he sido nada curiosa -porque fuera virtud
serlo- sino en otras vanidades), dármelo Dios en un punto a
entender con toda claridad y para saberlo decir, de manera que se
espantaban y yo más que mis confesores, porque entendía mejor
mi torpeza. Esto ha poco. Y así lo que el Señor no me ha enseñado
no lo procuro, si no es lo que toca a mi conciencia.
7. Torno otra vez a avisar que va mucho en «no subir el espíritu si el
Señor no le subiere». Qué cosa es, se entiende luego. En especial
para mujeres es más malo, que podrá el demonio causar alguna
ilusión; aunque tengo por cierto no consiente el Señor dañe a quien
con humildad se procura llegar a El, antes sacará más provecho y
ganancia por donde el demonio le pensare hacer perder.
Por ser este camino de los primeros más usado, e importan mucho
los avisos que he dado, me he alargado tanto. Y habránlos escrito
en otras partes muy mejor, yo lo confieso, y que con harta confusión
y vergüenza lo he escrito, aunque no tanta como había de tener.
Sea el Señor bendito por todo, que a una como yo quiere y
consiente hable en cosas suyas, tales y tan subidas.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 13
Prosigue en este primer estado y pone avisos para algunas
tentaciones que el demonio suele poner algunas veces. - Da avisos
para ellas. - Es muy provechoso.
1. Hame parecido decir algunas tentaciones que he visto que se
tienen a los principios, y algunas tenido yo, y dar algunos avisos de
cosas que me parecen necesarias.
Pues procúrese a los principios andar con alegría y libertad, que
hay algunas personas que parece se les ha de ir la devoción si se
descuidan un poco. Bien es andar con temor de sí para no se fiar
poco ni mucho de ponerse en ocasión donde suele ofender a Dios,
que esto es muy necesario hasta estar ya muy enteros en la virtud;
y no hay muchos que lo puedan estar tanto, que en ocasiones
aparejadas a su natural se puedan descuidar, que siempre,
mientras vivimos, aun por humildad, es bien conocer nuestra
miserable naturaleza. Mas hay muchas cosas adonde se sufre,
como he dicho, tomar recreación aun para tornar a la oración más
fuertes. En todo es menester discreción.
2. Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los
deseos, sino creer de Dios que, si nos esforzamos, poco a poco,
aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con
su favor; que si ellos nunca se determinaran a desearlo y poco a
poco a ponerlo por obra, no subieran a tan alto estado. Quiere Su
Majestad y es amigo de ánimas animosas, como vayan con
humildad y ninguna confianza de sí. Y no he visto a ninguna de
éstas que quede baja en este camino; ni ninguna alma cobarde, con
amparo de humildad, que en muchos años ande lo que estotros en
muy pocos. Espántame lo mucho que hace en este camino
animarse a grandes cosas; aunque luego no tenga fuerzas el alma,
da un vuelo y llega a mucho, aunque -como avecita que tiene pelo
malo- cansa y queda.
3. Otro tiempo traía yo delante muchas veces lo que dice San
Pablo, que todo se puede en Dios. En mí bien entendía no podía
nada. Esto me aprovechó mucho, y lo que dice San Agustín: Dame,
Señor, lo que me mandas, y manda lo que quisieres. Pensaba
muchas veces que no había perdido nada San Pedro en arrojarse
en la mar, aunque después temió. Estas primeras determinaciones
son gran cosa, aunque en este primer estado es menester irse más
deteniendo y atados a la discreción y parecer de maestro; mas han
de mirar que sea tal, que no los enseñe a ser sapos, ni que se
contente con que se muestre el alma a sólo cazar lagartijas.
¡Siempre la humildad delante, para entender que no han de venir
estas fuerzas de las nuestras!
4. Mas es menester entendamos cómo ha de ser esta humildad,
porque creo el demonio hace mucho daño para no ir muy adelante
gente que tiene oración, con hacerlos entender mal de la humildad,
haciendo que nos parezca soberbia tener grandes deseos y querer
imitar a los santos y desear ser mártires. Luego nos dice o hace
entender que las cosas de los santos son para admirar, mas no
para hacerlas los que somos pecadores.
Esto también lo digo yo; mas hemos de mirar cuál es de espantar y
cuál de imitar. Porque no sería bien si una persona flaca y enferma
se pusiese en muchos ayunos y penitencias ásperas, yéndose a un
desierto adonde ni pudiese dormir ni tuviese qué comer, o casas
semejantes. Mas pensar que nos podemos esforzar con el favor de
Dios a tener un gran desprecio de mundo, un no estimar honra, un
no estar atado a la hacienda; que tenemos unos corazones tan
apretados, que parece nos ha de faltar la tierra en queriéndonos
descuidar un poco del cuerpo y dar al espíritu; luego parece ayuda
al recogimiento tener muy bien lo que es menester, porque los
cuidados inquietan a la oración.
De esto me pesa a mí, que tengamos tan poca confianza de Dios y
tanto amor propio, que nos inquiete ese cuidado. Y es así que
adonde está tan poco medrado el espíritu como esto, unas naderías
nos dan tan gran trabajo como a otros cosas grandes y de mucho
tomo. ¡Y en nuestro seso presumimos de espirituales!
5. Paréceme ahora a mí esta manera de caminar un querer
concertar cuerpo y alma para no perder acá el descanso y gozar
allá de Dios. Y así será ello si se anda en justicia y vamos asidos a
virtud. Mas es paso de gallina. Nunca con él se llegará a la libertad
de espíritu. Manera de proceder muy buena me parece para estado,
de casados, que han de ir conforme a su llamamiento; mas para
otro estado, en ninguna manera deseo tal manera de aprovechar ni
me harán creer es buena, porque la he probado, y siempre me
estuviera así si el Señor por su bondad no me enseñara otro atajo.
6. Aunque en esto de deseos siempre los tuve grandes, mas
procuraba esto que he dicho: tener oración, mas vivir a mi placer.
Creo si hubiera quien me sacara a volar, más me hubiera puesto en
que estos deseos fueran con obra. Mas hay -por nuestros pecadostan pocos, tan contados, que no tengan discreción demasiada en
este caso, que creo es harta causa para que los que comienzan no
vayan más presto a gran perfección. Porque el Señor nunca falta ni
queda por El; nosotros somos los faltos y miserables.
7. También se pueden imitar los santos en procurar soledad y
silencio y otras muchas virtudes, que no nos matarán estos negros
cuerpos que tan concertadamente se quieren llevar para
desconcertar el alma, y el demonio ayuda mucho a hacerlos
inhábiles, cuando ve un poco de temor; no quiere él más para
hacernos entender que todo nos ha de matar y quitar la salud; hasta
tener lágrimas nos hace temer de cegar. He pasado por esto y por
eso lo sé; y no sé yo qué mejor vista ni salud podemos desear que
perderla por tal causa.
Como soy tan enferma, hasta que me determiné en no hacer caso
del cuerpo ni de la salud, siempre estuve atada, sin valer nada; y
ahora hago bien poco. Mas como quiso Dios entendiese este ardid
del demonio, y como me ponía delante el perder la salud, decía yo:
«poco va en que me muera»; si el descanso: «no he ya menester
descanso, sino cruz»; así otras cosas. Vi claro que en muy muchas,
aunque yo de hecho soy harto enferma, que era tentación del
demonio o flojedad mía; que después que no estoy tan mirada y
regalada, tengo mucha más salud.
Así que va mucho a los principios de comenzar oración a no
amilanar los pensamientos, y créanme esto, porque lo tengo por
experiencia. Y para que escarmienten en mí, aun podría aprovechar
decir estas mis faltas.
8. Otra tentación es luego muy ordinaria, que es desear que todos
sean muy espirituales, como comienzan a gustar del sosiego y
ganancia que es. El desearlo no es malo; el procurarlo podría ser
no bueno, si no hay mucha discreción y disimulación en hacerse de
manera que no parezca enseñan; porque quien hubiere de hacer
algún provecho en este caso, es menester que tenga las virtudes
muy fuertes para que no dé tentación a los otros.
Acaecióme a mí -y por eso lo entiendo- cuando, como he dicho,
procuraba que otras tuviesen oración, que, como por una parte me
veían hablar grandes cosas del gran bien que era tener oración, y
por otra parte me veían con gran pobreza de virtudes, tenerla yo
traíalas tentadas y desatinadas; y ¡con harta razón!, que después
me lo han venido a decir, porque no sabían cómo se podía
compadecer lo uno con lo otro; y era causa de no tener por malo lo
que de suyo lo era, por ver que lo hacía yo algunas veces, cuando
les parecía algo bien de mí.
9. Y esto hace el demonio, que parece se ayuda de las virtudes que
tenemos buenas para autorizar en lo que puede el mal que
pretende, que, por poco que sea, cuando es en una comunidad,
debe ganar mucho; cuánto más que lo que yo hacía malo era muy
mucho. Y así, en muchos años solas tres se aprovecharon de lo
que les decía, y después que ya el Señor me había dado más
fuerzas en la virtud, se aprovecharon en dos o tres años muchas,
como después diré.
Y, sin esto, hay otro gran inconveniente, que es perder el alma;
porque lo más que hemos de procurar al principio es sólo tener
cuidado de sí sola, y hacer cuenta que no hay en la tierra sino Dios
y ella; y esto es lo que le conviene mucho.
10. Da otra tentación (y todas van con un celo de virtud que es
menester entenderse y andar con cuidado) de pena de los pecados
y faltas que ven en los otros: pone el demonio que es sólo la pena
de querer que no ofendan a Dios y pesarle por su honra, y luego
querrían remediarlo. Inquieta esto tanto, que impide la oración; y el
mayor daño es pensar que es virtud y perfección y gran celo de
Dios.
Dejo las penas que dan pecados públicos -si los hubiese en
costumbre- de una congregación, o daños de la Iglesia de estas
herejías, adonde vemos perder tantas almas; que ésta es muy
buena, y como lo es buena, no inquieta. Pues lo seguro será del
alma que tuviere oración descuidarse de todo y de todos, y tener
cuenta consigo y con contentar a Dios. Esto conviene muy mucho,
porque ¡si hubiese de decir los yerros que he visto suceder fiando
en la buena intención!....
Pues procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que
viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes
pecados. Es una manera de obrar que, aunque luego no se haga
con perfección, se viene a ganar una gran virtud, que es tener a
todos por mejores que nosotros, y comiénzase a ganar por aquí con
el favor de Dios, que es menester en todo y, cuando falta,
excusadas son las diligencias, y suplicarle nos dé esta virtud, que
con que las hagamos no falta a nadie.
11. Miren también este aviso los que discurren mucho con el
entendimiento, sacando muchas cosas de una cosa y muchos
conceptos; que de los que no pueden obrar con él, como yo hacía,
no hay que avisar, sino que tengan paciencia, hasta que el Señor
les dé en qué se ocupen y luz, pues ellos pueden tan poco por sí,
que antes los embaraza su entendimiento que los ayuda.
Pues tornando a los que discurren, digo que no se les vaya todo el
tiempo en esto; porque, aunque es muy meritorio, no les parece como es oración sabrosa- que ha de haber día de domingo, ni rato
que no sea trabajar. Luego les parece es perdido el tiempo, y tengo
yo por muy ganada esta pérdida; sino que -como he dicho- se
representen delante de Cristo, y sin cansancio del entendimiento se
estén hablando y regalando con El, sin cansarse en componer
razones, sino presentar necesidades y la razón que tiene para no
nos sufrir allí: lo uno un tiempo, y lo otro otro, porque no se canse el
alma de comer siempre un manjar. Estos son muy gustosos y
provechosos, si el gusto se usa a comer de ellos; traen consigo
gran sustentamiento para dar vida al alma, y muchas ganancias.
12. Quiérome declarar más, porque estas cosas de oración todas
son dificultosas y, si no se halla maestro, muy malas de entender; y
esto hace que, aunque quisiera abreviar y bastaba para el
entendimiento bueno de quien me mandó escribir estas cosas de
oración sólo tocarlas, mi torpeza no da lugar a decir y dar a
entender en pocas palabras cosa que tanto importa declararla bien;
que como yo pasé tanto, he lástima a los que comienzan con solos
libros, que es cosa extraña cuán diferentemente se entiende de lo
que después de experimentado se ve.
Pues tornando a lo que decía, ponémonos a pensar un paso de la
Pasión, digamos el de cuando estaba el Señor a la columna: anda
el entendimiento buscando las causas que allí da a entender, los
dolores grandes y pena que Su Majestad tendría en aquella soledad
y otras muchas cosas que, si el entendimiento es obrador, podrá
sacar de aquí. ¡Oh que si es letrado!.... Es el modo de oración en
que han de comenzar y demediar y acabar todos, y muy excelente y
seguro camino, hasta que el Señor los lleve a otras cosas
sobrenaturales.
13. Digo «todos», porque hay muchas almas que aprovechan más
en otras meditaciones que en la de la sagrada Pasión; que así
como hay muchas moradas en el cielo, hay muchos caminos.
Algunas personas aprovechan considerándose en el infierno, y
otras en el cielo y se afligen en pensar en el infierno, otras en la
muerte. Algunas, si son tiernas de corazón, se fatigan mucho de
pensar siempre en la Pasión, y se regalan y aprovechan en mirar el
poder y grandeza de Dios en las criaturas y el amor que nos tuvo,
que en todas las cosas se representa, y es admirable manera de
proceder, no dejando muchas veces la Pasión y vida de Cristo, que
es de donde nos ha venido y viene todo el bien.
14. Ha menester aviso el que comienza, para mirar en lo que
aprovecha más. Para esto es muy necesario el maestro, si es
experimentado; que si no, mucho puede errar y traer un alma sin
entenderla ni dejarla a sí misma entender; porque, como sabe que
es gran mérito estar sujeta a maestro, no osa salir de lo que le
manda. Yo he topado almas acorraladas y afligidas por no tener
experiencia quien las enseñaba, que me hacían lástima, y alguna
que no sabía ya qué hacer de sí; porque, no entendiendo el espíritu,
afligen alma y cuerpo, y estorban el aprovechamiento. Una trató
conmigo, que la tenía el maestro atada ocho años había a que no la
dejaba salir de propio conocimiento, y teníala ya el Señor en
oración de quietud, y así pasaba mucho trabajo.
15. Y aunque esto del conocimiento propio jamás se ha de dejar, ni
hay alma, en este camino, tan gigante que no haya menester
muchas veces tornar a ser niño y a mamar (y esto jamás se olvide,
quizás lo diré más veces, porque importa mucho); porque no hay
estado de oración tan subido, que muchas veces no sea necesario
tornar al principio, y en esto de los pecados y conocimiento propio,
es el pan con que todos los manjares se han de comer, por
delicados que sean, en este camino de oración, y sin este pan no
se podrían sustentar; mas hase de comer con tasa, que después
que un alma se ve ya rendida y entiende claro no tiene cosa buena
de sí y se ve avergonzada delante de tan gran Rey y ve lo poco que
le paga lo mucho que le debe, ¿qué necesidad hay de gastar el
tiempo aquí?, sino irnos a otras cosas que el Señor pone delante y
no es razón las dejemos, que Su Majestad sabe mejor que nosotros
de lo que nos conviene comer.
16. Así que importa mucho ser el maestro avisado -digo de buen
entendimiento- y que tenga experiencia. Si con esto tiene letras, es
grandísimo negocio. Mas si no se pueden hallar estas tres cosas
juntas, las dos primeras importan más; porque letrados pueden
procurar para comunicarse con ellos cuando tuvieren necesidad.
Digo que a los principios, si no tienen oración, aprovechan poco
letras; no digo que no traten con letrados, porque espíritu que no
vaya comenzado en verdad yo más le querría sin oración; y es gran
cosa letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y
nos dan luz y, llegados a verdades de la Sagrada Escritura,
hacemos lo que debemos: de devociones a bobas nos libre Dios.
17. Quiérome declarar más, que creo me meto en muchas cosas.
Siempre tuve esta falta de no me saber dar a entender -como he
dicho- sino a costa de muchas palabras. Comienza una monja a
tener oración; si un simple la gobierna y se le antoja, harála
entender que es mejor que le obedezca a él que a su superior, y sin
malicia suya, sino pensando acierta; porque si no es de religión,
parecerle ha es así. Y si es mujer casada, dirála que es mejor,
cuando ha de entender en su casa, estarse en oración, aunque
descontente a su marido. Así que no sabe ordenar el tiempo ni las
cosas para que vayan conforme a verdad. Por faltarle a él la luz, no
la da a los otros aunque quiere. Y aunque para esto parece no son
menester letras, mi opinión ha sido siempre y será que cualquier
cristiano procure tratar con quien las tenga buenas, si puede, y
mientras más, mejor; y los que van por camino de oración tienen de
esto mayor necesidad, y mientras más espirituales, más.
18. Y no se engañe con decir que letrados sin oración no son para
quien la tiene. Yo he tratado hartos, porque de unos años acá lo he
más procurado con la mayor necesidad, y siempre fui amiga de
ellos, que aunque algunos no tienen experiencia, no aborrecen al
espíritu ni le ignoran; porque en la Sagrada Escritura que tratan,
siempre hallan la verdad del buen espíritu. Tengo para mí que
persona de oración que trate con letrados, si ella no se quiere
engañar, no la engañará el demonio con ilusiones, porque creo
temen en gran manera las letras humildes y virtuosas, y saben
serán descubiertos y saldrán con pérdida.
19. He dicho esto porque hay opiniones de que no son letrados
para gente de oración, si no tienen espíritu. Ya dije es menester
espiritual maestro; mas si éste no es letrado, gran inconveniente es.
Y será mucha ayuda tratar con ellos, como sean virtuosos. Aunque
no tenga espíritu, me aprovechará, y Dios le dará a entender lo que
ha de enseñar y aun le hará espiritual para que nos aproveche. Y
esto no lo digo sin haberlo probado y acaecídome a mí con más de
dos. Digo que para rendirse un alma del todo a estar sujeta a solo
un maestro, que yerra mucho en no procurar que sea tal, si es
religioso, pues ha de estar sujeto a su prelado, que por ventura le
faltarán todas tres cosas -que no será pequeña cruz- sin que él de
su voluntad sujete su entendimiento a quien no le tenga bueno. Al
menos esto no lo he yo podido acabar conmigo ni me parece
conviene. Pues si es seglar, alabe a Dios que puede escoger a
quien ha de estar sujeto, y no pierda esta tan virtuosa libertad;
antes esté sin ninguno hasta hallarle, que el Señor se le dará, como
vaya fundado todo en humildad y con deseo de acertar. Yo le alabo
mucho, y las mujeres y los que no saben letras le habíamos
siempre de dar infinitas gracias, porque haya quien con tantos
trabajos haya alcanzado la verdad que los ignorantes ignoramos.
20. Espántanme muchas veces letrados, religiosos en especial, con
el trabajo que han ganado lo que sin ninguno, más que preguntarlo,
me aproveche a mí. ¡Y que haya personas que no quieran
aprovecharse de esto! ¡No plega a Dios! Véolos sujetos a los
trabajos de la religión, que son grandes, con penitencias y mal
comer, sujetos a la obediencia, que algunas veces me es gran
confusión, cierto; con esto, mal dormir, todo trabajo, todo cruz.
Paréceme sería gran mal que tanto bien ninguno por su culpa lo
pierda. Y podrá ser que pensemos algunos que estamos libres de
estos trabajos, y nos lo dan guisado, como dicen, y viviendo a
nuestro placer, que por tener un poco de más oración nos hemos
de aventajar a tantos trabajos.
21. ¡Bendito seáis vos, Señor, que tan inhábil y sin provecho me
hicisteis! Mas aláboos muy mucho, porque despertáis a tantos que
nos despierten. Había de ser muy continua nuestra oración por
estos que nos dan luz. ¿Qué seríamos sin ellos entre tan grandes
tempestades como ahora tiene la Iglesia? Si algunos ha habido
ruines, más resplandecerán los buenos. Plega al Señor los tenga de
su mano y los ayude para que nos ayuden, amén.
22. Mucho he salido de propósito de lo que comencé a decir; mas
todo es propósito para los que comienzan, que comiencen camino
tan alto de manera que vayan puestos en verdadero camino. Pues
tornando a lo que decía de pensar a Cristo a la columna, es bueno
discurrir un rato y pensar las penas que allí tuvo y por qué las tuvo y
quién es el que las tuvo y el amor con que las pasó. Mas que no se
canse siempre en andar a buscar esto, sino que se esté allí con El,
acallado el entendimiento. Si pudiere, ocuparle en que mire que le
mira, y le acompañe y hable y pida y se humille y regale con El, y
acuerde que no merecía estar allí. Cuando pudiere hacer esto,
aunque sea al principio de comenzar oración, hallará grande
provecho, y hace muchos provechos esta manera de oración; al
menos hallóle mi alma.
No sé si acierto a decirlo. Vuestra merced lo verá. Plega al Señor
acierte a contentarle siempre, amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 14
Comienza a declarar el segundo grado de oración, que es ya dar el
Señor al alma a sentir gustos más particulares. - Decláralo para dar
a entender cómo son ya sobrenaturales. - Es harto de notar.
1. Pues ya queda dicho con el trabajo que se riega este vergel y
cuán a fuerza de brazos sacando el agua del pozo, digamos ahora
el segundo modo de sacar el agua que el Señor del huerto ordenó
para que con artificio de con un torno y arcaduces sacase el
hortelano más agua y a menos trabajo, y pudiese descansar sin
estar continuo trabajando.
Pues este modo, aplicado a la oración que llaman de quietud, es lo
que yo ahora quiero tratar.
2. Aquí se comienza a recoger el alma, toca ya aquí cosa
sobrenatural, porque en ninguna manera ella puede ganar aquello
por diligencias que haga. Verdad es que parece que algún tiempo
se ha cansado en andar el torno y trabajar con el entendimiento y
henchídose los arcaduces; mas aquí está el agua más alto y así se
trabaja muy menos que en sacarlo del pozo. Digo que está más
cerca el agua, porque la gracia dase más claramente a conocer al
alma.
Esto es un recogerse las potencias dentro de sí para gozar de aquel
contento con más gusto; mas no se pierden ni se duermen; sola la
voluntad se ocupa de manera que, sin saber cómo, se cautiva; sólo
da consentimiento para que la encarcele Dios, como quien bien
sabe ser cautivo de quien ama. ¡Oh Jesús y Señor mío! ¡qué nos
vale aquí vuestro amor!, porque éste tiene al nuestro tan atado que
no deja libertad para amar en aquel punto a otra cosa sino a Vos.
3. Las otras dos potencias ayudan a la voluntad para que vaya
haciéndose hábil para gozar de tanto bien, puesto que algunas
veces, aun estando unida la voluntad, acaece desayudar harto; mas
entonces no haga caso de ellas, sino estése en su gozo y quietud;
porque, si las quiere recoger, ella y ellas perderán, que son
entonces como unas palomas que no se contentan con el cebo que
les da el dueño del palomar sin trabajarlo ellas, y van a buscar de
comer por otras partes, y hallan tan mal que se tornan; y así van y
vienen a ver si les da la voluntad de lo que goza. Si el Señor quiere
echarles cebo, detiénense, y si no, tornan a buscar; y deben pensar
que hacen a la voluntad provecho, y a las veces en querer la
memoria o imaginación representarla lo que goza, la dañará. Pues
tenga aviso de haberse con ellas como diré.
4. Pues todo esto que pasa aquí es con grandísimo consuelo y con
tan poco trabajo, que no cansa la oración, aunque dure mucho rato;
porque el entendimiento obra aquí muy paso a paso y saca muy
mucha más agua que no sacaba del pozo. Las lágrimas que Dios
aquí da, ya van con gozo; aunque se sienten, no se procuran.
5. Este agua de grandes bienes y mercedes que el Señor da aquí,
hacen crecer las virtudes muy más sin comparación que en la
oración pasada, porque se va ya esta alma subiendo de su miseria
y dásele ya un poco de noticia de los gustos de la gloria. Esto creo
las hace más crecer y también llegar más cerca de la verdadera
virtud, de donde todas las virtudes vienen, que es Dios; porque
comienza Su Majestad a comunicarse a esta alma y quiere que
sienta ella cómo se le comunica.
Comiénzase luego, en llegando aquí, a perder la codicia de lo de
acá, ¡y pocas gracias! Porque ve claro que un momento de aquel
gusto no se puede haber acá, ni hay riquezas ni señoríos ni honras
ni deleites que basten a dar un cierra ojo y abre de este
contentamiento, porque es verdadero y contento que se ve que nos
contenta. Porque los de acá, por maravilla me parece entendemos
adónde está este contento, porque nunca falta un «sí-no». Aquí
todo es «sí» en aquel tiempo; el «no» viene después, por ver que
se acabó y que no lo puede tornar a cobrar ni sabe cómo; porque si
se hace pedazos a penitencias y oración y todas las demás cosas,
si el Señor no le quiere dar, aprovecha poco. Quiere Dios por su
grandeza que entienda esta alma que está Su Majestad tan cerca
de ella que ya no ha menester enviarle mensajeros, sino hablar ella
misma con El, y no a voces, porque está ya tan cerca que en
meneando los labios la entiende.
6. Parece impertinente decir esto, pues sabemos que siempre nos
entiende Dios y está con nosotros. En esto no hay que dudar que
es así, mas quiere este Emperador y Señor nuestro que
entendamos aquí que nos entiende, y lo que hace su presencia, y
que quiere particularmente comenzar a obrar en el alma, en la gran
satisfacción interior y exterior que la da, y en la diferencia que,
como he dicho, hay de este deleite y contento a los de acá, que
parece hinche el vacío que por nuestros pecados teníamos hecho
en el alma. Es en lo muy íntimo de ella esta satisfacción, y no sabe
por dónde ni cómo le vino, ni muchas veces sabe qué hacer ni qué
querer ni qué pedir. Todo parece lo halla junto y no sabe lo que ha
hallado, ni aun yo sé cómo darlo a entender, porque para hartas
cosas eran menester letras. Porque aquí viniera bien dar aquí a
entender qué es auxilio general o particular -que hay muchos que lo
ignoran-, y cómo este particular quiere el Señor aquí que casi le vea
el alma por vista de ojos, como dicen, y también para muchas cosas
que irán erradas. Mas, como lo han de ver personas que entiendan
si hay yerro, voy descuidada; porque así de letras como de espíritu
sé que lo puedo estar, yendo a poder de quien va, que entenderán
y quitarán lo que fuere mal.
7. Pues querría dar a entender esto, porque son principios, y
cuando el Señor comienza a hacer estas mercedes, la misma alma
no las entiende ni sabe qué hacer de sí. Porque, si la lleva Dios por
camino de temor, como hizo a mí, es gran trabajo, si no hay quien la
entienda; y esle gran gusto verse pintada, y entonces ve claro va
por allí. Y es gran bien saber lo que ha de hacer, para ir
aprovechando en cualquier estado de estos. Porque he yo pasado
mucho y perdido harto tiempo por no saber qué hacer y he gran
lástima a almas que se ven solas cuando llegan aquí; porque
aunque he leído muchos libros espirituales, aunque tocan en lo que
hace al caso, decláranse muy poco, y si no es alma muy ejercitada,
aun declarándose mucho, tendrá harto que hacer en entenderse.
8. Querría mucho el Señor me favoreciese para poner los efectos
que obran en el alma estas cosas, que ya comienzan a ser
sobrenaturales, para que se entienda por los efectos cuándo es
espíritu de Dios. Digo «se entienda», conforme a lo que acá se
puede entender, aunque siempre es bien andemos con temor y
recato; que, aunque sea de Dios, alguna vez podrá transfigurarse el
demonio en ángel de luz, y si no es alma muy ejercitada, no lo
entenderá: y tan ejercitada, que para entender esto es menester
llegar muy en la cumbre de la oración.
Ayúdame poco el poco tiempo que tengo, y así ha menester Su
Majestad hacerlo; porque he de andar con la comunidad y con otras
hartas ocupaciones (como estoy en casa que ahora se comienza,
como después se verá), y así es muy sin tener asiento lo que
escribo, sino a pocos a pocos, y esto quisiérale, porque cuando el
Señor da espíritu, pónese con facilidad y mejor: parece como quien
tiene un dechado delante, que está sacando aquella labor; mas si el
espíritu falta, no hay más concertar este lenguaje que si fuese
algarabía, a manera de decir, aunque hayan muchos años pasado
en oración. Y así me parece es grandísima ventaja, cuando lo
escribo estar en ello; porque veo claro no soy yo quien lo dice, que
ni lo ordeno con el entendimiento ni sé después cómo lo acerté a
decir. Esto me acaece muchas veces.
9. Ahora tornemos a nuestra huerta o vergel, y veamos cómo
comienzan estos árboles a empreñarse para florecer y dar después
fruto, y las flores y claveles lo mismo para dar olor. Regálame esta
comparación, porque muchas veces en mis principios (y plega al
Señor haya yo ahora comenzado a servir a Su Majestad; digo
«principio» de lo que diré de aquí adelante de mi vida) me era gran
deleite considerar ser mi alma un huerto y al Señor que se paseaba
en él. Suplicábale aumentase el olor de las florecitas de virtudes
que comenzaban, a lo que parecía, a querer salir y que fuese para
su gloria y las sustentase, pues yo no quería nada para mí, y
cortase las que quisiese, que ya sabía habían de salir mejores. Digo
«cortar», porque vienen tiempos en el alma que no hay memoria de
este huerto: todo parece está seco y que no ha de haber agua para
sustentarle, ni parece hubo jamás en el alma cosa de virtud. Pásase
mucho trabajo, porque quiere el Señor que le parezca al pobre
hortelano que todo el que ha tenido en sustentarle y regarle va
perdido. Entonces es el verdadero escardar y quitar de raíz las
hierbecillas -aunque sean pequeñas- que han quedado malas. Con
conocer no hay diligencia que baste si el agua de la gracia nos quita
Dios, y tener en poco nuestra nada, y aun menos que nada, gánase
aquí mucha humildad; tornan de nuevo a crecer las flores.
10. ¡Oh Señor mío y bien mío! ¡Que no puedo decir esto sin
lágrimas y gran regalo de mi alma! ¡Que queráis Vos, Señor, estar
así con nosotros, y estáis en el Sacramento (que con toda verdad
se puede creer, pues lo es, y con gran verdad podemos hacer esta
comparación), y si no es por nuestra culpa nos podemos gozar con
Vos, y que Vos os holgáis con nosotros, pues decís ser vuestro
deleite estar con los hijos de los hombres! ¡Oh Señor mío! ¿Qué es
esto? Siempre que oigo esta palabra me es gran consuelo, aun
cuando era muy perdida. ¿Es posible, Señor, que haya alma que
llegue a que Vos la hagáis mercedes semejantes y regalos, y a
entender que Vos os holgáis con ella, que os torne a ofender
después de tantos favores y tan grandes muestras del amor que la
tenéis, que no se puede dudar, pues se ve clara la obra?
Sí hay, por cierto, y no una vez sino muchas, que soy yo. Y plega a
vuestra bondad, Señor, que sea yo sola la ingrata y la que haya
hecho tan gran maldad y tenido tan excesiva ingratitud: porque aun
ya de ella algún bien ha sacado vuestra infinita bondad; y mientras
mayor mal, más resplandece el gran bien de vuestras misericordias.
¡Y con cuánta razón las puedo yo para siempre cantar!.
11. Suplícoos yo, Dios mío, sea así y las cante yo sin fin, ya que
habéis tenido por bien de hacerlas tan grandísimas conmigo, que
espantan los que las ven y a mí me saca de mí muchas veces, para
poderos mejor alabar a Vos. Que estando en mí, sin Vos, no podría,
Señor mío, nada, sino tornar a ser cortadas estas flores de este
huerto, de suerte que esta miserable tierra tornase a servir de
muladar como antes. No lo permitáis, Señor, ni queráis se pierda
alma que con tantos trabajos comprasteis y tantas veces de nuevo
la habéis tornado a rescatar y quitar de los dientes del espantoso
dragón.
12. Vuestra merced me perdone, que salgo de propósito; y como
hablo a mi propósito, no se espante, que es como toma el alma lo
que se escribe, que a las veces hace harto de dejar de ir adelante
en alabanzas de Dios, como se le representa, escribiendo, lo
mucho que le debe. Y creo no le hará a vuestra merced mal gusto,
porque entrambos, me parece, podemos cantar una cosa, aunque
en diferente manera; porque es mucho más lo que yo debo a Dios,
porque me ha perdonado más, como vuestra merced sabe.
------------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO 15
Prosigue en la misma materia y da algunos avisos de cómo se han
de haber en esta oración de quietud. - Trata de cómo hay muchas
almas que lleguen a tener esta oración y pocas que pasen adelante.
- Son muy necesarias y provechosas las cosas que aquí se tocan.
1. Ahora tornemos al propósito. Esta quietud y recogimiento del
alma es cosa que se siente mucho en la satisfacción y paz que en
ella se pone, con grandísimo contento y sosiego de las potencias y
muy suave deleite. Parécele -como no ha llegado a más- que no le
queda qué desear y que de buena gana diría con San Pedro que
fuese allí su morada. No osa bullirse ni menearse, que de entre las
manos le parece se le ha de ir aquel bien; ni resolgar algunas veces
no querría. No entiende la pobrecita que, pues ella por sí no pudo
nada para traer a sí aquel bien, que menos podrá detenerle más de
lo que el Señor quisiere.
Ya he dicho que en este primer recogimiento y quietud no faltan las
potencias del alma, mas está tan satisfecha con Dios que mientras
aquello dura, aunque las dos potencias se desbaraten, como la
voluntad está unida con Dios, no se pierde la quietud y el sosiego,
antes ella poco a poco torna a recoger el entendimiento y memoria.
Porque, aunque ella aún no está de todo punto engolfada, está tan
bien ocupada sin saber cómo, que por mucha diligencia que ellas
pongan, no la pueden quitar su contento y gozo, antes muy sin
trabajo se va ayudando para que esta centellica de amor de Dios no
se apague.
2. Plega a Su Majestad me dé gracia para que yo dé esto a
entender bien, porque hay muchas, muchas almas que llegan a
este estado y pocas las que pasan adelante, y no sé quién tiene la
culpa. A buen seguro que no falta Dios, que ya que Su Majestad
hace merced que llegue a este punto, no creo cesará de hacer
muchas más, si no fuese por nuestra culpa. Y va mucho en que el
alma que llega aquí conozca la dignidad grande en que está y la
gran merced que le ha hecho el Señor y cómo de buena razón no
había de ser de la tierra, porque ya parece la hace su bondad
vecina del cielo, si no queda por su culpa; y desventurada será si
torna atrás. Yo pienso será para ir hacia abajo, como yo iba, si la
misericordia del Señor no me tornara. Porque, por la mayor parte,
será por graves culpas, a mi parecer, ni es posible dejar tan gran
bien sin gran ceguedad de mucho mal.
3. Y así ruego yo, por amor del Señor, a las almas a quien Su
Majestad ha hecho tan gran merced de que lleguen a este estado,
que se conozcan y tengan en mucho, con una humilde y santa
presunción para no tornar a las ollas de Egipto Y si por su flaqueza
y maldad y ruin y miserable natural cayeren, como yo hice, siempre
tengan delante el bien que perdieron, y tengan sospecha y anden
con temor (que tienen razón de tenerle) que, si no tornan a la
oración, han de ir de mal en peor. Que ésta llamo yo verdadera
caída, la que aborrece el camino por donde ganó tanto bien, y con
estas almas hablo; que no digo que no han de ofender a Dios y caer
en pecados, aunque sería razón se guardase mucho de ellos quien
ha comenzado a recibir estas mercedes, mas somos miserables. Lo
que aviso mucho es que no deje la oración, que allí entenderá lo
que hace y ganará arrepentimiento del Señor y fortaleza para
levantarse; y crea que, si de ésta se aparta, que lleva, a mi parecer,
peligro. No sé si entiendo lo que digo, porque -como he dicho- juzgo
por mí...
4. Es, pues, esta oración una centellica que comienza el Señor a
encender en el alma del verdadero amor suyo, y quiere que el alma
vaya entendiendo qué cosa es este amor con regalo, esta quietud y
recogimiento y centellica, si es espíritu de Dios y no gusto dado del
demonio o procurado por nosotros. Aunque a quien tiene
experiencia es imposible no entender luego que no es cosa que se
puede adquirir, sino que este natural nuestro es tan ganoso de
cosas sabrosas que todo lo prueba. Mas quédase muy en frío bien
en breve, porque, por mucho que quiera comenzar a hacer arder el
fuego para alcanzar este gusto, no parece sino que le echa agua
para matarle. Pues esta centellica puesta por Dios, por pequeñita
que es, hace mucho ruido, y si no la mata por su culpa, ésta es la
que comienza a encender el gran fuego que echa llamas de sí,
como diré en su lugar, del grandísimo amor de Dios que hace Su
Majestad tengan las almas perfectas.
5. Es esta centella una señal o prenda que da Dios a esta alma de
que la escoge ya para grandes cosas, si ella se apareja para
recibirlas. Es gran don, mucho más de lo que yo podré decir.
Esme gran lástima, porque -como digo- conozco muchas almas que
llegan aquí, y que pasen de aquí como han de pasar, son tan
pocas, que se me hace vergüenza decirlo. No digo yo que hay
pocas, que muchas debe haber, que por algo nos sustenta Dios.
Digo lo que he visto. Querríalas mucho avisar que miren no
escondan el talento, pues que parece las quiere Dios escoger para
provecho de otras muchas, en especial en estos tiempos que son
menester amigos fuertes de Dios para sustentar los flacos. Y los
que esta merced conocieren en sí, ténganse por tales, si saben
responder con las leyes que aun la buena amistad del mundo pide;
y si no -como he dicho-, teman y hayan miedo no se hagan a sí mal
y ¡plega a Dios sea a sí solos!
6. Lo que ha de hacer el alma en los tiempos de esta quietud, no es
más de con suavidad y sin ruido. Llamo «ruido» andar con el
entendimiento buscando muchas palabras y consideraciones para
dar gracias de este beneficio y amontonar pecados suyos y faltas
para ver que no lo merece. Todo esto se mueve aquí, y representa
el entendimiento, y bulle la memoria, que cierto estas potencias a
mí me cansan a ratos, que con tener poca memoria no la puedo
sojuzgar. La voluntad, con sosiego y cordura, entienda que no se
negocia bien con Dios a fuerza de brazos, y que éstos son unos
leños grandes puestos sin discreción para ahogar esta centella, y
conózcalo y con humildad diga: «Señor, ¿qué puedo yo aquí? ¿Qué
tiene que ver la sierva con el Señor, y la tierra con el cielo?», o
palabras que se ofrecen aquí de amor, fundada mucho en conocer
que es verdad lo que dice, y no haga caso del entendimiento, que
es un moledor. Y si ella le quiere dar parte de lo que goza, o trabaja
por recogerle, que muchas veces se verá en esta unión de la
voluntad y sosiego, y el entendimiento muy desbaratado, y vale más
que le deje que no que vaya ella tras él, digo la voluntad, sino
estése ella gozando de aquella merced y recogida como sabia
abeja; porque si ninguna entrase en la colmena, sino que por
traerse unas a otras se fuesen todas, mal se podría labrar la miel.
7. Así que perderá mucho el alma si no tiene aviso en esto; en
especial si es el entendimiento agudo, que cuando comienza a
ordenar pláticas y buscar razones, en tantito, si son bien dichas,
pensará hace algo. La razón que aquí ha de haber es entender
claro que no hay ninguna para que Dios nos haga tan gran merced,
sino sola su bondad, y ver que estamos tan cerca, y pedir a Su
Majestad mercedes y rogarle por la Iglesia y por los que se nos han
encomendado y por las ánimas de purgatorio, no con ruido de
palabras, sino con sentimiento de desear que nos oiga. Es oración
que comprende mucho y se alcanza más que por mucho relatar el
entendimiento. Despierte en sí la voluntad algunas razones que de
la misma razón se representarán de verse tan mejorada, para avivar
este amor, y haga algunos actos amorosos de qué hará por quien
tanto debe, sin -como he dicho- admitir ruido del entendimiento a
que busque grandes cosas. Más hacen aquí al caso unas pajitas
puestas con humildad (y menos serán que pajas, si las ponemos
nosotros) y más le ayudan a encender, que no mucha leña junta de
razones muy doctas, a nuestro parecer, que en un credo la
ahogarán.
Esto es bueno para los letrados que me lo mandan escribir; porque,
por la bondad de Dios, todos llegan aquí, y podrá ser se les vaya el
tiempo en aplicar Escrituras. Y aunque no les dejarán de
aprovechar mucho las letras antes y después, aquí en estos ratos
de oración poca necesidad hay de ellas, a mi parecer, si no es para
entibiar la voluntad; porque el entendimiento está entonces, de
verse cerca de la luz, con grandísima claridad, que aun yo, con ser
la que soy, parezco otra.
8. Y es así que me ha acaecido estando en esta quietud, con no
entender casi cosa que rece en latín, en especial del Salterio, no
sólo entender el verso en romance, sino pasar adelante en
regalarme de ver lo que el romance quiere decir.
Dejemos si hubiesen de predicar o enseñar, que entonces bien es
ayudarse de aquel bien para ayudar a los pobres de poco saber,
como yo, que es gran cosa la caridad y este aprovechar almas
siempre, yendo desnudamente por Dios.
Así que en estos tiempos de quietud, dejar descansar el alma con
su descanso. Quédense las letras a un cabo. Tiempo vendrá que
aprovechen al Señor y las tengan en tanto, que por ningún tesoro
quisieran haberlas dejado de saber, sólo para servir a Su Majestad,
porque ayudan mucho. Mas delante de la Sabiduría infinita,
créanme que vale más un poco de estudio de humildad y un acto de
ella, que toda la ciencia del mundo. Aquí no hay que argüir, sino
que conocer lo que somos con llaneza, y con simpleza
representarnos delante de Dios, que quiere se haga el alma boba,
como a la verdad lo es delante de su presencia, pues Su Majestad
se humilla tanto que la sufre cabe sí siendo nosotros lo que somos.
9. También se mueve el entendimiento a dar gracias muy
compuestas; mas la voluntad, con sosiego, con un no osar alzar los
ojos con el publicano, hace más hacimiento de gracias que cuanto
el entendimiento, con trastornar la retórica, por ventura puede
hacer. En fin, aquí no se ha de dejar del todo la oración mental ni
algunas palabras aun vocales, si quisieren alguna vez o pudieren;
porque, si la quietud es grande, puédese mal hablar, si no es con
mucha pena.
Siéntese, a mi parecer, cuándo es espíritu de Dios, o procurado de
nosotros con comienzo de devoción que da Dios y queremos -como
he dicho- pasar nosotros a esta quietud de la voluntad: no hace
efecto ninguno, acábase presto, deja sequedad.
10. Si es del demonio, alma ejercitada paréceme lo entenderá;
porque deja inquietud y poca humildad y poco aparejo para los
efectos que hace el de Dios. No deja luz en el entendimiento ni
firmeza en la verdad. Puede hacer aquí poco daño o ninguno, si el
alma endereza su deleite y suavidad, que allí siente, a Dios, y poner
en El sus pensamientos y deseos, como queda avisado; no puede
ganar nada el demonio, antes permitirá Dios que con el mismo
deleite que causa en el alma pierda mucho; porque éste ayudará a
que el alma, como piense que es Dios, venga muchas veces a la
oración con codicia de El; y si es alma humilde y no curiosa ni
interesal de deleites, aunque sean espirituales, sino amiga de cruz,
hará poco caso del gusto que da el demonio; lo que no podrá así
hacer si es espíritu de Dios, sino tenerlo en muy mucho. Mas cosa
que pone el demonio, como él es todo mentira, con ver que el alma
con el gusto y deleite se humilla (que en esto ha de tener mucho: en
todas las cosas de oración y gustos procurar salir humilde), no
tornará muchas veces el demonio, viendo su pérdida.
11. Por esto y por otras muchas cosas, avisé yo en el primer modo
de oración, en la primera agua, que es gran negoción comenzar las
almas oración comenzándose a desasir de todo género de
contentos, y entrar determinadas a sólo ayudar a llevar la cruz a
Cristo, como buenos caballeros que sin sueldo quieren servir a su
rey, pues le tienen bien seguro. Los ojos en el verdadero y perpetuo
reino que pretendemos ganar. Es muy gran cosa traer esto siempre
delante, en especial en los principios; que después tanto se ve
claro, que antes es menester olvidarlo para vivir, que procurarlo:
traer a la memoria lo poco que dura todo y cómo no es todo nada y
en lo nonada que se ha de estimar el descanso.
12. Parece que esto es cosa muy baja, y así es verdad, que los que
están adelante en más perfección tendrían por afrenta y entre sí se
correrían si pensasen que porque se han de acabar los bienes de
este mundo los dejan, sino que, aunque durasen para siempre, se
alegran de dejarlos por Dios. Y mientras más perfectos fueren, más;
y mientras más duraren, más. Aquí en estos está ya crecido el
amor, y él es el que obra. Mas a los que comienzan esles cosa
importantísima, y no lo tengan por bajo, que es gran bien el que se
gana, y por eso lo aviso tanto; que les será menester, aun a los muy
encumbrados en oración, algunos tiempos que los quiere Dios
probar, y parece que Su Majestad los deja. Que, como ya he dicho
y no querría esto se olvidase, en esta vida que vivimos no crece el
alma como el cuerpo, aunque decimos que sí, y de verdad crece.
Mas un niño, después que crece y echa gran cuerpo y ya le tiene de
hombre, no torna a descrecer y a tener pequeño cuerpo; acá quiere
el Señor que sí, a lo que yo he visto por mí, que no lo sé por más.
Debe ser por humillarnos para nuestro gran bien y para que no nos
descuidemos mientras estuviéremos en este destierro, pues el que
más alto estuviere, más se ha de temer y fiar menos de sí. Vienen
veces que es menester, para librarse de ofender a Dios estos que
ya están tan puesta su voluntad en la suya, que por no hacer una
imperfección se dejarían atormentar y pasarían mil muertes, que
para no hacer pecados -según se ven combatidos de tentaciones y
persecuciones- sea menester aprovecharse de las primeras armas
de la oración y tornen a pensar que todo se acaba y que hay cielo e
infierno y otras cosas de esta suerte.
13. Pues tornando a lo que decía, gran fundamento es, para librarse
de los ardides y gustos que da el demonio, el comenzar con
determinación de llevar camino de cruz desde el principio y no los
desear, pues el mismo Señor mostró ese camino de perfección
diciendo: Toma tu cruz y sígueme. El es nuestro dechado; no hay
que temer quien por sólo contentarle siguiere sus consejos.
14. En el aprovechamiento que vieren en sí entenderán que no es
demonio; que, aunque tornen a caer, queda una señal de que
estuvo allí el Señor, que es levantarse presto, y éstas que ahora
diré: -cuando es espíritu de Dios, no es menesterandar rastreando
cosas para sacar humildad y confusión, porque el mismo Señor la
da de manera bien diferente de la que nosotros podemos ganar con
nuestras consideracioncillas, que no son nada en comparación de
una verdadera humildad con luz que enseña aquí el Señor, que
hace una confusión que hace deshacer. Esto es cosa muy
conocida, el conocimiento que da Dios para que conozcamos que
ningún bien tenemos de nosotros, y mientras mayores mercedes,
más.
-Pone un gran deseo de ir adelante en la oración y no la dejar por
ninguna cosa de trabajo que le pudiese suceder.
-A todo se ofrece.
-Una seguridad, con humildad y temor, de que ha de salvarse.
-Echa luego el temor servil del alma y pónele el fiel temor muy más
crecido.
-Ve que se le comienza un amor con Dios muy sin interés suyo.
-Desea ratos de soledad para gozar más de aquel bien.
15. - En fin, por no me cansar, es un principio de todos los bienes,
un estar ya las flores en término que no les falta casi nada para
brotar. Y esto verá muy claro el alma, y en ninguna manera por
entonces se podrá determinar a que no estuvo Dios con ella, hasta
que se torna a ver con quiebras e imperfecciones, que entonces
todo lo teme. Y es bien que tema. Aunque almas hay que les
aprovecha más creer cierto que es Dios, que todos los temores que
la puedan poner; porque, si de suyo es amorosa y agradecida, más
la hace tornar a Dios la memoria de la merced que la hizo, que
todos los castigos del infierno que la representen. Al menos la mía,
aunque tan ruin, esto me acaecía.
16. Porque las señales del buen espíritu se irán diciendo, mas como
a quien le cuestan muchos trabajos sacarlas en limpio, no las digo
ahora aquí. Creo, con el favor de Dios, en esto atinaré algo; porque,
dejado la experiencia en que he mucho entendido, sélo de algunos
letrados muy letrados y personas muy santas, a quien es razón se
dé crédito, y no anden las almas tan fatigadas, cuando llegaren aquí
por la bondad del Señor, como yo he andado.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 16
Trata tercer grado de oración, y va declarando cosas muy subidas,
y lo que puede el alma que llega aquí, y los efectos que hacen
estas mercedes tan grandes del Señor. - Es muy para levantar el
espíritu en alabanzas de Dios y para gran consuelo de quien llegare
aquí.
1. Vengamos ahora a hablar de la tercera agua con que se riega
esta huerta, que es agua corriente de río o de fuente, que se riega
muy a menos trabajo, aunque alguno da el encaminar el agua.
Quiere el Señor aquí ayudar al hortelano de manera que casi El es
el hortelano y el que lo hace todo.
Es un sueño de las potencias, que ni del todo se pierden ni
entienden cómo obran. El gusto y suavidad y deleite es más sin
comparación que lo pasado; es que da el agua a la garganta, a esta
alma, de la gracia, que no puede ya ir adelante, ni sabe cómo, ni
tornar atrás. Querría gozar de grandísima gloria. Es como uno que
está, la candela en la mano(3), que le falta poco para morir muerte
que la desea; está gozando en aquella agonía con el mayor deleite
que se puede decir. No me parece que es otra cosa sino un morir
casi del todo a todas las cosas del mundo y estar gozando de Dios.
Yo no sé otros términos cómo lo decir ni cómo lo declarar, ni
entonces sabe el alma qué hacer; porque ni sabe si hable ni si calle,
ni si ría, ni si llore. Es un glorioso desatino, una celestial locura,
adonde se deprende la verdadera sabiduría, y es deleitosísima
manera de gozar el alma.
2. Y es así que ha que me dio el Señor en abundancia esta oración
creo cinco y aun seis años, muchas veces, y que ni yo la entendía
ni la supiera decir; y así tenía por mí, llegada aquí, decir muy poco o
nonada. Bien entendía que no era del todo unión de todas las
potencias y que era más que la pasada, muy claro; mas yo confieso
que no podía determinar ni entender cómo era esta diferencia.
Creo por la humildad que vuestra merced ha tenido en quererse
ayudar de una simpleza tan grande como la mía, me dio el Señor
hoy, acabando de comulgar, esta oración, sin poder ir adelante, y
me puso estas comparaciones y enseñó la manera de decirlo y lo
que ha de hacer aquí el alma; que, cierto, yo me espanté y entendí
en un punto.
Muchas veces estaba así como desatinada y embriagada en este
amor, y jamás había podido entender cómo era. Bien entendía que
era Dios, mas no podía entender cómo obraba aquí; porque en
hecho de verdad están casi del todo unidas las potencias, mas no
tan engolfadas que no obren. Gustado he en extremo de haberlo
ahora entendido. ¡Bendito sea el Señor, que así me ha regalado!
3. Sólo tienen habilidad las potencias para ocuparse todas en Dios.
No parece se osa bullir ninguna ni la podemos hacer menear, si con
mucho estudio no quisiéramos divertirnos, y aun no me parece que
del todo se podría entonces hacer. Háblanse aquí muchas palabras
en alabanzas de Dios sin concierto, si el mismo Señor no las
concierta. Al menos el entendimiento no vale aquí nada. Querría dar
voces en alabanzas el alma, y está que no cabe en sí; un
desasosiego sabroso. Ya ya se abren las flores, ya comienzan a dar
olor. Aquí querría el alma que todos la viesen y entendiesen su
gloria para alabanzas de Dios, y que la ayudasen a ella, y darles
parte de su gozo, porque no puede tanto gozar. Paréceme que es
como la que dice el Evangelio que quería llamar o llamaba a sus
vecinas. Esto me parece debía sentir el admirable espíritu del real
profeta David, cuando tañía y cantaba con el arpa en alabanzas de
Dios. De este glorioso Rey soy yo muy devota y querría todos lo
fuesen, en especial los que somos pecadores.
4. ¡Oh, válgame Dios! ¡Cuál está un alma cuando está así! Toda ella
querría fuese lenguas para alabar al Señor. Dice mil desatinos
santos, atinando siempre a contentar a quien la tiene así. Yo sé
persona que, con no ser poeta, que le acaecía hacer de presto
coplas muy sentidas declarando su pena bien, no hechas de su
entendimiento, sino que, para más gozar la gloria que tan sabrosa
pena le daba, se quejaba de ella a su Dios. Todo su cuerpo y alma
querría se despedazase para mostrar el gozo que con esta pena
siente. ¿Qué se le pondrá entonces delante de tormentos, que no le
fuese sabroso pasarlos por su Señor? Ve claro que no hacían nada
los mártires de su parte en pasar tormentos, porque conoce bien el
alma viene de otra parte la fortaleza. Mas ¿qué sentirá de tornar a
tener seso para vivir en el mundo, y de haber de tornar a los
cuidados y cumplimientos de él?
Pues no me parece he encarecido cosa que no quede baja en este
modo de gozo que el Señor quiere en este destierro que goce un
alma. ¡Bendito seáis por siempre, Señor! ¡Alaben os todas las cosas
por siempre! ¡Quered ahora, Rey mío, suplícooslo yo, que, pues
cuando esto escribo, no estoy fuera de esta santa locura celestial
por vuestra bondad y misericordia -que tan sin méritos míos me
hacéis esta merced-, que o estén todos los que yo tratare locos de
vuestro amor, o permitáis que no trate yo con nadie, u ordenad,
Señor, cómo no tenga ya cuenta en cosa del mundo o me sacad de
él! ¡No puede ya, Dios mío, esta vuestra sierva sufrir tantos trabajos
como de verse sin Vos le vienen, que si ha de vivir, no quiere
descanso en esta vida, ni se le deis Vos! Querría ya esta alma
verse libre: el comer la mata; el dormir la congoja; ve que se le pasa
el tiempo de la vida pasar en regalos, y que nada ya la puede
regalar fuera de Vos; que parece vive contra natura, pues ya no
querría vivir en sí sino en Vos.
5. ¡Oh verdadero Señor y gloria mía! ¡Qué delgada y pesadísima
cruz tenéis aparejada a los que llegan a este estado! Delgada,
porque es suave; pesada, porque vienen veces que no hay
sufrimiento que la sufra, y no se querría jamás ver libre de ella, si no
fuese para verse ya con Vos. Cuando se acuerda que no os ha
servido en nada, y que viviendo os puede servir, querría cargarse
muy más pesada y nunca hasta el fin del mundo morirse. No tiene
en nada su descanso, a trueco de haceros un pequeño servicio. No
sabe qué desee, mas bien entiende que no desea otra cosa sino a
Vos.
6. ¡Oh hijo mío! (que es tan humilde, que así se quiere nombrar a
quien va esto dirigido y me lo mandó escribir), sea sólo para vos
algunas cosas de las que viere vuestra merced salgo de términos;
porque no hay razón que baste a no me sacar de ella, cuando me
saca el Señor de mí, ni creo soy yo la que hablo desde esta
mañana que comulgué. Parece que sueño lo que veo y no querría
ver sino enfermos de este mal que estoy yo ahora. Suplico a
vuestra merced seamos todos locos por amor de quien por nosotros
se lo llamaron. Pues dice vuestra merced que me quiere, en
disponerse para que Dios le haga esta merced quiero que me lo
muestre, porque veo muy pocos que no los vea con seso
demasiado para lo que les cumple. Ya puede ser que tenga yo más
que todos. No me lo consienta vuestra merced, Padre mío, pues
también lo es como hijo, pues es mi confesor y a quien he fiado mi
alma. Desengáñeme con verdad, que se usan muy poco estas
verdades.
7. Este concierto querría hiciésemos los cinco que al presente nos
amamos en Cristo, que como otros en estos tiempos se juntaban en
secreto para contra Su Majestad y ordenar maldades y herejías,
procurásemos juntarnos alguna vez para desengañar unos a otros,
y decir en lo que podríamos enmendarnos y contentar más a Dios;
que no hay quien tan bien se conozca a sí como conocen los que
nos miran, si es con amor y cuidado de aprovecharnos.
Digo «en secreto», porque no se usa ya este lenguaje. Hasta los
predicadores van ordenando sus sermones para no descontentar.
Buena intención tendrán y la obra lo será; mas ¡así se enmiendan
pocos! Mas ¿cómo no son muchos los que por los sermones dejan
los vicios públicos? ¿Sabe qué me parece? Porque tienen mucho
seso los que los predican. No están sin él, con el gran fuego de
amor de Dios, como lo estaban los Apóstoles, y así calienta poco
esta llama. No digo yo sea tanta como ellos tenían, mas querría que
fuese más de lo que veo. ¿Sabe vuestra merced en qué debe ir
mucho? En tener ya aborrecida la vida y en poca estima la honra;
que no se les daba más -a trueco de decir una verdad y sustentarla
para gloria de Dios- perderlo todo, que ganarlo todo; que a quien de
veras lo tiene todo arriscado por Dios, igualmente lleva lo uno que
lo otro. No digo yo que soy ésta, mas querríalo ser.
8. ¡Oh gran libertad, tener por cautiverio haber de vivir y tratar
conforme a las leyes del mundo!, que como ésta se alcance del
Señor, no hay esclavo que no lo arrisque todo por rescatarse y
tornar a su tierra. Y pues éste es el verdadero camino, no hay que
parar en él, que nunca acabaremos de ganar tan gran tesoro, hasta
que se nos acabe la vida. El Señor nos dé para esto su favor.
Rompa vuestra merced esto que he dicho, si le pareciere, y tómelo
por carta para sí, y perdóneme, que he estado muy atrevida.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 17
Prosigue en la misma materia de declarar este tercer grado de
oración. - Acaba de declarar los efectos que hace. - Dice el daño
que aquí hace la imaginación y memoria.
1. Razonablemente está dicho de este modo de oración y lo que ha
de hacer el alma o, por mejor decir, hace Dios en ella, que es el que
toma ya el oficio de hortelano y quiere que ella huelgue. Sólo
consiente la voluntad en aquellas mercedes que goza. Y se ha de
ofrecer a todo lo que en ella quisiere hacer la verdadera sabiduría,
porque es menester ánimo, cierto. Porque es tanto el gozo, que
parece algunas veces no queda un punto para acabar el ánima de
salir de este cuerpo. ¡Y qué venturosa muerte sería!
2. Aquí me parece viene bien, como a vuestra merced se dijo,
dejarse del todo en los brazos de Dios. Si quiere llevarla al cielo,
vaya; si al infierno, no tiene pena, como vaya con su Bien; si acabar
del todo la vida, eso quiere; si que viva mil años, también. Haga Su
Majestad como de cosa propia; ya no es suya el alma de sí misma;
dada está del todo al Señor; descuídese del todo.
Digo que en tan alta oración como ésta, que cuando la da Dios al
alma puede hacer todo esto. Y mucho más que éstos son sus
efectos. Y entiende que lo hace sin ningún cansancio del
entendimiento. Sólo me parece está como espantada de ver cómo
el Señor hace tan buen hortelano y no quiere que tome él trabajo
ninguno, sino que se deleite en comenzar a oler las flores; que en
una llegada de éstas, por poco que dure, como es tal el hortelano,
en fin criador del agua, dala sin medida, y lo que la pobre del alma
con trabajo por ventura de veinte años de cansar el entendimiento
no ha podido acaudalar, hácelo este hortelano celestial en un punto,
y crece la fruta y madúrala de manera que se puede sustentar de su
huerto, queriéndolo el Señor. Mas no le da licencia que reparta la
fruta, hasta que él esté tan fuerte con lo que ha comido de ella, que
no se le vaya en gustaduras y no dándole nada de provecho ni
pagándosela a quien la diere, sino que los mantenga y dé de comer
a su costa, y quedarse ha él por ventura muerto de hambre.
Esto bien entendido va para tales entendimientos, y sabránlo aplicar
mejor que yo lo sabré decir, y cánsome.
3. En fin, es que las virtudes quedan ahora más fuertes que en la
oración de quietud pasada, que el alma no las puede ignorar,
porque se ve otra y no sabe cómo. Comienza a obrar grandes
cosas con el olor que dan de sí las flores, que quiere el Señor se
abran para que ella vea que tiene virtudes, aunque ve muy bien que
no las podía ella -ni ha podido- ganar en muchos años, y que en
aquello poquito el celestial hortelano se las dio. Aquí es muy mayor
la humildad y más profunda que al alma queda, que en lo pasado;
porque ve más claro que poco ni mucho hizo, sino consentir que la
hiciese el Señor mercedes y abrazarlas la voluntad.
Paréceme este modo de oración unión muy conocida de toda el
alma con Dios, sino que parece quiere Su Majestad dar licencia a
las potencias para que entiendan y gocen de lo mucho que obra allí.
4. Acaece algunas y muy muchas veces, estando unida la voluntad
(para que vea vuestra merced puede ser esto, y lo entienda cuando
lo tuviere; al menos a mí trájome tonta, y por eso lo digo aquí), vese
claro y entiéndese que está la voluntad atada y gozando; digo que
«se ve claro», y en mucha quietud está sola la voluntad, y está por
otra parte el entendimiento y memoria tan libres, que pueden tratar
en negocios y entender en obras de caridad.
Esto, aunque parece todo uno, es diferente de la oración de quietud
que dije, en parte, porque allí está el alma que no se querría bullir ni
menear, gozando en aquel ocio santo de María; en esta oración
puede también ser Marta. Así que está casi obrando juntamente en
vida activa y contemplativa, y entender en obras de caridad y
negocios que convengan a su estado, y leer, aunque no del todo
están señores de sí, y entienden bien que está la mejor parte del
alma en otro cabo. Es como si estuviésemos hablando con uno y
por otra parte nos hablase otra persona, que ni bien estaremos en
lo uno ni bien en lo otro.
Es cosa que se siente muy claro y da mucha satisfacción y contento
cuando se tiene, y es muy gran aparejo para que, en teniendo
tiempo de soledad o desocupación de negocios, venga el alma a
muy sosegada quietud. Es un andar como una persona que está en
sí satisfecha, que no tiene necesidad de comer, sino que siente el
estómago contento, de manera que no a todo manjar arrostraría;
mas no tan harta que, si los ve buenos, deje de comer de buena
gana. Así, no le satisface ni querría entonces contento del mundo,
porque en sí tiene el que le satisface más: mayores contentos de
Dios, deseos de satisfacer su deseo, de gozar más, de estar con El.
Esto es lo que quiere.
5. Hay otra manera de unión, que aún no es entera unión, mas es
más que la que acabo de decir, y no tanto como la que se ha dicho
de esta tercera agua.
Gustará vuestra merced mucho, de que el Señor se las dé todas si
no las tiene ya, de hallarlo escrito y entender lo que es. Porque una
merced es dar el Señor la merced, y otra es entender qué merced
es y qué gracia, otra es saber decirla y dar a entender cómo es. Y
aunque no parece es menester más de la primera, para no andar el
alma confusa y medrosa e ir con más ánimo por el camino del
Señor llevando debajo de los pies todas las cosas del mundo, es
gran provecho entenderlo y merced; que por cada una es razón
alabe mucho al Señor quien la tiene, y quien no, porque la dio Su
Majestad a alguno de los que viven, para que nos aprovechase a
nosotros.
Ahora pues, acaece muchas veces esta manera de unión que
quiero decir (en especial a mí, que me hace Dios esta merced de
esta suerte muy muchas), que coge Dios la voluntad y aun el
entendimiento, a mi parecer, porque no discurre, sino está ocupado
gozando de Dios, como quien está mirando y ve tanto que no sabe
hacia dónde mirar; uno por otro se le pierde de vista, que no dará
señas de cosa. La memoria queda libre, y junto con la imaginación
debe ser; y ella, como se ve sola, es para alabar a Dios la guerra
que da y cómo procura desasosegarlo todo. A mí cansada me tiene
y aborrecida la tengo, y muchas veces suplico al Señor, si tanto me
ha de estorbar, me la quite en estos tiempos. Alguna veces le digo:
«¿Cuándo, mi Dios, ha de estar ya toda junta mi alma en vuestra
alabanza y no hecha pedazos, sin poder valerse a sí?». Aquí veo el
mal que nos causa el pecado, pues así nos sujetó a no hacer lo que
queremos de estar siempre ocupados en Dios.
6. Digo que me acaece a veces -y hoy ha sido la una, y así lo tengo
bien en la memoria- que veo deshacerse mi alma, por verse junta
donde está la mayor parte, y ser imposible, sino que le da tal guerra
la memoria e imaginación que no la dejan valer; y como faltan las
otras potencias, no valen, aun para hacer mal, nada. Harto hacen
en desasosegar. Digo «para hacer mal», porque no tienen fuerza ni
paran en un ser. Como el entendimiento no la ayuda poco ni mucho
a lo que le representa, no para en nada, sino de uno en otro, que no
parece sino de estas maripositas de las noches, importunas y
desasosegadas: así anda de un cabo a otro. En extremo me parece
le viene al propio esta comparación, porque aunque no tiene fuerza
para hacer ningún mal, importuna a los que la ven.
Para esto no sé qué remedio haya, que hasta ahora no me le ha
dado Dios a entender; que de buena gana le tomaría para mí, que
me atormenta, como digo, muchas veces. Represéntase aquí
nuestra miseria, y muy claro el gran poder de Dios; pues ésta, que
queda suelta, tanto nos daña y nos cansa, y las otras que están con
Su Majestad, el descanso que nos dan.
7. El postrer remedio que he hallado, a cabo de haberme fatigado
hartos años, es lo que dije en la oración de quietud: que no se haga
caso de ella más que de un loco, sino dejarla con su tema, que sólo
Dios se la puede quitar; y, en fin, aquí por esclava queda. Hémoslo
de sufrir con paciencia, como hizo Jacob a Lía, porque harta
merced nos hace el Señor que gocemos de Raquel. Digo que
«queda esclava», porque, en fin, no puede -por mucho que hagatraer a sí las otras potencias; antes ellas, sin ningún trabajo, la
hacen venir muchas veces a sí. Algunas, es Dios servido de haber
lástima de verla tan perdida y desasosegada, con deseo de estar
con las otras, y consiéntela Su Majestad se queme en el fuego de
aquella vela divina, donde las otras están ya hechas polvo, perdido
su ser natural, casi estando sobrenatural, gozando tan grandes
bienes.
8. En todas estas maneras que de esta postrera agua de fuente he
dicho, es tan grande la gloria y descanso del alma, que muy
conocidamente aquel gozo y deleite participa de él el cuerpo, y esto
muy conocidamente, y quedan tan crecidas las virtudes como he
dicho.
Parece ha querido el Señor declarar estos estados en que se ve el
alma, a mi parecer, lo más que acá se puede dar a entender.
Trátelo vuestra merced con persona espiritual que haya llegado
aquí y tenga letras. Si le dijere que está bien, crea que se lo ha
dicho Dios y téngalo en mucho a Su Majestad; porque, como he
dicho, andando el tiempo se holgará mucho de entender lo que es,
mientras no le diere la gracia (aunque se la dé de gozarlo) para
entenderlo. Como le haya dado Su Majestad la primera, con su
entendimiento y letras lo entenderá por aquí.
Sea alabado por todos los siglos de los siglos por todo, amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 18
En que trata del cuarto grado de oración. * - Comienza a declarar
por excelente manera la gran dignidad en que el Señor pone al
alma que está en este estado. - Es para animar mucho a los que
tratan oración, para que se esfuercen a llegar a tan alto estado,
pues se puede alcanzar en la tierra, aunque no por merecerlo, sino
por la bondad del Señor. - Léase con advertencia, porque se
declara por muy delicado modo y tiene cosas mucho de notar.
1. El Señor me enseñe palabras cómo se pueda decir algo de la
cuarta agua. Bien es menester su favor, aun más que para la
pasada; porque en ella aún siente el alma no está muerta del todo,
que así lo podemos decir, pues lo está al mundo; mas, como dije,
tiene sentido para entender que está en él y sentir su soledad, y
aprovéchase de lo exterior para dar a entender lo que siente,
siquiera por señas.
En toda la oración y modos de ella que queda dicho, alguna cosa
trabaja el hortelano; aunque en estas postreras va el trabajo
acompañado de tanta gloria y consuelo del alma, que jamás querría
salir de él, y así no se siente por trabajo, sino por gloria.
Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza.
Entiéndese que se goza un bien, adonde juntos se encierran todos
los bienes, mas no se comprende este bien. Ocúpanse todos los
sentidos en este gozo, de manera que no queda ninguno
desocupado para poder en otra cosa, exterior ni interiormente.
Antes dábaseles licencia para que, como digo, hagan algunas
muestras del gran gozo que sienten; acá el alma goza más sin
comparación, y puédese dar a entender muy menos, porque no
queda poder en el cuerpo, ni el alma le tiene para poder comunicar
aquel gozo. En aquel tiempo todo le sería gran embarazo y
tormento y estorbo de su descanso; y digo que si es unión de todas
las potencias, que, aunque quiera -estando en ello digo- no puede,
y si puede, ya no es unión.
2. El cómo es ésta que llaman unión y lo que es, yo no lo sé dar a
entender. En la mística teología se declara, que yo los vocablos no
sabré nombrarlos, ni sé entender qué es mente, ni qué diferencia
tenga del alma o espíritu tampoco; todo me parece una cosa, bien
que el alma alguna vez sale de sí misma, a manera de un fuego
que está ardiendo y hecho llama, y algunas veces crece este fuego
con ímpetu; esta llama sube muy arriba del fuego, mas no por eso
es cosa diferente, sino la misma llama que está en el fuego.
Esto vuestras mercedes lo entenderán -que yo no lo sé más decircon sus letras. Lo que yo pretendo declarar es qué siente el alma
cuando está en esta divina unión.
3. Lo que es unión ya se está entendido, que es dos cosas divisas
hacerse una. ¡Oh Señor mío, qué bueno sois! ¡Bendito seáis para
siempre! ¡Alaben os, Dios mío, todas las cosas, que así nos
amasteis, de manera que con verdad podamos hablar de esta
comunicación que aun en este destierro tenéis con las almas!; y
aun con las que son buenas es gran largueza y magnanimidad. En
fin, vuestra, Señor mío, que dais como quien sois. ¡Oh largueza
infinita, cuán magníficas son vuestras obras! Espanta a quien no
tiene ocupado el entendimiento en cosas de la tierra, que no tenga
ninguno para entender verdades. Pues que hagáis a almas que
tanto os han ofendido mercedes tan soberanas, cierto, a mí me
acaba el entendimiento, y cuando llego a pensar en esto, no puedo
ir adelante. ¿Dónde ha de ir que no sea tornar atrás? Pues daros
gracias por tan grandes mercedes, no sabe cómo. Con decir
disparates me remedio algunas veces.
4. Acaéceme muchas, cuando acabo de recibir estas mercedes o
me las comienza Dios a hacer (que estando en ellas ya he dicho
que no hay poder hacer nada), decir: «Señor, mirad lo que hacéis,
no olvidéis tan presto tan grandes males míos; ya que para
perdonarme lo hayáis olvidado, para poner tasa en las mercedes os
suplico se os acuerde. No pongáis, Criador mío, tan precioso licor
en vaso tan quebrado, pues habéis ya visto de otras veces que le
torno a derramar. No pongáis tesoro semejante adonde aún no está
-como ha de estar- perdida del todo la codicia de consolaciones de
la vida, que lo gastará mal gastado. ¿Cómo dais la fuerza de esta
ciudad y llaves de la fortaleza de ella a tan cobarde alcaide, que al
primer combate de los enemigos los deja entrar dentro? No sea
tanto el amor, oh Rey eterno, que pongáis en aventura joyas tan
preciosas. Parece, Señor mío, se da ocasión para que se tengan en
poco, pues las ponéis en poder de cosa tan ruin, tan baja, tan flaca
y miserable, y de tan poco tomo, que ya que trabaje por no las
perder con vuestro favor (y no es menester pequeño, según yo
soy), no puede dar con ellas a ganar a nadie; en fin, mujer, y no
buena, sino ruin. Parece que no sólo se esconden los talentos, sino
que se entierran, en ponerlos en tierra tan astrosa. No soléis Vos
hacer, Señor, semejantes grandezas y mercedes a un alma, sino
para que aproveche a muchas. Ya sabéis, Dios mío, que de toda
voluntad y corazón os lo suplico y he suplicado algunas veces, y
tengo por bien de perder el mayor bien que se posee en la tierra,
por que las hagáis Vos a quien con este bien más aproveche,
porque crezca vuestra gloria».
5. Estas y otras cosas me ha acaecido decir muchas veces. Veía
después mi necedad y poca humildad. Porque bien sabe el Señor lo
que conviene, y que no había fuerzas en mi alma para salvarse, si
Su Majestad con tantas mercedes no se las pusiera.
6. También pretendo decir las gracias y efectos que quedan en el
alma, y qué es lo que puede de suyo hacer, o si es parte para llegar
a tan gran estado.
7. Acaece venir este levantamiento de espíritu o juntamiento con el
amor celestial: que, a mi entender, es diferente la unión del
levantamiento en esta misma unión. A quien no lo hubiere probado
lo postrero, parecerle ha que no; y a mi parecer, que con ser todo
uno, obra el Señor de diferente manera; y en el crecimiento del
desasir de las criaturas, más mucho en el vuelo del espíritu. Yo he
visto claro ser particular merced, aunque, como digo, sea todo uno
o lo parezca; mas un fuego pequeño también es fuego como un
grande, y ya se ve la diferencia que hay de lo uno a lo otro: en un
fuego pequeño, primero que un hierro pequeño se hace ascua,
pasa mucho espacio; mas si el fuego es grande, aunque sea mayor
el hierro, en muy poquito pierde del todo su ser, al parecer. Así me
parece es en estas dos maneras de mercedes del Señor, y sé que
quien hubiere llegado a arrobamientos lo entenderá bien. Si no lo
ha probado, parecerle ha desatino, y ya puede ser; porque querer
una como yo hablar en una cosa tal y dar a entender algo de lo que
parece imposible aun haber palabras con que lo comenzar, no es
mucho que desatine.
8. Mas creo esto del Señor (que sabe Su Majestad que, después de
obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto)
que me ha en ello de ayudar. No diré cosa que no la haya
experimentado mucho. Y es así que cuando comencé esta postrera
agua a escribir, que me parecía imposible saber tratar cosa más
que hablar en griego, que así es ello dificultoso. Con esto, lo dejé y
fui a comulgar. ¡Bendito sea el Señor que así favorece a los
ignorantes! ¡Oh virtud de obedecer, que todo lo puedes!: aclaró
Dios mi entendimiento, unas veces con palabras y otras
poniéndome delante cómo lo había de decir, que, como hizo en la
oración pasada, Su Majestad parece quiere decir lo que yo no
puedo ni sé.
Esto que digo es entera verdad, y así lo que fuere bueno es suya la
doctrina; lo malo, está claro es del piélago de los males, que soy yo.
Y así, digo que si hubiere personas que hayan llegado a las cosas
de oración que el Señor ha hecho merced a esta miserable -que
debe haber muchas- y quisiesen tratar estas cosas conmigo,
pareciéndoles descaminadas, que ayudara el Señor a su sierva
para que saliera con su verdad adelante.
9. Ahora, hablando de esta agua que viene del cielo para con su
abundancia henchir y hartar todo este huerto de agua, si nunca
dejara, cuando lo hubiera menester, de darlo el Señor, ya se ve qué
descanso tuviera el hortelano. Y a no haber invierno, sino ser
siempre el tiempo templado, nunca faltaran flores y frutas; ya se ve
qué deleite tuviera; mas mientras vivimos es imposible: siempre ha
de haber cuidado de cuando faltare la una agua procurar la otra.
Esta del cielo viene muchas veces cuando más descuidado está el
hortelano. Verdad es que a los principios casi siempre es después
de larga oración mental, que de un grado en otro viene el Señor a
tomar esta avecita y ponerla en el nido para que descanse. Como la
ha visto volar mucho rato, procurando con el entendimiento y
voluntad y con todas sus fuerzas buscar a Dios y contentarle,
quiérela dar el premio aun en esta vida. ¡Y qué gran premio!, que
basta un momento para quedar pagados todos los trabajos que en
ella puede haber.
10. Estando así el alma buscando a Dios, siente con un deleite
grandísimo y suave casi desfallecer toda con una manera de
desmayo que le va faltando el huelgo y todas las fuerzas
corporales, de manera que, si no es con mucha pena, no puede aun
menear las manos; los ojos se le cierran sin quererlos cerrar, o si
los tiene abiertos, no ve casi nada; ni, si lee, acierta a decir letra, ni
casi atina a conocerla bien; ve que hay letra, mas, como el
entendimiento no ayuda, no la sabe leer aunque quiera; oye, mas
no entiende lo que oye. Así que de los sentidos no se aprovecha
nada, si no es para no la acabar de dejar a su placer; y así antes la
dañan. Hablar es por demás, que no atina a formar palabra, ni hay
fuerza, ya que atinase, para poderla pronunciar; porque toda la
fuerza exterior se pierde y se aumenta en las del alma para mejor
poder gozar de su gloria. El deleite exterior que se siente es grande
y muy conocido.
11. Esta oración no hace daño, por larga que sea. Al menos a mí
nunca me le hizo, ni me acuerdo hacerme el Señor ninguna vez
esta merced, por mala que estuviese, que sintiese mal, antes
quedaba con gran mejoría. Mas ¿qué mal puede hacer tan gran
bien? Es cosa tan conocida las operaciones exteriores, que no se
puede dudar que hubo gran ocasión, pues así quitó las fuerzas con
tanto deleite para dejarlas mayores.
12. Verdad es que a los principios pasa en tan breve tiempo -al
menos a mí así me acaecía-, que en estas señales exteriores ni en
la falta de los sentidos no se da tanto a entender cuando pasa con
brevedad. Mas bien se entiende en la sobra de las mercedes que
ha sido grande la claridad del sol que ha estado allí, pues así la ha
derretido. Y nótese esto, que a mi parecer por largo que sea el
espacio de estar el alma en esta suspensión de todas las potencias,
es bien breve: cuando estuviese media hora, es muy mucho; yo
nunca, a mi parecer, estuve tanto. Verdad es que se puede mal
sentir lo que se está, pues no se siente; mas digo que de una vez
es muy poco espacio sin tornar alguna potencia en sí. La voluntad
es la que mantiene la tela, mas las otras dos potencias presto
tornan a importunar. Como la voluntad está queda, tórnalas a
suspender y están otro poco y tornan a vivir.
13. En esto se puede pasar algunas horas de oración y se pasan.
Porque, comenzadas las dos potencias a emborrachar y gustar de
aquel vino divino, con facilidad se tornan a perder de sí para estar
muy más ganadas, y acompañan a la voluntad y se gozan todas
tres. Mas este estar perdidas del todo y sin ninguna imaginación en
nada -que a mi entender también se pierde del todo- digo que es
breve espacio; aunque no tan del todo tornan en sí que no pueden
estar algunas horas como desatinadas, tornando de poco en poco a
cogerlas Dios consigo.
14. Ahora vengamos a lo interior de lo que el alma aquí siente.
¡Dígalo quien lo sabe, que no se puede entender, cuánto más decir!
Estaba yo pensando cuando quise escribir esto, acabando de
comulgar y de estar en esta misma oración que escribo, qué hacía
el alma en aquel tiempo. Díjome el Señor estas palabras:
Deshácese toda, hija, para ponerse más en Mí. Ya no es ella la que
vive, sino Yo. Como no puede comprender lo que entiende, es no
entender entendiendo.
Quien lo hubiere probado entenderá algo de esto, porque no se
puede decir más claro, por ser tan oscuro lo que allí pasa. Sólo
podré decir que se representa estar junto con Dios, y queda una
certidumbre que en ninguna manera se puede dejar de creer. Aquí
faltan todas las potencias y se suspenden de manera que en
ninguna manera -como he dicho- se entiende que obran. Si estaba
pensando en un paso, así se pierde de la memoria como si nunca la
hubiera habido de él. Si lee, en lo que leía no hay acuerdo, ni parar.
Si rezar, tampoco. Así que a esta mariposilla importuna de la
memoria aquí se le queman las alas: ya no puede más bullir. La
voluntad debe estar bien ocupada en amar, mas no entiende cómo
ama. El entendimiento, si entiende, no se entiende cómo entiende;
al menos no puede comprender nada de lo que entiende. A mí no
me parece que entiende, porque -como digo- no se entiende. ¡Yo
no acabo de entender esto!
15. Acaecióme a mí una ignorancia al principio, que no sabía que
estaba Dios en todas las cosas. Y como me parecía estar tan
presente, parecíame imposible. Dejar de creer que estaba allí no
podía, por parecerme casi claro había entendido estar allí su misma
presencia. Los que no tenían letras me decían que estaba sólo por
gracia. Yo no lo podía creer; porque, como digo, parecíame estar
presente, y así andaba con pena. Un gran letrado de la Orden del
glorioso Santo Domingo me quitó de esta duda, que me dijo estar
presente, y cómo se comunicaba con nosotros, que me consoló
harto.
Es de notar y entender que siempre esta agua del cielo, este
grandísimo favor del Señor, deja el alma con grandísimas
ganancias, como ahora diré.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 19
Prosigue en la misma materia. - Comienza a declarar los efectos
que hace en el alma este grado de oración. - Persuade mucho a
que no tornen atrás, aunque después de esta merced tornen a caer,
ni dejen la oración. - Dice los daños que vendrán de no hacer esto. Es mucho de notar y de gran consolación para los flacos y
pecadores.
1. Queda el alma de esta oración y unión con grandísima ternura,
de manera que se querría deshacer, no de pena, sino de unas
lágrimas gozosas. Hállase bañada de ellas sin sentirlo ni saber
cuándo ni cómo las lloró; mas dale gran deleite ver aplacado aquel
ímpetu del fuego con agua que le hace más crecer.
Parece esto algarabía, y pasa así. Acaecídome ha algunas veces
en este término de oración estar tan fuera de mí, que no sabía si
era sueño o si pasaba en verdad la gloria que había sentido; y de
verme llena de agua que sin pena destilaba con tanto ímpetu y
presteza que parece lo echaba de sí aquella nube del cielo, veía
que no había sino sueño. Esto era a los principios, que pasaba con
brevedad.
2. Queda el ánima animosa, que si en aquel punto la hiciesen
pedazos por Dios, le sería gran consuelo. Allí son las promesas y
determinaciones heroicas, la viveza de los deseos, el comenzar a
aborrecer el mundo, el ver muy claro su vanidad, esto muy más
aprovechada y altamente que en las oraciones pasadas, y la
humildad más crecida; porque ve claro que para aquella excesiva
merced y grandiosa no hubo diligencia suya, ni fue parte para
traerla ni para tenerla. Vese claro indignísima, porque en pieza
adonde entra mucho sol no hay telaraña escondida: ve su miseria.
Va tan fuera la vanagloria, que no le parece la podría tener, porque
ya es por vista de ojos lo poco o ninguna cosa que puede, que allí
no hubo casi consentimiento, sino que parece, aunque no quiso, le
cerraron la puerta a todos los sentidos para que más pudiese gozar
del Señor. Quédase sola con El, ¿qué ha de hacer sino amarle? Ni
ve ni oye, si no fuese a fuerza de brazos: poco hay que la
agradecer. Su vida pasada se le representa después y la gran
misericordia de Dios, con gran verdad y sin haber menester andar a
caza el entendimiento, que allí ve guisado lo que ha de comer y
entender. De sí ve que merece el infierno y que le castigan con
gloria. Deshácese en alabanzas de Dios, y yo me querría deshacer
ahora. ¡Bendito seáis, Señor mío, que así hacéis de pecina tan
sucia como yo, agua tan clara que sea para vuestra mesa! ¡Seáis
alabado, oh regalo de los ángeles, que así queréis levantar un
gusano tan vil!
3. Queda algún tiempo este aprovechamiento en el alma: puede ya,
con entender claro que no es suya la fruta, comenzar a repartir de
ella, y no le hace falta a sí. Comienza a dar muestras de alma que
guarda tesoros del cielo, y a tener deseo de repartirlos con otros, y
suplicar a Dios no sea ella sola la rica. Comienza a aprovechar a los
prójimos casi sin entenderlo ni hacer nada de sí; ellos lo entienden,
porque ya las flores tienen tan crecido el olor, que les hace desear
llegarse a ellas. Entienden que tiene virtudes y ven la fruta que es
codiciosa. Querríanle ayudar a comer.
Si esta tierra está muy cavada con trabajos y persecuciones y
murmuraciones y enfermedades -que pocos deben llegar aquí sin
esto- y si está mullida con ir muy desasida de propio interés, el agua
se embebe tanto, que casi nunca se seca; mas si es tierra que aun
se está en la tierra y con tantas espinas como yo al principio estaba,
y aun no quitada de las ocasiones ni tan agradecida como merece
tan gran merced, tórnase la tierra a secar.
Y si el hortelano se descuida y el Señor por sola su bondad no torna
a querer llover, dad por perdida la huerta, que así me acaeció a mí
algunas veces; que, cierto, yo me espanto y, si no hubiera pasado
por mí, no lo pudiera creer.
Escríbolo para consuelo de almas flacas, como la mía, que nunca
desesperen ni dejen de confiar en la grandeza de Dios. Aunque
después de tan encumbradas, como es llegarlas el Señor aquí,
caigan, no desmayen, si no se quieren perder del todo; que
lágrimas todo lo ganan: un agua trae otra.
4. Una de las cosas por que me animé -siendo la que soy- a
obedecer en escribir esto y dar cuenta de mi ruin vida y de las
mercedes que me ha hecho el Señor, con no servirle sino ofenderle,
ha sido ésta. Que cierto, yo quisiera aquí tener gran autoridad para
que se me creyera esto. Al Señor suplico Su Majestad la dé. Digo
que no desmaye nadie de los que han comenzado a tener oración,
con decir: «si torno a ser malo, es peor ir adelante con el ejercicio
de ella». Yo lo creo, si se deja la oración y no se enmienda del mal;
mas, si no la deja, crea que la sacará a puerto de luz. Hízome en
esto gran batería el demonio, y pasé tanto en parecerme poca
humildad tenerla, siendo tan ruin, que, como ya he dicho, la dejé
año y medio -al menos un año, que del medio no me acuerdo bienY no fuera más, ni fue, que meterme yo misma sin haber menester
demonios que me hiciesen ir al infierno. ¡Oh, válgame Dios, qué
ceguedad tan grande! ¡Y qué bien acierta el demonio para su
propósito en cargar aquí la mano! Sabe el traidor que alma que
tenga con perseverancia oración la tiene perdida y que todas las
caídas que la hace dar la ayudan, por la bondad de Dios, a dar
después mayor salto en lo que es su servicio: ¡algo le va en ello!
5. ¡Oh Jesús mío! ¡Qué es ver un alma que ha llegado aquí, caída
en un pecado, cuando Vos por vuestra misericordia la tornáis a dar
la mano y la levantáis! ¡Cómo conoce la multitud de vuestras
grandezas y misericordias y su miseria! Aquí es el deshacerse de
veras y conocer vuestras grandezas; aquí el no osar alzar los ojos;
aquí es el levantarlos para conocer lo que os debe; aquí se hace
devota de la Reina del Cielo para que os aplaque; aquí invoca los
Santos que cayeron después de haberlos Vos llamado, para que la
ayuden; aquí es el parecer que todo le viene ancho lo que le dais,
porque ve no merece la tierra que pisa; el acudir a los Sacramentos;
la fe viva que aquí le queda de ver la virtud que Dios en ellos puso;
el alabaros porque dejasteis tal medicina y ungüento para nuestras
llagas, que no las sobresanan, sino que del todo las quitan.
Espántanse de esto. Y ¿quién, Señor de mi alma, no se ha de
espantar de misericordia tan grande y merced tan crecida a traición
tan fea y abominable? Que no sé cómo no se me parte el corazón,
cuando esto escribo; porque soy ruin.
6. Con estas lagrimillas que aquí lloro, dadas de Vos -agua de tan
mal pozo en lo que es de mi parte- parece que os hago pago de
tantas traiciones, siempre haciendo males y procurando deshacer
las mercedes que Vos me habéis hecho. Ponedlas Vos, Señor mío,
valor; aclarad agua tan turbia, siquiera porque no dé a alguno
tentación en echar juicios, como me la ha dado a mí, pensando por
qué, Señor, dejáis unas personas muy santas, que siempre os han
servido y trabajado, criadas en religión y siéndolo, y no como yo
que no tenía más del nombre, y ver claro que no las hacéis las
mercedes que a mí. Bien veía yo, Bien mío, que les guardáis Vos el
premio para dársele junto, y que mi flaqueza ha menester esto. Ya
ellos, como fuertes, os sirven sin ello y los tratáis como a gente
esforzada y no interesal.
7. Mas con todo, sabéis Vos, mi Señor, que clamaba muchas veces
delante de Vos, disculpando a las personas que me murmuraban,
porque me parecía les sobraba razón. Esto era ya, Señor, después
que me teníais por vuestra bondad para que tanto no os ofendiese,
y yo estaba ya desviándome de todo lo que me parecía os podía
enojar; que en haciendo yo esto, comenzasteis, Señor, a abrir
vuestros tesoros para vuestra sierva. No parece esperabais otra
cosa sino que hubiese voluntad y aparejo en mí para recibirlos,
según con brevedad comenzasteis a no sólo darlos, sino a querer
entendiesen me los dabais.
8. Esto entendido, comenzó a tenerse buena opinión de la que
todas aún no tenían bien entendido cuán mala era, aunquemucho
se traslucía. Comenzó la murmuración y persecución de golpe y, a
mi parecer, con mucha causa; y así no tomaba con nadie
enemistad, sino suplicábaos a Vos miraseis la razón que tenían.
Decían que me quería hacer santa y que inventaba novedades no
habiendo llegado entonces con gran parte aun a cumplir toda mi
Regla, ni a las muy buenas y santas monjas que en casa había (ni
creo llegaré, si Dios por su bondad no lo hace todo de su parte),
sino antes lo era yo para quitar lo bueno y poner costumbres que no
lo eran; al menos hacía lo que podía para ponerlas, y en el mal
podía mucho. Así que sin culpa suya me culpaban. No digo eran
sólo monjas, sino otras personas; descubríanme verdades, porque
lo permitíais Vos.
9. Una vez rezando las Horas, como yo algunas tenía esta
tentación, llegué al verso que dice: Justus es, Domine, y tus juicios;
comencé a pensar cuán gran verdad era, que en esto no tenía el
demonio fuerza jamás para tentarme de manera que yo dudase
tenéis Vos, mi Señor, todos los bienes, ni en ninguna cosa de la fe,
antes me parecía mientras más sin camino natural iban, más firme
la tenía, y me daba devoción grande: en ser todopoderoso
quedaban conclusas en mí todas las grandezas que hicierais Vos, y
en esto -como digo- jamás tenía duda. Pues pensando cómo con
justicia permitíais a muchas que había -como tengo dicho- muy
vuestras siervas, y que no tenían los regalos y mercedes que me
hacíais a mí, siendo la que era, respondísteisme, Señor: Sírveme tú
a Mí, y no te metas en eso. Fue la primera palabra que entendí
hablarme Vos, y así me espantó mucho.
Porque después declararé esta manera de entender, con otras
cosas, no lo digo aquí, que es salir del propósito, y creo harto he
salido: casi no sé lo que me he dicho. No puede ser menos, mi hijo,
sino que ha vuestra merced de sufrir estos intervalos; porque
cuando veo lo que Dios me ha sufrido y me veo en este estado, no
es mucho pierda el tino de lo que digo y he de decir. Plega al Señor
que siempre sean esos mis desatinos y que no permita ya Su
Majestad tengayo poder para ser contra El un punto, antes en éste
que estoy me consuma.
10. Basta ya para ver sus grandes misericordias, no una sino
muchas veces que ha perdonado tanta ingratitud. A San Pedro una
vez que lo fue, a mí muchas; que con razón me tentaba el demonio
no pretendiese amistad estrecha con quien trataba enemistad tan
pública. ¡Qué ceguedad tan grande la mía! ¿Adónde pensaba,
Señor mío, hallar remedio sino en Vos? ¡Qué disparate huir de la
luz para andar siempre tropezando! ¡Qué humildad tan soberbia
inventaba en mí el demonio: apartarme de estar arrimada a la
columna y báculo que me ha de sustentar para no dar tan gran
caída! Ahora me santiguo y no me parece que he pasado peligro
tan peligroso como esta invención que el demonio me enseñaba por
vía de humildad. Poníame en el pensamiento que cómo cosa tan
ruin y habiendo recibido tantas mercedes, había de llegarme a la
oración; que me bastaba rezar lo que debía, como todas; mas que
aun pues esto no hacía bien, cómo quería hacer más; que era poco
acatamiento y tener en poco las mercedes de Dios.
Bien era pensar y entender esto; mas ponerlo por obra fue el
grandísimo mal. Bendito seáis Vos, Señor, que así me remediasteis.
11. Principio de la tentación que hacía a Judas me parece ésta, sino
que no osaba el traidor tan al descubierto; mas él viniera de poco
en poco a dar conmigo adonde dio con él. Miren esto, por amor de
Dios, todos los que tratan oración. Sepan que el tiempo que estuve
sin ella era mucho más perdida mi vida; mírese qué buen remedio
me daba el demonio y qué donosa humildad; un desasosiego en mí
grande. Mas ¿cómo había de sosegar mi alma? Apartábase la
cuitada de su sosiego; tenía presentes las mercedes y favores; veía
los contentos de acá ser asco. Cómo pudo pasar, me espanto. Era
con esperanza que nunca yo pensaba (a lo que ahora me acuerdo,
porque debe haber esto más de veinte y un años), dejaba de estar
determinada de tornar a la oración; mas esperaba a estar muy
limpia de pecados. ¡Oh, qué mal encaminada iba en esta
esperanza! Hasta el día del juicio me la libraba el demonio, para de
allí llevarme al infierno.
12. Pues teniendo oración y lección -que era ver verdades y el ruin
camino que llevaba- e importunando al Señor con lágrimas muchas
veces, era tan ruin que no me podía valer, apartada de esto, puesta
en pasatiempos con muchas ocasiones y pocas ayudas -y osaré
decir ninguna sino para ayudarme a caer-, ¿qué esperaba sino lo
dicho?
Creo tiene mucho delante de Dios un fraile de Santo Domingo, gran
letrado, que él me despertó de este sueño; él me hizo, como creo
he dicho, comulgar de quince a quince días; y del mal, no tanto.
Comencé a tornar en mí, aunque no dejaba de hacer ofensas al
Señor; mas como no había perdido el camino, aunque poco a poco,
cayendo y levantando, iba por él; y el que no deja de andar e ir
adelante, aunque tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el
camino sino dejar la oración. ¡Dios nos libre, por quien El es!
13. Queda de aquí entendido -y nótese mucho, por amor del Señorque aunque un alma llegue a hacerla Dios tan grandes mercedes
en la oración, que no se fíe de sí, pues puede caer, ni se ponga en
ocasiones en ninguna manera. Mírese mucho, que va mucho; que
el engaño que aquí puede hacer el demonio después, aunque la
merced sea cierto de Dios, es aprovecharse el traidor de la misma
merced en lo que puede, y a personas no crecidas en las virtudes,
ni mortificadas, ni desasidas; porque aquí no quedan fortalecidas
tanto que baste, como adelante diré, para ponerse en las ocasiones
y peligros, por grandes deseos y determinaciones que tengan... Es
excelente doctrina ésta, y no mía, sino enseñada de Dios; y así
querría que personas ignorantes, como yo, la supiesen. Porque
aunque esté un alma en este estado, no ha de fiar de sí para salir a
combatir, porque hará harto en defenderse. Aquí son menester
armas para defenderse de los demonios, y aún no tienen fuerzas
para pelear contra ellos y traerlos debajo de los pies, como hacen
los que están en el estado que diré después.
14. Este es el engaño con que coge el demonio: que, como se ve
un alma tan llegada a Dios y ve la diferencia que hay del bien del
cielo al de la tierra y el amor que la muestra el Señor, de este amor
nace confianza y seguridad de no caer de lo que goza; parécele
que ve claro el premio, que no es posible ya en cosa que aun para
la vida es tan deleitosa y suave, dejarla por cosa tan baja y sucia
como es el deleite; y con esta confianza quítale el demonio la poca
que ha de tener de sí; y, como digo, pónese en los peligros y
comienza con buen celo a dar de la fruta sin tasa, creyendo que ya
no hay que temer de sí. Y esto no va con soberbia, que bien
entiende el alma que no puede de sí nada, sino de mucha confianza
de Dios sin discreción, porque no mira que aún tiene pelo malo.
Puede salir del nido, y sácala Dios; mas aún no están para volar;
porque las virtudes aún no están fuertes, ni tiene experiencia para
conocer los peligros, ni sabe el daño que hace en confiar de sí.
15. Esto fue lo que a mí me destruyó. Y para esto y para todo hay
gran necesidad de maestros y trato con personas espirituales. Bien
creo que alma que llega Dios a este estado, si muy del todo no deja
a Su Majestad, que no la dejará de favorecer ni la dejará perder.
Mas cuando, como he dicho, cayere, mire, mire por amor del Señor
no la engañe en que deje la oración, como hacía a mí con humildad
falsa, como ya lo he dicho y muchas veces lo querría decir.
Fíe de la bondad de Dios, que es mayor que todos los males que
podemos hacer, y no se acuerda de nuestra ingratitud, cuando
nosotros, conociéndonos, queremos tornar a su amistad, ni de las
mercedes que nos ha hecho para castigarnos por ellas; antes
ayudan a perdonarnos más presto, como a gente que ya era de su
casa y ha comido, como dicen, de su pan.
Acuérdense de sus palabras y miren lo que ha hecho conmigo, que
primero me cansé de ofenderle, que Su Majestad dejó de
perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus
misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir.
Sea bendito para siempre, amén, y alábenle todas las cosas.
------------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO 20
En que trata la diferencia que hay de unión a arrobamiento. Declara qué cosa es arrobamiento, y dice algo del bien que tiene el
alma que el Señor por su bondad llega a él. - Dice los efectos que
hace. - Es de mucha admiración.
1. Querría saber declarar con el favor de Dios la diferencia que hay
de unión a arrobamiento o elevamiento o vuelo que llaman de
espíritu o arrebatamiento, que todo es uno. Digo que estos
diferentes nombres todo es una cosa, y también se llama éxtasis.
Es grande la ventaja que hace a la unión. Los efectos muy mayores
hace y otras hartas operaciones, porque la unión parece principio y
medio y fin, y lo es en lo interior; mas así como estotros fines son en
más alto grado, hace los efectos interior y exteriormente. Declárelo
el Señor, como ha hecho lo demás, que, cierto, si Su Majestad no
me hubiera dado a entender por qué modos y maneras se puede
algo decir, yo no supiera.
2. Consideremos ahora que esta agua postrera, que hemos dicho,
es tan copiosa que, si no es por no lo consentir la tierra, podemos
creer que se está con nosotros esta nube de la gran Majestad acá
en esta tierra. Mas cuando este gran bien le agradecemos,
acudiendo con obras según nuestras fuerzas, coge el Señor el
alma, digamos ahora, a manera que las nubes cogen los vapores
de la tierra, y levántala toda de ella (helo oído así esto de que
cogen las nubes los vapores, o el sol), y sube la nube al cielo y
llévala consigo, y comiénzala a mostrar cosas del reino que le tiene
aparejado. No sé si la comparación cuadra, mas en hecho de
verdad ello pasa así.
3. En estos arrobamientos parece no anima el alma en el cuerpo, y
así se siente muy sentido faltar de él el calor natural; vase
enfriando, aunque con grandísima suavidad y deleite. Aquí no hay
ningún remedio de resistir, que en la unión, como estamos en
nuestra tierra, remedio hay: aunque con pena y fuerza, resistir se
puede casi siempre. Acá, las más veces, ningún remedio hay, sino
que muchas, sin prevenir el pensamiento ni ayuda ninguna, viene
un ímpetu tan acelerado y fuerte, que veis y sentís levantarse esta
nube o esta águila caudalosa y cogeros con sus alas.
4. Y digo que se entiende y veisos llevar, y no sabéis dónde.
Porque, aunque es con deleite, la flaqueza de nuestro natural hace
temer a los principios, y es menester ánima determinada y animosa
-mucho más que para lo que queda dicho- para arriscarlo todo,
venga lo que viniere, y dejarse en las manos de Dios e ir adonde
nos llevaren, de grado, pues os llevan aunque os pese. Y en tanto
extremo, que muy muchas veces querría yo resistir, y pongo todas
mis fuerzas, en especial algunas que es en público y otras hartas
en secreto, temiendo ser engañada. Algunas podía algo, con gran
quebrantamiento: como quien pelea con un jayán fuerte, quedaba
después cansada; otras era imposible, sino que me llevaba el alma
y aun casi ordinario la cabeza tras ella, sin poderla tener, y algunas
toda el cuerpo, hasta levantarle.
5. Esto ha sido pocas, porque como una vez fuese adonde
estábamos juntas en el coro y yendo a comulgar, estando de
rodillas, dábame grandísima pena, porque me parecía cosa muy
extraordinaria y que había de haber luego mucha nota; y así mandé
a las monjas (porque es ahora después que tengo oficio de Priora),
no lo dijesen. Mas otras veces, como comenzaba a ver que iba a
hacer el Señor lo mismo (y una estando personas principales de
señoras, que era la fiesta de la vocación, en un sermón), tendíame
en el suelo y allegábanse a tenerme el cuerpo, y todavía se echaba
de ver. Supliqué mucho al Señor que no quisiese ya darme más
mercedes que tuviesen muestras exteriores; porque yo estaba
cansada ya de andar en tanta cuenta y que aquella merced podía
Su Majestad hacérmela sin que se entendiese. Parece ha sido por
su bondad servido de oírme, que nunca más hasta ahora lo he
tenido; verdad es que ha poco.
6. Es así que me parecía, cuando quería resistir, que desde debajo
de los pies me levantaban fuerzas tan grandes que no sé cómo lo
comparar, que era con mucho más ímpetu que estotras cosas de
espíritu, y así quedaba hecha pedazos; porque es una pelea grande
y, en fin, aprovecha poco cuando el Señor quiere, que no hay poder
contra su poder. Otras veces es servido de contentarse con que
veamos nos quiere hacer la merced y que no queda por Su
Majestad, y resistiéndose por humildad, deja los mismos efectos
que si del todo se consintiese.
7. A los que esto hace son grandes: lo uno, muéstrase el gran
poder del Señor y cómo no somos parte, cuando Su Majestad
quiere, de detener tan poco el cuerpo como el alma, ni somos
señores de ello; sino que, mal que nos pese, vemos que hay
superior y que estas mercedes son dadas de El y que nosotros no
podemos en nada nada, e imprímese mucha humildad. Y aun yo
confieso que gran temor me hizo; al principio, grandísimo; porque
verse así levantar un cuerpo de la tierra, que aunque el espíritu le
lleva tras sí y es con suavidad grande si no se resiste, no se pierde
el sentido; al menos yo estaba de manera en mí, que podía
entender era llevada. Muéstrase una majestad de quien puede
hacer aquello, que espeluza los cabellos, y queda un gran temor de
ofender a tan gran Dios; éste, envuelto en grandísimo amor que se
cobra de nuevo a quien vemos le tiene tan grande a un gusano tan
podrido, que no parece se contenta con llevar tan de veras el alma
a Sí, sino que quiere el cuerpo, aun siendo tan mortal y de tierra tan
sucia como por tantas ofensas se ha hecho.
8. También deja un desasimiento extraño, que yo no podré decir
cómo es. Paréceme que puedo decir es diferente en alguna
manera, -digo, más que estotras cosas de sólo espíritu-; porque ya
que estén cuanto al espíritu con todo desasimiento de las cosas,
aquí parece quiere el Señor el mismo cuerpo lo ponga por obra, y
hácese una extrañeza nueva para con las cosas de la tierra, que es
muy penosa la vida.
9. Después da una pena, que ni la podemos traer a nosotros ni
venida se puede quitar. Yo quisiera harto dar a entender esta gran
pena y creo no podré, mas diré algo si supiere. Y hase de notar,
que estas cosas son ahora muy a la postre, después de todas las
visiones y revelaciones que escribiré; y el tiempo que solía tener
oración, adonde el Señor me daba tan grandes gustos y regalos,
ahora, ya que eso no cesa algunas veces, las más y lo más
ordinario es esta pena que ahora diré.
Es mayor y menor. De cuando es mayor quiero ahora decir, porque,
aunque adelante diré de estos grandes ímpetus que me daban
cuando me quiso el Señor dar los arrobamientos, no tiene más que
ver, a mi parecer, que una cosa muy corporal a una muy espiritual,
y creo no lo encarezco mucho. Porque aquella pena parece,
aunque la siente el alma, es en compañía del cuerpo; entrambos
parece participan de ella, y no es con el extremo del desamparo
que en ésta.
Para la cual -como he dicho- no somos parte, sino muchas veces a
deshora viene un deseo que no sé cómo se mueve, y de este
deseo, que penetra toda el alma en un punto, se comienza tanto a
fatigar, que sube muy sobre sí y de todo lo criado, y pónela Dios tan
desierta de todas las cosas, que por mucho que ella trabaje,
ninguna que la acompañe le parece hay en la tierra, ni ella la
querría, sino morir en aquella soledad. Que la hablen y ella se
quiera hacer toda la fuerza posible a hablar, aprovecha poco; que
su espíritu, aunque ella más haga, no se quita de aquella soledad.
Y con parecerme que está entonces lejísimo Dios, a veces
comunica sus grandezas por un modo el más extraño que se puede
pensar; y así no se sabe decir, ni creo lo creerá ni entenderá sino
quien hubiere pasado por ello; porque no es la comunicación para
consolar, sino para mostrar la razón que tiene de fatigarse de estar
ausente de bien que en sí tiene todos los bienes.
10. Con esta comunicación crece el deseo y el extremo de soledad
en que se ve, con una pena tan delgada y penetrativa que, aunque
el alma se estaba puesta en aquel desierto, que al pie de la letra me
parece se puede entonces decir (y por ventura lo dijo el real Profeta
estando en la misma soledad, sino que como a santo se la daría el
Señor a sentir en más excesiva manera): Vigilavi, et factus sum
sicut passer solitarius in tecto; y así, se me representa este verso
entonces que me parece lo veo yo en mí, y consuélame ver que
han sentido otras personas tan gran extremo de soledad, cuánto
más tales.
Así parece que está el alma no en sí, sino en el tejado o techo de sí
misma y de todo lo criado; porque aun encima de lo muy superior
del alma me parece que está.
11. Otras veces parece anda el alma como necesitadísima, diciendo
y preguntando a sí misma: ¿Dónde está tu Dios? Es de mirar que el
romance de estos versos yo no sabía bien el que era, y después
que lo entendía me consolaba de ver que me los había traído el
Señor a la memoria sin procurarlo yo. Otras me acordaba de lo que
dice San Pablo, que está crucificado al mundo. No digo yo que sea
esto así, que ya lo veo; mas paréceme que está así el alma, que ni
del cielo le viene consuelo ni está en él, ni de la tierra le quiere ni
está en ella, sino como crucificada entre el cielo y la tierra,
padeciendo sin venirle socorro de ningún cabo. Porque el que le
viene del cielo (que es, como he dicho, una noticia de Dios tan
admirable, muy sobre todo lo que podemos desear), es para más
tormento; porque acrecienta el deseo de manera que, a mi parecer,
la gran pena algunas veces quita el sentido, sino que dura poco sin
él.
Parecen unos tránsitos de la muerte, salvo que trae consigo un tan
gran contento este padecer, que no sé yo a qué lo comparar. Ello
es un recio martirio sabroso, pues todo lo que se le puede
representar al alma de la tierra, aunque sea lo que le suele ser más
sabroso, ninguna cosa admite; luego parece lo lanza de sí.
Bien entiende que no quiere sino a su Dios; mas no ama cosa
particular de El, sino todo junto le quiere y no sabe lo que quiere.
Digo «no sabe», porque no representa nada la imaginación; ni, a mi
parecer, mucho tiempo de lo que está así no obran las potencias.
Como en la unión y arrobamiento el gozo, aquí la pena las
suspende.
12. ¡Oh Jesús! ¡Quién pudiera dar a entender bien a vuestra
merced esto, aun para que me dijera lo que es, porque es en lo que
ahora anda siempre mi alma!
Lo más ordinario, en viéndose desocupada, es puesta en estas
ansias de muerte, y teme, cuando ve que comienzan, porque no se
ha de morir; mas llegada a estar en ello, lo que hubiese de vivir
querría en este padecer; aunque es tan excesivo, que el sujeto le
puede mal llevar, y así algunas veces se me quitan todos los pulsos
casi, según dicen las que algunas veces se llegan a mí de las
hermanas que ya más lo entienden, y las canillas muy abiertas, y
las manos tan yertas que yo no las puedo algunas veces juntar; y
así me queda dolor hasta otro día en los pulsos y en el cuerpo, que
parece me han descoyuntado.
13. Yo bien pienso alguna vez ha de ser el Señor servido, si va
adelante como ahora, que se acabe con acabar la vida, que, a mi
parecer, bastante es tan gran pena para ello, sino que no lo
merezco yo. Toda la ansia es morirme entonces. Ni me acuerdo de
purgatorio, ni de los grandes pecados que he hecho, por donde
merecía el infierno. Todo se me olvida con aquella ansia de ver a
Dios; y aquel desierto y soledad le parece mejor que toda la
compañía del mundo.
Si algo la podría dar consuelo, es tratar con quien hubiese pasado
por este tormento; y ver que, aunque se queje de él, nadie le parece
la ha de creer, [14] también la atormenta; que esta pena es tan
crecida que no querría soledad como otras, ni compañía sino con
quien se pueda quejar. Es como uno que tiene la soga a la garganta
y se está ahogando, que procura tomar huelgo. Así me parece que
este deseo de compañía es de nuestra flaqueza; que como nos
pone la pena en peligro de muerte (que esto sí, cierto, hace; yo me
he visto en este peligro algunas veces con grandes enfermedades y
ocasiones, como he dicho, y creo podría decir es éste tan grande
como todos), así el deseo que el cuerpo y alma tienen de no se
apartar es el que pide socorro para tomar huelgo y, con decirlo y
quejarse y divertirse, buscar remedio para vivir muy contra voluntad
del espíritu o de lo superior del alma, que no querría salir de esta
pena.
15. No sé yo si atino a lo que digo o si lo sé decir, mas, a todo mi
parecer, pasa así. Mire vuestra merced qué descanso puede tener
en esta vida, pues el que había -que era la oración y soledad,
porque allí me consolaba el Señor- es ya lo más ordinario este
tormento, y es tan sabroso y ve el alma que es de tanto precio, que
ya le quiere más que todos los regalos que solía tener. Parécele
más seguro, porque es camino de cruz, y en sí tiene un gusto muy
de valor, a mi parecer, porque no participa con el cuerpo sino pena,
y el alma es la que padece y goza sola del gozo y contento que da
este padecer.
No sé yo cómo puede ser esto, mas así pasa, que, a mi parecer, no
trocaría esta merced que el Señor me hace (que bien de su mano -y
como he dicho- nonada adquirida de mí, porque es muy muy
sobrenatural) por todas las que después diré; no digo juntas, sino
tomada cada una por sí. Y no se deje de tener acuerdo que es
después de todo lo que va escrito en este libro y en lo que ahora
me tiene el Señor.
Digo que estos ímpetus es después de las mercedes que aquí van,
que me ha hecho el Señor.
16. Estando yo a los principios con temor (como me acaece casi en
cada merced que me hace el Señor, hasta que con ir adelante Su
Majestad asegura), me dijo que no temiese y que tuviese en más
esta merced que todas las que me había hecho; que en esta pena
se purificaba el alma, y se labra o purifica como el oro en el crisol,
para poder mejor poner los esmaltes de sus dones, y que se
purgaba allí lo que había de estar en purgatorio.
Bien entendía yo era gran merced, mas quedé con mucha más
seguridad, y mi confesor me dice que es bueno. Y aunque yo temí,
por ser yo tan ruin, nunca podía creer que era malo; antes, el muy
sobrado bien me hacía temer, acordándome cuán mal lo tengo
merecido. Bendito sea el Señor que tan bueno es. Amén.
17. Parece que he salido de propósito, porque comencé a decir de
arrobamientos y esto que he dicho aun es más que arrobamiento, y
así deja los efectos que he dicho.
18. Ahora tornemos a arrobamiento, de lo que en ellos es más
ordinario.
Digo que muchas veces me parecía me dejaba el cuerpo tan ligero,
que toda la pesadumbre de él me quitaba, y algunas era tanto, que
casi no entendía poner los pies en el suelo. Pues cuando está en el
arrobamiento, el cuerpo queda como muerto, sin poder nada de sí
muchas veces, y como le toma se queda: si en pie, si sentado, si las
manos abiertas, si cerradas. Porque aunque pocas veces se pierde
el sentido, algunas me ha acaecido a mí perderle del todo, pocas y
poco rato. Mas lo ordinario es que se turba y aunque no puede
hacer nada de sí cuanto a lo exterior, no deja de entender y oír
como cosa de lejos.
No digo que entiende y oye cuando está en lo subido de él (digo
subido, en los tiempos que se pierden las potencias, porque están
muy unidas con Dios), que entonces no ve ni oye ni siente, a mi
parecer; mas, como dije en la oración de unión pasada, este
transformamiento del alma del todo en Dios dura poco; mas eso
que dura, ninguna potencia se siente, ni sabe lo que pasa allí.
No debe ser para que se entienda mientras vivimos en la tierra, al
menos no lo quiere Dios, que no debemos ser capaces para ello.
Yo esto he visto por mí.
19. Diráme vuestra merced que cómo dura alguna vez tantas horas
el arrobamiento, y muchas veces. Lo que pasa por mí es que -como
dije en la oración pasada- gózase con intervalos. Muchas veces se
engolfa el alma o la engolfa el Señor en sí, por mejor decir, y
teniéndola así un poco, quédase con sola la voluntad. Paréceme es
este bullicio de estotras dos potencias como el que tiene una
lengüecilla de estos relojes de sol, que nunca para; mas cuando el
sol de justicia quiere, hácelas detener.
Esto digo que es poco rato. Mas como fue grande el ímpetu, y
levantamiento de espíritu, y aunque éstas tornen a bullirse, queda
engolfada la voluntad, hace, como señora del todo, aquella
operación en el cuerpo; porque, ya que las otras dos potencias
bullidoras la quieren estorbar, de los enemigos los menos: no la
estorben también los sentidos; y así hace que estén suspendidos,
porque lo quiere así el Señor. Y por la mayor parte están cerrados
los ojos, aunque no queramos cerrarlos; y si abiertos alguna vez,
como ya dije, no atina ni advierte lo que ve.
20. Aquí es mucho menos lo que puede hacer de sí, para que
cuando se tornaren las potencias a juntar no haya tanto que hacer.
Por eso, a quien el Señor diere esto, no se desconsuele cuando se
vea así atado el cuerpo muchas horas, y a veces el entendimiento y
memoria divertidos. Verdad es que lo ordinario es estar embebidas
en alabanzas de Dios o en querer comprender y entender lo que ha
pasado por ellas; y aun para esto no están bien despiertas, sino
como una persona que ha mucho dormido y soñado, y aún no
acaba de despertar.
21. Declárome tanto en esto, porque sé que hay ahora, aun en este
lugar, personas a quien el Señor hace estas mercedes, y si los que
las gobiernan no han pasado por esto, por ventura les parecerá que
han de estar como muertas en arrobamiento, en especial si no son
letrados, y lastima lo que se padece con los confesores que no lo
entienden, como yo diré después. Quizá yo no sé lo que digo.
Vuestra merced lo entenderá, si atino en algo, pues el Señor le ha
ya dado experiencia de ello, aunque como no es de mucho tiempo,
quizá no habrá mirádolo tanto como yo.
Así que, aunque mucho lo procuro, por buenos ratos no hay fuerza
en el cuerpo para poderse menear; todas las llevó el alma consigo.
Muchas veces queda sano -que estaba bien enfermo y lleno de
grandes dolores- y con más habilidad, porque es cosa grande lo
que allí se da, y quiere el Señor algunas veces -como digo- lo goce
el cuerpo, pues ya obedece a lo que quiere el alma. Después que
torna en sí, si ha sido grande el arrobamiento, acaece andar un día
o dos y aun tres tan absortas las potencias, o como embobecida,
que no parece anda en sí.
22. Aquí es la pena de haber de tornar a vivir. Aquí le nacieron las
alas para bien volar. Ya se le ha caído el pelo malo. Aquí se levanta
ya del todo la bandera por Cristo, que no parece otra cosa sino que
este alcaide de esta fortaleza se sube o le suben a la torre más alta
a levantar la bandera por Dios. Mira a los de abajo como quien está
en salvo. Ya no teme los peligros, antes los desea, como quien por
cierta manera se le da allí seguridad de la victoria. Vese aquí muy
claro en lo poco que todo lo de acá se ha de estimar y lo nonada
que es. Quien está de lo alto, alcanza muchas cosas. Ya no quiere
querer, ni tener libre albedrío no querría, y así lo suplica al Señor.
Dale las llaves de su voluntad.
Hele aquí el hortelano hecho alcaide. No quiere hacer cosa, sino la
voluntad del Señor, ni serlo él de sí ni de nada ni de un pero de esta
huerta, sino que, si algo bueno hay en ella, lo reparta Su Majestad;
que de aquí adelante no quiere cosa propia, sino que haga de todo
conforme a su gloria y a su voluntad.
23. Y en hecho de verdad pasa así todo esto, si los arrobamientos
son verdaderos, que queda el alma con los efectos y
aprovechamiento que queda dicho. Y si no son estos, dudaría yo
mucho serlos de parte de Dios, antes temería no sean los
rabiamientos que dice San Vicente. Esto entiendo yo y he visto por
experiencia: quedar aquí el alma señora de todo y con libertad en
una hora y menos, que ella no se puede conocer. Bien ve que no es
suyo, ni sabe cómo se le dio tanto bien, mas entiende claro el
grandísimo provecho que cada rapto de estos trae.
No hay quien lo crea si no ha pasado por ello; y así no creen a la
pobre alma, como la han visto ruin y tan presto la ven pretender
cosas tan animosas; porque luego da en no se contentar con servir
en poco al Señor, sino en lo más que ella puede. Piensan es
tentación y disparate. Si entendiesen no nace de ella sino del Señor
a quien ya ha dado las llaves de su voluntad, no se espantarían.
24. Tengo para mí que un alma que allega a este estado, que ya
ella no habla ni hace cosa por sí, sino que de todo lo que ha de
hacer tiene cuidado este soberano Rey. ¡Oh, válgame Dios, qué
claro se ve aquí la declaración del verso, y cómo se entiende tenía
razón y la tendrán todos de pedir alas de paloma! Entiéndese claro
es vuelo el que da el espíritu para levantarse de todo lo criado, y de
sí mismo el primero; mas es vuelo suave, es vuelo deleitoso, vuelo
sin ruido.
25. ¡Qué señorío tiene un alma que el Señor llega aquí, que lo mire
todo sin estar enredada en ello! ¡Qué corrida está del tiempo que lo
estuvo! ¡Qué espantada de su ceguedad! ¡Qué lastimada de los que
están en ella, en especial si es gente de oración y a quien Dios ya
regala! Querría dar voces para dar a entender qué engañados
están, y aun así lo hace algunas veces, y lluévenle en la cabeza mil
persecuciones. Tiénenla por poco humilde y que quiere enseñar a
de quien había de aprender, en especial si es mujer. Aquí es el
condenar -y con razón-, porque no saben el ímpetu que la mueve,
que a veces no se puede valer, ni puede sufrir no desengañar a los
que quiere bien y desea ver sueltos de esta cárcel de esta vida, que
no es menos ni le parece menos en la que ella ha estado.
26. Fatígase del tiempo en que miró puntos de honra y en el
engaño que traía de creer que era honra lo que el mundo llama
honra; ve que es grandísima mentira y que todos andamos en ella;
entiende que la verdadera honra no es mentirosa, sino verdadera,
teniendo en algo lo que es algo, y lo que no es nada tenerlo en
nonada, pues todo es nada y menos que nada lo que se acaba y no
contenta a Dios.
27. Ríese de sí, del tiempo que tenía en algo los dineros y codicia
de ellos, aunque en ésta nunca creo -y es así verdad- confesé
culpa; harta culpa era tenerlos en algo. Si con ellos se pudiera
comprar el bien que ahora veo en mí, tuviéralos en mucho; mas ve
que este bien se gana con dejarlo todo. ¿Qué es esto que se
compra con estos dineros que deseamos? ¿Es cosa de precio? ¿Es
cosa durable? ¿O para qué los queremos? Negro descanso se
procura, que tan caro cuesta. Muchas veces se procura con ellos el
infierno y se compra fuego perdurable y pena sin fin. ¡Oh, si todos
diesen en tenerlos por tierra sin provecho, qué concertado andaría
el mundo, qué sin tráfagos! ¡Con qué amistad se tratarían todos si
faltase interés de honra y de dineros! Tengo para mí se remediaría
todo.
28. Ve de los deleites tan gran ceguedad, y cómo con ellos compra
trabajo, aun para esta vida, y desasosiego. ¡Qué inquietud! ¡Qué
poco contento! ¡Qué trabajar en vano!
Aquí no sólo las telarañas ve de su alma y las faltas grandes, sino
un polvito que haya, por pequeño que sea, porque el sol está muy
claro; y así, por mucho que trabaje un alma en perfeccionarse, si de
veras la coge este Sol, toda se ve muy turbia. Es como el agua que
está en un vaso, que si no le da el sol está muy claro; si da en él,
vese que está todo lleno de motas. Al pie de la letra es esta
comparación. Antes de estar el alma en este éxtasis, parécele que
trae cuidado de no ofender a Dios y que conforme a sus fuerzas
hace lo que puede; mas llegada aquí, que le da este sol de justicia
que la hace abrir los ojos, ve tanta motas, que los querría tornar a
cerrar; porque aún no es tan hija de esta águila caudalosa, que
pueda mirar este sol de en hito en hito; mas, por poco que los tenga
abiertos, vese toda turbia. Acuérdase del verso que dice; ¿Quién
será justo delante de Ti?.
29. Cuando mira este divino sol, deslúmbrale la claridad. Como se
mira a sí, el barro la tapa los ojos: ciega está esta palomita. Así
acaece muy muchas veces quedarse así ciega del todo, absorta,
espantada, desvanecida de tantas grandezas como ve.
Aquí se gana la verdadera humildad, para no se le dar nada de
decir bienes de sí, ni que lo digan otros. Reparte el Señor del huerto
la fruta y no ella, y así no se le pega nada a las manos. Todo el bien
que tiene va guiado a Dios. Si algo dice de sí, es para su gloria.
Sabe que no tiene nada él allí y, aunque quiera, no puede ignorarlo,
porque lo ve por vista de ojos, que, mal que le pese, se los hace
cerrar a las cosas del mundo, y que los tenga abiertos para
entender verdades.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 21
Prosigue y acaba este postrer grado de oración. * - Dice lo que
siente el alma que está en él de tornar a vivir en el mundo, y de la
luz que la da el Señor de los engaños de él. - Tiene buena doctrina.
1. Pues acabando en lo que iba, digo que no ha menester aquí
consentimiento de esta alma; ya se le tiene dado, y sabe que con
voluntad se entregó en sus manos y que no le puede engañar,
porque es sabedor de todo. No es como acá, que está toda la vida
llena de engaños y dobleces: cuando pensáis tenéis una voluntad
ganada, según lo que os muestra, venís a entender que todo es
mentira. No hay ya quien viva en tanto tráfago, en especial si hay
algún poco de interés.
¡Bienaventurada alma que la trae el Señor a entender verdades!
¡Oh, qué estado éste para los reyes! ¡Cómo les valdría mucho más
procurarle, que no gran señorío! ¡Qué rectitud habría en el reino!
¡Qué de males se excusarían y habrían excusado! Aquí no se teme
perder vida ni honra por amor de Dios. ¡Qué gran bien éste para
quien está más obligado a mirar la honra del Señor, que todos los
que son menos, pues han de ser los reyes a quien sigan! Por un
punto de aumento en la fe y de haber dado luz en algo a los
herejes, perdería mil reinos, y con razón. Otro ganar es. Un reino
que no se acaba. Que con sola una gota que gusta un alma de esta
agua de él, parece asco todo lo de acá. Pues cuando fuere estar
engolfada en todo ¿qué será?
2. ¡Oh Señor! Si me dierais estado para decir a voces esto, no me
creyeran, como hacen a muchos que lo saben decir de otra suerte
que yo; mas al menos satisficiérame yo. Paréceme que tuviera en
poco la vida por dar a entender una sola verdad de éstas; no sé
después lo que hiciera, que no hay que fiar de mí. Con ser la que
soy, me dan grandes ímpetus por decir esto a los que mandan, que
me deshacen. De que no puedo más, tórnome a Vos, Señor mío, a
pediros remedio para todo; y bien sabéis Vos que muy de buena
gana me desposeería yo de las mercedes que me habéis hecho,
con quedar en estado que no os ofendiese, y se las daría a los
reyes; porque sé que sería imposible consentir cosas que ahora se
consienten, ni dejar de haber grandísimos bienes.
3. ¡Oh Dios mío! Dadles a entender a lo que están obligados, pues
los quisisteis Vos señalar en la tierra de manera, que aun he oído
decir hay señales en el cielo cuando lleváis a alguno. Que, cierto,
cuando pienso esto, me hace devoción que queráis Vos, Rey mío,
que hasta en esto entiendan os han de imitar en vida, pues en
alguna manera hay señal en el cielo, como cuando moristeis Vos,
en su muerte.
4. Mucho me atrevo. Rómpalo vuestra merced si mal le parece, y
crea se lo diría mejor en presencia, si pudiese o pensase me han de
creer, porque los encomiendo a Dios mucho, y querría me
aprovechase. Todo lo hace aventurar la vida, que deseo muchas
veces estar sin ella, y era por poco precio aventurar a ganar mucho.
Porque no hay ya quien viva, viendo por vista de ojos el gran
engaño en que andamos y la ceguedad que traemos.
5. Llegada un alma aquí, no es sólo deseos los que tiene por Dios;
Su Majestad la da fuerzas para ponerlos por obra. No se le pone
cosa delante, en que piense le sirve, a que no se abalance; y no
hace nada, porque -como digo- ve claro que no es todo nada, sino
contentar a Dios. El trabajo es que no hay qué se ofrezca a las que
son de tan poco provecho como yo. Sed Vos, Bien mío, servido
venga algún tiempo en que yo pueda pagar algún cornado de lo
mucho que os debo. Ordenad Vos, Señor, como fuereis servido,
cómo esta vuestra sierva os sirva en algo. Mujeres eran otras y han
hecho cosas heroicas por amor de Vos. Yo no soy para más de
parlar, y así no queréis Vos, Dios mío, ponerme en obras. Todo se
va en palabras y deseos cuanto he de servir, y aun para esto no
tengo libertad, porque por ventura faltara en todo. Fortaleced Vos
mi alma y disponedla primero, Bien de todos los bienes y Jesús
mío, y ordenad luego modos cómo haga algo por Vos, que no hay
ya quien sufra recibir tanto y no pagar nada. Cueste lo que costare,
Señor, no queráis que vaya delante de Vos tan vacías las manos,
pues conforme a las obras se ha de dar el premio. Aquí está mi
vida, aquí está mi honra y mi voluntad; todo os lo he dado, vuestra
soy, disponed de mí conforme a la vuestra. Bien veo yo, mi Señor,
lo poco que puedo; mas llegada a Vos, subida en esta atalaya
adonde se ven verdades, no os apartando demí, todo lo podré; que
si os apartáis, por poco que sea, iré adonde estaba, que era al
infierno.
6. ¡Oh, qué es un alma que se ve aquí, haber de tornar a tratar con
todos, a mirar y ver esta farsa de esta vida tan mal concertada, a
gastar el tiempo en cumplir con el cuerpo, durmiendo y comiendo!
Todo la cansa, no sabe cómo huir, vese encadenada y presa.
Entonces siente más verdaderamente el cautiverio que traemos con
los cuerpos, y la miseria de la vida. Conoce la razón que tenía San
Pablo de suplicar a Dios le librase de ella. Da voces con él. Pide a
Dios libertad, como otras veces he dicho; mas aquí es con tan gran
ímpetu muchas veces, que parece se quiere salir el alma del cuerpo
a buscar esta libertad, ya que no la sacan. Anda como vendida en
tierra ajena, y lo que más la fatiga es no hallar muchos que se
quejen con ella y pidan esto, sino lo más ordinario es desear vivir.
¡Oh, si no estuviésemos asidos a nada ni tuviésemos puesto
nuestro contento en cosa de la tierra, cómo la pena que nos daría
vivir siempre sin él templaría el miedo de la muerte con el deseo de
gozar de la vida verdadera!
7. Considero algunas veces cuando una como yo, por haberme el
Señor dado esta luz, con tan tibia caridad y tan incierto el descanso
verdadero por no lo haber merecido mis obras, siento tanto verme
en este destierro muchas veces, ¿qué sería el sentimiento de los
santos? ¿Qué debía de pasar San Pablo y la Magdalena y otros
semejantes, en quien tan crecido estaba este fuego de amor de
Dios? Debía ser un continuo martirio.
Paréceme que quien me da algún alivio y con quien descanso de
tratar, son las personas que hallo de estos deseos; digo deseos con
obras; digo con obras, porque hay algunas personas que, a su
parecer, están desasidas, y así lo publican y había ello de ser, pues
su estado lo pide y los muchos años que ha que algunas han
comenzado camino de perfección, mas conoce bien esta alma
desde muy lejos los que lo son de palabras, o los que ya estas
palabras han confirmado con obras; porque tiene entendido el poco
provecho que hacen los unos y el mucho los otros, y es cosa que a
quien tiene experiencia lo ve muy claramente.
8. Pues dicho ya estos efectos que hacen los arrobamientos que
son de espíritu de Dios..., verdad es que hay más o menos. Digo
menos, porque a los principios, aunque hace estos efectos, no
están experimentados con obras, y no se puede así entender que
los tiene. Y también va creciendo la perfección y procurando no
haya memoria de telaraña, y esto requiere algún tiempo. Y mientras
más crece el amor y humildad en el alma, mayor olor dan de sí
estas flores de virtudes, para sí y para los otros.
Verdad es que de manera puede obrar el Señor en el alma en un
rapto de estos, que quede poco que trabajar al alma en adquirir
perfección, porque no podrá nadie creer, si no lo experimenta, lo
que el Señor la da aquí, que no hay diligencia nuestra que a esto
llegue, a mi parecer. No digo que con el favor del Señor,
ayudándose muchos años, por los términos que escriben los que
han escrito de oración, principios y medios, no llegarán a la
perfección y desasimiento mucho con hartos trabajos; mas no en
tan breve tiempo como, sin ninguno nuestro, obra el Señor aquí y
determinadamente saca el alma de la tierra y le da señorío sobre lo
que hay en ella, aunque en esta alma no haya más merecimientos
que había en la mía, que no lo puedo más encarecer, porque era
casi ninguno.
9. El por qué lo hace Su Majestad, es porque quiere, y como quiere
hácelo, y aunque no haya en ella disposición, la dispone para recibir
el bien que Su Majestad le da. Así que no todas veces los da
porque se lo han merecido en granjear bien el huerto -aunque es
muy cierto a quien esto hace bien y procura desasirse, no dejar de
regalarle-, sino que es su voluntad mostrar su grandeza algunas
veces en la tierra que es más ruin, como tengo dicho, y dispónela
para todo bien, de manera que parece no es ya parte en cierta
manera para tornar a vivir en las ofensas de Dios que solía. Tiene el
pensamiento tan habituado a entender lo que es verdadera verdad,
que todo lo demás le parece juego de niños. Ríese entre sí algunas
veces cuando ve a personas graves de oración y religión hacer
mucho caso de unos puntos de honra que esta alma tiene ya
debajo de los pies. Dicen que es discreción y autoridad de su
estado para más aprovechar. Sabe ella muy bien que aprovecharía
más en un día que pospusiese aquella autoridad de estado por
amor de Dios, que con ella en diez años.
10. Así vive vida trabajosa y con siempre cruz, mas va en gran
crecimiento. Cuando parece a los que la tratan, están muy en la
cumbre. Desde a poco están muy más mejoradas, porque siempre
las va favoreciendo más Dios. Es alma suya. Es El que la tiene ya a
cargo, y así le luce. Porque parece asistentemente la está siempre
guardando para que no le ofenda, y favoreciendo y despertando
para que le sirva.
En llegando mi alma a que Dios la hiciese esta tan gran merced,
cesaron mis males y me dio el Señor fortaleza para salir de ellos, y
no me hacía más estar en las ocasiones y con gente que me solía
distraer, que si no estuviera, antes me ayudaba lo que me solía
dañar. Todo me era medios para conocer más a Dios y amarle y ver
lo que le debía y pesarme de la que había sido.
11. Bien entendía yo no venía aquello de mí ni lo había ganado con
mi diligencia, que aún no había habido tiempo para ello. Su
Majestad me había dado fortaleza para ello por su sola bondad.
Hasta ahora, desde que me comenzó el Señor a hacer esta merced
de estos arrobamientos, siempre ha ido creciendo esta fortaleza, y
por su bondad me ha tenido de su mano para no tornar atrás. Ni me
parece, como es así, hago nada casi de mi parte, sino que entiendo
claro el Señor es el que obra.
Y por esto me parece que a almas que el Señor hace estas
mercedes que, yendo con humildad y temor, siempre entendiendo
el mismo Señor lo hace y nosotros casi nonada, que se podía poner
entre cualquiera gente; aunque sea más distraída y viciosa, no le
hará al caso, ni moverá en nada; antes, como he dicho, le ayudará
y serle ha modo para sacar muy mayor aprovechamiento. Son ya
almas fuertes que escoge el Señor para aprovechar a otras; aunque
esta fortaleza no viene de sí. De poco en poco, en llegando el
Señor aquí un alma, le va comunicando muy grandes secretos.
12. Aquí son las verdaderas revelaciones en este éxtasis y las
grandes mercedes y visiones, y todo aprovecha para humillar y
fortalecer el alma y que tenga en menos las cosas de esta vida y
conozca más claro las grandezas del premio que el Señor tiene
aparejado a los que le sirven.
Plega a Su Majestad sea alguna parte la grandísima largueza que
con esta miserable pecadora ha tenido, para que se esfuercen y
animen los que esto leyeren a dejarlo todo del todo por Dios. Pues
tan cumplidamente paga Su Majestad, que aun en esta vida se ve
claro el premio y la ganancia que tienen los que le sirven, ¿qué será
en la otra?
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 22
En que trata cuán seguro camino es para los contemplativos no
levantar el espíritu a cosas altas si el Señor no le levanta, y cómo
ha de ser el medio para la más subida contemplación la Humanidad
de Cristo. - Dice de un engaño en que ella estuvo un tiempo. - Es
muy provechoso este capítulo. *
1. Una cosa quiero decir, a mi parecer importante; si a vuestra
merced le pareciere bien, servirá de aviso, que podría ser haberle
menester; porque en algunos libros que están escritos de oración
tratan que, aunque el alma no puede por sí llegar a este estado,
porque es todo obra sobrenatural que el Señor obra en ella, que
podrá ayudarse levantando el espíritu de todo lo criado y subiéndole
con humildad, después de muchos años que haya ido por la vida
purgativa, y aprovechando por la iluminativa.
No sé yo bien por qué dicen «iluminativa»; entiendo que de los que
van aprovechando.
Y avisan mucho que aparten de sí toda imaginación corpórea y que
se lleguen a contemplar en la Divinidad; porque dicen que, aunque
sea la Humanidad de Cristo, a los que llegan ya tan adelante, que
embaraza o impide a la más perfecta contemplación.
Traen lo que dijo el Señor a los Apóstoles cuando la venida del
Espíritu Santo -digo cuando subió a los cielos- para este propósito.
Paréceme a mí que si tuvieran la fe, como la tuvieron después que
vino el Espíritu Santo, de que era Dios y hombre, no les impidiera,
pues no se dijo esto a la Madre de Dios, aunque le amaba más que
todos.
Porque les parece que como esta obra toda es espíritu, que
cualquier cosa corpórea la puede estorbar o impedir; y que
considerarse en cuadrada manera, y que está Dios de todas partes
y verse engolfado en El, es lo que han de procurar.
Esto bien me parece a mí, algunas veces; mas apartarse del todo
de Cristo y que entre en cuenta este divino Cuerpo con nuestras
miserias ni con todo lo criado, no lo puedo sufrir. Plega a Su
Majestad que me sepa dar a entender.
2. Yo no lo contradigo, porque son letrados y espirituales, y saben
lo que dicen, y por muchos caminos y vías lleva Dios las almas.
Cómo ha llevado la mía quiero yo ahora decir -en lo demás no me
entremeto- y en el peligro en que me vi por querer conformarme con
lo que leía. Bien creo que quien llegare a tener unión y no pasare
adelante -digo a arrobamientos y visiones y otras mercedes que
hace Dios a las almas-, que tendrá lo dicho por lo mejor, como yo lo
hacía; y si me hubiera estado en ello, creo nunca hubiera llegado a
lo que ahora, porque a mi parecer es engaño. Ya puede ser yo sea
la engañada; mas diré lo que me acaeció.
3. Como yo no tenía maestro y leía en estos libros, por donde poco
a poco yo pensaba entender algo (y después entendí que, si el
Señor no me mostrara, yo pudiera poco con los libros deprender,
porque no era nada lo que entendía hasta que Su Majestad por
experiencia me lo daba a entender, ni sabía lo que hacía), en
comenzando a tener algo de oración sobrenatural, digo de quietud,
procuraba desviar toda cosa corpórea, aunque ir levantando el alma
yo no osaba, que, como era siempre tan ruin, veía que era
atrevimiento. Mas parecíame sentir la presencia de Dios, como es
así, y procuraba estarme recogida con El; y es oración sabrosa, si
Dios allí ayuda, y el deleite mucho. Y como se ve aquella ganancia
y aquel gusto, ya no había quien me hiciese tornar a la Humanidad,
sino que, en hecho de verdad, me parecía me era impedimento.
¡Oh Señor de mi alma y Bien mío, Jesucristo crucificado! No me
acuerdo vez de esta opinión que tuve, que no me da pena, y me
parece que hice una gran traición, aunque con ignorancia.
4. Había sido yo tan devota toda mi vida de Cristo. Porque esto era
ya a la postre (digo a la postre de antes que el Señor me hiciese
estas mercedes de arrobamientos y visiones), y en tanto extremo
duró muy poco estar en esta opinión. Y así siempre tornaba a mi
costumbre de holgarme con este Señor, en especial cuando
comulgaba. Quisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato
e imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como
yo quisiera. ¿Es posible, Señor mío, que cupo en mi pensamiento ni
una hora que Vos me habíais de impedir para mayor bien? ¿De
dónde me vinieron a mí todos los bienes sino de Vos?
No quiero pensar que en esto tuve culpa, porque me lastimo
mucho, que cierto era ignorancia; y así quisisteis Vos, por vuestra
bondad, remediarla con darme quien me sacase de este yerro, y
después con que os viese yo tantas veces, como adelante diré,
para que más claro entendiese cuán grande era, y que lo dijese a
muchas personas que lo he dicho, y para que lo pusiese ahora
aquí.
5. Tengo para mí que la causa de no aprovechar más muchas
almas y llegar a muy gran libertad de espíritu, cuando llegan a tener
oración de unión, es por esto.
Paréceme que hay dos razones en que puedo fundar mi razón, y
quizá no digo nada, mas lo que dijere helo visto por experiencia,
que se hallaba muy mal mi alma hasta que el Señor la dio luz;
porque todos sus gozos eran a sorbos, y salida de allí, no se
hallaba con la compañía que después para los trabajos y
tentaciones.
La una es, que va un poco de poca humildad tan solapada y
escondida, que no se siente. Y ¿quién será el soberbio y miserable,
como yo, que cuando hubiere trabajado toda su vida con cuantas
penitencias y oraciones y persecuciones se pudieren imaginar, no
se halle por muy rico y muy bien pagado, cuando le consienta el
Señor estar al pie de la Cruz con San Juan? No sé en qué seso
cabe no se contentar con esto, sino en el mío que de todas
maneras fue perdido en lo que había de ganar.
6. Pues si todas veces la condición o enfermedad, por ser penoso
pensar en la Pasión, no se sufre, ¿quién nos quita estar con El
después de resucitado, pues tan cerca le tenemos en el
Sacramento, adonde ya está glorificado, y no le miraremos tan
fatigado y hecho pedazos, corriendo sangre, cansado por los
caminos, perseguido de los que hacía tanto bien, no creído de los
Apóstoles? Porque, cierto, no todas veces hay quien sufra pensar
en tantos trabajos como pasó. Hele aquí sin pena, lleno de gloria,
esforzando a los unos, animando a los otros, antes que subiese a
los cielos, compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no
parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros. ¡Y que
haya sido en la mía apartarme yo de Vos, Señor mío, por más
serviros! Que ya cuando os ofendía, no os conocía; ¡mas que,
conociéndoos, pensase ganar más por este camino! ¡Oh, qué mal
camino llevaba, Señor! Ya me parece iba sin camino, si Vos no me
tornarais a él, que en veros cabe mí, he visto todos los bienes. No
me ha venido trabajo que, mirándoos a Vos cuál estuvisteis delante
de los jueces, no se me haga bueno de sufrir. Con tan buen amigo
presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el
padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta;
es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para
contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por
manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad
se deleita. Muy muy muchas veces lo he visto por experiencia.
Hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos
de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes
secretos.
7. Así que vuestra merced, señor, no quiera otro camino, aunque
esté en la cumbre de contemplación; por aquí va seguro. Este
Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. El le
enseñará. Mirando su vida, es el mejor dechado. ¿Qué más
queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los
trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo?
Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe
sí. Miremos al glorioso San Pablo, que no parece se le caía de la
boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he
mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos
santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino. San
Francisco da muestra de ello en las llagas; San Antonio de Padua,
el Niño; San Bernardo se deleitaba en la Humanidad; Santa
Catalina de Sena... otros muchos que vuestra merced sabrá mejor
que yo.
8. Esto de apartarse de lo corpóreo, bueno debe ser, cierto, pues
gente tan espiritual lo dice; mas, a mi parecer, ha de ser estando el
alma muy aprovechada, porque hasta esto, está claro, se ha de
buscar al Criador por las criaturas. Todo es como la merced el
Señor hace a cada alma; en eso no me entremeto. Lo que querría
dar a entender es que no ha de entrar en esta cuenta la sacratísima
Humanidad de Cristo. Y entiéndase bien este punto, que querría
saberme declarar.
9. Cuando Dios quiere suspender todas las potencias, como en los
modos de oración que quedan dichos hemos visto, claro está que,
aunque no queramos, se quita esta presencia. Entonces vaya
enhorabuena; dichosa tal pérdida que es para gozar más de lo que
nos parece se pierde; porque entonces se emplea el alma toda en
amar a quien el entendimiento ha trabajado conocer, y ama lo que
no comprendió, y goza de lo que no pudiera tan bien gozar si no
fuera perdiéndose a sí, para, como digo, más ganarse.
Mas que nosotros de maña y con cuidado nos acostumbremos a no
procurar con todas nuestras fuerzas traer delante siempre -y
pluguiese al Señor fuese siempre- esta sacratísima Humanidad,
esto digo que no me parece bien y que es andar el alma en el aire,
como dicen; porque parece no trae arrimo, por mucho que le parece
anda llena de Dios. Es gran cosa, mientras vivimos y somos
humanos, traerle humano, que éste es el otro inconveniente que
digo hay. El primero, ya comencé a decir es un poco de falta de
humildad de quererse levantar el alma hasta que el Señor la
levante, y no contentarse con meditar cosa tan preciosa, y querer
ser María antes que haya trabajado con Marta. Cuando el Señor
quiere que lo sea, aunque sea desde el primer día, no hay que
temer; mas comidámonos nosotros, como ya creo otra vez he dicho.
Esta motita de poca humildad, aunque no parece es nada, para
querer aprovechar en la contemplación hace mucho daño.
10. Tornando al segundo punto, nosotros no somos ángeles, sino
tenemos cuerpo. Querernos hacer ángeles estando en la tierra -y
tan en la tierra como yo estaba- es desatino, sino que ha menester
tener arrimo el pensamiento para lo ordinario. Ya que algunas
veces el alma salga de sí o ande muchas tan llena de Dios que no
haya menester cosa criada para recogerla, esto no es tan ordinario,
que en negocios y persecuciones y trabajos, cuando no se puede
tener tanta quietud, y en tiempo de sequedades, es muy buen
amigo Cristo, porque le miramos Hombre y vémosle con flaquezas y
trabajos, y es compañía y, habiendo costumbre, es muy fácil hallarle
cabe sí, aunque veces vendrán que lo uno ni lo otro se pueda.
Para esto es bien lo que ya he dicho: no nos mostrar a procurar
consolaciones de espíritu; venga lo que viniere, abrazado con la
cruz, es gran cosa. Desierto quedó este Señor de toda consolación;
solo le dejaron en los trabajos; no le dejemos nosotros, que, para
más sufrir, El nos dará mejor la mano que nuestra diligencia, y se
ausentará cuando viere que conviene y que quiere el Señor sacar el
alma de sí, como he dicho.
11. Mucho contenta a Dios ver un alma que con humildad pone por
tercero a su Hijo y le ama tanto, que aun queriendo Su Majestad
subirle a muy gran contemplación -como tengo dicho-, se conoce
por indigno, diciendo con San Pedro: Apartaos de mí, que soy
hombre pecador.
Esto he probado. De este arte ha llevado Dios mi alma. Otros irán como he dicho- por otro atajo. Lo que yo he entendido es que todo
este cimiento de la oración va fundado en humildad y que mientras
más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios. No me
acuerdo haberme hecho merced muy señalada, de las que adelante
diré, que no sea estando deshecha de verme tan ruin. Y aun
procuraba Su Majestad darme a entender cosas para ayudarme a
conocerme, que yo no las supiera imaginar.
Tengo para mí que cuando el alma hace de su parte algo para
ayudarse en esta oración de unión, que aunque luego luego parece
la aprovecha, que como cosa no fundada se tornará muy presto a
caer; y he miedo que nunca llegará a la verdadera pobreza de
espíritu, que es no buscar consuelo ni gusto en la oración -que los
de la tierra ya están dejados-, sino consolación en los trabajos por
amor de El que siempre vivió en ellos, y estar en ellos y en las
sequedades quieta. Aunque algo se sienta, no para dar inquietud y
la pena que a algunas personas, que, si no están siempre
trabajando con el entendimiento y con tener devoción, piensan que
va todo perdido, como si por su trabajo se mereciese tanto bien.
No digo que no se procure y estén con cuidado delante de Dios;
mas que si no pudieren tener aun un buen pensamiento, como otra
vez he dicho, que no se maten; siervos sin provecho somos, ¿qué
pensamos poder?
12. Más quiere el Señor que conozcamos esto y andemos hechos
asnillos para traer la noria del agua que queda dicha, que, aunque
cerrados los ojos y no entendiendo lo que hacen, sacarán más que
el hortelano con toda su diligencia. Con libertad se ha de andar en
este camino, puestos en las manos de Dios. Si Su Majestad nos
quisiere subir a ser de los de su cámara y secreto, ir de buena
gana; si no, servir en oficios bajos y no sentarnos en el mejor lugar,
como he dicho alguna vez. Dios tiene cuidado más que nosotros y
sabe para lo que es cada uno. ¿De qué sirve gobernarse a sí quien
tiene dada ya toda su voluntad a Dios?
A mi parecer, muy menos se sufre aquí que en el primer grado de la
oración, y mucho más daña. Son bienes sobrenatural. Si uno tiene
mala voz, por mucho que se esfuerce a cantar no se le hace buena;
si Dios quiere dársela, no ha él menester antes dar voces. Pues
supliquemos siempre nos haga mercedes, rendida el alma, aunque
confiada de la grandeza de Dios. Pues para que esté a los pies de
Cristo la dan licencia, que procure no quitarse de allí, esté como
quiera; imite a la Magdalena, que de que esté fuerte, Dios la llevará
al desierto.
13. Así que vuestra merced, hasta que halle quien tenga más
experiencia que yo y lo sepa mejor, estése en esto. Si son personas
que comienzan a gustar de Dios, no las crea, que les parece les
aprovecha y gustan más ayudándose. ¡Oh, cuando Dios quiere,
cómo viene al descubierto sin estas ayuditas!; que, aunque más
hagamos, arrebata el espíritu, como un gigante tomaría una paja, y
no basta resistencia. ¡Qué manera para creer que, cuando El
quiere, espera a que vuele el sapo por sí mismo! Y aun más
dificultoso y pesado me parece levantarse nuestro espíritu, si Dios
no le levanta; porque está cargado de tierra y de mil impedimentos,
y aprovéchale poco querer volar; que, aunque es más su natural
que del sapo, está ya tan metido en el cieno, que lo perdió por su
culpa.
14. Pues quiero concluir con esto: que siempre que se piense de
Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes
y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos
tiene; que amor saca amor. Y aunque sea muy a los principios y
nosotros muy ruines, procuremos ir mirando esto siempre y
despertándonos para amar; porque si una vez nos hace el Señor
merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha
todo fácil y obraremos muy en breve y muy sin trabajo. Dénosle Su
Majestad -pues sabe lo mucho que nos conviene- por el que El nos
tuvo y por su glorioso Hijo, a quien tan a su costa nos le mostró,
amén.
15. Una cosa querría preguntar a vuestra merced: cómo en
comenzando el Señor a hacer mercedes a un alma, tan subidas,
como es ponerla en perfecta contemplación, que de razón había de
quedar perfecta del todo luego (de razón, sí por cierto, porque quien
tan gran merced recibe no había más de querer consuelos de la
tierra), pues ¿por qué en arrobamiento y en cuando está ya el alma
más habituada a recibir mercedes, parece que trae consigo los
efectos tan más subidos, y mientras más, más desasida, pues en un
punto que el Señor llega la puede dejar santificada, como después,
andando el tiempo, la deja el mismo Señor con perfección en las
virtudes?.
Esto quiero yo saber, que no lo sé. Mas bien sé es diferente lo que
Dios deja de fortaleza cuando al principio no dura más que cerrar y
abrir los ojos y casi no se siente sino en los efectos que deja, o
cuando va más a la larga esta merced. Y muchas veces paréceme
a mí si es el no se disponer del todo luego el alma, hasta que el
Señor poco a poco la cría y la hace determinar y da fuerzas de
varón, para que dé del todo con todo en el suelo. Como lo hizo con
la Magdalena con brevedad, hácelo en otras personas, conforme a
lo que ellas hacen en dejar a Su Majestad hacer. No acabamos de
creer que aun en esta vida da Dios ciento por uno.
16. También pensaba yo esta comparación: que puesto que sea
todo uno lo que se da a los que más adelante van que en el
principio, es como un manjar que comen de él muchas personas, y
las que comen poquito, quédales sólo buen sabor por un rato; las
que más, ayuda a sustentar; las que comen mucho, da vida y
fuerza; y tantas veces se puede comer y tan cumplido de este
manjar de vida, que ya no coman cosa que les sepa bien sino él;
porque ve el provecho que le hace, y tiene ya tan hecho el gusto a
esta suavidad, que querría más no vivir que haber de comer otras
cosas que no sean sino para quitar el buen sabor que el buen
manjar dejó.
También una compañía santa no hace su conversación tanto
provecho de un día como de muchos; y tantos pueden ser los que
estemos con ella, que seamos como ella, si nos favorece Dios. Y en
fin, todo está en lo que Su Majestad quiere y a quien quiere darlo;
mas mucho va en determinarse, a quien ya comienza a recibir esta
merced, en desasirse de todo y tenerla en lo que es razón.
17. También me parece que anda Su Majestad a probar quién le
quiere, si no uno, si no otro, descubriendo quién es con deleite tan
soberano, por avivar la fe -si está muerta- de lo que nos ha de dar,
diciendo: «Mirad, que esto es una gota del mar grandísimo de
bienes», por no dejar nada por hacer con los que ama, y como ve
que le reciben, así da y se da. Quiere a quien le quiere. Y ¡qué bien
querido! Y ¡qué buen amigo!
¡Oh Señor de mi alma, y quién tuviera palabras para dar a entender
qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que llegan a
este estado, y se quedan consigo mismos! No queréis Vos esto,
Señor, pues más que esto hacéis Vos, que os venís a una posada
tan ruin como la mía. ¡Bendito seáis por siempre jamás!
18.-Torno a suplicar a vuestra merced que estas cosas que he
escrito de oración, si las tratare con personas espirituales, lo sean.
Porque si no saben más de un camino o se han quedado en el
medio, no podrán así atinar. Y hay algunas que desde luego las
lleva Dios por muy subido camino, y paréceles que así podrán los
otros aprovechar allí y quietar el entendimiento y no se aprovechar
de medios de cosas corpóreas, y quedarse han secos como un
palo. Y algunos que hayan tenido un poco de quietud, luego
piensan que como tienen lo uno pueden hacer lo otro; y en lugar de
aprovechar, desaprovecharán, como he dicho. Así que en todo es
menester experiencia y discreción. El Señor nos la dé por su
bondad.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 23
En que torna a tratar del discurso de su vida, y cómo comenzó a
tratar de más perfección, y por qué medios. - Es provechoso para
las personas que tratan de gobernar almas que tienen oración
saber cómo se han de haber en los principios, y el provecho que le
hizo saberla llevar. *
1. Quiero ahora tornar adonde dejé de mi vida, -que me he
detenido, creo, más de lo que me había de detener-, porque se
entienda mejor lo que está por venir. Es otro libro nuevo de aquí
adelante, digo otra vida nueva. La de hasta aquí era mía; la que he
vivido desde que comencé a declarar estas cosas de oración, es
que vivía Dios en mí, a lo que me parecía; porque entiendo yo era
imposible salir en tan poco tiempo de tan malas costumbres y
obras. Sea el Señor alabado que me libró de mí.
2. Pues comenzando a quitar ocasiones y a darme más a la
oración, comenzó el Señor a hacerme las mercedes, como quien
deseaba, a lo que pareció, que yo las quisiese recibir. Comenzó Su
Majestad a darme muy ordinario oración de quietud, y muchas
veces de unión, que duraba mucho rato.
Yo, como en estos tiempos habían acaecido grandes ilusiones en
mujeres y engaños que las había hecho el demonio, comencé a
temer, como era tan grande el deleite y suavidad que sentía, y
muchas veces sin poderlo excusar, puesto que veía en mí por otra
parte una grandísima seguridad que era Dios, en especial cuando
estaba en la oración, y veía que quedaba de allí muy mejorada y
con más fortaleza. Mas en distrayéndome un poco, tornaba a temer
y a pensar si quería el demonio, haciéndome entender que era
bueno, suspender el entendimiento para quitarme la oración mental
y que no pudiese pensar en la Pasión ni aprovecharme del
entendimiento, que me parecía a mí mayor pérdida, como no lo
entendía.
3. Mas como Su Majestad quería ya darme luz para que no le
ofendiese ya y conociese lo mucho que le debía, creció de suerte
este miedo, que me hizo buscar con diligencia personas espirituales
con quien tratar, que ya tenía noticia de algunos, porque habían
venido aquí los de la Compañía de Jesús, a quien yo -sin conocer a
ninguno- era muy aficionada, de sólo saber el modo que llevaban
de vida y oración; mas no me hallaba digna de hablarlos ni fuerte
para obedecerlos, que esto me hacía más temer, porque tratar con
ellos y ser la que era hacíaseme cosa recia.
4. En esto anduve algún tiempo, hasta que ya, con mucha batería
que pasé en mí y temores, me determiné a tratar con una persona
espiritual para preguntarle qué era la oración que yo tenía, y que
me diese luz, si iba errada, y hacer todo lo que pudiese por no
ofender a Dios. Porque la falta -como he dicho- que veía en mí de
fortaleza me hacía estar tan tímida.
¡Qué engaño tan grande, válgame Dios, que para querer ser buena
me apartaba del bien! En esto debe poner mucho el demonio en el
principio de la virtud, porque yo no podía acabarlo conmigo. Sabe él
que está todo el medio de un alma en tratar con amigos de Dios, y
así no había término para que yo a esto me determinase.
Aguardaba a enmendarme primero, como cuando dejé la oración, y
por ventura nunca lo hiciera, porque estaba ya tan caída en cosillas
de mala costumbre que no acababa de entender eran malas, que
era menester ayuda de otros y darme la mano para levantarme.
Bendito sea el Señor que, en fin, la suya fue la primera.
5. Como yo vi iba tan adelante mi temor, porque crecía la oración,
parecióme que en esto había algún gran bien o grandísimo mal.
Porque bien entendía ya era cosa sobrenatural lo que tenía, porque
algunas veces no lo podía resistir. Tenerlo cuando yo quería, era
excusado. Pensé en mí que no tenía remedio si no procuraba tener
limpia conciencia y apartarme de toda ocasión, aunque fuese de
pecados veniales, porque, siendo espíritu de Dios, clara estaba la
ganancia; si era demonio, procurando yo tener contento al Señor y
no ofenderle, poco daño me podía hacer, antes él quedaría con
pérdida. Determinada en esto y suplicando siempre a Dios me
ayudase, procurando lo dicho algunos días, vi que no tenía fuerza
mi alma para salir con tanta perfección a solas, por algunas
aficiones que tenía a cosas que, aunque de suyo no eran muy
malas, bastaban para estragarlo todo.
6. Dijéronme de un clérigo letrado que había en este lugar, que
comenzaba el Señor a dar a entender a la gente su bondad y buena
vida. Yo procuré por medio de un caballero santo que hay en este
lugar. Es casado, mas de vida tan ejemplar y virtuosa, y de tanta
oración y caridad, que en todo él resplandece su bondad y
perfección. Y con mucha razón, porque grande bien ha venido a
muchas almas por su medio, por tener tantos talentos, que, aun con
no le ayudar su estado, no puede dejar con ellos de obrar. Mucho
entendimiento y muy apacible para todos. Su conversación no
pesada, tan suave y agraciada, junto con ser recta y santa, que da
contento grande a los que trata. Todo lo ordena para gran bien de
las almas que conversa, y no parece trae otro estudio sino hacer
por todos los que él ve se sufre y contentar a todos.
7. Pues este bendito y santo hombre, con su industria, me parece
fue principio para que mi alma se salvase. Su humildad a mí
espántame, que con haber, a lo que creo, poco menos de cuarenta
años que tiene oración -no sé si son dos o tres menos-, y lleva toda
la vida de perfección, que, a lo que parece, sufre su estado. Porque
tiene una mujer tan gran sierva de Dios y de tanta caridad, que por
ella no se pierde; en fin, como mujer de quien Dios sabía había de
ser tan gran siervo suyo, la escogió. Estaban deudos suyos
casados con parientes míos. Y también con otro harto siervo de
Dios, que estaba casado con una prima mía, tenía mucha
comunicación.
8. Por esta vía procuré viniese a hablarme este clérigo que digo tan
siervo de Dios, que era muy su amigo, con quien pensé confesarme
y tener por maestro. Pues trayéndole para que me hablase, y yo
con grandísima confusión de verme presente de hombre tan santo,
dile parte de mi alma y oración, que confesarme no quiso: dijo que
era muy ocupado, y era así. Comenzó con determinación santa a
llevarme como a fuerte, que de razón había de estar según la
oración vio que tenía, para que en ninguna manera ofendiese a
Dios.
Yo, como vi su determinación tan de presto en cosillas que, como
digo, yo no tenía fortaleza para salir luego con tanta perfección,
afligíme; y como vi que tomaba las cosas de mi alma como cosa
que en una vez había de acabar con ella, yo veía que había
menester mucho más cuidado.
9. En fin, entendí no eran por los medios que él me daba por donde
yo me había de remediar, porque eran para alma más perfecta; y
yo, aunque en las mercedes de Dios estaba adelante, estaba muy
en los principios en las virtudes y mortificación. Y cierto, si no
hubiera de tratar más de con él, yo creo nunca medrara mi alma;
porque de la aflicción que me daba de ver cómo yo no hacía -ni me
parece podía- lo que él me decía, bastaba para perder la esperanza
y dejarlo todo.
Algunas veces me maravillo, que siendo persona que tiene gracia
particular en comenzar a llegar almas a Dios, cómo no fue servido
entendiese la mía ni se quisiese encargar de ella, y veo fue todo
para mayor bien mío, porque yo conociese y tratase gente tan santa
como la de la Compañía de Jesús.
10. De esta vez quedé concertada con este caballero santo, para
que alguna vez me viniese a ver. Aquí se vio su gran humildad,
querer tratar con persona tan ruin como yo. Comenzóme a visitar y
a animarme y decirme que no pensase que en un día me había de
apartar de todo, que poco a poco lo haría Dios; que en cosas bien
livianas había él estado algunos años, que no las había podido
acabar consigo. ¡Oh humildad, qué grandes bienes haces adonde
estás y a los que se llegan a quien la tiene! Decíame este santo
(que a mi parecer con razón le puedo poner este nombre)
flaquezas, que a él le parecían que lo eran, con su humildad, para
mi remedio; y mirado conforme a su estado, no era falta ni
imperfección, y conforme al mío, era grandísima tenerlas.
Yo no digo esto sin propósito, porque parece me alargo en
menudencias, e importan tanto para comenzar a aprovechar un
alma y sacarla a volar (que aún no tiene plumas, como dicen), que
no lo creerá nadie, sino quien ha pasado por ello. Y porque espero
yo en Dios vuestra merced ha de aprovechar muchas, lo digo aquí,
que fue toda mi salud saberme curar y tener humildad y caridad
para estar conmigo, y sufrimiento de ver que no en todo me
enmendaba. Iba con discreción, poco a poco dando maneras para
vencer el demonio. Yo le comencé a tener tan grande amor, que no
había para mí mayor descanso que el día que le veía, aunque eran
pocos. Cuando tardaba, luego me fatigaba mucho, pareciéndome
que por ser tan ruin no me veía.
11. Como él fue entendiendo mis imperfecciones tan grandes, y aun
serían pecados (aunque después que le traté, más enmendada
estaba), y como le dije las mercedes que Dios me hacía, para que
me diese luz, díjome que no venía lo uno con lo otro, que aquellos
regalos eran ya de personas que estaban muy aprovechadas y
mortificadas, que no podía dejar de temer mucho, porque le parecía
mal espíritu en algunas cosas, aunque no se determinaba, mas que
pensase bien todo lo que entendía de mi oración y se lo dijese. Y
era el trabajo que yo no sabía poco ni mucho decir lo que era mi
oración; porque esta merced de saber entender qué es, y saberlo
decir, ha poco que me lo dio Dios.
12. Como me dijo esto, con el miedo que yo traía, fue grande mi
aflicción y lágrimas. Porque, cierto, yo deseaba contentar a Dios y
no me podía persuadir a que fuese demonio; mas temía por mis
grandes pecados me cegase Dios para no lo entender.
Mirando libros para ver si sabría decir la oración que tenía, hallé en
uno que se llama Subida del Monte, en lo que toca a unión del alma
con Dios, todas las señales que yo tenía en aquel no pensar nada,
que esto era lo que yo más decía: que no podía pensar nada
cuando tenía aquella oración; y señalé con unas rayas las partes
que eran, y dile el libro para que él y el otro clérigo que he dicho,
santo y siervo de Dios, lo mirasen y me dijesen lo que había de
hacer; y que, si les pareciese, dejaría la oración del todo, que para
qué me había yo de meter en esos peligros; pues a cabo de veinte
años casi que había que la tenía, no había salido con ganancia,
sino con engaños del demonio, que mejor era no la tener; aunque
también esto se me hacía recio, porque ya yo había probado cuál
estaba mi alma sin oración.
Así que todo lo veía trabajoso, como el que está metido en un río,
que a cualquier parte que vaya de él teme más peligro, y él se está
casi ahogando.
Es un trabajo muy grande éste, y de éstos he pasado muchos,
como diré adelante; que aunque parece no importa, por ventura
hará provecho entender cómo se ha de probar el espíritu.
13. Y es grande, cierto, el trabajo que se pasa, y es menester tiento,
en especial con mujeres, porque es mucha nuestra flaqueza y
podría venir a mucho mal diciéndoles muy claro es demonio; sino
mirarlo muy bien, y apartarlas de los peligros que puede haber, y
avisarlas en secreto pongan mucho y le tengan ellos, que conviene.
Y en esto hablo como quien le cuesta harto trabajo no le tener
algunas personas con quien he tratado mi oración, sino
preguntando unos y otros, por bien me han hecho harto daño, que
se han divulgado cosas que estuvieran bien secretas -pues no son
para todos- y parecía las publicaba yo. Creo sin culpa suya lo ha
permitido el Señor para que yo padeciese. No digo que decían lo
que trataba con ellos en confesión; mas, como eran personas a
quien yo daba cuenta por mis temores para que me diesen luz,
parecíame a mí habían de callar. Con todo, nunca osaba callar cosa
a personas semejantes.
Pues digo que se avise con mucha discreción, animándolas y
aguardando tiempo, que el Señor las ayudará como ha hecho a mí;
que si no, grandísimo daño me hiciera, según era temerosa y
medrosa. Con el gran mal de corazón que tenía, espántome cómo
no me hizo mucho mal.
14. Pues como di el libro, y hecha relación de mi vida y pecados lo
mejor que pude por junto (que no confesión, por ser seglar, mas
bien di a entender cuán ruin era), los dos siervos de Dios miraron
con gran caridad y amor lo que me convenía.
Venida la respuesta que yo con harto temor esperaba, y habiendo
encomendado a muchas personas que me encomendasen a Dios y
yo con harta oración aquellos días, con harta fatiga vino a mí y
díjome que, a todo su parecer de entrambos, era demonio; que lo
que me convenía era tratar con un padre de la Compañía de Jesús,
que como yo le llamase diciendo tenía necesidad vendría, y que le
diese cuenta de toda mi vida por una confesión general, y de mi
condición, y todo con mucha claridad; que por la virtud del
sacramento de la confesión le daría Dios más luz; que eran muy
experimentados en cosas de espíritu; que no saliese de lo que me
dijese en todo, porque estaba en mucho peligro si no había quien
me gobernase.
15. A mí me dio tanto temor y pena, que no sabía qué me hacer.
Todo era llorar. Y estando en un oratorio muy afligida, no sabiendo
qué había de ser de mí, leí en un libro -que parece el Señor me lo
puso en las manos- que decía San Pablo: Que era Dios muy fiel,
que nunca a los que le amaban consentía ser del demonio
engañados. Esto me consoló mucho.
Comencé a tratar de mi confesión general y poner por escrito todos
los males y bienes, un discurso de mi vida lo más claramente que
yo entendí y supe, sin dejar nada por decir.
Acuérdome que como vi, después que lo escribí, tantos males y
casi ningún bien, que me dio una aflicción y fatiga grandísima.
También me daba pena que me viesen en casa tratar con gente tan
santa como los de la Compañía de Jesús, porque temía mi ruindad
y parecíame quedaba obligada más a no lo ser y quitarme de mis
pasatiempos, y si esto no hacía, que era peor; y así, procuré con la
sacristana y portera no lo dijesen a nadie. Aprovechóme poco, que
acertó a estar a la puerta, cuando me llamaron, quien lo dijo por
todo el convento. Mas ¡qué de embarazos pone el demonio y qué
de temores a quien se quiere llegar a Dios!
16. Tratando con aquel siervo de Dios -que lo era harto y bien
avisado- toda mi alma, como quien bien sabía este lenguaje, me
declaró lo que era y me animó mucho. Dijo ser espíritu de Dios muy
conocidamente, sino que era menester tornar de nuevo a la oración:
porque no iba bien fundada, ni había comenzado a entender
mortificación (y era así, que aun el nombre no me parece entendía),
y que en ninguna manera dejase la oración, sino que me esforzase
mucho, pues Dios me hacía tan particulares mercedes; que qué
sabía si por mis medios quería el Señor hacer bien a muchas
personas, y otras cosas (que parece profetizó lo que después el
Señor ha hecho conmigo); que tendría mucha culpa si no respondía
a las mercedes que Dios me hacía.
En todo me parecía hablaba en él el Espíritu Santo para curar mi
alma, según se imprimía en ella.
17. Hízome gran confusión. Llevóme por medios que parecía del
todo me tornaba otra. ¡Qué gran cosa es entender un alma! Díjome
tuviese cada día oración en un paso de la Pasión, y que me
aprovechase de él, y que no pensase sino en la Humanidad, y que
aquellos recogimientos y gustos resistiese cuanto pudiese, de
manera que no los diese lugar hasta que él me dijese otra cosa.
18. Dejóme consolada y esforzada, y el Señor que me ayudó y a él
para que entendiese mi condición y cómo me había de gobernar.
Quedé determinada de no salir de lo que me mandase en ninguna
cosa, y así lo hice hasta hoy. Alabado sea el Señor, que me ha
dado gracia para obedecer a mis confesores, aunque
imperfectamente; y casi siempre han sido de estos benditos
hombres de la Compañía de Jesús; aunque imperfectamente, como
digo, los he seguido.
Conocida mejoría comenzó a tener mi alma, como ahora diré.
------------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO 24
Prosigue en lo comenzado, y dice cómo fue aprovechándose su
alma después que comenzó a obedecer, y lo poco que le
aprovechaba el resistir las mercedes de Dios, y cómo Su Majestad
se las iba dando más cumplidas.
1. Quedó mi alma de esta confesión tan blanda, que me parecía no
hubiera cosa a que no me dispusiera; y así comencé a hacer
mudanza en muchas cosas, aunque el confesor no me apretaba,
antes parecía hacía poco caso de todo. Y esto me movía más,
porque lo llevaba por modo de amar a Dios y como que dejaba
libertad y no apremio, si yo no me le pusiese por amor.
Estuve así casi dos meses, haciendo todo mi poder en resistir los
regalos y mercedes de Dios. Cuanto a lo exterior, veíase la
mudanza, porque ya el Señor me comenzaba a dar ánimo para
pasar por algunas cosas que decían personas que me conocían,
pareciéndoles extremos, y aun en la misma casa. Y de lo que antes
hacía, razón tenían, que era extremo; mas de lo que era obligada al
hábito y profesión que hacía, quedaba corta.
2. Gané de este resistir gustos y regalos de Dios, enseñarme Su
Majestad. Porque antes me parecía que para darme regalos en la
oración era menester mucho arrinconamiento, y casi no me osaba
bullir. Después vi lo poco que hacía al caso; porque cuando más
procuraba divertirme, más me cubría el Señor de aquella suavidad y
gloria, que me parecía toda me rodeaba y que por ninguna parte
podía huir, y así era. Yo traía tanto cuidado, que me daba pena. El
Señor le traía mayor a hacerme mercedes y a señalarse mucho
más que solía en estos dos meses, para que yo mejor entendiese
no era más en mi mano.
Comencé a tomar de nuevo amor a la sacratísima Humanidad.
Comenzóse a asentar la oración como edificio que ya llevaba
cimiento, y a aficionarme a más penitencia, de que yo estaba
descuidada por ser tan grandes mis enfermedades. Díjome aquel
varón santo que me confesó, que algunas cosas no me podrían
dañar; que por ventura me daba Dios tanto mal, porque yo no hacía
penitencia, me la quería dar Su Majestad. Mandábame hacer
algunas mortificaciones no muy sabrosas para mí. Todo lo hacía,
porque parecíame que me lo mandaba el Señor, y dábale gracia
para que me lo mandase de manera que yo le obedeciese. Iba ya
sintiendo mi alma cualquiera ofensa que hiciese a Dios, por
pequeña que fuese, de manera que si alguna cosa superflua traía,
no podía recogerme hasta que me la quitaba. Hacía mucha oración
porque el Señor me tuviese de su mano; pues trataba con sus
siervos, permitiese no tornase atrás, que me parecía fuera gran
delito y que habían ellos de perder crédito por mí.
3. En este tiempo vino a este lugar el padre Francisco, que era
duque de Gandía y había algunos años que, dejándolo todo, había
entrado en la Compañía de Jesús. Procuró mi confesor, y el
caballero que he dicho también vino a mí, para que le hablase y
diese cuenta de la oración que tenía, porque sabía iba adelante en
ser muy favorecido y regalado de Dios, que como quien había
mucho dejado por El, aun en esta vida le pagaba.
Pues después que me hubo oído, díjome que era espíritu de Dios y
que le parecía que no era bien ya resistirle más, que hasta
entonces estaba bien hecho, sino que siempre comenzase la
oración en un paso de la Pasión, y que si después el Señor me
llevase el espíritu, que no lo resistiese, sino que dejase llevarle a Su
Majestad, no lo procurando yo. Como quien iba bien adelante, dio la
medicina y consejo, que hace mucho en esto la experiencia. Dijo
que era yerro resistir ya más.
Yo quedé muy consolada, y el caballero también holgábase mucho
que dijese era de Dios, y siempre me ayudaba y daba avisos en lo
que podía, que era mucho.
4. En este tiempo mudaron a mi confesor de este lugar a otro, lo
que yo sentí muy mucho, porque pensé me había de tornar a ser
ruin y no me parecía posible hallar otro como él. Quedó mi alma
como en un desierto, muy desconsolada y temerosa. No sabía qué
hacer de mí. Procuróme llevar una parienta mía a su casa, y yo
procuré ir luego a procurar otro confesor en la Compañía. Fue el
Señor servido que comencé a tomar amistad con una señora viuda,
de mucha calidad y oración, que trataba con ellos mucho. Hízome
confesar a su confesor, y estuve en su casa muchos días. Vivía
cerca. Yo me holgaba por tratar mucho con ellos, que, de sólo
entender la santidad de su trato, era grande el provecho que mi
alma sentía.
5. Este Padre me comenzó a poner en más perfección. Decíame
que para del todo contentar a Dios no había de dejar nada por
hacer; también con harta maña y blandura, porque no estaba aún
mi alma nada fuerte, sino muy tierna, en especial en dejar algunas
amistades que tenía. Aunque no ofendía a Dios con ellas, era
mucha afición, y parecíame a mí era ingratitud dejarlas, y así le
decía que, pues no ofendía a Dios, que por qué había de ser
desagradecida. El me dijo que lo encomendase a Dios unos días y
rezase el himno de Veni, Creator, porque me diese luz de cuál era
lo mejor. Habiendo estado un día mucho en oración y suplicando al
Señor me ayudase a contentarle en todo, comencé el himno, y
estándole diciendo, vínome un arrebatamiento tan súbito que casi
me sacó de mí, cosa que yo no pude dudar, porque fue muy
conocido. Fue la primera vez que el Señor me hizo esta merced de
arrobamientos. Entendí estas palabras: Ya no quiero que tengas
conversación con hombres, sino con ángeles. A mí me hizo mucho
espanto, porque el movimiento del ánima fue grande, y muy en el
espíritu se me dijeron estas palabras, y así me hizo temor, aunque
por otra parte gran consuelo, que en quitándoseme el temor que -a
mi parecer- causó la novedad, me quedó.
6. Ello se ha cumplido bien, que nunca más yo he podido asentar
en amistad ni tener consolación ni amor particular sino a personas
que entiendo le tienen a Dios y le procuran servir, ni ha sido en mi
mano, ni me hace el caso ser deudos ni amigos. Si no entiendo esto
o es persona que trata de oración, esme cruz penosa tratar con
nadie. Esto es así, a todo mi parecer, sin ninguna falta.
7. Desde aquel día yo quedé tan animosa para dejarlo todo por Dios
como quien había querido en aquel momento -que no me parece
fue más- dejar otra a su sierva. Así que no fue menester
mandármelo más; que como me veía el confesor tan asida en esto,
no había osado determinadamente decir que lo hiciese. Debía
aguardar a que el Señor obrase, como lo hizo. Ni yo pensé salir con
ello, porque ya yo misma lo había procurado, y era tanta la pena
que me daba, que como cosa que me parecía no era inconveniente,
lo dejaba; ya aquí me dio el Señor libertad y fuerza para ponerlo por
obra. Así se lo dije al confesor y lo dejé todo conforme a como me lo
mandó. Hizo harto provecho a quien yo trataba ver en mí esta
determinación.
8. Sea Dios bendito por siempre, que en un punto me dio la libertad
que yo, con todas cuantas diligencias había hecho muchos años
había, no pude alcanzar conmigo, haciendo hartas veces tan gran
fuerza, que me costaba harto de mi salud. Como fue hecho de
quien es poderoso y Señor verdadero de todo, ninguna pena me
dio.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 25
En que trata el modo y manera cómo se entienden estas hablas que
hace Dios al alma sin oírse, y de algunos engaños que puede haber
en ello, y en qué se conocerá cuándo lo es. - Es de mucho
provecho para quien se viere en este grado de oración, porque se
declara muy bien, y de harta doctrina. *
1. Paréceme será bien declarar cómo es este hablar que hace Dios
al alma y lo que ella siente, para que vuestra merced lo entienda.
Porque desde esta vez que he dicho que el Señor me hizo esta
merced, es muy ordinario hasta ahora, como se verá en lo que está
por decir.
Son unas palabras muy formadas, mas con los oídos corporales no
se oyen, sino entiéndense muy más claro que si se oyesen; y
dejarlo de entender, aunque mucho se resista, es por demás.
Porque cuando acá no queremos oír, podemos tapar los oídos o
advertir a otra cosa, de manera que, aunque se oiga, no se
entienda. En esta plática que hace Dios al alma no hay remedio
ninguno, sino que, aunque me pese, me hacen escuchar y estar el
entendimiento tan entero para entender lo que Dios quiere
entendamos, que no basta querer ni no querer. Porque el que todo
lo puede, quiere que entendamos se ha de hacer lo que quiere y se
muestra señor verdadero de nosotros. Esto tengo muy
experimentado, porque me duró casi dos años el resistir, con el
gran miedo que traía, y ahora lo pruebo algunas veces, mas poco
me aprovecha.
2. Yo querría declarar los engaños que puede haber aquí (aunque a
quien tiene mucha experiencia paréceme será poco o ninguno, mas
ha de ser mucha la experiencia) y la diferencia que hay cuando es
espíritu bueno o cuando es malo, o cómo puede también ser
aprensión del mismo entendimiento -que podría acaecer- o hablar el
mismo espíritu a sí mismo. Esto no sé yo si puede ser, mas aún hoy
me ha parecido que sí.
Cuando es de Dios, tengo muy probado en muchas cosas que se
me decían dos o tres años antes, y todas se han cumplido, y hasta
ahora ninguna ha salido mentira, y otras cosas adonde se ve claro
ser espíritu de Dios, como después se dirá.
3. Paréceme a mí que podría una persona, estando encomendando
una cosa a Dios con gran afecto y aprensión, parecerle entiende
alguna cosa si se hará o no, y es muy posible; aunque a quien ha
entendido de estotra suerte, verá claro lo que es, porque es mucha
la diferencia, y si es cosa que el entendimiento fabrica, por
delegado que vaya, entiende que ordena él algo y que habla; que
no es otra cosa sino ordenar uno la plática, o escuchar lo que otro
le dice; y verá el entendimiento que entonces no escucha, pues que
obra; y las palabras que él fabrica son como cosa sorda,
fantaseada, y no con la claridad que estotras. Y aquí está en
nuestra mano divertirnos, como callar cuando hablamos; en estotro
no hay términos.
Y otra señal más que todas: que no hace operación. Porque estotra
que habla el Señor es palabras y obras; y aunque las palabras no
sean de devoción, sino de reprensión, a la primera disponen un
alma, y la habilita y enternece y da luz y regala y quieta; y si estaba
con sequedad o alboroto y desasosiego de alma, como con la mano
se le quita, y aun mejor, que parece quiere el Señor se entienda
que es poderoso y que sus palabras son obras.
4. Paréceme que hay la diferencia que si nosotros hablásemos u
oyésemos, ni más ni menos. Porque lo que hablo, como he dicho,
voy ordenando con el entendimiento lo que digo. Mas si me hablan,
no hago más de oír sin ningún trabajo.
Lo uno va como una cosa que no nos podemos bien determinar si
es, como uno que está medio dormido; estotro es voz tan clara que
no se pierde una sílaba de lo que se dice. Y acaece ser a tiempos
que está el entendimiento y alma tan alborotada y distraída, que no
acertaría a concertar una buena razón, y halla guisadas grandes
sentencias que le dicen, que ella, aun estando muy recogida, no
pudiera alcanzar, y a la primera palabra, como digo, la mudan toda.
En especial si está en arrobamiento, que las potencias están
suspendidas, ¿cómo se entenderán cosas que no habían venido a
la memoria aun antes? ¿Cómo vendrán entonces, que no obra casi,
y la imaginación está como embobada?
5. Entiéndase que cuando se ven visiones o se entienden estas
palabras, a mi parecer, nunca es en tiempo que está unida el alma
en el mismo arrobamiento; que en este tiempo -como ya dejo
declarado, creo en la segunda agua- del todo se pierden todas las
potencias y a mi parecer allí ni se puede ver ni entender ni oír: está
en otro poder toda, y en este tiempo, que es muy breve, no me
parece la deja el Señor para nada libertad. Pasado este breve
tiempo, que se queda aún en el arrobamiento el alma, es esto que
digo; porque quedan las potencias de manera que, aunque no están
perdidas, casi nada obran; están como absortas y no hábiles para
concertar razones. Hay tantas para entender la diferencia, que si
una vez se engañase, no serán muchas.
6. Y digo que si es alma ejercitada y está sobre aviso, lo verá muy
claro; porque dejadas otras cosas por donde se ve lo que he dicho,
ningún efecto hace, ni el alma lo admite (porque estotro, mal que
nos pese), y no se da crédito, antes se entiende que es devanear
del entendimiento, casi como no se haría caso de una persona que
sabéis tiene frenesí.
Estotro es como si lo oyésemos a una persona muy santa o letrada
y de gran autoridad, que sabemos no nos ha de mentir. Y aun es
baja comparación, porque traen algunas veces una majestad
consigo estas palabras, que, sin acordarnos quién las dicen, si son
de reprensión hacen temblar, y si son de amor, hacen deshacerse
en amar. Y son cosas, como he dicho, que estaban bien lejos de la
memoria, y dícense tan de presto sentencias tan grandes, que era
menester mucho tiempo para haberlas de ordenar, y en ninguna
manera me parece se puede entonces ignorar no ser cosa
fabricada de nosotros.
Así que en esto no hay que me detener, que por maravilla me
parece puede haber engaño en persona ejercitada, si ella misma de
advertencia no se quiere engañar.
7. Acaecídome ha muchas veces, si tengo alguna duda, no creer lo
que me dicen, y pensar si se me antojó (esto después de pasado,
que entonces es imposible), y verlo cumplido desde a mucho
tiempo; porque hace el Señor que quede en la memoria, que no se
puede olvidar. Y lo que es del entendimiento es como primer
movimiento del pensamiento, que pasa y se olvida. Estotro es como
obra que, aunque se olvide algo y pase tiempo, no tan del todo que
se pierda la memoria de que, en fin, se dijo, salvo si no ha mucho
tiempo o son palabras de favor o doctrina; mas de profecía no hay
olvidarse, a mi parecer, al menos a mí, aunque tengo poca
memoria.
8. Y torno a decir que me parece si un alma no fuese tan
desalmada que lo quiera fingir (que sería harto mal) y decir que lo
entiende no siendo así; mas dejar de ver claro que ella lo ordena y
lo parla entre sí, paréceme no lleva camino, si ha entendido el
espíritu de Dios, que si no, toda su vida podrá estarse en ese
engaño y parecerle que entiende, aunque yo no sé cómo. O esta
alma lo quiere entender, o no: si se está deshaciendo de lo que
entiende y en ninguna manera querría entender nada por mil
temores y otras muchas causas que hay para tener deseo de estar
quieta en su oración sin estas cosas, ¿cómo da tanto espacio al
entendimiento que ordene razones? Tiempo es menester para esto.
Acá sin perder ninguno, quedamos enseñadas y se entienden
cosas que parece era menester un mes para ordenarlas, y el mismo
entendimiento y alma quedan espantadas de algunas cosas que se
entienden.
9. Esto es así, y quien tuviere experiencia verá que es al pie de la
letra todo lo que he dicho. Alabo a Dios porque lo he sabido así
decir. Y acabo con que me parece, siendo del entendimiento,
cuando lo quisiésemos lo podríamos entender, y cada vez que
tenemos oración nos podría parecer entendemos. Mas en estotro
no es así, sino que estaré muchos días que aunque quiera entender
algo es imposible, y cuando otras veces no quiero, como he dicho,
lo tengo de entender.
Paréceme que quien quisiese engañar a los otros, diciendo que
entiende de Dios lo que es de sí, que poco le cuesta decir que lo
oye con los oídos corporales; y es así cierto con verdad, que jamás
pensé había otra manera de oír ni entender hasta que lo vi por mí; y
así, como he dicho, me cuesta harto trabajo.
10. Cuando es demonio, no sólo no deja buenos efectos, mas
déjalos malos. Esto me ha acaecido no más de dos o tres veces, y
he sido luego avisada del Señor cómo era demonio. Dejado la gran
sequedad que queda, es una inquietud en el alma a manera de
otras muchas veces que ha permitido el Señor que tenga grandes
tentaciones y trabajos de alma de diferentes maneras; y aunque me
atormenta hartas veces, como adelante diré, es una inquietud que
no se sabe entender de dónde viene, sino que parece resiste el
alma y se alborota y aflige sin saber de qué, porque lo que él dice
no es malo sino bueno. Pienso si siente un espíritu a otro. El gusto
y deleite que él da, a mi parecer, es diferente en gran manera.
Podrá él engañar con estos gustos a quien no tuviere o hubiere
tenido otros de Dios.
11. De veras digo gustos, una recreación suave, fuerte, impresa,
deleitosa, quieta; que unas devocioncitas del alma, de lágrimas y
otros sentimientos pequeños, que al primer airecito de persecución
se pierden estas florecitas, no las llamo devociones, aunque son
buenos principios y santos sentimientos, mas no para determinar
estos efectos de buen espíritu o malo. Y así es bien andar siempre
con gran aviso, porque cuando a personas que no están más
adelante en la oración que hasta esto, fácilmente podrían ser
engañadas si tuviesen visiones o revelaciones.
Yo nunca tuve cosa de estas postreras hasta haberme Dios dado,
por sólo su bondad, oración de unión, si no fue la primera vez que
dije, que ha muchos años, que vi a Cristo, que pluguiera a Su
Majestad entendiera yo era verdadera visión como después lo he
entendido, que no me fuera poco bien. Ninguna blandura queda en
el alma, sino como espantada y con gran disgusto.
12. Tengo por muy cierto que el demonio no engañará -ni lo
permitirá Dios- a alma que de ninguna cosa se fía de sí y está
fortalecida en la fe, que entienda ella de sí que por un punto de ella
morirá mil muertes. Y con este amor a la fe, que infunde luego Dios,
que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir conforme a lo que
tiene la Iglesia, preguntando a unos y a otros, como quien tiene ya
hecho asiento fuerte en estas verdades, que no la moverían
cuantas revelaciones pueda imaginar -aunque viese abiertos los
cielos- un punto de lo que tiene la Iglesia
Si alguna vez se viese vacilar en su pensamiento contra esto, o
detenerse en decir: «pues si Dios me dice esto, también puede ser
verdad, como lo que decía a los santos» (no digo que lo crea, sino
que el demonio la comience a tentar por primer movimiento; que
detenerse en ello ya se ve que es malísimo, mas aun primeros
movimientos muchas veces en este caso creo no vendrán si el alma
está en esto tan fuerte como la hace el Señor a quien da estas
cosas, que le parece desmenuzaría los demonios sobre una verdad
de lo que tiene la Iglesia, muy pequeña), [13] digo que si no viere en
sí esta fortaleza grande y que ayude a ella la devoción o visión, que
no la tenga por segura.
Porque, aunque no se sienta luego el daño, poco a poco podría
hacerse grande. Que, a lo que yo veo y sé de experiencia, de tal
manera queda el crédito de que es Dios, que vaya conforme a la
Sagrada Escritura, y como un tantico torciese de esto, mucha más
firmeza sin comparación me parece tendría en que es demonio que
ahora tengo de que es Dios, por grande que la tenga. Porque
entonces no es menester andar a buscar señales ni qué espíritu es,
pues está tan clara esta señal para creer que es demonio, que si
entonces todo el mundo me asegurase que es Dios, no lo creería.
El caso es que, cuando es demonio parece que se esconden todos
los bienes y huyen del alma, según queda desabrida y alborotada y
sin ningún efecto bueno. Porque aunque parece pone deseos, no
son fuertes. La humildad que deja es falsa, alborotada y sin
suavidad. Paréceme que a quien tiene experiencia del buen
espíritu, lo entenderá.
14. Con todo, puede hacer muchos embustes el demonio, y así no
hay cosa en esto tan cierta que no lo sea más temer e ir siempre
con aviso, y tener maestro que sea letrado y no le callar nada, y con
esto ningún daño puede venir; aunque a mí hartos me han venido
por estos temores demasiados que tienen algunas personas.
En especial me acaeció una vez que se habían juntado muchos a
quien yo daba gran crédito -y era razón se le diese- que, aunque yo
ya no trataba sino con uno, y cuando él me lo mandaba hablaba a
otros, unos con otros trataban mucho de mi remedio, que me tenían
mucho amor y temían no fuese engañada. Yo también traía
grandísimo temor cuando no estaba en la oración, que estando en
ella y haciéndome el Señor alguna merced, luego me aseguraba.
Creo eran cinco o seis, todos muy siervos de Dios. Y díjome mi
confesor que todos se determinaban en que era demonio, que no
comulgase tan a menudo y que procurase distraerme de suerte que
no tuviese soledad.
Yo era temerosa en extremo, como he dicho. Ayudábame el mal de
corazón, que aun en una pieza sola no osaba estar de día muchas
veces. Yo, como vi que tantos lo afirmaban y yo no lo podía creer,
diome grandísimo escrúpulo, pareciendo poca humildad; porque
todos eran más de buena vida sin comparación que yo, y letrados,
que por qué no los había de creer. Forzábame lo que podía para
creerlo, y pensaba que mi ruin vida y que conforme a esto debían
de decir verdad.
15. Fuime de la iglesia con esta aflicción y entréme en un oratorio,
habiéndome quitado muchos días de comulgar, quitada la soledad,
que era todo mi consuelo, sin tener persona con quien tratar,
porque todos eran contra mí: unos me parecía burlaban de mí
cuando de ello trataba, como que se me antojaba; otros avisaban al
confesor que se guardase de mí; otros decían que era claro
demonio; sólo el confesor, que, aunque conformaba con ellos por
probarme -según después supe-, siempre me consolaba y me decía
que, aunque fuese demonio, no ofendiendo yo a Dios, no me podía
hacer nada, que ello se me quitaría, que lo rogase mucho a Dios. Y
él y todas las personas que confesaba lo hacían harto, y otras
muchas, y yo toda mi oración, y cuantos entendía eran siervos de
Dios, porque Su Majestad me llevase por otro camino. Y esto me
duró no sé si dos años, que era continuo pedirlo al Señor.
16. A mí ningún consuelo me bastaba, cuando pensaba que era
posible que tantas veces me había de hablar el demonio. Porque de
que no tomaba horas de soledad para oración, en conversación me
hacía el Señor recoger y, sin poderlo yo excusar, me decía lo que
era servido y, aunque me pesaba, lo había de oír.
17. Pues estándome sola, sin tener una persona con quien
descansar, ni podía rezar ni leer, sino como persona espantada de
tanta tribulación y temor de si me había de engañar el demonio,
toda alborotada y fatigada, sin saber qué hacer de mí. En esta
aflicción me vi algunas y muchas veces, aunque no me parece
ninguna en tanto extremo. Estuve así cuatro o cinco horas, que
consuelo del cielo ni de la tierra no había para mí, sino que me dejó
el Señor padecer, temiendo mil peligros. ¡Oh Señor mío, cómo sois
Vos el amigo verdadero; y como poderoso, cuando queréis podéis,
y nunca dejáis de querer si os quieren! ¡Alaben os todas las cosas,
Señor del mundo! ¡Oh, quién diese voces por él, para decir cuán fiel
sois a vuestros amigos! Todas las cosas faltan; Vos Señor de todas
ellas, nunca faltáis. Poco es lo que dejáis padecer a quien os ama.
¡Oh Señor mío!, ¡qué delicada y pulida y sabrosamente los sabéis
tratar! ¡Quién nunca se hubiera detenido en amar a nadie sino a
Vos! Parece, Señor, que probáis con rigor a quien os ama, para que
en el extremo del trabajo se entienda el mayor extremo de vuestro
amor. ¡Oh Dios mío, quién tuviera entendimiento y letras y nuevas
palabras para encarecer vuestras obras como lo entiende mi alma!
Fáltame todo, Señor mío; mas si Vos no me desamparáis, no os
faltaré yo a Vos. Levántense contra mí todos los letrados;
persíganme todas las cosas criadas, atorméntenme los demonios,
no me faltéis Vos, Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia
con que sacáis a quien sólo en Vos confía.
18. Pues estando en esta gran fatiga (aún entonces no había
comenzado a tener ninguna visión), solas estas palabras bastaban
para quitármela y quietarme del todo: No hayas miedo, hija, que Yo
soy y no te desampararé; no temas. Paréceme a mí, según estaba,
que era menester muchas horas para persuadirme a que me
sosegase y que no bastara nadie.
Heme aquí con solas estas palabras sosegada, con fortaleza, con
ánimo, con seguridad, con una quietud y luz que en un punto vi mi
alma hecha otra, y me parece que con todo el mundo disputara que
era Dios. ¡Oh, qué buen Dios! ¡Oh, qué buen Señor y qué poderoso!
No sólo da el consejo, sino el remedio. Sus palabras son obras.
¡Oh, válgame Dios, y cómo fortalece la fe y se aumenta el amor!
19. Es así, cierto, que muchas veces me acordaba de cuando el
Señor mandó a los vientos que estuviesen quedos, en la mar,
cuando se levantó la tempestad y así decía yo: ¿Quién es éste que
así le obedecen todas mis potencias, y da luz en tan gran oscuridad
en un momento, y hace blando un corazón que parecía piedra, da
agua de lágrimas suaves adonde parecía había de haber mucho
tiempo sequedad? ¿Quién pone estos deseos? ¿Quién da este
ánimo? Que me acaeció pensar: ¿de qué temo? ¿Qué es esto? Yo
deseo servir a este Señor. No pretendo otra cosa sino contentarle.
No quiero contento ni descanso ni otro bien sino hacer su voluntad
(que de esto bien cierta estaba, a mi parecer, que lo podía afirmar).
Pues si este Señor es poderoso, como veo que lo es y sé que lo es,
y que son sus esclavos los demonios (y de esto no hay que dudar,
pues es fe), siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me
pueden ellos hacer a mí? ¿Por qué no he yo de tener fortaleza para
combatirme con todo el infierno?
Tomaba una cruz en la mano y parecía verdaderamente darme Dios
ánimo, que yo me vi otra en un breve tiempo, que no temiera
tomarme con ellos a brazos, que me parecía fácilmente con aquella
cruz los venciera a todos. Y así dije: «ahora venid todos, que siendo
sierva del Señor yo quiero ver qué me podéis hacer».
20. Es sin duda que me parecía me habían miedo, porque yo quedé
sosegada y tan sin temor de todos ellos, que se me quitaron todos
los miedos que solía tener, hasta hoy. Porque, aunque algunas
veces los veía, como diré después, no los he habido más casi
miedo, antes me parecía ellos me le habían a mí.
Quedóme un señorío contra ellos bien dado del Señor de todos,
que no se me da más de ellos que de moscas. Parécenme tan
cobardes que, en viendo que los tienen en poco, no les queda
fuerza. No saben estos enemigos de hecho acometer, sino a quien
ven que se les rinde, o cuando lo permite Dios para más bien de
sus siervos que los tienten y atormenten.
Pluguiese a Su Majestad temiésemos a quien hemos de temer y
entendiésemos nos puede venir mayor daño de un pecado venial
que de todo el infierno junto, pues es ello así.
21. ¡Qué espantados nos traen estos demonios, porque nos
queremos nosotros espantar con otros asimientos de honras y
haciendas y deleites!, que entonces, juntos ellos con nosotros
mismos que nos somos contrarios amando y queriendo lo que
hemos de aborrecer, mucho daño nos harán. Porque con nuestras
mismas armas les hacemos que peleen contra nosotros, poniendo
en sus manos con las que nos hemos de defender. Esta es la gran
lástima. Mas si todo lo aborrecemos por Dios, y nos abrazamos con
la cruz, y tratamos servirle de verdad, huye él de estas verdades
como de pestilencia. Es amigo de mentiras, y la misma mentira; no
hará pacto con quien anda en verdad.
Cuando él ve oscurecido el entendimiento, ayuda lindamente a que
se quiebren los ojos; porque si a uno ve ya ciego en poner su
descanso en cosas vanas, y tan vanas que parecen las de este
mundo cosa de juego de niños, ya él ve que éste es niño, pues trata
como tal, y atrévese a luchar con él una y muchas veces.
22. Plega al Señor que no sea yo de éstos, sino que me favorezca
Su Majestad para entender por descanso lo que es descanso, y por
honra lo que es honra, y por deleite lo que es deleite, y no todo al
revés, y ¡una higa para todos los demonios!, que ellos me temerán
a mí. No entiendo estos miedos: «¡demonio! ¡demonio!», adonde
podemos decir: «¡Dios ¡Dios!», y hacerle temblar. Sí, que ya
sabemos que no se puede menear si el Señor no lo permite. ¿Qué
es esto? Es sin duda que tengo ya más miedo a los que tan grande
le tienen al demonio que a él mismo; porque él no me puede hacer
nada, y estotros, en especial si son confesores, inquietan mucho, y
he pasado algunos años de tan gran trabajo, que ahora me espanto
cómo lo he podido sufrir. ¡Bendito sea el Señor que tan de veras me
ha ayudado!.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 26
Prosigue en la misma materia. - Va declarando y diciendo cosas
que le han acaecido, que la hacían perder el temor y afirmar que
era buen espíritu el que la hablaba.
1. Tengo por una de las grandes mercedes que me ha hecho el
Señor este ánimo que me dio contra los demonios. Porque andar un
alma acobardada y temerosa de nada sino de ofender a Dios, es
grandísimo inconveniente. Pues tenemos Rey todopoderoso y tan
gran Señor que todo lo puede y a todos sujeta, no hay qué temer,
andando -como he dicho- en verdad delante de Su Majestad y con
limpia conciencia. Para esto, como he dicho, querría yo todos los
temores: para no ofender en un punto a quien en el mismo punto
nos puede deshacer; que contento Su Majestad, no hay quien sea
contra nosotros que no lleve las manos en la cabeza.
Podráse decir que así es, mas que ¿quién será esta alma tan recta
que del todo le contente?, y que por eso teme. -No la mía, por
cierto, que es muy miserable y sin provecho y llena de mil miserias.
Mas no ejecuta Dios como las gentes, que entiende nuestras
flaquezas. Mas por grandes conjeturas siente el alma en sí si le
ama de verdad, porque las que llegan a este estado no anda el
amor disimulado como a los principios, sino con tan grandes
ímpetus y deseo de ver a Dios, como después diré o queda ya
dicho: todo cansa, todo fatiga, todo atormenta. Si no es con Dios o
por Dios, no hay descanso que no canse, porque se ve ausente de
su verdadero descanso, y así es cosa muy clara que, como digo, no
pasa en disimulación.
2. Acaecióme otras veces verme con grandes tribulaciones y
murmuraciones sobre cierto negocio que después diré, de casi todo
el lugar adonde estoy y de mi Orden, y afligida con muchas
ocasiones que había para inquietarme, y decirme el Señor: ¿De qué
temes? ¿No sabes que soy todopoderoso? Yo cumpliré lo que te he
prometido (y así se cumplió bien después), y quedar luego con una
fortaleza, que de nuevo me parece me pusiera en emprender otras
cosas, aunque me costasen más trabajos, para servirle, y me
pusiera de nuevo a padecer.
Es esto tantas veces, que no lo podría yo contar. Muchas las que
me hacía reprensiones y hace, cuando hago imperfecciones, que
bastan a deshacer un alma; al menos traen consigo el enmendarse,
porque Su Majestad -como he dicho- da el consejo y el remedio.
Otras, traerme a la memoria mis pecados pasados, en especial
cuando el Señor me quiere hacer alguna señalada merced, que
parece ya se ve el alma en el verdadero juicio; porque le
representan la verdad con conocimiento claro, que no sabe adónde
se meter. Otras avisarme de algunos peligros míos y de otras
personas, cosas por venir, tres o cuatro años antes muchas, y todas
se han cumplido. Algunas podrá ser señalar.
Así que hay tantas cosas para entender que es Dios, que no se
puede ignorar, a mi parecer.
3. Lo más seguro es (yo así lo hago, y sin esto no tendría sosiego,
ni es bien que mujeres le tengamos, pues no tenemos letras) y aquí
no puede haber daño sino muchos provechos, como muchas veces
me ha dicho el Señor, que no deje de comunicar toda mi alma y las
mercedes que el Señor me hace, con el confesor, y que sea letrado,
y que le obedezca. Esto muchas veces.
Tenía yo un confesor que me mortificaba mucho y algunas veces
me afligía y daba gran trabajo, porque me inquietaba mucho, y era
el que más me aprovechó, a lo que me parece. Y aunque le tenía
mucho amor, tenía algunas tentaciones por dejarle, y parecíame me
estorbaban aquellas penas que me daba de la oración. Cada vez
que estaba determinada a esto, entendía luego que no lo hiciese, y
una reprensión que me deshacía más que cuanto el confesor hacía.
Algunas veces me fatigaba: cuestión por un cabo y reprensión por
otro, y todo lo había menester, según tenía poco doblada la
voluntad.
Díjome una vez que no era obedecer si no estaba determinada a
padecer; que pusiese los ojos en lo que El había padecido, y todo
se me haría fácil.
4. Aconsejóme una vez un confesor que a los principios me había
confesado, que ya que estaba probado ser buen espíritu, que
callase y no diese ya parte a nadie, porque mejor era ya estas
cosas callarlas. A mí no me pareció mal, porque yo sentía tanto
cada vez que las decía al confesor, y era tanta mi afrenta, que
mucho más que confesar pecados graves lo sentía algunas veces;
en especial si eran las mercedes grandes, parecíame no me habían
de creer y que burlaban de mí. Sentía yo tanto esto, que me parecía
era desacato a las maravillas de Dios, que por esto quisiera callar.
Entendí entonces que había sido muy mal aconsejada de aquel
confesor, que en ninguna manera callase cosa al que me
confesaba, porque en esto había gran seguridad, y haciendo lo
contrario podría ser engañarme alguna vez.
5. Siempre que el Señor me mandaba una cosa en la oración, si el
confesor me decía otra, me tornaba el mismo Señor a decir que le
obedeciese; después Su Majestad le volvía para que me lo tornase
a mandar.
Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen,
yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos y yo no
podía ya, por dejarlos en latín; me dijo el Señor. No tengas pena,
que Yo te daré libro vivo. Yo no podía entender por qué se me
había dicho esto, porque aún no tenía visiones. Después, desde a
bien pocos días, lo entendí muy bien, porque he tenido tanto en qué
pensar y recogerme en lo que veía presente, y ha tenido tanto amor
el Señor conmigo para enseñarme de muchas maneras, que muy
poca o casi ninguna necesidad he tenido de libros; Su Majestad ha
sido el libro verdadero adonde he visto las verdades ¡Bendito sea
tal libro, que deja imprimido lo que se ha de leer y hacer, de manera
que no se puede olvidar! ¿Quién ve al Señor cubierto de llagas y
afligido con persecuciones que no las abrace y las ame y las
desee? ¿Quién ve algo de la gloria que da a los que le sirven que
no conozca es todo nonada cuanto se puede hacer y padecer, pues
tal premio esperamos? ¿Quién ve los tormentos que pasan los
condenados, que no se le hagan deleites los tormentos de acá en
su comparación, y conozcan lo mucho que deben al Señor en
haberlos librado tantas veces de aquel lugar?
6. Porque con el favor de Dios se dirá más de algunas cosas, quiero
ir adelante en el proceso de mi vida. Plega al Señor haya sabido
declararme en esto que he dicho. Bien creo que quien tuviere
experiencia lo entenderá y verá que he atinado a decir algo; quien
no, no me espanto le parezca desatino todo. Basta decirlo yo para
quedar disculpado, ni yo culparé a quien lo dijere.
El Señor me deje atinar en cumplir su voluntad. Amén.
------------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO 27
En que trata otro modo con que enseña el Señor al alma y sin
hablarla la da a entender su voluntad por una manera admirable. Trata también de declarar una visión y gran merced que la hizo el
Señor no imaginaria. - Es mucho de notar este capítulo. *
1. Pues tornando al discurso de mi vida, yo estaba con esta
aflicción de penas y con grandes oraciones como he dicho que se
hacían porque el Señor me llevase por otro camino que fuese más
seguro, pues éste me decían era tan sospechoso. Verdad es que,
aunque yo lo suplicaba a Dios, por mucho que quería desear otro
camino, como veía tan mejorada mi alma, si no era alguna vez
cuando estaba muy fatigada de las cosas que me decían y miedos
que me ponían, no era en mi mano desearlo, aunque siempre lo
pedía. Yo me veía otra en todo. No podía, sino poníame en las
manos de Dios, que El sabía lo que me convenía, que cumpliese en
mí lo que era su voluntad en todo.
Veía que por este camino le llevaba para el cielo, y que antes iba al
infierno. Que había de desear esto ni creer que era demonio, no me
podía forzar a mí, aunque hacía cuanto podía por creerlo y
desearlo, mas no era en mi mano.
Ofrecía lo que hacía, si era alguna buena obra, por eso. Tomaba
santos devotos porque me librasen del demonio. Andaba novenas.
Encomendábame a San Hilarión, a San Miguel Angel, con quien por
esto tomé nuevamente devoción; y otros muchos santos
importunaba mostrase el Señor la verdad, digo que lo acabasen con
Su Majestad.
2. A cabo de dos años que andaba con toda esta oración mía y de
otras personas para lo dicho, o que el Señor me llevase por otro
camino, o declarase la verdad, porque eran muy continuo las hablas
que he dicho me hacía el Señor, me acaeció esto: estando un día
del glorioso San Pedro en oración, vi cabe mí o sentí, por mejor
decir, que con los ojos del cuerpo ni del alma no vi nada, mas
parecíame estaba junto cabe mi Cristo y veía ser El el que me
hablaba, a mi parecer. Yo, como estaba ignorantísima de que podía
haber semejante visión, diome gran temor al principio, y no hacía
sino llorar, aunque, en diciéndome una palabra sola de asegurarme,
quedaba como solía, quieta y con regalo y sin ningúntemor.
Parecíame andar siempre a mi lado Jesucristo, y como no era visión
imaginaria, no veía en qué forma; mas estar siempre al lado
derecho, sentíalo muy claro, y que era testigo de todo lo que yo
hacía, y que ninguna vez que me recogiese un poco o no estuviese
muy divertida podía ignorar que estaba cabe mí.
3. Luego fui a mi confesor, harto fatigada, a decírselo. Preguntóme
que en qué forma le veía. Yo le dije que no le veía. Díjome que
cómo sabía yo que era Cristo. Yo le dije que no sabía cómo, mas
que no podía dejar de entender estaba cabe mí y lo veía claro y
sentía, y que el recogimiento del alma era muy mayor, en oración
de quietud y muy continua, y los efectos que eran muy otros que
solía tener, y que era cosa muy clara.
No hacía sino poner comparaciones para darme a entender; y,
cierto, para esta manera de visión, a mi parecer, no la hay que
mucho cuadre. Así como es de las más subidas (según después me
dijo un santo hombre y de gran espíritu, llamado Fray Pedro de
Alcántara, de quien después haré mención, y me han dicho otros
letrados grandes, y que es adonde menos se puede entremeter el
demonio de todas), así no hay términos para decirla acá las que
poco sabemos, que los letrados mejor lo darán a entender. Porque
si digo que con los ojos del cuerpo ni del alma no lo veo, porque no
es imaginaria visión, ¿cómo entiendo y me afirmo con más claridad
que está cabe mí que si lo viese? Porque parecer que es como una
persona que está a oscuras, que no ve a otra que está cabe ella, o
si es ciega, no va bien. Alguna semejanza tiene, mas no mucha,
porque siente con los sentidos, o la oye hablar o menear, o la toca.
Acá no hay nada de esto, ni se ve oscuridad, sino que se
representa por una noticia al alma más clara que el sol. No digo que
se ve sol ni claridad, sino una luz que, sin ver luz, alumbra el
entendimiento, para que goce el alma de tan gran bien. Trae
consigo grandes bienes.
4. No es como una presencia de Dios que se siente muchas veces,
en especial los que tienen oración de unión y quietud, que parece
en queriendo comenzar a tener oración hallamos con quién hablar,
y parece entendemos nos oye por los efectos y sentimientos
espirituales que sentimos de gran amor y fe, y otras
determinaciones, con ternura. Esta gran merced es de Dios, y
téngalo en mucho a quien lo ha dado, porque es muy subida
oración, mas no es visión, que entiéndese que está allí Dios por los
efectos que, como digo, hace al alma, que por aquel modo quiere
Su Majestad darse a sentir. Acá vese claro que está aquí
Jesucristo, hijo de la Virgen. En estotra oración represéntanse unas
influencias de la Divinidad; aquí, junto con éstas, se ve nos
acompaña y quiere hacer mercedes también la Humanidad
Sacratísima.
5. Pues preguntóme el confesor: ¿quién dijo que era Jesucristo? .El me lo dice muchas veces, respondí yo; mas antes que me lo
dijese se imprimió en mi entendimiento que era El, y antes de esto
me lo decía y no le veía. Si una persona que yo nunca hubiese visto
sino oído nuevas de ella, me viniese a hablar estando ciega o en
gran oscuridad, y me dijese quién era, lo creería, mas no tan
determinadamente lo podría afirmar ser aquella persona como si la
hubiera visto. Acá sí, que sin verse, se imprime con una noticia tan
clara que no parece se puede dudar; que quiere el Señor esté tan
esculpido en el entendimiento, que no se puede dudar más que lo
que se ve, ni tanto. Porque en esto algunas veces nos queda
sospecha, si se nos antojó; acá, aunque de presto dé esta
sospecha, queda por una parte gran certidumbre que no tiene
fuerza la duda.
6. Así es también en otra manera que Dios enseña el alma y la
habla de la manera que queda dicha. Es un lenguaje tan del cielo,
que acá se puede mal dar a entender aunque más queramos decir,
si el Señor por experiencia no lo enseña. Pone el Señor lo que
quiere que el alma entienda, en lo muy interior del alma, y allí lo
representa sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta
visión que queda dicha. Y nótese mucho esta manera de hacer Dios
que entienda el alma lo que El quiere y grandes verdades y
misterios; porque muchas veces lo que entiendo cuando el Señor
me declara alguna visión que quiere Su Majestad representarme es
así, y paréceme que es adonde el demonio se puede entremeter
menos, por estas razones. Si ellas no son buenas, yo me debo
engañar.
7. Es una cosa tan de espíritu esta manera de visión y de lenguaje,
que ningún bullicio hay en las potencias ni en los sentidos, a mi
parecer, por donde el demonio pueda sacar nada. Esto es alguna
vez y con brevedad, que otras bien me parece a mí que no están
suspendidas las potencias ni quitados los sentidos, sino muy en sí;
que no es siempre esto en contemplación, antes muy pocas veces;
mas éstas que son, digo que no obramos nosotros nada ni
hacemos nada. Todo parece obra el Señor.
Es como cuando ya está puesto el manjar en el estómago, sin
comerle, ni saber nosotros cómo se puso allí, mas entiende bien
que está, aunque aquí no se entiende el manjar que es, ni quién le
puso. Acá sí; mas cómo se puso no lo sé, que ni se vio, ni se
entiende, ni jamás se había movido a desearlo, ni había venido a mi
noticia podía ser.
8. En la habla que hemos dicho antes, hace Dios al entendimiento
que advierta, aunque le pese, a entender lo que se dice, que allá
parece tiene el alma otros oídos con que oye, y que la hace
escuchar y que no se divierta; como a uno que oyese bien y no le
consistiesen tapar los oídos y le hablasen junto a voces, aunque no
quisiese, lo oiría; y, en fin, algo hace, pues está atento a entender lo
que le hablan. Acá, ninguna cosa; que aun esto poco que es sólo
escuchar, que hacía en lo pasado, se le quita. Todo lo halla guisado
y comido; no hay más que hacer de gozar, como uno que sin
deprender ni haber trabajado nada para saber leer ni tampoco
hubiese estudiado nada, hallase toda la ciencia sabida ya en sí, sin
saber cómo ni dónde, pues aun nunca había trabajado aun para
desprender el abecé.
9. Esta comparación postrera me parece declara algo de este don
celestial, porque se ve el alma en un punto sabia, y tan declarado el
misterio de la Santísima Trinidad y de otras cosas muy subidas, que
no hay teólogo con quien no se atreviese a disputar la verdad de
estas grandezas. Quédase tan espantada, que basta una merced
de éstas para trocar toda un alma y hacerla no amar cosa, sino a
quien ve que, sin trabajo ninguno suyo, la hace capaz de tan
grandes bienes y le comunica secretos y trata con ella con tanta
amistad y amor que no se sufre escribir. Porque hace algunas
mercedes que consigo traen la sospecha, por ser de tanta
admiración y hechas a quien tan poco las ha merecido, que si no
hay muy viva fe no se podrán creer. Y así yo pienso decir pocas de
las que el Señor me ha hecho a mí -si no me mandaren otra cosa-,
si no son algunas visiones que pueden para alguna cosa
aprovechar, o para que, a quien el Señor las diere, no se espante
pareciéndole imposible, como hacía yo, o para declararle el modo y
camino por donde el Señor me ha llevado, que es lo que me
mandan escribir.
10. Pues tornando a esta manera de entender, lo que me parece es
que quiere el Señor de todas maneras tenga esta alma alguna
noticia de lo que pasa en el cielo, y paréceme a mí que así como
allá sin hablar se entiende (lo que yo nunca supe cierto es así,
hasta que el Señor por su bondad quiso que lo viese y me lo mostró
en un arrobamiento), así es acá, que se entienden Dios y el alma
con sólo querer Su Majestad que lo entienda, sin otro artificio para
darse a entender el amor que se tienen estos dos amigos. Como
acá si dos personas se quieren mucho y tienen buen entendimiento,
aun sin señas parece que se entienden con sólo mirarse. Esto debe
ser aquí, que sin ver nosotros cómo, de en hito en hito se miran
estos dos amantes, como lo dice el Esposo a la Esposa en los
Cantares; a lo que creo, lo he oído que es aquí.
11. ¡Oh benignidad admirable de Dios, que así os dejáis mirar de
unos ojos que tan mal han mirado como los de mi alma! ¡Queden
ya, Señor, de esta vista acostumbrados en no mirar cosas bajas, ni
que les contente ninguna fuera de Vos! ¡Oh ingratitud de los
mortales! ¿Hasta cuándo ha de llegar? Que sé yo por experiencia
que es verdad esto que digo, y que es lo menos de lo que Vos
hacéis con un alma que traéis a tales términos, lo que se puede
decir. ¡Oh almas que habéis comenzado a tener oración y las que
tenéis verdadera fe!, ¿qué bienes podéis buscar aun en esta vida dejemos lo que se gana para sin fin-, que sea como el menor de
éstos?
12. Mirad que es así cierto, que se da Dios a Sí a los que todo lo
dejan por El. No es aceptador de personas; a todos ama. No tiene
nadie excusa por ruin que sea, pues así lo hace conmigo
trayéndome a tal estado. Mirad que no es cifra lo que digo, de lo
que se puede decir; sólo va dicho lo que es menester para darse a
entender esta manera de visión y merced que hace Dios al alma;
mas no puedo decir lo que se siente cuando el Señor la da a
entender secretos y grandezas suyas, el deleite tan sobre cuantos
acá se pueden entender, que bien con razón hace aborrecer los
deleites de la vida, que son basura todos juntos. Es asco traerlos a
ninguna comparación aquí, aunque sea para gozarlos sin fin, y de
estos que da el Señor sola una gota de agua del gran río caudaloso
que nos está aparejado.
13. ¡Vergüenza es y yo cierto la he de mí y, si pudiera haber afrenta
en el cielo, con razón estuviera yo allá más afrentada que nadie!
¿Por qué hemos de querer tantos bienes y deleites y gloria para sin
fin, todos a costa del buen Jesús? ¿No lloraremos siquiera con las
hijas de Jerusalén, ya que no le ayudemos a llevar la cruz con el
Cirineo? ¿Que con placeres y pasatiempos hemos de gozar lo que
El nos ganó a costa de tanta sangre? -Es imposible. ¿Y con honras
vanas pensamos remedar un desprecio como El sufrió para que
nosotros reinemos para siempre?-No lleva camino, errado, errado
va el camino. Nunca llegaremos allá.
Dé voces vuestra merced en decir estas verdades, pues Dios me
quitó a mi esta libertad. A mí me las querría dar siempre, y óigome
tan tarde y entendí a Dios, como se verá por lo escrito, que me es
gran confusión hablar en esto, y así quiero callar. Sólo diré lo que
algunas veces considero. Plega al Señor me traiga a términos que
yo pueda gozar de este bien.
14. ¡Qué gloria accidental será y qué contento de los
bienaventurados que ya gozan de esto, cuando vieren que, aunque
tarde, no les quedó cosa por hacer por Dios de las que le fue
posible, ni dejaron cosa por darle de todas las maneras que
pudieron, conforme a sus fuerzas y estado, y el que más, más! ¡Qué
rico se hallará el que todas las riquezas dejó por Cristo! ¡Qué
honrado el que no quiso honra por El, sino que gustaba de verse
muy abatido! ¡Qué sabio el que se holgó de que le tuviesen por
loco, pues lo llamaron a la misma Sabiduría! ¡Qué pocos hay ahora,
por nuestros pecados! Ya, ya parece se acabaron los que las
gentes tenían por locos, de verlos hacer obras heroicas de
verdaderos amadores de Cristo. ¡Oh mundo, mundo, cómo vas
ganando honra en haber pocos que te conozcan!
15. Mas ¡si pensamos se sirve ya más Dios de que nos tengan por
sabios y por discretos! -Eso, eso debe ser, según se usa discreción.
Luego nos parece es poca edificación no andar con mucha
compostura y autoridad cada uno en su estado. Hasta el fraile y
clérigo y monja nos parecerá que traer cosa vieja y remendada es
novedad y dar escándalo a los flacos; y aun estar muy recogidos y
tener oración, según está el mundo y tan olvidadas las cosas de
perfección de grandes ímpetus que tenían los santos, que pienso
hace más daño a las desventuras que pasan en estos tiempos, que
no haría escándalo a nadie dar a entender los religiosos por obras,
como lo dicen por palabras, en lo poco que se ha de tener el
mundo; que de estos escándalos el Señor saca de ellos grandes
provechos. Y si unos se escandalizan, otros se remuerden. Siquiera
que hubiese un dibujo de lo que pasó por Cristo y sus Apóstoles,
pues ahora más que nunca es menester.
16. ¡Y qué bueno nos le llevó Dios ahora en el bendito Fray Pedro
de Alcántara! No está ya el mundo para sufrir tantaperfección. Dicen
que están las saludes más flacas y que no son los tiempos
pasados. Este santo hombre de este tiempo era; estaba grueso el
espíritu como en los otros tiempos, y así tenía el mundo debajo de
los pies. Que, aunque no anden desnudos, ni hagan tan áspera
penitencia como él, muchas cosas hay -como otras veces he dichopara repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo. ¡Y
cuán grande le dio Su Majestad a este santo que digo, para hacer
cuarenta y siete años tan áspera penitencia, como todos saben!
Quiero decir algo de ella, que sé es toda verdad.
17. Díjome a mí y a otra persona, de quien se guardaba poco (y a
mí el amor que me tenía era la causa, porque quiso el Señor le
tuviese para volver por mí y animarme en tiempo de tanta
necesidad, como he dicho y diré), paréceme fueron cuarenta años
los que me dijo había dormido sola hora y media entre noche y día,
y que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en
los principios, de vencer el sueño, y para esto estaba siempre o de
rodillas o en pie. Lo que dormía era sentado, y la cabeza arrimada a
un maderillo que tenía hincado en la pared. Echado, aunque
quisiera, no podía, porque su celda -como se sabe- no era más
larga de cuatro pies y medio.
En todos estos años jamás se puso la capilla, por grandes soles y
aguas que hiciese, ni cosa en los pies ni vestida; sino un hábito de
sayal, sin ninguna otra cosa sobre las carnes, y éste tan angosto
como se podía sufrir, y un mantillo de lo mismo encima. Decíame
que en los grandes fríos se le quitaba, y dejaba la puerta y
ventanilla abierta de la celda, para que con ponerse después el
manto y cerrar la puerta, contentaba al cuerpo, para que sosegase
con más abrigo. Comer a tercer día era muy ordinario; y díjome que
de qué me espantaba, que muy posible era a quien se
acostumbraba a ello. Un su compañero me dijo que le acaecía estar
ocho días sin comer. Debía ser estando en oración, porque tenía
grandes arrobamientos e ímpetus de amor de Dios, de que una vez
yo fui testigo.
18. Su pobreza era extrema y mortificación en la mocedad, que me
dijo que le había acaecido estar tres años en una casa de su Orden
y no conocer fraile, si no era por el habla; porque no alzaba los ojos
jamás, y así a las partes que de necesidad había de ir no sabía,
sino íbase tras los frailes. Esto le acaecía por los caminos. A
mujeres jamás miraba; esto muchos años. Decíame que ya no se le
daba más ver que no ver. Mas era muy viejo cuando le vine a
conocer, y tan extrema su flaqueza, que no parecía sino hecho de
raíces de árboles.
Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras,
si no era con preguntarle. En éstas era muy sabroso, porque tenía
muy lindo entendimiento. Otras cosas muchas quisiera decir, sino
que he miedo dirá vuestra merced que para qué me meto en esto, y
con él lo he escrito. Y así lo dejo con que fue su fin como la vida,
predicando y amonestando a sus frailes. Como vio ya se acababa,
dijo el salmo de Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi, e, hincado
de rodillas, murió.
19. Después ha sido el Señor servido yo tenga más en él que en la
vida, aconsejándome en muchas cosas. Hele visto muchas veces
con grandísima gloria. Díjome la primera que me apareció, que
bienaventurada penitencia que tanto premio había merecido y otras
muchas cosas. Un año antes que muriese, me apareció estando
ausente, y supe se había de morir, y se lo avisé. Estando algunas
leguas de aquí cuando expiró, me apareció y dijo cómo se iba a
descansar. Yo no lo creí, y díjelo a algunas personas, y desde a
ocho días vino la nueva cómo era muerto, o comenzado a vivir para
siempre, por mejor decir.
20. Hela aquí acabada esta aspereza de vida con tan gran gloria.
Paréceme que mucho más me consuela que cuando acá estaba.
Díjome una vez el Señor que no le pedirían cosa en su nombre que
no la oyese. Muchas que le he encomendado pida al Señor, las he
visto cumplidas. Sea bendito por siempre, amén.
21. Mas ¡qué hablar he hecho, para despertar a vuestra merced a
no estimar en nada cosa de esta vida, como si no lo supiese, o no
estuviera ya determinado a dejarlo todo y puéstolo por obra! Veo
tanta perdición en el mundo, que, aunque no aproveche más decirlo
yo de cansarme de escribirlo, me es descanso; que todo es contra
mí lo que digo. El Señor me perdone lo que en este caso le he
ofendido, y vuestra merced, que le canso sin propósito. Parece que
quiero haga penitencia de lo que yo en esto pequé.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 28
En que trata las grandes mercedes que la hizo el Señor y cómo le
apareció la primera vez. - Declara qué es visión imaginaria. - Dice
los grandes efectos y señales que deja cuando es de Dios. - Es
muy provechoso capítulo y mucho de notar. *
1 Tornando a nuestro propósito, pasé algunos días, pocos, con esta
visión muy continua, y hacíame tanto provecho, que no salía de
oración, y aun cuanto hacía, procuraba fuese de suerte que no
descontentase al que claramente veía estaba por testigo. Y aunque
a veces temía, con lo mucho que me decían, durábame poco el
temor, porque el Señor me aseguraba.
Estando un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las
manos con tan grandísima hermosura que no lo podría yo
encarecer. Hízome gran temor, porque cualquier novedad me le
hace grande en los principios de cualquiera merced sobrenatural
que el Señor me haga. Desde a pocos días, vi también aquel divino
rostro, que del todo me parece me dejó absorta. No podía yo
entender por qué el Señor se mostraba así poco a poco, pues
después me había de hacer merced de que yo le viese del todo,
hasta después que he entendido que me iba Su Majestad llevando
conforme a mi flaqueza natural. ¡Sea bendito por siempre!, porque
tanta gloria junta, tan bajo y ruin sujeto no la pudiera sufrir. Y como
quien esto sabía, iba el piadoso Señor disponiendo.
2. Parecerá a vuestra merced que no era menester mucho esfuerzo
para ver unas manos y rostro tan hermoso. -Sonlo tanto los cuerpos
glorificados, que la gloria que traen consigo ver cosa tan
sobrenatural hermosa desatina; y así me hacía tanto temor, que
toda me turbaba y alborotaba, aunque después quedaba con
certidumbre y seguridad y con tales efectos, que presto se perdía el
temor.
3. Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda
esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta
hermosura y majestad como particularmente escribí a vuestra
merced cuando mucho me lo mandó, y hacíaseme harto de mal,
porque no se puede decir que no sea deshacerse; mas lo mejor que
supe, ya lo dije, y así no hay para qué tornarlo a decir aquí. Sólo
digo que, cuando otra cosa no hubiese para deleitar la vista en el
cielo sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados, es
grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo,
Señor nuestro, aun acá que se muestra Su Majestad conforme a lo
que puede sufrir nuestra miseria; ¿qué será adonde del todo se
goza tal bien?
4. Esta visión, aunque es imaginaria, nunca la vi con los ojos
corporales, ni ninguna, sino con los ojos del alma.
Dicen los que lo saben mejor que yo, que es más perfecta la
pasada que ésta, y ésta más mucho que las que se ven con los ojos
corporales. Esta dicen que es la más baja y adonde más ilusiones
puede hacer el demonio, aunque entonces no podía yo entender tal,
sino que deseaba, ya que se me hacía esta merced, que fuese
viéndola con los ojos corporales, para que no me dijese el confesor
se me antojaba. Y también después de pasada me acaecía -esto
era luego luego- pensar yo también esto: que se me había antojado.
Y fatigábame de haberlo dicho al confesor, pensando si le había
engañado. Este era otro llanto, e iba a él y decíaselo.
Preguntábame que si me parecía a mí así o si había querido
engañar. Yo le decía la verdad, porque, a mi parecer, no mentía, ni
tal había pretendido, ni por cosa del mundo dijera una cosa por otra.
Esto bien lo sabía él, y así procuraba sosegarme, y yo sentía tanto
en irle con estas cosas, que no sé cómo el demonio me ponía lo
había de fingir para atormentarme a mí misma.
Mas el Señor se dio tanta prisa a hacerme esta merced y declarar
esta verdad, que bien presto se me quitó la duda de si era antojo, y
después veo muy claro mi bobería; porque, si estuviera muchos
años imaginando cómo figurar cosa tan hermosa, no pudiera ni
supiera, porque excede a todo lo que acá se puede imaginar, aun
sola la blancura y resplandor.
5. No es resplandor que deslumbre, sino una blancura suave y el
resplandor infuso, que da deleite grandísimo a la vista y no la
cansa, ni la claridad que se ve para ver esta hermosura tan divina.
Es una luz tan diferente de las de acá, que parece una cosa tan
deslustrada la claridad del sol que vemos, en comparación de
aquella claridad y luz que se representa a la vista, que no se
querrían abrir los ojos después. Es como ver un agua clara, que
corre sobre cristal y reverbera en ello el sol, a una muy turbia y con
gran nublado y corre por encima de la tierra. No porque se
representa sol, ni la luz es como la del sol; parece, en fin, luz natural
y estotra cosa artificial. Es luz que no tiene noche, sino que, como
siempre es luz, no la turba nada. En fin, es de suerte que, por gran
entendimiento que una persona tuviese, en todos los días de su
vida podría imaginar cómo es. Y pónela Dios delante tan presto,
que aun no hubiera lugar para abrir los ojos, si fuera menester
abrirlos; mas no hace más estar abiertos que cerrados, cuando el
Señor quiere; que, aunque no queramos, se ve. No hay
divertimiento que baste, ni hay poder resistir, ni basta diligencia ni
cuidado para ello. Esto tengo yo bien experimentado, como diré.
6. Lo que yo ahora querría decir es el modo cómo el Señor se
muestra por estas visiones. No digo que declararé de qué manera
puede ser poner esta luz tan fuerte en el sentido interior, y en el
entendimiento imagen tan clara, que parece verdaderamente está
allí, porque esto es de letrados. No ha querido el Señor darme a
entender el cómo, y soy tan ignorante y de tan rudo entendimiento,
que, aunque mucho me lo han querido declarar, no he aun acabado
de entender el cómo. Y esto es cierto, que aunque a vuestra
merced le parezca que tengo vivo entendimiento, que no le tengo;
porque en muchas cosas lo he experimentado, que no comprende
más de lo que le dan de comer, como dicen. Algunas veces se
espantaba el que me confesaba de mis ignorancias; y jamás me di
a entender, ni aun lo deseaba, cómo hizo Dios esto o pudo ser esto,
ni lo preguntaba, aunque -como he dicho- de muchos años acá
trataba con buenos letrados. Si era una cosa pecado o no, esto sí;
en lo demás no era menester más para mí de pensar hízolo Dios
todo, y veía que no había de qué me espantar, sino por qué le
alabar; y antes me hacen devoción las cosas dificultosas, y mientras
más, más.
7. Diré, pues, lo que he visto por experiencia. El cómo el Señor lo
hace, vuestra merced lo dirá mejor, y declarará todo lo que fuere
oscuro y yo no supiere decir.
Bien me parecía en algunas cosas que era imagen lo que veía, mas
por otras muchas no, sino que era el mismo Cristo, conforme a la
claridad con que era servido mostrárseme. Unas veces era tan en
confuso, que me parecía imagen, no como los dibujos de acá, por
muy perfectos que sean, que hartos he visto buenos; es disparate
pensar que tiene semejanza lo uno con lo otro en ninguna manera,
no más ni menos que la tiene una persona viva a su retrato, que por
bien que esté sacado no puede ser tan al natural, que, en fin, se ve
es cosa muerta. Mas dejemos esto, que aquí viene bien y muy al
pie de la letra.
8. No digo que es comparación, que nunca son tan cabales, sino
verdad, que hay la diferencia que de lo vivo a lo pintado, no más ni
menos. Porque si es imagen, es imagen viva; no hombre muerto,
sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como
estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado;
y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda
dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de
comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe.
Represéntase tan señor de aquella posada, que parece toda
deshecha el alma se ve consumir en Cristo. ¡Oh Jesús mío!, ¡quién
pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán
Señor de todo el mundo y de los cielos y de otros mil mundos y sin
cuento mundos y cielos que Vos crearais, entiende el alma, según
con la majestad que os representáis, que no es nada para ser Vos
señor de ello.
9. Aquí se ve claro, Jesús mío, el poco poder de todos los demonios
en comparación del vuestro, y cómo quien os tuvierecontento puede
repisar el infierno todo. Aquí ve la razón que tuvieron los demonios
de temer cuando bajasteis al limbo, y tuvieran de desear otros mil
infiernos más bajos para huir de tan gran majestad, y veo que
queréis dar a entender al alma cuán grande es, y el poder que tiene
esta sacratísima Humanidad junto con la Divinidad. Aquí se
representa bien qué será el día del juicio ver esta majestad de este
Rey, y verle con rigor para los malos. Aquí es la verdadera humildad
que deja en el alma, de ver su miseria, que no la puede ignorar.
Aquí la confusión y verdadero arrepentimiento de los pecados, que
aun con verle que muestra amor, no sabe adonde se meter, y así se
deshace toda.
Digo que tiene tan grandísima fuerza esta visión, cuando el Señor
quiere mostrar al alma mucha parte de su grandeza y majestad, que
tengo por imposible, si muy sobrenatural no la quisiese el Señor
ayudar con quedar puesta en arrobamiento y éxtasis (que pierde el
ver la visión de aquella divina presencia con gozar), sería, como
digo, imposible sufrirla ningún sujeto.
¿Es verdad que se olvida después? -Tan imprimida queda aquella
majestad y hermosura, que no hay poderlo olvidar, si no es cuando
quiere el Señor que padezca el alma una sequedad y soledad
grande que diré adelante, que aun entonces de Dios parece se
olvida. Queda el alma otra, siempre embebida. Parécele comienza
de nuevo amor vivo de Dios en muy alto grado, a mi parecer; que,
aunque la visión pasada que dije que representa Dios sin imagen es
más subida, que para durar la memoria conforme a nuestra
flaqueza, para traer bien ocupado el pensamiento, es gran cosa el
quedar representado y puesta en la imaginación tan divina
presencia. Y casi vienen juntas estas dos maneras de visión
siempre; y aun es así que lo vienen, porque con los ojos del alma
vese la excelencia y hermosura y gloria de la santísima Humanidad,
y por estotra manera que queda dicha se nos da a entender cómo
es Dios y poderoso y que todo lo puede y todo lo manda y todo lo
gobierna y todo lo hinche su amor.
10. Es muy mucho de estimar esta visión, y sin peligro, a mi
parecer, porque en los efectos se conoce no tiene fuerza aquí el
demonio. Paréceme que tres o cuatro veces me ha querido
representar de esta suerte al mismo Señor en representación falsa:
toma la forma de carne, mas no puede contrahacerla con la gloria
que cuando es de Dios. Hace representaciones para deshacer la
verdadera visión que ha visto el alma; mas así la resiste de sí y se
alborota y se desabre e inquieta, que pierde la devoción y gusto que
antes tenía, y queda sin ninguna oración.
A los principios fue esto -como he dicho- tres o cuatro veces. Es
cosa tan diferentísima, que, aun quien hubiere tenido sola oración
de quietud, creo lo entenderá por los efectos que quedan dichos en
las hablas. Es cosa muy conocida y, si no se quiere dejar engañar
un alma, no me parece la engañará, si anda con humildad y
simplicidad. A quien hubiere tenido verdadera visión de Dios, desde
luego casi se siente; porque, aunque comienza con regalo y gusto,
el alma lo lanza de sí; y aun, a mi parecer, debe ser diferente el
gusto; y no muestra apariencia de amor puro y casto. Muy en breve
da a entender quién es. Así que, adonde hay experiencia, a mi
parecer, no podrá el demonio hacer daño.
11. Pues ser imaginación esto, es imposible de toda imposibilidad.
Ningún camino lleva, porque sola la hermosura y blancura de una
mano es sobre toda nuestra imaginación: pues sin acordarnos de
ello ni haberlo jamás pensado, ver en un punto presentes cosas que
en gran tiempo no pudieran concertarse con la imaginación, porque
va muy más alto -como ya he dicho- de lo que acá podemos
comprender...; así que esto es imposible. Y si pudiésemos algo en
esto, aun se ve claro por estotro que ahora diré: porque si fuese
representado con el entendimiento, dejado que no haría las grandes
operaciones que esto hace, ni ninguna (porque sería como uno que
quisiese hacer que dormía y estáse despierto porque no le ha
venido el sueño: él, como si tiene necesidad o flaqueza en la
cabeza, lo desea, adormécese él en sí y hace sus diligencias y a las
veces parece hace algo, mas si no es sueño de veras, no le
sustentará ni dará fuerza a la cabeza, antes a las veces queda más
desvanecida), así sería en parte acá, quedar el alma desvanecida,
mas no sustentada y fuerte, antes cansada y disgustada. Acá no se
puede encarecer la riqueza que queda: aun al cuerpo da salud y
queda confortado.
12. Esta razón, con otras, daba yo cuando me decían que era
demonio y que se me antojaba -que fue muchas veces- y ponía
comparaciones como yo podía y el Señor me daba a entender. Mas
todo aprovechaba poco. Porque como había personas muy santas
en este lugar (y yo en su comparación una perdición) y no los
llevaba Dios por este camino, luego era el temor en ellos; que mis
pecados parece lo hacían, que de uno en otro se rodeaba de
manera, que lo venían a saber, sin decirlo yo sino a mi confesor o a
quien él me mandaba.
13. Yo les dije una vez que si los que me decían esto me dijeran
que a una persona que hubiese acabado de hablar y la conociese
mucho, que no era ella, sino que se me antojaba, que ellos lo
sabían, que sin duda yo lo creyera más que lo que había visto. Mas
si esta persona me dejara algunas joyas y se me quedaban en las
manos por prendas de mucho amor, y que antes no tenía ninguna y
me veía rica siendo pobre, que no podría creerlo, aunque yo
quisiese. Y que estas joyas se las podría mostrar, porque todos los
que me conocían veían claro estar otra mi alma, y así lo decía mi
confesor. Porque era muy grande la diferencia en todas las cosas, y
no disimulada, sino muy con claridad lo podían todos ver. Porque,
como antes era tan ruin, decía yo que no podía creer que si el
demonio hacía esto para engañarme y llevarme al infierno, tomase
medio tan contrario como era quitarme los vicios y poner virtudes y
fortaleza. Porque veía claro con estas cosas quedar en una vez
otra.
14. Mi confesor, como digo -que era un padre bien santo de la
Compañía de Jesús-, respondía esto mismo según yo supe. Era
muy discreto y de gran humildad, y esta humildad tan grande me
acarreó a mí hartos trabajos; porque, con ser de mucha oración y
letrado, no se fiaba de sí, como el Señor no le llevaba por este
camino. Pasólos harto grandes conmigo de muchas maneras. Supe
que le decían que se guardase de mí, no le engañase el demonio
con creerme algo de lo que le decía. Traíanle ejemplos de otras
personas. Todo esto me fatigaba a mí. Temía que no había de
haber con quién me confesar, sino que todos habían de huir de mí.
No hacía sino llorar.
15. Fue providencia de Dios querer él durar en oírme, sino que era
tan gran siervo de Dios, que a todo se pusiera por El. Y así me
decía que no ofendiese yo a Dios ni saliese de lo que él me decía;
que no hubiese miedo me faltase. Siempre me animaba y
sosegaba. Mandábame siempre que no le callase ninguna cosa. Yo
así lo hacía. El me decía que haciendo yo esto, que aunque fuese
demonio, no me haría daño, antes sacaría el Señor bien del mal
que él quería hacer a mi alma. Procuraba perfeccionarla en todo lo
que él podía. Yo, como traía tanto miedo, obedecíale en todo,
aunque imperfectamente, que harto pasó conmigo tres años y más,
que me confesó, con estos trabajos; porque en grandes
persecuciones que tuve, y cosas hartas que permitía el Señor me
juzgasen mal, y muchas estando sin culpa, con todo venían a él y
era culpado por mí, estando él sin ninguna culpa.
16. Fuera imposible, si no tuviera tanta santidad -y el Señor que le
animaba- poder sufrir tanto, porque había de respondera los que les
parecía iba perdida, y no le creían; y por otra parte, habíame de
sosegar a mí y de curar el miedo que yo traía, poniéndomele mayor.
Me había por otra parte de asegurar, porque a cada visión, siendo
cosa nueva, permitía Dios me quedasen después grandes temores.
Todo me procedía de ser tan pecadora yo y haberlo sido. El me
consolaba con mucha piedad y, si él se creyera a sí mismo, no
padeciera yo tanto; que Dios le daba a entender la verdad en todo,
porque el mismo Sacramento le daba luz, a lo que yo creo.
17. Los siervos de Dios, que no se aseguraban, tratábanme mucho.
Yo, como hablaba con descuido algunas cosas que ellos tomaban
por diferente intención (yo quería mucho al uno de ellos, porque le
debía infinito mi alma y era muy santo; yo sentía infinito de que veía
no me entendía, y él deseaba en gran manera mi aprovechamiento
y que el Señor me diese luz), y así lo que yo decía -como digo- sin
mirar en ello, parecíales poca humildad. En viéndome alguna falta que verían muchas-, luego era todo condenado. Preguntábanme
algunas cosas; yo respondía con llaneza y descuido. Luego les
parecía los quería enseñar, y que me tenía por sabia. Todo iba a mi
confesor, porque, cierto, ellos deseaban mi provecho. El a reñirme.
18. Duró esto harto tiempo, afligida por muchas partes, y con las
mercedes que me hacía el Señor todo lo pasaba.
Digo esto para que se entienda el gran trabajo que es no haber
quien tenga experiencia en este camino espiritual, que a no me
favorecer tanto el Señor, no sé qué fuera de mí. Bastantes cosas
había para quitarme el juicio, y algunas veces me veía en términos
que no sabía qué hacer, sino alzar los ojos al Señor. Porque
contradicción de buenos a una mujercilla ruin y flaca como yo y
temerosa, no parece nada así dicho, y con haber yo pasado en la
vida grandísimos trabajos, es éste de los mayores.
Plega al Señor que yo haya servido a Su Majestad algo en esto;
que de que le servían los que me condenaban y argüían, bien cierta
estoy, y que era todo para gran bien mío.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 29
Prosigue en lo comenzado y dice algunas mercedes grandes que la
hizo el Señor y las cosas que Su Majestad la decía para asegurarla
y para que respondiese a los que la contradecían. *
l. Mucho he salido del propósito, porque trataba de decir las causas
que hay para ver que no es imaginación; porque ¿cómo podríamos
representar con estudio la Humanidad de Cristo y ordenando con la
imaginación su gran hermosura? Y no era menester poco tiempo, si
en algo se había de parecer a ella. Bien la puede representar
delante de su imaginación y estarla mirando algún espacio, y las
figuras que tiene y la blancura, y poco a poco irla más
perfeccionando y encomendando a la memoria aquella imagen.
Esto ¿quién se lo quita, pues con el entendimiento la pudo fabricar?
En lo que tratamos, ningún remedio hay de esto, sino que la hemos
de mirar cuando el Señor lo quiere representar y como quiere y lo
que quiere. Y no hay quitar ni poner, ni modo para ello aunque más
hagamos, ni para verlo cuando queremos, ni para dejarlo de ver; en
queriendo mirar alguna cosa particular, luego se pierde Cristo.
2. Dos años y medio me duró que muy ordinario me hacía Dios esta
merced. Habrá más de tres que tan continuo me la quitó de este
modo, con otra cosa más subida -como quizá diré después-; y con
ver que me estaba hablando y yo mirando aquella gran hermosura y
la suavidad con que habla aquellas palabras por aquella
hermosísima y divina boca, y otras veces con rigor, y desear yo en
extremo entender el color de sus ojos o del tamaño que era, para
que lo supiese decir, jamás lo he merecido ver, ni me basta
procurarlo, antes se me pierde la visión del todo. Bien que algunas
veces veo mirarme con piedad; mas tiene tanta fuerza esta vista,
que el alma no la puede sufrir, y queda en tan subido arrobamiento
que, para más gozarlo todo, pierde esta hermosa vista. Así que
aquí no hay que querer y no querer. Claro se ve quiere el Señor que
no haya sino humildad y confusión, y tomar lo que nos dieren y
alabar a quien lo da.
3. Esto es en todas las visiones, sin quedar ninguna, que ninguna
cosa se puede, ni para ver menos ni más, hace ni deshace nuestra
diligencia. Quiere el Señor que veamos muy claro no es ésta obra
nuestra, sino de Su Majestad; porque muy menos podemos tener
soberbia, antes nos hace estar muy humildes y temerosos, viendo
que, como el Señor nos quita el poder para ver lo que queremos,
nos puede quitar estas mercedes y la gracia, y quedar perdidos del
todo; y que siempre andemos con miedo, mientras en este destierro
vivimos.
4. Casi siempre se me representaba el Señor así resucitado, y en la
Hostia lo mismo, si no eran algunas veces para esforzarme, si
estaba en tribulación, que me mostraba las llagas; algunas veces
en la cruz y en el Huerto; y con la corona de espinas, pocas; y
llevando la cruz también algunas veces, para -como digonecesidades mías y de otras personas, mas siempre la carne
glorificada.
Hartas afrentas y trabajos he pasado en decirlo, y hartos temores y
hartas persecuciones. Tan cierto les parecía que tenía demonio,
que me querían conjurar algunas personas. De esto poco se me
daba a mí: más sentía cuando veía yo que temían los confesores
de confesarme, o cuando sabía les decían algo. Con todo, jamás
me podía pesar de haber visto estas visiones celestiales, y por
todos los bienes y deleites del mundo sola una vez no lo trocara.
Siempre lo tenía por gran merced del Señor, y me parece un
grandísimo tesoro, y el mismo Señor me aseguraba muchas veces.
Yo me veía crecer en amarle muy mucho; íbame a quejar a El de
todos estos trabajos; siempre salía consolada de la oración y con
nuevas fuerzas. A ellos no los osaba yo contradecir, porque veía
era todo peor, que les parecía poca humildad. Con mi confesor
trataba; él siempre me consolaba mucho, cuando me veía fatigada.
5. Como las visiones fueron creciendo, uno de ellos que antes me
ayudaba (que era con quien me confesaba algunas veces que no
podía el ministro), comenzó a decir que claro era demonio.
Mándanme que, ya que no había remedio de resistir, que siempre
me santiguase cuando alguna visión viese, y diese higas, porque
tuviese por cierto era demonio, y con esto no vendría; y que no
hubiese miedo, que Dios me guardaría y me lo quitaría. A mí me era
esto gran pena; porque, como yo no podía creer sino que era Dios,
era cosa terrible para mí. Y tampoco podía -como he dicho- desear
se me quitase; mas, en fin, hacía cuanto me mandaban. Suplicaba
mucho a Dios que me librase de ser engañada. Esto siempre lo
hacía y con hartas lágrimas, y a San Pedro y a San Pablo, que me
dijo el Señor, como fue la primera vez que me apareció en su día,
que ellos me guardarían no fuese engañada; y así muchas veces
los veía al lado izquierdo muy claramente, aunque no con visión
imaginaria. Eran estos gloriosos Santos muy mis señores.
6 Dábame este dar higas grandísima pena cuando veía esta visión
del Señor; porque cuando yo le veía presente, si me hicieran
pedazos no pudiera yo creer que era demonio, y así era un género
de penitencia grande para mí. Y, por no andar tanto
santiguándome, tomaba una cruz en la mano. Esto hacía casi
siempre; las higas no tan continuo, porque sentía mucho.
Acordábame de las injurias que le habían hecho los judíos, y
suplicábale me perdonase, pues yo lo hacía por obedecer al que
tenía en su lugar, y que no me culpase, pues eran los ministros que
El tenía puestos en su Iglesia. Decíame que no se me diese nada,
que bien hacía en obedecer, mas que él haría que se entendiese la
verdad. Cuando me quitaban la oración, me pareció se había
enojado. Díjome que les dijese que ya aquello era tiranía. Dábame
causas para que entendiese que no era demonio. Alguna diré
después.
7. Una vez, teniendo yo la cruz en la mano, que la traía en un
rosario, me la tomó con la suya, y cuando me la tornó a dar, era de
cuatro piedras grandes muy más preciosas que diamantes, sin
comparación, porque no la hay casi a lo que se ve sobrenatural.
Diamante parece cosa contrahecha e imperfecta, de las piedras
preciosas que se ven allá. Tenía las cinco llagas de muy linda
hechura. Díjome que así la vería de aquí adelante, y así me
acaecía, que no veía la madera de que era, sino estas piedras. Mas
no lo veía nadie sino yo.
En comenzando a mandarme hiciese estas pruebas y resistiese, era
muy mayor el crecimiento de las mercedes. En queriéndome
divertir, nunca salía de oración. Aun durmiendo me parecía estaba
en ella. Porque aquí era crecer el amor y las lástimas que yo decía
al Señor y el no lo poder sufrir; ni era en mi mano, aunque yo quería
y más lo procuraba, de dejar de pensar en El. Con todo, obedecía
cuando podía, mas podía poco o nonada en esto, y el Señor nunca
me lo quitó; mas, aunque me decía lo hiciese, asegurábame por
otro cabo, y enseñábame lo que les había de decir, y así lo hace
ahora, y dábame tan bastantes razones, que a mí me hacía toda
seguridad.
8. Desde a poco tiempo comenzó Su Majestad, como me lo tenía
prometido, a señalar más que era El, creciendo en mí un amor tan
grande de Dios, que no sabía quién me le ponía, porque era muy
sobrenatural, ni yo le procuraba. Veíame morir con deseo de ver a
Dios, y no sabía adónde había de buscar esta vida, si no era con la
muerte. Dábanme unos ímpetus grandes de este amor, que,
aunque no eran tan insufrideros como los que ya otra vez he dicho
ni de tanto valor, yo no sabía qué me hacer; porque nada me
satisfacía, ni cabía en mí, sino que verdaderamente me parecía se
me arrancaba el alma. ¡Oh artificio soberano del Señor! ¡Qué
industria tan delicada hacíais con vuestra esclava miserable!
Escondíaisos de mí y apretábaisme con vuestro amor, con una
muerte tan sabrosa que nunca el alma querría salir de ella.
9. Quien no hubiere pasado estos ímpetus tan grandes, es
imposible poderlo entender, que no es desasosiego del pecho, ni
unas devociones que suelen dar muchas veces, que parece ahogan
el espíritu, que no caben en sí. Esta es oración más baja, y hanse
de evitar estos aceleramientos con procurar con suavidad
recogerlos dentro en sí y acallar el alma; que es esto como unos
niños que tienen un acelerado llorar, que parece van a ahogarse, y
con darlos a beber, cesa aquel demasiado sentimiento. Así acá la
razón ataje a encoger la rienda, porque podría ser ayudar el mismo
natural; vuelva la consideración con temer no es todo perfecto, sino
que puede ser mucha parte sensual, y acalle este niño con un
regalo de amor que la haga mover a amar por vía suave y no a
puñadas, como dicen. Que recojan este amor dentro, y no como
olla que cuece demasiado, porque se pone la leña sin discreción y
se vierte toda; sino que moderen la causa que tomaron para ese
fuego y procuren matar la llama con lágrimas suaves y no penosas,
que lo son las de estos sentimientos y hacen mucho daño. Yo las
tuve algunas veces a los principios, y dejábanme perdida la cabeza
y cansado el espíritu de suerte que otro día y más no estaba para
tornar a la oración. Así que es menester gran discreción a los
principios para que vaya todo con suavidad y se muestre el espíritu
a obrar interiormente. Lo exterior se procure mucho evitar.
10. Estotros ímpetus son diferentísimos. No ponemos nosotros la
leña, sino que parece que, hecho ya el fuego, de presto nos echan
dentro para que nos quememos. No procura el alma que duela esta
llaga de la ausencia del Señor, sino hincan una saeta en lo más
vivo de las entrañas y corazón, a las veces, que no sabe el alma
qué ha ni qué quiere. Bien entiende que quiere a Dios, y que la
saeta parece traía hierba para aborrecerse a sí por amor de este
Señor, y perdería de buena gana la vida por El.
No se puede encarecer ni decir el modo con que llaga Dios el alma,
y la grandísima pena que da, que la hace no saber de sí; mas es
esta pena tan sabrosa, que no hay deleite en la vida que más
contento dé. Siempre querría el alma -como he dicho- estar
muriendo de este mal.
11. Esta pena y gloria junta me traía desatinada, que no podía yo
entender cómo podía ser aquello. ¡Oh, qué es ver un alma herida!
Que digo que se entiende de manera que se puede decir herida por
tan excelente causa; y ve claro que no movió ella por dónde le
viniese este amor, sino que del muy grande que el Señor la tiene,
parece cayó de presto aquella centella en ella que la hace toda
arder. ¡Oh, cuántas veces me acuerdo, cuando así estoy, de aquel
verso de David: Quemadmodum desiderat cervus ad fontes
aquarum que me parece lo veo al pie de la letra en mí!
12. Cuando no da esto muy recio, parece se aplaca algo, al menos
busca el alma algún remedio -porque no sabe qué hacer- con
algunas penitencias, y no se sienten más ni hace más pena
derramar sangre que si estuviese el cuerpo muerto. Busca modos y
maneras para hacer algo que sienta por amor de Dios; mas es tan
grande el primer dolor, que no sé yo qué tormento corporal le
quitase. Como no está allí el remedio, son muy bajas estas
medicinas para tan subido mal; alguna cosa se aplaca y pasa algo
con esto, pidiendo a Dios la dé remedio para su mal, y ninguno ve
sino la muerte, que con ésta piensa gozar del todo a su Bien. Otras
veces da tan recio, que eso ni nada no se puede hacer, que corta
todo el cuerpo. Ni pies ni brazos no puede menear; antes si está en
pie se sienta, como una cosa trasportada que no puede ni aun
resolgar; sólo da unos gemidos no grandes, porque no puede más;
sonlo en el sentimiento.
13. Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía
un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que
no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me
representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que
dije primero. En esta visión quiso el Señor le viese así: no era
grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que
parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan.
Deben ser los que llaman querubines, que los nombres no me los
dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos
ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Veíale en
las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener
un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas
veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las
llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de
Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y
tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que
no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que
Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de
participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave
que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a
gustar a quien pensare que miento.
14. Los días que duraba esto andaba como embobada. No quisiera
ver ni hablar, sino abrazarme con mi pena, que para mí era mayor
gloria que cuantas hay en todo lo criado.
Esto tenía algunas veces, cuando quiso el Señor me viniesen estos
arrobamientos tan grandes, que aun estando entre gentes no los
podía resistir, sino que con harta pena mía se comenzaron a
publicar. Después que los tengo, no siento esta pena tanto, sino la
que dije en otra parte antes -no me acuerdo en qué capítulo-, que
es muy diferente en hartas cosas y de mayor precio; antes en
comenzando esta pena de que ahora hablo, parece arrebata el
Señor el alma y la pone en éxtasis, y así no hay lugar de tener pena
ni de padecer, porque viene luego el gozar.
Sea bendito por siempre, que tantas mercedes hace a quien tan
mal responde a tan grandes beneficios.
------------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO 30
Torna a contar el discurso de su vida y cómo remedió el Señor
mucho de sus trabajos con traer al lugar adonde estaba el santo
Fray Pedro de Alcántara, de la orden del glorioso San Francisco. Trata de grandes tentaciones y trabajos interiores que pasaba
algunas veces.
1. Pues viendo yo lo poco o nonada que podía hacer para no tener
estos ímpetus tan grandes, también temía de tenerlos; porque pena
y contento no podía yo entender cómo podía estar junto; que ya
pena corporal y contento espiritual, ya lo sabía que era bien posible;
mas tan excesiva pena espiritual y con tan grandísimo gusto, esto
me desatinaba.
Aún no cesaba en procurar resistir, mas podía tan poco, que
algunas veces me cansaba. Amparábame con la cruz y queríame
defender del que con ella nos amparó a todos. Veía que no me
entendía nadie, que esto muy claro lo entendía yo; mas no lo osaba
decir sino a mi confesor, porque esto fuera decir bien de verdad que
no tenía humildad.
2. Fue el Señor servido remediar gran parte de mi trabajo -y por
entonces todo- con traer a este lugar al bendito Fray Pedro de
Alcántara, de quien ya hice mención y dije algo de su penitencia,
que, entre otras cosas, me certificaron había traído veinte años
cilicio de hoja de lata continuo. Es autor de unos libros pequeños de
oración que ahora se tratan mucho, de romance, porque como
quien bien la había ejercitado, escribió harto provechosamente para
los que la tienen. Guardó la primera Regla del bienaventurado San
Francisco con todo rigor y lo demás que allá queda algo dicho.
3. Pues como la viuda sierva de Dios, que he dicho, y amiga mía,
supo que estaba aquí tan gran varón, y sabía mi necesidad, porque
era testigo de mis aflicciones y me consolaba harto, porque era
tanta su fe que no podía sino creer que era espíritu de Dios el que
todos los más decían era del demonio, y como es persona de harto
buen entendimiento y de mucho secreto y a quien el Señor hacía
harta merced en la oración, quiso Su Majestad darla luz en lo que
los letrados ignoraban. Dábanme licencia mis confesores que
descansase con ella algunas cosas, porque por hartas causas
cabía en ella. Cabíale parte algunas veces de las mercedes que el
Señor me hacía, con avisos harto provechosos para su alma.
Pues como lo supo, para que mejor le pudiese tratar, sin decirme
nada recaudó licencia de mi Provincial para que ocho días
estuviese en su casa, y en ella y en algunas iglesias le hablé
muchas veces esta primera vez que estuvo aquí, que después en
diversos tiempos le comuniqué mucho. Como le di cuenta en suma
de mi vida y manera de proceder de oración, con la mayor claridad
que yo supe, que esto he tenido siempre, tratar con toda claridad y
verdad con los que comunico mi alma, hasta los primeros
movimientos querría yo les fuesen públicos, y las cosas más
dudosas y de sospecha yo les argüía con razones contra mí, así
que sin doblez ni encubierta le traté mi alma.
4. Casi a los principio vi que me entendía por experiencia, que era
todo lo que yo había menester; porque entonces no me sabía
entender como ahora, para saberlo decir, que después me lo ha
dado Dios que sepa entender y decir las mercedes que Su
Majestad me hace, y era menester que hubiese pasado por ello
quien del todo me entendiese y declarase lo que era. El me dio
grandísima luz, porque al menos en las visiones que no eran
imaginarias no podía yo entender qué podía ser aquello, y
parecíame que en las que veía con los ojos del alma tampoco
entendía cómo podía ser; que -como he dicho- sólo las que se ven
con los ojos corporales era de las que me parecía a mí había de
hacer caso, y éstas no tenía.
5. Este santo hombre me dio luz en todo y me lo declaró, y dijo que
no tuviese pena, sino que alabase a Dios y estuviese tan cierta que
era espíritu suyo, que, si no era la fe, cosa más verdadera no podía
haber, ni que tanto pudiese creer. Y él se consolaba mucho
conmigo y hacíame todo favor y merced, y siempre después tuvo
mucha cuenta conmigo y daba parte de sus cosas y negocios. Y
como me veía con los deseos que él ya poseía por obra -que éstos
dábamelos el Señor muy determinados- y me veía con tanto ánimo,
holgábase de tratar conmigo; que a quien el Señor llega a este
estado no hay placer ni consuelo que se iguale a topar con quien le
parece le ha dado el Señor principios de esto; que entonces no
debía yo tener mucho más, a lo que me parece, y plega al Señor lo
tenga ahora.
6. Húbome grandísima lástima. Díjome que uno de los mayores
trabajos de la tierra era el que había padecido, que es contradicción
de buenos, y que todavía me quedaba harto, porque siempre tenía
necesidad y no había en esta ciudad quien me entendiese; mas que
él hablaría al que me confesaba y a uno de los que me daban más
pena, que era este caballero casado que ya he dicho. Porque, como
quien me tenía mayor voluntad, me hacía toda la guerra. Y es alma
temerosa y santa, y como me había visto tan poco había tan ruin,
no acababa de asegurarse.
Y así lo hizo el santo varón, que los habló a entrambos y les dio
causas y razones para que se asegurasen y no me inquietasen
más. El confesor poco había menester; el caballero tanto, que aun
no del todo bastó, mas fue parte para que no tanto me
amedrentase.
7. Quedamos concertados que le escribiese lo que me sucediese
más de ahí adelante, y de encomendarnos mucho a Dios; que era
tanta su humildad, que tenía en algo las oraciones de esta
miserable, que era harta mi confusión. Dejóme con grandísimo
consuelo y contento, y con que tuviese la oración con seguridad, y
que no dudase de que era Dios; y de lo que tuviese alguna duda y,
por más seguridad, de todo diese parte al confesor, y con esto
viviese segura.
Mas tampoco podía tener esa seguridad del todo, porque me
llevaba el Señor por camino de temer, como creer que era demonio
cuando me decían que lo era. Así que temor ni seguridad nadie
podía que yo la tuviese de manera que les pudiese dar más crédito
del que el Señor ponía en mi alma. Así que, aunque me consoló y
sosegó, no le di tanto crédito para quedar del todo sin temor, en
especial cuando el Señor me dejaba en los trabajos de alma que
ahora diré. Con todo, quedé -como digo- muy consolada.
No me hartaba de dar gracias a Dios y al glorioso padre mío San
José, que me pareció le había él traído, porque era Comisario
General de la Custodia de San José, a quien yo mucho me
encomendaba y a nuestra Señora.
8. Acaecíame algunas veces -y aun ahora me acaece, aunque no
tantas- estar con tan grandísimos trabajos de alma junto con
tormentos y dolores de cuerpo, de males tan recios, que no me
podía valer.
Otras veces tenía males corporales más graves, y como no tenía
los del alma, los pasaba con mucha alegría; mas cuando era todo
junto, era tan gran trabajo que me apretaba muy mucho. Todas las
mercedes que me había hecho el Señor se me olvidaban. Sólo
quedaba una memoria como cosa que se ha soñado, para dar
pena. Porque se entorpece el entendimiento de suerte, que me
hacía andar en mil dudas y sospecha, pareciéndome que yo no lo
había sabido entender y que quizá se me antojaba y que bastaba
que anduviese yo engañada sin que engañase a los buenos.
Parecíame yo tan mala, que cuantos males y herejías se habían
levantado me parecía eran por mis pecados.
9. Esta es una humildad falsa que el demonio inventaba para
desasosegarme y probar si puede traer el alma a desesperación.
Tengo ya tanta experiencia que es cosa de demonio, que, como ya
ve que le entiendo, no me atormenta en esto tantas veces como
solía. Vese claro en la inquietud y desasosiego con que comienza, y
el alboroto que da en el alma todo lo que dura, y la oscuridad y
aflicción que en ella pone, la sequedad y mala disposición para
oración ni para ningún bien. Parece que ahoga el alma y ata el
cuerpo para que de nada aproveche. Porque la humildad
verdadera, aunque se conoce el alma por ruin, y da pena ver lo que
somos, y pensamos grandes encarecimientos de nuestra maldad,
tan grandes como los dichos, y se sienten con verdad, no viene con
alboroto ni desasosiega el alma ni la oscurece ni da sequedad;
antes la regala, y es todo al revés: con quietud, con suavidad, con
luz. Pena que, por otra parte conforta de ver cuán gran merced la
hace Dios en que tenga aquella pena y cuán bien empleada es.
Duélele lo que ofendió a Dios. Por otra parte, la ensancha su
misericordia. Tiene luz para confundirse a sí y alaba a Su Majestad
porque tanto la sufrió.
En estotra humildad que pone el demonio, no hay luz para ningún
bien, todo parece lo pone Dios a fuego y a sangre. Represéntale la
justicia, y aunque tiene fe que hay misericordia, porque no puede
tanto el demonio que la haga perder, es de manera que no me
consuela, antes cuando mira tanta misericordia, le ayuda a mayor
tormento, porque me parece estaba obligada a más.
10. Es una invención del demonio de las más penosas y sutiles y
disimuladas que yo he entendido de él, y así querría avisar a
vuestra merced para que, si por aquí le tentare, tenga alguna luz y
lo conozca, si le dejare el entendimiento para conocerlo. Que no
piense que va en letras y saber, que, aunque a mí todo me falta,
después de salida de ello bien entiendo es desatino. Lo que he
entendido es que quiere y permite el Señor y le da licencia, como se
la dio para que tentase a Job, aunque a mí -como a ruin- no es con
aquel rigor.
11. Hame acaecido y me acuerdo ser un día antes de la víspera de
Corpus Christi, fiesta de quien yo soy devota, aunque no tanto
como es razón. Esta vez duróme sólo hasta el día, que otras
dúrame ocho y quince días, y aun tres semanas, y no sé si más, en
especial las Semanas Santas, que solía ser mi regalo de oración.
Me acaece que coge de presto el entendimiento por cosas tan
livianas a las veces, que otras me riera yo de ellas; y hácele estar
trabucado en todo lo que él quiere y el alma aherrojada allí, sin ser
señora de sí ni poder pensar otra cosa más de los disparates que él
la representa, que casi ni tienen tomo ni atan ni desatan; sólo ata
para ahogar de manera el alma, que no cabe en sí. Y es así que me
ha acaecido parecerme que andan los demonios como jugando a la
pelota con el alma, y ella que no es parte para librarse de su poder.
No se puede decir lo que en este caso se padece. Ella anda a
buscar reparo, y permite Dios no le halle. Sólo queda siempre la
razón del libre albedrío, no clara. Digo yo que debe ser casi tapados
los ojos, como una persona que muchas veces ha ido por una
parte, que, aunque sea noche y a oscuras, ya por el tino pasado
sabe adónde puede tropezar, porque lo ha visto de día, y guárdase
de aquel peligro. Así es para no ofender a Dios, que parece se va
por la costumbre. Dejemos aparte el tenerla el Señor, que es lo que
hace al caso.
12. La fe está entonces tan amortiguada y dormida como todas las
demás virtudes, aunque no perdida, que bien cree lo que tiene la
Iglesia, mas pronunciado por la boca, y que parece por otro cabo la
aprietan y entorpecen para que, casi como cosa que oyó de lejos, le
parece conoce a Dios.
El amor tiene tan tibio que, si oye hablar en El, escucha como una
cosa que cree ser el que es porque lo tiene la Iglesia; mas no hay
memoria de lo que ha experimentado en sí.
Irse a rezar, no es sino más congoja, o estar en soledad; porque el
tormento que en sí se siente, sin saber de qué, es incomportable.
A mi parecer, es un poco del traslado del infierno. Esto es así,
según el Señor en una visión me dio a entender; porque el alma se
quema en sí, sin saber quién ni por dónde le ponen fuego, ni cómo
huir de él, ni con qué le matar.
Pues quererse remediar con leer, es como si no se supiese. Una
vez me acaeció ir a leer una vida de un santo para ver si me
embebería y para consolarme de lo que él padeció, y leer cuatro o
cinco veces otros tantos renglones y, con ser romance, menos
entendía de ellos a la postre que al principio, y así lo dejé. Esto me
acaeció muchas veces, sino que ésta se me acuerda más en
particular.
13. Tener, pues, conversación con nadie, es peor. Porque un
espíritu tan disgustado de ira pone el demonio, que parece a todos
me querría comer, sin poder hacer más, y algo parece se hace en
irme a la mano, o hace el Señor en tener de su mano a quien así
está, para que no diga ni haga contra sus prójimos cosa que los
perjudique y en que ofenda a Dios.
Pues ir al confesor, esto es cierto que muchas veces me acaecía lo
que diré, que, con ser tan santos como lo son los que en este
tiempo he tratado y trato, me decían palabras y me reñían con una
aspereza, que después que se las decía yo ellos mismos se
espantaban y me decían que no era más en su mano. Porque,
aunque ponían muy por sí de no lo hacer otras veces (que se les
hacía después lástima y aún escrúpulo), cuando tuviese semejantes
trabajos de cuerpo y de alma, y se determinaban a consolarme con
piedad, no podían. No decían ellos malas palabras -digo en que
ofendiesen a Dios-, mas las más disgustadas que se sufrían para
confesor. Debían pretender mortificarme, y aunque otras veces me
holgaba y estaba para sufrirlo, entonces todo me era tormento.
Pues dame también parecer que los engaño, e iba a ellos y
avisábalos muy a las veras que se guardasen de mí, que podría ser
los engañase. Bien veía yo que de advertencia no lo haría, ni les
diría mentira, mas todo me era temor. Uno medijo una vez, como
entendió la tentación, que no tuviese pena, que aunque yo quisiese
engañarle, seso tenía él para no dejarse engañar. Esto me dio
mucho consuelo.
14. Algunas veces -y casi ordinario, al menos lo más continuo- en
acabando de comulgar descansaba; y aun algunas, en llegando al
Sacramento, luego a la hora quedaba tan buena, alma y cuerpo,
que yo me espanto. No parece sino que en un punto se deshacen
todas las tinieblas del alma y, salido el sol, conocía las tonterías en
que había estado.
Otras, con sola una palabra que me decía el Señor, con sólo decir:
No estés fatigada; no hayas miedo -como ya dejo otra vez dicho-,
quedaba del todo sana, o con ver alguna visión, como si no hubiera
tenido nada. Regalábame con Dios; quejábame a El cómo
consentía tantos tormentos que padeciese; mas ello era bien
pagado, que casi siempre eran después en gran abundancia las
mercedes.
No me parece sino que sale el alma del crisol como el oro, más
afinada y clarificada, para ver en sí al Señor. Y así se hacen
después pequeños estos trabajos con parecer incomportables, y se
desean tornar a padecer, si el Señor se ha de servir más de ello. Y
aunque haya mas tribulaciones y persecuciones, como se pasen sin
ofender al Señor, sino holgándose de padecerlo por El, todo es para
mayor ganancia, aunque como se han de llevar no los llevo yo, sino
harto imperfectamente.
15.Otras veces me venían de otra suerte, y vienen, que de todo
punto me parece se me quita la posibilidad de pensar cosa buena ni
desearla hacer, sino un alma y cuerpo del todo inútil y pesado; mas
no tengo con esto estotras tentaciones y desasosiegos, sino un
disgusto, sin entender de qué, ni nada contenta al alma. Procuraba
hacer buenas obras exteriores para ocuparme medio por fuerza, y
conozco bien lo poco que es un alma cuando se esconde la gracia.
No me daba mucha pena, porque este ver mi bajeza me daba
alguna satisfacción.
16. Otras veces me hallo que tampoco cosa formada puedo pensar
de Dios ni de bien que vaya con asiento, ni tener oración, aunque
esté en soledad; mas siento que le conozco. El entendimiento e
imaginación entiendo yo es aquí lo que me daña, que la voluntad
buena me parece a mí que está y dispuesta para todo bien. Mas
este entendimiento está tan perdido, que no parece sino un loco
furioso que nadie le puede atar, ni soy señora de hacerle estar
quedo un credo. Algunas veces me río y conozco mi miseria, y
estoyle mirando y déjole a ver qué hace; y -gloria a Dios- nunca por
maravilla va a cosa mala, sino indiferentes: si algo hay que hacer
aquí y allí y acullá. Conozco más entonces la grandísima merced
que me hace el Señor cuando tiene atado este loco en perfecta
contemplación. Miro qué sería si me viesen este desvarío las
personas que me tienen por buena. He lástima grande al alma de
verla en tan mala compañía. Deseo verla con libertad, y así digo al
Señor: «¿cuándo, Dios mío, acabaré ya de ver mi alma junta en
vuestra alabanza, que os gocen todas las potencias? ¡No permitáis,
Señor, sea ya más despedazada, que no parece sino que cada
pedazo anda por su cabo!».
Esto paso muchas veces. Algunas bien entiendo le hace harto al
caso la poca salud corporal. Acuérdome mucho del daño que nos
hizo el primer pecado, que de aquí me parece nos vino ser
incapaces de gozar tanto bien en un ser, y deben ser los míos, que,
si yo no hubiera tenido tantos, estuviera más entera en el bien.
17. Pasé también otro gran trabajo: que como todos los libros que
leía que tratan de oración me parecía los entendía todos y que ya
me había dado aquello el Señor, que no los había menester, y así
no los leía, sino vidas de Santos, que, como yo me hallo tan corta
en lo que ellos servían a Dios, esto parece me aprovecha y anima.
Parecíame muy poca humildad pensar yo había llegado a tener
aquella oración; y como no podía acabar conmigo otra cosa,
dábame mucha pena, hasta que letrados y el bendito Fray Pedro de
Alcántara me dijeron que no se me diese nada. Bien veo yo que en
el servir a Dios no he comenzado -aunque en hacerme Su Majestad
mercedes es como a muchos buenos- y que estoy hecha una
imperfección, si no es en los deseos y en amar, que en esto bien
veo me ha favorecido el Señor para que le pueda en algo servir.
Bien me parece a mí que le amo, mas las obras me desconsuelan y
las muchas imperfecciones que veo en mí.
18. Otras veces me da una bobería de alma -digo yo que es-, que ni
bien ni mal me parece que hago, sino andar al hilo de la gente,
como dicen: ni con pena ni con gloria, ni la da vida ni muerte, ni
placer ni pesar. No parece se siente nada. Paréceme a mí que anda
el alma como un asnillo que pace, que se sustenta porque lo dan de
comer y come casi sin sentirlo; porque el alma en este estado no
debe estar sin comer algunas grandes mercedes de Dios, pues en
vida tan miserable no le pesa de vivir y lo pasa con igualdad, mas
no se sienten movimientos ni efectos para que se entienda el alma.
19. Paréceme ahora a mí como un navegar con un aire muy
sosegado, que se anda mucho sin entender cómo; porque en
estotras maneras son tan grandes los efectos, que casi luego ve el
alma su mejora. Porque luego bullen los deseos y nunca acaba de
satisfacerse un alma. Esto tienen los grandes ímpetus de amor que
he dicho, a quien Dios los da. Es como unas fontecicas que yo he
visto manar, que nunca cesa de hacer movimiento la arena hacia
arriba.
Al natural me parece este ejemplo o comparación de las almas que
aquí llegan: siempre está bullendo el amor y pensando qué hará.
No cabe en sí, como en la tierra parece no cabe aquel agua, sino
que la echa de sí. Así está el alma muy ordinario, que no sosiega ni
cabe en sí con el amor que tiene; ya la tiene a ella empapada en sí.
Querría bebiesen los otros, pues a ella no la hace falta, para que la
ayudasen a alabar a Dios. ¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua
viva que dijo el Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a
aquel Evangelio; y es así, cierto, que sin entender como ahora este
bien, desde muy niña lo era, y suplicaba muchas veces al Señor me
diese aquel agua, y la tenía dibujada adonde estaba siempre, con
este letrero, cuando el Señor llegó al pozo. Domine, da mihi aquam.
20. Parece también como un fuego que es grande y, para que no se
aplaque, es menester haya siempre qué quemar. Así son las almas
que digo. Aunque fuese muy a su costa, querrían traer leña para
que no cesase este fuego. Yo soy tal que aun con pajas que
pudiese echar en él me contentaría, y así me acaece algunas y
muchas veces; unas me río y otras me fatigo mucho. El movimiento
interior me incita a que sirva en algo -de que no soy para más- en
poner ramitos y flores a imágenes, en barrer, en poner un oratorio,
en unas cositas tan bajas que me hacía confusión. Si hacía o hago
algo de penitencia, todo poco y de manera que, a no tomar el Señor
la voluntad, veía yo era sin ningún tomo, y yo misma burlaba de mí.
Pues no tienen poco trabajo a ánimas que da Dios por su bondad
este fuego de amor suyo en abundancia, faltar fuerzas corporales
para hacer algo por El. Es una pena bien grande. Porque, como le
faltan fuerzas para echar alguna leña en este fuego y ella muere
porque no se mate, paréceme que ella entre sí se consume y hace
ceniza y se deshace en lágrimas y se quema; y es harto tormento,
aunque es sabroso.
21. Alabe muy mucho al Señor el alma que ha llegado aquí y le da
fuerzas corporales para hacer penitencia, o le dio letras y talentos y
libertad para predicar y confesar y llegar almas a Dios. Que no sabe
ni entiende el bien que tiene, si no ha pasado por gustar qué es no
poder hacer nada en servicio del Señor, y recibir siempre mucho.
Sea bendito por todo y denle gloria los ángeles, amén.
22. No sé si hago bien de escribir tantas menudencias. Como
vuestra merced me tornó a enviar a mandar que no se me diese
nada de alargarme ni dejase nada, voy tratando con claridad y
verdad lo que se me acuerda. Y no puede ser menos de dejarse
mucho, porque sería gastar mucho más tiempo, y tengo tan poco
como he dicho, y por ventura no sacar ningún provecho.
------------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO 31
Trata de algunas tentaciones exteriores y representaciones que la
hacía el demonio, y tormentos que la daba. - Trata también algunas
cosas harto buenas para aviso de personas que van camino de
perfección. *
1. Quiero decir, ya que he dicho algunas tentaciones y turbaciones
interiores y secretas que el demonio me causaba, otras que hacía
casi públicas en que no se podía ignorar que era él.
2. Estaba una vez en un oratorio, y aparecióme hacia el lado
izquierdo, de abominable figura; en especial miré la boca, porque
me habló, que la tenía espantable. Parecía le salía una gran llama
del cuerpo, que estaba toda clara, sin sombra. Díjome
espantablemente que bien me había librado de sus manos, mas
que él me tornaría a ellas. Yo tuve gran temor y santigüéme como
pude, y desapareció y tornó luego. Por dos veces me acaeció esto.
Yo no sabía qué me hacer. Tenía allí agua bendita y echélo hacia
aquella parte, y nunca más tornó.
3. Otra vez me estuvo cinco horas atormentando, con tan terribles
dolores y desasosiego interior y exterior, que no me parece se
podía ya sufrir. Las que estaban conmigo estaban espantadas y no
sabían qué se hacer ni yo cómo valerme. Tengo por costumbre,
cuando los dolores y mal corporal es muy intolerable, hacer actos
como puedo entre mí, suplicando al Señor, si se sirve de aquello,
que me dé Su Majestad paciencia y me esté yo así hasta el fin del
mundo.
Pues como esta vez vi el padecer con tanto rigor, remediábame con
estos actos para poderlo llevar, y determinaciones. Quiso el Señor
entendiese cómo era el demonio, porque vi cabe mí un negrillo muy
abominable, regañando como desesperado de que adonde
pretendía ganar perdía. Yo, como le vi, reíme, y no hube miedo,
porque había allí algunas conmigo que no se podían valer ni sabían
qué remedio poner a tanto tormento, que eran grandes los golpes
que me hacía dar sin poderme resistir, con cuerpo y cabeza y
brazos. Y lo peor era el desasosiego interior, que de ninguna suerte
podía tener sosiego. No osaba pedir agua bendita por no las poner
miedo y porque no entendiesen lo que era.
4. De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa con que
huyan más para no tornar. De la cruz también huyen, mas vuelven.
Debe ser grande la virtud del agua bendita. Para mí es particular y
muy conocida consolación que siente mi alma cuando lo tomo. Es
cierto que lo muy ordinario es sentir una recreación que no sabría
yo darla a entender, como un deleite interior que toda el alma me
conforta. Esto no es antojo, ni cosa que me ha acaecido sola una
vez, sino muy muchas, y mirado con gran advertencia. Digamos
como si uno estuviese con mucha calor y sed y bebiese un jarro de
agua fría, que parece todo él sintió el refrigerio. Considero yo qué
gran cosa es todo lo que está ordenado por la Iglesia, y regálame
mucho ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras, que así la
pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia que hace
a lo que no es bendito.
5. Pues como no cesaba el tormento, dije: si no se riesen, pediría
agua bendita. Trajéronmelo y echáronmelo a mí, y no aprovechaba;
echélo hacia donde estaba, y en un punto se fue y se me quitó todo
el mal como si con la mano me lo quitaran, salvo que quedé
cansada como si me hubieran dado muchos palos. Hízome gran
provecho ver que, aun no siendo un alma y cuerpo suyo, cuando el
Señor le da licencia hace tanto mal, ¿qué hará cuando él lo posea
por suyo? Diome de nuevo gana de librarme de tan ruin compañía.
6. Otra vez poco ha, me acaeció lo mismo, aunque no duró tanto, y
yo estaba sola. Pedí agua bendita, y las que entraron después que
ya se habían ido (que eran dos monjas bien de creer, que por
ninguna suerte dijeran mentira), olieron un olor muy malo, como de
piedra azufre. Yo no lo olí. Duró de manera que se pudo advertir a
ello.
Otra vez estaba en el coro y diome un gran ímpetu de recogimiento.
Fuime de allí porque no lo entendiesen, aunque cerca oyeron todas
dar golpes grandes adonde yo estaba, y yo cabe mí oí hablar como
que concertaban algo, aunque no entendí qué; habla gruesa; mas
estaba tan en oración, que no entendí cosa ni hube ningún miedo.
Casi cada vez era cuando el Señor me hacía merced de que por mi
persuasión se aprovechase algún alma.
Y es cierto que me acaeció lo que ahora diré, y de esto hay muchos
testigos, en especial quien ahora me confiesa, que lo vio por escrito
en una carta; sin decirle yo quién era la persona cuya era la carta,
bien sabía él quién era.
7. Vino una persona a mí que había dos años y medio que estaba
en un pecado mortal, de los más abominables que yo he oído, y en
todo este tiempo ni le confesaba ni se enmendaba, y decía misa. Y
aunque confesaba otros, éste decía que cómo le había de confesar,
cosa tan fea. Y tenía gran deseo de salir de él y no se podía valer a
sí. A mí hízome gran lástima; y ver que se ofendía Dios de tal
manera, me dio mucha pena. Prometíle de suplicar mucho a Dios le
remediase y hacer que otras personas lo hiciesen, que eran
mejores que yo, y escribía a cierta persona que él me dijo podía dar
las cartas. Y es así que a la primera se confesó; que quiso Dios (por
las muchas personas muy santas que lo habían suplicado a Dios,
que se lo había yo encomendado) hacer con esta alma esta
misericordia, y yo, aunque miserable, hacía lo que podía con harto
cuidado.
Escribióme que estaba ya con tanta mejoría, que había días que no
caía en él; mas que era tan grande el tormento que le daba la
tentación, que parecía estaba en el infierno, según lo que padecía;
que le encomendase a Dios. Yo lo torné a encomendar a mis
Hermanas, por cuyas oraciones debía el Señor hacerme esta
merced, que lo tomaron muy a pechos. Era persona que no podía
nadie atinar en quién era. Yo supliqué a Su Majestad se aplacasen
aquellos tormentos y tentaciones, y se viniesen aquellos demonios
a atormentarme a mí, con que yo no ofendiese en nada al Señor.
Es así que pasé un mes de grandísimos tormentos. Entonces eran
estas dos cosas que he dicho.
8. Fue el Señor servido que le dejaron a él. Así me lo escribieron,
porque yo le dije lo que pasaba en este mes. Tomó fuerza su alma
y quedó del todo libre, que no se hartaba de dar gracias al Señor y
a mí, como si yo hubiera hecho algo, sino que ya el crédito que
tenía de que el Señor me hacía mercedes le aprovechaba. Decía
que cuando se veía muy apretado, leía mis cartas y se le quitaba la
tentación, y estaba muy espantado de lo que yo había padecido y
cómo se había librado él. Y aun yo me espanté y lo sufriera otros
muchos años por ver aquel alma libre. Sea alabado por todo, que
mucho puede la oración de los que sirven al Señor, como yo creo lo
hacen en esta casa estas hermanas; sino que, como yo lo
procuraba, debían los demonios indignarse más conmigo, y el
Señor por mis pecados lo permitía.
9. En este tiempo también una noche pensé me ahogaban; y como
echaron mucha agua bendita, vi ir mucha multitud de ellos, como
quien se va desempeñando. Son tantas veces las que estos
malditos me atormentan y tan poco el miedo que yo ya los he, con
ver que no se pueden menear si el Señor no les da licencia, que
cansaría a vuestra merced y me cansaría si las dijese.
10. Lo dicho aproveche de que el verdadero siervo de Dios se le dé
poco de estos espantajos que éstos ponen para hacer temer.
Sepan que, a cada vez que se nos da poco de ellos, quedan con
menos fuerza y el alma muy más señora. Siempre queda algún gran
provecho, que por no alargar no lo digo.
Sólo diré esto que me acaeció una noche de las ánimas: estando
en un oratorio, habiendo rezado un nocturno y diciendo unas
oraciones muy devotas -que están al fin de él- muy devotas que
tenemos en nuestro rezado, se me puso sobre el libro para que no
acabase la oración. Yo me santigüé, y fuese. Tornando a comenzar,
tornóse. Creo fueron tres veces las que la comencé y, hasta que
eché agua bendita, no pude acabar. Vi que salieron algunas almas
del purgatorio en el instante, que debía faltarlas poco, y pensé si
pretendía estorbar esto.
Pocas veces le he visto tomando forma y muchas sin ninguna
forma, como la visión que sin forma se ve claro está allí, como he
dicho.
11. Quiero también decir esto, porque me espantó mucho: estando
un día de la Trinidad en cierto monasterio en el coro y en
arrobamiento, vi una gran contienda de demonios contra ángeles.
Yo no podía entender qué querría decir aquella visión. Antes de
quince días se entendió bien en cierta contienda que acaeció entre
gente de oración y muchos que no lo eran, y vino harto daño a la
casa que era; fue contienda que duró mucho y de harto
desasosiego.
Otras veces veía mucha multitud de ellos en rededor de mí, y
parecíame estar una gran claridad que me cercaba toda, y ésta no
les consentía llegar a mí. Entendí que me guardaba Dios, para que
no llegasen a mí de manera que me hiciesen ofenderle. En lo que
he visto en mí algunas veces, entendí que era verdadera visión.
El caso es que ya tengo tan entendido su poco poder, si yo no soy
contra Dios, que casi ningún temor los tengo. Porque no son nada
sus fuerzas, si no ven almas rendidas a ellos y cobardes, que aquí
muestran ellos su poder.
Algunas veces, en las tentaciones que ya dije, me parecía que
todas las vanidades y flaquezas de tiempos pasados tornaban a
despertar en mí, que tenía bien que encomendarme a Dios. Luego
era el tormento de parecerme que, pues me venían aquellos
pensamientos, que debía de ser todo demonio, hasta que me
sosegaba el confesor. Porque aun primer movimiento de mal
pensamiento me parecía a mí no había de tener quien tantas
mercedes recibía del Señor.
12. Otras veces me atormentaba mucho y aún ahora me atormenta
ver que se hace mucho caso de mí, en especial personas
principales, y de que decían mucho bien. En esto he pasado y paso
mucho. Miro luego a la vida de Cristo y de los santos, y paréceme
que voy al revés, que ellos no iban sino por desprecio e injurias.
Háceme andar temerosa y como que no oso alzar la cabeza ni
querría parecer, lo que no hago cuando tengo persecuciones. Anda
el ánima tan señora, aunque el cuerpo lo siente, y por otra parte
ando afligida, que yo no sé cómo esto puede ser; mas pasa así, que
entonces parece está el alma en su reino y que lo trae todo debajo
de los pies.
Dábame algunas veces y duróme hartos días, y parecía era virtud y
humildad por una parte, y ahora veo claro que era tentación. Un
fraile dominico, gran letrado, me lo declaró bien. Cuando pensaba
que estas mercedes que el Señor me hace se habían de venir a
saber en público, era tan excesivo el tormento, que me inquietaba
mucho el ánima. Vino a términos que, considerándolo, de mejor
gana me parece me determinaba a que me enterraran viva que por
esto. Y así, cuando me comenzaron estos grandes recogimientos o
arrobamientos a no poder resistirlos aun en público, quedaba yo
después tan corrida, que no quisiera parecer adonde nadie me
viera.
13. Estando una vez muy fatigada de esto, me dijo el Señor, que
qué temía; que en esto no podía, sino haber dos cosas: o que
murmurasen de mí, o alabarle a El; dando a entender que los que lo
creían, le alabarían, y los que no, era condenarme sin culpa, y que
entrambas cosas eran ganancia para mí; que no me fatigase.
Mucho me sosegó esto, y me consuela cuando se me acuerda.
Vino a términos la tentación, que me quería ir de este lugar y dotar
en otro monasterio muy más encerrado que en el que yo al
presente estaba, que había oído decir muchos extremos de él. Era
también de mi Orden, y muy lejos, que eso es lo que a mí me
consolara, estar adonde no me conocieran; y nunca mi confesor me
dejó.
14. Mucho me quitaban la libertad del espíritu estos temores, que
después vine yo a entender no era buena humildad, pues tanto
inquietaba, y me enseñó el Señor esta verdad: que yo tan
determinada y cierta estuviera que no era ninguna cosa buena mía,
sino de Dios, que así como no me pesaba de oír loar a otras
personas, antes me holgaba y consolaba mucho de ver que allí se
mostraba Dios, que tampoco me pesaría mostrase en mí sus obras.
15. También di en otro extremo, que fue suplicar a Dios -y hacía
oración particular- que cuando a alguna persona le pareciese algo
bien en mí, que Su Majestad le declarase mis pecados, para que
viese cuán sin mérito mío me hacía mercedes, que esto deseo yo
siempre mucho. Mi confesor me dijo que no lo hiciese. Mas hasta
ahora poco ha, si veía yo que una persona pensaba de mí bien
mucho, por rodeos o como podía le daba a entender mis pecados, y
con esto parece descansaba. También me han puesto mucho
escrúpulo en esto.
16. Procedía esto no de humildad, a mi parecer, sino de una
tentación venían muchas. Parecíame que a todos los traía
engañados y, aunque es verdad que andan engañados en pensar
que hay algún bien en mí, no era mi deseo engañarlos, ni jamás tal
pretendí, sino que el Señor por algún fin lo permite; y así, aun con
los confesores, si no viera era necesario, no tratara ninguna cosa,
que se me hiciera gran escrúpulo.
Todos estos temorcillos y penas y sombra de humildad entiendo yo
ahora era harta imperfección, y de no estar mortificada; porque un
alma dejada en las manos de Dios no se le da más que digan bien
que mal, si ella entiende bien bien entendido -como el Señor quiere
hacerle merced que lo entienda- que no tiene nada de sí. Fíese de
quien se lo da, que sabrá por qué lo descubre, y aparéjese a la
persecución, que está cierta en los tiempos de ahora, cuando de
alguna persona quiere el Señor se entienda que la hace semejantes
mercedes; porque hay mil ojos para un alma de éstas, adonde para
mil almas de otra hechura no hay ninguno.
17. A la verdad, no hay poca razón de temer, y éste debía ser mi
temor, y no humildad, sino pusilanimidad. Porque bien se puede
aparejar un alma que así permite Dios que ande en los ojos del
mundo, a ser mártir del mundo, porque si ella no se quiere morir a
él, el mismo mundo los matará. No veo, cierto, otra cosa en él que
bien me parezca, sino no consentir faltas en los buenos que a poder
de murmuraciones no las perfeccione. Digo que es menester más
ánimo para, si uno no está perfecto, llevar camino de perfección,
que para ser de presto mártires. Porque la perfección no se alcanza
en breve, si no es a quien el Señor quiere por particular privilegio
hacerle esta merced. El mundo, en viéndole comenzar, le quiere
perfecto y de mil lenguas le entiende una falta que por ventura en él
es virtud, y quien le condena usa de aquello mismo por vicio y así lo
juzga en el otro. No ha de haber comer ni dormir ni, como dicen,
resolgar; y mientras en más le tienen, más deben olvidar que aún
se están en el cuerpo, por perfecta que tengan el alma. Viven aún
en la tierra sujetos a sus miserias, aunque más la tengan debajo de
los pies. Y así, como digo, es menester gran ánimo, porque la pobre
alma aún no ha comenzado a andar, y quiérenla que vuele. Aún no
tiene vencidas las pasiones, y quieren que en grandes ocasiones
estén tan enteras como ellos leen estaban los santos después de
confirmados en gracia.
Es para alabar al Señor lo que en esto pasa, y aun para lastimar
mucho el corazón; porque muy muchas almas tornan atrás, que no
saben las pobrecitas valerse. Y así creo hiciera la mía, si el Señor
tan misericordiosamente no lo hiciera todo de su parte; y hasta que
por su bondad lo puso todo, ya verá vuestra merced que no ha
habido en mí sino caer y levantar.
18. Querría saberlo decir, porque creo se engañan aquí muchas
almas que quieren volar antes que Dios les dé alas. Ya creo he
dicho otra vez esta comparación, mas viene bien aquí. Trataré esto,
porque veo a algunas almas muy afligidas por esta causa: como
comienzan con grandes deseos y hervor y determinación de ir
adelante en la virtud, y algunas cuanto a lo exterior todo lo dejan
por El, como ven en otras personas, que son más crecidas, cosas
muy grandes de virtudes que les da el Señor, que no nos la
podemos nosotros tomar, ven en todos los libros que están escritos
de oración y contemplación poner cosas que hemos de hacer para
subir a esta dignidad, que ellos no las pueden luego acabar
consigo, desconsuélanse. Como es: un no se nos dar nada que
digan mal de nosotros, antes tener mayor contento que cuando
dicen bien; una poca estima de honra; un desasimiento de sus
deudos, que, si no tienen oración, no los querría tratar, antes le
cansan; otras cosas de esta manera muchas, que, a mi parecer, las
ha de dar Dios, porque me parece son ya bienes sobrenaturales o
contra nuestra natural inclinación.
No se fatiguen; esperen en el Señor, que lo que ahora tienen en
deseos Su Majestad hará que lleguen a tenerlo por obra, con
oración y haciendo de su parte lo que es en sí; porque es muy
necesario para este nuestro flaco natural tener gran confianza y no
desmayar, ni pensar que, si nos esforzamos, dejaremos de salir con
victoria.
19. Y porque tengo mucha experiencia de esto, diré algo para aviso
de vuestra merced. No piense, aunque le parezca que sí, que está
ya ganada la virtud, si no la experimenta con su contrario. Y
siempre hemos de estar sospechosos y no descuidarnos mientras
vivimos; porque mucho se nos pega luego, si -como digo- no está
ya dada del todo la gracia para conocer lo que es todo, y en esta
vida nunca hay todo sin muchos peligros.
Parecíame a mí, pocos años ha, que no sólo no estaba asida a mis
deudos, sino que me cansaban. Y era cierto así, que su
conversación no podía llevar. Ofrecióse cierto negocio de harta
importancia, y hube de estar con una hermana mía a quien yo
quería muy mucho antes y, puesto que en la conversación, aunque
ella es mejor que yo, no me hacía con ella (porque como tiene
diferente estado, que es casada, no puede ser la conversación
siempre en lo que yo la querría, y lo más que podía me estaba
sola), vi que me daban pena sus penas más harto que de prójimo, y
algún cuidado. En fin, entendí de mí que no estaba tan libre como
yo pensaba, y que aún había menester huir la ocasión, para que
esta virtud que el Señor me había comenzado a dar fuese en
crecimiento, y así con su favor lo he procurado hacer siempre
después acá.
20. En mucho se ha de tener una virtud cuando el Señor la
comienza a dar, y en ninguna manera ponernos en peligro de
perderla. Así es en cosas de honra y en otras muchas; que crea
vuestra merced que no todos los que pensamos estamos desasidos
del todo, lo están, y es menester nunca descuidar en esto; y
cualquiera persona que sienta en sí algún punto de honra, si quiere
aprovechar, créame y dé tras este atamiento, que es una cadena
que no hay lima que la quiebre, si no es Dios con oración y hacer
mucho de nuestra parte. Paréceme que es una ligadura para este
camino, que yo me espanto el daño que hace.
Veo a algunas personas santas en sus obras, que las hacen tan
grandes que espantan las gentes. ¡Válgame Dios! ¿Por qué está
aún en la tierra esta alma? ¿Cómo no está en la cumbre de la
perfección? ¿Qué es esto? ¿Quién detiene a quien tanto hace por
Dios? -¡Oh, que tiene un punto de honra...! Y lo peor que tiene es
que no quiere entender que le tiene, y es porque algunas veces le
hace entender el demonio que es obligado a tenerle.
21. Pues créanme, crean por amor del Señor a esta hormiguilla que
el Señor quiere que hable, que si no quitan esta oruga, que ya que
a todo el árbol no dañe (porque algunas otras virtudes quedarán,
mas todas carcomidas), no es árbol hermoso, sino que él no medra,
ni aun deja medrar a los que andan cabe él. Porque la fruta que da
de buen ejemplo no es nada sana; poco durará.
Muchas veces lo digo: que por poco que sea el punto de honra, es
como en el canto de órgano, que un punto o compás que se yerre,
disuena toda la música. Y es cosa que en todas partes hace harto
daño al alma, mas en este camino de oración es pestilencia.
22. Andas procurando juntarte con Dios por unión, y queremos
seguir sus consejos de Cristo, cargado de injurias y testimonios, ¿y
queremos muy entera nuestra honra y crédito? -No es posible llegar
allá, que no van por un camino. Llega el Señor al alma,
esforzándonos nosotros y procurando perder de nuestro derecho en
muchas cosas.
Dirán algunos: «no tengo en qué ni se me ofrece». -Yo creo que a
quien tuviere esta determinación, que no querrá el Señor pierda
tanto bien. Su Majestad ordenará tantas cosas en que gane esta
virtud que no quiera tantas. Manos a la obra.
23. Quiero decir las naderías y poquedades que yo hacía cuando
comencé, o alguna de ellas: las pajitas que tengo dichas pongo en
el fuego, que no soy yo para más. Todo lo recibe el Señor. Sea
bendito por siempre.
Entre mis faltas tenía ésta: que sabía poco del rezado y de lo que
había de hacer en el coro y cómo lo regir, de puro descuidada y
metida en otras vanidades, y veía a otras novicias que me podían
enseñar. Acaecíame no les preguntar, porque no entendiesen yo
sabía poco. Luego se pone delante el buen ejemplo. Esto es muy
ordinario. Ya que Dios me abrió un poco los ojos, aun sabiéndolo,
tantito que estaba en duda, lo preguntaba a las niñas. Ni perdí
honra ni crédito; antes quiso el Señor, a mi parecer, darme después
más memoria.
Sabía mal cantar. Sentía tanto si no tenía estudiando lo que me
encomendaban (y no por el hacer falta delante del Señor, que esto
fuera virtud, sino por las muchas que me oían), que de puro
honrosa me turbaba tanto, que decía muy menos de lo que sabía.
Tomé después por mí, cuando no lo sabía muy bien, decir que no lo
sabía. Sentía harto a los principios, y después gustaba de ello. Y es
así que como comencé a no se me dar nada de que se entendiese
no lo sabía, que lo decía muy mejor, y que la negra honra me
quitaba supiese hacer esto que yo tenía por honra, que cada uno la
pone en lo que quiere.
24. Con estas naderías, que no son nada - y harto nada soy yo,
pues esto me daba pena- de poco en poco se van haciendo con
actos. Y cosas poquitas como éstas, que en ser hechas por Dios les
da Su Majestad tomo, ayuda Su Majestad para cosas mayores. Y
así en cosas de humildad me acaecía que, de ver que todas
aprovechaban sino yo -porque nunca fui para nada- de que se iban
del coro, coger todos los mantos; parecíame servía a aquellos
ángeles que allí alababan a Dios. Hasta que, no sé cómo, vinieron a
entenderlo, que no me corrí yo poco; porque no llegaba mi virtud a
querer que entendiesen estas cosas, y no debía ser por humilde,
sino porque no se riesen de mí, como eran tan nonada.
25. ¡Oh Señor mío!, ¡qué vergüenza es ver tantas maldades, y
contar unas arenitas, que aun no las levantaba de la tierra por
vuestro servicio, sino que todo iba envuelto en mil miserias! No
manaba aún el agua, debajo de estas arenas, de vuestra gracia,
para que las hiciese levantar.
¡Oh Criador mío, quién tuviera alguna cosa que contar, entre tantos
males, que fuera de tomo, pues cuento las grandes mercedes que
he recibido de Vos! Es así, Señor mío, que no sé cómo puede
sufrirlo mi corazón, ni cómo podrá quien esto leyere dejarme de
aborrecer, viendo tan mal servidas tan grandísimas mercedes, y
que no he vergüenza de contar estos servicios, en fin, como míos. Sí tengo, Señor mío; mas el no tener otra cosa que contar de mi
parte me hace decir tan bajos principios, para que tenga esperanza
quien los hiciere grandes, que, pues éstos parece ha tomado el
Señor en cuenta, los tomará mejor. Plega a Su Majestad me dé
gracia para que no esté siempre en principios. Amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 32. *
En que trata cómo quiso el Señor ponerla en espíritu en un lugar del
infierno que tenía por sus pecados merecido. - Cuenta una cifra de
lo que allí se lo representó para lo que fue. - Comienza a tratar la
manera y modo cómo se fundó el monasterio, adonde ahora está,
de San José.
1. Después de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya
muchas de las mercedes que he dicho y otras muy grandes,
estando un día en oración me hallé en un punto toda, sin saber
cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que
quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían
aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo
espacio, mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible
olvidárseme.
Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y
estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo
me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y
muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad
metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi
meter en mucho estrecho.
Todo esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí
sentí. Esto que he dicho va mal encarecido.
2. Estotro me parece que aun principio de encarecerse como es no
le puede haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego en el
alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera
que es. Los dolores corporales tan incomportables, que, con
haberlos pasado en esta vida gravísimos y, según dicen los
médicos, los mayores que se pueden acá pasar (porque fue
encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos
de muchas maneras que he tenido, y aun algunos, como he dicho,
causados del demonio), no es todo nada en comparación de lo que
allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar.
Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma: un
apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sentible y con tan
desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo
encarecer. Porque decir que es un estarse siempre arrancando el
alma, es poco, porque aun parece que otro os acaba la vida; mas
aquí el alma misma es la que se despedaza.
El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y
aquel desesperamiento, sobre tan gravísimos tormentos y dolores.
No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y
desmenuzar, a lo que me parece. Y digo que aquel fuego y
desesperación interior es lo peor.
3. Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo,
no hay sentarse ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en
éste como agujero hecho en la pared. Porque estas paredes, que
son espantosas a la vista, aprietan ellas mismas, y todo ahoga. No
hay luz, sino todo tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo cómo
puede ser esto, que con nohaber luz, lo que a la vista ha de dar
pena todo se ve.
No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después
he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos vicios el
castigo. Cuanto a la vista, muy más espantosos me parecieron, mas
como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor; que en esta
visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos
tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera
padeciendo.
Yo no sé cómo ello fue, mas bien entendí ser gran merced y que
quiso el Señor yo viese por vista de ojos de dónde me había librado
su misericordia. Porque no es nada oírlo decir, ni haber yo otras
veces pensado en diferentes tormentos (aunque pocas, que por
temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios atenazan, ni
otros diferentes tormentos que he leído, no es nada con esta pena,
porque es otra cosa. En fin como de dibujo a la verdad, y el
quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá.
4. Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con
que ha casi seis años, y es así que me parece el calor natural me
falta de temor aquí adonde estoy. Y así no me acuerdo vez que
tengo trabajo ni dolores, que no me parece nonada todo lo que acá
se puede pasar, y así me parece en parte que nos quejamos sin
propósito. Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes
que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho,
así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de
esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar graciasal Señor
que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y
terribles.
5. Después acá, como digo, todo me parece fácil en comparación
de un momento que se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí.
Espántame cómo habiendo leído muchas veces libros adonde se da
algo a entender las penas del infierno, cómo no las temía ni tenía
en lo que son. ¿Adónde estaba? ¿Cómo me podía dar cosa
descanso de lo que me acarreaba ir a tan mal lugar? ¡Seáis
bendito, Dios mío, por siempre! Y ¡cómo se ha parecido que me
queríais Vos mucho más a mí que yo me quiero! ¡Qué de veces,
Señor, me librasteis de cárcel tan tenebrosa, y cómo me tornaba yo
a meter en ella contra vuestra voluntad!
6. De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas
almas que se condenan (de estos luteranos en especial, porque
eran ya por el bautismo miembros de la Iglesia), y los ímpetus
grandes de aprovechar almas, que me parece, cierto, a mí que, por
librar una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas
muertes muy de buena gana. Miro que, si vemos acá una persona
que bien queremos, en especial con un gran trabajo o dolor, parece
que nuestro mismo natural nos convida a compasión y, si es
grande, nos aprieta a nosotros. Pues ver a un alma para sin fin en
el sumo trabajo de los trabajos, ¿quién lo ha de poder sufrir? No
hay corazón que lo lleve sin gran pena. Pues acá con saber que, en
fin, se acabará con la vida y que ya tiene término, aun nos mueve a
tanta compasión, estotro que no le tiene no sé cómo podemos
sosegar viendo tantas almas como lleva cada día el demonio
consigo.
7. Esto también me hace desear que, en cosa que tanto importa, no
nos contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéremos de
nuestra parte. No dejemos nada, y plega al Señor sea servido de
darnos gracia para ello.
Cuando yo considero que, aunque era tan malísima, traía algún
cuidado de servir a Dios y no hacía algunas cosas que veo que,
como quien no hace nada, se las tragan en el mundo y, en fin,
pasaba grandes enfermedades y con mucha paciencia, que me la
daba el Señor; no era inclinada a murmurar, ni a decir mal de nadie,
ni me parece podía querer mal a nadie, ni era codiciosa, ni envidia
jamás me acuerdo tener de manera que fuese ofensa grave del
Señor, y otras algunas cosas, que, aunque era tan ruin, traía temor
de Dios lo más continuo; y veo adonde me tenían ya los demonios
aposentada, y es verdad que, según mis culpas, aun me parece
merecía más castigo. Mas, con todo, digo que era terrible tormento,
y que es peligrosa cosa contentarnos, ni traer sosiego ni contento el
alma que anda cayendo a cada paso en pecado mortal; sino que
por amor de Dios nos quitemos de las ocasiones, que el Señor nos
ayudará como ha hecho a mí. Plega a Su Majestad que no me deje
de su mano para que yo torne a caer, que ya tengo visto adónde he
de ir a parar. No lo permita el Señor, por quien Su Majestad es,
amén.
8. Andando yo, después de haber visto esto y otras grandes cosas
y secretos que el Señor, por quien es, me quiso mostrar de la gloria
que se dará a los buenos y pena a los malos, deseando modo y
manera en que pudiese hacer penitencia de tanto mal y merecer
algo para ganar tanto bien, deseaba huir de gentes y acabar ya de
en todo en todo apartarme del mundo. No sosegaba mi espíritu,
mas no desasosiego inquieto, sino sabroso. Bien se veía que era de
Dios, y que le había dado Su Majestad al alma calor para digerir
otros manjares más gruesos de los que comía.
9. Pensaba qué podría hacer por Dios. Y pensé que lo primero era
seguir el llamamiento que Su majestad me había hecho a religión,
guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese. Y
aunque en la casa adonde estaba había muchas siervas de Dios y
era harto servido en ella, a causa de tener gran necesidad salían
las monjas muchas veces a partes adonde con toda honestidad y
religión podíamos estar; y también no estaba fundada en su primer
rigor la Regla, sino guardábase conforme a lo que en toda la Orden,
que es con bula de relajación. Y también otros inconvenientes, que
me parecía a mí tenía mucho regalo, por ser la casa grande y
deleitosa. Mas este inconveniente de salir, aunque yo era la que
mucho lo usaba, era grande para mí ya, porque algunas personas,
a quien los prelados no podían decir de no, gustaban estuviese yo
en su compañía, e, importunados, mandábanmelo. Y así, según se
iba ordenando, pudiera poco estar en el monasterio, porque el
demonio en parte debía ayudar para que no estuviese en casa, que
todavía, como comunicaba con algunas lo que los que me trataban
me enseñaban, hacíase gran provecho.
10. Ofrecióse una vez, estando con una persona, decirme a mí y a
otras que si no seríamos para ser monjas de la manera de las
descalzas, que aun posible era poder hacer un monasterio. Yo,
como andaba en estos deseos, comencélo a tratar con aquella
señora mi compañera viuda que ya he dicho, que tenía el mismo
deseo. Ella comenzó a dar trazas para darle renta, que ahora veo
yo que no llevaban mucho camino y el deseo que de ello teníamos
nos hacía parecer que sí.
Mas yo, por otra parte, como tenía tan grandísimo contento en la
casa que estaba, porque era muy a mi gusto y la celda en que
estaba hecha muy a mi propósito, todavía me detenía. Con todo
concertamos de encomendarlo mucho a Dios.
11. Habiendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo
procurase con todas mis fuerzas, haciéndome grandes promesas
de que no se dejaría de hacer el monasterio, y que se serviría
mucho en él, y que se llamase San José, y que a la una puerta nos
guardaría él y nuestra Señora la otra, y que Cristo andaría con
nosotras, y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor, y
que, aunque las religiones estaban relajadas, que no pensase se
servía poco en ellas; que qué sería del mundo si no fuese por los
religiosos; que dijese a mi confesor esto que me mandaba, y que le
rogaba El que no fuese contra ello ni me lo estorbase.
12. Era esta visión con tan grandes efectos, y de tal manera esta
habla que me hacía el Señor, que yo no podía dudar que era El. Yo
sentí grandísima pena, porque en parte se me representaron los
grandes desasosiegos y trabajos que me había de costar, y como
estaba contentísima en aquella casa; que, aunque antes lo trataba,
no era con tanta determinación ni certidumbre que sería. Aquí
parecía se me ponía apremio y, como veía comenzaba cosa de
gran desasosiego, estaba en duda de lo que haría. Mas fueron
muchas veces las que el Señor me tornó a hablar en ello,
poniéndome delante tantas causas y razones que yo veía ser claras
y que era su voluntad, que ya no osé hacer otra cosa sino decirlo a
mi confesor, y dile por escrito todo lo que pasaba.
13. El no osó determinadamente decirme que lo dejase, mas veía
que no llevaba camino conforme a razón natural, por haber
poquísima y casi ninguna posibilidad en mi compañera, que era la
que lo había de hacer. Díjome que lo tratase con mi prelado, y que
lo que él hiciese, eso hiciese yo.
Yo no trataba estas visiones con el prelado, sino aquella señora
trató con él que quería hacer este monasterio. Y el provincial vino
muy bien en ello, que es amigo de toda religión, y diole todo el favor
que fue menester, y díjole que él admitiría la casa. Trataron de la
renta que había de tener. Y nunca queríamos fuesen más de trece
por muchas causas.
Antes que lo comenzásemos a tratar, escribimos al santo Fray
Pedro de Alcántara todo lo que pasaba, y aconsejónos que no lo
dejásemos de hacer, y dionos su parecer en todo.
14. No se hubo comenzado a saber por el lugar, cuando no se
podrá escribir en breve la gran persecución que vino sobre
nosotras, los dichos, las risas, el decir que era disparate. A mí, que
bien me estaba en mi monasterio. A la mi compañera tanta
persecución, que la traían fatigada. Yo no sabía qué me hacer. En
parte me parecía que tenían razón.
Estando así muy fatigada encomendándome a Dios, comenzó Su
majestad a consolarme y a animarme. Díjome que aquí vería lo que
habían pasado los santos que habían fundado las Religiones; que
mucha más persecución tenía por pasar de las que yo podía
pensar; que no se nos diese nada. Decíame algunas cosas que
dijese a mi compañera; y lo que más me espantaba yo es que luego
quedábamos consoladas de lo pasado y con ánimo para resistir a
todos. Y es así que de gente de oración y todo, en fin, el lugar no
había casi persona que entonces no fuese contra nosotras y le
pareciese grandísimo disparate.
15. Fueron tantos los dichos y el alboroto de mi mismo monasterio,
que al Provincial le pareció recio ponerse contra todos, y así mudó
el parecer y no la quiso admitir. Dijo que la renta no era segura y
que era poca, y que era mucha la contradicción. Y en todo parece
tenía razón. Y, en fin, lo dejó y no lo quiso admitir.
Nosotras, que ya parecía teníamos recibidos los primeros golpes,
dionos muy gran pena; en especial me la dio a mí de ver al
Provincial contrario, que, con quererlo él, tenía yo disculpa con
todos. A la mi compañera ya no la querían absolver si no lo dejaba,
porque decían era obligada a quitar el escándalo.
16. Ella fue a un gran letrado muy gran siervo de Dios, de la Orden
de Santo Domingo, a decírselo y darle cuenta de todo. Esto fue aun
antes que el Provincial lo tuviese dejado, porque en todo el lugar no
teníamos quien nos quisiese dar parecer. Y así decían que sólo era
por nuestras cabezas. Dio esta señora relación de todo y cuenta de
la renta que tenía de su mayorazgo a este santo varón, con harto
deseo nos ayudase, porque era el mayor letrado que entonces
había en el lugar, y pocos más en su Orden. Yo le dije todo lo que
pensábamos hacer y algunas causas. No le dije cosa de revelación
ninguna, sino las razones naturales que me movían, porque no
quería yo nos diese parecer sino conforme a ellas.
El nos dijo que le diésemos de término ocho días para responder, y
que si estábamos determinadas a hacer lo que él dijese. Yo le dije
que sí; mas aunque yo esto decía y me parece lo hiciera (porque no
veía camino por entonces de llevarlo adelante), nunca jamás se me
quitaba una seguridad de que se había de hacer. Mi compañera
tenía más fe; nunca ella, por cosa que la dijesen, se determinaba a
dejarlo.
17. Yo, aunque como digo me parecía imposible dejarse de hacer,
de tal manera creo ser verdadera la revelación, como no vaya
contra lo que está en la Sagrada Escritura o contra las leyes de la
Iglesia que somos obligadas a hacer. Porque, aunque a mí
verdaderamente me parecía era de Dios, si aquel letrado me dijera
que no lo podíamos hacer sin ofenderle y que íbamos contra
conciencia, paréceme luego me apartara de ello o buscara otro
medio. Mas a mí no me daba el señor sino éste.
Decíame después este siervo de Dios que lo había tomado a cargo
con toda determinación de poner mucho en que nos apartásemos
de hacerlo, porque ya había venido a su noticia el clamor del
pueblo, y también le parecía desatino, como a todos, y en sabiendo
habíamos ido a él, le envió a avisar un caballero que mirase lo que
hacía, que no nos ayudase. Y que, en comenzando a mirar en lo
que nos había de responder y a pensar en el negocio y el intento
que llevábamos y manera de concierto y religión, se le asentó ser
muy en servicio de Dios, y que no había de dejar de hacerse.
Y así nos respondió nos diésemos prisa a concluirlo, y dijo la
manera y traza que se había de tener; y aunque la hacienda era
poca, que algo se había de fiar de Dios; que quien lo contradijese
fuese a él, que él respondería. Y así siempre nos ayudó, como
después diré.
18. Con esto fuimos muy consoladas y con que algunas personas
santas, que nos solían ser contrarias, estaban ya más aplacadas, y
algunas nos ayudaban.
Entre ellas era el caballero santo, de quien ya he hecho
mención,que, como lo es y le parecía llevaba camino de tanta
perfección, por ser todo nuestro fundamento en oración, aunque los
medios le parecían muy dificultosos y sin camino, rendía su parecer
a que podía ser cosa de Dios, que el mismo señor le debía mover.
Y así hizo al maestro, que es el clérigo siervo de Dios que dije que
había hablado primero, que es espejo de todo el lugar, como
persona que le tiene Dios en él para remedio y aprovechamiento de
muchas almas, y ya venía en ayudarme en el negocio.
Y estando en estos términos y siempre con ayuda de muchas
oraciones y teniendo comprada ya la casa en buena parte, aunque
pequeña...; mas de esto a mí no se me daba nada, que me había
dicho el Señor que entrase como pudiese, que después yo vería lo
que Su majestad hacía. ¡Y cuán bien que lo he visto! Y así, aunque
veía ser poca la renta, tenía creído el Señor lo había por otros
medios de ordenar y favorecernos.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 33
Procede en la misma materia de la fundación del glorioso San José.
- Dice cómo le mandaron que no entendiese en ella y el tiempo que
lo dejó y algunos trabajos que tuvo, y cómo la consolaba en ellos el
Señor.
1. Pues estando los negocios en este estado y tan al punto de
acabarse que otro día se habían de hacer las escrituras, fue cuando
el Padre Provincial nuestro mudó parecer. Creo fue movido por
ordenación divina, según después ha parecido; porque como las
oraciones eran tantas, iba el Señor perfeccionando la obra y
ordenando que se hiciese de otra suerte. Como él no lo quiso
admitir, luego mi confesor me mandó no entendiese más en ello,
con que sabe el Señor los grandes trabajos y aflicciones que hasta
traerlo a aquel estado me había costado. Como se dejó y quedó
así, confirmóse más ser todo disparate de mujeres y a crecer la
murmuración sobre mí, con habérmelo mandado hasta entonces mi
Provincial.
2. Estaba muy malquista en todo mi monasterio, porque quería
hacer monasterio más encerrado. Decían que las afrentaba, que allí
podía también servir a Dios, pues había otras mejores que yo; que
no tenía amor a la casa, que mejor era procurar renta para ella que
para otra parte. Unas decían que me echasen en la cárcel; otras,
bien pocas, tornaban algo de mí. Yo bien veía que en muchas
cosas tenían razón, y algunas veces dábales descuento; aunque,
como no había de decir lo principal, que era mandármelo el Señor,
no sabía qué hacer, y así callaba otras. Hacíame Dios muy gran
merced que todo esto no me daba inquietud, sino con tanta facilidad
y contento lo dejé como si no me hubiera costado nada. Y esto no
lo podía nadie creer, ni aun las mismas personas de oración que
me trataban, sino que pensaban estaba muy penada y corrida, y
aun mi mismo confesor no lo acababa de creer. Yo, como me
parecía había hecho todo lo que había podido, parecíame no era
más obligada para lo que me había mandado el Señor, y
quedábame en la casa, que yo estaba muy contenta y a mi placer.
Aunque jamás podía dejar de creer que había de hacerse, yo no
veía ya medio, ni sabía cómo ni cuándo, mas teníalo muy cierto.
3. Lo que mucho me fatigó fue una vez que mi confesor, como si yo
hubiera hecho cosa contra su voluntad (también debía el Señor
querer que de aquella parte que más me había de doler no me
dejase de venir trabajo), y así en esta multitud de persecuciones
que a mí me parecía había de venirme de él consuelo, me escribió
que ya vería que era todo sueño en lo que había sucedido, que me
enmendase de allí adelante en no querer salir con nada ni hablar
más en ello, pues veía el escándalo que había sucedido, y otras
cosas, todas para dar pena. Esto me la dio mayor que todo junto,
pareciéndome si había sido yo ocasión y tenido culpa en que se
ofendiese, y que, si estas visiones eran ilusión, que toda la oración
que tenía era engaño, y que yo andaba muy engañada y perdida.
Apretóme esto en tanto extremo, que estaba toda turbada y con
grandísima aflicción. Mas el Señor, que nunca me faltó, que en
todos estos trabajos que he contado hartas veces me consolaba y
esforzaba -que no hay para qué lo decir aquí-, me dijo entonces que
no me fatigase, que yo había mucho servido a Dios y no ofendídole
en aquel negocio; que hiciese lo que me mandaba el confesor en
callar por entonces, hasta que fuese tiempo de tornar a ello. Quedé
tan consolada y contenta, que me parecía todo nada la persecución
que había sobre mí.
4. Aquí me enseñó el Señor el grandísimo bien que es pasar
trabajos y persecuciones por El, porque fue tanto el
acrecentamiento que vi en mi alma de amor de Dios y otras muchas
cosas, que yo me espantaba; y esto me hace no poder dejar de
desear trabajos. Y las otras personas pensaban que estaba muy
corrida, y sí estuviera si el Señor no me favoreciera en tanto
extremo con merced tan grande.
Entonces me comenzaron más grandes los ímpetus de amor de
Dios que tengo dicho y mayores arrobamientos, aunque yo callaba
y no decía a nadie estas ganancias. El santo varón dominico no
dejaba de tener por tan cierto como yo que se había de hacer; y
como yo no quería entender en ello por no ir contra la obediencia de
mi confesor, negociábalo él con mi compañera y escribían a Roma y
daban trazas.
5. También comenzó aquí el demonio, de una persona en otra,
procurar se entendiese que había yo visto alguna revelación en este
negocio, e iban a mí con mucho miedo a decirme que andaban los
tiempos recios y que podría ser me levantasen algo y fuesen a los
inquisidores. A mí me cayó esto en gracia y me hizo reír, porque en
este caso jamás yo temí, que sabía bien de mí que en cosa de la fe
contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese yo iba,
por ella o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura me pondría
yo a morir mil muertes. Y dije que de eso no temiesen; que harto
mal sería para mi alma, si en ella hubiese cosa que fuese de suerte
que yo temiese la Inquisición; que si pensase había para qué, yo
me la iría a buscar; y que si era levantado, que el Señor me libraría
y quedaría con ganancia.
Y tratélo con este Padre mío dominico que -como digo- era tan
letrado que podía bien asegurar con lo que él me dijese, y díjele
entonces todas las visiones y modo de oración y las grandes
mercedes que me hacía el Señor, con la mayor claridad que pude, y
supliquéle lo mirase muy bien, y me dijese si había algo contra la
Sagrada Escritura y lo que de todo sentía. El me aseguró mucho y,
a mi parecer, le hizo provecho; porque aunque él era muy bueno,
de ahí adelante se dio mucho más a la oración y se apartó en un
monasterio de su Orden, adonde hay mucha soledad, para mejor
poder ejercitarse en esto adonde estuvo más de dos años, y sacóle
de allí la obediencia -que sintió harto- porque le hubieron menester,
como era persona tal.
6. Yo en parte sentí mucho cuando se fue -aunque no se lo estorbé, por la gran falta que me hacía. Mas entendí su ganancia; porque
estando con harta pena de su ida, me dijo el Señor que me
consolase y no la tuviese, que bien guiado iba. Vino tan
aprovechada su alma de allí y tan adelante en aprovechamiento de
espíritu, que me dijo, cuando vino, que por ninguna cosa quisiera
haber dejado de ir allí. Y yo también podía decir lo mismo; porque lo
que antes me aseguraba y consolaba con solas sus letras, ya lo
hacía también con la experiencia de espíritu, que tenía harta de
cosas sobrenaturales. Y trájole Dios a tiempo que vio Su Majestad
había de ser menester para ayudar a su obra de este monasterio
que quería Su Majestad se hiciese.
7. Pues estuve en este silencio y no entendiendo ni hablando en
este negocio cinco o seis meses, y nunca el Señor me lo mandó. Yo
no entendía qué era la causa, mas no se me podía quitar del
pensamiento que se había de hacer.
Al fin de este tiempo, habiéndose ido de aquí el rector que estaba
en la Compañía de Jesús, trajo Su Majestad aquí otro muy espiritual
y de gran ánimo y entendimiento y buenas letras, a tiempo que yo
estaba con harta necesidad; porque, como el que me confesaba
tenía superior y ellos tienen esta virtud en extremo de no se bullir
sino conforme a la voluntad de su mayor, aunque él entendía bien
mi espíritu y tenía deseo de que fuese muy adelante, no se osaba
en algunas cosas determinar, por hartas causas que para ello tenía.
Y ya mi espíritu iba con ímpetus tan grandes, que sentía mucho
tenerle atado y, con todo, no salía de lo que me mandaba.
8. Estando un día con gran aflicción de parecerme el confesor no
me creía, díjome el Señor que no me fatigase, que presto se
acabaría aquella pena. Yo me alegré mucho pensando que era que
me había de morir presto, y traía mucho contento cuando se me
acordaba. Después vi claro era la venida de este rector que digo;
porque aquella pena nunca más se ofreció en qué la tener, a causa
de que el rector que vino no iba a la mano al ministro que era mi
confesor, antes le decía que me consolase y que no había de qué
temer y que no me llevase por camino tan apretado, que dejase
obrar el espíritu del Señor, que a veces parecía con estos grandes
ímpetus de espíritu no le quedaba al alma cómo resolgar.
9. Fueme a ver este rector, y mandóme el confesor tratase con él
con toda libertad y claridad. Yo solía sentir grandísima contradicción
en decirlo. Y es así que, en entrando en el confesonario, sentí en mi
espíritu un no sé qué, que antes ni después no me acuerdo haberlo
con nadie sentido, ni yo sabré decir cómo fue, ni por comparaciones
podría. Porque fue un gozo espiritual y un entender mi alma que
aquella alma la había de entender y que conformaba con ella,
aunque -como digo- no entiendo cómo; porque si le hubiera hablado
o me hubieran dado grandes nuevas de él, no era mucho darme
gozo en entender que había de entenderme; mas ninguna palabra
él a mí ni yo a él nos habíamos hablado, ni era persona de quien yo
tenía antes ninguna noticia.
Después he visto bien que no se engañó mi espíritu, porque de
todas maneras ha hecho gran provecho a mí y a mi alma tratarle.
Porque su trato es mucho para personas que ya parece el Señor
tiene ya muy adelante, porque él las hace correr y no ir paso a
paso; y su modo es para desasirlas de todo y mortificarlas, que en
esto le dio el Señor grandísimo talento también como en otras
muchas cosas.
10. Como le comencé a tratar, luego entendí su estilo y vi ser un
alma pura, santa y con don particular del Señor para conocer
espíritus. Consoléme mucho. Desde a poco que le trataba,
comenzó el Señor a tornarme a apretar que tornase a tratar el
negocio del monasterio y que dijese a mi confesor y a este rector
muchas razones y cosas para que no me lo estorbasen; y algunas
los hacía temer, porque este padre rector nunca dudó en que era
espíritu de Dios, porque con mucho estudio y cuidado miraba todos
los efectos. En fin de muchas cosas, no se osaron atrever a
estorbármelo.
11. Tornó mi confesor a darme licencia que pusiese en ello todo lo
que pudiese. Yo bien veía al trabajo que me ponía, por ser muy sola
y tener poquísima posibilidad. Concertamos se tratase con todo
secreto, y así procuré que una hermana mía que vivía fuera de aquí
comprase la casa y la labrase como que era para sí, con dineros
que el Señor dio por algunas vías para comprarla, que sería largo
de contar cómo el Señor lo fue proveyendo; porque yo traía gran
cuenta de no hacer cosa contra obediencia; mas sabía que, si lo
decía a mis prelados, era todo perdido, como la vez pasada, y aun
ya fuera peor.
En tener los dineros, en procurarlo, en concertarlo y hacerlo labrar,
pasé tantos trabajos y algunos bien a solas, aunque mi compañera
hacía lo que podía, mas podía poco, y tan poco que era casi
nonada, más de hacerse en su nombre y con su favor, y todo el
más trabajo era mío, de tantas maneras, que ahora me espanto
cómo lo pude sufrir. Algunas veces afligida decía: «Señor mío,
¿cómo me mandáis cosas que parecen imposibles? que, aunque
fuera mujer, ¡si tuviera libertad...!; mas atada por tantas partes, sin
dineros ni de dónde los tener, ni para Breve, ni para nada, ¿qué
puedo yo hacer, Señor?».
12. Una vez estando en una necesidad que no sabía qué me hacer
ni con qué pagar unos oficiales, me apareció San José, mi
verdadero padre y señor, y me dio a entender que no me faltarían,
que los concertase. Y así lo hice sin ninguna blanca, y el Señor, por
maneras que se espantaban los que lo oían, me proveyó.
Hacíaseme la casa muy chica, porque lo era tanto, que no parece
llevaba camino ser monasterio, y quería comprar otra (ni había con
qué, ni había manera para comprarse, ni sabía qué me hacer) que
estaba junto a ella, también harto pequeña, para hacer la iglesia; y
acabando un día de comulgar, díjome el Señor: Ya te he dicho que
entres como pudieres. Y a manera de exclamación también me dijo:
¡Oh codicia del género humano, que aun tierra piensas que te ha de
faltar! ¡Cuántas veces dormí yo al sereno por no tener adonde me
meter!.
Yo quedé muy espantada y vi que tenía razón. Y voy a la casita y
tracéla y hallé, aunque bien pequeño, monasterio cabal, y no curé
de comprar más sitio, sino procuré se labrase en ella de manera
que se pueda vivir, todo tosco y sin labrar, no más de como no
fuese dañoso a la salud, y así se ha de hacer siempre.
13. El día de Santa Clara, yendo a comulgar, se me apareció con
mucha hermosura. Díjome que me esforzase y fuese adelante en lo
comenzado, que ella me ayudaría. Yo la tomé gran devoción, y ha
salido tan verdad, que un monasterio de monjas de su Orden que
está cerca de éste, nos ayuda a sustentar; y lo que ha sido más,
que poco a poco trajo este deseo mío a tanta perfección, que en la
pobreza que la bienaventurada Santa tenía en su casa, se tiene en
ésta, y vivimos de limosna; que no me ha costado poco trabajo que
sea con toda firmeza y autoridad del Padre Santo que no se pueda
hacer otra cosa, ni jamás haya renta. Y más hace el Señor, y debe
por ventura ser por ruegos de esta bendita Santa, que sin demanda
ninguna nos provee Su Majestad muy cumplidamente lo necesario.
Sea bendito por todo, amén.
14. Estando en estos mismos días, el de nuestra Señora de la
Asunción, en un monasterio de la Orden del glorioso Santo
Domingo, estaba considerando los muchos pecados que en
tiempos pasados había en aquella casa confesado y cosas de mi
ruin vida. Vínome un arrobamiento tan grande, que casi me sacó de
mí. Sentéme, y aun paréceme que no pude ver alzar ni oír misa,
que después quedé con escrúpulo de esto. Parecióme, estando así,
que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al
principio no veía quién me la vestía. Después vi a nuestra Señora
hacia el lado derecho y a mi padre San José al izquierdo, que me
vestían aquella ropa. Dióseme a entender que estaba ya limpia de
mis pecados. Acabada de vestir, y yo con grandísimo deleite y
gloria, luego me pareció asirme de las manos nuestra Señora:
díjome que la daba mucho contento en servir al glorioso San José,
que creyese que lo que pretendía del monasterio se haría y en él se
serviría mucho el Señor y ellos dos; que no temiese habría quiebra
en esto jamás, aunque la obediencia que daba no fuese a mi gusto,
porque ellos nos guardarían, y que ya su Hijo nos había prometido
andar con nosotras; que para señal que sería esto verdad me daba
aquella joya.
Parecíame haberme echado al cuello un collar de oro muy hermoso,
asida una cruz a él de mucho valor. Este oro y piedras es tan
diferente de lo de acá, que no tiene comparación; porque es su
hermosura muy diferente de lo que podemos acá imaginar, que no
alcanza el entendimiento a entender de qué era la ropa ni cómo
imaginar el blanco que el Señor quiere que se represente, que
parece todo lo de acá como un dibujo de tizne, a manera de decir.
15. Era grandísima la hermosura que vi en nuestra Señora, aunque
por figuras no determiné ninguna particular, sino toda junta la
hechura del rostro, vestida de blanco con grandísimo resplandor, no
que deslumbra, sino suave. Al glorioso San José no vi tan claro,
aunque bien vi que estaba allí, como las visiones que he dicho que
no se ven. Parecíame nuestra Señora muy niña.
Estando así conmigo un poco, y yo con grandísima gloria y
contento, más a mi parecer que nunca le había tenido y nunca
quisiera quitarme de él, parecióme que los veía subir al cielo con
mucha multitud de ángeles. Yo quedé con mucha soledad, aunque
tan consolada y elevada y recogida en oración y enternecida, que
estuve algún espacio que menearme ni hablar no podía, sino casi
fuera de mí. Quedé con un ímpetu grande de deshacerme por Dios
y con tales efectos, y todo pasó de suerte que nunca pude dudar,
aunque mucho lo procurase, no ser cosa de Dios. Dejóme
consoladísima y con mucha paz.
16. En lo que dijo la Reina de los Angeles de la obediencia, es que
a mí se me hacía de mal no darla a la Orden, y habíame dicho el
Señor que no convenía dársela a ellos. Diome las causas para que
en ninguna manera convenía lo hiciese, sino que enviase a Roma
por cierta vía, que también me dijo, que El haría viniese recado por
allí. Y así fue, que se envió por donde el Señor me dijo -que nunca
acabábamos de negociarlo- y vino muy bien. Y para las cosas que
después han sucedido, convino mucho se diese la obediencia al
Obispo. Mas entonces no le conocía yo, ni aun sabía qué prelado
sería, y quiso el Señor fuese tan bueno y favoreciese tanto esta
casa, como ha sido menester para la gran contradicción que ha
habido en ella -como después diré- y para ponerla en el estado que
está. Bendito sea El que así lo ha hecho todo, amén.
------------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO 34
Trata cómo en este tiempo convino que se ausentase de este lugar.
- Dice la causa y cómo la mandó ir su prelado para consuelo de una
señora muy principal que estaba muy afligida. - Comienza a tratar lo
que allá le sucedió y la gran merced que el Señor la hizo de ser
medio para que Su Majestad despertase a una persona muy
principal para servirle muy de veras, y que ella tuviese favor y
amparo después en él. - Es mucho de notar.
1. Pues por mucho cuidado que yo traía para que no se entendiese,
no podía hacerse tan secreto toda esta obra, que no se entendiese
mucho en algunas personas. Unas lo creían y otras no. Yo temía
harto que, venido el Provincial, si algo le dijesen de ello, me había
de mandar no entender en ello, y luego era todo cesado.
Proveyólo el Señor de esta manera: que se ofreció en un lugar
grande, más de veinte leguas de éste, que estaba una señora muy
afligida a causa de habérsele muerto su marido. Estábalo en tanto
extremo, que se temía su salud. Tuvo noticia de esta pecadorcilla,
que lo ordenó el Señor así, que la dijesen bien de mí para otros
bienes que de aquí sucedieron. Conocía esta señora mucho al
Provincial, y como era persona principal y supo que yo estaba en
monasterio que salían, pónele el Señor tan gran deseo de verme,
pareciéndole que se consolaría conmigo, que no debía ser en su
mano, sino luego procuró, por todas las vías que pudo, llevarme
allá, enviando al Provincial, que estaba bien lejos. El me envió un
mandamiento, con precepto de obediencia, que luego fuese con
otra compañera. Yo lo supe la noche de Navidad.
2. Hízome algún alboroto y mucha pena ver que, por pensar que
había en mí algún bien, me quería llevar, que, como yo me veía tan
ruin no podía sufrir esto. Encomendándome mucho a Dios, estuve
todos los maitines, o gran parte de ellos, en gran arrobamiento.
Díjome el Señor que no dejase de ir y que no escuchase pareceres,
porque pocos me aconsejarían sin temeridad; que, aunque tuviese
trabajos, se serviría mucho Dios, y que para este negocio del
monasterio convenía ausentarme hasta ser venido el Breve; porque
el demonio tenía armada una gran trama, venido el Provincial; que
no temiese de nada, que El me ayudaría allá.
Yo quedé muy esforzada y consolada. Díjelo al rector. Díjome que
en ninguna manera dejase de ir, porque otros me decían que no se
sufría, que era invención del demonio para que allá me viniese
algún mal: que tornase a enviar al Provincial.
3. Yo obedecí al rector, y con lo que en la oración había entendido
iba sin miedo aunque no sin grandísima confusión de ver el título
con que me llevaban y cómo se engañaban tanto. Esto me hacía
importunar más al Señor para que no me dejase. Consolábame
mucho que había casa de la Compañía de Jesús en aquel lugar
adonde iba y, con estar sujeta a lo que me mandasen, como lo
estaba acá, me parecía estaría con alguna seguridad.
Fue el Señor servido que aquella señora se consoló tanto, que
conocida mejoría comenzó luego a tener y cada día más se hallaba
consolada. Túvose a mucho, porque -como he dicho- la pena la
tenía en gran aprieto; y debíalo de hacer el Señor por las muchas
oraciones que hacían por mí las personas buenas que yo conocía
porque me sucediese bien. Era muy temerosa de Dios y tan buena,
que su mucha cristiandad suplió lo que a mí me faltaba. Tomó
grande amor conmigo. Yo se le tenía harto de ver su bondad, mas
casi todo me era cruz; porque los regalos me daban gran tormento y
el hacer tanto caso de mí me traía con gran temor. Andaba mi alma
tan encogida, que no me osaba descuidar, ni se descuidaba el
Señor. Porque estando allí me hizo grandísimas mercedes, y éstas
me daban tanta libertad y tanto me hacían menospreciar todo lo que
veía -y mientras más eran, más-, que no dejaba de tratar con
aquellas tan señoras, que muy a mi honra pudiera yo servirlas, con
la libertad que si yo fuera su igual.
4. Saqué una ganancia muy grande, y decíaselo. Vi que era mujer y
tan sujeta a pasiones y flaquezas como yo, y en lo poco que se ha
de tener el señorío, y cómo, mientras es mayor, tienen más
cuidados y trabajos, y un cuidado de tener la compostura conforme
a su estado, que no las deja vivir; comer sin tiempo ni concierto,
porque ha de andar todo conforme al estado y no a las
complexiones. Han de comer muchas veces los manjares más
conformes a su estado que no a su gusto.
Es así que de todo aborrecí el desear ser señora. - ¡Dios me libre
de mala compostura!-, aunque ésta, con ser de las principales del
reino, creo hay pocas más humildes, y de mucha llaneza. Yo la
había lástima, y se la he, de ver cómo va muchas veces no
conforme a su inclinación por cumplir con su estado. Pues con los
criados es poco lo poco que hay que fiar, aunque ella los tenía
buenos. No se ha de hablar más con uno que con otro, sino al que
se favorece ha de ser el malquisto.
Ello es una sujeción, que una de las mentiras que dice el mundo es
llamar señores a las personas semejantes, que no me parece son
sino esclavos de mil cosas.
5. Fue el Señor servido que el tiempo que estuve en aquella casa
se mejoraban en servir a Su Majestad las personas de ella, aunque
no estuve libre de trabajos y algunas envidias que tenían algunas
personas del mucho amor que aquella señora me tenía. Debían por
ventura pensar que pretendía algún interés. Debía permitir el Señor
me diesen algunos trabajos cosas semejantes y otras de otras
suertes, porque no me embebiese en el regalo que había por otra
parte, y fue servido sacarme de todo con mejoría de mi alma.
6. Estando allí acertó a venir un religioso, persona muy principal y
con quien yo, muchos años había, había tratado algunas veces. Y
estando en misa en un monasterio de su Orden que estaba cerca
de donde yo estaba, diome deseo de saber en qué disposición
estaba aquella alma, que deseaba yo fuese muy siervo de Dios, y
levantéme para irle a hablar. Como yo estaba recogida ya en
oración, parecióme después era perder tiempo, que quién me metía
a mí en aquello, y tornéme a sentar. Paréceme que fueron tres
veces las que esto me acaeció y, en fin, pudo más el ángel bueno
que el malo, y fuile a llamar y vino a hablarme a un confesonario.
Comencéle a preguntar y él a mí -porque había muchos años que
no nos habíamos visto- de nuestras vidas. Yo le comencé a decir
que había sido la mía de muchos trabajos de alma. Puso muy
mucho en que le dijese qué eran los trabajos. Yo le dije que no eran
para saber ni para que yo los dijese. El dijo que, pues lo sabía el
padre dominico que he dicho -que era muy su amigo-, que luego se
los diría y que no se me diese nada.
7. El caso es que ni fue en su mano dejarme de importunar ni en la
mía, me parece, dejárselo de decir. Porque con toda la pesadumbre
y vergüenza que solía tener cuando trataba estas cosas, con él y
con el rector que he dicho no tuve ninguna pena, antes me consolé
mucho. Díjeselo debajo de confesión.
Parecióme más avisado que nunca, aunque siempre le tenía por de
gran entendimiento. Miré los grandes talentos y partes que tenía
para aprovechar mucho, si del todo se diese a Dios. Porque esto
tengo yo de unos años acá, que no veo persona que mucho me
contente, que luego querría verla del todo dar a Dios, con unas
ansias que algunas veces no me puedo valer. Y aunque deseo que
todos le sirvan, estas personas que me contentan es con muy gran
ímpetu, y así importuno mucho al Señor por ellas. Con el religioso
que digo, me acaeció así.
8. Rogóme le encomendase mucho a Dios, y no había menester
decírmelo, que ya yo estaba de suerte que no pudiera hacer otra
cosa. Y voyme adonde solía a solas tener oración, y comienzo a
tratar con el Señor, estando muy recogida, con un estilo abobado
que muchas veces, sin saber lo que digo, trato; que el amor es el
que habla, y está el alma tan enajenada, que no miro la diferencia
que haya de ella a Dios. Porque el amor que conoce que la tiene Su
Majestad, la olvida de sí y le parece está en El y, como una cosa
propia sin división, habla desatinos. Acuérdome que le dije esto,
después de pedirle con hartas lágrimas aquella alma pusiese en su
servicio muy de veras, que aunque yo le tenía por bueno, no me
contentaba, que le quería muy bueno, y así le dije: «Señor, no me
habéis de negar esta merced; mirad que es bueno este sujeto para
nuestro amigo».
9. ¡Oh bondad y humanidad grande de Dios, cómo no mira las
palabras, sino los deseos y voluntad con que se dicen! ¡Cómo sufre
que una como yo hable a Su Majestad tan atrevidamente! Sea
bendito por siempre jamás.
10. Acuérdome que me dio en aquellas horas de oración aquella
noche un afligimiento grande de pensar si estaba en enemistad de
Dios. Y como no podía yo saber si estaba en gracia o no (no para
que yo lo desease saber, mas deseábame morir por no me ver en
vida adonde no estaba segura si estaba muerta, porque no podía
haber muerte más recia para mí que pensar si tenía ofendido a
Dios) y apretábame esta pena; suplicábale no lo permitiese, toda
regalada y derretida en lágrimas. Entonces entendí que bien me
podía consolar y estar cierta que estaba en gracia; porque
semejante amor de Dios y hacer Su Majestad aquellas mercedes y
sentimientos que daba al alma, que no se compadecía hacerse a
alma que estuviese en pecado mortal.
Quedé confiada que había de hacer el Señor lo que le suplicaba de
esta persona. Díjome que le dijese unas palabras. Esto sentí yo
mucho, porque no sabía cómo las decir, que esto de dar recado a
tercera persona;- como he dicho,- es lo que más siento siempre, en
especial a quien no sabía cómo lo tomaría, o si burlaría de mí.
Púsome en mucha congoja. En fin, fui tan persuadida, que, a mi
parecer, prometí a Dios no dejárselas de decir y, por la gran
vergüenza que había, las escribí y se las di.
11. Bien pareció ser cosa de Dios en la operación que le hicieron.
Determinóse muy de veras de darse a oración, aunque no lo hizo
desde luego. El Señor, como le quería para Sí, por mi medio le
enviaba a decir unas verdades, que, sin entenderlo yo, iban tan a su
propósito que él se espantaba, y el Señor que debía disponerle
para creer que era Su Majestad. Yo, aunque miserable, era mucho
lo que suplicaba al Señor muy del todo lo tornase a Sí y le hiciese
aborrecer los contentos y cosas de la vida. Y así -¡sea alabado por
siempre!- lo hizo tan de hecho, que cada vez que me habla me
tiene como embobada; y si yo no lo hubiera visto, lo tuviera por
dudoso en tan breve tiempo hacerle tan crecidas mercedes y
tenerle tan ocupado en Sí, que no parece vive ya para cosa de la
tierra.
Su Majestad le tenga de su mano, que si así va adelante (lo que
espero en el Señor sí hará, por ir muy fundado en conocerse), será
uno de los muy señalados siervos suyos y para gran provecho de
muchas almas; porque en cosas de espíritu en poco tiempo tiene
mucha experiencia, que estos son dones que da Dios cuando
quiere y como quiere, y ni va en el tiempo ni en los servicios. No
digo que no hace esto mucho, mas que muchas veces no da el
Señor en veinte años la contemplación que a otros da en uno. Su
Majestad sabe la causa.
Y es el engaño, que nos parece por los años hemos de entender lo
que en ninguna manera se puede alcanzar sin experiencia. Y así
yerran muchos -como he dicho- en querer conocer espíritus sin
tenerle. No digo que quien no tuviere espíritu, si es letrado, no
gobierne a quien le tiene; mas entiéndese en lo exterior e interior
que va conforme a vía natural por obra del entendimiento, y en lo
sobrenatural que mire vaya conforme a la Sagrada Escritura. En lo
demás no se mate, ni piense entender lo que no entiende, ni
ahogue los espíritus, que ya, cuanto en aquello, otro mayor Señor
los gobierna, que no están sin superior.
12. No se espante ni le parezcan cosas imposibles -todo es posible
al Señor-, sino procure esforzar la fe y humillarse de que hace el
Señor en esta ciencia a una vejecita más sabia, por ventura, que a
él aunque sea muy letrado; y con esta humildad aprovechará más a
las almas y a sí que por hacerse contemplativo sin serlo. Porque
torno a decir que si no tiene experiencia, si no tiene muy mucha
humildad en entender que no lo entiende y que no por eso es
imposible, que ganará poco y dará a ganar menos a quien trata. No
haya miedo, si tiene humildad, permita el Señor que se engañe el
uno ni el otro.
13. Pues a este Padre que digo, como en muchas cosas se la ha
dado el Señor, ha procurado estudiar todo lo que por estudio ha
podido en este caso -que es buen letrado- y lo que no entiende por
experiencia infórmase de quien la tiene, y con esto ayúdale el Señor
con darle mucha fe, y así ha aprovechado mucho a sí y a algunas
ánimas, y la mía es una de ellas; que como el Señor sabía en los
trabajos que me había de ver, parece proveyó Su Majestad que,
pues había de llevar consigo a algunos que me gobernaban,
quedasen otros que me han ayudado a hartos trabajos y hecho
gran bien. Hale mudado el Señor casi del todo, de manera que casi
él no se conoce -a manera de decir- y dado fuerzas corporales para
penitencia (que antes no tenía, sino enfermo), y animoso para todo
lo que es bueno y otras cosas, que se parece bien ser muy
particular llamamiento del Señor. Sea bendito por siempre.
14. Creo todo el bien le viene de las mercedes que el Señor le ha
hecho en la oración, porque no son postizos. Porque ya en algunas
cosas ha querido el Señor sea ya experimentado, porque sale de
ellas como quien tiene ya conocida la verdad del mérito que se
gana en sufrir persecuciones. Espero en la grandeza del Señor ha
de venir mucho bien a algunos de su Orden por él, y a ella misma.
Ya se comienza esto a entender. He visto grandes visiones, y
díchome el Señor algunas cosas de él y del rector de la Compañía
de Jesús que tengo dicho, de grande admiración, y de otros dos
religiosos de la Orden de Santo Domingo, en especial de uno, que
también ha dado ya a entender el Señor por obra en su
aprovechamiento algunas cosas que antes yo había entendido de
él. Mas de quien ahora hablo han sido muchas.
15. Una cosa quiero decir ahora aquí. Estaba yo una vez con él en
un locutorio, y era tanto el amor que mi alma y espíritu entendía que
ardía en el suyo, que me tenía a mí casi absorta; porque
consideraba las grandezas de Dios en cuán poco tiempo había
subido un alma a tan gran estado. Hacíame gran confusión, porque
le veía con tanta humildad escuchar lo que yo le decía en algunas
cosas de oración, como yo tenía poca de tratar así con persona
semejante. Debíamelo sufrir el Señor, por el gran deseo que yo
tenía de verle muy adelante. Hacíame tanto provecho estar con él,
que parece dejaba a mi ánima puesto nuevo fuego para desear
servir al Señor de principio.
¡Oh Jesús mío, qué hace un alma abrasada en vuestro amor!
¡Cómo la habíamos de estimar en mucho y suplicar al Señor la
dejase en esta vida! Quien tiene el mismo amor, tras estas almas se
había de andar si pudiese.
16. Gran cosa es un enfermo hallar otro herido de aquel mal. Mucho
se consuela de ver que no es solo. Mucho se ayudan a padecer y
aun a merecer. Excelentes espaldas se hacen ya gente
determinada a arriscar mil vidas por Dios y desean que se les
ofrezca en qué perderlas. Son como soldados que, por ganar el
despojo y hacerse con él ricos, desean que haya guerra. Tienen
entendido no lo pueden ser sino por aquí. Es este su oficio, el
trabajar. ¡Oh, gran cosa es adonde el Señor da esta luz de entender
lo mucho que se gana en padecer por El! No se entiende esto bien
hasta que se deja todo, porque quien en ello se está, señal es que
lo tiene en algo; pues si lo tiene en algo, forzado le ha de pesar de
dejarlo, y ya va imperfecto todo y perdido. Bien viene aquí, que es
perdido quien tras perdido anda. ¿Y qué más perdición, y qué más
ceguedad, qué más desventura que tener en mucho lo que no es
nada?
17. Pues, tornando a lo que decía, estando yo en grandísimo gozo
mirando aquel alma, que me parece quería el Señor viese claro los
tesoros que había puesto en ella, y viendo la merced que me había
hecho en que fuese por medio mío -hallándome indigna de ella-, en
mucho más tenía yo las mercedes que el Señor le había hecho y
más a mi cuenta las tomaba que si fuera a mí y alababa mucho al
Señor de ver que Su Majestad iba cumpliendo mis deseos y había
oído mi oración, que era despertase el Señor personas semejantes.
Estando ya mi alma que no podía sufrir en sí tanto gozo, salió de sí
y perdióse para más ganar. Perdió las consideraciones, y de oír
aquella lengua divina en quien parece hablaba el Espíritu Santo,
diome un gran arrobamiento que me hizo casi perder el sentido,
aunque duró poco tiempo. Vi a Cristo con grandísima majestad y
gloria, mostrando gran contento de lo que allí pasaba; y así me lo
dijo, y quiso viese claro que a semejantes pláticas siempre se
hallaba presente y lo mucho que se sirve en que así se deleiten en
hablar en El.
Otra vez estando lejos de este lugar, le vi con mucha gloria levantar,
a los ángeles; entendí iba su alma muy adelante, por esta visión. Y
así fue, que le habían levantado un gran testimonio bien contra su
honra, persona a quien él había hecho mucho bien y remediado la
suya y el alma, y habíalo pasado con mucho contento y hecho otras
obras muy en servicio de Dios y pasado otras persecuciones.
18. No me parece conviene ahora declarar más cosas. Si después
le pareciere a vuestra merced, pues las sabe, se podrán poner para
gloria del Señor. De todas las que he dicho de profecías de esta
casa, y otras que diré de ella y de otras cosas, todas se han
cumplido. Algunas, tres años antes que se supiesen -otras más y
otras menos- me las decía el Señor. Y siempre las decía al confesor
y a esta mi amiga viuda con quien tenía licencia de hablar, como he
dicho; y ella he sabido que las decía a otras personas, y éstas
saben que ni miento, ni Dios me dé tal lugar, que en ninguna cosa,
cuánto más siendo tan graves, tratase yo sino toda verdad.
19. Habiéndose muerto un cuñado mío súbitamente, y estando yo
con mucha pena por no se haber viado a confesarse, se me dijo en
la oración que había así de morir mi hermana, que fuese allá y
procurase se dispusiese para ello. Díjelo a mi confesor y, como no
me dejaba ir, entendílo otras veces. Ya como esto vio, díjome que
fuese allá, que no se perdía nada.
Ella estaba en una aldea, y, como fui, sin decirla nada la fui dando
la luz que pude en todas las cosas, e hice se confesase muy a
menudo y en todo trajese cuenta con su alma. Ella era muy buena e
hízolo así. Desde a cuatro o cinco años que tenía esta costumbre y
muy buena cuenta con su conciencia, se murió sin verla nadie ni
poderse confesar. Fue el bien que, como lo acostumbraba, no había
poco más de ocho días que estaba confesada.
A mí me dio gran alegría cuando supe su muerte. Estuvo muy poco
en el purgatorio. Serían aún no me parece ocho días cuando,
acabando de comulgar, me apareció el Señor y quiso la viese cómo
la llevaba a la gloria. En todos estos años, desde que se me dijo
hasta que murió, no se me olvidaba lo que se me había dado a
entender, ni a mi compañera, que, así como murió, vino a mí muy
espantada de ver cómo se había cumplido.
Sea Dios alabado por siempre, que tanto cuidado trae de las almas
para que no se pierdan.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 35
Prosigue en la misma materia de la fundación de esta casa de
nuestro glorioso Padre San José. - Dice por los términos que
ordenó el Señor viniese a guardarse en ella la santa pobreza, y la
causa por qué se vino de con aquella señora que estaba, y otras
algunas cosas que le sucedieron.
1. Pues estando con esta señora que he dicho, adonde estuve más
de medio año, ordenó el Señor que tuviese noticia de mí una beata
de nuestra Orden, de más de setenta leguas de aquí de este lugar,
y acertó a venir por acá y rodeó algunas por hablarme. Habíala el
Señor movido el mismo año y mes que a mí para hacer otro
monasterio de esta Orden; y como le puso este deseo, vendió todo
lo que tenía y fuese a Roma a traer despacho para ello, a pie y
descalza.
2. Es mujer de mucha penitencia y oración, y hacíala el Señor
muchas mercedes, y aparecídola nuestra Señora y mandádola lo
hiciese. Hacíame tantas ventajas en servir al Señor, que yo había
vergüenza de estar delante de ella. Mostróme los despachos que
traía de Roma y, en quince días que estuvo conmigo, dimos orden
en cómo habíamos de hacer estos monasterios. Y hasta que yo la
hablé, no había venido a mi noticia que nuestra Regla -antes que se
relajase- mandaba no se tuviese propio, ni yo estaba en fundarle sin
renta, que iba mi intento a que no tuviésemos cuidado de lo que
habíamos menester, y no miraba a los muchos cuidados que trae
consigo tener propio.
Esta bendita mujer, como la enseñaba el Señor, tenía bien
entendido, con no saber leer, lo que yo con tanto haber andado a
leer las Constituciones, ignoraba. Y como me lo dijo, perecióme
bien, aunque temí que no me lo habían de consentir, sino decir que
hacía desatinos y que no hiciese cosa que padeciesen otras por mí,
que, a ser yo sola, poco ni mucho me detuviera, antes me era gran
regalo pensar de guardar los consejos de Cristo Señor nuestro,
porque grandes deseos de pobreza ya me los había dado Su
Majestad.
Así que para mí no dudaba ser lo mejor; porque días había que
deseaba fuera posible a mi estado andar pidiendo por amor de Dios
y no tener casa ni otra cosa. Mas temía que, si a las demás no daba
el Señor estos deseos, vivirían descontentas, y también no fuese
causa de alguna distracción, porque veía algunos monasterios
pobres no muy recogidos, y no miraba que el no serlo era causa de
ser pobres, y no la pobreza de la distracción; porque ésta no hace
más ricas, ni falta Dios jamás a quien le sirve. En fin tenía flaca la
fe, lo que no hacía a esta sierva de Dios.
3. Como yo en todo tomaba tantos pareceres, casi a nadie hallaba
de este parecer: ni confesor, ni los letrados que trataba. Traíanme
tantas razones, que no sabía qué hacer, porque, como ya yo sabía
era Regla y veía ser más perfección, no podía persuadirme a tener
renta. Y ya que algunas veces me tenían convencida, en tornando a
la oración y mirando a Cristo en la cruz tan pobre y desnudo, no
podía poner a paciencia ser rica. Suplicábale con lágrimas lo
ordenase de manera que yo me viese pobre como El.
4. Hallaba tantos inconvenientes para tener renta y veía ser tanta
causa de inquietud y aun distracción, que no hacía sino disputar
con los letrados. Escribílo al religioso dominico que nos ayudaba.
Envióme escritos dos pliegos de contradicción y teología para que
no lo hiciese, y así me lo decía, que lo había estudiado mucho. Yo
le respondí que para no seguir mi llamamiento y el voto que tenía
hecho de pobreza y los consejos de Cristo con toda perfección, que
no quería aprovecharme de teología, ni con sus letras en este caso
me hiciese merced.
Si hallaba alguna persona que me ayudase, alegrábame mucho.
Aquella señora con quien estaba, para esto me ayudaba mucho.
Algunos luego al principio decíanme que les parecía bien; después,
como más lo miraban, hallaban tantos inconvenientes, que tornaban
a poner mucho en que no lo hiciese. Decíales yo que, si ellos tan
presto mudaban parecer, que yo al primero me quería llegar.
5. En este tiempo, por ruegos míos, porque esta señora no había
visto al santo Fray Pedro de Alcántara, fue el Señor servido viniese
a su casa, y como el que era bien amador de la pobreza y tantos
años la había tenido, sabía bien la riqueza que en ella estaba , y así
me ayudó mucho y mandó que en ninguna manera dejase de
llevarlo muy adelante. Ya con este parecer y favor, como quien
mejor le podía dar por tenerlo sabido por larga experiencia, yo
determiné no andar buscando otros.
6. Estando un día mucho encomendándolo a Dios, me dijo el Señor
que en ninguna manera dejase de hacerle pobre, que ésta era la
voluntad de su Padre y suya, que El me ayudaría. Fue con tan
grandes efectos, en un gran arrobamiento, que en ninguna manera
pude tener duda de que era Dios.
Otra vez me dijo que en la renta estaba la confusión, y otras cosas
en loor de la pobreza, y asegurándome que a quien le servía no le
faltaba lo necesario para vivir; y esta falta, como digo, nunca yo la
temí por mí.
También volvió el Señor el corazón del Presentado, digo del
religioso dominico, de quien he dicho me escribió no lo hiciese sin
renta. Ya yo estaba muy contenta con haber entendido esto y tener
tales pareceres; no me parecía sino que poseía toda la riqueza del
mundo, en determinándome a vivir de por amor de Dios.
7. En este tiempo, mi Provincial me alzó el mandamiento y
obediencia que me había puesto para estar allí, y dejó en mi
voluntad que si me quisiese ir que pudiese, y si estar, también, por
cierto tiempo; y en éste había de haber elección en mi monasterio, y
avisáronme que muchas querían darme aquel cuidado de prelada,
que para mí sólo pensarlo era tan gran tormento que a cualquier
martirio me determinaba a pasar por Dios con facilidad, a éste en
ningún arte me podía persuadir. Porque dejado el trabajo grande,
por ser muy muchas y otras causas de que yo nunca fui amiga, ni
de ningún oficio, antes siempre los había rehusado, parecíame gran
peligro para la conciencia, y así alabé a Dios de no me hallar allá.
Escribí a mis amigas para que no me diesen voto.
8. Estando muy contenta de no me hallar en aquel ruido, díjome el
Señor que en ninguna manera deje de ir, que pues deseo cruz, que
buena se me apareja, que no la deseche, que vaya con ánimo, que
El me ayudará, y que me fuese luego. Yo me fatigué mucho y no
hacía sino llorar, porque pensé que era la cruz ser prelada y, como
digo, no podía persuadirme a que estaba bien a mi alma en ninguna
manera, ni yo hallaba términos para ello.
Contélo a mi confesor. Mandóme que luego procurase ir, que claro
estaba era más perfección y que, porque hacía gran calor, que
bastaba hallarme allá a la elección, y que me estuviese unos días,
porque no me hiciese mal el camino; mas el Señor, que tenía
ordenado otra cosa, húbose de hacer; porque era tan grande el
desasosiego que traía en mí y el no poder tener oración y
parecerme faltaba de lo que el Señor me había mandado, y que,
como estaba allí a mi placer y con regalo, no quería irme a ofrecer
al trabajo; que todo era palabras con Dios; que, por qué pudiendo
estar adonde era más perfección, había de dejarlo; que si me
muriese, muriese..., y con esto un apretamiento de alma, un
quitarme el Señor todo el gusto en la oración..., en fin, yo estaba tal,
que ya me era tormento tan grande, que supliqué a aquella señora
tuviese por bien dejarme venir, porque ya mi confesor -como me vio
así- me dijo que me fuese, que también le movía Dios como a mí.
9. Ella sentía tanto que la dejase, que era otro tormento; que le
había costado mucho acabarlo con el Provincial por muchas
maneras de importunaciones. Tuve por grandísima cosa querer
venir en ello, según lo que sentía; sino, como era muy temerosa de
Dios y como le dije que se le podía hacer gran servicio y otras
hartas cosas, y dila esperanza que era posible tornarla a ver, y así,
con harta pena, lo tuvo por bien.
10. Ya yo no la tenía de venirme, porque entendiendo yo era más
perfección una cosa y servicio de Dios, con el contento que me da
contentarle, pasé la pena de dejar a aquella señora que tanto la
veía sentir, y a otras personas a quien debía mucho, en especial a
mi confesor, que era de la Compañía de Jesús, y hallábame muy
bien con él. Mas mientras más veía que perdía de consuelo por el
Señor, más contento me daba perderle. No podía entender cómo
era esto, porque veía claro estos dos contrarios: holgarme y
consolarme y alegrarme de lo que me pesaba en el alma. Porque
yo estaba consolada y sosegada y tenía lugar para tener muchas
horas de oración; veía que venía a meterme en un fuego, que ya el
Señor me lo había dicho que venía a pasar gran cruz, aunque
nunca yo pensé lo fuera tanto como después vi. Y con todo, venía
yo alegre, y estaba deshecha de que no me ponía luego en la
batalla, pues el Señor quería la tuviese; y así enviaba Su Majestad
el esfuerzo y le ponía en mi flaqueza.
11. No podía, como digo, entender cómo podía ser esto. Pensé esta
comparación: si poseyendo yo una joya o cosa que me da gran
contento, ofréceseme saber que la quiere una persona que yo
quiero más que a mí y deseo más contentarla que mi mismo
descanso, dame gran contento quedarme sin el que me daba lo que
poseía, por contentar a aquella persona; y como este contento de
contentarla excede a mi mismo contento, quítase la pena de la falta
que me hace la joya o lo que amo, y de perder el contento que
daba. De manera que, aunque quería tenerla de ver que dejaba
personas que tanto sentían apartarse de mí, con ser yo de mi
condición tan agradecida que bastara en otro tiempo a fatigarme
mucho, y ahora, aunque quisiera tener pena, no podía.
12. Importó tanto el no me tardar un día más para lo que tocaba al
negocio de esta bendita casa, que yo no sé cómo pudiera
concluirse si entonces me detuviera. ¡Oh grandeza de Dios!,
muchas veces me espanta cuando lo considero y veo cuán
particularmente quería Su Majestad ayudarme para que se
efectuase este rinconcito de Dios, que yo creo lo es, y morada en
que Su Majestad se deleita, como una vez estando en oración me
dijo, que era esta casa paraíso de su deleite. Y así parece ha Su
Majestad escogido las almas que ha traído a él, en cuya compañía
yo vivo con harta harta confusión; porque yo no supiera desearlas
tales para este propósito de tanta estrechura y pobreza y oración; y
llévanlo con una alegría y contento, que cada una se halla indigna
de haber merecido venir a tal lugar; en especial algunas, que las
llamó el Señor de mucha vanidad y gala del mundo, adonde
pudieran estar contentas conforme a sus leyes, y hales dado el
Señor tan doblados los contentos aquí, que claramente conocen
haberles el Señor dado ciento por uno que dejaron, y no se hartan
de dar gracias a Su Majestad. A otras ha mudado de bien en mejor.
A las de poca edad da fortaleza y conocimiento para que no puedan
desear otra cosa, y que entiendan que es vivir en mayor descanso,
aun para lo de acá, estar apartadas de todas las cosas de la vida. A
las que son de más edad y con poca salud, da fuerzas y se las ha
dado para poder llevar la aspereza y penitencia que todas.
13. ¡Oh Señor mío, cómo se os parece que sois poderoso! No es
menester buscar razones para lo que Vos queréis, porque sobre
toda razón natural hacéis las cosas tan posibles que dais a
entender bien que no es menester más de amaros de veras y
dejarlo de veras todo por Vos, para que Vos, Señor mío, lo hagáis
todo fácil. Bien viene aquí decir que fingís trabajo en vuestra ley;
porque yo no le veo, Señor, ni sé cómo es estrecho el camino que
lleva a Vos. Camino real veo que es, que no senda. Camino que,
quien de verdad se pone en él, va más seguro. Muy lejos están los
puertos y rocas para caer, porque lo están de las ocasiones. Senda
llamo yo, y ruin senda y angosto camino, el que de una parte está
un valle muy hondo adonde caer y de la otra un despeñadero: no se
han descuidado, cuando se despeñan y se hacen pedazos.
14. El que os ama de verdad, Bien mío, seguro va por ancho
camino y real. Lejos está el despeñadero. No ha tropezado tantico,
cuando le dais Vos, Señor, la mano. No basta una caída ni muchas,
si os tiene amor y no a las cosas del mundo, para perderse. Va por
el valle de la humildad. No puedo entender qué es lo que temen de
ponerse en el camino de la perfección.
El Señor, por quien es, nos dé a entender cuán mala es la
seguridad en tan manifiestos peligros como hay en andar con el hilo
de la gente, y cómo está la verdadera seguridad en procurar ir muy
adelante en el camino de Dios. Los ojos en El, y no hayan miedo se
ponga este Sol de Justicia, ni nos deje caminar de noche para que
nos perdamos, si primero no le dejamos a El.
15. No temen andar entre leones, que cada uno parece que quiere
llevar un pedazo, que son las honras y deleites y contentos
semejantes que llama el mundo; y acá parece hace el demonio
temer de musarañas. Mil veces me espanto y diez mil querría
hartarme de llorar y dar voces a todos para decir la gran ceguedad
y maldad mía, porque si aprovechase algo para que ellos abriesen
los ojos, ábraselos el que puede, por su bondad, y no permita se
me tornen a cegar a mí, amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 36
Prosigue en la materia comenzada y dice cómo se acabó de
concluir y se fundó este monasterio del glorioso San José y las
grandes contradicciones y persecuciones que después de tomar
hábito las religiosas hubo, y los grandes trabajos y tentaciones que
ella pasó, y cómo de todo la sacó el Señor con victoria y en gloria y
alabanza suya.
1. Partida ya de aquella ciudad, venía muy contenta por el camino,
determinándome a pasar todo lo que el Señor fuese servido muy
con toda voluntad.
La noche misma que llegué a esta tierra, llega nuestro despacho
para el monasterio y Breve de Roma, que yo me espanté, y se
espantaron los que sabían la prisa que me había dado el Señor a la
venida, cuando supieron la gran necesidad que había de ello y a la
coyuntura que el Señor me traía; porque hallé aquí al Obispo y al
santo fray Pedro de Alcántara y a otro caballero muy siervo de Dios,
en cuya casa este santo hombre posaba, que era persona adonde
los siervos de Dios hallaban espaldas y cabida.
2. Entrambos a dos acabaron con el Obispo admitiese el
monasterio, que no fue poco, por ser pobre, sino que era tan amigo
de personas que veía así determinadas a servir al Señor, que luego
se aficionó a favorecerle; y el aprobarlo este santo viejo y poner
mucho con unos y con otros en que nos ayudasen, fue el que lo
hizo todo. Si no viniera a esta coyuntura -como ya he dicho-, no
puedo entender cómo pudiera hacerse. Porque estuvo poco aquí
este santo hombre, que no creo fueron ocho días, y ésos muy
enfermo, y desde a muy poco le llevó el Señor consigo. Parece que
le había guardado Su Majestad hasta acabar este negocio, que
había muchos días -no sé si más de dos años- que andaba muy
malo.
3. Todo se hizo debajo de gran secreto, porque a no ser así no se
pudiera hacer nada, según el pueblo estaba mal con ello, como se
pareció después. Ordenó el Señor que estuviese malo un cuñado
mío, y su mujer no aquí, y en tantanecesidad, que me dieron
licencia para estar con él. Y con esta ocasión no se entendió nada,
aunque en algunas personas no dejaba de sospecharse algo, mas
aún no lo creían. Fue cosa para espantar, que no estuvo más malo
de lo que fue menester para el negocio y, en siendo menester
tuviese salud para que yo me desocupase y él dejase
desembarazada la casa, se la dio luego el Señor, que él estaba
maravillado.
4. Pasé harto trabajo en procurar con unos y con otros que se
admitiese, y con el enfermo, y con oficiales para que se acabase la
casa a mucha prisa, para que tuviese forma de monasterio, que
faltaba mucho de acabarse. Y la mi compañera no estaba aquí, que
nos pareció era mejor estar ausente para más disimular, y yo veía
que iba el todo en la brevedad por muchas causas; y la una era
porque cada hora temía me habían de mandar ir. Fueron tantas las
cosas de trabajos que tuve, que me hizo pensar si era esta la cruz;
aunque todavía me parecía era poco para la gran cruz que yo había
entendido del Señor había de pasar.
5. Pues todo concertado, fue el Señor servido que, día de San
Bartolomé, tomaron hábito algunas y se puso el Santísimo
Sacramento, y con toda autoridad y fuerza quedó hecho nuestro
monasterio del gloriosísimo padre nuestro San José, año de mil y
quinientos y sesenta y dos. Estuve yo a darles el hábito, y otras dos
monjas de nuestra casa misma, que acertaron a estar fuera. Como
en ésta que se hizo el monasterio era la que estaba mi cuñado
(que, como he dicho, la había él comprado por disimular mejor el
negocio), con licencia estaba yo en ella, y no hacía cosa que no
fuese con parecer de letrados, para no ir un punto contra
obediencia. Y como veían ser muy provechoso para toda la Orden
por muchas causas, que aunque iba con secreto y guardándome no
lo supiesen mis prelados, me decían lo podía hacer. Porque por
muy poca imperfección que me dijeran era, mil monasterios me
parece dejara, cuánto más uno. Esto es cierto. Porque aunque lo
deseaba por apartarme más de todo y llevar mi profesión y
llamamiento con más perfección y encerramiento, de tal manera lo
deseaba, que cuando entendiera era más servicio del Señor dejarlo
todo, lo hiciera -como lo hice la otra vez- con todo sosiego y paz.
6. Pues fue para mí como estar en una gloria ver poner el Santísimo
Sacramento y que se remediaron cuatro huérfanas pobres (porque
no se tomaban con dote) y grandes siervas de Dios, que esto se
pretendió al principio, que entrasen personas que con su ejemplo
fuesen fundamento para en que se pudiese el intento que
llevábamos, de mucha perfección y oración, efectuar, y hecha una
obra que tenía entendido era para servicio del Señor y honra del
hábito de su gloriosa Madre, que éstas eran mis ansias.
Y también me dio gran consuelo de haber hecho lo que tanto el
Señor me había mandado, y otra iglesia más en este lugar, de mi
padre glorioso San José, que no la había. No porque a mí me
pareciese había hecho en ello nada, que nunca me lo parecía, ni
parece. Siempre entiendo lo hacía el Señor, y lo que era de mi parte
iba con tantas imperfecciones, que antes veo había que me culpar
que no que me agradecer. Mas érame gran regalo ver que hubiese
Su Majestad tomádome por instrumento -siendo tan ruin- para tan
gran obra.
Así que estuve con tan gran contento, que estaba como fuera de
mí, con grande oración.
7. Acabado todo, sería como desde a tres o cuatro horas, me
revolvió el demonio una batalla espiritual, como ahora diré. Púsome
delante si había sido mal hecho lo que había hecho, si iba contra
obediencia en haberlo procurado sin que me lo mandase el
Provincial (que bien me parecía a mí le había de ser algún disgusto,
a causa de sujetarle al Ordinario, por no se lo haber primero dicho;
aunque como él no le había querido admitir, y yo no la mudaba,
también me parecía no se le daría nada por otra parte), y que si
habían de tener contento las que aquí estaban en tanta estrechura,
si les había de faltar de comer, si había sido disparate, que quién
me metía en esto, pues yo tenía monasterio.
Todo lo que el Señor me había mandado y los muchos pareceres y
oraciones que había más de dos años que no casi cesaban, todo
tan quitado de mi memoria como si nunca hubiera sido. Sólo de mi
parecer me acordaba, y todas las virtudes y la fe estaban en mí
entonces suspendidas, sin tener yo fuerza para que ninguna obrase
ni me defendiese de tantos golpes.
8. También me ponía el demonio que cómo me quería encerrar en
casa tan estrecha, y con tantas enfermedades, que cómo había de
poder sufrir tanta penitencia, y dejaba casa tan grande y deleitosa y
adonde tan contenta siempre había estado, y tantas amigas; que
quizás las de acá no serían a mi gusto, que me había obligado a
mucho, que quizá estaría desesperada, y que por ventura había
pretendido esto el demonio, quitarme la paz y quietud, y que así no
podría tener oración, estando desasosegada, y perdería el alma.
Cosas de esta hechura juntas me ponía delante, que no era en mi
mano pensar en otra cosa, y con esto una aflicción y oscuridad y
tinieblas en el alma, que yo no lo sé encarecer. De que me vi así,
fuime a ver el Santísimo Sacramento, aunque encomendarme a El
no podía. Paréceme estaba con una congoja como quien está en
agonía de muerte. Tratarlo con nadie no había de osar, porque aun
confesor no tenía señalado.
9. ¡Oh, válgame Dios, qué vida esta tan miserable! No hay contento
seguro ni cosa sin mudanza. Había tan poquito que no me parece
trocara mi contento con ninguno de la tierra, y la misma causa de él
me atormentaba ahora de tal suerte que no sabía qué hacer de mí.
¡Oh, si mirásemos con advertencia las cosas de nuestra vida! Cada
uno vería por experiencia en lo poco que se ha de tener contento ni
descontento de ella.
Es cierto que me parece fue uno de los recios ratos que he pasado
en mi vida. Parece que adivinaba el espíritu lo mucho que estaba
por pasar, aunque no llegó a ser tanto como esto si durara. Mas no
dejó el Señor padecer mucho a su pobre sierva; porque nunca en
las tribulaciones me dejó de socorrer, y así fue en ésta, que me dio
un poco de luz para ver que era demonio y para que pudiese
entender la verdad y que todo era quererme espantar con mentiras.
Y así comencé a acordarme de mis grandes determinaciones de
servir al Señor y deseos de padecer por El; y pensé que si había de
cumplirlos, que no había de andar a procurar descanso, y que si
tuviese trabajos, que ése era el merecer, y si descontento, como lo
tomase por servir a Dios, me serviría de purgatorio; que de qué
temía, que pues deseaba trabajos, que buenos eran éstos; que en
la mayor contradicción estaba la ganancia; que por qué me había
de faltar ánimo para servir a quien tanto debía.
Con estas y otras consideraciones, haciéndome gran fuerza,
prometí delante del Santísimo Sacramento de hacer todo lo que
pudiese para tener licencia de venirme a esta casa, y en pudiéndolo
hacer con buena conciencia, prometer clausura.
10. En haciendo esto, en un instante huyó el demonio y me dejó
sosegada y contenta, y lo quedé y lo he estado siempre, y todo lo
que en esta casa se guarda de encerramiento y penitencia y lo
demás, se me hace en extremo suave y poco. El contento es tan
grandísimo que pienso yo algunas veces qué pudiera escoger en la
tierra que fuera más sabroso. No sé si es esto parte para tener
mucha más salud que nunca, o querer el Señor -por ser menester y
razón que haga lo que todas- darme este consuelo que pueda
hacerlo, aunque con trabajo. Mas del poder se espantan todas las
personas que saben mis enfermedades. ¡Bendito sea El, que todo
lo da y en cuyo poder se puede!.
11. Quedé bien cansada de tal contienda y riéndome del demonio,
que vi claro ser él. Creo lo permitió el Señor, porque yo nunca supe
qué cosa era descontento de ser monja ni un momento, en veinte y
ocho años y más que ha que lo soy, para que entendiese la merced
grande que en esto me había hecho, y del tormento que me había
librado; y también para que si alguna viese lo estaba, no me
espantase y me apiadase de ella y la supiese consolar.
Pues pasado esto, queriendo después de comer descansar un poco
(porque en toda la noche no había casi sosegado, ni en otras
algunas dejado de tener trabajo y cuidado, y todos los días bien
cansada), como se había sabido en mi monasterio y en la ciudad lo
que estaba hecho, había en él mucho alboroto por las causas que
ya he dicho, que parecía llevaban algún color.
Luego la prelada me envió a mandar que a la hora me fuese allá.
Yo en viendo su mandamiento, dejo mis monjas harto penadas, y
voyme luego.
Bien vi que se me habían de ofrecer hartos trabajos; mas como ya
quedaba hecho, muy poco se me daba. Hice oración suplicando al
Señor me favoreciese, y a mi padre San José que me trajese a su
casa, y ofrecíle lo que había de pasar y, muy contenta se ofreciese
algo en que yo padeciese por él y le pudiese servir, me fui, con
tener creído luego me habían de echar en la cárcel. Mas a mi
parecer me diera mucho contento, por no hablar a nadie y
descansar un poco en soledad, de lo que yo estaba bien
necesitada, porque me traía molida tanto andar con gente.
12. Como llegué y di mi descuento a la prelada, aplacóse algo, y
todas enviaron al Provincial, y quedóse la causa para delante de él.
Y venido, fui a juicio con harto gran contento de ver que padecía
algo por el Señor, porque contra Su Majestad ni la Orden no hallaba
haber ofendido nada en este caso; antes procuraba aumentarla con
todas mis fuerzas, y muriera de buena gana por ello, que todo mi
deseo era que se cumpliese con toda perfección. Acordéme del
juicio de Cristo y vi cuán nonada era aquél. Hice mi culpa como muy
culpada, y así lo parecía a quien no sabía todas las causas.
Después de haberme hecho una gran reprensión, aunque no con
tanto rigor como merecía el delito y lo que muchos decían al
Provincial, yo no quisiera disculparme, porque iba determinada a
ello, antes pedí me perdonase y castigase y no estuviese desabrido
conmigo.
13. En algunas cosas bien veía yo me condenaban sin culpa,
porque me decían lo había hecho porque me tuviesen en algo y por
ser nombrada y otras semejantes. Mas en otras claro entendía que
decían verdad, en que era yo más ruin que otras, y que pues no
había guardado la mucha religión que se llevaba en aquella casa,
cómo pensaba guardarla en otra con más rigor, que escandalizaba
el pueblo y levantaba cosas nuevas. Todo no me hacía ningún
alboroto ni pena, aunque yo mostraba tenerla porque no pareciese
tenía en poco lo que me decían. En fin, me mandó delante de las
monjas diese descuento, y húbelo de hacer.
14. Como yo tenía quietud en mí y me ayudaba el Señor, di mi
descuento de manera que no halló el Provincial, ni las que allí
estaban, por qué me condenar. Y después a solas le hablé más
claro, y quedó muy satisfecho, y prometióme -si fuese adelante- en
sosegándose la ciudad, de darme licencia que me fuese a él,
porque el alboroto de toda la ciudad era tan grande como ahora
diré.
15. Desde a dos o tres días, juntáronse algunos de los regidores y
corregidor y del cabildo, y todos juntos dijeron que en ninguna
manera se había de consentir, que venía conocido daño a la
república, y que habían de quitar el Santísimo Sacramento, y que
en ninguna manera sufrirían pasase adelante. Hicieron juntar todas
las Ordenes para que digan su parecer, de cada una dos letrados.
Unos callaban, otros condenaban; en fin, concluyeron que luego se
deshiciese. Sólo un Presentado de la Orden de Santo Domingo,
aunque era contrario -no del monasterio, sino de que fuese pobre-,
dijo que no era cosa que así se había de deshacer, que se mirase
bien, que tiempo había para ello, que éste era caso del Obispo, o
cosas de este arte, que hizo mucho provecho. Porque según la
furia, fue dicha no lo poner luego por obra. Era, en fin, que había de
ser; que era el Señor servido de ello, y podían todos poco contra su
voluntad. Daban sus razones y llevaban buen celo, y así, sin
ofender ellos a Dios, hacíanme padecer y a todas las personas que
lo favorecían, que eran algunas, y pasaron mucha persecución.
16. Era tanto el alboroto del pueblo, que no se hablaba en otra
cosa, y todos condenarme e ir al Provincial y a mi monasterio. Yo
ninguna pena tenía de cuanto decían de mí más que si no lo
dijeran, sino temor si se había de deshacer. Esto me daba gran
pena, y ver que perdían crédito las personas que me ayudaban y el
mucho trabajo que pasaban, que de lo que decían de mí antes me
parece me holgaba; y si tuviera alguna fe, ninguna alteración
tuviera, sino que faltar algo en una virtud basta a adormecerlas
todas; y así estuve muy penada dos días que hubo estas juntas que
digo en el pueblo, y estando bien fatigada me dijo el Señor: ¿No
sabes que soy poderoso?; ¿de qué temes?, y me aseguró que no
se desharía. Con esto quedé muy consolada.
Enviaron al Consejo Real con su información. Vino provisión para
que se diese relación de cómo se había hecho.
17. Hela aquí comenzado un gran pleito; porque de la ciudad fueron
a la Corte, y hubieron de ir de parte del monasterio, y ni había
dineros ni yo sabía qué hacer. Proveyólo el Señor, que nunca mi
Padre Provincial me mandó dejase de entender en ello; porque es
tan amigo de toda virtud, que aunque no ayudaba, no quería ser
contra ello. No me dio licencia, hasta ver en lo que paraba, para
venir acá. Estas siervas de Dios estaban solas y hacían más con
sus oraciones que con cuanto yo andaba negociando, aunque fue
menester harta diligencia.
Algunas veces parecía que todo faltaba, en especial un día antes
que viniese el Provincial, que me mandó la priora no tratase en
nada, y era dejarse todo. Yo me fui a Dios y díjele: «Señor, esta
casa no es mía; por Vos se ha hecho; ahora que no hay nadie que
negocie, hágalo Vuestra Majestad». Quedaba tan descansada y tan
sin pena, como si tuviera a todo el mundo que negociara por mí, y
luego tenía por seguro el negocio.
18. Un muy siervo de Dios, sacerdote, que siempre me había
ayudado, amigo de toda perfección, fue a la Corte a entender en el
negocio, y trabajaba mucho; y el caballero santo -de quien he hecho
mención- hacía en este caso muy mucho, y de todas maneras lo
favorecía. Pasó hartos trabajos y persecución, y siempre en todo le
tenía por padre y aun ahora le tengo.
Y en los que nos ayudaban ponía el Señor tanto hervor, que cada
uno lo tomaba por cosa tan propia suya, como si en ello les fuera la
vida y la honra, y no les iba más de ser cosa en que a ellos les
parecía se servía el Señor. Pareció claro ayudar Su Majestad al
Maestro que he dicho, clérigo, que también era de los que mucho
me ayudaban, a quien el Obispo puso de su parte en una junta
grande que se hizo, y él estaba solo contra todos y en fin, los
aplacó con decirles ciertos medios, que fue harto para que se
entretuviesen, mas ninguno bastaba para que luego no tornasen a
poner la vida, como dicen, en deshacerle. Este siervo de Dios que
digo, fue quien dio los hábitos y puso el Santísimo Sacramento, y se
vio en harta persecución. Duró esta batería casi medio año, que
decir los grandes trabajos que se pasaron por menudo, sería largo.
19. Espantábame yo de lo que ponía el demonio contra unas
mujercitas y cómo les parecía a todos era gran daño para el lugar
solas doce mujeres y la priora, que no han de ser más -digo a los
que lo contradecían-, y de vida tan estrecha; que ya que fuera daño
o yerro, era para sí mismas; mas daño al lugar, no parece llevaba
camino; y ellos hallaban tantos, que con buena conciencia lo
contradecían. Ya vinieron a decir que, como tuviese renta, pasarían
por ello y que fuese adelante. Yo estaba ya tan cansada de ver el
trabajo de todos los que me ayudaban, más que del mío, que me
parecía no sería malo hasta que se sosegasen tener renta, y dejarla
después. Y otras veces, como ruin e imperfecta, me parecía que por
ventura lo quería el Señor, pues sin ella no podíamos salir con ello,
y venía ya en este concierto.
20. Estando la noche antes que se había de tratar en oración, y ya
se había comenzado el concierto, díjome el Señor que no hiciese
tal, que si comenzásemos a tener renta, que no nos dejarían
después que lo dejásemos, y otras algunas cosas. La misma noche
me apareció el santo fray Pedro de Alcántara, que era ya muerto, y
antes que muriese me escribió -como supo la gran contradicción y
persecución que teníamos- que se holgaba fuese la fundación con
contradicción tan grande, que era señal se había el Señor servir
muy mucho en este monasterio, pues el demonio tanto ponía en
que no se hiciese, y que en ninguna manera viniese en tener renta;
y aun dos o tres veces me persuadió en la carta, y que, como esto
hiciese, ello vendría a hacerse todo como yo quería. Ya yo le había
visto otras dos veces después que murió, y la gran gloria que tenía,
y así no me hizo temor, antes me holgué mucho; porque siempre
aparecía como cuerpo glorificado, lleno de mucha gloria, y
dábamela muy grandísima verle. Acuérdome que me dijo la primera
vezque le vi, entre otras cosas, diciéndome lo mucho que gozaba,
que dichosa penitencia había sido la que había hecho, que tanto
premio había alcanzado.
21. Porque ya creo tengo dicho algo de esto, no digo aquí más de
cómo esta vez me mostró rigor y sólo me dijo que en ninguna
manera tomase renta y que por qué no quería tomar su consejo, y
desapareció luego.
Yo quedé espantada, y luego otro día dije al caballero -que era a
quien en todo acudía como el que más en ello hacía- lo que
pasaba, y que no se concertase en ninguna manera tener renta,
sino que fuese adelante el pleito. El estaba en esto mucho más
fuerte que yo, y holgóse mucho; después me dijo cuán de mala
gana hablaba en el concierto.
22. Después se tornó a levantar otra persona, y sierva de Dios
harto, y con buen celo; ya que estaba en buenos términos, decía se
pusiese en manos de letrados. Aquí tuve hartos desasosiegos,
porque algunos de los que me ayudaban venían en esto, y fue esta
maraña que hizo el demonio, de la más mala digestión de todas. En
todo me ayudó el Señor, que así dicho en suma no se puede bien
dar a entender lo que se pasó en dos años que se estuvo
comenzada esta casa, hasta que se acabó. Este medio postrero y
lo primero fue lo más trabajoso.
23. Pues aplacada ya algo la ciudad, diose tan buena maña el
Padre Presentado Dominico que nos ayudaba, aunque no estaba
presente, mas habíale traído el Señor a un tiempo que nos hizo
harto bien y pareció haberle Su Majestad para solo este fin traído,
que me dijo él después que no había tenido para qué venir, sino
que acaso lo había sabido. Estuvo lo que fue menester. Tornado a
ir, procuró por algunas vías que nos diese licencia nuestro Padre
Provincial para venir yo a esta casa con otras algunas conmigo,
(que parecía casi imposible darla tan en breve), para hacer el oficio
y enseñar a las que estaban. Fue grandísimo consuelo para mí el
día que vinimos.
24. Estando haciendo oración en la iglesia antes que entrase en el
monasterio, estando casi en arrobamiento, vi a Cristo que con
grande amor me pareció me recibía y ponía una corona y
agradeciéndome lo que había hecho por su Madre.
Otra vez, estando todas en el coro en oración después de
Completas, vi a nuestra Señora con grandísima gloria, con manto
blanco, y debajo de él parecía ampararnos a todas; entendí cuán
alto grado de gloria daría el Señor a las de esta casa.
25. Comenzado a hacer el oficio, era mucha la devoción que el
pueblo comenzó a tener con esta casa. Tomáronse más monjas, y
comenzó el Señor a mover a los que más nos habían perseguido
para que mucho nos favoreciesen e hiciesen limosna; y así
aprobaban lo que tanto habían reprobado, y poco a poco se dejaran
del pleito y decían que ya entendían ser obra de Dios, pues con
tanta contracción Su Majestad había querido fuese adelante. Y no
hay al presente nadie que le parezca fuera acertado dejarse de
hacer, y así tienen tanta cuenta con proveernos de limosna, que sin
haber demanda ni pedir a nadie, los despierta el Señor para que
nos la envíen, y pasamos sin que nos falte lo necesario, y espero
en el Señor será así siempre; que, como son pocas, si hacen lo que
deben como Su Majestad ahora les da gracia para hacerlo, segura
estoy que no les faltará ni habrán menester ser cansosas, ni
importunar a nadie, que el Señor se tendrá cuidado como hasta
aquí. [26] Que es para mí grandísimo consuelo de verme aquí
metida con almas tan desasidas. Su trato es entender cómo irán
adelante en el servicio de Dios. La soledad es su consuelo, y
pensar de ver a nadie que no sea para ayudarlas a encender más el
amor de su Esposo, les es trabajo, aunque sean muy deudos; y así
no viene nadie a esta casa, sino quien trata de esto, porque ni las
contenta ni los contenta. No es su lenguaje otro sino hablar de Dios,
y así no entienden ni las entiende sino quien habla el mismo.
Guardamos la Regla de nuestra Señora del Carmen, y cumplida
ésta sin relajación, sino como la ordenó fray Hugo, Cardenal de
Santa Sabina, que fue dada a 1248 años, en el año quinto del
Pontificado del Papa Inocencio IV.
27. Me parece serán bien empleados todos los trabajos que se han
pasado. Ahora, aunque tiene algún rigor, porque no se come jamás
carne sin necesidad y ayuno de ocho meses y otras cosas, como se
ve en la misma primera Regla, en muchas aun se les hace poco a
las hermanas y guardan otras cosas que para cumplir ésta con más
perfección nos han parecido necesarias. Y espero en el Señor ha
de ir muy delante lo comenzado, como Su Majestad me lo ha dicho.
28. La otra casa que la beata que dije procuraba hacer, también la
favoreció el Señor, y está hecha en Alcalá, y no le faltó harta
contradicción ni dejó de pasar trabajos grandes. Sé que se guarda
en ella toda religión, conforme a esta primera Regla nuestra. Plega
al Señor sea todo para gloria y alabanza suya y de la gloriosa
Virgen María, cuyo hábitotraemos, amén.
29. Creo se enfadará vuestra merced de la larga relación que he
dado de este monasterio, y va muy corta para los muchos trabajos y
maravillas que el Señor en esto ha obrado, que hay de ello muchos
testigos que lo podrán jurar, y así pido yo a vuestra merced por
amor de Dios, que si le pareciere romper lo demás que aquí va
escrito, lo que toca a este monasterio vuestra merced lo guarde y,
muerta yo, lo dé a las hermanas que aquí estuvieren, que animará
mucho para servir a Dios las que vinieren, y a procurar no caiga lo
comenzado, sino que vaya siempre adelante, cuando vean lo
mucho que puso Su Majestad en hacerla por medio de cosa tan ruin
y baja como yo.
Y pues el Señor tan particularmente se ha querido mostrar en
favorecer para que se hiciese, paréceme a mí que hará mucho mal
y será muy castigada de Dios la que comenzare a relajar la
perfección que aquí el Señor ha comenzado y favorecido para que
se lleve con tanta suavidad, que se ve muy bien es tolerable y se
puede llevar con descanso, y el gran aparejo que hay para vivir
siempre en él las que a solas quisieren gozar de su esposo Cristo;
que esto es siempre lo que han de pretender, y solas con El solo, y
no ser más de trece; porque esto tengo por muchos pareceres
sabido que conviene, y visto por experiencia, que para llevar el
espíritu que se lleva y vivir de limosna y sin demanda, que no se
sufre más. Y siempre crean más a quien con trabajos muchos y
oración de muchas personas procuró lo que sería mejor; y en el
gran contento y alegría y poco trabajo que en estos años que ha
estamos en esta casa vemos tener todas, y con mucha más salud
que solían, se verá ser esto lo que conviene. Y quien le pareciere
áspero, eche la culpa a su falta de espíritu y no a lo que aquí se
guarda, pues personas delicadas y no sanas, porque le tienen, con
tanta suavidad lo pueden llevar, y váyanse a otro monasterio,
adonde se salvarán conforme a su espíritu.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 37*.
Trata de los efectos que le quedaban cuando el Señor le había
hecho alguna merced. - Junta con esto harto buena doctrina. - Dice
cómo se ha de procurar y tener en mucho ganar algún grado más
de gloria, y que por ningún trabajo dejemos bienes que son
perpetuos.
1. De mal se me hace decir más de las mercedes que me ha hecho
el Señor de las dichas, y aun son demasiadas para que se crea
haberlas hecho a persona tan ruin; mas por obedecer al Señor, que
me lo ha mandado, y a vuestras mercedes, diré algunas cosas para
gloria suya. Plega a Su Majestad sea para aprovechar algún alma
ver que a una cosa tan miserable ha querido el Señor así favorecer
-¿qué hará a quien le hubiere de verdad servido?- y se animen
todos a contentar a Su Majestad, pues aun en esta vida da tales
prendas.
2. Lo primero, hase de entender que en estas mercedes que hace
Dios al alma hay más y menos gloria. Porque en algunas visiones
excede tanto la gloria y gusto y consuelo al que da en otras, que yo
me espanto de tanta diferencia de gozar, aun en esta vida. Porque
acaece ser tanta la diferencia que hay de un gusto y regalo que da
Dios en una visión o en un arrobamiento, que parece no es posible
poder haber más acá que desear y así el alma no lo desea ni
pediría más contento. Aunque después que el Señor me ha dado a
entender la diferencia que hay en el cielo de lo que gozan unos a lo
que gozan otros cuán grande es, bien veo que también acá no hay
tasa en el dar cuando el Señor es servido, y así no querría yo la
hubiese en servir yo a Su Majestad y emplear toda mi vida y fuerzas
y salud en esto, y no querría por mi culpa perder un tantito de más
gozar. Y digo así que si me dijesen cuál quiero más, estar con todos
los trabajos del mundo hasta el fin de él y después subir un poquito
más en gloria, o sin ninguno irme a un poco de gloria más baja, que
de muy buena gana tomaría todos los trabajos por un tantito de
gozar más de entender las grandezas de Dios; pues veo que quien
más le entiende más le ama y le alaba.
3. No digo que no me contentaría y tendría por muy venturosa de
estar en el cielo, aunque fuese en el más bajo lugar, pues quien tal
le tenía en el infierno, harta misericordia me haría en esto el Señor,
y plega a Su Majestad vaya yo allá, y no mire a mis grandes
pecados. Lo que digo es que, aunque fuese a muy gran costa mía,
si pudiese y el Señor me diese gracia para trabajar mucho, no
querría por mi culpa perder nada. ¡Miserable de mí, que con tantas
culpas lo tenía perdido todo!
4. Hase de notar también que en cada merced que el Señor me
hacía de visión o revelación quedaba mi alma con alguna gran
ganancia, y con algunas visiones quedaba con muy muchas.
De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la
tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez, ¡cuánto más
tantas como el Señor me hace esta merced! Quedé con un
provecho grandísimo y fue éste: tenía una grandísima falta de
donde me vinieron grandes daños, y era ésta: que como
comenzaba a entender que una persona me tenía voluntad y si me
caía en gracia, me aficionaba tanto, que me ataba en gran manera
la memoria a pensar en él, aunque no era con intención de ofender
a Dios, mas holgábame de verle y de pensar en él y en las cosas
buenas que le veía. Era cosa tan dañosa, que me traía el alma
harto perdida. Después que vi la gran hermosura del Señor, no veía
a nadie que en su comparación me pareciese bien ni me ocupase;
que, con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen
que tengo en mi alma, he quedado con tanta libertad en esto, que
después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación
de las excelencias y gracias que en este Señor veía. Ni hay saber ni
manera de regalo que yo estime en nada, en comparación del que
es oír sola una palabra dicha de aquella divina boca, cuánto más
tantas. Y tengo yo por imposible, si el Señor por mis pecados no
permite se me quite esta memoria, podérmela nadie ocupar de
suerte que, con un poquito de tornarme a acordar de este Señor, no
quede libre.
5. Acaecióme con algún confesor (que siempre quiero mucho a los
que gobiernan mi alma) como los tomo en lugar de Dios tan de
verdad, paréceme que es siempre adonde mi voluntad más se
emplea y, como yo andaba con seguridad, mostrábales gracia.
Ellos, como temerosos y siervos de Dios, temíanse no me asiese en
alguna manera y me atase a quererlos, aunque santamente, y
mostrábanme desgracia. Esto era después que yo estaba tan sujeta
a obedecerlos, que antes no los cobraba ese amor. Yo me reía
entre mí de ver cuán engañados estaban, aunque no todas veces
trataba tan claro lo poco que me ataba a nadie como lo tenía en mí.
Mas asegurábalos y, tratándome más, conocían lo que debía al
Señor; que estas sospechas que traían de mí, siempre era a los
principios.
Comenzóme mucho mayor amor y confianza de este Señor en
viéndole, como con quien tenía conversación tan continua. Veía
que, aunque era Dios, que era hombre, que no se espanta de las
flaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable
compostura, sujeta a muchas caídas por el primer pecado que El
había venido a reparar. Puedo tratar como con amigo, aunque es
señor. Porque entiendo no es como los que acá tenemos por
señores, que todo el señorío ponen en autoridades postizas: ha de
haber horas de hablar y señaladas personas que los hablen; si es
algún pobrecito que tiene algún negocio, ¡más rodeos y favores y
trabajos le ha de costar tratarlo! ¡Oh que si es con el Rey!, aquí no
hay tocar gente pobre y no caballerosa, sino preguntar quién son
los más privados; y a buen seguro que no sean personas que
tengan el mundo debajo de los pies, porque éstos hablan verdades,
que no temen ni deben; no son para palacio, que allí no se deben
usar, sino callar lo que mal les parece, que aun pensarlo no deben
osar por no ser desfavorecidos.
6. ¡Oh Rey de gloria y Señor de todos los reyes! ¡Cómo no es
vuestro reino armado de palillos, pues no tiene fin! ¡Cómo no son
menester terceros para Vos! Con mirar vuestra persona, se ve
luego que es sólo el que merecéis que os llamen Señor, según la
majestad mostráis. No es menester gente de acompañamiento ni de
guarda para que conozcan que sois Rey. Porque acá un rey solo
mal se conocerá por sí. Aunque él más quiera ser conocido por rey,
no le creerán, que no tiene más que los otros; es menester que se
vea por qué lo creer, y así es razón tenga estas autoridades
postizas, porque si no las tuviese no le tendrían en nada. Porque no
sale de sí el parecer poderoso. De otros le ha de venir la autoridad.
¡Oh Señor mío, oh Rey mío! ¡Quién supiera ahora representar la
majestad que tenéis! Es imposible dejar de ver que sois gran
Emperador en Vos mismo, que espanta mirar esta majestad; mas
más espanta, Señor mío, mirar con ella vuestra humildad y el amor
que mostráis a una como yo. En todo se puede tratar y hablar con
Vos como quisiéramos, perdido el primer espanto y temor de ver
vuestra majestad, con quedar mayor para no ofenderos; mas no por
miedo del castigo, Señor mío, porque éste no se tiene en nada en
comparación de no perderos a Vos.
7. Hela aquí los provechos de esta visión, sin otros grandes que
deja en el alma. Si es de Dios, entiéndese por los efectos, cuando
el alma tiene luz; porque, como muchas veces he dicho, quiere el
Señor que esté en tinieblas y que no vea esta luz, y así no es
mucho tema la que se ve tan ruin como yo. No ha más que ahora
que me ha acaecido estar ocho días que no parece había en mí ni
podía tener conocimiento de lo que debo a Dios, ni acuerdo de las
mercedes, sino tan embobada el alma y puesta no sé en qué, ni
cómo, no en malos pensamientos, mas para los buenos estaba tan
inhábil, que me reía de mí y gustaba de ver la bajeza de un alma
cuando no anda Dios siempre obrando en ella. Bien ve que no está
sin El en este estado, que no es como los grandes trabajos que he
dicho tengo algunas veces; mas aunque pone leña y hace eso poco
que puede de su parte, no hay arder el fuego de amor de Dios.
Harta misericordiasuya es que se ve el humo, para entender que no
está del todo muerto. Torna el Señor a encender, que entonces un
alma, aunque se quiebre la cabeza en soplar y en concertar los
leños, parece que todo lo ahoga más. Creo es lo mejor rendirse del
todo a que no puede nada por sí sola, y entender en otras cosas como he dicho- meritorias; porque por ventura la quita el Señor la
oración para que entienda en ellas y conozca por experiencia lo
poco que puede por sí.
8. Es cierto que yo me he regalado hoy con el Señor y atrevido a
quejarme de Su Majestad, y le he dicho: «¿cómo Dios mío, que no
basta que me tenéis en esta miserable vida, y que por amor de Vos
paso por ello, y quiero vivir adonde todo es embarazos para no
gozaros, sino que he de comer y dormir y negociar y tratar con
todos, y todo lo paso por amor de Vos, pues bien sabéis, Señor
mío, que me es tormento grandísimo, y que tan poquitos ratos como
me quedan para gozar de Vos os me escondáis? ¿Cómo se
compadece esto en vuestra misericordia? ¿Cómo lo puede sufrir el
amor que me tenéis? Creo yo, Señor, que si fuera posible poderme
esconder yo de Vos, como Vos de mí, que pienso y creo del amor
que me tenéis que no lo sufrierais; mas estáisos Vos conmigo, y
veisme siempre. ¡No se sufre esto, Señor mío! Suplícoos miréis que
se hace agravio a quien tanto os ama».
9. Esto y otras cosas me ha acaecido decir, entendiendo primero
cómo era piadoso el lugar que tenía en el infierno para lo que
merecía. Mas algunas veces desatina tanto el amor, que no me
siento, sino que en todo mi seso doy estas quejas, y todo me lo
sufre el Señor. ¡Alabado sea tan buen Rey! ¡Llegáramos a los de la
tierra con estos atrevimientos!... Aun ya al rey no me maravillo que
no se ose hablar, que es razón se tema, y a los señores que
representan ser cabezas;mas está ya el mundo de manera, que
habían de ser más largas las vidas para deprender los puntos y
novedades y maneras que hay de crianza, si han de gastar algo de
ella en servir a Dios. Yo me santiguo de ver lo que pasa. El caso es
que ya yo no sabía cómo vivir cuando aquí me metí; porque no se
toma de burla cuando hay descuido en tratar con las gentes mucho
más que merecen, sino que tan de veras lo toman por afrenta, que
es menester hacer satisfacciones de vuestra intención, si hay -como
digo- descuido; y aun plega a Dios lo crean.
10. Torno a decir que, cierto, yo no sabía cómo vivir, porque se ve
una pobre de alma fatigada: ve que la mandan que ocupe siempre
el pensamiento en Dios y que es necesario traerle en El para
librarse de muchos peligros; por otro cabo ve que no cumple perder
punto en puntos de mundo, so pena de no dejar de dar ocasión a
que se tienten los que tienen su honra puesta en estos puntos.
Traíame fatigada, y nunca acababa de hacer satisfacciones, porque
no podía -aunque lo estudiaba- dejar de hacer muchas faltas en
esto, que, como digo, no se tiene en el mundo por pequeña.
¿Y es verdad que en las Religiones, que de razón habíamos en
estos casos estar disculpados, hay disculpa? -No, que dicen que los
monasterios ha de ser corte de crianza y de saberla. Yo cierto que
no puedo entender esto. He pensado si dijo algún santo que había
de ser corte para enseñar a los que quisiesen ser cortesanos del
cielo, y lo han entendido al revés. Porque traer este cuidado quien
es razón le traiga continuo en contentar a Dios y aborrecer el
mundo, que le pueda traer tan grande en contentar a los que viven
en él en estas cosas que tantas veces se mudan, no sé cómo. Aun
si se pudiera deprender de una vez, pasara; mas aun para títulos de
cartas es ya menester haya cátedra, adonde se lea cómo se ha de
hacer -a manera de decir-, porque ya se deja papel de una parte, ya
de otra, y a quien no se solía poner magnífico, se ha de poner
ilustre.
11. Yo no sé en qué ha de parar, porque aún no he yo cincuenta
años, y en lo que he vivido he visto tantas mudanzas, que no sé
vivir; pues los que ahora nacen y vivieren muchos, ¿qué han de
hacer? Por cierto, yo he lástima a gente espiritual que está obligada
a estar en el mundo por algunos santos fines, que es terrible la cruz
que en esto llevan. Si se pudiesen concertar todos y hacerse
ignorantes y querer que los tengan por tales en estas ciencias, de
mucho trabajo se quitarían.
12. Mas ¡en qué boberías me he metido! Por tratar en las
grandezas de Dios, he venido a hablar de las bajezas del mundo.
Pues el Señor me ha hecho merced en haberle dejado, quiero ya
salir de él. Allá se avengan los que sustentan con tanto trabajo
estas naderías. Plega a Dios que en la otra vida, que es sin
mudanzas, no las paguemos. Amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 38
En que trata de algunas grandes mercedes que el Señor la hizo, así
en mostrarle algunos secretos del cielo, como otras grandes
visiones y revelaciones que Su Majestad tuvo por bien viese. - Dice
los efectos con que la dejaban y el gran aprovechamiento que
quedaba en su alma.
1. Estando una noche tan mala que quería excusarme de tener
oración, tomé un rosario por ocuparme vocalmente, procurando no
recoger el entendimiento, aunque en lo exterior estaba recogida en
un oratorio.
Cuando el Señor quiere, poco aprovechan estas diligencias. Estuve
así bien poco, y vínome un arrebatamiento de espíritu con tanto
ímpetu que no hubo poder resistir. Parecíame estar metida en el
cielo, y las primeras personas que allá vi fue a mi padre y madre, y
tan grandes cosas -en tan breve espacio como se podía decir una
avemaría- que yo quedé bien fuera de mí, pareciéndome muy
demasiada merced.
Esto de en tan breve tiempo, ya puede ser fuese más, sino que se
hace muy poco. Temí no fuese alguna ilusión, puesto que no me lo
parecía. No sabía qué hacer, porque había gran vergüenza de ir al
confesor con esto; y no por humilde, a mi parecer, sino que me
parecía había de burlar de mí y decir: que ¡qué San Pablo para ver
cosas del cielo, o San Jerónimo! Y por haber tenido estos santos
gloriosos cosas de éstas me hacía más temor a mí, y no hacía sino
llorar mucho, porque no me parecía llevaba ningún camino. En fin,
aunque más sentí, fui al confesor, porque callar cosa jamás osaba,
aunque más sintiese en decirla, por el gran miedo que tenía de ser
engañada. El, como me vio tan fatigada, que me consoló mucho y
dijo hartas cosas buenas para quitarme de pena.
2. Andando más el tiempo, me ha acaecido y acaece esto algunas
veces.
Ibame el Señor mostrando más grandes secretos. Porque querer
ver el alma más de lo que se representa, no hay ningún remedio, ni
es posible, y así no veía más de lo que cada vez quería el Señor
mostrarme. Era tanto, que lo menos bastaba para quedar
espantada y muy aprovechada el alma para estimar y tener en poco
todas las cosas de la vida.
Quisiera yo poder dar a entender algo de lo menos que entendía, y
pensando cómo puede ser, hallo que es imposible; porque en sólo
la diferencia que hay de esta luz que vemos a la que allá se
representa, siendo todo luz, no hay comparación, porque la claridad
del sol parece cosa muy desgustada. En fin, no alcanza la
imaginación, por muy sutil que sea, a pintar ni trazar cómo será esta
luz, ni ninguna cosa de las que el Señor me daba a entender con un
deleite tan soberano que no se puede decir. Porque todos los
sentidos gozan en tan alto grado y suavidad, que ello no se puede
encarecer, y así es mejor no decir más.
3. Había una vez estado así más de una hora mostrándome el
Señor cosas admirables, que no me parece se quitaba de cabe mí.
Díjome: Mira, hija, qué pierden los que son contra Mí; no dejes de
decírselo.
¡Ay, Señor mío, y qué poco aprovecha mi dicho a los que sus
hechos los tienen ciegos, si Vuestra Majestad no les da luz!A
algunas personas, que Vos la habéis dado, aprovechádose han de
saber vuestras grandezas; mas venlas, Señor mío, mostradas a
cosa tan ruin y miserable, que tengo yo en mucho que haya habido
nadie que me crea. Bendito sea vuestro nombre y misericordia, que
-al menos a mí- conocida mejoría he visto en mi alma.
Después quisiera ella estarse siempre allí y no tornar a vivir, porque
fue grande el desprecio que me quedó de todo lo de acá:
parecíame basura y veo yo cuán bajamente nos ocupamos los que
nos detenemos en ello.
4. Cuando estaba con aquella señora que he dicho, me acaeció una
vez, estando yo mala del corazón (porque, como he dicho, le he
tenido recio, aunque ya no lo es), como era de mucha caridad,
hízome sacar joyas de oro y piedras, que las tenía de gran valor, en
especial una de diamantes que apreciaban en mucho. Ella pensó
que me alegraran. Yo estaba riéndome entre mí y habiendo lástima
de ver lo que estiman los hombres, acordándome de lo que nos
tiene guardado el Señor, y pensaba cuán imposible me sería,
aunque yo conmigo misma lo quisiese procurar, tener en algo a
aquellas cosas, si el Señor no me quitaba la memoria de otras.
Esto es un gran señorío para el alma, tan grande que no sé si lo
entenderá sino quien lo posee; porque es el propio y natural
desasimiento, porque es sin trabajo nuestro; todo lo hace Dios, que
muestra Su Majestad estas verdades de manera, que quedan tan
imprimidas que se ve claro no lo pudiéramos por nosotros de
aquella manera en tan breve tiempo adquirir.
5. Quedóme también poco miedo a la muerte, a quien yo siempre
temía mucho. Ahora paréceme facilísima cosa para quien sirve a
Dios, porque en un momento se ve el alma libre de esta cárcel y
puesta en descanso. Que este llevar Dios el espíritu y mostrarle
cosas tan excelentes en estos arrebatamientos, paréceme a mí
conforma mucho a cuando sale un alma del cuerpo, que en un
instante se ve en todo este bien; dejemos los dolores de cuando se
arranca, que hay poco caso que hacer de ellos; y a los que de veras
amaren a Dios y hubieren dado de mano a las cosas de esta vida,
más suavemente deben de morir.
6. También me parece me aprovechó mucho para conocer nuestra
verdadera tierra y ver que somos acá peregrinos, y es gran cosa ver
lo que hay allá y saber adónde hemos de vivir. Porque si uno ha de
ir a vivir de asiento a una tierra, esle gran ayuda, para pasar el
trabajo del camino, haber visto que es tierra adonde ha de estar
muy a su descanso, y también para considerar las cosas celestiales
y procurar que nuestra conversación sea allá; hácese con facilidad.
Esto es mucha ganancia, porque sólo mirar el cielo recoge el alma;
porque, como ha querido el Señor mostrar algo de lo que hay allá,
estáse pensando, y acaéceme algunas veces ser los que me
acompañan y con los que me consuelo los que sé que allá viven, y
parecerme aquéllos verdaderamente los vivos, y los que acá viven,
tan muertos, que todo el mundo me parece no me hace compañía,
en especial cuando tengo aquellos ímpetus.
7. Todo me parece sueño lo que veo, y que es burla, con los ojos
del cuerpo. Lo que he ya visto con los del alma, es lo que ella
desea, y como se ve lejos, éste es el morir. En fin, es grandísima la
merced que el Señor hace a quien da semejantes visiones, porque
la ayuda mucho, y también a llevar una pesada cruz, porque todo
no la satisface, todo le da en rostro. Y si el Señor no permitiese a
veces se olvidase, aunque se torna a acordar, no sé cómo se
podría vivir. ¡Bendito sea y alabado por siempre jamás!
Plega a Su Majestad, por la sangre que su Hijo derramó por mí, que
ya que ha querido entienda algo de tan grandes bienes y que
comience en alguna manera a gozar de ellos, no me acaezca lo que
a Lucifer, que por su culpa lo perdió todo. No lo permita por quien El
es, que no tengo poco temor algunas veces; aunque por otra parte,
y lo muy ordinario, la misericordia de Dios me pone seguridad, que,
pues me ha sacado de tantos pecados, no querrá dejarme de su
mano para que me pierda.
Esto suplico yo a vuestra merced siempre le suplique.
8. Pues no son tan grandes las mercedes dichas, a mi parecer,
como ésta que ahora diré, por muchas causas y grandes bienes
que de ella me quedaron y gran fortaleza en el alma; aunque,
mirada cada cosa por sí, es tan grande, que no hay qué comparar.
9. Estaba un día, víspera del Espíritu Santo, después de misa.
Fuime a una parte bien apartada, adonde yo rezaba muchas veces,
y comencé a leer en un Cartujano esta fiesta. Y leyendo las señales
que han de tener los que comienzan y aprovechan y los perfectos,
para entender está con ellos el Espíritu Santo, leídos estos tres
estados, parecióme, por la bondad de Dios, que no dejaba de estar
conmigo, a lo que yo podía entender. Estándole alabando y
acordándome de otra vez que lo había leído, que estaba bien falta
de todo aquello, que lo veía yo muy bien, así como ahora entendía
lo contrario de mí, y así conocí era merced grande la que el Señor
me había hecho. Y así comencé a considerar el lugar que tenía en
el infierno merecido por mis pecados, y daba muchos loores a Dios,
porque no me parecía conocía mi alma según la veía trocada.
Estando en esta consideración, diome un ímpetu grande, sin
entender yo la ocasión. Parecía que el alma se me quería salir del
cuerpo, porque no cabía en ella ni se hallaba capaz de esperartanto
bien. Era ímpetu tan excesivo, que no me podía valer y, a mi
parecer, diferente de otras veces, ni entendía qué había el alma, ni
qué quería, que tan alterada estaba. Arriméme, que aun sentada no
podía estar, porque la fuerza natural me faltaba toda.
10. Estando en esto, veo sobre mi cabeza una paloma, bien
diferente de las de acá, porque no tenía estas plumas, sino las alas
de unas conchicas que echaban de sí gran resplandor. Era grande
más que paloma. Paréceme que oía el ruido que hacía con las alas.
Estaría aleando espacio de un avemaría. Ya el alma estaba de tal
suerte, que, perdiéndose a sí de sí, la perdió de vista.
Sosegóse el espíritu con tan buen huésped, que, según mi parecer,
la merced tan maravillosa le debía de desasosegar y espantar; y
como comenzó a gozarla, quitósele el miedo y comenzó la quietud
con el gozo, quedando en arrobamiento.
11. Fue grandísima la gloria de este arrobamiento. Quedé lo más de
la Pascua tan embobada y tonta, que no sabía qué me hacer, ni
cómo cabía en mí tan gran favor y merced. No oía ni veía, a manera
de decir, con gran gozo interior. Desde aquel día entendí quedar
con grandísimo aprovechamiento en más subido amor de Dios y las
virtudes muy más fortalecidas. Sea bendito y alabado por siempre,
amén.
12. Otra vez vi la misma paloma sobre la cabeza de un padre de la
Orden de Santo Domingo, salvo que me pareció los rayos y
resplandor de las mismas alas que se extendían mucho más.
Dióseme a entender había de traer almas a Dios.
13. Otra vez vi estar a nuestra Señora poniendo una capa muy
blanca al Presentado de esta misma Orden, de quien he tratado
algunas veces. Díjome que por el servicio que la había hecho en
ayudar a que se hiciese esta casa le daba aquel manto en señal
que guardaría su alma en limpieza de ahí adelante y que no caería
en pecado mortal. Yo tengo cierto que así fue; porque desde a
pocos años murió, y su muerte y lo que vivió fue con tanta
penitencia la vida, y la muerte con tanta santidad, que, a cuanto se
puede entender, no hay que poner duda. Díjome un fraile que había
estado a su muerte, que antes que expirase le dijo cómo estaba con
él Santo Tomás. Murió con gran gozo y deseo de salir de
estedestierro. Después me ha aparecido algunas veces con muy
gran gloria y díchome algunas cosas. Tenía tanta oración que,
cuando murió, que con la gran flaqueza la quisiera excusar, no
podía, porque tenía muchos arrobamientos. Escribióme poco antes
que muriese, que qué medio tendría; porque, como acababa de
decir misa, se quedaba con arrobamiento mucho rato, sin poderlo
excusar. Diole Dios al fin el premio de lo mucho que había servido
toda su vida.
14. Del rector de la Compañía de Jesús -que algunas veces he
hecho de él mención- he visto algunas cosas de grandes mercedes
que el Señor le hacía, que, por no alargar, no las pongo aquí.
Acaecióle una vez un gran trabajo, en que fue muy perseguido, y se
vio muy afligido. Estando yo un día oyendo misa, vi a Cristo en la
cruz cuando alzaba la Hostia; díjome algunas palabras que le dijese
de consuelo, y otras previniéndole de lo que estaba por venir y
poniéndole delante lo que había padecido por él, y que se
aparejase para sufrir. Diole esto mucho consuelo y ánimo, y todo ha
pasado después como el Señor me lo dijo.
15. De los de la Orden de este Padre, que es la Compañía de
Jesús, toda la Orden junta he visto grandes cosas: vilos en el cielo
con banderas blancas en las manos algunas veces, y, como digo,
otras cosas he visto de ellos de mucha admiración; y así tengo esta
Orden en gran veneración, porque los he tratado mucho y veo
conforma su vida con lo que el Señor me ha dado de ellos a
entender.
16. Estando una noche en oración, comenzó el Señor a decirme
algunas palabras trayéndome a la memoria por ellas cuán mala
había sido mi vida, que me hacían harta confusión y pena; porque,
aunque no van con rigor, hacen un sentimiento y pena que
deshacen, y siéntese más aprovechamiento de conocernos con una
palabra de éstas que en muchos días que nosotros consideremos
nuestra miseria, porque trae consigo esculpida una verdad que no
la podemos negar. Representóme las voluntades con tanta vanidad
que había tenido, y díjome que tuviese en mucho querer que se
pusiese en El voluntad que tan mal se había gastado como la mía, y
admitirla El.
Otras veces me dijo que me acordase cuando parece tenía por
honra el ir contra la suya. Otras, que me acordase lo que le debía;
que, cuando yo le daba mayor golpe, estaba El haciéndome
mercedes. Si tenía algunas faltas, que no son pocas, de manera me
las da Su Majestad a entender, que toda parece me deshago, y
como tengo muchas, es muchas veces. Acaecíame reprenderme el
confesor, y quererme consolar en la oración y hallar allí la
reprensión verdadera.
17. Pues tornando a lo que decía, como comenzó el Señor a
traerme a la memoria mi ruin vida, a vuelta de mis lágrimas (como
yo entonces no había hecho nada, a mi parecer), pensé si me
quería hacer alguna merced. Porque es muy ordinario, cuando
alguna particular merced recibo del Señor, haberme primero
deshecho a mí misma, para que vea más claro cuán fuera de
merecerlas yo son; pienso lo debe el Señor de hacer.
Desde a un poco, fue tan arrebatado mi espíritu, que casi me
pareció estaba del todo fuera del cuerpo; al menos no se entiende
que se vive en él. Vi a la Humanidad sacratísima con más excesiva
gloria que jamás la había visto. Representóseme por una noticia
admirable y clara estar metido en los pechos del Padre. Esto no
sabré yo decir cómo es, porque sin ver me pareció me vi presente
de aquella Divinidad. Quedé tan espantada y de tal manera, que me
parece pasaron algunos días que no podía tornar en mí; y siempre
me parecía traía presente aquella majestad del Hijo de Dios,
aunque no era como la primera. Esto bien lo entendía yo, sino que
queda tan esculpido en la imaginación, que no lo puede quitar de sí
-por en breve que haya pasado- por algún tiempo, y es harto
consuelo y aun aprovechamiento.
18. Esta misma visión he visto otras tres veces. Es, a mi parecer, la
más subida visión que el Señor me ha hecho merced que vea, y
trae consigo grandísimos provechos. Parece que purifica el alma en
gran manera, y quita la fuerza casi del todo a esta nuestra
sensualidad. Es una llama grande, que parece abrasa y aniquila
todos los deseos de la vida; porque ya que yo, gloria a Dios, no los
tenía en cosas vanas, declaróseme aquí bien cómo era todo
vanidad, y cuán vanos, y cuán vanos son los señoríos de acá. Y es
un enseñamiento grande para levantar los deseos en la pura
verdad. Queda imprimido un acatamiento que no sabré yo decir
cómo, mas es muy diferente de lo que acá podemos adquirir. Hace
un espanto al alma grande de ver cómo osó, ni puede nadie osar,
ofender una majestad tan grandísima.
19. Algunas veces habré dicho estos efectos de visiones y otras
cosas, mas ya he dicho que hay más y menos aprovechamiento; de
ésta queda grandísimo.
Cuando yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella
majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que
estaba en el Santísimo Sacramento (y muchas veces quiere el
Señor que le vea en la Hostia), los cabellos se me espeluzaban, y
toda parecía me aniquilaba. ¡Oh Señor mío! Mas si no encubrierais
vuestra grandeza, ¿quién osara llegar tantas veces a juntar cosa
tan sucia y miserable con tan gran majestad? ¡Bendito seáis, Señor!
Alaben os los ángeles y todas las criaturas, que así medís las cosas
con nuestra flaqueza, para que, gozando de tan soberanas
mercedes, no nos espante vuestro gran poder de manera que aun
no las osemos gozar, como gente flaca y miserable.
20. Podríanos acaecer lo que a un labrador, y esto sé cierto que
pasó así; hallóse un tesoro, y como era más que cabía en su ánimo,
que era bajo, en viéndose con él le dio una tristeza, que poco a
poco se vino a morir de puro afligido y cuidadoso de no saber qué
hacer de él. Si no le hallara junto, sino que poco a poco se le fueran
dando y sustentando con ello, viviera más contento que siendo
pobre, y no le costara la vida.
21. ¡Oh riqueza de los pobres, y qué admirablemente sabéis
sustentar las almas y, sin que vean tan grandes riquezas, poco a
poco se las vais mostrando!
Cuando yo veo una majestad tan grande disimulada en cosa tan
poca como es la Hostia, es así que después acá a mí me admira
sabiduría tan grande, y no sé cómo me da el Señor ánimo ni
esfuerzo para llegarme a El; si El, que me ha hecho tan grandes
mercedes y hace, no me le diese, ni sería posible poderlo disimular,
ni dejar de decir a voces tan grandes maravillas. ¿Pues qué sentirá
una miserable como yo, cargada de abominaciones y que con tan
poco temor de Dios ha gastado su vida, de verse llegar a este
Señor de tan gran majestad cuando quiere que mi alma le vea?
¿Cómo ha de juntar boca, que tantas palabras ha hablado contra el
mismo Señor, a aquel cuerpo gloriosísimo, lleno de limpieza y de
piedad? Que duele mucho más y aflige al alma, por no le haber
servido, el amor que muestra aquel rostro de tanta hermosura con
una ternura y afabilidad, que temor pone la majestad que ve en El.
Mas ¿qué podría yo sentir dos veces que vi esto que diré?.
22. Cierto, Señor mío y gloria mía, que estoy por decir que, en
alguna manera, en estas grandes aflicciones que siente mi alma he
hecho algo en vuestro servicio. ¡Ay... que no sé qué me digo..., que
casi sin hablar yo, escribo ya esto!; porque me hallo turbada y algo
fuera de mí, como he tornado a traer a mi memoria estas cosas.
Bien dijera, si viniera de mí este sentimiento, que había hecho algo
por Vos, Señor mío. Mas, pues no puede haber buen pensamiento
si Vos no le dais, no hay qué me agradecer. Yo soy la deudora,
Señor, y Vos el ofendido.
23. Llegando una vez a comulgar, vi dos demonios con los ojos del
alma, más claro que con los del cuerpo, con muy abominable figura.
Paréceme que los cuernos rodeaban la garganta del pobre
sacerdote, y vi a mi Señor con la majestad que tengo dicha puesto
en aquellas manos, en la Forma que me iba a dar, que se veía claro
ser ofendedoras suyas; y entendí estar aquel alma en pecado
mortal.
¿Qué sería, Señor mío, ver vuestra hermosura entre figuras tan
abominables? Estaban ellos como amedrentados y espantados
delante de Vos, que de buena gana parece que huyeran si Vos los
dejarais ir. Diome tan gran turbación, que no sé cómo pude
comulgar, y quedé con gran temor, pareciéndome que, si fuera
visión de Dios, que no permitiera Su Majestad viera yo el mal que
estaba en aquel alma. Díjome el mismo Señor que rogase por él, y
que lo había permitido para que entendiese yo la fuerza que tienen
las palabras de la consagración, y cómo no deja Dios de estar allí
por malo que sea el sacerdote que las dice, y para que viese su
gran bondad, cómo se pone en aquellas manos de su enemigo, y
todo para bien mío y de todos.
Entendí bien cuán más obligados están los sacerdotes a ser buenos
que otros, y cuán recia cosa es tomar este Santísimo Sacramento
indignamente, y cuán señor es el demonio del alma que está en
pecado mortal. Harto gran provecho me hizo y harto conocimiento
me puso de lo que debía a Dios. Sea bendito por siempre jamás.
24. Otra vez me acaeció así otra cosa que me espantó muy mucho.
Estaba en una parte adonde se murió cierta persona que había
vivido harto mal, según supe, y muchos años; mas había dos que
tenía enfermedad y en algunas cosas parece estaba con enmienda.
Murió sin confesión, mas, con todo esto, no me parecía a mí que se
había de condenar. Estando amortajando el cuerpo, vi muchos
demonios tomar aquel cuerpo, y parecía que jugaban con él, y
hacían también justicias en él, que a mí me puso gran pavor, que
con garfios grandes le traían de uno en otro. Como le vi llevar a
enterrar con la honra y ceremonias que a todos, yo estaba
pensando la bondad de Dios cómo no quería fuese infamada aquel
alma, sino que fuese encubierto ser su enemiga.
25. Estaba yo medio boba de lo que había visto. En todo el Oficio
no vi más demonio. Después, cuando echaron el cuerpo en la
sepultura, era tanta la multitud que estaban dentro para tomarle,
que yo estaba fuera de mí de verlo, y no era menester poco ánimo
para disimularlo. Consideraba qué harían de aquel alma cuando así
se enseñoreaban del triste cuerpo. Pluguiera al Señor que esto que
yo vi -¡cosa tan espantosa!- vieran todos los que están en mal
estado, que me parece fuera gran cosa para hacerlos vivir bien.
Todo esto me hace más conocer lo que debo a Dios y de lo que me
ha librado. Anduve harto temerosa hast` que lo traté con mi
confesor, pensando si era ilusión del demonio para infamar aquel
alma, aunque no estaba tenida por de mucha cristiandad. Verdad
es que, aunque no fuese ilusión, siempre me hace temor que se me
acuerda.
26. Ya que he comenzado a decir de visiones de difuntos, quiero
decir algunas cosas que el Señor ha sido servido en este caso que
vea de algunas almas. Diré pocas, por abreviar y por no ser
necesario, digo, para ningún aprovechamiento.
Dijéronme era muerto un nuestro Provincial que había sido, (y
cuando murió, lo era de otra Provincia), a quien yo había tratado y
debido algunas buenas obras. Era persona de muchas virtudes.
Como lo supe que era muerto, diome mucha turbación, porque temí
su salvación, que había sido veinte años prelado, cosa que yo temo
mucho, cierto, por parecerme cosa de mucho peligro tener cargo de
almas, y con mucha fatiga me fui a un oratorio. Dile todo el bien que
había hecho en mi vida, que sería bien poco, y así lo dije al Señor
que supliesen los méritos suyos lo que había menester aquel alma
para salir de purgatorio.
27. Estando pidiendo esto al Señor lo mejor que yo podía,
parecióme salía del profundo de la tierra a mi lado derecho, y vile
subir al cielo con grandísima alegría. El era ya bien viejo, mas vile
de edad de treinta años, y aun menos me pareció, y con resplandor
en el rostro. Pasó muy en breve esta visión; mas en tanto extremo
quedé consolada, que nunca me pudo dar más pena su muerte,
aunque veía fatigadas personas hartas por él, que era muy
bienquisto. Era tanto el consuelo que tenía mi alma, que ninguna
cosa se me daba, ni podía dudar en que era buena visión, digo que
no era ilusión.
Había no más de quince días que era muerto. Con todo, no
descuidé de procurar le encomendasen a Dios y hacerlo yo, salvo
que no podía con aquella voluntad que si no hubiera visto esto;
porque, cuando así el Señor me lo muestra y después las quiero
encomendar a Su Majestad, paréceme, sin poder más, que es como
dar limosna al rico. Después supe -porque murió bien lejos de aquíla muerte que el Señor le dio, que fue de tan gran edificación, que a
todos dejó espantados del conocimiento y lágrimas y humildad con
que murió.
28. Habíase muerto una monja en casa, había poco más de día y
medio, harto sierva de Dios. Estando diciendo una lección de
difuntos una monja, que se decía por ella en el coro, yo estaba en
pie para ayudarla a decir el verso; a la mitad de la lección la vi, que
me pareció salía el alma de la parte que la pasada y que se iba al
cielo. Esta no fue visión imaginaria como la pasada, sino como otras
que he dicho; mas no se duda más que las que se ven.
29. Otra monja se murió en mi misma casa: de hasta dieciocho o
veinte años, siempre había sido enferma y muy sierva de Dios,
amiga del coro y harto virtuosa. Yo, cierto, pensé no entrara en
purgatorio, porque eran muchas las enfermedades que había
pasado, sino que le sobraran méritos. Estando en las Horas antes
que la enterrasen, habría cuatro horas que era muerta, entendí salir
del mismo lugar e irse al cielo.
30. Estando en un colegio de la Compañía de Jesús, con los
grandes trabajos que he dicho tenía algunas veces y tengo de alma
y de cuerpo, estaba de suerte que aun un buen pensamiento, a mi
parecer, no podía admitir. Habíase muerto aquella noche un
hermano de aquella casa de la Compañía, y estando como podía
encomendándole a Dios y oyendo misa de otro padre de la
Compañía por él, diome un gran recogimiento y vile subir al cielo
con mucha gloria y al Señor con él. Por particular favor entendí era
ir Su Majestad con él.
31. Otro fraile de nuestra Orden, harto buen buen fraile, estaba muy
malo y, estando yo en misa, me dio un recogimiento y vi cómo era
muerto y subir al cielo sin entrar en purgatorio. Murió a aquella hora
que yo lo vi, según supe después. Yo me espanté de que no había
entrado en purgatorio. Entendí que por haber sido fraile que había
guardado bien su profesión, le habían aprovechado las Bulas de la
Orden para no entrar en purgatorio. No entiendo por qué entendí
esto. Paréceme debe ser porque no está el ser fraile en el hábito digo en traerle- para gozar del estado de más perfección que es ser
fraile.
32. No quiero decir más de estas cosas; porque, como he dicho, no
hay para qué, aunque son hartas las que el Señor me ha hecho
merced que vea. Mas no he entendido, de todas las que he visto,
dejar ningún alma de entrar en purgatorio, si no es la de este Padre
y el santo fray Pedro de Alcántara y el padre dominico que queda
dicho. De algunos ha sido el Señor servido vea los grados que
tienen de gloria, representándoseme en los lugares que se ponen.
Es grande la diferencia que hay de unos a otros.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 39
Prosigue en la misma materia de decir las grandes mercedes que le
ha hecho el Señor. - Trata de cómo le prometió de hacer por las
personas que ella le pidiese. - Dice algunas cosas señaladas en
que le ha hecho Su Majestad este favor.
1. Estando yo una vez importunando al Señor mucho porque diese
vista a una persona que yo tenía obligación, que la había del todo
casi perdido, yo teníale gran lástima y temía por mis pecados no me
había el Señor de oír. Aparecióme como otras veces y comenzóme
a mostrar la llaga de la mano izquierda, y con la otra sacaba un
clavo grande que en ella tenía metido. Parecíame que a vuelta del
clavo sacaba la carne. Veíase bien el gran dolor, que me lastimaba
mucho, y díjome que quien aquello había pasado por mí, que no
dudase sino que mejor haría lo que le pidiese; que El me prometía
que ninguna cosa le pidiese que no la hiciese, que ya sabía El que
yo no pediría sino conforme a su gloria, y que así haría esto que
ahora pedía; que aun cuando no le servía, mirase yo que no le
había pedido cosa que no la hiciese mejor que yo lo sabía pedir,
que cuán mejor lo haría ahora que sabía le amaba, que no dudase
de esto.
No creo pasaron ocho días, que el Señor no tornó la vista a aquella
persona. Esto supo mi confesor luego. Ya puede ser no fuese por
mi oración; mas yo como había visto esta visión, quedóme una
certidumbre que, por merced hecha a mí, di a Su Majestad las
gracias.
2. Otra vez estaba una persona muy enfermo de una enfermedad
muy penosa, que por ser no sé de qué hechura, no la señalo aquí.
Era cosa incomportable lo que había dos meses que pasaba y
estaba en un tormento que se despedazaba. Fuele a ver mi
confesor, que era el Rector que he dicho, y húbole gran lástima, y
díjome que en todo caso le fuese a ver, que era persona que yo lo
podía hacer, por ser mi deudo. Yo fui y movióme a tener de él tanta
piedad,que comencé muy importunamente a pedir su salud al
Señor. En esto vi claro, a todo mi parecer, la merced que me hizo;
porque luego otro día estaba del todo bueno de aquel dolor.
3. Estaba una vez con grandísima pena, porque sabía que una
persona, a quien yo tenía mucha obligación, quería hacer una cosa
harto contra Dios y su honra, y estaba ya muy determinado a ello.
Era tanta mi fatiga, que no sabía qué hacer. Remedio para que lo
dejase, ya parecía que no le había. Supliqué a Dios muy de corazón
que le pusiese; mas hasta verlo, no podía aliviarse mi pena.
Fuime, estando así, a una ermita bien apartada, que las hay en este
monasterio, y estando en una, adonde está Cristo a la Columna,
suplicándole me hiciese esta merced, oí que me hablaba una voz
muy suave, como metida en un silbo. Yo me espelucé toda, que me
hizo temor, y quisiera entender lo que me decía, mas no pude, que
pasó muy en breve. Pasado mi temor, que fue presto, quedé con un
sosiego y gozo y deleite interior, que yo me espanté que sólo oír
una voz (que esto oílo con los oídos corporales y sin entender
palabra) hiciese tanta operación en el alma. En esto vi que se había
de hacer lo que pedía, y así fue que se me quitó del todo la pena en
cosa que aún no era, como si lo viera hecho, como fue después.
Díjelo a mis confesores, que tenía entonces dos, harto letrados y
siervos de Dios.
4. Sabía que una persona que se había determinado a servir muy
de veras a Dios y tenido algunos días oración y en ella le hacía Su
Majestad muchas mercedes, y que por ciertas ocasiones que había
tenido la había dejado, y aún no se apartaba de ellas, y eran bien
peligrosas. A mi me dio grandísima pena por ser persona a quien
quería mucho y debía. Creo fue más de un mes que no hacía sino
suplicar a Dios tornase esta alma a Sí.
Estando un día en oración, vi un demonio cabe mí que hizo unos
papeles que tenía en la mano pedazos con mucho enojo. A mí me
dio gran consuelo, que me pareció se había hecho lo que pedía; y
así fue, que después lo supe que había hecho una confesión con
gran contrición, y tornóse tan de veras a Dios, que espero en Su
Majestad ha de ir siempre muy adelante. Sea bendito por todo,
amén.
5. En esto de sacar nuestro Señor almas de pecados graves por
suplicárselo yo, y otras traídolas a más perfección, es muchas
veces. Y de sacar almas de purgatorio y otras cosas señaladas, son
tantas las mercedes que en esto el Señor me ha hecho, que sería
cansarme y cansar a quien lo leyese si las hubiese de decir, y
mucho más en salud de almas que de cuerpos. Esto ha sido cosa
muy conocida y que de ello hay hartos testigos. Luego luego
dábame mucho escrúpulo, porque yo no podía dejar de creer que el
Señor lo hacía por mi oración. Dejemos ser lo principal, por sola su
bondad. Mas son ya tantas las cosas y tan vistas de otras personas,
que no me da pena creerlo, y alabo a Su Majestad y háceme
confusión, porque veo soy más deudora, y háceme -a mi parecercrecer el deseo de servirle, y avívase el amor. Y lo que más me
espanta es que las que el Señor ve no convienen, no puedo,
aunque quiero, suplicárselo, sino con tan poca fuerza y espíritu y
cuidado, que, aunque más yo quiero forzarme, es imposible, como
otras cosas que Su Majestad ha de hacer, que veo yo que puedo
pedirlo muchas veces y con gran importunidad. Aunque yo no traiga
este cuidado, parece que se me representa delante.
6. Es grande la diferencia de estas dos maneras de pedir, que no sé
cómo lo declarar; porque aunque lo uno pido (que no dejo de
esforzarme a suplicarlo al Señor, aunque no sienta en mí aquel
hervor que en otras, aunque mucho me toquen), es como quien
tiene trabada la lengua, que aunque quiera hablar no puede, y si
habla, es de suerte que ve que no le entienden; o como quien habla
claro y despierto a quien ve que de buena gana le está oyendo. Lo
uno se pide, digamos ahora, como oración vocal, y lo otro en
contemplación tan subida, que se representa el Señor de manera
que se entiende que nos entiende y que se huelga Su Majestad de
que se lo pidamos y de hacernos merced.
Sea bendito por siempre, que tanto da y tan poco le doy yo. Porque
¿qué hace, Señor mío, quien no se deshace toda por Vos? ¡Y qué
de ello, qué de ello, qué de ello -y otras mil veces lo puedo decir-,
me falta para esto! Por eso no había de querer vivir (aunque hay
otras causas), porque no vivo conforme a lo que os debo. ¡Con qué
de imperfecciones me veo! ¡Con qué flojedad en serviros! Es cierto
que algunas veces me parece querría estar sin sentido, por no
entender tanto mal de mí. El, que puede, lo remedie.
7. Estando en casa de aquella señora que he dicho, adonde había
menester estar con cuidado y considerar siempre la vanidad que
consigo traen todas las cosas de la vida, porque estaba muy
estimada y era muy loada y ofrecíanse hartas cosas a que me
pudiera bien apegar, si mirara a mí; mas miraba el que tiene
verdadera vista a no me dejar de su mano.
8. Ahora que digo de «verdadera vista», me acuerdo de los grandes
trabajos que se pasan en tratar (personas a quien Dios ha llegado a
conocer lo que es verdad) en estas cosas de la tierra, adonde tanto
se encubre, como una vez el Señor me dijo. Que muchas cosas de
las que aquí escribo, no son de mi cabeza, sino que me las decía
este mi Maestro celestial. Y porque en las cosas que yo
señaladamente digo «esto entendí», o «me dijo el Señor», se me
hace escrúpulo grande poner o quitar una sola sílaba que sea; así,
cuando puntualmente no se me acuerda bien todo, va dicho como
de mío; porque algunas cosas también lo serán; no llamo mío lo
que es bueno, que ya sé no hay cosa en mí, sino lo que tan sin
merecerlo me ha dado el Señor; sino llamo «dicho de mí», no ser
dado a entender en revelación.
9. Mas ¡ay Dios mío, y cómo aun en las espirituales queremos
muchas veces entender las cosas por nuestro parecer, y muy
torcidas de la verdad también, como en las del mundo, y nos parece
que hemos de tasar nuestro aprovechamiento por los años que
tenemos algún ejercicio de oración, y aun parece queremos poner
tasa a quien sin ninguna da sus dones cuando quiere, y puede dar
en medio año más a uno que a otro en muchos! Y es cosa ésta que
la tengo tan vista por muchas personas, que yo me espanto cómo
nos podemos detener en esto.
10. Bien creo no estará en este engaño quien tuviere talento de
conocer espíritus y le hubiere el Señor dado humildad verdadera;
que éste juzga por los efectos y determinaciones y amor, y dale el
Señor luz para que lo conozca. Y en esto mira el adelantamiento y
aprovechamiento de las almas, que no en los años; que en medio
puede uno haber alcanzado más que otro en veinte. Porque, como
digo, dalo el Señor a quien quiere y aun a quien mejor se dispone.
Porque veo yo venir ahora a esta casa unas doncellas que son de
poca edad, y en tocándolas Dios y dándoles un poco de luz y amor
-digo en un poco de tiempo que les hizo algún regalo-, no le
aguardaron, ni se les puso cosa delante, sin acordarse del comer,
pues se encierran para siempre en casa sin renta, como quien no
estima la vida por el que sabe que las ama. Déjanlo todo, ni quieren
voluntad, ni se les pone delante que pueden tener descontento en
tanto encerramiento y estrechura: todas juntas se ofrecen en
sacrificio por Dios.
11. ¡Cuán de buena gana les doy yo aquí la ventaja y había de
andar avergonzada delante de Dios! Porque lo que Su Majestad no
acabó conmigo en tanta multitud de años como ha que comencé a
tener oración y me comenzó a hacer mercedes, acaba con ellas en
tres meses -y aun con alguna en tres días-, con hacerlas muchas
menos que a mí, aunque bien las paga Su Majestad. A buen seguro
que no están descontentas por lo que por El han hecho.
12. Para esto querría yo se nos acordase de los muchos años a los
que los tenemos de profesión y las personas que los tienen de
oración, y no para fatigar a los que en poco tiempo van más
adelante, con hacerlos tornar atrás para que anden a nuestro paso;
y a los que vuelan como águilas con las mercedes que les hace
Dios, quererlos hacer andar como pollo trabado; sino que
pongamos los ojos en Su Majestad y, si los viéremos con humildad,
darles la rienda; que el Señor que los hace tantas mercedes no los
dejará despeñar. Fíanse ellos mismos de Dios, que esto les
aprovecha la verdad que conocen de la fe, ¿y no los fiaremos
nosotros, sino que queremos medirlos por nuestra medida conforme
a nuestros bajos ánimos? No así, sino que, si no alcanzamos sus
grandes efectos y determinaciones, porque sin experiencia se
pueden mal entender, humillémonos y no los condenemos; que, con
parecer que miramos su provecho, nos le quitamos a nosotros y
perdemos esta ocasión que el Señor pone para humillarnos y para
que entendamos lo que nos falta, y cuán más desasidas y llegadas
a Dios deben estar estas almas que las nuestras, pues tanto Su
Majestad se llega a ellas.
13. No entiendo otra cosa ni la querría entender, sino que oración
de poco tiempo que hace efectos muy grandes, que luego se
entienden (que es imposible que los haya, para dejarlo todo sólo
por contentar a Dios, sin gran fuerza de amor), yo la querría más
que la de muchos años, que nunca acabó de determinarse más al
postrero que al primero a hacer cosa que sea nada por Dios, salvo
si unas cositas menudas como sal, que no tienen peso ni tomo -que
parece un pájaro se las llevara en el pico-, no tenemos por gran
efecto y mortificación; que de algunas cosas hacemos caso, que
hacemos por el Señor, que es lástima las entendamos, aunque se
hiciesen muchas.
Yo soy ésta, y olvidaré las mercedes a cada paso. No digo yo que
no las tendrá Su Majestad en mucho, según es bueno; mas querría
yo no hacer caso de ellas, ni ver que las hago, pues no son nada.
Mas perdonadme, Señor mío, y no me culpéis, que con algo me
tengo de consolar, pues no os sirvo en nada, que si en cosas
grandes os sirviera, no hiciera caso de las nonadas.
¡Bienaventuradas las personas que os sirven con obras grandes! Si
con haberlas yo envidia y desearlo se me toma en cuenta, no
quedaría muy atrás en contentaros; mas no valgo nada, Señor mío.
Ponedme Vos el valor, pues tanto me amáis.
14. Acaecióme un día de estos que con traer un Breve de Roma
para no poder tener renta este monasterio, se acabó del todo, que
paréceme ha costado algún trabajo. Estando consolada de verlo así
concluido y pensando los que había tenido y alabando al Señor que
en algo se había querido servir de mí, comencé a pensar las cosas
que había pasado. Y es así que en cada una de las que parecía
eran algo, que yo había hecho, hallaba tantas faltas e
imperfecciones, y a veces poco ánimo, y muchas poca fe; porque
hasta ahora, que todo lo veo cumplido cuanto el Señor me dijo de
esta casa se había de hacer, nunca determinadamente lo acababa
de creer, ni tampoco lo podía dudar. No sé cómo era esto. Es que
muchas veces, por una parte me parecía imposible, por otra no lo
podía dudar, digo creer que no se había de hacer. En fin, hallé lo
bueno haberlo el Señor hecho todo de su parte, y lo malo yo; y así
dejé de pensar en ello, y no querría se me acordase por no tropezar
con tantas faltas mías. Bendito sea El, que de todas saca bien,
cuando es servido, amén.
15. Pues digo que es peligroso ir tasando los años que se han
tenido de oración, que aunque haya humildad, parece puede
quedar un no sé qué de parecer se merece algo por lo servido. No
digo yo que no lo merecen y les será bien pagado; mas cualquier
espiritual que le parezca que por muchos años que haya tenido
oración merece estos regalos de espíritu, tengo yo por cierto que no
subirá a la cumbre de él. ¿No es harto que haya merecido le tenga
Dios de su mano para no le hacer las ofensas que antes que
tuviese oración le hacía, sino que le ponga pleito por sus dineros,
como dicen? No me parece profunda humildad. Ya puede ser lo
sea; mas yo por atrevimiento lo tengo; pues yo, con tener poca
humildad, no me parece jamás he osado. Ya puede ser que, como
nunca he servido, no he pedido; por ventura si lo hubiera hecho,
quisiera más que todos me lo pagara el Señor.
16. No digo yo que no va creciendo un alma y que no se lo dará
Dios, si la oración ha sido humilde; mas que se olviden estos años,
que es todo asco cuanto podemos hacer, en comparación de una
gota de sangre de las que el Señor por nosotros derramó. Y si con
servir más quedamos más deudores, ¿qué es esto que pedimos,
pues si pagamos un maravedí de la deuda, nos tornan a dar mil
ducados? Que, por amor de Dios, dejemos estos juicios, que son
suyos. Estas comparaciones siempre son malas, aun en cosas de
acá; pues ¿qué será en lo que sólo Dios sabe? Y lo mostró bien Su
Majestad cuando pagó tanto a los postreros como a los primeros.
17. Es en tantas veces las que he escrito estas tres hojas y en
tantos días - porque he tenido y tengo, como he dicho, poco lugar-,
que se me había olvidado lo que comencé a decir, que era esta
visión:
Vime estando en oración en un gran campo a solas. En rededor de
mí mucha gente de diferentes maneras que me tenían rodeada.
Todas me parece tenían armas en las manos para ofenderme:
unas, lanzas; otras, espadas; otras, dagas y otras, estoques muy
largos. En fin, yo no podía salir por ninguna parte sin que me
pusiese a peligro de muerte, y sola, sin persona que hallase de mi
parte. Estando mi espíritu en esta aflicción, que no sabía qué me
hacer, alcé los ojos al cielo, y vi a Cristo, no en el cielo, sino bien
alto de mí en el aire, que tendía la mano hacia mí, y desde allí me
favorecía de manera que yo no temía toda la otra gente, ni ellos,
aunque querían, me podían hacer daño.
18. Parece sin fruto esta visión, y hame hecho grandísimo
provecho, porque se me dio a entender lo que significaba. Y poco
después me vi casi en aquella batería y conocí ser aquella visión un
retrato del mundo, que cuanto hay en él parece tiene armas para
ofender a la triste alma. Dejemos los que no sirven mucho al Señor,
y honras y haciendas y deleites y otras cosas semejantes, que está
claro que, cuando no se cata, se ve enredada, al menos procuran
todas estas cosas enredar; mas amigos, parientes y, lo que más me
espanta, personas muy buenas, de todo me vi después tan
apretada, pensando ellos que hacían bien, que yo no sabía cómo
me defender ni qué hacer.
19. ¡Oh, válgame Dios! si dijese de las maneras y diferencias de
trabajos que en este tiempo tuve, aun después de lo que atrás
queda dicho, ¡cómo sería harto aviso para del todo aborrecerlo
todo!
Fue la mayor persecución -me parece- de las que he pasado. Digo
que me vi a veces de todas partes tan apretada, que sólo hallaba
remedio en alzar los ojos al cielo y llamar a Dios. Acordábame bien
de lo que había visto en esta visión. E hízome harto gran provecho
para no confiar mucho de nadie, porque no le hay que sea estable
sino Dios. Siempre en estos trabajos grandes me enviaba el Señor,
como me lo mostró, una persona de su parte que me diese la mano,
como me lo había mostrado en esta visión, sin ir asida a nada más
de a contentar al Señor; que ha sido para sustentar esa poquita de
virtud que yo tenía en desearos servir. ¡Seáis bendito por siempre!
20. Estando una vez muy inquieta y alborotada, sin poder
recogerme, y en batalla y contienda, yéndoseme el pensamiento a
cosas que no eran perfectas -aún no me parece estaba con el
desasimiento que suelo-, como me vi así tan ruin, tenía miedo si las
mercedes que el Señor me había hecho eran ilusiones. Estaba, en
fin, con una oscuridad grande de alma. Estando con esta pena,
comenzóme a hablar el Señor y díjome que no me fatigase, que en
verme así entendería la miseria que era, si El se apartaba de mí, y
que no había seguridad mientras vivíamos en esta carne. Dióseme
a entender cuán bien empleada es esta guerra y contienda por tal
premio, y parecióme tenía lástima el Señor de los que vivimos en el
mundo. Mas que no pensase yo me tenía olvidada, que jamás me
dejaría, mas que era menester hiciese yo lo que es en mí. Esto me
dijo el Señor con una piedad y regalo, y con otras palabras en que
me hizo harta merced, que no hay para qué decirlas.
21. Estas me dice Su Majestad muchas veces, mostrándome gran
amor: Ya eres mía y Yo soy tuyo.
Las que yo siempre tengo costumbre de decir, y a mi parecer las
digo con verdad, son: ¿Qué se me da, Señor, a mí de mí, sino de
Vos? Son para mí estas palabras y regalos tan grandísima
confusión, cuando me acuerdo la que soy, que como he dicho creo
otras veces y ahora lo digo algunas a mi confesor, más ánimo me
parece es menester para recibir estas mercedes, que para pasar
grandísimos trabajos. Cuando pasa, estoy casi olvidada de mis
obras, sino un representárseme que soy ruin, sin discurso de
entendimiento, que también me parece a veces sobrenatural.
22. Viénenme algunas veces unas ansias de comulgar tan grandes,
que no sé si se podría encarecer. Acaecióme una mañana que
llovía tanto, que no parece hacía para salir de casa. Estando yo
fuera de ella, yo estaba ya tan fuera de mí con aquel deseo, que
aunque me pusieran lanzas a los pechos, me parece entrara por
ellas, cuánto más agua. Como llegué a la iglesia, diome un
arrobamiento grande: parecióme vi abrir los cielos, no una entrada
como otras veces he visto. Representóseme el trono que dije a
vuestra merced he visto otras veces, y otro encima de él, adonde
por una noticia que no sé decir, aunque no lo vi, entendí estar la
Divinidad. Parecíame sostenerle unos animales; a mí me parece he
oído una figura de estos animales; pensé si eran los evangelistas.
Mas cómo estaba el trono, ni qué estaba en él, no lo vi, sino muy
gran multitud de ángeles. Pareciéronme sin comparación con muy
mayor hermosura que los que en el cielo he visto. He pensado si
son serafines o querubines, porque son muy diferentes en la gloria,
que parecía tener inflamamiento: es grande la diferencia, como he
dicho. Y la gloria que entonces en mí sentí no se puede escribir ni
aun decir, ni la podrá pensar quien no hubiere pasado por esto.
Entendí estar allí todo junto lo que se puede desear, y no vi nada.
Dijéronme, y no sé quién, que lo que allí podía hacer era entender
que no podía entender nada, y mirar lo nonada que era todo en
comparación de aquello. Es así que se afrentaba después mi alma
de ver que pueda parar en ninguna cosa criada, cuánto más
aficionarse a ella, porque todo me parecía un hormiguero.
23. Comulgué y estuve en la misa, que no sé cómo pude estar.
Parecióme había sido muy breve espacio. Espantéme cuando dio el
reloj y vi que eran dos horas las que había estado en aquel
arrobamiento y gloria. Espantábame después, cómo en llegando a
este fuego, que parece viene de arriba, de verdadero amor de Dios
(porque aunque más lo quiera y procure y me deshaga por ello, si
no es cuando Su Majestad quiere, como he dicho otras veces, no
soy parte para tener una centella de él), parece que consume el
hombre viejo de faltas y tibieza y miseria; y a manera de como hace
el ave fénix -según he leído- y de la misma ceniza, después que se
quema, sale otra, así queda hecha otra el alma después con
diferentes deseos y fortaleza grande. No parece es la que antes,
sino que comienza con nueva puridad el camino del Señor.
Suplicando yo a Su Majestad fuese así, y que de nuevo comenzase
a servirle, me dijo: Buena comparación has hecho; mira no se te
olvide para procurar mejorarte siempre.
24. Estando una vez con la misma duda que poco ha dije, si eran
estas visiones de Dios, me apareció el Señor y me dijo con rigor:
¡Oh hijos de los hombres! ¿Hasta cuándo seréis duros de corazón?
Que una cosa examinase bien en mí: si del todo estaba dada por
suya, o no; que si lo estaba y lo era, que creyese no me dejaría
perder.
Yo me fatigué mucho de aquella exclamación. Con gran ternura y
regalo me tornó a decir que no me fatigase, que ya sabía que por
mí no faltaría de ponerme a todo lo que fuese su servicio; que se
haría todo lo que yo quería (y así se hizo lo que entonces le
suplicaba); que mirase el amor que se iba aumentando en mí cada
día para amarle, que en esto vería no ser demonio; que no pensase
que consentía Dios tuviese tanta parte el demonio en las almas de
sus siervos y que te pudiese dar la claridad de entendimiento y
quietud que tienes. Diome a entender que habiéndome dicho tantas
personas, y tales, que era Dios, que haría mal en no creerlo.
25. Estando una vez rezando el salmo de Quicumque vult, se me
dio a entender la manera cómo era un solo Dios y tres Personas tan
claro, que yo me espanté y consolé mucho. Hízome grandísimo
provecho para conocer más la grandeza de Dios y sus maravillas, y
para cuando pienso o se trata de la Santísima Trinidad, parece
entiendo cómo puede ser, y esme mucho contento.
26. Un día de la Asunción de la Reina de los Angeles y Señora
nuestra, me quiso el Señor hacer esta merced, que en un
arrobamiento se me representó su subida al cielo, y la alegría y
solemnidad con que fue recibida y el lugar adonde está. Decir cómo
fue esto, yo no sabría. Fue grandísima la gloria que mi espíritu tuvo
de ver tanta gloria. Quedé con grandes efectos, y aprovechóme
para desear más pasar grandes trabajos, y quedóme gran deseo de
servir a esta Señora, pues tanto mereció.
27. Estando en un Colegio de la Compañía de Jesús, y estando
comulgando los hermanos de aquella casa, vi un palio muy rico
sobre sus cabezas. Esto vi dos veces. Cuando otras personas
comulgaban, no lo veía.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 40
Prosigue en la misma materia de decir las grandes mercedes que el
Señor la ha hecho. - De algunas se puede tomar harto buena
doctrina, que éste ha sido, según ha dicho, su principal intento,
después de obedecer: poner las que son para provecho de las
almas. - Con este capítulo se acaba el discurso de su vida que
escribió. - Sea para gloria del Señor, amén.
1. Estando una vez en oración, era tanto el deleite que en mí sentía,
que, como indigna de tal bien, comencé a pensar en cómo merecía
mejor estar en el lugar que yo había visto estar para mí en el
infierno, que, como he dicho, nunca olvido de la manera que allí me
vi.
Comenzóse con esta consideración a inflamar más mi alma, y
vínome un arrebatamiento de espíritu de suerte que yo no lo sé
decir. Parecióme estar metido y lleno de aquella majestad que he
entendido otras veces. En esta majestad se me dio a entender una
verdad, que es cumplimiento de todas las verdades. No sé yo decir
cómo, porque no vi nada.
Dijéronme, sin ver quién, mas bien entendí ser la misma Verdad: No
es poco esto que hago por ti, que una de las cosas es en que
mucho me debes. Porque todo el daño que viene al mundo es no
conocer las verdades de la Escritura con clara verdad. No faltará
una tilde de ella.
A mí me pareció que siempre yo había creído esto, y que todos los
fieles lo creían. Díjome: ¡Ay, hija, qué pocos me aman de verdad!
que si me amasen, no les encubriría Yo mis secretos. ¿Sabes qué
es amarme con verdad? Entender que todo es mentira lo que no es
agradable a mí. Con claridad verás esto que ahora no entiendes, en
lo que aprovecha a tu alma.
2. Y así lo he visto, sea el Señor alabado, que después acá tanta
vanidad y mentira me parece lo que yo no veo va guiado al servicio
de Dios, que no lo sabría yo decir como lo entiendo, y la lástima que
me hacen los que veo con la oscuridad que están en esta verdad, y
con esto otras ganancias que aquí diré y muchas no sabré decir.
Díjome aquí el Señor una particular palabra de grandísimo favor. Yo
no sé cómo esto fue, porque no vi nada; mas quedé de una suerte
que tampoco sé decir, con grandísima fortaleza, y muy de veras
para cumplir con todas mis fuerzas la más pequeña parte de la
Escritura divina. Paréceme que ninguna cosa se me pondría
delante que no pasase por esto.
3. Quedóme una verdad de esta divina Verdad que se me
representó, sin saber cómo ni qué, esculpida, que me hace tener un
nuevo acatamiento a Dios, porque da noticia de su majestad y
poder, de una manera que no se puede decir. Sé entender que es
una gran cosa.
Quedóme muy gran gana de no hablar sino cosas muy verdaderas,
que vayan adelante de lo que acá se trata en el mundo, y así
comencé a tener pena de vivir en él. Dejóme con gran ternura y
regalo y humildad. Paréceme que, sin entender cómo, me dio el
Señor aquí mucho. No me quedó ninguna sospecha de que era
ilusión. No vi nada, mas entendí el gran bien que hay en no hacer
caso de cosas que no sea para llegarnos más a Dios, y así entendí
qué cosa es andar un alma en verdad delante de la misma Verdad.
Esto que entendí, es darme el Señor a entender que es la misma
Verdad.
4. Todo lo que he dicho entendí hablándome algunas veces, y otras
sin hablarme, con más claridad algunas cosas que las que por
palabra se me decían. Entendí grandísimas verdades sobre esta
Verdad, más que si muchos letrados me lo hubieran enseñado.
Paréceme que en ninguna manera me pudiera imprimir así, ni tan
claramente se me diera a entender la vanidad de este mundo.
Esta verdad que digo se me dio a entender, es en sí misma verdad,
y es sin principio ni fin, y todas las demás verdades dependen de
esta verdad, como todos los demás amores de este amor, y todas
las demás grandezas de esta grandeza, aunque esto va dicho
oscuro para la claridad con que a mí el Señor quiso se me diese a
entender. ¡Y cómo se parece el poder de esta Majestad, pues en
tan breve tiempo deja tan gran ganancia y tales cosas imprimidas
en el alma!
¡Oh Grandeza y Majestad mía! ¿Qué hacéis, Señor mío
todopoderoso? ¡Mirad a quién hacéis tan soberanas mercedes! ¿No
os acordáis que ha sido esta alma un abismo de mentiras y piélago
de vanidades y todo por mi culpa, que con haberme Vos dado
natural de aborrecer el mentir, yo misma me hice tratar en muchas
cosas mentira? ¿Cómo se sufre, Dios mío, cómo se compadece tan
gran favor y merced, a quien tan mal os lo ha merecido?
5. Estando una vez en las Horas con todas, de presto se recogió mi
alma, y parecióme ser como un espejo claro toda, sin haber
espaldas ni lados ni alto ni bajo que no estuviese toda clara, y en el
centro de ella se me representó Cristo nuestro Señor, como le suelo
ver. Parecíame en todas las partes de mi alma le veía claro como
en un espejo, y también este espejo -yo no sé decir cómo- se
esculpía todo en el mismo Señor por una comunicación que yo no
sabré decir, muy amorosa.
Sé que me fue esta visión de gran provecho, cada vez que se me
acuerda, en especial cuando acabo de comulgar. Dióseme a
entender que estar un alma en pecado mortal es cubrirse este
espejo de gran niebla y quedar muy negro, y así no se puede
representar ni ver este Señor, aunque esté siempre presente
dándonos el ser. Y que los herejes es como si el espejo fuese
quebrado, que es muy peor que oscurecido. Es muy diferente el
cómo se ve, a decirse, porque se puede mal dar a entender. Mas
hame hecho mucho provecho y gran lástima de las veces que con
mis culpas oscurecí mi alma para no ver este Señor.
6. Paréceme provechosa esta visión para personas de
recogimiento, para enseñarse a considerar al Señor en lo muy
interior de su alma, que es consideración que más se apega, y muy
más fructuosa que fuera de sí -como otras veces he dicho- y en
algunos libros de oración está escrito, adónde se ha de buscar a
Dios. En especial lo dice el glorioso San Agustín, que ni en las
plazas, ni en los contentos ni por ninguna parte que le buscaba, le
hallaba como dentro de sí. Y esto es muy claro ser mejor. Y no es
menester ir al cielo, ni más lejos que a nosotros mismos, porque es
cansar el espíritu y distraer el alma y no con tanto fruto.
7. Una cosa quiero avisar aquí, porque si alguno la tuviere; que
acaece en gran arrobamiento que, pasado aquel rato que el alma
está en unión (que del todo tiene absortas las potencias, y esto dura
poco, como he dicho), quedarse el alma recogida y aun en lo
exterior no poder tornar en sí, mas quedan las dos potencias,
memoria y entendimiento, casi con frenesí, muy desatinadas. Esto
digo que acaece alguna vez, en especial a los principios. Pienso si
procede de que no puede sufrir nuestra flaqueza natural tanta
fuerza de espíritu, y enflaquece la imaginación. Tendría por bueno
que se forzasen a dejar por entonces la oración y la cobrasen en
otro tiempo aquel que pierden, que no sea junto, porque podrá venir
a mucho mal. Y de esto hay experiencia y de cuán acertado es
mirar lo que puede nuestra salud.
8. En todo es menester experiencia y maestro, porque, llegada el
alma a estos términos, muchas cosas se ofrecerán que es menester
con quién tratarlo. Y si buscado no le hallare, el Señor no le faltará,
pues no me ha faltado a mí, siendo la que soy. Porque creo hay
pocos que hayan llegado a la experiencia de tantas cosas; y si no la
hay, es por demás dar remedio sin inquietar y afligir. Mas esto
también tomará el Señor en cuenta, y por esto es mejor tratarlo
(como ya he dicho otras veces y aun todo lo que ahora digo, sino
que no se me acuerda bien y veo importa mucho), en especial si
son mujeres, con su confesor, y que sea tal; y hay muchas más que
hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo
Fray Pedro de Alcántara (y también lo he visto yo), que decía
aprovechaban mucho más en este camino que hombres, y daba de
ello excelentes razones, que no hay para qué las decir aquí, todas
en favor de las mujeres.
9. Estando una vez en oración, se me representó muy en breve (sin
ver cosa formada, mas fue una representación con toda claridad),
cómo se ven en Dios todas las cosas y cómo las tiene todas en Sí.
Saber escribir esto, yo no lo sé, mas quedó muy imprimido en mi
alma, y es una de las grandes mercedes que el Señor me ha hecho
y de las que más me han hecho confundir y avergonzar,
acordándome de los pecados que he hecho.
Creo, si el Señor fuera servido viera esto en otro tiempo y si lo
viesen los que le ofenden, que no tendrían corazón ni atrevimiento
para hacerlo. Parecióme, ya digo sin poder afirmarme en que vi
nada, mas algo se debe ver, pues yo podré poner esta
comparación, sino que es por modo tan sutil y delicado, que el
entendimiento no lo debe alcanzar, o yo no me sé entender en
estas visiones, que no parecen imaginarias, y en algunas algo de
esto debe haber; sino que, como son en arrobamiento, las
potencias no lo saben después formar como allí el Señor se lo
representa y quiere que lo gocen.
10. Digamos ser la Divinidad como un muy claro diamante, muy
mayor que todo el mundo, o espejo, a manera de lo que dije del
alma en estotra visión, salvo que es por tan más subida manera,
que yo no lo sabré encarecer; y que todo lo que hacemos se ve en
ese diamante, siendo de manera que él encierra todo en sí, porque
no hay nada que salga fuera de esta grandeza. Cosa espantosa me
fue en tan breve espacio ver tantas cosas juntas aquí en este claro
diamante, y lastimosísima, cada vez que se me acuerda, ver que
cosas tan feas se representaban en aquella limpieza de claridad,
como eran mis pecados. Y es así que, cuando se me acuerda, yo
no sé cómo lo puedo llevar, y así quedé entonces tan avergonzada,
que no sabía, me parece, adónde me meter.
¡Oh, quién pudiese dar a entender esto a los que muy deshonestos
y feos pecados hacen, para que se acuerden que no son ocultos, y
que con razón los siente Dios, pues tan presentes a la Majestad
pasan, y tan desacatadamente nos habemos delante de El!
Vi cuán bien se merece el infierno por una sola culpa mortal, porque
no se puede entender cuán gravísima cosa es hacerla delante de
tan gran Majestad, y qué tan fuera de quien El es son cosas
semejantes. Y así se ve más su misericordia, pues entendiendo
nosotros todo esto, nos sufre.
11. Hame hecho considerar si una cosa como ésta así deja
espantada el alma, ¿qué será el día del juicio cuando esta Majestad
claramente se nos mostrará, y veremos las ofensas que hemos
hecho? ¡Oh, válgame Dios, qué ceguera es ésta que yo he traído!
Muchas veces me he espantado en esto que he escrito. Y no se
espante vuestra merced sino cómo vivo viendo estas cosas y
mirándome a mí. ¡Sea bendito por siempre quien tanto me ha
sufrido!
12. Estando una vez en oración con mucho recogimiento y suavidad
y quietud, parecíame estar rodeada de ángeles y muy cerca de
Dios. Comencé a suplicar a Su Majestad por la Iglesia. Dióseme a
entender el gran provecho que había de hacer una Orden en los
tiempos postreros, y con la fortaleza que los de ella han de
sustentar la fe.
13. Estando una vez rezando cerca del Santísimo Sacramento,
aparecióme un santo cuya Orden ha estado algo caída. Tenía en
las manos un libro grande. Abrióle y díjome que leyese una letras
que eran grandes y muy legibles y decían así: En los tiempos
advenideros florecerá esta Orden; habrá muchos mártires.
14. Otra vez, estando en Maitines en el coro, se me representaron y
pusieron delante seis o siete -me parece serían- de esta Orden, con
espadas en las manos. Pienso que se da en esto a entender han de
defender la fe. Porque otra vez, estando en oración, se arrebató mi
espíritu: parecióme estar en un gran campo, adonde se combatían
muchos, y éstos de esta Orden peleaban con gran hervor. Tenían
los rostros hermosos y muy encendidos, y echaban muchos en el
suelo vencidos, otros mataban. Parecíame esta batalla contra los
herejes.
15. A este glorioso Santo he visto algunas veces, y me ha dicho
algunas cosas y agradecídome la oración que hago por su Orden y
prometido de encomendarme al Señor. No señalo las Ordenes (si el
Señor es servido se sepa, las declarará), porque no se agravien
otras. Mas cada Orden había de procurar, o cada uno de ellas por
sí, que por sus medios hiciese el Señor tan dichosa su Orden que,
en tan gran necesidad como ahora tiene la Iglesia, le sirviesen.
¡Dichosas vidas que en esto se acabaren!
16. Rogóme una persona una vez que suplicase a Dios le diese a
entender si sería servicio suyo tomar un obispado. Díjome el Señor,
acabando de comulgar: Cuando entendiere con toda verdad y
claridad que el verdadero señorío es no poseer nada, entonces le
podrá tomar; dando a entender que ha de estar muy fuera de
desearlo ni quererlo quien hubiere de tener prelacías, o al menos de
procurarlas.
17. Estas mercedes y otras muchas ha hecho el Señor y hace muy
continuo a esta pecadora, que me parece no hay para qué las decir;
pues por lo dicho se puede entender mi alma, y el espíritu que me
ha dado el Señor. Sea bendito por siempre, que tanto cuidado ha
tenido de mí.
18. Díjome una vez, consolándome, que no me fatigase (esto con
mucho amor), que en esta vida no podíamos estar siempre en un
ser; que unas veces tendría hervor y otras estaría sin él; unas con
desasosiegos y otras con quietud y tentaciones, mas que esperase
en El y no temiese.
19. Estaba un día pensando si era asimiento darme contento estar
con las personas que trato mi alma y tenerlos amor, y a los que yo
veo muy siervos de Dios, que me consolaba con ellos. Me dijo que
si un enfermo que estaba en peligro de muerte le parece le da salud
un médico, que no era virtud dejárselo de agradecer y no le amar;
que qué hubiera hecho si no fuera por estas personas; que la
conversación de los buenos no dañaba, mas que siempre fuesen
mis palabras pesadas y santas, y que no los dejase de tratar, que
antes sería provecho que daño. Consolóme mucho esto, porque
algunas veces, pareciéndome asimiento, quería del todo no
tratarlos.
Siempre en todas las cosas me aconsejaba este Señor, hasta
decirme cómo me había de haber con los flacos y con algunas
personas. Jamás se descuida de mí.
20. Algunas veces estoy fatigada de verme para tan poco en su
servicio y de ver que por fuerza he de ocupar el tiempo en cuerpo
tan flaco y ruin como el mío más de lo que yo querría. Estaba una
vez en oración y vino la hora de ir a dormir, y yo estaba con hartos
dolores y había de tener el vómito ordinario. Como me vi tan atada
de mí y el espíritu por otra parte queriendo tiempo para sí, vime tan
fatigada, que comencé a llorar mucho y a afligirme.
Esto no es sola una vez, sino -como digo- muchas, que me parece
me daba un enojo contra mí misma, que en forma por entonces me
aborrezco. Mas lo continuo es entender de mí que no me tengo
aborrecida, ni falto a lo que veo me es necesario. Y plega al Señor
que no tome muchas más de lo que es menester, que sí debo
hacer.
Esta que digo, estando en esta pena, me apareció el Señor y regaló
mucho, y me dijo que hiciese yo estas cosas por amor de El y lo
pasase, que era menester ahora mi vida. Y así me parece que
nunca me vi en pena después que estoy determinada a servir con
todas mis fuerzas a este Señor y consolador mío, que, aunque me
dejaba un poco padecer, no me consolaba de manera que no hago
nada en desear trabajos.
Y así ahora no me parece hay para qué vivir sino para esto, y lo que
más de voluntad pido a Dios. Dígole algunas veces con toda ella:
«Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí». Dame
consuelo oír el reloj, porque me parece me allego un poquito más
para ver a Dios de que veo ser pasada aquella hora de la vida.
21. Otras veces estoy de manera, que ni siento vivir ni me parece
he gana de morir, sino con una tibieza y oscuridad en todo, como
he dicho que tengo muchas veces, de grandes trabajos, y con
haber querido el Señor se sepan en público estas mercedes que Su
Majestad me hace, como me lo dijo algunos años ha, que lo habían
de ser, que me fatigué yo harto, y hasta ahora no he pasado poco,
como vuestra merced sabe, porque cada uno lo toma como le
parece; consuelo me ha sido no ser por mi culpa. Porque en no lo
decir sino a mis confesores o a personas que sabía de ellos lo
sabían, he tenido gran aviso y extremo; y no por humildad, sino
porque, como he dicho, aun a los mismos confesores me daba
pena decirlo.
Ahora ya, gloria a Dios, aunque mucho me murmuran, y con buen
celo, y otros temen tratar conmigo y aun confesarme, y otros me
dicen hartas cosas, como entiendo que por este medio ha querido
el Señor remediar muchas almas (porque lo he visto claro, y me
acuerdo de lo mucho que por una sola pasara el Señor), muy poco
se me da de todo.
No sé si es parte para esto haberme Su Majestad metido en este
rinconcito tan encerrado, y adonde ya, como cosa muerta, pensé no
hubiera más memoria de mí. Mas no ha sido tanto como yo
quisiera, que forzado he de hablar algunas personas. Mas, como no
estoy adonde me vean, parece ya fue el Señor servido echarme a
un puerto, que espero en Su Majestad será seguro, [22] por estar
ya fuera de mundo y entre poca y santa compañía. Miro como
desde lo alto, y dáseme ya bien poco de que digan, ni se sepa. En
más tendría se aprovechase un tantito un alma, que todo lo que de
mí se puede decir. Que después que estoy aquí, ha sido el Señor
servido que todos mis deseos paren en esto; y hame dado una
manera de sueño en la vida, que casi siempre me parece estoy
soñando lo que veo; ni contento ni pena, que sea mucha, no la veo
en mí. Si alguna me dan algunas cosas, pasa con tanta brevedad,
que yo me maravillo, y deja el sentimiento como una cosa que
soñó.
Y esto es entera verdad, que aunque después yo quiera holgarme
de aquel contento o pesarme de aquella pena, no es en mi mano,
sino como lo sería a una persona discreta tener pena o gloria de un
sueño que soñó. Porque ya mi alma la despertó el Señor de aquello
que, por no estar yo mortificada ni muerta a las cosas del mundo,
me había hecho sentimiento, y no quiere Su Majestad que se torne
a cegar.
23. De esta manera vivo ahora, señor y padre mío. Suplique vuestra
merced a Dios, o me lleve consigo, o me dé cómo le sirva. Plega a
Su Majestad esto que aquí va escrito haga a vuestra merced algún
provecho, que, por el poco lugar, ha sido con trabajo; mas dichoso
sería el trabajo, si he acertado a decir algo que sola una vez se
alabe por ello el Señor, que con esto me daría por pagada, aunque
vuestra merced luego lo queme.
24. No querría fuese sin que lo viesen las tres personas que vuestra
merced sabe, pues son y han sido confesores míos. Porque, si va
mal, es bien pierdan la buena opinión que tienen de mí; si va bien,
son buenos y letrados, sé que verán de dónde viene y alabarán a
quien lo ha dicho por mí.
Su Majestad tenga siempre a vuestra merced de su mano y le haga
tan gran santo, que con su espíritu y luz alumbre esta miserable,
poco humilde y muy atrevida, que se ha osado determinar a escribir
cosas tan subidas. Plega al Señor no haya en ello errado, teniendo
intención y deseo de acertar y obedecer, y que por mí se alabase
en algo el Señor, que es lo que ha muchos años que le suplico. Y
como me faltan para esto las obras, heme atrevido a concertar esta
mi desbaratada vida, aunque no gastando en ello más cuidado ni
tiempo de lo que ha sido menester para escribirla, sino poniendo lo
que ha pasado por mí con toda la llaneza y verdad que yo he
podido.
Plega al Señor, pues es poderoso y si quiere puede, quiera que en
todo acierte yo a hacer su voluntad, y no permita se pierda esta
alma que con tantos artificios y maneras y tantas veces ha sacado
Su Majestad del infierno y traído a Sí. Amén.
-----------------------------------------------------------------------EPÍLOGO
Jhs
1. El Espíritu Santo sea siempre con vuestra merced, amén.
No sería malo encarecer a vuestra merced este servicio, por
obligarle a tener mucho cuidado de encomendarme a nuestro
Señor, que según lo que he pasado en verme escrita y traer a la
memoria tantas miserias mías, bien podría; aunque con verdad
puedo decir que he sentido más en escribir las mercedes que el
Señor me ha hecho, que las ofensas que yo a Su Majestad.
2. Yo he hecho lo que vuestra merced me mandó en alargarme, a
condición que vuestra merced haga lo que me prometió en romper
lo que mal le pareciere. No había acabado de leerlo después de
escrito, cuando vuestra merced envía por él. Puede ser vayan
algunas cosas mal declaradas y otras puestas dos veces; porque
ha sido tan poco el tiempo que he tenido, que no podía tornar a ver
lo que escribía. Suplico a vuestra merced lo enmiende y mande
trasladar, si se ha de llevar al Padre Maestro Avila, porque podría
ser conocer alguien la letra. Yo deseo harto se dé orden en cómo lo
vea, pues con ese intento lo comencé a escribir. Porque, como a él
le parezca voy por buen camino, quedaré muy consolada, que ya
no me queda más para hacer lo que es en mí. En todo haga vuestra
merced como le pareciere y ve está obligado a quien así le fía su
alma.
3. La de vuestra merced encomendaré yo toda mi vida a nuestro
Señor. Por eso, dese prisa a servir a Su Majestad para hacerme a
mí merced, pues verá vuestra merced, por lo que aquí va, cuán bien
se emplea en darse todo -como vuestra merced lo ha comenzado- a
quien tan sin tasa se nos da.
4. Sea bendito por siempre, que yo espero en su misericordia nos
veremos adonde más claramente vuestra merced y yo veamos las
grandes que ha hecho con nosotros, y para siempre jamás le
alabemos, amén.
Acabóse este libro en junio, año de 1562.
CAMINO DE PERFECCIÓN
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
De la causa que me movió a hacer con tanta estrechura este
monasterio.
CAPÍTULO 2
Que trata cómo se han de descuidar de las necesidades corporales,
y del bien que hay en la pobreza.
CAPÍTULO 3
Prosigue lo que en el primero comencé a tratar, y persuade a las
hermanas a que se ocupen siempre en suplicar a Dios favorezca a
los que trabajan por la Iglesia. -Acaba con una exclamación.
CAPÍTULO 4
En que persuade la guarda de la Regla, y de tres cosas importantes
para la vida espiritual. Declara la primera de estas tres cosas, que
es amor del prójimo, y lo que dañan amistades particulares.
CAPÍTULO 5
Prosigue en los confesores. Dice lo que importa sean letrados.
CAPÍTULO 6
Torna a la materia que comenzó del amor perfecto.
CAPÍTULO 7
En que trata de la misma materia de amor espiritual, y da algunos
avisos para ganarle.
CAPÍTULO 8
Trata del gran bien que es desasirse de todo lo criado interior y
exteriormente.
CAPÍTULO 9
Que trata del gran bien que hay en huir los deudos los que han
dejado el mundo, y cuán más verdaderos amigos hallan.
CAPÍTULO 10
Trata cómo no basta desasirse de lo dicho, si no nos desasimos de
nosotras mismas, y cómo están juntas esta virtud y la humildad.
CAPÍTULO 11
Prosigue en la mortificación, y dice la que se ha de adquirir en las
enfermedades.
CAPÍTULO 12
Trata de cómo ha de tener en poco la vida el verdadero amador de
Dios, y la honra.
CAPÍTULO 13
Prosigue en la mortificación, y cómo ha de huir de los puntos y
razones del mundo para llegarse a la verdadera razón.
CAPÍTULO 14
En que trata lo mucho que importa no dar profesión a ninguna que
vaya contrario su espíritu de las cosas que quedan dichas.
CAPÍTULO 15
Que trata del gran bien que hay en no disculparse, aunque se vean
condenar sin culpa.
CAPÍTULO 16
De la diferencia que ha de haber en la perfección de la vida de los
contemplativos a los que se contentan con oración mental, y cómo
es posible algunas veces subir Dios un alma distraída a perfecta
contemplación y la causa de ello. -Es mucho de notar este capítulo
y el que viene cabe él.
CAPÍTULO 17
De cómo no todas las almas son para contemplación, y cómo
algunas llegan a ella tarde, y que el verdadero humilde ha de ir
contento por el camino que le llevare el Señor.
CAPÍTULO 18
Que prosigue en la misma materia y dice cuánto mayores son los
trabajos de los contemplativos que de los activos. -Es de mucha
consolación para ellos.
CAPÍTULO 19
Que comienza a tratar de la oración. -Habla con almas que no
pueden discurrir con el entendimiento.
CAPÍTULO 20
Trata cómo por diferentes vías nunca falta consolación en el camino
de la oración, y aconseja a las hermanas de esto sean sus pláticas
siempre.
CAPÍTULO 21
Que dice lo mucho que importa comenzar con gran determinación a
tener oración, y no hacer caso de los inconvenientes que el
demonio pone.
CAPÍTULO 22
En que declara qué es oración mental.
CAPÍTULO 23
Trata de lo que importa no tornar atrás quien ha comenzado camino
de oración, y torna a hablar de lo mucho que va en que sea con
determinación.
CAPÍTULO 24
Trata cómo se ha de rezar oración vocal con perfección, y cuán
junta anda con ella la mental.
CAPÍTULO 25
En que dice lo mucho que gana un alma que reza con perfección
vocalmente, y cómo acaece levantarla Dios de allí a cosas
sobrenaturales.
CAPÍTULO 26
En que va declarando el modo para recoger el pensamiento. -Pone
medios para ello. -Es capítulo muy provechoso para los que
comienzan oración.
CAPÍTULO 27
En que trata el gran amor que nos mostró el Señor en las primeras
palabras del Paternóster, y lo mucho que importa no hacer caso
ninguno del linaje las que de veras quieren ser hijas de Dios.
CAPÍTULO 28
En que declara qué es oración de recogimiento, y pónense algunos
medios para acostumbrarse a ella.
CAPÍTULO 29
Prosigue en dar medios para procurar esta oración de recogimiento.
-Dice lo poco que se nos ha de dar de ser favorecidas de los
prelados.
CAPÍTULO 30
Dice lo que importa entender lo que se pide en la oración. -Trata de
estas palabras del paternóster: «Sanctificetur nomen tuum, adveniat
regnum tuum». -Aplícalas a oración de quietud y comiénzala a
declarar.
CAPÍTULO 31
Que prosigue en la misma materia. -Declara qué es oración de
quietud. -Pone algunos avisos para los que la tienen. -Es mucho de
notar.
CAPÍTULO 32
Que trata de estas palabras del Paternóster: «Fiat voluntas tua sicut
in coelo et in terra», y lo mucho que hace quien dice estas palabras
con toda determinación, y cuán bien se lo paga el Señor.
CAPÍTULO 33
En que trata la gran necesidad que tenemos de que el Señor nos dé
lo que pedimos en estas palabras del Paternóster: «Panem nostrum
quotidianum da nobis hodie».
CAPÍTULO 34
Prosigue en la misma materia. -Es muy bueno para después de
haber recibido el Santísimo Sacramento.
CAPÍTULO 35
Acaba la materia comenzada con una exclamación al Padre Eterno.
CAPÍTULO 36
Trata de estas palabras del paternóster: «Dimitte nobis debita
nostra».
CAPÍTULO 37
Dice la excelencia de esta oración del Paternóster, y cómo
hallaremos de muchas maneras consolación en ella.
CAPÍTULO 38
Que trata de la gran necesidad que tenemos de suplicar al Padre
eterno nos conceda lo que pedimos en estas palabras: «Et ne nos
inducas in tentationem, sed libera nos a malo», y declara algunas
tentaciones. -Es de notar.
CAPÍTULO 39
Prosigue la misma materia, y da avisos de tentaciones algunas de
diferentes maneras, y pone los remedios para que se puedan librar
de ellas.
CAPÍTULO 40
Dice cómo procurando siempre andar en amor y temor de Dios,
iremos seguras entre tantas tentaciones.
CAPÍTULO 41
Que habla del temor de Dios, y cómo nos hemos de guardar de
pecados veniales.
CAPÍTULO 42
En que trata de estas postreras palabras del Paternóster: «Sed
libera nos a malo. Amen». Mas líbranos del mal. Amén.
-----------------------------------------------------------------------INTRODUCCIÓN
JHS
Este libro trata de avisos y consejos que da Teresa de Jesús a las
hermanas religiosas e hijas suyas de los monasterios que con el
favor de nuestro Señor y de la gloriosa Virgen Madre de Dios,
Señora nuestra, ha fundado de la Regla primera de nuestra Señora
del Carmen. En especial le dirige a las hermanas del monasterio de
San José de Avila, que fue el primero, de donde ella era priora
cuando le escribió.
En todo lo que en él dijere, me sujeto a lo que tiene la madre Santa
Iglesia Romana, y si alguna cosa fuere contraria a esto, es por no lo
entender. Y así, a los letrados que lo han de ver, pido, por amor de
nuestro Señor, que muy particularmente lo miren y enmienden si
alguna falta en esto hubiere, y otras muchas que tendrá en otras
cosas. Si algo hubiere bueno, sea para gloria y honor de Dios y
servicio de su sacratísima Madre, Patrona y Señora nuestra, cuyo
hábito yo tengo, aunque harto indigna de él.
-----------------------------------------------------------------------JHS
PRÓLOGO
1. Sabiendo las hermanas de este monasterio de San José cómo
tenía licencia del Padre Presentado Fray Domingo Bañes, de la
Orden del glorioso Santo Domingo, que al presente es mi confesor,
para escribir algunas cosas de oración en que parece podré atinar
por haber tratado con muchas personas espirituales y santas, me
han tanto importunado les diga algo de ella, que me he determinado
a las obedecer, viendo que el amor grande que me tienen puede
hacer más acepto lo imperfecto y por mal estilo que yo les dijere,
que algunos libros que están muy bien escritos de quien sabía lo
que escribe. Y confío en sus oraciones que podrá ser por ellas el
Señor se sirva acierte a decir algo de lo que al modo y manera de
vivir que se lleva en esta casa conviene. Y si fuere mal acertado, el
Padre Presentado que lo ha de ver primero, lo remediará o lo
quemará, y yo no habré perdido nada en obedecer a estas siervas
de Dios, y verán lo que tengo de mí cuando Su Majestad no me
ayuda.
2. Pienso poner algunos remedios para algunas tentaciones
menudas que pone el demonio, que -por serlo tanto- por ventura no
hacen caso de ellas, y otras cosas, como el Señor me diere a
entender y se me fueren acordando, que como no sé lo que he de
decir, no puedo decirlo con concierto; y creo es lo mejor no le llevar,
pues es cosa tan desconcertada hacer yo esto. El Señor ponga en
todo lo que hiciere sus manos para que vaya conforme a su santa
voluntad, pues son éstos mis deseos siempre, aunque las obras tan
faltas como yo soy.
3. Sé que no falta el amor y deseo en mí para ayudar en lo que yo
pudiere para que las almas de mis hermanas vayan muy adelante
en el servicio del Señor. Y este amor, junto con los años y
experiencia que tengo de algunos monasterios, podrá ser
aproveche para atinar en cosas menudas más que los letrados, que
por tener otras ocupaciones más importantes y ser varones fuertes
no hacen tanto caso de cosas que en sí no parecen nada, y a cosa
tan flaca como somos las mujeres todo nos puede dañar; porque
las sutilezas del demonio son muchas para las muy encerradas, que
ven son menester armas nuevas para dañar. Yo, como ruin, heme
sabido mal defender, y así querría escarmentasen mis hermanas en
mí. No diré cosa que en mí, o por verla en otras, no la tenga por
experiencia.
4. Pocos días ha me mandaron escribiese cierta relación de mi vida,
adonde también traté algunas cosas de oración. Podrá ser no
quiera mi confesor le veáis, y por esto pondré aquí alguna cosa de
lo que allí va dicho y otras que también me parecerán necesarias.
El Señor lo ponga por su mano, como le he suplicado, y lo ordene
para su mayor gloria, amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 1
De la causa que me movió a hacer con tanta estrechura este
monasterio.
1. Al principio que se comenzó este monasterio a fundar (por las
causas que en el libro tengo escrito están dichas, con algunas
grandezas del Señor, en que dio a entender se había mucho de
servir en esta casa), no era mi intención hubiera tanta aspereza en
lo exterior ni que fuese sin renta, antes quisiera hubiera posibilidad
para que no faltara nada. En fin, como flaca y ruin; aunque algunos
buenos intentos llevaba más que mi regalo.
2. En este tiempo vinieron a mi noticia los daños de Francia y el
estrago que habían hecho estos luteranos y cuánto iba en
crecimiento esta desventurada secta. Dime gran fatiga, y como si yo
pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba
remediase tanto mal. Parecíame que mil vidas pusiera yo para
remedio de un alma de las muchas que allí se perdían. Y como me
vi mujer y ruin e imposibilitada de aprovechar en lo que yo quisiera
en el ser servicio del Señor, y toda mi ansia era, y aún es, que pues
tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que ésos fuesen
buenos, determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es
seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo
pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo
mismo, confiada en la gran bondad de Dios, que nunca falta de
ayudar a quien por él se determina a dejarlo todo; y que siendo
tales cuales yo las pintaba en mis deseos, entre sus virtudes no
tendrían fuerza mis faltas, y podría yo contentar en algo al Señor, y
que todas ocupadas en oración por los que son defendedores de la
Iglesia y predicadores y letrados que la defienden, ayudásemos en
lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen a
los que ha hecho tanto bien, que parece le querrían tornar ahora ala
cruz estos traidores y que no tuviese adonde reclinar la cabeza.
3. ¡Oh Redentor mío, que no puede mi corazón llegar aquí sin
fatigarse mucho! ¿Qué es esto ahora de los cristianos? ¿Siempre
han de ser los que más os deben los que os fatiguen? ¿A los que
mejores obras hacéis, a los que escogéis para vuestros amigos,
entre los que andáis y os comunicáis por los sacramentos? ¿No
están hartos de los tormentos que por ellos habéis pasado?
4. Por cierto, Señor mío, no hace nada quien ahora se aparta del
mundo. Pues a Vos os tienen tan poco ley, ¿qué esperamos
nosotros? ¿Por ventura merecemos nosotros mejor nos la tengan?
¿por ventura hémosles hecho mejores obras para que nos guarden
amistad? ¿qué es esto? ¿qué esperamos yo los que por la bondad
del Señor estamos sin aquella roña pestilencial, que ya aquéllos
son del demonio? Buen castigo han ganado por sus manos y bien
han granjeado con sus deleites fuego eterno. ¡Allá se lo hayan!,
aunque no me deja de quebrar el corazón ver tantas almas como se
pierden. Mas del mal no tanto: querría no ver perder más cada día.
5. ¡Oh hermanas mías en Cristo! ayudadme a suplicar esto al
Señor, que para eso os juntó aquí; éste es vuestro llamamiento,
éstos han de ser vuestros negocios, éstos han de ser vuestros
deseos, aquí vuestras lágrimas, éstas vuestras peticiones; no,
hermanas mías, por negocios del mundo; que yo me río y aun me
congojo de las cosas que aquí nos vienen a encargar supliquemos
a Dios, de pedir a Su Majestad rentas y dineros, y algunas personas
que querría yo suplicasen a Dios los repisasen todos. Ellos buena
intención tienen y, en fin, se hace por ver su devoción, aunque
tengo para mí que en estas cosas nunca me oye. Estáse ardiendo
el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, como dicen, pues le
levantan mil testimonios, quieren poner su Iglesia por el suelo, ¿y
hemos de gastar tiempo en cosas que por ventura, si Dios se las
diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No, hermanas mías,
no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia.
6. Por cierto que, si no mirase a la flaqueza humana, que se
consuela que las ayuden en todo (y) es bien si fuésemos algo), que
holgaría se entendiese no son éstas las cosas que se han de
suplicar a Dios con tanto cuidado.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 2
Que trata cómo se han de descuidar de las necesidades corporales,
y del bien que hay en la pobreza.
1. No penséis, hermanas mías, que por no andar a contentar a los
del mundo os ha de faltar de comer, yo os aseguro. Jamás por
artificios humanos pretendáis sustentaros, que moriréis de hambre,
y con razón. Los ojos en vuestro esposo; él os ha de sustentar.
Contento él, aunque no quieran, os darán de comer los menos
vuestros devotos, como lo habéis visto por experiencia. Si haciendo
vosotras esto muriereis de hambre, ¡bienaventuradas las monjas de
San José! Esto no se os olvide, por amor del Señor. Pues dejáis la
renta, dejad el cuidado de la comida; si no, todo va perdido. Los que
quiere el Señor que la tengan, tengan enhorabuena esos cuidados,
que es mucha razón, pues es su llamamiento; mas nosotras,
hermanas, es disparate.
2. Cuidado de rentas ajenas, me parece a mí sería estar pensando
en lo que los otros gozan. Sí, que por vuestro cuidado no muda el
otro su pensamiento ni se le pone deseo de dar limosna. Dejad ese
cuidado a quien los puede mover a todos, que es el Señor de las
rentas y de los renteros. Por su mandamiento venimos aquí;
verdaderas son sus palabras; no pueden faltar; antes faltarán los
cielos y la tierra (1.) No le faltemos nosotras, que no hayáis miedo
que falte. Y si alguna vez os faltare, será para mayor bien, como
faltaban las vidas a los santos cuando los mataban por el Señor, y
era para aumentarles la gloria por el martirio. Buen trueco sería
acabar presto con todo y gozar de la hartura perdurable.
3. Mirad, hermanas, que va mucho en esto muerta yo, que para
esto os lo dejo escrito; que mientras yo viviere os lo acordaré, que
por experiencia veo la gran ganancia: cuando menos hay, más
descuidada estoy, y sabe el Señor que, a mi parecer, me da más
pena cuando mucho sobra que cuando nos falta. No sé si lo hace
como ya tengo visto nos lo da luego el Señor. Sería engañar el
mundo otra cosa, hacernos pobres no lo siendo de espíritu, sino en
lo exterior. Conciencia se me haría, a manera de decir, y parecerme
hía era pedir limosna las ricas, y plega a Dios no sea así, que
adonde hay estos cuidados demasiados de que den, una vez u otra
se irán por la costumbre, o podrían ir y pedir lo que no han
menester, por ventura a quien tiene más necesidad. Y aunque ellos
no pueden perder nada sino ganar, nosotras perderíamos. No plega
a Dios, mis hijas. Cuando esto hubiera de ser, más quisiera
tuvierais renta.
4. En ninguna manera se ocupe en esto el pensamiento, os pido por
amor de Dios en limosna. Y la más chiquita, cuando esto
entendiese alguna vez en esta casa, clame a Su Majestad y
acuérdelo a la mayor. Con humildad le diga que va errada; y valo
tanto, que poco a poco se va perdiendo la verdadera pobreza. Yo
espero en el Señor no será así ni dejará a sus siervas. Y para esto,
aunque no sea para más, aproveche esto que me habéis mandado
escribir por despertador.
5. Y crean, mis hijas, que para vuestro bien me ha dado el Señor un
poquito a entender los bienes que hay en la santa pobreza, y las
que lo probaren lo entenderán, quizá no tanto como yo; porque no
sólo no había sido pobre de espíritu, aunque lo tenía profesado,
sino loca de espíritu. Ello es un bien que todos los bienes del
mundo encierra en sí. Es un señorío grande. Digo que es señorear
todos los bienes de él otra vez a quien no se le da nada de ellos.
¿Qué se me da a mí de los reyes y señores, si no quiero sus rentas,
ni de tenerlos contentos, si un tantito se atraviesa haber de
descontentar en algo por ellos a Dios? ¿Ni qué se me da de sus
honras, si tengo entendido en lo que está ser muy honrado un
pobre, que es en ser verdaderamente pobre?
6. Tengo para mí que honras y dineros casi siempre andan juntos, y
que quien quiere honra no aborrece dineros, y que quien los
aborrece que se le da poco de honra. Entiéndase bien esto, que me
parece que esto de honra siempre trae consigo algún interés de
rentas o dineros; porque por maravilla hay honrado en el mundo si
es pobre; antes, aunque lo sea en sí, le tienen en poco. La
verdadera pobreza trae una honraza consigo que no hay quien la
sufra; la pobreza que es tomada por solo Dios, digo, no ha
menester contentar a nadie, sino a él. Y es cosa muy cierta, en no
habiendo menester a nadie, tener muchos amigos. Yo lo tengo bien
visto por experiencia.
7. Porque hay tanto escrito de esta virtud que no lo sabré yo
entender, cuánto más decir, y por no la agraviar en loarla yo, no
digo más de ella. Sólo he dicho lo que he visto por experiencia, y yo
confieso que he ido tan embebida, que no me he entendido hasta
ahora. Mas, pues está dicho, por amor del Señor, pues son
nuestras armas la santa pobreza y lo que al principio de la
fundación de nuestra Orden tanto se estimaba y guardaba en
nuestros santos Padres (que) me ha dicho quien la sabe, que de un
día para otro no guardaban nada), ya que en tanta perfección en lo
exterior no se guarde, en lo interior procuremos tenerla. Dos horas
son de vida, grandísimo el premio; y cuando no hubiera ninguno
sino cumplir lo que nos aconsejó el Señor, era grande la paga imitar
en algo a Su Majestad.
8. Estas armas han de tener nuestras banderas, que de todas
maneras lo queramos guardar: en casa, en vestidos, en palabras y
mucho más en el pensamiento. Y mientras esto hicieren, no hayan
miedo caiga la religión de esta casa, con el favor de Dios; que,
como decía Santa Clara, grandes muros son los de la pobreza. De
éstos, decía ella, y de humildad quería cercar sus monasterios. Y a
buen seguro, si se guarda de verdad, que esté la honestidad y todo
lo demás fortalecido mucho mejor que con muy suntuosos edificios.
De esto se guarden; por amor de Dios y por su sangre se lo pido yo;
y si con conciencia puedo decir, que el día que tal hicieren se torne
a caer.
9. Muy mal parece, hijas mías, de la hacienda de los pobrecitos se
hagan grandes casas. No lo permita Dios, sino pobre en todo y
chica. Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa, sino
en el portal de Belén adonde nació, y la cruz adonde murió. Casas
eran éstas adonde se podía tener poca recreación. Los que las
hacen grandes, ellos se entenderán; llevan otros intentos santos.
Mas trece pobrecitas, cualquier rincón les basta. Si porque es
menester por el mucho encerramiento tuvieren campo (y) aun
ayuda a la oración y devoción) con algunas ermitas para apartarse
a orar, enhorabuena; mas edificios y casa grande ni curioso nada,
¡Dios nos libre! Siempre os acordad se ha de caer todo el día del
juicio; ¿qué sabemos si será presto?
10. Pues hacer mucho ruido al caerse casa de trece pobrecillas no
es bien, que los pobres verdaderos no han de hacer ruido; gente sin
ruido ha de ser para que los hayan lástima. Y cómo se holgarán si
ven alguno por la limosna que les ha hecho librarse del infierno; que
todo es posible, porque están muy obligadas a rogar por sus almas
muy continuamente, pues os dan de comer; que también quiere el
Señor que, aunque viene de su parte, lo agradezcamos a las
personas por cuyo medio nos lo da; y de esto no haya descuido.
11. No sé lo que había comenzado a decir, que me he divertido.
Creo lo ha querido el Señor, porque nunca pensé escribir lo que
aquí he dicho. Su Majestad nos tenga siempre de su mano para
que no se caiga de ello, amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 3
Prosigue lo que en el primero comencé a tratar, y persuade a las
hermanas a que se ocupen siempre en suplicar a Dios favorezca a
los que trabajan por la Iglesia. -Acaba con una exclamación.
1. Tornando a lo principal para lo que el Señor nos juntó en esta
casa y por lo que yo mucho deseo seamos algo para que
contentemos a Su Majestad, digo que viendo tan grandes males
que fuerzas humanas no bastan a atajar este fuego de estos
herejes, con que se ha pretendido hacer gente para si pudieran a
fuerza de armas remediar tan gran mal y que va tan adelante, hame
parecido es menester como cuando los enemigos en tiempo de
guerra han corrido toda la tierra, y viéndose el Señor de ella
apretado se recoge a una ciudad, que hace muy bien fortalecer, y
desde allí acaece algunas veces dar en los contrarios y ser tales los
que están en la ciudad, como es gente escogida, que pueden más
ellos a solas que con muchos soldados, si eran cobardes, pudieron,
y muchas veces se gana de esta manera victoria; al menos, aunque
no se gane, no los vencen; porque, como no haya traidor, si no es
por hambre, no los pueden ganar. Acá esta hambre no la puede
haber que baste a que se rindan; a morir sí, mas no a quedar
vencidos.
2. Mas ¿para qué he dicho esto? Para que entendáis, hermanas
mías, que lo que hemos de pedir a Dios es que en este castillito que
hay ya de buenos cristianos no se nos vaya ya ninguno con los
contrarios, y a los capitanes de este castillo o ciudad, los haga muy
aventajados en el camino del Señor, que son los predicadores y
teólogos; y pues los más están en las religiones, que vayan muy
adelante en su perfección y llamamiento, que es muy necesario;
que ya ya, como tengo dicho, nos ha de valer el brazo eclesiástico y
no el seglar. Y pues para lo uno ni lo otro no valemos nada para
ayudar a nuestro Rey, procuremos ser tales que valgan nuestras
oraciones para ayudar a estos siervos de Dios, que con tanto
trabajo se han fortalecido con letras y buena vida y trabajado para
ayudar ahora al Señor.
3. Podrá ser digáis que para qué encarezco tanto esto y digo hemos
de ayudar a los que son mejores que nosotras. Yo os lo diré,
porque aún no creo entendéis bien lo mucho que debéis al Señor
en traeros adonde tan quitadas estáis de negocios y ocasiones y
tratos: es grandísima merced ésta; lo que no están los que digo, ni
es bien que estén, en estos tiempos menos que en otros; porque
han de ser los que esfuercen la gente flaca y pongan ánimo a los
pequeños. ¡Buenos quedarían los soldados sin capitanes! Han de
vivir entre los hombres y tratar con los hombres y estar en los
palacios y aun hacerse algunas veces con ellos en lo exterior.
¿Pensáis, hijas mías, que es menester poco para tratar con el
mundo y vivir en el mundo y tratar negocios del mundo y hacerse,
como he dicho, a la conversación del mundo, y ser en lo interior
extraños del mundo y enemigos del mundo y estar como quien está
en destierro y, en fin, no ser hombres sino ángeles?
Porque a no ser esto así, ni merecen nombre de capitanes, ni
permita el Señor salgan de sus celdas, que más daño harán que
provecho. Porque no es ahora tiempo de ver imperfecciones en los
que han de enseñar; [4] y si en lo interior no están fortalecidos en
entender lo mucho que va en tenerlo todo debajo de los pies y estar
desasidos de las cosas que se acaban y asidos a las eternas, por
mucho que lo quieran encubrir, han de dar señal. Pues ¿con quién
lo han sino con el mundo? No hayan miedo se lo perdone, ni que
ninguna imperfección dejen de entender. Cosas buenas, muchas se
les pasarán por alto, y aun por ventura no las tendrán por tales; mas
mala o imperfecta, no hayan miedo. Ahora yo me espanto quién los
muestra la perfección, no para guardarla (que) de esto ninguna
obligación les parece tienen, harto les parece hacen si guardan
razonablemente los mandamientos), sino para condenar, y a las
veces lo que es virtud les parece regalo.
Así que no penséis es menester poco favor de Dios para esta gran
batalla adonde se meten, sino grandísimo.
5. Para estas dos cosas os pido yo procuréis ser tales que
merezcamos alcanzarlas de Dios: la una, que haya muchos, de los
muy muchos letrados y religiosos que hay, que tengan las partes
que son menester para esto, como he dicho, y a los que no están
muy dispuestos, los disponga el Señor; que más hará uno perfecto
que muchos que no lo estén. La otra, que después de puestos en
esta pelea, que -como digo- no es pequeña, los tenga el Señor de
su mano para que puedan librarse de tantos peligros como hay en
el mundo y tapar los oídos, en este peligroso mar, del canto de las
sirenas. Y si en esto podemos algo con Dios, estando encerradas
peleamos por El, y daré yo por muy bien empleados los trabajos
que he pasado por hacer este rincón, adonde también pretendí se
guardase esta Regla de nuestra Señora y Emperadora con la
perfección que se comenzó.
6. No os parezca inútil ser continua esta petición, porque hay
algunas personas que les parece recia cosa no rezar mucho por su
alma; y ¿qué mejor oración que ésta? Si tenéis pena porque no se
os descontará la pena del purgatorio, también se os quitará por esta
oración, y lo que más faltare, falte. ¿Qué va en que esté yo hasta el
día del juicio en el purgatorio, si por mi oración se salvase sola un
alma? ¡Cuánto más el provecho de muchas y la honra del Señor!
De penas que se acaban no hagáis caso de ellas cuando
interviniere algún servicio mayor al que tantas pasó por nosotros.
Siempre os informad lo que es más perfecto.
Así que os pido por amor del Señor pidáis a Su Majestad nos oiga
en esto. Yo, aunque miserable, lo pido a Su Majestad, pues es para
gloria suya y bien de su Iglesia, que aquí van mis deseos.
7. Parece atrevimiento pensar yo he de ser alguna parte para
alcanzar esto. Confío yo, Señor mío, en estas siervas vuestras que
aquí están, que veo y sé no quieren otra cosa ni la pretenden sino
contentaros. Por Vos han dejado lo poco que tenían, y quisieran
tener más para serviros con ello. Pues no sois Vos, Criador mío,
desagradecido para que piense yo dejaréis de hacer lo que os
suplican. Ni aborrecisteis, Señor, cuando andabais en el mundo, las
mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad. Cuando
os pidiéremos honras no nos oigáis, o rentas, o dineros, o cosa que
sepa a mundo; mas para honra de vuestro Hijo, ¿por qué no nos
habéis de oír, Padre eterno, a quien perdería mil honras y mil vidas
por Vos? No por nosotras, Señor, que no lo merecemos, sino por la
sangre de vuestro Hijo y sus merecimientos.
8. ¡Oh Padre eterno! mirad que no son de olvidar tantos azotes e
injurias y tan gravísimos tormentos. Pues, Criador mío, ¿cómo
pueden sufrir unas entrañas tan amorosas como las vuestras que lo
que se hizo con tan ardiente amor de vuestro Hijo y por más
contentaros a Vos (que) mandasteis nos amase) sea tenido en tan
poco como hoy día tienen esos herejes el Santísimo Sacramento,
que le quitan sus posadas deshaciendo las iglesias? ¡Si le faltara
algo por hacer para contentaros! Mas todo lo hizo cumplido. No
bastaba, Padre eterno, que no tuvo adonde reclinar la cabeza
mientras vivió, y siempre en tantos trabajos, sino que ahora las que
tiene para convidar sus amigos (por) vernos flacos y saber que es
menester que los que han de trabajar se sustenten de tal manjar) se
las quiten? ¿Ya no había pagado bastantísimamente por el pecado
de Adán? ¿Siempre que tornamos a pecar lo ha de pagar este
amantísimo Cordero? No lo permitáis, Emperador mío. Apláquese
ya Vuestra Majestad. No miréis a los pecados nuestros, sino a que
nos redimió vuestro sacratísimo Hijo, y a los merecimientos suyos y
de su Madre gloriosa y de tantos santos y mártires como han
muerto por Vos.
9. ¡Ay dolor, Señor, y quién se ha atrevido a hacer esta petición en
nombre de todas! ¡Qué mala tercera, hijas mías, para ser oídas, y
que echase por vosotras la petición! ¡Si ha de indignar más a este
soberano Juez verme tan atrevida, y con razón y justicia! Mas
mirad, Señor, que ya sois Dios de misericordia; habedla de esta
pecadorcilla, gusanillo que así se os atreve. Mirad, Dios mío, mis
deseos y las lágrimas con que esto os suplico, y olvidad mis obras,
por quien Vos sois, y habed lástima de tantas almas como se
pierden, y favoreced vuestra Iglesia. No permitáis ya más daños en
la cristiandad, Señor. Dad ya luz a estas tinieblas.
10. Pídoos yo, hermanas mías, por amor del Señor, encomendéis a
Su Majestad esta pobrecilla y le supliquéis la dé humildad, como
cosa a que tenéis obligación. No os encargo particularmente los
reyes y prelados de la Iglesia, en especial nuestro obispo; veo a las
de ahora tan cuidadosas de ello, que así me parece no es menester
más. Vean las que vinieren que teniendo santo prelado lo serán las
súbditas, y como cosa tan importante la poned siempre delante del
Señor. Y cuando vuestras oraciones y deseos y disciplinas y
ayunos no se emplearen por esto que he dicho, pensad que no
hacéis ni cumplís el fin para que aquí os juntó el Señor.
------------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO 4
En que persuade la guarda de la Regla, y de tres cosas importantes
para la vida espiritual. Declara la primera de estas tres cosas, que
es amor del prójimo, y lo que dañan amistades particulares.
1. Ya, hijas, habéis visto la gran empresa que pretendemos ganar.
¿Qué tales habremos de ser para que en los ojos de Dios y del
mundo no nos tengan por muy atrevidas? Está claro que hemos
menester trabajar mucho, y ayuda mucho tener altos pensamientos
para que nos esforcemos a que lo sean las obras. Pues con que
procuremos guardar cumplidamente nuestra Regla y Constituciones
con gran cuidado, espero en el Señor admitirá nuestros ruegos; que
no os pido cosa nueva, hijas mías, sino que guardemos nuestra
profesión, pues es nuestro llamamiento y a lo que estamos
obligadas, aunque de guardar a guardar va mucho.
2. Dice en la primera Regla nuestra que oremos sin cesar. Con que
se haga esto con todo el cuidado que pudiéremos, que es lo más
importante, no se dejarán de cumplir los ayunos y disciplinas y
silencio que manda la Orden. Porque ya sabéis que para ser la
oración verdadera se ha de ayudar con esto; que regalo y oración
no se compadece.
3. En esto de oración es lo que me habéis pedido diga alguna cosa,
y lo dicho hasta ahora, para en pago de lo que dijere, os pido yo
cumpláis y leáis muchas veces de buena gana.
Antes que diga de lo interior, que es la oración, diré algunas cosas
que son necesarias tener las que pretenden llevar camino de
oración, y tan necesarias que, sin ser muy contemplativas, podrán
estar muy adelante en el servicio del Señor, y es imposible si no las
tienen ser muy contemplativas, y cuando pensaren lo son, están
muy engañadas. El Señor me dé el favor para ello y me enseñe lo
que tengo de decir, porque sea para su gloria, amén.
4. No penséis, amigas y hermanas mías, que serán muchas las
cosas que os encargaré, porque plega al Señor hagamos las que
nuestros santos Padres ordenaron y guardaron, que por este
camino merecieron este nombre. Yerro sería buscar otro ni
deprenderle de nadie. Solas tres me extenderé en declarar, que son
de la misma Constitución, porque importa mucho entendamos lo
muy mucho que nos va en guardarlas para tener la paz que tanto
nos encomendó el Señor, interior y exteriormente: la una es amor
unas con otras; otra, desasimiento de todo lo criado; la otra,
verdadera humildad, que aunque la digo a la postre, es la principal y
las abraza todas.
5. Cuanto a la primera, que es amaros mucho unas a otras, va muy
mucho; porque no hay cosa enojosa que no se pase con facilidad
en los que se aman y recia ha de ser cuando dé enojo. Y si este
mandamiento se guardase en el mundo como se ha de guardar,
creo aprovecharía mucho para guardar los demás; mas, más o
menos, nunca acabamos de guardarle con perfección.
Parece que lo demasiado entre nosotras no puede ser malo, y trae
tanto mal y tantas imperfecciones consigo, que no creo lo creerá
sino quien ha sido testigo de vista. Aquí hace el demonio muchos
enredos, que en conciencias que tratan groseramente de contentar
a Dios se sienten poco y les parece virtud, y las que tratan de
perfección lo entienden mucho, porque poco a poco quita la fuerza
a la voluntad para que del todo se emplee en amar a Dios.
6. Y en mujeres creo debe ser esto aun más que en hombres; y
hace daños para la comunidad muy notorios; porque de aquí viene
el no se amar tanto todas, el sentir el agravio que se hace a la
amiga, el desear tener para regalarla, el buscar tiempo para
hablarla, y muchas veces más para decirle lo que la quiere y otras
cosas impertinentes que lo que ama a Dios. Porque estas
amistades grandes pocas veces van ordenadas a ayudarse a amar
más a Dios, antes creo las hace comenzar el demonio para
comenzar bandos en las religiones; que cuando es para servir a Su
Majestad, luego se parece, que no va la voluntad con pasión, sino
procurando ayuda para vencer otras pasiones.
7. Y de estas amistades querría yo muchas donde hay gran
convento, que en esta casa, que no son más de trece ni lo han de
ser, aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se
han de querer, todas se han de ayudar; y guárdense de estas
particularidades, por amor del Señor, por santas que sean, que aun
entre hermanos suele ser ponzoña y ningún provecho en ello veo; y
si son deudos, muy peor, ¡es pestilencia! Y créanme, hermanas,
que aunque os parezca es éste extremo, en él está gran perfección
y gran paz, y se quitan muchas ocasiones a las que no están muy
fuertes; sino que, si la voluntad se inclinare más a una que a otra
(que) no podrá ser menos, que es natural, y muchas veces nos lleva
a amar lo más ruin si tiene más gracias de naturaleza), que nos
vayamos mucho a la mano a no nos dejar enseñorear de aquella
afección. Amemos las virtudes y lo bueno interior, y siempre con
estudio traigamos cuidado de apartarnos de hacer caso de esto
exterior.
8. No consintamos, oh hermanas, que sea esclava de nadie nuestra
voluntad, sino del que la compró por su sangre. Miren que, sin
entender cómo, se hallarán asidas que no se puedan valer. ¡Oh,
válgame Dios!, las niñerías que vienen de aquí no tienen cuento. Y
porque son tan menudas que sólo las que lo ven lo entenderán y
creerán, no hay para qué las decir aquí más de que en cualquiera
será malo y en la prelada pestilencia.
9. En atajar estas parcialidades es menester gran cuidado desde el
principio que se comience la amistad; esto más con industria y amor
que con rigor. Para remedio de esto es gran cosa no estar juntas
sino las horas señaladas, ni hablarse, conforme a la costumbre que
ahora llevamos, que es no estar juntas, como manda la Regla, sino
cada una apartada en su celda. Líbrense en San José de tener
casa de labor; porque, aunque es loable costumbre, con más
facilidad se guarda el silencio cada una por sí, y acostumbrarse a
soledad es gran cosa para la oración; y pues éste ha de ser el
cimiento de esta casa, es menester traer estudio en aficionarnos a
lo que a esto más nos ayuda.
10. Tornando al amarnos unas a otras, parece cosa impertinente
encomendarlo, porque ¿qué gente hay tan bruta que tratándose
siempre y estando en compañía y no habiendo de tener otras
conversaciones ni otros tratos ni recreaciones con personas de
fuera de casa, y creyendo nos ama Dios y ellas a él pues por Su
Majestad lo dejan todo, que no cobre amor? En especial, que la
virtud siempre convida a ser amada; y ésta, con el favor de Dios,
espero en Su Majestad siempre la habrá en las de esta casa. Así
que en esto no hay que encomendar mucho, a mi parecer.
11. En cómo ha de ser este amarse y qué cosa es amor virtuoso -el
que yo deseo haya aquí- y en qué veremos tenemos esta virtud,
que es bien grande, pues nuestro Señor tanto nos la encomendó y
tan encargadamente a sus Apóstoles, de esto querría yo decir
ahora un poquito conforme a mi rudeza. Y si en otros libros tan
menudamente lo hallareis, no toméis nada de mí, que por ventura
no sé lo que digo.
12. De dos maneras de amor es lo que trato: una es espiritual,
porque ninguna cosa parece toca a la sensualidad ni la ternura de
nuestra naturaleza, de manera que quite su puridad; otra es
espiritual, y junto con ella nuestra sensualidad y flaqueza o buen
amor, que parece lícito, como el de los deudos y amigos. De éste ya
queda algo dicho.
13. Del que es espiritual, sin que intervenga pasión ninguna, quiero
ahora hablar, porque, en habiéndola, va todo desconcertado este
concierto; y si con templanza y discreción tratamos personas
virtuosas, especialmente confesores, es provechoso. Mas si en el
confesor se entendiere va encaminado a alguna vanidad, todo lo
tengan por sospechoso, y en ninguna manera, aunque sean buenas
pláticas, las tengan con él, sino con brevedad confesarse y concluir.
Y lo mejor sería decir a la prelada que no se halla bien su alma con
él y mudarle. Esto es lo más acertado, si se puede hacer sin tocarle
en la honra.
14. En caso semejante y otros que podría el demonio en cosas
dificultosas enredar y no se sabe qué consejo tomar, lo más
acertado será procurar hablar a alguna persona que tenga letras; que habiendo necesidad dase libertad para ello-, y confesarse con
él y hacer lo que le dijere en el caso; porque, ya que no se pueda
dejar de dar algún medio, podíase errar mucho; y ¡cuántos yerros
pasan en el mundo por no hacer las cosas con consejo, en especial
en lo que toca a dañar a nadie! Dejar de dar algún medio, no se
sufre; porque cuando el demonio comienza por aquí, no es por
poco, si no se ataja con brevedad; y así lo que tengo dicho de
procurar hablar con otro confesor es lo más acertado, si hay
disposición, y espero en el Señor sí habrá.
15. Miren que va mucho en esto, que es cosa peligrosa y un infierno
y daño para todas. Y digo que no aguarden a entender mucho mal,
sino que al principio lo atajen por todas las vías que pudieren y
entendieren con buena conciencia lo pueden hacer. Mas espero yo
en el Señor no permitirá que personas que han de tratar siempre en
oración puedan tener voluntad sino a quien sea muy siervo de Dios,
que esto es muy cierto, o lo es que no tienen oración ni perfección,
conforme a lo que aquí se pretende; porque, si no ven que entiende
su lenguaje y es aficionado a hablar en Dios, no le podrán amar,
porque no es su semejante. Si lo es, con las poquísimas ocasiones
que aquí habrá, o será muy simple o no querrá desasosegarse y
desasosegar a las siervas de Dios.
16. Ya que he comenzado a hablar en esto, que -como he dicho- es
gran daño el que el demonio puede hacer y muy tardío en
entenderse, y así se puede ir estragando la perfección sin saber por
dónde. Porque si éste quiere dar lugar a vanidad por tenerla él, lo
hace todo poco aun para las otras. Dios nos libre, por quien Su
Majestad es, de cosas semejantes. A todas las monjas bastaría a
turbar, porque sus conciencias les dice al contrario de lo que el
confesor y si las aprietan en que tengan uno solo, no saben qué
hacer ni cómo se sosegar; porque quien lo había de quietar y
remediar es quien hace el daño. Hartas aflicciones debe haber de
éstas en algunas partes. Háceme gran lástima, y así no os
espantéis ponga mucho en daros a entender este peligro.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 5
Prosigue en los confesores. Dice lo que importa sean letrados.
1. No dé el Señor a probar a nadie en esta casa el trabajo que
queda dicho, por quien Su Majestad es, de verse alma y cuerpo
apretadas, o que si la prelada está bien con el confesor, que ni a él
de ella ni a ella de él no osan decir nada. Aquí vendrá la tentación
de dejar de confesar pecados muy graves, por miedo de no estar en
desasosiego. ¡Oh, válgame Dios, qué daño puede hacer aquí el
demonio y qué caro les cuesta el apretamiento y honra! Que porque
no traten más de un confesor, piensan granjean gran cosa de
religión y honra del monasterio, y ordena por esta vía el demonio
coger las almas, como no puede por otra. Si piden otro, luego
parece va perdido el concierto de la religión, o que si no es de la
Orden, aunque sea un santo, aun tratar con él les parece les hace
afrenta.
2. Esta santa libertad pido yo por amor del Señor a la que estuviere
por mayor: procure siempre con el obispo o provincial que, sin los
confesores ordinarios, procure algunas veces tratar ella y todas y
comunicar sus almas con personas que tengan letras, en especial si
los confesores no las tienen, por buenos que sean. Son gran cosa
letras para dar en todo luz. Será posible hallar lo uno y lo otro junto
en algunas personas. Y mientras más merced el Señor os hiciere en
la oración, es menester más ir bien fundadas sus obras y oración.
3. Ya sabéis que la primera piedra ha de ser buena conciencia y
con todas vuestras fuerzas libraros aun de pecados veniales y
seguir lo más perfecto. Parecerá que esto cualquier confesor lo
sabe, y es engaño. A mí me acaeció tratar con uno cosas de
conciencia que había oído todo el curso de teología, y me hizo harto
daño en cosas que me decía no eran nada; y sé que no pretendía
engañarme ni tenía para qué, sino que no supo más. Y con otros
dos o tres, sin éste, me acaeció.
4. Este tener verdadera luz para guardar la ley de Dios con
perfección es todo nuestro bien. Sobre ésta asienta bien la oración.
Sin este cimiento fuerte, todo el edificio va falso. Si no les dieren
libertad para confesarse, para tratar cosas de su alma con personas
semejantes a lo que he dicho. Y atrévome más a decir, que aunque
el confesor lo tenga todo, algunas veces se haga lo que digo;
porque ya puede ser él se engañe, y es bien no se engañen todas
por él; procurando siempre no sea cosa contra la obediencia, que
medios hay para todo, y vale mucho a las almas, y así es bien por
las maneras que pudiere lo procure.
5. Todo esto que he dicho toca a la prelada. Y así la torno a pedir
que, pues aquí no se pretende tener otra consolación sino la del
alma, procure en esto su consolación, que hay diferentes caminos
por donde lleva Dios y no por fuerza los sabrá todos un confesor;
que yo aseguro no les falten personas santas que quieran tratarlas
y consolar sus almas, si ellas son las que han de ser, aunque seáis
pobres; que el que las sustenta los cuerpos despertará y pondrá
voluntad a quien con ella dé luz a sus almas, y remédiase este mal,
que es el que yo temo; que cuando el demonio tentase al confesor
en engañarle en alguna doctrina, como sepa trata con otros iráse a
la mano y mirará mejor, en todo, lo que hace.
Quitada esta entrada al demonio, yo espero en Dios no la tendrá en
esta casa; y así pido por amor del Señor al obispo que fuere, que
deje a las hermanas esta libertad y que no se la quite, cuando las
personas fueren tales que tengan letras y bondad, que luego se
entiende en lugar tan chico como éste.
6. Esto que aquí he dicho, téngolo visto y entendido y tratado con
personas doctas y santas, que han mirado lo que más convenía a
esta casa para que la perfección de esta casa fuese adelante. Y
entre los peligros -que en todo le hay mientras vivimos- éste
hallamos ser el menor; y que nunca haya vicario que tenga mano
de entrar y salir, ni confesor que tenga esta libertad; sino que éstos
sean para celar el recogimiento y honestidad de la casa y
aprovechamiento interior y exterior, para decirlo al prelado cuando
hubiere falta; mas no que sea él superior.
7. Y esto es lo que se hace ahora, y no por solo mi parecer; porque
el obispo que ahora tenemos, debajo de cuya obediencia estamos
(que) por causas muchas que hubo, no se dio la obediencia a la
Orden), que es persona amiga de toda religión y santidad y gran
siervo de Dios (llámase) Don Alvaro de Mendoza, de gran nobleza
de linaje, y muy aficionado a favorecer esta casa de todas
maneras), hizo juntar personas de letras y espíritu y experiencia
para este punto, y se vino a determinar esto. Razón será que los
prelados que vinieren se lleguen a este parecer, pues por tan
buenos está determinado y con hartas oraciones pedido al Señor
alumbrase lo mejor; y, a lo que se entiende hasta ahora, cierto esto
lo es. El Señor sea servido llevarlo siempre adelante como más sea
para su gloria, amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPITULO 6
Torna a la materia que comenzó del amor perfecto.
1. Harto me he divertido; mas importa tanto lo que queda dicho, que
quien lo entendiere no me culpará. Tornemos ahora al amor que es
bien y lícito nos tengamos, del que digo es puro espiritual. No sé si
sé lo que me digo. Al menos paréceme no es menester mucho
hablar en él, porque le tienen pocos. A quien el Señor se le hubiere
dado, alábele mucho, porque debe ser de grandísima perfección.
En fin, quiero tratar algo de él. Por ventura hará algún provecho,
que poniéndonos delante de los ojos la virtud, aficiónase a ella
quien la desea y pretende ganar.
2. Plega a Dios yo sepa entenderle, cuánto más decirle, que ni creo
sé cuál es espiritual, ni cuándo se mezcla sensual, ni sé cómo me
pongo a hablar en ello. Es como quien oye hablar de lejos, que no
entiende lo que dicen; así soy yo, que algunas veces no debo
entender lo que digo y quiere el Señor sea bien dicho; si otras fuere
dislate, es lo más natural a mí no acertar en nada.
3. Paréceme ahora a mí que cuando una persona ha llegádola Dios
a claro conocimiento de lo que es el mundo, y qué cosa es mundo,
y que hay otro mundo, y la diferencia que hay de lo uno a lo otro, y
que lo uno es eterno y lo otro soñado, o qué cosa es amar al
Criador o a la criatura (esto) visto por experiencia, que es otro
negocio que sólo pensarlo y creerlo), o ver y probar qué se gana
con lo uno y se pierde con lo otro, y qué cosa es Criador y qué cosa
es criatura, y otras muchas cosas que el Señor enseña a quien se
quiere dar a ser enseñado de él en la oración o a quien Su
Majestad quiere, que aman muy diferentemente de los que no
hemos llegado aquí.
4. Podrá ser, hermanas, que os parezca tratar en esto impertinente
y que digáis que estas cosas que he dicho ya todas las sabéis.
Plega al Señor sea así que lo sepáis de la manera que hace al
caso, imprimido en las entrañas; pues si lo sabéis, veréis que no
miento en decir que a quien el Señor llega aquí tiene este amor.
Son estas personas que Dios las llega a este estado almas
generosas, almas reales; no se contentan con amar cosa tan ruin
como estos cuerpos, por hermosos que sean, por muchas gracias
que tengan, bien que place a la vista y alaban al Criador; mas para
detenerse en ello, no. Digo «detenerse», de manera que por estas
cosas los tengan amor; parecerles hía que aman cosa sin tomo y
que se ponen a querer sombra; correrse hían de sí mismos y no
tendrían cara, sin gran afrenta suya, para decir a Dios que le aman.
5. Diréisme: «esos tales no sabrán querer ni pagar la voluntad que
se les tuviere».
-Al menos dáseles poco de que se la tengan. Ya que de presto
algunas veces el natural lleva a holgarse de ser amados, en
tornando sobre sí ven que es disparate, si no son personas que las
ha de aprovechar su alma o con doctrina o con oración. Todas las
otras voluntades les cansan, que entienden ningún provecho les
hace y les podría dañar, no porque las dejan de agradecer y pagar
con encomendarlos a Dios. Tómanlo como cosa que echan carga al
Señor los que las aman, que entienden viene de allí, porque en sí
no les parece que hay qué querer, y luego les parece las quieren
porque las quiere Dios, y dejan a Su Majestad lo pague y se lo
suplican, y con esto quedan libres, que les parece no les toca. Y
bien mirado, si no es con las personas que digo que nos pueden
hacer bien para ganar bienes perfectos, yo pienso algunas veces
cuán gran ceguedad se trae en este querer que nos quieran.
6. Ahora noten que, como el amor, cuando de alguna persona le
queremos, siempre se pretende algún interés de provecho o
contento nuestro, y estas personas perfectas ya todos los tienen
debajo de los pies los bienes que en el mundo les pueden hacer y
regalos, los contentos ya están de suerte, que, aunque ellos
quieran, a manera de decir, no le pueden tener que lo sea fuera de
con Dios o en tratar de Dios. Pues ¿qué provecho les puede venir
de ser amados?
7. Como se les representa esta verdad, de sí mismos se ríen de la
pena que algún tiempo les ha dado si era pagada o no su voluntad.
Aunque sea buena la voluntad, luego nos es muy natural querer ser
pagada. Venido a cobrar esta paga, es en pajas, que todo es aire y
sin tomo, que se lo lleva el viento. Porque, cuando mucho nos
hayan querido, ¿qué es esto que nos queda? Así que, si no es para
provecho de su alma con las personas que tengo dichas, porque
ven ser tal nuestro natural que si no hay algún amor luego se
cansan, no se les da más ser queridas que no.
Pareceros ha que estos tales no quieren a nadie, ni saben, sino a
Dios.
-Mucho más, y con más verdadero amor, y con más pasión y más
provechoso amor: en fin, es amor. Y estas tales almas son siempre
aficionadas a dar, mucho más que no a recibir; aun con el mismo
Criador les acaece esto. Digo que merece éste nombre de amor,
que esotras aficiones bajas le tienen usurpado el nombre.
8. También os parecerá, que si no aman por las cosas que ven, que
¿a qué se aficionan?
-Verdad es que lo que ven aman y a lo que oyen se aficionan; mas
es a cosas que ven son estables. Luego éstos, si aman, pasan por
los cuerpos y ponen los ojos en las almas y miran si hay qué amar;
y si no lo hay y ven algún principio o disposición para que, si cavan,
hallarán oro en esta mina, si la tienen amor, no les duele el trabajo;
ninguna cosa se les pone delante que de buena gana no la hiciesen
por el bien de aquel alma, porque desean durar en amarla y saben
muy bien que, si no tiene bienes y ama mucho a Dios, que es
imposible. Y digo que es imposible, aunque más la obligue y se
muera queriéndola y la haga todas las buenas obras que pueda y
tenga todas las gracias de naturaleza juntas; no tendrá fuerza la
voluntad ni la podrá hacer estar con asiento. Ya sabe y tiene
experiencia de lo que es todo; no le echarán dado falso; ve que no
son para en uno, y que es imposible durar a quererse el uno al otro,
porque es amor que se ha de acabar con la vida si el otro no va
guardando la ley de Dios y entiende que no le ama y que han de ir a
diferentes partes.
9. Y este amor que sólo acá dura, alma de éstas a quien el Señor
ya ha infundido verdadera sabiduría, no le estima en más de lo que
vale, ni en tanto. Porque para los que gustan de gustar de cosas del
mundo, deleites y honras y riquezas, algo valdrá, si es rico o tiene
partes para dar pasatiempo y recreación; mas quien todo esto
aborrece ya, poco o nonada se le dará de aquello.
Ahora, pues, aquí -si tiene amor- es la pasión para hacer esta alma
para ser amada de él; porque, como digo, sabe que no ha de durar
en quererla. Es amor muy a su costa. No deja de poner todo lo que
puede porque se aproveche. Perdería mil vidas por un pequeño
bien suyo.
¡Oh precioso amor, que va imitando al capitán del amor, Jesús,
nuestro bien!
-----------------------------------------------------------------------CAPITULO 7
En que trata de la misma materia de amor espiritual, y da algunos
avisos para ganarle.
1. Es cosa extraña qué apasionado amor es éste, qué de lágrimas
cuesta, qué de penitencias y oración, qué cuidado de encomendar a
todos los que piensa le han de aprovechar con Dios para que se le
encomienden, qué deseo ordinario, un no traer contento si no le ve
aprovechar. Pues si le parece está mejorado y le ve que torna algo
atrás, no parece ha de tener placer en su vida; ni come ni duerme
sino con este cuidado, siempre temerosa si alma que tanto quiere
se ha de perder, y si se han de apartar para siempre, que la muerte
de acá no la tienen en nada, que no quiere asirse a cosa que en un
soplo se le va de entre las manos sin poderla asir. Es -como he
dicho- amor sin poco ni mucho de interés propio. Todo lo que desea
y quiere es ver rica aquella alma de bienes del cielo.
Esta es voluntad, y no estos quereres de por acá desastrados, aun
no digo los malos, que de ésos Dios nos libre: [2] en cosa que es
infierno no hay que nos cansar en decir mal, que no se puede
encarecer el menor mal de él. Este no hay para qué tomarle
nosotras, hermanas, en la boca, ni pensar le hay en el mundo, en
burlas ni en veras oírle, ni consentir que delante de vosotras se
trate ni cuente de semejantes voluntades. Para ninguna cosa es
bueno, y podría dañar aun oírlo. Sino de estotros lícitos, como he
dicho, que nos tenemos unas a otras, o de deudos y amigas. Toda
la voluntad es que no se nos muera: si les duele la cabeza, parece
nos duele el alma; si los vemos con trabajos, no queda -como
dicen- paciencia; todo de esta manera.
3. Estotra voluntad no es así. Aunque con la flaqueza natural se
siente algo de presto, luego la razón mira si es bien para aquel
alma, si se enriquece más en virtud y cómo lo lleva, el rogar a Dios
la dé paciencia y merezca en los trabajos. Si ve que la tiene,
ninguna pena siente, antes se alegra y consuela; bien que lo
pasaría de mejor gana que vérselo pasar, si el mérito y ganancia
que hay en padecer pudiese todo dársele, mas no para que se
inquiete ni desasosiegue.
4. Torno otra vez a decir, que se parece y va imitando este amor al
que nos tuvo el buen amador Jesús; y así aprovechan tanto, porque
no querrían ellos sino abrazar todos los trabajos, y que los otros sin
trabajar se aprovechasen de ellos. Así ganan muy mucho los que
tienen su amistad; y crean que, o los dejarán de tratar -con
particular amistad, digo- o acabarán con nuestro Señor que vayan
por su camino, pues van a una tierra, como hizo Santa Mónica con
San Agustín. No les sufre el corazón tratar con ellos doblez, porque
si les ven torcer el camino, luego se lo dicen, o algunas faltas. No
pueden consigo acabar otra cosa. Y como de esto no se
enmendarán ni tratan de lisonja con ellos ni de disimularles nada, o
ellos se enmendarán o apartarán de la amistad; porque no podrán
sufrirlo, ni es de sufrir; para el uno y para el otro es continua guerra.
Con andar descuidados de todo el mundo y no trayendo cuenta si
sirven a Dios o no porque sólo consigo mismos la tienen, con sus
amigos no hay poder hacer esto, ni se les encubre cosa. Las
motitas ven. Digo que traen bien pesada cruz.
5. Esta manera de amar es la que yo querría tuviésemos nosotras.
Aunque a los principios no sea tan perfecta, el Señor la irá
perfeccionando. Comencemos en los medios, que aunque lleve
algo de ternura, no dañará, como sea en general. Es bueno y
necesario algunas veces mostrar ternura en la voluntad, y aun
tenerla, y sentir algunos trabajos y enfermedades de las hermanas,
aunque sean pequeños; que algunas veces acaece dar una cosa
muy liviana tan gran pena como a otra daría un gran trabajo, y a
personas que tienen de natural apretarle mucho pocas cosas. Si
vos le tenéis al contrario, no os dejéis de compadecer; y por ventura
quiere nuestro Señor reservarnos de esas penas y las tendremos
en otras cosas, y de las que para nosotras son graves -aunque de
suyo lo sean- para la otra serán leves. Así que en estas cosas no
juzguemos por nosotras ni nos consideremos en el tiempo que, por
ventura sin trabajo nuestro, el Señor nos ha hecho más fuertes, sino
considerémonos en el tiempo que hemos estado más flacas.
6. Mirad que importa este aviso para sabernos condoler de los
trabajos de los prójimos, por pequeños que sean, en especial a
almas de las que quedan dichas; que ya éstas, como desean los
trabajos, todo se les hace poco, y es muy necesario traer cuidado
de mirarse cuando era flaca y ver que si no lo es, no viene de ella;
porque podría por aquí el demonio ir enfriando la caridad con los
prójimos y hacernos entender es perfección lo que es falta. En todo
es menester cuidado y andar despiertas, pues él no duerme, y en
los que van en más perfección, más; porque son muy más
disimuladas las tentaciones, que no se atreve a otra cosa, que no
parece se entiende el daño hasta que está ya hecho, si -como digono se trae cuidado. En fin, que es menester siempre velar y orar,
que no hay mejor remedio para descubrir estas cosas ocultas del
demonio y hacerle dar señal que la oración.
7. Procurar también holgaros con las hermanas cuando tienen
recreación con necesidad de ella y el rato que es de costumbre,
aunque no sea a vuestro gusto, que yendo con consideración todo
es amor perfecto. Así que es muy bien las unas se apiaden de las
necesidades de las otras. Miren no sea con falta de discreción en
cosas que sea contra la obediencia. Aunque le parezca áspero
dentro en sí lo que mandare la prelada, no lo muestre ni dé a
entender a nadie, si no fuere a la misma priora con humildad, que
haréis mucho daño. Y sabed entender cuáles son las cosas que se
han de sentir y apiadar de las hermanas, y siempre sientan mucho
cualquiera falta, si es notoria, que veáis en la hermana. Y aquí se
muestra y ejercita bien el amor en sabérsela sufrir y no se espantar
de ella, que así harán las otras las que vos tuviereis, que aun de las
que no entendéis deben ser muchas más; y encomendarla mucho a
Dios, y procurar hacer vos con gran perfección la virtud contraria de
la falta que le parece en la otra. Esforzarse a esto, para que enseñe
a aquélla por obra lo que por palabra por ventura no lo entenderá, ni
le aprovechará, ni castigo. Y esto de hacer una lo que ve
resplandecer de virtud en otra, pégase mucho. Este es buen aviso;
no se os olvide.
8. ¡Oh, qué bueno y verdadero amor será el de la hermana que
puede aprovechar a todas, dejado su provecho por los de las otras,
ir muy adelante en todas las virtudes y guardar con gran perfección
su Regla! Mejor amistad será ésta que todas las ternuras que se
pueden decir, que éstas no se usan ni han de usar en esta casa, tal
como «mi vida», «mi alma», «mi bien», y otras cosas semejantes,
que a las unas llaman uno y a las otras otro. Estas palabras
regaladas déjenlas para con su Esposo, pues tanto han de estar
con El y tan a solas, que de todo se habrán menester aprovechar,
pues Su Majestadlo sufre, y muy usadas acá no enternecen tanto
con el Señor; y sin esto, no hay para qué; es muy de mujeres y no
querría yo, hijas mías, lo fueseis en nada, ni lo parecieseis, sino
varones fuertes: que si ellas hacen lo que es en sí, el Señor las
hará tan varoniles que espanten a los hombres. ¡Y qué fácil es a Su
Majestad, pues nos hizo de nonada!
9. Es también muy buena muestra de amor en procurar quitarlas de
trabajo y tomarle ella para sí en los oficios de casa, y también de
holgarse y alabar mucho al Señor del acrecentamiento que viere en
sus virtudes. Todas estas cosas, dejado el gran bien que traen
consigo, ayudan mucho a la paz y conformidad de unas con otras,
como ahora lo vemos por experiencia, por la bondad de Dios. Plega
a Su Majestad lo lleve siempre adelante, porque sería cosa terrible
ser al contrario, y muy recio de sufrir, pocas y mal avenidas; no lo
permita Dios.
10. Si por dicha alguna palabrilla de presto se atravesare,
remédiese luego y hagan gran oración. Y en cualquiera de estas
cosas que dure, o bandillos, o deseo de ser más, o puntito de honra
(que) parece se me hiela la sangre, cuando esto escribo, de pensar
que puede en algún tiempo venir a ser, porque veo es el principal
mal de los monasterios), cuando esto hubiese, dense por perdidas.
Piensen y crean han echado a su Esposo de casa y que le
necesitan a ir a buscar otra posada, pues le echan de su casa
propia. Clamen a Su Majestad. Procuren remedio. Porque, si no le
pone confesar y comulgar tan a menudo, teman si hay algún Judas.
11. Mire mucho la priora, por amor de Dios, en no dar lugar a esto,
atajando mucho los principios, que aquí está todo el daño o
remedio; y la que entendiere lo alborota, procure se vaya a otro
monasterio, que Dios las dará con qué la doten. Echen de sí esta
pestilencia. Corten como pudieren las ramas. Y si no bastare,
arranquen la raíz. Y cuando no pudiesen esto, no salga de una
cárcel quien de estas cosas tratare: mucho más vale, antes que
pegue a todas tan incurable pestilencia. ¡Oh, que es gran mal! Dios
nos libre de monasterio donde entra. Yo más querría entrase en
éste un fuego que nos abrasase a todas.
Porque en otra parte creo diré algo más de esto -como en cosa que
nos va tanto- no me alargo más aquí
-----------------------------------------------------------------------CAPITULO 8
Trata del gran bien que es desasirse de todo lo criado interior y
exteriormente.
1. Ahora vengamos al desasimiento que hemos de tener, porque en
esto está el todo, si va con perfección. Aquí digo está el todo,
porque abrazándonos con solo el Criador y no se nos dando nada
por todo lo criado, Su Majestad infunde de manera las virtudes, que
trabajando nosotros poco a poco lo que es en nosotros, no
tendremos mucho más que pelear, que el Señor toma la mano
contra los demonios y contra todo el mundo en nuestra defensa.
¿Pensáis, hermanas, que es poco bien procurar este bien de
darnos todas al Todo sin hacernos partes? Y pues en él están todos
los bienes, como digo, alabémosle mucho, hermanas, que nos juntó
aquí adonde no se trata de otra cosa sino de esto. Y así no sé para
qué lo digo, pues todas las que aquí estáis me podéis enseñar a mí;
que confieso en este caso tan importante no tener la perfección
como la deseo y entiendo conviene, y en todas las virtudes; y lo que
aquí digo, lo mismo, que es más fácil de escribir que de obrar; y aun
a esto no atinara, porque algunas veces consiste en experiencia el
saberlo decir, y debo atinar por el contrario de estas virtudes que he
tenido.
2. Cuanto a lo exterior, ya se ve cuán apartadas estamos aquí de
todo. Oh hermanas, entended, por amor de Dios, la gran merced
que el Señor ha hecho a las que trajo aquí, y cada una lo piense
bien en sí, pues en solas doce quiso Su Majestad fueseis una. Y
qué de ellas mejores que yo, sé que tomaran este lugar de buena
gana, y diómele el Señor a mí, mereciéndole tan mal. Bendito seáis
Vos, mi Dios, y alábeos todo lo criado, que esta merced tampoco se
puede servir, como otras muchas que me habéis hecho, que darme
estado de monja fue grandísima. Y como lo he sido tan ruin, no os
fiasteis, Señor, de mí, porque adonde había muchas juntas buenas
no se echara de ver así mi ruindad hasta que se me acabara la
vida, y trajísteisme adonde, por ser tan pocas que parece imposible
dejarse de entender, porque ande con más cuidado, quitáisme
todas las ocasiones. Ya no hay disculpa para mí, Señor, yo lo
confieso, y así he más menester vuestra misericordia, para que
perdonéis la que tuviere.
3. Lo que os pido mucho es que la que viere en sí no es para llevar
lo que aquí se acostumbra, lo diga. Otros monasterios hay adonde
se sirve tan bien el Señor. No turben estas poquitas que aquí Su
Majestad ha juntado. En otras partes hay libertad para consolarse
con deudos; aquí, si algunos se admiten, es para consuelo de los
mismos. Mas la monja que deseare ver deudos para su consuelo, si
no son espirituales, téngase por imperfecta; crea no está desasida,
no está sana, no tendrá libertad de espíritu, no tendrá entera paz,
menester ha médico, y digo que, si no se le quita y sana, que no es
para esta casa.
4. El remedio que veo mejor es no los ver hasta que se vea libre y lo
alcance del Señor con mucha oración. Cuando se vea de manera
que lo tome por cruz, véalos enhorabuena, que entonces les hará
provecho a ellos y no daño a sí.
-----------------------------------------------------------------------CAPITULO 9
Que trata del gran bien que hay en huir los deudos los que han
dejado el mundo, y cuán más verdaderos amigos hallan.
1. ¡Oh, si entendiésemos las religiosas el daño que nos viene de
tratar mucho con deudos, cómo huiríamos de ellos! Yo no entiendo
qué consolación es ésta que dan, aun dejado lo que toca a Dios,
sino para solo nuestro sosiego y descanso, que de sus
recreaciones no podemos ni es lícito gozar, y sentir sus trabajos sí;
ninguno dejan de llorar, y algunas veces más que los mismos. A
usadas, que si algún regalo hacen al cuerpo, que lo paga bien el
espíritu. De eso estáis aquí quitadas, que como todo es en común y
ninguna puede tener regalo particular, así la limosna que las hacen
es en general, y queda libre de contentarlos por esto, que ya sabe
que el Señor las ha de proveer por junto.
2. Espantada estoy el daño que hace tratarlos; no creo lo creerá
sino quien lo tuviere por experiencia. ¡Y qué olvidada parece está el
día de hoy en las religiones esta perfección! No sé yo qué es lo que
dejamos del mundo las que decimos que todo lo dejamos por Dios,
si no nos apartamos de lo principal, que son los parientes. Viene ya
la cosa a estado, que tienen por falta de virtud no querer y tratar
mucho los religiosos a sus deudos, y como que lo dicen ellos y
alegan sus razones.
3. En esta casa, hijas, mucho cuidado de encomendarlos a Dios,
que es razón; en lo demás, apartarlos de la memoria lo más que
podamos, porque es cosa natural asirse a ellos nuestra voluntad
más que a otras personas.
Yo he sido querida mucho de ellos, a lo que decían, y yo los quería
tanto, que no los dejaba olvidarme. Y tengo por experiencia, en mí y
en otras, que dejados padres (que) por maravilla dejan de hacer por
los hijos, y es razón con ellos cuando tuvieren necesidad de
consuelo, si viéremos no nos hace daño a lo principal, no seamos
extraños, que con desasimiento se puede hacer, y con hermanos),
en los demás, aunque me he visto en trabajos, mis deudos han sido
y quien menos ha ayudado en ellos; los siervos de Dios, sí.
4. Creed, hermanas, que sirviéndole vosotras como debéis, que no
hallaréis mejores deudos que los que Su Majestad os enviare. Yo
sé que es así, y puestas en esto -como lo vais- y entendiendo que
en hacer otra cosa faltáis al verdadero amigo y esposo vuestro,
creed que muy en breve ganaréis esta libertad, y que de los que por
solo él os quisieren, podéis fiar más que de todos vuestros deudos,
y que no os faltarán; y en quien no pensáis, hallaréis padres y
hermanos. Porque como éstos pretenden la paga de Dios, hacen
por nosotras; los que la pretenden de nosotras, como nos ven
pobres y que en nada les podemos aprovechar, cánsanse presto. Y
aunque esto no sea en general, es lo más usado ahora en el
mundo, porque, en fin, es mundo.
Quien os dijere otra cosa y que es virtud hacerla, no los creáis, que
si dijese todo el daño que trae consigo, me había de alargar mucho;
y porque otros, que saben lo que dicen mejor, han escrito en esto,
baste lo dicho. Paréceme que, pues con ser tan imperfecta lo he
entendido tanto, ¿qué harán los que son perfectos?
5. Todo este decirnos que huyamos del mundo, que nos aconsejan
los Santos, claro está que es bueno. Pues creedme que lo que,
como he dicho, más se apega de él son los deudos y más malo de
desapegar. Por eso hacen bien los que huyen de sus tierras; si les
vale, digo, que no creo va en huir el cuerpo, sino en que
determinadamente se abrace el alma con el buen Jesús, Señor
nuestro, que como allí lo halla todo, lo olvida todo; aunque ayuda es
apartarnos muy grande hasta que ya tengamos conocida esta
verdad; que después podrá ser quiera el Señor, por darnos cruz en
lo que solíamos tener gusto, que tratemos con ellos.
-----------------------------------------------------------------------NOTAS
1 A usadas, escribe la Santa, deformando la expresión clásica «a
osadas», que equivale a «con resolución, sin miedo o bien a
«ciertamente». Cobarruvias la explica así: de osadía «se forma una
manera de decir antigua aosadas, que vale tanto como 'osaría yo
apostar» (s. v. «osar»).
2 ... al menos en las más, aunque no en todos los santos que
escribieron, o muchos (1ª redacción). -Sigue una alusión a los
consejos evangélicos (Lc 14, 33).
3 ... después de los dicho que toca a su Iglesia (1ª redacción).
4 Las últimas frases han sido retocadas en los autógrafos y en las
ediciones. En la primera redacción escribió «En los demás, aunque
me he visto en trabajos, mis deudos han sido; y quien me ha
ayudado en ellos, los siervos de Dios». En la nueva redacción,
copió materialmente esa frase. Luego la enmendó, no muy
certeramente, tal como se transcribe en el texto. Tanto la edición
príncipe (f 31r) como fray Luis de León (p. 55) deforman el texto.
Aunque la frase es poco feliz, el sentido es claro: en los trabajos,
sus deudos (parientes) la han ayudado menos que los siervos de
Dios.
5 Lo ha dicho en el n. 2.
------------------------------------------------------------------------
CAPITULO 10
Trata cómo no basta desasirse de lo dicho, si no nos desasimos de
nosotras mismas, y cómo están juntas esta virtud y la humildad.
1. Desasiéndonos del mundo y deudos y encerradas aquí con las
condiciones que están dichas, ya parece lo tenemos todo hecho y
que no hay que pelear con nada. ¡Oh hermanas mías!, no os
aseguréis ni os echéis a dormir, que será como el que se acuesta
muy sosegado habiendo muy bien cerrado sus puertas por miedo
de ladrones, y se los deja en casa. Y ya sabéis que no hay peor
ladrón, pues quedamos nosotras mismas, que si no se anda con
gran cuidado y cada una -como en negocio más importante que
todos- no se mira mucho en andar contradiciendo su voluntad, hay
muchas cosas para quitar esta santa libertad de espíritu, que pueda
volar a su Hacedor sin ir cargada de tierra y de plomo.
2. Gran remedio es para esto traer muy continuo en el pensamiento
la vanidad que es todo y cuán presto se acaba, para quitar las
afecciones de las cosas que son tan baladíes y ponerla en lo que
nunca se ha de acabar. Y aunque parece flaco medio, viene a
fortalecer mucho el alma, y en las muy pequeñas cosas traer gran
cuidado; en aficionándonos a alguna, procurar apartar el
pensamiento de ella y volverle a Dios, y Su Majestad ayuda. Y
hanos hecho gran merced, que en esta casa lo más está hecho,
puesto que este apartarnos de nosotras mismas y ser contra
nosotras, es recia cosa, porque estamos muy juntas y nos amamos
mucho.
3. Aquí puede entrar la verdadera humildad, porque esta virtud y
estotra paréceme andan siempre juntas. Son dos hermanas que no
hay para qué las apartar. No son éstos los deudos de que yo aviso
se aparten, sino que los abracen, y las amen y nunca se vean sin
ellas. ¡Oh soberanas virtudes, señoras de todo lo criado,
emperadoras del mundo, libradoras de todos los lazos y enredos
que pone el demonio, tan amadas de nuestro enseñador Cristo, que
nunca un punto se vio sin ellas! Quien las tuviere, bien puede salir y
pelear con todo el infierno junto y contra todo el mundo y sus
ocasiones. No haya miedo de nadie, que suyo es el reino de los
cielos. No tiene a quién temer, porque nada no se le da de perderlo
todo ni lo tiene por pérdida; sólo teme descontentar a su Dios; y
suplicarle las sustente en ellas porque no las pierda por su culpa.
4. Verdad es que estas virtudes tienen tal propiedad, que se
esconden de quien las posee, de manera que nunca las ve ni acaba
de creer que tiene ninguna, aunque se lo digan; mas tiénelas en
tanto, que siempre anda procurando tenerlas, y valas
perfeccionando en sí más, aunque bien se señalan los que las
tienen; luego se da a entender a los que los tratan, sin querer ellos.
Mas ¡qué desatino ponerme yo a loar humildad y mortificación,
estando tan loadas del Rey de la gloria y tan confirmadas con
tantos trabajos suyos! Pues, hijas mías, aquí es el trabajar por salir
de tierra de Egipto, que en hallándolas hallaréis el maná; todas las
cosas os sabrán bien; por mal sabor que al gusto de los del mundo
tengan, se os harán dulces.
5. Ahora, pues, lo primero que hemos de procurar es quitar de
nosotras el amor de este cuerpo, que somos algunas tan regaladas
de nuestro natural, que no hay poco que hacer aquí, y tan amigas
de nuestra salud, que es cosa para alabar a Dios la guerra que dan,
a monjas en especial, y aun a los que no lo son. Mas algunas
monjas no parece que venimos a otra cosa al monasterio, sino a
procurar no morirnos. Cada una lo procura como puede. Aquí, a la
verdad, poco lugar hay de eso con la obra, mas no querría yo
hubiese el deseo. Determinaos, hermanas, que venís a morir por
Cristo, y no a regalaros por Cristo; que esto pone el demonio «que
para llevar y guardar la Orden»; y tanto enhorabuena se quiere
guardar la Orden con procurar la salud para guardarla y
conservarla, que se muere sin cumplirla enteramente un mes, ni por
ventura un día. Pues no sé yo a qué venimos.
6. No hayan miedo nos falte discreción en este caso por maravilla,
que luego temen los confesores nos hemos de matar con
penitencias. Y es tan aborrecido de nosotras esta falta de
discreción, que así lo cumpliésemos todo. Las que lo hicieren al
contrario, yo sé que no se les dará nada de que diga esto, ni a mí
de que digan juzgo por mí, que dicen verdad. Tengo para mí que
así quiere el Señor seamos más enfermas; al menos a mí hízome
en serlo gran misericordia, porque como me había de regalar así
como así, quiso fuese con causa.
Pues es cosa donosa las que andan con este tormento que ellas
mismas se dan, y algunas veces dales un deseo de hacer
penitencias sin camino ni concierto, que duran dos días, a manera
de decir. Después pónelas el demonio en la imaginación que las
hizo daño; hácelas temer de la penitencia y no osar después
cumplir la que manda la Orden, «que ya lo probaron». No
guardamos unas cosas muy bajas de la Regla -como el silencio,
que no nos ha de hacer mal- y no nos ha dolido la cabeza, cuando
dejamos de ir al coro, -que tampoco nos mata-, y queremos inventar
penitencias de nuestra cabeza para que no podamos hacer lo uno
ni lo otro. Y a las veces es poco el mal, y nos parece no estamos
obligadas a hacer nada, que con pedir licencia cumplimos.
7. Diréis ¿que por qué la da la priora? -A saber lo interior, por
ventura no haría; mas como le hacéis información de necesidad y
no falta un médico que ayuda por la misma que vos le hacéis, y una
amiga que llore al lado, o parienta, ¿qué ha de hacer? Queda con
escrúpulo si falta en la caridad. Quiere más faltéis vos que ella.
8. Estas son cosas que puede ser pasen alguna vez, y porque os
guardéis de ellas las pongo aquí. Porque si el demonio nos
comienza a amedrentar con que nos faltará la salud, nunca
haremos nada. El Señor nos dé luz para acertar en todo, amén.
-----------------------------------------------------------------------NOTAS
1 Puesto que, en acepción de aunque. -El pasaje es más claro en la
1ª redacción: Y hanos hecho gran merced, que en esta casa lo más
está hecho; mas queda desasirnos de nosotros mismos. Este es
recio apartar...
2 estotra: la virtud del desasimiento, de que viene hablando.
3 Suplícale debió escribir. En la 1ª redacción concluía así: No tiene
a quién temer, sino suplicar a Dios le sustente en ellas para que no
las pierda por su culpa.
4 Alusión a Sab 16, 20, y al Ex c. 16.
5 Un corrector enmendó sin motivo el autógrafo: «que esto pone el
demonio que es menester para llevar y guardar la orden». Recuérdese que pone equivale a sugiere. - Guardar la orden
equivale a guardar la observancia de la Orden. -Tanto
enhorabuena: tan enhorabuena.
6 En la 1ª redacción escribió más lacónicamente: Creo, y sélo
cierto, que tengo más compañeras que tendré injuriadas por hacer
lo contrario.
7 En la 1ª redacción era más fina la ironía y fuerza de este pasaje.
Algunas veces dales un frenesí de hacer penitencias sin camino ni
concierto.... La imaginación que les pone el demonio 'que las hizo
daño' 'que ¡nunca más penitencia!, ni la que manda la orden que ya
lo probaron'. No guardan unas cosas muy bajas de la Regla -como
es el silencio, que no nos ha de hacer mal-, y no nos ha venido la
imaginación de que nos duele la cabeza, cuando dejamos de ir al
coro -que tampoco nos mata-, un día porque nos dolió, y otro
porque nos ha dolido, y otros tres porque no nos duela.
8 Y no le parece justo juzgarnos mal -añadía la 1ª redacción-. -En
lugar del n. siguiente, la redacción primitiva concluía así: ¡Oh, este
quejar -válgame Dios- entre monjas!; que El me lo perdone, que
temo es ya costumbre. A mí me acaeció una vez ver esto: que la
tenía una de quejarse de la cabeza, y quejábaseme mucho de ella.
Venido a averiguar, poco ni mucho le dolía, sino en otra parte tenía
algún dolor. -Todo este capítulo es mucho más espontáneo y
finamente cáustico en la redacción escurialense.
------------------------------------------------------------------------
CAPITULO 11
Prosigue en la mortificación, y dice la que se ha de adquirir en las
enfermedades.
1. Cosa imperfecta me parece, hermanas mías, este quejarnos
siempre con livianos males; si podéis sufrirlo, no lo hagáis. Cuando
es grave el mal, él mismo se queja; es otro quejido y luego se
parece. Mirad que sois pocas, y si una tiene esta costumbre es para
traer fatigadas a todas, si os tenéis amor y hay caridad; sino que la
que estuviere de mal que sea de veras, lo diga y tome lo necesario;
que si perdéis el amor propio, sentiréis tanto cualquier regalo, que
no hayáis miedo le toméis sin necesidad ni os quejéis sin causa.
Cuando la hay, sería muy peor no decirlo que tomarle sin ella, y
muy malo si no os apiadasen.
2. Mas de eso, a buen seguro que adonde hay caridad y tan pocas,
que nunca falte el cuidado de curaros. Mas unas flaquezas y
malecillos de mujeres, olvidaos de quejarlas, que algunas veces
pone el demonio imaginación de esos dolores; quítanse y pónense.
Si no se pierde la costumbre de decirlo y quejaros de todo si no
fuere a Dios, nunca acabaréis. Porque este cuerpo tiene una falta,
que mientras más le regalan, más necesidades descubre. Es cosa
extraña lo que quiere ser regalado; y como tiene aquí algún buen
color, por poca que sea la necesidad, engaña a la pobre del alma
para que no medre.
3. Acordaos qué de pobres enfermos habrá que no tengan a quién
se quejar. Pues pobres y regaladas, no lleva camino. Acordaos
también de muchas casadas; -yo sé que las hay- y personas de
suerte, que con graves males, por no dar enfado a sus maridos, no
se osan quejar, y con graves trabajos. Pues ¡pecadora de mí!, sí,
que no venimos aquí a ser más regaladas que ellas. ¡Oh, que estáis
libres de grandes trabajos del mundo, sabed sufrir un poquito por
amor de Dios sin que lo sepan todos! Pues es una mujer muy
malcasada, y porque no sepa su marido lo dice y se queja, pasa
mucha malaventura sin descansar con nadie, ¿y no pasaremos algo
entre Dios y nosotras de los males que nos da por nuestros
pecados? ¡Cuánto más que es nonada lo que se aplaca el mal!
4. En todo esto que he dicho, no trato de males recios, cuando hay
calentura mucha, aunque pido haya moderación y sufrimiento
siempre, sino unos malecillos que se pueden pasar en pie. Mas
¿qué fuera si éste se hubiera de ver fuera de esta casa?, ¿qué
dijeran todas las monjas de mí? Y ¡qué de buena gana, si alguna se
enmendara, lo sufriera yo! Porque por una que haya de esta suerte,
viene la cosa a términos que, por la mayor parte, no creen a
ninguna, por graves males que tenga.
Acordémonos de nuestros Padres santos pasados ermitaños, cuya
vida pretendemos imitar: ¡qué pasarían de dolores, y qué a solas, y
de fríos y hambre y sol y calor, sin tener a quién se quejar sino a
Dios! ¿Pensáis que eran de hierro? Pues tan delicados eran como
nosotras. Y creed, hijas, que en comenzando a vencer estos
corpezuelos, no nos cansan tanto. Hartas habrá que miren lo que
es menester; descuidaos de vosotras, si no fuere a necesidad
conocida. Si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte y
la falta de salud, nunca haremos nada.
5. Procurad de no temerla, y dejaros toda en Dios, venga lo que
viniere. ¿Qué va en que muramos? De cuantas veces nos ha
burlado el cuerpo, ¿no burlaríamos alguna de él? Y creed que esta
determinación importa más de lo que podemos entender; porque de
muchas veces que poco a poco lo vayamos haciendo, con el favor
del Señor, quedaremos señoras de él. Pues vencer un tal enemigo,
es gran negocio para pasar en la batalla de esta vida. Hágalo el
Señor como puede. Bien creo no entiende la ganancia sino quien ya
goza de la victoria, que es tan grande, a lo que creo, que nadie
sentiría pasar trabajo por quedar en este sosiego y señorío.
-----------------------------------------------------------------------NOTAS
1 Luego se parece: se pone de manifiesto. -En la 1ª redacción el
capítulo comenzaba en términos más perentorios: Cosa
imperfectísima me parece, hermanas mías, este aullar y quejar
siempre y enflaquecer la habla haciéndola de enferma...
2 ... adonde hay «oración» y caridad y tan pocas... -había escrito en
la 1ª redacción.
3 En la 1ª redacción añadía: Pongo tanto en esto, porque tengo
para mí importa y que es una cosa que tiene muy relajados los
monasterios.
4 Malcasada: en la acepción de desafortunada en el matrimonio, o como dice la Santa- «que pasa mucha malaventura».
5 La 1ª redacción proseguía: En fín, viene la cosa a términos, que
pierden unas por otras; y si alguna hay sufrida, aún los mismos
médicos no la creen, como han visto a otras con poco mal quejarse
tanto. (Como es para solas mis hijas, todo puede pasar).
6 Vamos, escribió la Santa, contracción frecuente en su pluma
(como hais por hayais; cf. este mismo cap. en la 1ª red. n. 1).
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 12
Trata de cómo ha de tener en poco la vida el verdadero amador de
Dios, y la honra.
1. Vamos a otras cosas que también importan harto, aunque
parecen menudas. Trabajo grande parece todo, y con razón, porque
es guerra contra nosotros mismos; mas comenzándose a obrar,
obra Dios tanto en el alma y hácela tantas mercedes, que todo le
parece poco cuanto se puede hacer en esta vida. Y pues las
monjas hacemos lo más, que es dar la libertad por amor de Dios
poniéndola en otro poder, y pasan tantos trabajos, ayunos, silencio,
encerramiento, servir el coro, que por mucho que nos queramos
regalar es alguna vez, y por ventura sola yo en muchos monasterios
que he visto, pues ¿por qué nos hemos de detener en mortificar lo
interior, pues en esto está el ir todo estotro muy más meritorio y
perfecto, y después obrarlo con más suavidad y descanso? Esto se
adquiere con ir -como he dicho- poco a poco, no haciendo nuestra
voluntad y apetito, aun en cosas menudas, hasta acabar de rendir
el cuerpo al espíritu.
2. Torno a decir que está el todo o gran parte en perder cuidado de
nosotros mismos y nuestro regalo; que quien de verdad comienza a
servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida. Pues le ha
dado su voluntad, ¿qué teme? Claro está que si es verdadero
religioso o verdadero orador, y pretende gozar regalos de Dios, que
no ha de volver las espaldas a desear morir por él y pasar martirio.
Pues ¿ya no sabéis, hermanas, que la vida del buen religioso y que
quiere ser de los allegados amigos de Dios es un largo martirio?
Largo, porque para compararle a los que de presto los degollaban,
puédese llamar largo; mas toda es corta la vida, y algunas
cortísimas. ¿Y qué sabemos si seremos de tan corta, que desde
una hora o momento que nos determinemos a servir del todo a Dios
se acabe? Posible sería; que, en fin, todo lo que tiene fin no hay
que hacer caso de ello; y pensando que cada hora es la postrera,
¿quién no la trabajará? Pues creedme que pensar esto es lo más
seguro.
3. Por eso mostrémonos a contradecir en todo nuestra voluntad;
que si traéis cuidado, como he dicho, sin saber cómo, poco a poco
os hallaréis en la cumbre. Mas ¡qué gran rigor parece decir no nos
hagamos placer en nada, como no se dice qué gustos y deleites
trae consigo esta contradicción y lo que se gana con ella! Aun en
esta vida, ¡qué seguridad! Aquí, como todas lo usáis, estáse lo más
hecho; unas a otras se despiertan y ayudan; en esto ha cada una
procurar ir adelante de las otras.
4. En los movimientos interiores se traiga mucha cuenta, en
especial si tocan en mayorías. Dios nos libre, por su Pasión, de
decir ni pensar para detenerse en ello «si soy más antigua», «si he
más años», «si he trabajado más», «si tratan a la otra mejor». Estos
pensamientos, si vinieren, es menester atajarlos con presteza; que
si se detienen en ellos, o lo ponen en plática, es pestilencia y de
donde nacen grandes males. Si tuvieren priora que consiente cosa
de éstas, por poco que sea, crean por sus pecados ha permitido
Dios la tengan para comenzarse a perder, y hagan gran oración
porque dé el remedio, porque están en gran peligro.
5. Podrá ser que digan «que para qué pongo tanto en esto» y «que
va con rigor»; «que regalos hace Dios a quien no está tan
desasido».
-Yo lo creo, que con su sabiduría infinita ve que conviene para
traerlos a que lo dejen todo por El. No llamo «dejarlo», entrar en
religión, que impedimentos puede haber, y en cada parte puede el
alma perfecta estar desasida y humilde; ello a más trabajo suyo,
que gran cosa es el aparejo. Mas créanme una cosa, que si hay
punto de honra o de hacienda (y) esto tan bien puede haberlo en
los monasterios como fuera, aunque más quitadas están las
ocasiones y mayor sería la culpa), que aunque tengan muchos años
de oración (o,) por mejor decir, consideración, porque oración
perfecta, en fin, quita estos resabios), que nunca medrarán mucho
ni llegarán a gozar el verdadero fruto de la oración.
6. Mirad si os va algo, hermanas, en estas cosas, pues no estáis
aquí a otra cosa. Vosotras no quedáis más honradas, y el provecho
perdido para lo que podríais más ganar; así que deshonra y pérdida
cabe aquí junto.
Cada una mire en sí lo que tiene de humildad y verá lo que está
aprovechada. Paréceme que al verdadero humilde aun de primer
movimiento no osará el demonio tentarle en cosa de mayorías;
porque, como es tan sagaz, teme el golpe. Es imposible, si uno es
humilde, que no gane más fortaleza en esta virtud, y
aprovechamiento, si el demonio le tienta por ahí; porque está claro
que ha de dar vuelta sobre su vida, y mirar lo que ha servido con lo
que debe al Señor, y las grandezas que hizo en bajarse a sí para
dejarnos ejemplo de humildad, y mirar sus pecados y adónde
merecía estar por ellos. Sale el alma tan gananciosa, que no osa
tornar otro día por no ir quebrada la cabeza.
7. Este consejo tomad de mí y no se os olvide: que no sólo en lo
interior -que sería gran mal no quedar con ganancia-, mas en lo
exterior procurad la saquen las hermanas de vuestra tentación; si
queréis vengaros del demonio y libraros más presto de la tentación,
que así como os venga pidáis a la prelada que os mande hacer
algún oficio bajo o, como pudiereis, los hagáis vos, y andéis
estudiando en esto cómo doblar vuestra voluntad en cosas
contrarias, que el Señor os las descubrirá, y con esto durará poco la
tentación. Dios nos libre de personas que le quieren servir
acordarse de honra. Mirad que es mala ganancia, y -como he dichola misma honra se pierde con desearla, en especial en las
mayorías, que no hay tóxico en el mundo que así mate como estas
cosas la perfección.
8. Diréis «que son cosillas naturales, que no hay que hacer caso».
-No os burléis con eso, que crece como espuma, y no hay cosa
pequeña en tan notable peligro como son estos puntos de honra y
mirar si nos hicieron agravio. ¿Sabéis por qué, sin otras hartas
cosas? -Por ventura en una comienza por poco y no es casi nada, y
luego mueve el demonio a que al otro le parezca mucho, y aun
pensará es caridad decirle que cómo consiente aquel agravio, que
Dios le dé paciencia, que se lo ofrezcáis, que no sufriera más un
santo. Pone un caramillo en la lengua de la otra, que ya que
acabáis con vos de sufrir, quedáis aún tentada de vanagloria de lo
que no sufristeis con la perfección que se había de sufrir.
9. Y es esta nuestra naturaleza tan flaca, que aun diciéndonos que
no hay qué sufrir, pensamos hemos hecho algo y lo sentimos,
cuánto más ver que lo sienten por nosotras. Y así va perdiendo el
alma las ocasiones que había tenido para merecer, y queda más
flaca y abierta la puerta al demonio para que otra vez venga con
otra cosa peor; y aun podrá acaecer, aun cuando vos queráis
sufrirlo, que vengan a vos y os dirán «que si sois bestia», «que bien
es que se sientan las cosas». ¡Oh, por amor de Dios, hermanas
mías!, que a ninguna le mueva indiscreta caridad para mostrar
lástima de la otra en cosa que toque a estos fingidos agravios, que
es como la que tuvieron los amigos del santo Job con él, y su mujer.
-----------------------------------------------------------------------NOTAS
1 En el c. 11, n. 5. -Los pensamientos que preceden tenían otro
matiz en la 1ª redacción: Pues ¿por qué nos detenemos en
mortificar estos cuerpos en naderías, que es no hacerlos placer en
nada, sino andar en cuidado llevándolos por donde no quieren
hasta tenerlos rendidos al espíritu?
2 Cf. c. 11, n. 4.
3 Verdadero orador: verdadera persona de oración.
4 En el n. 1 y en el c. 11, n. 5. -Uno de los censores acotó este
pasaje con una larga nota, que luego fue introducida en el texto por
el amanuense del ms. de Salamanca. Dice así: No nos hagamos
placer etc.: en esta mortificación parece que en todo se huelgan y
hacen placer queriéndolo todo; porque tienen lo que quieren y
quieren lo que tienen, en lo cual consiste nuestro contentamiento
siendo bueno lo que se quiere».
5 En esto ha cada una de procurar...
6 En la 1ª redacción: ...de donde nacen grandes males en los
monasterios. ¡Miren que lo sé mucho!
7 En la 1ª redacción: ... clamen a él y toda su oración sea porque dé
el remedio en religioso o persona de oración; que quien de veras la
tiene con determinación de gozar de las mercedes que hace Dios y
regalos en ella, esto del desasimiento a todos conviene.
8 Punto de honra o de hacienda: vana estima o deseo de una u
otra. En la 1ª redacción había escrito: punto de honra o deseo de
hacienda.
9 Alusión a una especie de ley del código del honor. En la 1ª
redacción la alusión es explícita.
10 Mirar (comparar) lo que ha servido con lo que debe. Al margen
anotó uno de los censores: «remedio de humildes contra la
soberbia».
11 No osa tornar «el demonio», añadió la Santa en el ms. de
Madrid.
12 La 1ª redacción añadía: (en cosas contrarias...) y con
mortificaciones públicas, pues se usan en esta casa. Como de
pestilencia huid de tales tentaciones del demonio, y procurad que
esté poco con vos».
13 En el n. 6.
14 Caramillo era una flautilla de caña, y en sentido figurado,
«chisme o enredo». «Poner un caramillo en la lengua» es «inducir a
algo seduciendo».
15 En la 1ª redacción añadía una de sus típicas exclamaciones
finamente irónica: ¡Uh, que si hay alguna amiga!
16 Job 2, 11. -En el ms. de Toledo la Santa enmendó la frase final,
equívoca: ... y la que tuvo su mujer.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 13
Prosigue en la mortificación, y cómo ha de huir de los puntos y
razones del mundo para llegarse a la verdadera razón.
1. Muchas veces os lo digo, hermanas, y ahora lo quiero dejar
escrito aquí, porque no se os olvide, que en esta casa, y aun toda
persona que quisiere ser perfecta, huya mil leguas de «razón tuve»,
«hiciéronme sinrazón», «no tuvo razón quien esto hizo conmigo»...
De malas razones nos libre Dios. ¿Parece que había razón para
que nuestro buen Jesús sufriese tantas injurias y se las hiciesen y
tantas sinrazones? La que no quisiere llevar cruz sino la que le
dieren muy puesta en razón, no sé yo para qué está en el
monasterio; tórnese al mundo, adonde aun no le guardarán esas
razones. ¿Por ventura podéis pasar tanto que no debáis más?
¿Qué razón es ésta? Por cierto, yo no la entiendo.
2. Cuando nos hicieren alguna honra o regalo o buen tratamiento,
saquemos esas razones, que cierto es contra razón nos le hagan
en esta vida. Mas cuando agravios -que así los nombran sin
hacernos agravio-, yo no sé qué hay que hablar. O somos esposas
de tan gran rey, o no. Si lo somos, ¿qué mujer honrada hay que no
participe de las deshonras que a su esposo hacen? Aunque no lo
quiera por su voluntad, en fin, de honra o deshonra participan
entrambos. Pues tener parte en su reino y gozarle, y de las
deshonras y trabajos querer quedar sin ninguna parte, es disparate.
3. No nos lo deje Dios querer, sino que la que le pareciere es tenida
entre todas en menos, se tenga por más bienaventurada; y así lo
es, si lo lleva como lo ha de llevar, que no le faltará honra en esta
vida ni en la otra. Créanme esto a mí. Mas qué disparate he dicho,
que me crean a mí, diciéndolo la verdadera Sabiduría.
Parezcámonos, hijas mías, en algo a la gran humildad de la Virgen
Sacratísima, cuyo hábito traemos, que es confusión nombrarnos
monjas suyas; que por mucho que nos parezca nos humillamos,
quedamos bien cortas para ser hijas de tal Madre y esposas de tal
Esposo.
Así que si las cosas dichas no se atajan con diligencia, lo que hoy
no parece nada mañana por ventura será pecado venial; y es de tan
mala digestión, que si os dejáis no quedará solo. Es cosa muy mala
para congregaciones.
4. En esto habíamos de mirar mucho las que estamos en ella, por
no dañar a las que trabajan por hacernos bien y darnos buen
ejemplo. Y si entendiésemos cuán gran daño se hace en que se
comience una mala costumbre, más querríamos morir que ser
causa de ello; porque es muerte corporal, y pérdidas en las almas
es gran pérdida y que no parece se acaba de perder; porque
muertas unas vienen otras, y a todas por ventura les cabe más
parte de una mala costumbre que pusimos, que de muchas
virtudes; porque el demonio no la deja caer, y las virtudes la misma
flaqueza natural las hace perder.
5. ¡Oh, qué grandísima caridad haría y qué gran servicio a Dios la
monja que en sí viese que no puede llevar las costumbres que hay
en esta casa, conocerlo e irse! Y mire que le cumple, si no quiere
tener un infierno acá y plega a Dios no sea otro allá, porque hay
muchas causas para temer esto, y por ventura ella ni las demás no
lo entenderán como yo.
6. Créanme en esto, y si no, el tiempo les doy por testigo. Porque el
estilo que pretendemos llevar es no sólo de ser monjas, sino
ermitañas, y así se desasen de todo lo criado, y a quien el Señor ha
escogido para aquí, particularmente veo la hace esta merced.
Aunque ahora no sea en toda perfección, vese que va ya a ella por
el gran contento que le da y alegría ver que no ha de tornar a tratar
con cosa de la vida, y el sabor todas las de la Religión.
Torno a decir que si inclina a cosas del mundo, que se vaya si no se
ve ir aprovechando; e irse, si todavía quiere ser monja, a otro
monasterio, y si no, verá cómo le sucede. No se queje de mí, que
comencé éste, porque no la aviso.
7. Esta casa es un cielo, si le puede haber en la tierra, para quien
se contenta sólo de contentar a Dios y no hace caso de contento
suyo; tiénese muy buena vida; en queriendo algo más, se perderá
todo, porque no lo puede tener; y alma descontenta es como quien
tiene gran hastío, que por bueno que sea el manjar, la da en rostro,
y de lo que los sanos toman gran gusto comer, le hace asco en el
estómago.En otra parte se salvará mejor, y podrá ser que poco o
poco llegue a la perfección que aquí no pudo sufrir por tomarse por
junto. Que aunque en lo interior se aguarde tiempo para del todo
desasirse y mortificarse, en lo exterior ha de ser luego. Y a quien
con ver que todas lo hacen y con andar en tan buena compañía
siempre, no le aprovecha en un año, temo que no aprovechará en
muchos, más, sino menos. No digo sea tan cumplidamente como en
las otras, mas que se entienda va cobrando salud, que luego se ve
cuándo el mal es mortal.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 14
En que trata lo mucho que importa no dar profesión a ninguna que
vaya contrario su espíritu de las cosas que quedan dichas.
1. Bien creo que favorece el Señor mucho a quien bien se
determina, y por eso se ha de mirar qué intento tiene la que entra,
no sea sólo por remediarse (como) acaecerá a muchas), puesto que
el Señor puede perfeccionar este intento, si es persona de buen
entendimiento, que si no, en ninguna manera se tome; porque ni
ella se entenderá cómo entra, ni después a las que la quisieren
poner en lo mejor. Porque, por la mayor parte, quien esta falta tiene,
siempre les parece atinan más lo que les conviene que los más
sabios; y es mal que le tengo por incurable, porque por maravilla
deja de traer consigo malicia. Adonde hay muchas, podráse tolerar,
y entre tan pocas no se podrá sufrir.
2. Un buen entendimiento, si se comienza a aficionar al bien, ásese
a él con fortaleza, porque ve es lo más acertado; y cuando no
aproveche para mucho espíritu, aprovechará para buen consejo y
para hartas cosas, sin cansar a nadie. Cuando éste falta, yo no sé
para qué puede aprovechar en comunidad, y podría dañar harto.
Esta falta no se ve muy en breve, porque muchas hablan bien y
entienden mal, y otras hablan corto y no muy cortado, y tienen
entendimiento para mucho bien. Que hay unas simplicidades santas
que saben poco para negocios y estilo de mundo, y mucho para
tratar con Dios. Por eso es menester gran información para
tomarlas y larga probación para hacerlas profesas. Entienda una
vez el mundo que tenéis libertad para echarlas, que en monasterio
donde hay asperezas, muchas ocasiones hay, y como se use, no lo
tendrán por agravio.
3. Digo esto, porque son tan desventurados estos tiempos y tanta
nuestra flaqueza, que no basta tenerlo por mandamiento de
nuestros pasados, para que dejemos de mirar lo que han tomado
por honra los presentes para no agraviar los deudos. Plega a Dios
no lo paguemos en la otra vida las que las admitimos, que nunca
falta un color con que nos hacemos entender se sufre hacerlo.
4. Y éste es un negocio que cada una por sí le había de mirar y
encomendar a Dios y animar a la prelada, pues es cosa que tanto
importa. Y así suplico a Dios en ello os dé luz, que harto bien tenéis
en no recibir dotes, que adonde se toman podría acaecer que por
no tornar a dar el dinero -que ya no lo tienen- dejen el ladrón en
casa que les robe el tesoro, que no es pequeña lástima. Vosotras,
para en este caso, no la tengáis de nadie, porque será dañar a
quien pretendéis hacer provecho.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 15
Que trata del gran bien que hay en no disculparse, aunque se vean
condenar sin culpa.
1. Confusión grande me hace lo que os voy a persuadir, porque
había de haber obrado siquiera algo de lo que os digo en esta
virtud; es así que yo confieso haber aprovechado muy poco. Jamás
me parece me falta una causa para parecerme mayor virtud dar
disculpa. Como algunas veces es lícito y sería mal no lo hacer, no
tengo discreción -o, por mejor decir, humildad- para hacerlo cuando
conviene. Porque, verdaderamente, es de gran humildad verse
condenar sin culpa y callar, y es gran imitación del Señor que nos
quitó todas las culpas. Y así os ruego mucho traigáis en esto gran
estudio, porque trae consigo grandes ganancias, y en procurar
nosotras mismas librarnos de culpa, ninguna, ninguna veo, si no es
-como digo- en algunos casos que podría causar enojo o escándalo
no decir la verdad. Esto quien tuviere más discreción que yo lo
entenderá.
2. Creo va mucho en acostumbrarse a esta virtud, o en procurar
alcanzar del Señor verdadera humildad, que de aquí debe venir;
porque el verdadero humilde ha de desear con verdad ser tenido en
poco y perseguido y condenado sin culpa, aun en cosas graves.
Porque si quiere imitar al Señor, ¿en qué mejor puede que en esto?
Que aquí no son menester fuerzas corporales ni ayuda de nadie,
sino de Dios.
3. Estas virtudes grandes, hermanas mías, querría yo estudiásemos
mucho e hiciésemos penitencia, que en demasiadas penitencias ya
sabéis os voy a la mano, porque pueden hacer daño a la salud si
son sin discreción. En estotro no hay que temer, porque por
grandes que sean las virtudes interiores, no quitan las fuerzas del
cuerpo para servir la religión, sino fortalecen el alma; y de cosas
muy pequeñas se pueden -como he dicho otras veces- acostumbrar
para salir con victoria en las grandes. En éstas no he yo podido
hacer esta prueba, porque nunca oí decir cosa mala de mí que no
viese quedaban cortos; porque, aunque no era en las mismas
cosas, tenía ofendido a Dios en otras muchas, y parecíame habían
hecho harto en dejar aquéllas, y siempre me huelgo yo más que
digan de mí lo que no es, que no las verdades.
4. Ayuda mucho traer consideración de lo mucho que se gana por
todas vías y cómo nunca -bien mirado- nunca nos culpan sin
culpas, que siempre andamos llenas de ellas, pues cae siete veces
al día el justo, y sería mentira decir no tenemos pecado. Así que,
aunque no sea en lo mismo que nos culpan, nunca estamos sin
culpa del todo, como lo estaba el buen Jesús.
5. ¡Oh Señor mío!, cuando pienso por qué de maneras padecisteis y
cómo por ninguna lo merecíais, no sé qué me diga de mí, ni dónde
tuve el seso cuando no deseaba padecer, ni adónde estoy cuando
me disculpo. Ya sabéis Vos, Bien mío, que si tengo algún bien, que
no es dado por otras manos sino por las vuestras. Pues ¿qué os va,
Señor, más en dar mucho que poco? Si es por no lo merecer yo,
tampoco merecía las mercedes que me habéis hecho. ¿Es posible
que he yo de querer que sienta nadie bien de cosa tan mala,
habiendo dicho tantos males de Vos, que sois bien sobre todos los
bienes? No se sufre, no se sufre, Dios mío -ni querría yo lo
sufrieseis Vos- que haya en vuestra sierva cosa que no contente a
vuestros ojos. Pues mirad, Señor, que los míos están ciegos y se
contentan de muy poco. Dadme Vos luz y haced que con verdad
desee que todos me aborrezcan, pues tantas veces os he dejado a
Vos, amándome con tanta fidelidad.
6. ¿Qué es esto, mi Dios? ¿Qué pensamos sacar de contentar a las
criaturas? ¿Qué nos va en ser muy culpadas de todas ellas, si
delante del Señor estamos sin culpa? ¡Oh hermanas mías, que
nunca acabamos de entender esta verdad, y así nunca acabamos
de estar perfectas, si mucho no la andamos considerando y
pensando qué es lo que es y qué es lo que no es!
Pues cuando no hubiese otra ganancia sino la confusión que le
quedará a la persona que os hubiere culpado de ver que vos sin
ella os dejáis condenar, es grandísimo. Más levanta una cosa de
éstas a las veces el alma que diez sermones. Pues todas hemos de
procurar de ser predicadoras de obras, pues el Apóstol y nuestra
inhabilidad nos quita que lo seamos en las palabras.
7. Nunca penséis ha de estar secreto el mal o el bien que hiciereis,
por encerradas que estéis. Y ¿pensáis que aunque vos, hija, no os
disculpéis, ha de faltar quien torne de vos? Mirad cómo respondió el
Señor por la Magdalena en casa del Fariseo y cuando su hermana
la culpaba. No os llevará por el rigor que a sí, que ya al tiempo que
tuvo un ladrón que tornase por El, estaba en la cruz; así que Su
Majestad moverá a quien torne por vosotras, y cuando no, no será
menester. Esto yo lo he visto y es así, aunque no querría se os
acordase, sino que os holgaseis de quedar culpadas, y el provecho
que veréis en vuestra alma, el tiempo os doy por testigo. Porque se
comienza a ganar libertad y no se da más que digan mal que bien,
antes parece es negocio ajeno. Y es como cuando están hablando
dos personas, y como no es con nosotras mismas, estamos
descuidadas de la respuesta. Así es acá: con la costumbre que está
hecha de que no hemos de responder, no parece hablan con
nosotras.
Parecerá esto imposible a los que somos muy sentidos y poco
mortificados. A los principios dificultoso es; mas yo sé que se puede
alcanzar esta libertad y negación y desasimiento de nosotros
mismos con el favor del Señor.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 16
De la diferencia que ha de haber en la perfección de la vida de los
contemplativos a los que se contentan con oración mental, y cómo
es posible algunas veces subir Dios un alma distraída a perfecta
contemplación y la causa de ello. -Es mucho de notar este capítulo
y el que viene cabe él.
1. Y no os parezca mucho todo esto, que voy entablando el juego,
como dicen. Pedísteisme os dijese el principio de oración; yo, hijas,
aunque no me llevó Dios por este principio, porque aún no le debo
tener de estas virtudes, no sé otro. Pues creed que quien no sabe
concertar las piezas en el juego de ajedrez, que sabrá mal jugar, y
si no sabe dar jaque, no sabrá dar mate. Así me habéis de
reprender porque hablo en cosa de juego, no le habiendo en esta
casa ni habiéndole de haber. Aquí veréis la madre que os dio Dios,
que hasta esta vanidad sabía; mas dicen que es lícito algunas
veces. Y cuán lícito será para nosotras esta manera de jugar, y
cuán presto, si mucho lo usamos, daremos mate a este Rey divino,
que no se nos podrá ir de las manos ni querrá.
2. La dama es la que más guerra le puede hacer en este juego, y
todas las otras piezas ayudan. No hay dama que así le haga rendir
como la humildad. Esta le trajo del cielo en las entrañas de la
Virgen, y con ella le traeremos nosotras de un cabello a nuestras
almas. Y creed que quien más tuviere, más le tendrá, y quien
menos, menos. Porque no puedo yo entender cómo haya ni pueda
haber humildad sin amor, ni amor sin humildad, ni es posible estar
estas dos virtudes sin gran desasimiento de todo lo criado.
3. Diréis, mis hijas, «que para qué os hablo en virtudes, que hartos
libros tenéis que os las enseñan, que no queréis sino
contemplación». -Digo yo que aun si pidierais meditación pudiera
hablar de ella y aconsejar a todos la tuvieran, aunque no tengan
virtudes; porque es principio para alcanzar todas las virtudes, y cosa
que nos va la vida en comenzarla todos los cristianos, y ninguno,
por perdido que sea, si Dios le despierta a tan gran bien, lo habrá
de dejar, como ya tengo escrito en otra parte, y otros muchos que
saben lo que escriben, que yo por cierto que no lo sé; Dios lo sabe.
4. Mas contemplación es otra cosa, hijas, que éste es el engaño
que todos traemos, que en llegándose uno un rato cada día a
pensar sus pecados (que) está obligado a ello si es cristiano de
más que nombre), luego dicen es muy contemplativo, y luego le
quieren con tan grandes virtudes como está obligado a tener el muy
contemplativo, y aun él se quiere, mas yerra. En los principios no
supo entablar el juego: pensó bastaba conocer las piezas para dar
mate, y es imposible, que no se da este Rey sino a quien se le da
del todo.
5. Así que, hijas, si queréis que os diga el camino para llegar a la
contemplación, sufrid que sea un poco larga en cosas aunque no os
parezcan luego tan importantes, aunque a mi parecer no lo dejan de
ser. Y si no las queréis oír ni obrar, quedaos con vuestra oración
mental toda vuestra vida, que yo os aseguro a vosotras y a todas
las personas que pretendieren este bien (ya) puede ser yo me
engañe, porque juzgo por mí que lo procuré veinte años) que no
lleguéis a verdadera contemplación.
6. Quiero ahora declarar -porque algunas no lo entenderéis- qué es
oración mental, y plega a Dios que ésta tengamos como se ha de
tener; mas también he miedo que se tiene con harto trabajo si no se
procuran las virtudes, aunque no en tan alto grado como para la
contemplación son menester. Digo que no vendrá el Rey de la
gloria a nuestra alma -digo a estar unido con ella- si no nos
esforzamos a ganar las virtudes grandes. Quiérolo declarar, porque
si en alguna cosa que no sea verdad me tomáis, no creeréis cosa, y
tendríais razón si fuese con advertencia, mas no me dé Dios tal
lugar; será no saber más, o no lo entender. Quiero, pues, decir que
algunas veces querrá Dios a personas que estén en mal estado
hacerles tan gran favor para sacarlas por este medio de las manos
al demonio.
7. ¡Oh Señor mío, qué de veces os hacemos andar a brazos con el
demonio! ¿No bastara que os dejasteis tomar en ellos cuando os
llevó al pináculo, para enseñarnos a vencerle? Mas, ¡qué sería,
hijas, ver junto a aquel Sol con las tinieblas y qué temor llevaría
aquel desventurado sin saber de qué, que no permitió Dios lo
entendiese! Bendita sea tanta piedad y misericordia; que vergüenza
habíamos de haber los cristianos de hacerle andar cada día a
brazos -como he dicho- con tan sucia bestia. Bien fue menester,
Señor, los tuvieseis tan fuertes; mas ¿cómo no os quedaron flacos
de tantos tormentos como pasasteis en la cruz? ¡Oh, que todo lo
que se pasa con amor torna a soldarse! Y así creo, si quedarais con
la vida, el mismo amor que nos tenéis tornara a soldar vuestras
llagas, que no fuera menester otra medicina. ¡Oh Dios mío, y quién
la pusiese tal en todas las cosas, que me diesen pena y trabajos!
Qué de buena gana las desearía, si tuviese cierto ser curada con
tan saludable ungüento!
8. Tornando a lo que decía, hay almas que entiende Dios que por
este medio las puede granjear para sí. Ya que las ve del todo
perdidas, quiere Su Majestad que no quede por El, y aunque estén
en mal estado y faltas de virtudes, dale gustos y regalos y ternura
que la comienza a mover los deseos, y aun pónela en
contemplación algunas veces, pocas, y dura poco. Y esto, como
digo, hace porque las prueba si con aquel favor se querrán disponer
a gozarle muchas veces. Mas si no se dispone, perdonen -o
perdonadnos Vos, Señor, por mejor decir- que harto mal es que os
lleguéis Vos a un alma de esta suerte, y se llegue ella después a
cosa de la tierra para atarse a ella.
9. Tengo para mí que hay muchos con quien Dios nuestro Señor
hace esta prueba, y pocos los que se disponen para gozar de esta
merced; que cuando el Señor la hace y no queda por nosotros,
tengo por cierto que nunca cesa de dar hasta llegar a muy alto
grado. Cuando no nos damos a Su Majestad con la determinación
que El se da a nosotros, harto hace de dejarnos en oración mental y
visitarnos de cuando en cuando, como a criados que están en su
viña. Mas estotros son hijos regalados, no los querría quitar de cabe
sí; ni los quita, porque ya ellos no se quieren quitar; siéntalos a su
mesa, dales de lo que come hasta quitar el bocado de la boca para
dársele.
10. ¡Oh dichoso cuidado, hijas mías! ¡Oh bienaventurada dejación
de cosas tan pocas y tan bajas, que llega a tan gran estado! Mirad
qué se os dará, estando en los brazos de Dios, que os culpe todo el
mundo. Poderoso es para libraros de todo, que una vez que mandó
hacer el mundo, fue hecho: su querer es obra. Pues no hayáis
miedo que si no es para más bien del que le ama, consienta hablar
contra vos: no quiere tan poco a quien le quiere. Pues ¿por qué,
mis hermanas, no le mostraremos nosotras, en cuanto podemos, el
amor? Mirad que es hermoso trueco dar nuestro amor por el suyo.
Mirad que lo puede todo y acá no podemos nada sino lo que El nos
hace poder. Pues ¿qué es esto que hacemos por Vos, Señor,
Hacedor nuestro? Que es tanto como nada, una determinacioncilla.
Pues si lo que no es nada quiere Su Majestad que merezcamos por
ello el todo, no seamos desatinadas.
11. ¡Oh Señor! que todo el daño nos viene de no tener puestos los
ojos en Vos, que si no mirásemos otra cosa sino al camino, presto
llegaríamos; mas damos mil caídas y tropiezos y erramos el camino
por no poner los ojos -como digo- en el verdadero camino. Parece
que nunca se anduvo, según se nos hace nuevo. Cosa es para
lastimar, por cierto, lo que algunas veces pasa.
Pues tocar en un puntito de ser menos, no se sufre, ni parece se ha
de poder sufrir; luego dicen: «¡no somos santos!». [12] Dios nos
libre, hermanas, cuando algo hiciéremos no perfecto decir: «no
somos ángeles», «no somos santas». Mirad que, aunque no lo
somos, es gran bien pensar, si nos esforzamos, lo podríamos ser,
dándonos Dios la mano; y no hayáis miedo que quede por El, si no
queda por nosotras. Y pues no venimos aquí a otra cosa, manos a
labor, como dicen: no entendamos cosa en que se sirve más el
Señor, que no presumamos salir con ella con su favor. Esta
presunción querría yo en esta casa, que hace siempre crecer la
humildad: tener una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes y no
es aceptador de personas.
13. Mucho me he divertido. Quiero tornar a lo que decía, que es
declarar qué es oración mental y contemplación. Impertinente
parece, mas para vosotras todo pasa; podrá ser lo entendáis mejor
por mi grosero estilo que por otros elegantes. El Señor me dé favor
para ello, amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 17
De cómo no todas las almas son para contemplación, y cómo
algunas llegan a ella tarde, y que el verdadero humilde ha de ir
contento por el camino que le llevare el Señor.
1. Parece que me voy entrando en la oración, y fáltame un poco por
decir, que importa mucho, porque es de la humildad y es necesario
en esta casa; porque es el ejercicio principal de oración y, como he
dicho, cumple mucho tratéis de entender cómo ejercitaros mucho en
la humildad, y éste es un gran punto de ella y muy necesario para
todas las personas que se ejercitan en oración: ¿cómo podrá el
verdadero humilde pensar que es él tan bueno como los que llegan
a ser contemplativos? Que Dios le puede hacer tal, sí, por su
bondad y misericordia. Mas, de mi consejo, siempre se siente en el
más bajo lugar, que así nos dijo el Señor lo hiciésemos y nos lo
enseñó por la obra. Dispóngase para si Dios le quisiere llevar por
ese camino. Cuando no, para eso es la humildad, para tenerse por
dichosa en servir a las siervas del Señor y alabarle porque,
mereciendo ser sierva de los demonios en el infierno, la trajo Su
Majestad entre ellas.
2. No digo esto sin gran causa, porque, como he dicho, es cosa que
importa mucho entender que no a todos lleva Dios por un camino, y
por ventura el que le pareciere va por muy más bajo, está más alto
en los ojos del Señor.
Así que no porque en esta casa todas traten de oración, han de ser
todas contemplativas. Es imposible. Y será gran desconsolación
para la que no lo es, no entender esta verdad, que esto es cosa que
lo da Dios; y pues no es necesario para la salvación, ni nos lo pide
de premio, no piense se lo pedirá nadie. Que por eso no dejará de
ser muy perfecta si hace lo que queda dicho. Antes podrá ser tenga
mucho más mérito, porque es a más trabajo suyo y la lleva el Señor
como a fuerte y la tiene guardado junto todo lo que aquí no goza.
No por eso desmaye ni deje la oración y de hacer lo que todas, que
a las veces viene el Señor muy tarde y paga tan bien y tan por junto
como en muchos años ha ido dando a otros.
3. Yo estuve más de catorce que nunca podía tener aun meditación
sino junto con lección. Habrá muchas personas de este arte, y otras
que, aunque sea con la lección, no puedan tener meditación, sino
rezar vocalmente, y aquí se detienen más. Hay pensamientos tan
ligeros que no pueden estar en una cosa, sino siempre
desasosegados, y en tanto extremo que, si quieren detenerle a
pensar en Dios, se les va a mil disparates y escrúpulos y dudas.
Yo conozco una persona bien vieja, de harto buena vida, penitente
y muy sierva de Dios, y gasta hartas horas, hartos años ha, en
oración vocal, y en mental no hay remedio; cuando más puede,
poco a poco en las oraciones vocales se va deteniendo. Y otras
personas hay hartas de esta manera, y si hay humildad, no creo yo
saldrán peor libradas al cabo, sino muy en igual de los que llevan
muchos gustos, y con más seguridad en parte; porque no sabemos
si los gustos son de Dios o si los pone el demonio. Y si no son de
Dios, es más peligro, porque en lo que él trabaja aquí es en poner
soberbia; que si son de Dios, no hay que temer; consigo traen la
humildad, como escribí muy largo en el otro libro.
4. Estotros andan con humildad, sospechosos que es por su culpa,
siempre con cuidado de ir adelante. No ven a otros llorar una
lágrima, que, si ella no las tiene, no le parezca está muy atrás en el
servicio de Dios, y debe estar por ventura muy más adelante;
porque no son las lágrimas, aunque son buenas, todas perfectas; y
la humildad y mortificación y desasimiento y otras virtudes, siempre
hay más seguridad. No hay qué temer, ni hayáis miedo que dejéis
de llegar a la perfección como los muy contemplativos.
5. Santa era santa Marta, aunque no dicen era contemplativa. Pues
¿qué más queréis que poder llegar a ser como esta
bienaventurada, que mereció tener a Cristo nuestro Señor tantas
veces en su casa y darle de comer y servirle y comer a su mesa? Si
se estuviera como la Magdalena, embebidas, no hubiera quien
diera de comer a este divino Huésped. Pues pensad que es esta
congregación la casa de santa Marta y que ha de haber de todo. Y
las que fueren llevadas por la vida activa, no murmuren a las que
mucho se embebieren en la contemplación, pues saben ha de
tornar el Señor de ellas, aunque callen, que, por la mayor parte,
hace descuidar de sí y de todo.
6. Acuérdense que es menester quien le guise la comida, y
ténganse por dichosas en andar sirviendo con Marta. Miren que la
verdadera humildad está mucho en estar muy prontos en
contentarse con lo que el Señor quisiere hacer de ellos, y siempre
hallarse indignos de llamarse sus siervos. Pues si contemplar y
tener oración mental y vocal y curar enfermos y servir en las cosas
de casa y trabajar -sea en lo más bajo-, todo es servir al Huésped
que se viene con nosotras a estar y a comer y recrear, ¿qué más se
nos da en lo uno que en lo otro?
7. No digo yo que quede por nosotras, sino que lo probéis todo,
porque no está esto en vuestro escoger, sino en el del Señor. Mas
si después de muchos años quisiere a cada una para su oficio,
gentil humildad será querer vosotras escoger. Dejad hacer al Señor
de la casa. Sabio es, poderoso es, entiende lo que os conviene y lo
que le conviene a El también. Estad seguras que haciendo lo que
es en vosotras y aparejándoos para contemplación con la
perfección que queda dicha, que si El no os la da (lo) que creo no
dejará de dar, si es de veras el desasimiento y humildad), que os
tiene guardado este regalo para dároslo junto en el cielo, y que como otra vez he dicho- os quiere llevar como a fuertes, dándoos
acá cruz como siempre Su Majestad la tuvo. ¿Y qué mejor amistad
que querer lo que quiso para Sí para vos? Y pudiera ser no tuvierais
tanto premio en la contemplación. Juicios son suyos, no hay que
meternos en ellos. Harto bien es que no quede a nuestro escoger,
que luego -como nos parece más descanso- fuéramos todos
grandes contemplativos.
¡Oh gran ganancia, no querer ganar por nuestro parecer para no
temer pérdida, pues nunca permite Dios la tenga el bien mortificado,
sino para ganar más!
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 18
Que prosigue en la misma materia y dice cuánto mayores son los
trabajos de los contemplativos que de los activos. -Es de mucha
consolación para ellos.
1. Pues yo os digo, hijas, a las que no lleva Dios por este camino,
que a lo que he visto y entendido de los que van por él, que no
llevan la cruz más liviana y que os espantaríais por las vías y
maneras que las da Dios. Yo sé de unos y de otros, y sé claro que
son intolerables los trabajos que Dios da a los contemplativos, y son
de tal suerte, que si no les diese aquel manjar de gustos no se
podrían sufrir. Y está claro que, pues lo es que a los que Dios
mucho quiere lleva por camino de trabajos, y mientras más los ama,
mayores, no hay por qué creer que tiene aborrecidos los
contemplativos, pues por su boca los alaba y tiene por amigos.
2. Pues creer que admite a su amistad estrecha gente regalada y
sin trabajos, es disparate. Tengo por muy cierto se los da Dios
mucho mayores. Y así como los lleva por camino barrancoso y
áspero, y a las veces que les parece se pierden y han de comenzar
de nuevo a tornarle a andar, que así ha menester Su Majestad
darles mantenimiento, y no de agua, sino de vino, para que,
emborrachados, no entiendan lo que pasan, y lo puedan sufrir. Y
así pocos veo verdaderos contemplativos que no los vea animosos
y determinados a padecer; que lo primero que hace el Señor, si son
flacos, es ponerles ánimo y hacerlos que no teman trabajos.
3. Creo piensan los de la vida activa, por un poquito que los ven
regalados, que no hay más que aquello. Pues yo digo que por
ventura un día de los que pasan no lo pudieseis sufrir. Así que el
Señor, como conoce a todos para lo que son, da a cada uno su
oficio, el que más ve conviene a su alma y al mismo Señor y al bien
de los prójimos; y como no quede por no os haber dispuesto, no
hayáis miedo se pierda vuestro trabajo. Mirad que digo que todas lo
procuremos, pues no estamos aquí a otra cosa; y no un año, ni dos
solos, ni aun diez, porque no parezca lo dejamos de cobardes, y es
bien que el Señor entienda no queda por nosotras; como los
soldados que, aunque mucho hayan servido, siempre han de estar
a punto para que el capitán los mande en cualquier oficio que
quiera ponerlos, pues les ha de dar su sueldo. ¡Y cuán mejor
pagado lo paga nuestro Rey que los de la tierra!
4. Como los ve presentes y con gana de servir y tiene ya entendido
para lo que es cada uno, reparte los oficios como ve las fuerzas; y si
no estuviesen presentes, no les daría nada ni mandaría en qué
sirviesen.
Así que, hermanas, oración mental, y quien ésta no pudiere, vocal y
lección y coloquios con Dios, como después diré. No se deje las
horas de oración que todas. No sabe cuándo llamará el Esposo (no)
os acaezca como a las vírgenes locas) y la querrá dar más trabajo,
disfrazado con gusto. Si no, entiendan no son para ello y que les
conviene aquello, y aquí entra el merecer con la humildad creyendo
con verdad que aun para lo que hacen no son.
5. Andar alegres sirviendo en lo que les mandan, como he dicho; y
si es de veras esta humildad, bienaventurada tal sierva de vida
activa, que no murmurará sino de sí. Deje a las otras con su guerra,
que no es pequeña. Porque aunque en las batallas el alférez no
pelea, no por eso deja de ir en gran peligro, y en lo interior debe de
trabajar más que todos; porque como lleva la bandera, no se puede
defender, y aunque le hagan pedazos no la ha de dejar de las
manos. Así los contemplativos han de llevar levantada la bandera
de la humildad y sufrir cuantos golpes les dieren sin dar ninguno;
porque su oficio es padecer como Cristo, llevar en alto la cruz, no la
dejar de las manos por peligros en que se vean, ni que vean en él
flaqueza en padecer; para eso le dan tan honroso oficio. Mire lo que
hace, porque si él deja la bandera, perderse ha la batalla. Y así creo
que se hace gran daño en los que no están tan adelante, si a los
que tienen ya en cuento de capitanes y amigos de Dios les ven no
ser sus obras conforme al oficio que tienen.
6. Los demás soldados vanse como pueden, y a las veces se
apartan de donde ven el mayor peligro, y no los echa nadie de ver
ni pierden honra; estotros llevan todos los ojos en ellos, no se
pueden bullir.
Así que bueno es el oficio, y honra grande y merced hace el rey a
quien le da, mas no se obliga a poco en tomarle. Así que,
hermanas, no sabemos lo que pedimos; dejemos hacer al Señor;
que hay algunas personas que por justicia parece quieren pedir a
Dios regalos. ¡Donosa manera de humildad! Por eso hace bien el
conocedor de todos, que pocas veces creo lo da a éstos: ve claro
que no son para beber el cáliz.
7. Vuestro entender, hijas, si estáis aprovechadas, será en si
entendiere cada una es la más ruin de todas, y esto que se
entienda en sus obras que lo conoce así para aprovechamiento y
bien de las otras; y no en la que tiene más gustos en la oración y
arrobamientos o visiones o mercedes que hace el Señor de esta
suerte, que hemos de aguardar al otro mundo para ver su valor.
Estotro es moneda que se corre, es renta que no falta, son juros
perpetuos y no censos de al quitar, que estotro quítase y pónese;
una virtud grande de humildad y mortificación, de gran obediencia
en no ir en un punto contra lo que manda el prelado, que sabéis
verdaderamente que os lo manda Dios, pues está en su lugar.
En esto de obediencia es en lo que más había de poner, y por
parecerme que, si no la hay, es no ser monjas, no digo nada de
ello, porque hablo con monjas, y a mi parecer buenas, al menos
que lo desean ser. En cosa tan sabida e importante, no más de una
palabra porque no se olvide.
8. Digo que quien estuviere por voto debajo de obediencia y faltare
no trayendo todo cuidado en cómo cumplirá con mayor perfección
este voto, que no sé para qué está en el monasterio; al menos yo la
aseguro que mientras aquí faltare, que nunca llegue a ser
contemplativa ni aun buena activa; y esto tengo por muy muy cierto.
Y aunque no sea persona que tiene a esto obligación, si quiere o
pretende llegar a contemplación, ha menester, para ir muy
acertada, dejar su voluntad con toda determinación en un confesor
que sea tal. Porque esto es ya cosa muy sabida, que aprovechan
más de esta suerte en un año que sin esto en muchos, y para
vosotras no es menester, no hay que hablar de ello.
9. Concluyo con que estas virtudes son las que yo deseo tengáis,
hijas mías, y las que procuréis y las que santamente envidiéis.
Esotras devociones no curéis de tener pena por no tenerlas; es
cosa incierta. Podrá ser en otras personas sean de Dios, y en vos
permitirá Su Majestad sea ilusión del demonio y que os engañe,
como ha hecho a otras personas. En cosa dudosa ¿para qué
queréis servir al Señor, teniendo tanto en qué seguro? ¿Quién os
mete en esos peligros?
10. Heme alargado tanto en esto, porque sé conviene, que esta
nuestra naturaleza es flaca, y a quien Dios quisiere dar la
contemplación, Su Majestad le hará fuerte; a los que no, heme
holgado de dar estos avisos, por donde también se humillarán los
contemplativos.
El Señor, por quien es, nos dé luz para seguir en todo su voluntad,
y no habrá de qué temer.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 19
Que comienza a tratar de la oración. -Habla con almas que no
pueden discurrir con el entendimiento.
1. Ha tantos días que escribí lo pasado sin haber tenido lugar para
tornar a ello, que si no lo tornase a leer no sé lo que decía. Por no
ocupar tiempo habrá de ir como saliere, sin concierto. Para
entendimientos concertados y almas que están ejercitadas y
pueden estar consigo mismas, hay tantos libros escritos y tan
buenos y de personas tales, que sería yerro hicieseis caso de mi
dicho en cosa de oración, pues, como digo, tenéis libros tales
adonde van por días de la semana repartidos los misterios de la
vida del Señor y de su Pasión, y meditaciones del juicio e infierno y
nuestra nonada y lo mucho que debemos a Dios, con excelente
doctrina y concierto para principio y fin de la oración. Quien pudiere
y tuviere ya costumbre de llevar este modo de oración, no hay que
decir, que por tan buen camino el Señor le sacará a puerto de luz, y
con tan buenos principios el fin lo será, y todos los que pudieren ir
por él llevarán descanso y seguridad; porque, atado el
entendimiento, vase con descanso.
Mas de lo que querría tratar y dar algún remedio, si el Señor
quisiese acertase (y) si no, al menos que entendáis hay muchas
almas que pasan este trabajo, para que no os fatiguéis las que le
tuviereis), es esto:
2. Hay unas almas y entendimientos tan desbaratados como unos
caballos desbocados, que no hay quien las haga parar. Ya van
aquí, ya van allí, siempre con desasosiego. Es su misma
naturaleza, o Dios que lo permite. Heles mucha lástima, porque me
parecen como unas personas que han mucha sed y ven el agua de
muy lejos, y cuando quieren ir allá, hallan quien las defienda el paso
al principio y medio y fin. Acaece que, cuando ya con su trabajo -y
con harto trabajo- han vencido los primeros enemigos, a los
segundos se dejan vencer y quieren más morir de sed que beber
agua que tanto ha de costar. Acabóseles el esfuerzo, faltóles
ánimo. Y ya que algunos le tienen para vencer también los
segundos enemigos, a los terceros se les acaba la fuerza, y por
ventura no estaban dos pasos de la fuente de agua viva que dijo el
Señor a la Samaritana, que quien la bebiere no tendrá sed. Y con
cuánta razón y verdad, como dicho de la boca de la misma Verdad,
que no la tendrá de cosa de esta vida, aunque crece muy mayor de
lo que acá podemos imaginar de las cosas de la otra por esta sed
natural. Mas ¡con qué sed se desea tener esta sed! Porque
entiende el alma su gran valor, y aunque es sed penosísima que
fatiga, trae consigo la misma satisfacción con que se mata aquella
sed, de manera que es una sed que no ahoga sino a las cosas
terrenas, antes da hartura, de manera que cuando Dios la satisface,
la mayor merced que puede hacer al alma es dejarla con la misma
necesidad, y mayor queda siempre de tornar a beber esta agua.
3. El agua tiene tres propiedades, que ahora se me acuerda que me
hacen al caso, que muchas más tendrá.
La una es que enfría, que, por calor que hayamos, en llegando al
agua, se quita; y si hay gran fuego, con ella se mata, salvo si no es
de alquitrán, que se enciende más. ¡Oh, válgame Dios, qué
maravillas hay en este encenderse más el fuego con el agua,
cuando es fuego fuerte, poderoso, no sujeto a los elementos, pues
éste, con ser su contrario, no le empece, antes le hace crecer!
Mucho valiera aquí poder hablar con quien supiera filosofía, porque
sabiendo las propiedades de las cosas, supiérame declarar, que me
voy regalando en ello y no lo sé decir y aun por ventura no lo sé
entender.
4. De que Dios, hermanas, os traiga a beber de esta agua y las que
ahora lo bebéis, gustaréis de esto y entenderéis cómo el verdadero
amor de Dios -si está en su fuerza, ya libre de cosas de tierra del
todo y que vuela sobre ellas- cómo es señor de todos los elementos
y del mundo. Y como el agua procede de la tierra, no hayáis miedo
que mate este fuego de amor de Dios; no es de su jurisdicción.
Aunque son contrarios, es ya señor absoluto; no le está sujeto.
Y así no os espantaréis, hermanas, de lo mucho que he puesto en
este libro para que procuréis esta libertad. ¿No es linda cosa que
una pobre monja de San José pueda llegar a señorear toda la tierra
y elementos? Y ¿qué mucho que los santos hiciesen de ellos lo que
querían, con el favor de Dios? A San Martín el fuego y las aguas le
obedecían; a San Francisco hasta las aves y los peces, y así a
otros muchos santos. Se veía claro ser tan señores de todas las
cosas del mundo, por haber bien trabajado de tenerle en poco y
sujetádose de veras con todas sus fuerzas al Señor de él. Así que,
como digo, el agua que nace en la tierra no tiene poder contra él;
sus llamas son muy altas, y su nacimiento no comienza en cosa tan
baja.
Otros fuegos hay de pequeño amor de Dios, que cualquiera suceso
los matará; mas a éste no, no: aunque toda la mar de tentaciones
venga, no le harán que deje de arder de manera que no se
enseñoree de ellas.
5. Pues si es agua de lo que llueve del cielo, muy menos le matará.
No son contrarios, sino de una tierra. No hayáis miedo se hagan
mal el un elemento al otro, antes ayuda el uno al otro a su efecto.
Porque el agua de las lágrimas verdaderas (que) son las que
proceden en verdadera oración, bien dadas del Rey del cielo) le
ayuda a encender más y hace que dure, y el fuego ayuda al agua a
enfriar. ¡Oh, válgame Dios, qué cosa tan hermosa y de tanta
maravilla, que el fuego enfría! Sí, y aun hiela todas las afecciones
del mundo, cuando se junta con el agua viva del cielo, que es la
fuente de donde proceden las lágrimas que quedan dichas, que son
dadas y no adquiridas por nuestra industria. Así que a buen seguro
que no deja calor en ninguna cosa del mundo para que se detenga
en ellas, si no es para si puede pegar este fuego, que es natural
suyo no se contentar con poco, sino que, si pudiese, abrasaría todo
el mundo.
6. Es la otra propiedad limpiar cosas no limpias. Si no hubiese agua
para lavar, ¿qué sería del mundo? ¿Sabéis qué tanto limpia esta
agua viva, esta agua celestial, esta agua clara, cuando no está
turbia, cuando no tiene lodo, sino que cae del cielo? Que de una
vez que se beba, tengo por cierto deja el alma clara y limpia de
todas las culpas. Porque -como tengo escrito- no da Dios lugar a
que beban de esta agua (que) no está en nuestro querer, por ser
cosa muy sobrenatural esta divina unión), si no es para limpiarla y
dejarla limpia y libre del lodo y miseria en que por las culpas estaba
metida. Porque otros gustos que vienen por medianería del
entendimiento, por mucho que hagan, traen el agua corriendo por la
tierra; no lo beben junto a la fuente; nunca falta en este camino
cosas lodosas en que se detengan, y no va tan puro ni tan limpio.
No llamo yo esta oración -que, como digo, va discurriendo con el
entendimiento- «agua viva», conforme a mi entender, digo; porque,
por mucho que queramos hacer, siempre se pega a nuestra alma,
ayudada de este nuestro cuerpo y bajo natural, algo de camino de
lo que no querríamos.
7. Quiérome declarar más: estamos pensando qué es el mundo y
cómo se acaba todo, para menospreciarlo. Casi sin entendernos,
nos hallamos metidos en cosas que amamos de él. Y deseándolas
huir, por lo menos nos estorba un poco pensar cómo fue y cómo
será y qué hice y qué haré. Y para pensar lo que hace al caso para
librarnos, a las veces nos metemos de nuevo en el peligro. No
porque esto se ha de dejar, mas hase de temer. Es menester no ir
descuidados.
Acá lleva este cuidado el mismo Señor, que no quiere fiarnos de
nosotros. Tiene en tanto nuestra alma, que no la deja meter en
cosas que la puedan dañar por aquel tiempo que quiere favorecerla;
sino pónela de presto junto cabe sí y muéstrale en un punto más
verdades y dala más claro conocimiento de lo que es todo, que acá
pudiéramos tener en muchos años. Porque no va libre la vista;
ciéganos el polvo como vamos caminando. Acá llévanos el Señor al
fin de la jornada sin entender cómo.
8. La otra propiedad del agua es que harta y quita la sed. Porque
sed me parece a mí quiere decir deseo de una cosa que nos hace
gran falta, que si del todo nos falta nos mata. Extraña cosa es que
si nos falta nos mata, y si nos sobra nos acaba la vida, como se ve
morir muchos ahogados. ¡Oh Señor mío, y quién se viese tan
engolfada en esta agua viva que se le acabase la vida! Mas ¿no
puede ser esto? Sí, que tanto puede crecer el amor y deseo de
Dios, que no lo pueda sufrir el sujeto natural, y así ha habido
personas que han muerto. Yo sé de una que, si no la socorriera
Dios presto con esta agua viva tan en gran abundancia, que casi la
sacaba de sí con arrobamientos. Digo que casi la sacaban de sí,
porque aquí descansa el alma. Parece que, ahogada de no poder
sufrir el mundo, resucita en Dios, y Su Majestad la habilita para que
pueda gozar lo que, estando en sí, no pudiera sin acabarse la vida.
9. Entiéndase de aquí que, como en nuestro sumo Bien no puede
haber cosa que no sea cabal, todo lo que El da es para nuestro
bien, y por mucha abundancia de esta agua que dé, no puede
haber demasía en cosa suya; porque si da mucho, hace -como he
dicho- hábil el alma para que sea capaz de beber mucho; como un
vidriero, que hace la vasija del tamaño que ve es menester para
que quepa lo que quiere echar en ella.
En el desearlo, como es de nosotros, nunca va sin falta. Si alguna
cosa buena lleva, es lo que en él ayuda el Señor. Mas somos tan
indiscretos que, como es pena suave y gustosa, nunca nos
pensamos hartar de esta pena; comemos sin tasa, ayudamos como
acá podemos a este deseo, y así algunas veces mata. ¡Dichosa tal
muerte! Mas, por ventura, con la vida ayudara a otros para morir por
deseo de esta muerte. Y esto creo hace el demonio, porque
entiende el daño que ha de hacer con vivir, y así tienta aquí de
indiscretas penitencias para quitar la salud, y no le va poco en ello.
10. Digo que quien llega a tener esta sed tan impetuosa, que se
mire mucho, porque crea que tendrá esta tentación; y aunque no
muera de sed, acabará la salud y dará muestras exteriores, aunque
no quiera, que se han de excusar por todas vías. Algunas veces
aprovechará poco nuestra diligencia, que no podremos todo lo que
se quiere encubrir. Mas estemos con cuidado, cuando vienen estos
ímpetus tan grandes de crecimiento de este deseo, para no añadir
en él, sino con suavidad cortar el hilo con otra consideración; que
nuestra naturaleza a veces podrá ser obre tanto como el amor, que
hay personas que cualquier cosa, aunque sea mala, desean con
gran vehemencia. Estas no creo serán las muy mortificadas, que
para todo aprovecha la mortificación.
Parece desatino que cosa tan buena se ataje. Pues no lo es, que yo
no digo se quite el deseo, sino que se ataje, y por ventura será con
otro que se merezca tanto.
11. Quiero decir algo para darme mejor a entender. Da un gran
deseo de verse ya con Dios y desatado de esta cárcel, como le
tenía San Pablo: pena por tal causa y que debe en sí ser muy
gustosa; no será menester poca mortificación para atajarla, y del
todo no podrá. Mas cuando viere aprieta tanto que casi va a quitar
el juicio (como) yo vi a una persona no ha mucho, y de natural
impetuosa, aunque demostrada a quebrar su voluntad -me parece
lo ha ya perdido, porque se ve en otras cosas- digo que por un rato,
que la vi como desatinada de la gran pena y fuerza que se hizo en
disimularla), digo que en caso tan excesivo, aunque fuese espíritu
de Dios, tengo por humildad temer, porque no hemos de pensar
tenemos tanta caridad, que nos pone en tan gran aprieto.
12. Y digo que no tendré por malo (si) puede -digo- que por ventura
todas veces no podrá) que mude el deseo pensando si vive servirá
más a Dios, y podrá ser a alguna alma que se había de perder la dé
luz, y que con servir más, merecerá por donde pueda gozar más de
Dios, y témase lo poco que ha servido. Y son buenos consuelos
para tan gran trabajo, y aplacará su pena y ganará mucho, pues por
servir al mismo Señor se quiere acá pasar y vivir con su pena. Es
como si uno tuviese un gran trabajo o grave dolor, consolarle con
decir tenga paciencia y se deje en las manos de Dios, y que cumpla
en él su voluntad, que dejarnos en ellas es lo más acertado en todo.
13. Y si el demonio ayudó en alguna manera a tan gran deseo, que
sería posible, como cuenta creo Casiano de un ermitaño de
asperísima vida, que le hizo entender se echase en un pozo porque
vería más presto a Dios; yo bien creo no debía haber servido con
humildad ni bien; porque fiel es el Señor y no consintiera Su
Majestad se cegara en cosa tan manifiesta. Mas está claro si el
deseo fuera de Dios, no le hiciera mal: trae consigo la luz y la
discreción y la medida. Esto es claro, sino que este adversario,
enemigo nuestro, por dondequiera que puede, procura dañar. Y
pues él no anda descuidado, no lo andemos nosotros. Este es
punto importante para muchas cosas, así para acortar el tiempo de
la oración, por gustosa que sea, cuando se ven acabar las fuerzas
corporales o hacer daño a la cabeza. En todo es muy necesario
discreción.
14. ¿Para qué pensáis, hijas, que he pretendido declarar el fin y
mostrar el premio antes de la batalla, con deciros el bien que trae
consigo llegar a beber de esta fuente celestial, de esta agua viva?
Para que no os congojéis del trabajo y contradicción que hay en el
camino, y vayáis con ánimo y no os canséis. Porque -como he
dicho- podrá ser que después de llegadas, que no os falta sino
bajaros a beber en la fuente, lo dejéis todo y perdáis este bien,
pensando no tendréis fuerza para llegar a él y que no sois para ello.
15. Mirad que convida el Señor a todos. Pues es la misma verdad,
no hay que dudar. Si no fuera general este convite, no nos llamara
el Señor a todos, y aunque los llamara, no dijera: «Yo os daré de
beber». Pudiera decir: «Venid todos, que, en fin, no perderéis nada;
y los que a mí me pareciere, yo los daré de beber». Mas como dijo,
sin esta condición, «a todos», tengo por cierto que todos los que no
se quedaren en el camino, no les faltará esta agua viva.
Dénos el Señor, que la promete, gracia para buscarla como se ha
de buscar, por quien Su Majestad es.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 20
Trata cómo por diferentes vías nunca falta consolación en el camino
de la oración, y aconseja a las hermanas de esto sean sus pláticas
siempre.
1. Parece que me contradigo en este capítulo pasado de lo que
había dicho; porque, cuando consolaba a las que no llegaban aquí,
dije que tenía el Señor diferentes caminos por donde iban a El, así
como había muchas moradas. Así lo torno ahora a decir; porque,
como entendió Su Majestad nuestra flaqueza, proveyó como quien
es. Mas no dijo: «por este camino vengan unos y por éste otros»;
antes fue tan grande su misericordia, que a nadie quitó procurase
venir a esta fuente de vida a beber. ¡Bendito sea por siempre, y con
cuánta razón me lo quitara a mí!
2. Pues no me mandó lo dejase cuando lo comencé e hizo que me
echasen en el profundo, a buen seguro que no lo quite a nadie,
antes públicamente nos llama a voces. Mas, como es tan bueno, no
nos fuerza, antes da de muchas maneras a beber a los que le
quieren seguir, para que ninguno vaya desconsolado ni muera de
sed. Porque de esta fuente caudalosa salen arroyos, unos grandes
y otros pequeños, y algunas veces charquitos para niños, que
aquello les basta, y más sería espantarlos ver mucha agua; éstos
son los que están en los principios.
Así que, hermanas, no hayáis miedo muráis de sed en este camino.
Nunca falta agua de consolación tan falto que no se pueda sufrir. Y
pues esto es así, tomad mi consejo y no os quedéis en el camino,
sino pelead como fuertes hasta morir en la demanda, pues no
estáis aquí a otra cosa sino a pelear. Y con ir siempre con esta
determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del camino, si
os llevare el Señor con alguna sed en esta vida, en la que es para
siempre os dará con toda abundancia de beber y sin temor que os
ha de faltar. Plega al Señor no le faltemos nosotras, amén.
3. Ahora, para comenzar este camino que queda dicho de manera
que no se yerre desde el principio, tratemos un poco de cómo se ha
de principiar esta jornada, porque es lo que más importa; digo que
importa el todo para todo. No digo que quien no tuviere la
determinación que aquí diré le deje de comenzar, porque el Señor
le irá perfeccionando; y cuando no hiciese más de dar un paso,
tiene en sí tanta virtud, que no haya miedo lo pierda ni le deje de
ser muy bien pagado.
Es -digamos- como quien tiene una cuenta de perdones, que si la
reza una vez gana, y mientras más veces, más. Mas si nunca llega
a ella, sino que se la tiene en el arca, mejor fuera no tenerla. Así
que, aunque no vaya después por el mismo camino, lo poco que
hubiere andado de él le dará luz para que vaya bien por los otros, y
si más andare, más. En fin, tenga cierto que no le hará daño el
haberle comenzado para cosa ninguna, aunque le deje, porque el
bien nunca hace mal.
Por eso todas las personas que os trataren, hijas, habiendo
disposición y alguna amistad, procurad quitarlas el miedo de
comenzar tan gran bien. Y por amor de Dios os pido que vuestro
trato sea siempre ordenado a algún bien de quien hablareis, pues
vuestra oración ha de ser para provecho de las almas. Y pues esto
habéis siempre de pedir al Señor, mal parecería, hermanas, no lo
procurar de todas maneras.
4. Si queréis ser buen deudo, ésta es la verdadera amistad. Si
buena amiga, entended que no lo podéis ser sino por este camino.
Ande la verdad en vuestros corazones, como ha de andar por la
meditación, y veréis claro el amor que somos obligadas a tener a
los prójimos.
No es ya tiempo, hermanas, de juego de niños, que no parece otra
cosa estas amistades del mundo, aunque sean buenas; ni haya
entre vosotras tal plática de «si me queréis», «no me queréis», ni
con deudos ni nadie, si no fuere yendo fundadas en un gran fin y
provecho de aquel ánima. Que puede acaecer, para que os
escuche vuestro deudo o hermano o persona semejante una verdad
y la admita, haber de disponerle con estas pláticas y muestras de
amor que a la sensualidad siempre contentan; y acaecerá tener en
más una buena palabra -que así la llaman- y disponer más que
muchas de Dios, para que después éstas quepan. Y así, yendo con
advertencia de aprovechar, no las quito. Mas si no es para esto,
ningún provecho pueden traer, y podrán hacer daño sin entenderlo
vosotras. Ya saben que sois religiosas y que vuestro trato es de
oración. No se os ponga delante: «no quiero que me tengan por
buena», porque es provecho o daño común el que en vos vieren. Y
es gran mal a las que tanta obligación tienen de no hablar sino en
Dios, como las monjas, les parezca bien disimulación en este caso,
si no fuese alguna vez para más bien.
Este es vuestro trato y lenguaje; quien os quisiere tratar,
depréndale; y si no, guardaos de deprender vosotras el suyo: será
infierno.
5. Si os tuvieren por groseras, poco va en ello; si por hipócritas,
menos. Ganaréis de aquí que no os vea sino quien se entendiere
por esta lengua. Porque no lleva camino uno que no sabe
algarabía, gustar de hablar mucho con quien no sabe otro lenguaje.
Y así, ni os cansarán ni dañarán, que no sería poco daño comenzar
a hablar nueva lengua, y todo el tiempo se os iría en eso. Y no
podéis saber como yo, que lo he experimentado, el gran mal que es
para el alma, porque por saber la una se le olvida la otra, y es un
perpetuo desasosiego, del que en todas maneras habéis de huir.
Porque lo que mucho conviene para este camino que comenzamos
a tratar es paz y sosiego en el alma.
6. Si las que os trataren quisieren deprender vuestra lengua, ya que
no es vuestro de enseñar, podéis decir las riquezas que se ganan
en deprenderla. Y de esto no os canséis, sino con piedad y amor y
oración porque le aproveche, para que, entendiendo la gran
ganancia, vaya a buscar maestro que le enseñe; que no sería poca
merced que os hiciese el Señor despertar a algún alma para este
bien.
Mas ¡qué de cosas se ofrecen en comenzando a tratar de este
camino aun a quien tan mal ha andado por él como yo! Plega al
Señor os lo sepa, hermanas, decir mejor que lo he hecho, amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 21
Que dice lo mucho que importa comenzar con gran determinación a
tener oración, y no hacer caso de los inconvenientes que el
demonio pone.
1. No os espantéis, hijas, de las muchas cosas que es menester
mirar para comenzar este viaje divino, que es camino real para el
cielo. Gánase yendo por él gran tesoro, no es mucho que cueste
mucho a nuestro parecer. Tiempo vendrá que se entienda cuán
nonada es todo para tan gran precio.
2. Ahora, tornando a los que quieren ir por él y no parar hasta el fin,
que es llegar a beber de esta agua de vida, cómo han de comenzar,
digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada
determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere,
suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure
quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el
camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera
se hunda el mundo, como muchas veces acaece con decirnos:
«hay peligros», «fulana por aquí se perdió», «el otro se engañó»,
«el otro, que rezaba mucho, cayó», «hacen daño a la virtud», «no
es para mujeres, que les podrán venir ilusiones», «mejor será que
hilen», «no han menester esas delicadeces», «basta el Paternóster
y Avemaría».
3. Esto así lo digo yo, hermanas, y ¡cómo si basta! Siempre es gran
bien fundar vuestra oración sobre oraciones dichas de tal boca
como la del Señor. En esto tienen razón, que si no estuviese ya
nuestra flaqueza tan flaca y nuestra devoción tan tibia, no eran
menester otros conciertos de oraciones, ni eran menester otros
libros. Y así me ha parecido ahora (pues,) como digo, hablo con
almas que no pueden recogerse en otros misterios, que les parece
es menester artificio y hay algunos ingenios tan ingeniosos que
nada les contenta), iré fundando por aquí unos principios y medios y
fines de oración, aunque en cosas subidas no me detendré; y no os
podrán quitar libros, que si sois estudiosas, y teniendo humildad, no
habéis menester otra cosa.
4. Siempre yo he sido aficionada y me han recogido más las
palabras de los Evangelios que libros muy concertados. En
especial, si no era el autor muy aprobado, no los había gana de
leer. Allegada, pues, a este Maestro de la sabiduría, quizá me
enseñará alguna consideración que os contente.
No digo que diré declaración de estas oraciones divinas (que) no
me atrevería y hartas hay escritas; y que no las hubiera, sería
disparate), sino consideración sobre las palabras del Paternóster.
Porque algunas veces con muchos libros parece se nos pierde la
devoción en lo que tanto nos va tenerla, que está claro que el
mismo maestro cuando enseña una cosa toma amor con el
discípulo, y gusta de que le contente lo que le enseña, y le ayuda
mucho a que lo deprenda, y así hará este Maestro celestial con
nosotras.
5. Por eso, ningún caso hagáis de los miedos que os pusieren ni de
los peligros que os pintaren. Donosa cosa es que quiera yo ir por un
camino adonde hay tantos ladrones, sin peligros, y a ganar un gran
tesoro. Pues bueno anda el mundo para que os le dejen tomar en
paz; sino que por un maravedí de interés se pondrán a no dormir
muchas noches y a desasosegaros cuerpo y alma. Pues cuando
yéndole a ganar -o a robar, como dice el Señor que le ganan los
esforzados- y por camino real y por camino seguro, por el que fue
nuestro Rey y por el que fueron todos sus escogidos y santos, os
dicen hay tantos peligros y os ponen tantos temores, los que van, a
su parecer, a ganar este bien sin camino, ¿qué son los peligros que
llevarán?
6. ¡Oh hijas mías!, que muchos más sin comparación, sino que no
los entienden hasta dar de ojos en el verdadero peligro, cuando no
hay quien les dé la mano, y pierden del todo el agua sin beber poca
ni mucha, ni de charco ni de arroyo.
Pues ya veis, sin gota de esta agua ¿cómo se pasará camino
adonde hay tantos con quien pelear? Está claro que al mejor tiempo
morirán de sed; porque, queramos que no, hijas mías, todos
caminamos para esta fuente, aunque de diferentes maneras. Pues
creedme vosotras y no os engañe nadie en mostraros otro camino
sino el de la oración. [7] Yo no hablo ahora en que sea mental o
vocal para todos; para vosotras digo que lo uno y lo otro habéis
menester. Este es el oficio de los religiosos. Quien os dijere que
esto es peligro, tenedle a él por el mismo peligro y huid de él. Y no
se os olvide, que por ventura habéis menester este consejo. Peligro
será no tener humildad y las otras virtudes; mas camino de oración
camino de peligro, nunca Dios tal quiera. El demonio parece ha
inventado poner estos miedos, y así ha sido mañoso a hacer caer a
algunos que tenían oración, al parecer.
8. Y mirad qué ceguedad del mundo, que no miran los muchos
millares que han caído en herejías y en grandes males sin tener
oración, sino distracción, y entre la multitud de éstos, si el demonio,
por hacer mejor su negocio, ha hecho caer a algunos que tenían
oración, ha hecho poner tanto temor a algunos para las cosas de
virtud. Estos que toman este amparo para librarse, se guarden;
porque huyen del bien para librarse del mal. Nunca tan mala
invención he visto: bien parece del demonio. ¡Oh Señor mío!, tornad
por Vos; mirad que entienden al revés vuestras palabras. No
permitáis semejantes flaquezas en vuestros siervos.
9. Hay un gran bien: que siempre veréis algunos que os ayuden.
Porque esto tiene el verdadero siervo de Dios, a quien Su Majestad
ha dado luz del verdadero camino, que en estos temores le crece
más el deseo de no parar. Entiende claro por dónde va a dar el
golpe el demonio, y húrtale el cuerpo y quiébrale la cabeza. Más
siente él esto, que cuantos placeres otros le hacen le contentan.
Cuando en un tiempo de alboroto, en una cizaña que ha puesto que parece lleva a todos tras sí medio ciegos, porque es debajo de
buen celo-, levanta Dios uno que los abra los ojos y diga que miren
los ha puesto niebla para no ver el camino, ¡qué grandeza de Dios,
que puede más a las veces un hombre solo o dos que digan
verdad, que muchos juntos!; tornan poco a poco a descubrir el
camino, dales Dios ánimo. Si dicen que hay peligro en la oración,
procura se entienda cuán buena es la oración, si no por palabras,
por obras. Si dicen que no es bien a menudo las comuniones,
entonces las frecuentan más. Así que como haya uno o dos que sin
temor sigan lo mejor, luego torna el Señor poco a poco a ganar lo
perdido.
10. Así que, hermanas, dejaos de estos miedos. Nunca hagáis caso
en cosas semejantes de la opinión del vulgo. Mirad que no son
tiempos de creer a todos, sino a los que viereis van conforme a la
vida de Cristo. Procurad tener limpia conciencia y humildad,
menosprecio de todas las cosas del mundo y creer firmemente lo
que tiene la Madre Santa Iglesia, y a buen seguro que vais buen
camino.
Dejaos -como he dicho- de temores, adonde no hay qué temer. Si
alguno os los pusiere, declaradle con humildad el camino. Decid
que Regla tenéis que os manda orar sin cesar -que así nos lo
manda- y que la habéis de guardar. Si os dijeren que sea
vocalmente, apurad si ha de estar el entendimiento y corazón en lo
que decís. Si os dijeren que sí -que no podrán decir otra cosa-, veis
adonde confiesan que habéis forzado de tener oración mental, y
aun contemplación, si os la diere Dios allí.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 22
En que declara qué es oración mental.
1. Sabed, hijas, que no está la falta para ser o no ser oración mental
en tener cerrada la boca. Si hablando, estoy enteramente
entendiendo y viendo que hablo con Dios con más advertencia que
en las palabras que digo, junto está oración mental y vocal. Salvo si
no os dicen que estéis hablando con Dios rezando el Paternóster y
pensando en el mundo; aquí callo. Mas si habéis de estar, como es
razón se esté, hablando con tan gran Señor, que es bien estéis
mirando con quién habláis y quién sois vos, siquiera para hablar
con crianza. Porque ¿cómo podéis llamar al rey Alteza, ni saber las
ceremonias que se hacen para hablar a un grande, si no entendéis
bien qué estado tiene y qué estado tenéis vos? Porque conforme a
esto se ha de hacer el acatamiento, y conforme al uso, porque aun
esto es menester también que sepáis. Si no, enviaros han para
simple y no negociaréis cosa.
Pues ¿qué es esto, Señor mío? ¿Qué es esto, mi Emperador?
¿Cómo se puede sufrir? Rey sois, Dios mío, sin fin, que no es reino
prestado el que tenéis. Cuando en el Credo se dice «vuestro reino
no tiene fin», casi siempre me es particular regalo. Aláboos, Señor,
y bendígoos para siempre; en fin, vuestro reino durará para
siempre. Pues nunca Vos, Señor, permitáis se tenga por bueno que
quien fuere a hablar con Vos, sea sólo con la boca.
2. ¿Qué es esto, cristianos, los que decís no es menester oración
mental, entendéisos? Cierto, que pienso que no os entendéis, y así
queréis desatinemos todos: ni sabéis cuál es oración mental ni
cómo se ha de rezar la vocal ni qué es contemplación, porque si lo
supieseis no condenaríais por un cabo lo que alabáis por otro.
3. Yo he de poner siempre junta oración mental con la vocal,
cuando se me acordare, porque no os espanten, hijas; que yo sé en
qué caen estas cosas, que he pasado algún trabajo en este caso, y
así no querría que nadie os trajese desasosegadas, que es cosa
dañosa ir con miedo este camino. Importa mucho entender que vais
bien, porque en diciendo a algún caminante que va errado y que ha
perdido el camino, le hacen andar de un cabo a otro, y todo lo que
anda buscando por dónde ha de ir se cansa y gasta el tiempo y
llega más tarde.
¿Quién puede decir es mal, si comenzamos a rezar las Horas o el
rosario, que comience a pensar con quién va a hablar y quién es el
que habla, para ver cómo le ha de tratar? Pues yo os digo,
hermanas, que si lo mucho que hay que hacer en entender estos
dos puntos se hiciese bien, que primero que comencéis la oración
vocal que vais a rezar, ocupéis harto tiempo en la mental. Sí, que
no hemos de llegar a hablar a un príncipe con el descuido que a un
labrador, o como con una pobre como nosotras, que como quiera
que nos hablaren va bien.
4. Razón es que, ya que por la humildad de este Rey, si como
grosera no sé hablar con él, no por eso me deja de oír ni me deja
de llegar a sí ni me echan fuera sus guardas; porque saben bien los
ángeles que están allí la condición de su Rey, que gusta más de
estas groserías de un pastorcito humilde que ve que si más supiera
más dijera, que de los muy sabios y letrados, por elegantes
razonamientos que hagan, si no van con humildad. Así que no
porque El sea bueno, hemos de ser nosotros descomedidos.
Siquiera para agradecerle el mal olor que sufre en consentir cabe sí
una como yo, es bien que procuremos conocer su limpieza y quién
es. Es verdad que se entiende luego en llegando, como con los
señores de acá, que con que nos digan quién fue su padre y los
cuentos que tiene de renta y el dictado, no hay más que saber.
Porque acá no se hace cuenta de las personas para hacerlas
honra, por mucho que merezcan, sino de las haciendas.
5. ¡Oh miserable mundo! Alabad mucho a Dios, hijas, que habéis
dejado cosa tan ruin, adonde no hacen caso de lo que ellos en sí
tienen, sino de lo que tienen sus renteros y vasallos; y si ellos
faltan, luego falta de hacerle honra. Cosa donosa es ésta para que
os holguéis cuando hayáis todas de tomar alguna recreación, que
éste es buen pasatiempo, entender cuán ciegamente pasan su
tiempo los del mundo.
6. ¡Oh Emperador nuestro, sumo poder, suma bondad, la misma
sabiduría, sin principio, sin fin, sin haber término en vuestras obras,
son infinitas, sin poderse comprender, un piélago sin suelo de
maravillas, una hermosura que tiene en sí todas las hermosuras, la
misma fortaleza! ¡Oh, válgame Dios! ¡quién tuviera aquí junta toda
la elocuencia de los mortales, y sabiduría para saber bien -como
acá se puede saber, que todo es no saber nada, para este casodar a entender alguna de las muchas cosas que podemos
considerar para conocer algo de quién es este Señor y bien
nuestro!
7. Sí, llegaos a pensar y entender, en llegando, con quién vais a
hablar o con quién estáis hablando. En mil vidas de las nuestras no
acabaremos de entender cómo merece ser tratado este Señor, que
los ángeles tiemblan delante de él. Todo lo manda, todo lo puede,
su querer es obrar. Pues razón será, hijas, que procuremos
deleitarnos en estas grandezas que tiene nuestro Esposo y que
entendamos con quién estamos casadas, qué vida hemos de tener.
¡Oh, válgame Dios!, pues acá, cuando uno se casa, primero sabe
con quién, quién es y qué tiene. Nosotras, ya desposadas, antes de
las bodas, que nos ha de llevar a su casa, pues acá no quitan estos
pensamientos a las que están desposadas con los hombres, ¿por
qué nos han de quitar que procuremos entender quién es este
hombre y quién es su Padre y qué tierra es ésta adonde me ha de
llevar y qué bienes son los que promete darme, qué condición tiene,
cómo podré contentarle mejor, en qué le haré placer, y estudiar
cómo haré mi condición que conforme con la suya? Pues si una
mujer ha de ser bien casada, no le avisan otra cosa sino que
procure esto, aunque sea hombre muy bajo su marido.
8. Pues, Esposo mío, ¿en todo han de hacer menos caso de Vos
que de los hombres? Si a ellos no les parece bien esto, dejen os
vuestras esposas, que han de hacer vida con Vos. Es verdad que
es buena vida. Si un esposo es tan celoso que quiere no trate con
nadie su esposa, ¡linda cosa es que no piense en cómo le hará este
placer y la razón que tiene de sufrirle y de no querer que trate con
otro, pues en él tiene todo lo que puede querer!
Esta es oración mental, hijas mías, entender estas verdades. Si
queréis ir entendiendo esto y rezando vocalmente, muy
enhorabuena. No me estéis hablando con Dios y pensando en otras
cosas, que esto hace no entender qué cosa es oración mental. Creo
va dado a entender. Plega al Señor lo sepamos obrar, amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 23
Trata de lo que importa no tornar atrás quien ha comenzado camino
de oración, y torna a hablar de lo mucho que va en que sea con
determinación.
1. Pues digo que va muy mucho en comenzar con gran
determinación, por tantas causas que sería alargarme mucho si las
dijese. Solas dos o tres os quiero, hermanas, decir:
La una es que no es razón que a quien tanto nos ha dado y
continuo da, que una cosa que nos queremos determinar a darle,
que es este cuidadito (no,) cierto, sin interés, sino con tan grandes
ganancias), no se lo dar con toda determinación sino como quien
presta una cosa para tornarla a tomar. Esto no me parece a mí dar,
antes siempre queda con algún disgusto a quien han emprestado
una cosa cuando se la tornan a tomar, en especial si la ha menester
y la tenía ya como por suya, o que si son amigos y a quien la prestó
debe muchas dadas sin ningún interés: con razón le parecerá
poquedad y muy poco amor, que aun una cosita suya no quiere
dejar en su poder, siquiera por señal de amor.
2. ¿Qué esposa hay que recibiendo muchas joyas de valor de su
esposo no le dé siquiera una sortija, no por lo que vale, que ya todo
es suyo, sino por prenda que será suya hasta que muera? Pues
¿qué menos merece este Señor, para que burlemos de él, dando y
tomando una nonada que le damos? Sino que este poquito de
tiempo que nos determinamos de darle de cuanto gastamos en
nosotros mismos y en quien no nos lo agradecerá, ya que aquel
rato le queremos dar, démosle libre el pensamiento y desocupado
de otras cosas, y con toda determinación de nunca jamás se le
tornar a tomar, por trabajos que por ello nos vengan, ni por
contradicciones ni por sequedades; sino que ya como cosa no mía
tenga aquel tiempo y piense me le pueden pedir por justicia cuando
del todo no se le quisiere dar.
3. Llamo «del todo», porque no se entiende que dejarlo algún día, o
algunos, por ocupaciones justas o por cualquier indisposición, es
tomársele ya. La intención esté firme, que no es nada delicado mi
Dios: no mira en menudencias. Así tendrá qué os agradecer; es dar
algo. Lo demás, bueno es a quien no es franco, sino tan apretado
que no tiene corazón para dar; harto es que preste. En fin, haga
algo, que todo lo toma en cuenta este Señor nuestro; a todo hace
como lo queremos. Para tomarnos cuenta no es nada menudo, sino
generoso; por grande que sea el alcance, tiene El en poco
perdonarle. Para pagarnos es tan mirado, que no hayáis miedo que
un alzar de ojos con acordarnos de El deje sin premio.
4. Otra causa es porque el demonio no tiene tanta mano para
tentar. Ha gran miedo a ánimas determinadas, que tiene ya
experiencia le hacen gran daño, y cuanto él ordena para dañarlas,
viene en provecho suyo y de los otros y que sale él con pérdida. Y
ya que no hemos nosotros de estar descuidados ni confiar en esto,
porque lo habemos con gente traidora, y a los apercibidos no osan
tanto acometer, porque es muy cobarde; mas si viese descuido,
haría gran daño. Y si conoce a uno por mudable y que no está firme
en el bien y con gran determinación de perseverar, no le dejará a
sol ni a sombra. Miedos le pondrá e inconvenientes que nunca
acabe. Yo lo sé esto muy bien por experiencia, y así lo he sabido
decir, y digo que no sabe nadie lo mucho que importa.
5. La otra cosa es -y que hace mucho al caso- que pelea con más
ánimo. Ya sabe que, venga lo que viniere, no ha de tornar atrás. Es
como uno que está en una batalla, que sabe, si le vencen, no le
perdonarán la vida, y que ya que no muere en la batalla ha de morir
después; pelea con más determinación y quiere vender bien su vida
-como dicen- y no teme tanto los golpes, porque lleva adelante lo
que le importa la victoria y que le va la vida en vencer.
Es también necesario comenzar con seguridad de que, si no nos
dejamos vencer, saldremos con la empresa; esto sin ninguna duda,
que por poca ganancia que saquen, saldrán muy ricos. No hayáis
miedo os deje morir de sed el Señor que nos llama a que bebamos
de esta fuente. Esto queda ya dicho, y querríalo decir muchas
veces, porque acobarda mucho a personas que aún no conocen del
todo la bondad del Señor por experiencia, aunque le conocen por
fe. Mas es gran cosa haber experimentado con la amistad y regalo
que trata a los que van por este camino, y cómo casi les hace toda
la costa.
6. Los que esto no han probado, no me maravillo quieran seguridad
de algún interés. Pues ya sabéis que es ciento por uno, aun en esta
vida, y que dice el Señor: «Pedid y daros han». Si no creéis a Su
Majestad en las partes de su Evangelio que asegura esto, poco
aprovecha, hermanas, que me quiebre yo la cabeza a decirlo.
Todavía digo que a quien tuviere alguna duda, que poco se pierde
en probarlo; que eso tiene bueno este viaje, que se da más de lo
que se pide ni acertaremos a desear. Esto es sin falta, yo lo sé. Y a
las de vosotras que lo sabéis por experiencia, por la bondad de
Dios, puedo presentar por testigos.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 24
Trata cómo se ha de rezar oración vocal con perfección, y cuán
junta anda con ella la mental.
1. Ahora, pues, tornemos a hablar con las almas que he dicho que
no se pueden recoger ni atar los entendimientos en oración mental
ni tener consideración. No nombremos aquí estas dos cosas, pues
no sois para ellas, que hay muchas personas en hecho de verdad
que sólo el nombre de oración mental o contemplación parece las
atemoriza, [2] y porque si alguna viene a esta casa, que también,
como he dicho, no van todos por un camino.
Pues lo que quiero ahora aconsejaros (y) aun puedo decir
enseñaros, porque, como madre, con el oficio de priora que tengo,
es lícito), cómo habéis de rezar vocalmente, porque es razón
entendáis lo que decís. Y porque quien no puede pensar en Dios
puede ser que oraciones largas también le cansen, tampoco me
quiero entremeter en ellas, sino en las que forzado habemos de
rezar, pues somos cristianos, que es el Paternóster y Avemaría;
porque no puedan decir por nosotras que hablamos y no nos
entendemos, salvo si no nos parece basta irnos por la costumbre,
con sólo pronunciar las palabras, que esto basta. Si basta o no, en
eso no me entremeto, los letrados lo dirán. Lo que yo querría
hiciésemos nosotras, hijas, es que no nos contentemos con solo
eso. Porque cuando digo «credo», razón me parece será que
entienda y sepa lo que creo; y cuando «Padre nuestro», amor será
entender quién es este Padre nuestro y quién es el maestro que
nos enseñó esta oración.
3. Si queréis decir que ya os lo sabéis y que no hay para qué se os
acuerde, no tenéis razón; que mucho va de maestro a maestro,
pues aun de los que acá nos enseñan es gran desgracia no nos
acordar; en especial, si son santos y son maestros del alma, es
imposible, si somos buenos discípulos. Pues de tal maestro como
quien nos enseñó esta oración y con tanto amor y deseo que nos
aprovechase, nunca Dios quiera que no nos acordemos de El
muchas veces cuando decimos la oración, aunque por ser flacos no
sean todas.
4. Pues cuanto a lo primero, ya sabéis que enseña Su Majestad que
sea a solas; que así lo hacía El siempre que oraba, y no por su
necesidad, sino por nuestro enseñamiento. Ya esto dicho se está
que no se sufre hablar con Dios y con el mundo, que no es otra
cosa estar rezando y escuchando por otra parte lo que están
hablando, o pensar en lo que se les ofrece sin más irse a la mano;
salvo si no es algunos tiempos que, o de malos humores -en
especial si es persona que tiene melancolía- o flaqueza de cabeza,
que aunque más lo procura no puede, o que permite Dios días de
grandes tempestades en sus siervos para más bien suyo, y aunque
se afligen y procuran quietarse, no pueden ni están en lo que dicen,
aunque más hagan, ni asienta en nada el entendimiento, sino que
parece tiene frenesí, según anda desbaratado.
5. Y en la pena que da a quien lo tiene, verá que no es a culpa
suya. Y no se fatigue, que es peor, ni se canse en poner seso a
quien por entonces no le tiene, que es su entendimiento, sino rece
como pudiere; y aun no rece, sino como enferma procure dar alivio
a su alma: entienda en otra obra de virtud.
Esto es ya para personas que traen cuidado de sí y tienen
entendido no han de hablar a Dios y al mundo junto.
Lo que podemos hacer nosotros es procurar estar a solas, y plega a
Dios que baste, como digo, para que entendamos con quién
estamos y lo que nos responde el Señor a nuestras peticiones.
¿Pensáis que está callado? Aunque no le oímos, bien habla al
corazón cuando le pedimos de corazón.
Y bien es consideremos somos cada una de nosotras a quien
enseñó esta oración y que nos la está mostrando, pues nunca el
maestro está tan lejos del discípulo que sea menester dar voces,
sino muy junto. Esto quiero yo entendáis vosotras os conviene para
rezar bien el Paternóster: no se apartar de cabe el Maestro que os
le mostró.
6. Diréis que ya esto es consideración, que no podéis ni aun queréis
sino rezar vocalmente; porque también hay personas mal sufridas y
amigas de no se dar pena, que como no lo tienen de costumbre,
esla recoger el pensamiento al principio; y por no cansarse un poco,
dicen que no pueden más ni lo saben, sino rezar vocalmente.
Tenéis razón en decir que ya es oración mental. Mas yo os digo,
cierto, que no sé cómo lo aparte, si ha de ser bien rezado lo vocal y
entendiendo con quién hablamos. Y aun es obligación que
procuremos rezar con advertencia. Y aun plega a Dios que con
estos remedios vaya bien rezado el Paternóster y no acabemos en
otra cosa impertinente. Yo lo he probado algunas veces, y el mejor
remedio que hallo es procurar tener el pensamiento en quien
enderezó las palabras. Por eso tened paciencia y procurad hacer
costumbre de cosa tan necesaria.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 25
En que dice lo mucho que gana un alma que reza con perfección
vocalmente, y cómo acaece levantarla Dios de allí a cosas
sobrenaturales.
1. Y porque no penséis se saca poca ganancia de rezar vocalmente
con perfección, os digo que es muy posible que estando rezando el
Paternóster os ponga el Señor en contemplación perfecta, o
rezando otra oración vocal; que por estas vías muestra Su Majestad
que oye al que le habla, y le habla su grandeza, suspendiéndole el
entendimiento y atajándole el pensamiento, y tomándole -como
dicen- la palabra de la boca, que aunque quiere no puede hablar si
no es con mucha pena; [2] entiende que sin ruido de palabras le
está enseñando este Maestro divino, suspendiendo las potencias,
porque entonces antes dañarían que aprovecharían si obrasen.
Gozan sin entender cómo gozan. Está el alma abrasándose en
amor y no entiende cómo ama. Conoce que goza de lo que ama y
no sabe cómo lo goza. Bien entiende que no es gozo que alcanza el
entendimiento a desearle. Abrázale la voluntad sin entender cómo.
Mas en pudiendo entender algo, ve que no es éste bien que se
puede merecer con todos los trabajos que se pasasen juntos por
ganarle en la tierra. Es don del Señor de ella y del cielo, que en fin
da como quien es.
Esta, hijas, es contemplación perfecta.
3. Ahora entenderéis la diferencia que hay de ella a la oración
mental, que es lo que queda dicho: pensar y entender qué
hablamos y con quién hablamos y quién somos los que osamos
hablar con tan gran Señor. Pensar esto y otras cosas semejantes
de lo poco que le hemos servido y lo mucho que estamos obligados
a servir es oración mental. No penséis es otra algarabía, ni os
espante el nombre. Rezar el Paternóster y Avemaría o lo que
quisiereis, es oración vocal.
Pues mirad qué mala música hará sin lo primero: aun las palabras
no irán con concierto todas veces. En estas dos cosas podemos
algo nosotros, con el favor de Dios; en la contemplación que ahora
dije, ninguna cosa: Su Majestad es el que todo lo hace, que es obra
suya sobre nuestro natural.
4. Como está dado a entender esto de contemplación muy
largamente, lo mejor que yo lo supe declarar, en la relación que
tengo dicho escribí para que viesen mis confesores de mi vida -que
me lo mandaron-, no lo digo aquí ni hago más de tocar en ello. Las
que hubiereis sido tan dichosas que el Señor os llegue a estado de
contemplación, si le pudieseis haber, puntos tiene y avisos que el
Señor quiso acertase a decir, que os consolarían mucho y
aprovecharían, a mi parecer y al de algunos que le han visto, que le
tienen para hacer caso de él; que vergüenza es deciros yo que
hagáis caso del mío, y el Señor sabe la confusión con que escribo
mucho de lo que escribo. ¡Bendito sea que así me sufre! Las que como digo- tuvieren oración sobrenatural, procúrenle después de yo
muerta; las que no, no hay para qué, sino esforzarse a hacer lo que
en éste va dicho, y deje al Señor, que es quien lo ha de dar y no os
lo negará si no os quedáis en el camino, sino que os esforzáis hasta
llegar a la fin
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 26
En que va declarando el modo para recoger el pensamiento. -Pone
medios para ello. -Es capítulo muy provechoso para los que
comienzan oración.
1. Ahora, pues, tornemos a nuestra oración vocal para que se rece
de manera que, sin entendernos, nos lo dé Dios todo junto, y para como he dicho- rezar como es razón.
La examinación de la conciencia y decir la confesión y santiguaros,
ya se sabe ha de ser lo primero.
Procurad luego, hija, pues estáis sola, tener compañía. Pues ¿qué
mejor que la del mismo maestro que enseñó la oración que vais a
rezar? Representad al mismo Señor junto con vos y mirad con qué
amor y humildad os está enseñando. Y creedme, mientras pudiereis
no estéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos
y El ve que lo hacéis con amor y que andáis procurando
contentarle, no le podréis -como dicen- echar de vos; no os faltará
para siempre; ayudaros ha en todos vuestros trabajos; tenerle heis
en todas partes: ¿pensáis que es poco un tal amigo al lado?
2. ¡Oh hermanas, las que no podéis tener mucho discurso del
entendimiento ni podéis tener el pensamiento sin divertiros!,
¡acostumbraos, acostumbraos! Mirad que sé yo que podéis hacer
esto, porque pasé muchos años por este trabajo de no poder
sosegar el pensamiento en una cosa, y eslo muy grande. Mas sé
que no nos deja el Señor tan desiertos, que si llegamos con
humildad a pedírselo, no nos acompañe. Y si en un año no
pudiéremos salir con ello, sea en más. No nos duela el tiempo en
cosa que tan bien se gasta. ¿Quién va tras nosotros? Digo que
esto, que puede acostumbrarse a ello, y trabajar andar cabe este
verdadero Maestro.
3. No os pido ahora que penséis en El ni que saquéis muchos
conceptos ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con
vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis. Pues
¿quién os quita volver los ojos del alma, aunque sea de presto si no
podéis más, a este Señor? Pues podéis mirar cosas muy feas, ¿y
no podréis mirar la cosa más hermosa que se puede imaginar?
Pues nunca, hijas, quita vuestro Esposo los ojos de vosotras. Haos
sufrido mil cosas feas y abominaciones contra El y no ha bastado
para que os deje de mirar, ¿y es mucho que, quitados los ojos de
estas cosas exteriores, le miréis algunas veces a El? Mirad que no
está aguardando otra cosa, como dice a la esposa, sino que le
miremos. Como le quisiereis, le hallaréis. Tiene en tanto que le
volvamos a mirar, que no quedará por diligencia suya.
4. Así como dicen ha de hacer la mujer, para ser bien casada, con
su marido, que si está triste, se ha de mostrar ella triste y si está
alegre, aunque nunca lo esté, alegre (mirad) de qué sujeción os
habéis librado, hermanas), esto con verdad, sin fingimiento, hace el
Señor con nosotros: que El se hace el sujeto, y quiere seáis vos la
señora, y andar El a vuestra voluntad. Si estáis alegre, miradle
resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará.
Mas ¡con qué claridad y con qué hermosura! ¡Con qué majestad,
qué victorioso, qué alegre! Como quien tan bien salió de la batalla
adonde ha ganado un tan gran reino, que todo le quiere para vos, y
a sí con él. Pues ¿es mucho que a quien tanto os da volváis una
vez los ojos a mirarle?
5. Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del huerto: ¡qué
aflicción tan grande llevaba en su alma, pues con ser el mismo
sufrimiento la dice y se queja de ella! O miradle atado a la columna,
lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho
que os ama; tanto padecer, perseguido de unos, escupido de otros,
negado de sus amigos, desamparado de ellos, sin nadie que vuelva
por El, helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el
otro os podéis consolar. O miradle cargado con la cruz, que aun no
le dejaban hartar de huelgo. Miraros ha El con unos ojos tan
hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por
consolar los vuestros, sólo porque os vayáis vos con El a consolar y
volváis la cabeza a mirarle.
6. «¡Oh Señor del mundo, verdadero Esposo mío! -le podéis vos
decir, si se os ha enternecido el corazón de verle tal, que no sólo
queráis mirarle, sino que os holguéis de hablar con El, no oraciones
compuestas, sino de la pena de vuestro corazón, que las tiene El en
muy mucho-, ¿tan necesitado estáis, Señor mío y Bien mío, que
queréis admitir una pobre compañía como la mía, y veo en vuestro
semblante que os habéis consolado conmigo? Pues ¿cómo, Señor,
es posible que os dejan solo los ángeles, y que aun no os consuela
vuestro Padre? Si es así, Señor, que todo lo queréis pasar por mí,
¿qué es esto que yo paso por Vos? ¿De qué me quejo? Que ya he
vergüenza, de que os he visto tal, que quiero pasar, Señor, todos
los trabajos que me vinieren y tenerlos por gran bien por imitaros en
algo. Juntos andemos, Señor. Por donde fuereis, tengo de ir. Por
donde pasareis, tengo de pasar».
7. Tomad, hija, de aquella cruz. No se os dé nada de que os
atropellen los judíos, porque El no vaya con tanto trabajo. No hagáis
caso de lo que os dijeren. Haceos sorda a las murmuraciones.
Tropezando, cayendo con vuestro Esposo, no os apartéis de la cruz
ni la dejéis. Mirad mucho el cansancio con que va y las ventajas
que hace su trabajo a los que vos padecéis, por grandes que los
queráis pintar. Y por mucho que los queráis sentir, saldréis
consolada de ellos, porque veréis son cosa de burla comparados a
los del Señor.
8. Diréis, hermanas, que cómo se podrá hacer esto, que si le vierais
con los ojos del cuerpo en el tiempo que Su Majestad andaba en el
mundo, que lo hicierais de buena gana y le mirarais siempre.
-No lo creáis, que quien ahora no se quiere hacer un poquito de
fuerza a recoger siquiera la vista para mirar dentro de sí a este
Señor (que) lo puede hacer sin peligro, sino con tantito cuidado),
muy menos se pusiera al pie de la cruz con la Magdalena, que veía
la muerte al ojo. Mas ¡qué debía pasar la gloriosa Virgen y esta
bendita Santa! ¡Qué de amenazas, qué de malas palabras y qué de
encontrones, y qué descomedidas! Pues ¡con qué gente lo habían
tan cortesana! Sí, lo era del infierno, que eran ministros del
demonio. Por cierto que debía ser terrible cosa lo que pasaron; sino
que, con otro dolor mayor, no sentirían el suyo.
Así que, hermanas, no creáis erais para tan grandes trabajos, si no
sois para cosas tan pocas. Ejercitándoos en ellas, podéis venir a
otras mayores.
9. Lo que podéis hacer para ayuda de esto, procurad traer una
imagen o retrato de este Señor que sea a vuestro gusto; no para
traerle en el seno y nunca le mirar, sino para hablar muchas veces
con El, que El os dará qué le decir. Como habláis con otras
personas, ¿por qué os han más de faltar palabras para hablar con
Dios? No lo creáis; al menos yo no os creeré, si lo usáis; porque si
no, el no tratar con una persona causa extrañeza y no saber cómo
nos hablar con ella, que parece no la conocemos, y aun aunque sea
deudo, porque deudo y amistad se pierde con la falta de
comunicación.
10. También es gran remedio tomar un libro de romance bueno, aun
para recoger el pensamiento, para venir a rezar bien vocalmente, y
poquito a poquito ir acostumbrando el alma con halagos y artificio
para no la amedrentar. Haced cuenta que ha muchos años que se
ha ido de con su esposo, y que hasta que quiera tornar a su casa
es menester mucho saberlo negociar, que así somos los pecadores:
tenemos tan acostumbrada nuestra alma y pensamiento a andar a
su placer, o pesar, por mejor decir, que la triste alma no se
entiende, que para que torne a tomar amor a estar en su casa es
menester mucho artificio, y si no es así y poco a poco, nunca
haremos nada.
Y tórnoos a certificar que si con cuidado os acostumbráis a lo que
he dicho, que sacaréis tan gran ganancia que, aunque yo os la
quisiera decir, no sabré. Pues juntaos cabe este buen Maestro, muy
determinadas a deprender lo que os enseña, y Su Majestad hará
que no dejéis de salir buenas discípulas, ni os dejará si no le dejáis.
Mirad las palabras que dice aquella boca divina, que en la primera
entenderéis luego el amor que os tiene, que no es pequeño bien y
regalo del discípulo ver que su maestro le ama.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 27
En que trata el gran amor que nos mostró el Señor en las primeras
palabras del Paternóster, y lo mucho que importa no hacer caso
ninguno del linaje las que de veras quieren ser hijas de Dios.
1. «Padre nuestro que estás en los cielos».
¡Oh Señor mío, cómo parecéis Padre de tal Hijo y cómo parece
vuestro Hijo hijo de tal Padre! ¡Bendito seáis por siempre jamás!
¿No fuera al fin de la oración esta merced, Señor, tan grande? En
comenzando, nos henchís las manos y hacéis tan gran merced que
sería harto bien henchirse el entendimiento para ocupar de manera
la voluntad que no pudiese hablar palabra.
¡Oh, qué bien venía aquí, hijas, contemplación perfecta! ¡Oh, con
cuánta razón se entraría el alma en sí para poder mejor subir sobre
sí misma a que le diese este santo Hijo a entender qué cosa es el
lugar adonde dice que está su Padre, que es en los cielos!
Salgamos de la tierra, hijas mías, que tal merced como ésta no es
razón se tenga en tan poco, que después que entendamos cuán
grande es nos quedemos en la tierra.
2. ¡Oh Hijo de Dios y Señor mío!, ¿cómo dais tanto junto a la
primera palabra? Ya que os humilláis a Vos con extremo tan grande
en juntaros con nosotros al pedir y haceros hermano de cosa tan
baja y miserable, ¿cómo nos dais en nombre de vuestro Padre todo
lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos, que
vuestra palabra no puede faltar? Obligáisle a que la cumpla, que no
es pequeña carga, pues en siendo Padre nos ha de sufrir por
graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a El, como al hijo
pródigo hanos de perdonar, hanos de consolar en nuestros
trabajos, hanos de sustentar como lo ha de hacer un tal Padre, que
forzado ha de ser mejor que todos los padres del mundo, porque en
El no puede haber sino todo bien cumplido, y después de todo esto
hacernos participantes y herederos con Vos.
3. Mirad, Señor mío, que ya que Vos, con el amor que nos tenéis y
con vuestra humildad, no se os ponga nada delante, en fin, Señor,
estáis en la tierra y vestido de ella, pues tenéis nuestra naturaleza,
parece tenéis causa alguna para mirar nuestro provecho; mas mirad
que vuestro Padre está en el cielo; Vos lo decís; es razón que
miréis por su honra. Ya que estáis Vos ofrecido a ser deshonrado
por nosotros, dejad a vuestro Padre libre; no le obliguéis a tanto por
gente tan ruin como yo, que le ha de dar tan malas gracias.
4. ¡Oh buen Jesús, qué claro habéis mostrado ser una cosa con El,
y que vuestra voluntad es la suya y la suya vuestra! ¡Qué confesión
tan clara, Señor mío! ¡Qué cosa es el amor que nos tenéis! Habéis
andado rodeando, encubriendo al demonio que sois Hijo de Dios, y
con el gran deseo que tenéis de nuestro bien no se os pone cosa
delante por hacernos tan grandísima merced. ¿Quién la podía
hacer sino Vos, Señor? Yo no sé cómo en esta palabra no entendió
el demonio quién erais, sin quedarle duda. Al menos bien veo, mi
Jesús, que habéis hablado, como Hijo regalado, por Vos y por
nosotros, y que sois poderoso para que se haga en el cielo lo que
Vos decís en la tierra. Bendito seáis por siempre, Señor mío, que
tan amigo sois de dar, que no se os pone cosa delante.
5. Pues ¿paréceos, hijas, que es buen maestro éste, pues para
aficionarnos a que deprendamos lo que nos enseña, comienza
haciéndonos tan gran merced? Pues ¿paréceos ahora que será
razón que, aunque digamos vocalmente esta palabra, dejemos de
entender con el entendimiento, para que se haga pedazos nuestro
corazón con ver tal amor? Pues ¿qué hijo hay en el mundo que no
procure saber quién es su padre, cuando le tiene bueno y de tanta
majestad y señorío? Aun si no lo fuera, no me espantara no nos
quisiéramos conocer por sus hijos, porque anda el mundo tal que si
el padre es más bajo del estado en que está el hijo, no se tiene por
honrado en conocerle por padre.
6. Esto no viene aquí, porque en esta casa nunca plega a Dios haya
acuerdo de cosa de éstas, sería infierno; sino que la que fuere más,
tome menos a su padre en la boca. Todas han de ser iguales.
¡Oh Colegio de Cristo, que tenía más mando San Pedro con ser un
pescador y le quiso así el Señor, que San Bartolomé, que era hijo
de rey! Sabía Su Majestad lo que había de pasar en el mundo sobre
cuál era de mejor tierra, que no es otra cosa sino debatir si será
buena para adobes o para tapias. ¡Válgame Dios, qué gran trabajo
traemos! Dios os libre, hermanas, de semejantes contiendas,
aunque sea en burlas. Yo espero en Su Majestad que sí hará.
Cuando algo de esto en alguna hubiese, póngase luego remedio y
ella tema no sea estar Judas entre los Apóstoles; denla penitencias
hasta que entienda que aun tierra muy ruin no merecía ser.
Buen Padre os tenéis, que os da el buen Jesús. No se conozca
aquí otro padre para tratar de él. Y procurad, hijas mías, ser tales
que merezcáis regalaros con El, y echaros en sus brazos. Ya sabéis
que no os echará de sí, si sois buenas hijas. Pues ¿quién no
procurará no perder tal Padre?
7. ¡Oh, válgame Dios!, y que hay aquí en qué os consolar, que por
no me alargar más lo quiero dejar a vuestros entendimientos; que
por disparatado que ande el pensamiento, entre tal Hijo y tal Padre
forzado ha de estar el Espíritu Santo, que enamore vuestra voluntad
y os la ate tan grandísimo amor, ya que no baste para esto tan gran
interés.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 28
En que declara qué es oración de recogimiento, y pónense algunos
medios para acostumbrarse a ella.
1. Ahora mirad que dice vuestro Maestro: «Que estás en los cielos».
¿Pensáis que importa poco saber qué cosa es cielo y adónde se ha
de buscar vuestro sacratísimo Padre? Pues yo os digo que para
entendimientos derramados que importa mucho, no sólo creer esto,
sino procurarlo entender por experiencia. Porque es una de las
cosas que ata mucho el entendimiento y hace recoger el alma.
2. Ya sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está que
adonde está el rey, allí dicen está la corte. En fin, que adonde está
Dios, es el cielo. Sin duda lo podéis creer que adonde está Su
Majestad está toda la gloria. Pues mirad que dice San Agustín que
le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí
mismo. ¿Pensáis que importa poco para un alma derramada
entender esta verdad y ver que no ha menester para hablar con su
Padre Eterno ir al cielo, ni para regalarse con El, ni ha menester
hablar a voces? Por paso que hable, está tan cerca que nos oirá. Ni
ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y
mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con
gran humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre,
contarle sus trabajos, pedirle remedio para ellos, entendiendo que
no es digna de ser su hija.
3. Se deje de unos encogimientos que tienen algunas personas y
piensan es humildad. Sí, que no está la humildad en que si el rey os
hace una merced no la toméis, sino tomarla y entender cuán
sobrada os viene y holgaros con ella. ¡Donosa humildad, que me
tenga yo al Emperador del cielo y de la tierra en mi casa, que se
viene a ella por hacerme merced y por holgarse conmigo, y que por
humildad ni le quiera responder ni estarme con El ni tomar lo que
me da, sino que le deje solo. Y que estándome diciendo y rogando
le pida, por humildad me quede pobre, y aun le deje ir, de que ve
que no acabo de determinarme!
No os curéis, hijas, de estas humildades, sino tratad con El como
con padre y como con hermano y como con señor y como con
esposo; a veces de una manera, a veces de otra, que El os
enseñará lo que habéis de hacer para contentarle. Dejaos de ser
bobas; pedidle la palabra, que vuestro Esposo es,que os trate como
a tal.
4. Este modo de rezar, aunque sea vocalmente, con mucha más
brevedad se recoge el entendimiento, y es oración que trae consigo
muchos bienes. Llámase recogimiento, porque recoge el alma todas
las potencias y se entra dentro de sí con su Dios, y viene con más
brevedad a enseñarla su divino Maestro y a darla oración de
quietud, que de ninguna otra manera. Porque allí metida consigo
misma, puede pensar en la Pasión y representar allí al Hijo y
ofrecerle al Padre y no cansar el entendimiento andándole
buscando en el monte Calvario y al huerto y a la columna.
5. Las que de esta manera se pudieren encerrar en este cielo
pequeño de nuestra alma, adonde está el que le hizo, y la tierra, y
acostumbrar a no mirar ni estar adonde se distraigan estos sentidos
exteriores, crea que lleva excelente camino y que no dejará de
llegar a beber el agua de la fuente, porque camina mucho en poco
tiempo. Es como el que va en una nao, que con un poco de buen
viento se pone en el fin de la jornada en pocos días, y los que van
por tierra tárdanse más.
6. Estos están ya, como dicen, puestos en la mar; que, aunque del
todo no han dejado la tierra, por aquel rato hacen lo que pueden por
librarse de ella, recogiendo sus sentidos a sí mismos. Si es
verdadero el recogimiento, siéntese muy claro, porque hace alguna
operación. No sé cómo lo dé a entender. Quien lo tuviere, sí
entenderá. Es que parece se levanta el alma con el juego, que ya
ve lo es las cosas del mundo. Alzase al mejor tiempo y como quien
se entra en un castillo fuerte para no temer los contrarios: un
retirarse los sentidos de estas cosas exteriores y darles de tal
manera de mano que, sin entenderse, se le cierran los ojos por no
las ver, porque más se despierte la vista a los del alma.
Así, quien va por este camino casi siempre que reza tiene cerrados
los ojos, y es admirable costumbre para muchas cosas, porque es
un hacerse fuerza a no mirar las de acá. Esto al principio, que
después no es menester; mayor se la hace cuando en aquel tiempo
los abre. Parece que se entiende un fortalecerse y esforzarse el
alma a costa del cuerpo, y que le deja solo y desflaquecido, y ella
toma allí bastimento para contra él.
7. Y aunque al principio no se entienda esto, por no ser tanto -que
hay más y menos en este recogimiento-, si se acostumbra (aunque)
al principio dé trabajo, porque el cuerpo torna de su derecho, sin
entender que él mismo se corta la cabeza en no darse por vencido),
si se usa algunos días y nos hacemos esta fuerza, verse ha claro la
ganancia y entenderán, en comenzando a rezar, que se vienen las
abejas a la colmena y se entran en ella para labrar la miel, y esto
sin cuidado nuestro; porque ha querido el Señor que por el tiempo
que le han tenido, se haya merecido estar el alma y voluntad con
este señorío, que en haciendo una seña no más de que se quiere
recoger, la obedezcan los sentidos y se recojan a ella. Y aunque
después tornen a salir, es gran cosa haberse ya rendido, porque
salen como cautivos y sujetos y no hacen el mal que antes pudieran
hacer. Y en tornando a llamar la voluntad, vienen con más presteza,
hasta que a muchas entradas de éstas quiere el Señor se queden
ya del todo en contemplación perfecta.
8. Entiéndase mucho esto que queda dicho, porque, aunque parece
oscuro, se entenderá a quien quisiere obrarlo.
Así que caminan por mar; y pues tanto nos va no ir tan despacio,
hablemos un poco de cómo nos acostumbraremos a tan buen modo
de proceder. Están más seguros de muchas ocasiones; pégase
más presto el fuego del amor divino, porque con poquito que soplen
con el entendimiento, como están cerca del mismo fuego, con una
centellica que le toque se abrasará todo. Como no hay embarazo
de lo exterior, estáse sola el alma con su Dios: hay gran aparejo
para entenderse.
9. Pues hagamos cuenta que dentro de nosotras está un palacio de
grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras preciosas, en
fin, como para tal Señor; y que sois vos parte para que este edificio
sea tal, como a la verdad es así, que no hay edificio de tanta
hermosura como una alma limpia y llena de virtudes, y mientras
mayores, más resplandecen las piedras; y que en este palacio está
este gran Rey, que ha tenido por bien ser vuestro Padre; y que está
en un trono de grandísimo precio, que es vuestro corazón.
10. Parecerá esto al principio cosa impertinente -digo, hacer esta
ficción para darlo a entender- y podráser aproveche mucho, a
vosotras en especial; porque, como no tenemos letras las mujeres,
todo esto es menester para que entendamos con verdad que hay
otra cosa más preciosa, sin ninguna comparación, dentro de
nosotras que lo que vemos por de fuera. No nos imaginemos
huecas en lo interior. Y plega a Dios sean solas mujeres las que
andan con este descuido; que tengo por imposible, si trajésemos
cuidado de acordarnos tenemos tal huésped dentro de nosotras,
nos diésemos tanto a las cosas del mundo, porque veríamos cuán
bajas son para las que dentro poseemos. Pues ¿qué máshace una
alimaña que en viendo lo que le contenta a la vista harta su hambre
en la presa? Sí, que diferencia ha de haber de ellas a nosotras.
11. Reiránse de mí, por ventura, y dirán que bien claro se está esto,
y tendrán razón; porque para mí fue oscuro algún tiempo. Bien
entendía que tenía alma; mas lo que merecía esta alma y quién
estaba dentro de ella, si yo no me tapara los ojos con las vanidades
de la vida para verlo, no lo entendía. Que, a mi parecer, si como
ahora entiendo que en este palacio pequeñito de mi alma cabe tan
gran Rey, que no le dejara tantas veces solo, alguna me estuviera
con El, y más procurara que no estuviera tan sucia. Mas ¡qué cosa
de tanta admiración, quien hinchiera mil mundos y muy mucho más
con su grandeza, encerrarse en una cosa tan pequeña! A la verdad,
como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama, hácese a
nuestra medida.
12. Cuando un alma comienza, por no la alborotar de verse tan
pequeña para tener en sí cosa tan grande, no se da a conocer
hasta que va ensanchándola poco a poco, conforme a lo que es
menester para lo que ha de poner en ella. Por esto digo que trae
consigo la libertad, pues tiene el poder de hacer grande este
palacio. Todo el punto está en que se le demos por suyo con toda
determinación, y le desembaracemos para que pueda poner y quitar
como en cosa propia. Y tiene razón Su Majestad, no se lo
neguemos. Y como El no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que
le damos, mas no se da a Sí del todo hasta que nos damos del
todo.
Esto es cosa cierta y, porque importa tanto, os lo acuerdo tantas
veces: ni obra en el alma como cuando del todo sin embarazo es
suya, ni sé cómo ha de obrar; es amigo de todo concierto. Pues si
el palacio henchimos de gente baja y de baratijas, ¿cómo ha de
caber el Señor con su corte? Harto hace de estar un poquito entre
tanto embarazo.
13. ¿Pensáis, hijas, que viene solo? ¿No veis que dice su Hijo:
«que estás en los cielos?». Pues un tal Rey, a osadas que no le
dejen solo los cortesanos, sino que están con El rogándole por
nosotros todos para nuestro provecho, porque están llenos de
caridad. No penséis que es como acá, que si un señor o prelado
favorece a alguno por algunos fines, o porque quiere, luego hay las
envidias y el ser malquisto aquel pobre sin hacerles nada.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 29
Prosigue en dar medios para procurar esta oración de recogimiento.
-Dice lo poco que se nos ha de dar de ser favorecidas de los
prelados.
1. Huid, por amor de Dios, hijas, de dárseos nada de estos favores.
Procure cada una hacer lo que debe, que si el prelado no se lo
agradeciere, segura puede estar lo pagará y agradecerá el Señor.
Sí, que no venimos aquí a buscar premio en esta vida. Siempre el
pensamiento en lo que dura, y de lo de acá ningún caso hagamos,
que aun para lo que se vive no es durable; que hoy está bien con la
una; mañana, si ve una virtud más en vos, estará mejor con vos, y
si no, poco va en ello. No deis lugar a estos pensamientos, que a
las veces comienzan por poco y os pueden desasosegar mucho,
sino atajadlos con que no es acá vuestro reino y cuán presto tiene
todo fin.
2. Mas aun esto es bajo remedio, y no mucha perfección. Lo mejor
es que dure, y vos desfavorecida y abatida, y lo queráis estar por el
Señor que está con vos. Poned los ojos en vos y miraos
interiormente, como queda dicho; hallaréis vuestro Maestro, que no
os faltará, antes mientras menos consolación exterior, más regalo
os hará. Es muy piadoso, y a personas afligidas y desfavorecidas
jamás falta, si confían en El solo. Así lo dice David, que está el
Señor con los afligidos. O creéis esto o no. Si lo creéis, ¿de qué os
matáis?
3. ¡Oh Señor mío, que si de veras os conociésemos, no se nos
daría nada de nada, porque dais mucho a los que de veras se
quieren fiar de Vos! Creed, amigas, que es gran cosa entender es
verdad esto, para ver que los favores de acá todos son mentira
cuando desvían algo el alma de andar dentro de sí. ¡Oh, válgame
Dios, quién os hiciese entender esto! No yo, por cierto. Sé que con
deber yo más que ninguno, no acabo de entenderlo como se ha de
entender.
4. Pues tornando a lo que decía, quisiera yo saber declarar cómo
está esta compañía santa con nuestro acompañador, Santo de los
Santos, sin impedir a la soledad que ella y su Esposo tienen,
cuando esta alma dentro de sí quiere entrarse en este paraíso con
su Dios, y cierra la puerta tras sí a todo lo del mundo. Digo
«quiere», porque entended que esto no es cosa sobrenatural, sino
que está en nuestro querer y que podemos nosotros hacerlo con el
favor de Dios, que sin éste no se puede nada, ni podemos de
nosotros tener un buen pensamiento. Porque esto no es silencio de
las potencias; es encerramiento de ellas en sí misma el alma.
5. Vase ganando esto de muchas maneras, como está escrito en
algunos libros, que nos hemos de desocupar de todo para llegarnos
interiormente a Dios, y aun en las mismas ocupaciones retirarnos a
nosotros mismos. Aunque sea por un momento solo, aquel acuerdo
de que tengo compañía dentro de mí es gran provecho. En fin, irnos
acostumbrando a gustar de que no es menester dar voces para
hablarle, porque Su Majestad se dará a sentir cómo está allí.
6. De esta suerte rezaremos con mucho sosiego vocalmente, y es
quitarnos de trabajo. Porque a poco tiempo que forcemos a
nosotros mismos para estarnos cerca de este Señor, nos entenderá
por señas, de manera que si habíamos de decir muchas veces el
Paternóster, nos entenderá de una. Es muy amigo de quitarnos de
trabajo. Aunque en una hora no le digamos más de una vez, como
entendamos estamos con El y lo que le pedimos y la gana que tiene
de darnos y cuán de buena gana se está con nosotros, no es amigo
de que nos quebremos las cabezas hablándole mucho.
7. El Señor lo enseñe a las que no lo sabéis, que de mí os confieso
que nunca supe qué cosa era rezar con satisfacción hasta que el
Señor me enseñó este modo. Y siempre he hallado tantos
provechos de esta costumbre de recogimiento dentro de mí, que
eso me ha hecho alargar tanto.
Concluyo con que quien lo quisiere adquirir -pues, como digo, está
en nuestra mano-, no se canse de acostumbrarse a lo que queda
dicho, que es señorearse poco a poco de sí mismo, no se
perdiendo en balde; sino ganarse a sí para sí, que es aprovecharse
de sus sentidos para lo interior. Si hablare, procurar acordarse que
hay con quien hable dentro de sí mismo. Si oyere, acordarse que ha
de oír a quien más cerca le habla. En fin, traer cuenta que puede, si
quiere, nunca se apartar de tan buena compañía, y pesarle cuando
mucho tiempo ha dejado solo a su Padre, que está necesitada de
él. Si pudiere, muchas veces en el día; si no, sea pocas. Como lo
acostumbrare, saldrá con ganancia, o presto o más tarde. Después
que se lo dé el Señor, no lo trocaría por ningún tesoro.
8. Pues nada se deprende sin un poco de trabajo, por amor de
Dios, hermanas, que deis por bien empleado el cuidado que en esto
gastareis. Y yo sé que, si le tenéis, en un año y quizá en medio,
saldréis con ello, con el favor de Dios. Mirad qué poco tiempo para
tan gran ganancia como es hacer buen fundamento para si quisiere
el Señor levantaros a grandes cosas, que halle en vos aparejo,
hallándoos cerca de sí. Plega a Su Majestad no consienta nos
apartemos de su presencia, amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 30
Dice lo que importa entender lo que se pide en la oración. -Trata de
estas palabras del paternóster: «Sanctificetur nomen tuum, adveniat
regnum tuum». -Aplícalas a oración de quietud y comiénzala a
declarar.
1. ¿Quién hay, por disparatado que sea, que cuando pide a una
persona grave no lleva pensado cómo la pedir, para contentarle y
no serle desabrido, y qué le ha de pedir, y para qué ha menester lo
que le ha de dar, en especial si pide cosa señalada, como nos
enseña que pidamos nuestro buen Jesús? Cosa me parece para
notar. ¿No pudierais, Señor mío, concluir con una palabra y decir:
«dadnos, Padre, lo que nos conviene», pues a quien tan bien lo
entiende todo, no parece era menester más?
2. ¡Oh Sabiduría eterna! Para entre Vos y vuestro Padre esto
bastaba, que así lo pedisteis en el huerto;mostrasteis vuestra
voluntad y temor, mas dejásteisos en la suya. Mas a nosotros
conocéisnos, Señor mío, que no estamos tan rendidos como lo
estabais Vos a la voluntad de vuestro Padre, y que era menester
pedir cosas señaladas para que nos detuviésemos en mirar si nos
está bien lo que pedimos, y si no, que no lo pidamos. Porque,
según somos, si no nos dan lo que queremos, con este libre
albedrío que tenemos no admitiremos lo que el Señor nos diere;
porque, aunque sea lo mejor, como no vemos luego el dinero en la
mano, nunca nos pensamos ver ricos.
3. ¡Oh, válgame Dios, qué hace tener tan dormida la fe para lo uno
y lo otro, que ni acabamos de entender cuán cierto tendremos el
castigo ni cuán cierto el premio! Por eso es bien, hijas, que
entendáis lo que pedís en el Paternóster, para que, si el Padre
Eterno os lo diere, no se lo tornéis a los ojos, y penséis muy bien si
os está bien, y si no, no lo pidáis, sino pedid que os dé Su Majestad
luz; porque estamos ciegos y con hastío para no poder comer los
manjares que os han de dar vida, sino los que os han de llevar a la
muerte, y ¡qué muerte tan peligrosa y tan para siempre!
4. Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que
pedimos que venga en nosotros un tal reino: «Santificado sea tu
nombre, venga en nosotros tu reino».
Ahora mirad, hijas, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro.
Considero yo aquí, y es bien que entendamos, qué pedimos en este
reino. Mas como vio Su Majestad que no podíamos santificar ni
alabar ni engrandecer ni glorificar este nombre santo del Padre
Eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros, de manera
que se hiciese como es razón, si no nos proveía Su Majestad con
darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro,
porque entendamos, hijas, esto que pedimos, y lo que nos importa
importunar por ello y hacer cuanto pudiéremos para contentar a
quien nos lo ha de dar. Os quiero decir aquí lo que yo entiendo. Si
no os contentare, pensad vosotras otras consideraciones, que
licencia nos dará nuestro Maestro, como en todo nos sujetemos a lo
que tiene la Iglesia, y así lo hago yo aquí.
5. Ahora, pues, el gran bien que me parece a mí hay en el reino del
cielo, con otros muchos, es ya no tener cuenta con cosa de la tierra,
sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren
todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que
les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen
su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no
entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar,
porque le conoce. Y así le amaríamos acá, aunque no en esta
perfección, ni en un ser; mas muy de otra manera le amaríamos de
lo que le amamos, si le conociésemos.
6. Parece que voy a decir que hemos de ser ángeles para pedir
esta petición y rezar bien vocalmente. Bien lo quisiera nuestro
divino Maestro, pues tan alta petición nos manda pedir, y a buen
seguro que no nos dice pidamos cosas imposibles; que posible
sería, con el favor de Dios, venir un alma puesta en este destierro,
aunque no en la perfección que están salidas de esta cárcel, porque
andamos en mar y vamos este camino; mas hay ratos que, de
cansados de andar, los pone el Señor en un sosiego de las
potencias y quietud del alma, que como por señas les da claro a
entender a qué sabe lo que se da a los que el Señor lleva a su
reino. Y a los que se les da acá como le pedimos, les da prendas
para que por ellas tengan gran esperanza de ir a gozar
perpetuamente lo que acá les da a sorbos.
7. Si no dijeseis que trato de contemplación, venía aquí bien en esta
petición hablar un poco de principio de pura contemplación, que los
que la tienen la llaman oración de quietud. Mas como digo trato de
oración vocal, parece no viene lo uno con lo otro a quien no lo
supiere, y yo sé que viene. Perdonadme que lo quiero decir, porque
sé que muchas personas, rezando vocalmente -como ya queda
dicho- las levanta Dios, sin entender ellas cómo, a subida
contemplación. Conozco una persona que nunca pudo tener sino
oración vocal, y asida a ésta lo tenía todo. Y si no rezaba, íbasele el
entendimiento tan perdido que no lo podía sufrir. Mas ¡tal tengamos
todas la mental! En ciertos Paternostres que rezaba a las veces que
el Señor derramó sangre, se estaba -y en poco más rezadoalgunas horas. Vino una vez a mí muy congojada, que no sabía
tener oración mental ni podía contemplar, sino rezar vocalmente.
Preguntéle qué rezaba; y vi que, asida al Paternóster, tenía pura
contemplación y la levantaba el Señor a juntarla consigo en unión; y
bien se parecía en sus obras recibir tan grandes mercedes, porque
gastaba muy bien su vida. Así, alabé al Señor y hube envidia a su
oración vocal.
Si esto es verdad -como lo es-, no penséis los que sois enemigos
de contemplativos que estáis libres de serlo, si las oraciones
vocales rezáis como se han de rezar, teniendo limpia conciencia.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 31
Que prosigue en la misma materia. -Declara qué es oración de
quietud. -Pone algunos avisos para los que la tienen. -Es mucho de
notar.
1. Pues todavía quiero, hijas, declarar -como lo he oído platicar, o el
Señor ha querido dármelo a entender, por ventura para que os lo
diga- esta oración de quietud, adonde a mí me parece comienza el
Señor, como he dicho, a dar a entender que oye nuestra petición y
comienza ya a darnos su reino aquí, para que de veras le alabemos
y santifiquemos su nombre y procuremos lo hagan todos.
2. Es ya cosa sobrenatural y que no la podemos procurar nosotros
por diligencias que hagamos. Porque es un ponerse el alma en paz,
o ponerla el Señor con su presencia, por mejor decir, como hizo al
junto Simeón, porque todas las potencias se sosiegan. Entiende el
alma, por una manera muy fuera de entender con los sentidos
exteriores, que está ya junto cabe su Dios, que con poquito más
llegará a estar hecha una misma cosa con El por unión. Esto no es
porque lo ve con los ojos del cuerpo ni del alma. Tampoco no veía
el justo Simeón más del glorioso Niño pobrecito; que en lo que
llevaba envuelto y la poca gente con El que iban en la procesión,
más pudiera juzgarle por hijo de gente pobre que por Hijo del Padre
celestial; mas dióselo el mismo Niño a entender. Y así lo entiende
acá el alma, aunque no con esa claridad; porque aun ella no
entiende cómo lo entiende, más de que se ve en el reino, al menos
cabe el Rey que se le ha de dar, y parece que la misma alma está
con acatamiento aun para no osar pedir. Es como un
amortecimiento interior y exteriormente, que no querría el hombre
exterior (digo) el cuerpo, porque mejor me entendáis), que no se
querría bullir, sino como quien ha llegado casi al fin del camino
descansa para poder mejor tornar a caminar, que allí se le doblan
las fuerzas para ello.
3. Siéntese grandísimo deleite en el cuerpo y grande satisfacción en
el alma. Está tan contenta de sólo verse cabe la fuente, que aun sin
beber está ya harta. No le parece hay más que desear. Las
potencias sosegadas, que no querrían bullirse, todo parece le
estorba a amar, aunque no tan perdidas, porque pueden pensar en
cabe quién están, que las dos están libres. La voluntad es aquí la
cautiva, y si alguna pena puede tener estando así es de ver que ha
de tornar a tener libertad. El entendimiento no querría entender más
de una cosa, ni la memoria ocuparse en más. Aquí ven que ésta
sola es necesaria y todas las demás la turban. El cuerpo no
querrían se menease, porque les parece han de perder aquella paz,
y así no se osan bullir. Dales pena el hablar; en decir «Padre
nuestro» una vez, se les pasará una hora. Están tan cerca, que ven
que se entienden por señas. Están en el palacio cabe su Rey y ven
que las comienza ya a dar aquí su reino. No parece están en el
mundo ni le querrían ver ni oír, sino a su Dios. No les da pena nada,
ni parece se la ha de dar. En fin, lo que dura, con la satisfacción y
deleite que en sí tienen, están tan embebidas y absortas, que no se
acuerdan que hay más que desear, sino que de buena gana dirían
con San Pedro: «Señor, hagamos aquí tres moradas».
4. Algunas veces en esta oración de quietud hace Dios otra merced
bien dificultosa de entender si no hay gran experiencia; mas si hay
alguna, luego lo entenderéis la que la tuviere, y daros ha mucha
consolación saber qué es, y creo muchas veces hace Dios esta
merced junto con estotra. Cuando es grande y por mucho tiempo
esta quietud, paréceme a mí que si la voluntad no estuviese asida a
algo, que no podría durar tanto en aquella paz; porque acaece
andar un día o dos que nos vemos con esta satisfacción y no nos
entendemos -digo los que la tienen- y verdaderamente ven que no
están enteros en lo que hacen, sino que les falta lo mejor, que es la
voluntad, que, a mi parecer, está unida con su Dios y deja las otras
potencias libres para que entiendan en cosas de su servicio. Y para
esto tienen entonces mucha más habilidad; mas para tratar cosas
del mundo están torpes y como embobados a veces.
5. Es gran merced ésta a quien el Señor la hace, porque vida activa
y contemplativa es junta. De todo sirven entonces al Señor
juntamente; porque la voluntad estáse en su obra sin saber cómo
obra y en su contemplación; las otras dos potencias sirven en lo
que Marta; así que ella y María andan juntas.
Yo sé de una persona que la ponía el Señor aquí muchas veces, y
no se sabía entender, y preguntólo a un gran contemplativo, y dijo
que era muy posible, que a él le acaecía. Así que pienso que, pues
el alma está tan satisfecha en esta oración de quietud, que lo más
continuo debe estar unida la potencia de la voluntad con el que solo
puede satisfacerla.
6. Paréceme será bien dar aquí algunos avisos para las que de
vosotras, hermanas, el Señor ha llegado aquí por sola su bondad,
que sé que son algunas.
El primero es, que como se ven en aquel contento y no saben cómo
les vino, al menos ven que no le pueden ellas por sí alcanzar, dales
esta tentación: que les parece podrán detenerle, y aun resolgar no
querrían. Y es bobería, que así como no podemos hacer que
amanezca, tampoco podemos que deje de anochecer. No es ya
obra nuestra, que es sobrenatural y cosa muy sin poderla nosotros
adquirir. Con lo que más detendremos esta merced, es con
entender claro que no podemos quitar ni poner en ella, sino recibirla
como indignísimos de merecerla, con hacimiento de gracias, y éstas
no con muchas palabras, sino con un alzar los ojos con el
publicano.
7. Bien es procurar más soledad para dar lugar al Señor y dejar a
Su Majestad que obre como en cosa suya; y cuanto más, una
palabra de rato en rato, suave, como quien da un soplo en la vela,
cuando viere que se ha muerto, para tornarla a encender; mas si
está ardiendo, no sirve de más de matarla, a mi parecer. Digo que
sea suave el soplo, porque por concertar muchas palabras con el
entendimiento no ocupe la voluntad.
8. Y notad mucho, amigas, este aviso que ahora quiero decir,
porque os veréis muchas veces que no os podáis valer con esotras
dos potencias: que acaece estar el alma con grandísima quietud, y
andar el entendimiento tan remontado, que no parece es en su casa
aquello que pasa; y así lo parece entonces que no está sino como
en casa ajena por huésped y buscando otras posadas adonde
estar, que aquélla no le contenta, porque sabe poco estar en un ser.
Por ventura es sólo el mío, y no deben ser así otros. Conmigo
hablo, que algunas veces me deseo morir, de que no puedo
remediar esta variedad del entendimiento. Otras parece hace
asiento en su casa y acompaña a la voluntad, que cuando todas
tres potencias se conciertan, es una gloria. Como dos casados, que
si se aman, que el uno quiere lo que el otro; mas si uno es
malcasado, ya se ve el desasosiego que da a su mujer. Así que la
voluntad, cuando se ve en esta quietud, no haga caso del
entendimiento más que de un loco; porque si le quiere traer
consigo, forzado se ha de ocupar e inquietar algo. Y en este punto
de oración todo será trabajar y no ganar más, sino perder lo que le
da el Señor sin ningún trabajo suyo.
9. Y advertid mucho a esta comparación, que me parece cuadra
mucho: está el alma como un niño que aún mama cuando está a los
pechos de su madre, y ella, sin que él paladee, échale la leche en la
boca por regalarle. Así es acá, que sin trabajo del entendimiento
está amando la voluntad, y quiere el Señor que, sin pensarlo,
entienda que está con El y que sólo trague la leche que Su
Majestad le pone en la boca y goce de aquella suavidad; que
conozca le está el Señor haciendo aquella merced y se goce de
gozarla; mas no que quiera entender cómo la goza y qué es lo que
goza, sino descuídese entonces de sí, que quien está cabe ella no
se descuidará de ver lo que le conviene. Porque si va a pelear con
el entendimiento para darle parte trayéndole consigo, no puede a
todo; forzado dejará caer la leche de la boca y pierde aquel
mantenimiento divino.
10. En esto diferencia esta oración de cuando está toda el alma
unida con Dios: porque entonces aun sólo este tragar el
mantenimiento no hace; dentro de sí, sin entender cómo, le pone el
Señor. Aquí parece que quiere trabaje un poquito, aunque es con
tanto descanso que casi no se siente. Quien la atormenta es el
entendimiento; lo que no hace cuando es unión de todas tres
potencias, porque las suspende el que las crió; porque con el gozo
que da, todas las ocupa sin saber ellas cómo ni poderlo entender.
Así que, como digo, en sintiendo en sí esta oración, que es un
contento quieto y grande de la voluntad, sin saberse determinar de
qué es señaladamente, aunque bien se determina que es
diferentísimo de los contentos de acá y que no bastaría señorear el
mundo con todos los contentos de él para sentir en sí el alma
aquella satisfacción, que es en lo interior de la voluntad -que otros
contentos de la vida paréceme a mí que los goza lo exterior de la
voluntad, como la corteza de ella, digamos- ... Pues cuando se viere
en este tan subido grado de oración (que) es, como he dicho ya,
muy conocidamente sobrenatural), si el entendimiento -o
pensamiento, por más me declarar- a los mayores desatinos del
mundo se fuere, ríase de él y déjele para necio, y estése en su
quietud, que él irá y vendrá; que aquí es señora y poderosa la
voluntad, ella se le traerá sin que os ocupéis. Y si quiere a fuerza de
brazos traerle, pierde la fortaleza que tiene para contra él, que viene
de comer y admitir aquel divino sustentamiento, y ni el uno ni el otro
ganarán nada, sino perderán entrambos. Dicen que quien mucho
quiere apretar junto, lo pierde todo; así me parece será aquí.
La experiencia dará esto a entender, que quien no la tuviere no me
espanto le parezca muy oscuro esto y cosa no necesaria; mas ya
he dicho, que con poca que haya, lo entenderá y se podrá
aprovechar de ello y alabará al Señor, porque fue servido se
acertase a decir aquí.
11. Ahora, pues, concluyamos con que puesta el alma en esta
oración, ya parece le ha concedido el Padre Eterno su petición de
darle acá su reino. ¡Oh dichosa demanda, que tanto bien en ella
pedimos sin entenderlo! ¡Dichosa manera de pedir! Por eso quiero
yo, hermanas, que miremos cómo rezamos esta oración del
Paternóster y todas las demás vocales. Porque hecha Dios esta
merced, descuidarnos hemos de las cosas del mundo; porque
llegando el Señor de él, todo lo echa fuera. No digo que todos los
que la tuvieren, por fuerza estén desasidos del todo del mundo; al
menos querría que entiendan lo que les falta y se humillen y
procuren irse desasiendo del todo, porque si no, quedarse ha aquí.
Y alma a quien Dios le da tales prendas es señal que la quiere para
mucho: si no es por su culpa, irá muy adelante. Mas si ve que
poniéndola el reino del cielo en su casa se torna a la tierra, no sólo
no la mostrará los secretos que hay en su reino, mas serán pocas
veces las que le hagaeste favor, y breve espacio.
12. Ya puede ser yo me engañe en esto, mas véolo y sé que pasa
así, y tengo para mí que por eso no hay muchos más espirituales;
porque, como no responden en los servicios conforme a tan gran
merced, con no tornar a aparejarse a recibirla, sino sacar al Señor
de las manos la voluntad que ya tiene por suya y ponerla en cosas
bajas, vase a buscar adonde le quieran para dar más, aunque no
del todo quita lo dado cuando se vive con limpia conciencia.
Mas hay personas, y yo he sido una de ellas, que está el Señor
enterneciéndolas y dándolas inspiraciones santas y luz de lo que es
todo, y, en fin, dándoles este reino y poniéndolos en esta oración de
quietud, y ellos haciéndose sordos. Porque son tan amigas de
hablar y de decir muchas oraciones vocales muy apriesa, como
quien quiere acabar su tarea, como tienen ya por sí de decirlas
cada día, que aunque, -como digo- les ponga el Señor su reino en
las manos, no lo admiten; sino que ellos con su rezar piensan que
hacen mejor, y se divierten.
13. Esto no hagáis, hermanas, sino estad sobre aviso cuando el
Señor os hiciere esta merced. Mirad que perdéis un gran tesoro y
que hacéis mucho más con una palabra de cuando en cuando del
Paternóster, que con decirle muchas veces aprisa. Está muy junto a
quien pedís, no os dejará de oír. Y creed que aquí es el verdadero
alabar y santificar de su nombre, porque ya, como cosa de su casa,
glorificáis al Señor y alabáisle con más afección y deseo, y parece
no podéis dejarle de servir.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 32
Que trata de estas palabras del Paternóster: «Fiat voluntas tua sicut
in coelo et in terra», y lo mucho que hace quien dice estas palabras
con toda determinación, y cuán bien se lo paga el Señor.
1. Ahora que nuestro buen Maestro nos ha pedido y enseñado a
pedir cosa de tanto valor, que encierra en sí todas las cosas que
acá podemos desear, y nos ha hecho tan gran merced como
hacernos hermanos suyos, veamos qué quiere que demos a su
Padre y qué le ofrece por nosotros y qué es lo que nos pide; que
razón es le sirvamos con algo tan grandes mercedes. ¡Oh buen
Jesús, que tampoco dais poco de nuestra parte como pedís para
nosotros! Dejado que ello en sí es nonada para adonde tanto se
debe y para tan gran Señor, mas cierto, Señor mío, que no nos
dejáis con nada, y que damos todo lo que podemos; si lo damos
como lo decimos, digo.
2. «Sea hecha tu voluntad; y como es hecha en el cielo, así se haga
en la tierra».
Bien hicisteis, nuestro buen Maestro, de pedir la petición pasada
para que podamos cumplir lo que dais por nosotros; porque, cierto,
Señor, si así no fuera, imposible me parece. Mas haciendo vuestro
Padre lo que Vos le pedís de darnos acá su reino, yo sé que os
sacaremos verdadero en dar lo que dais por nosotros; porque
hecha la tierra cielo, será posible hacerse en mí vuestra voluntad.
Mas sin esto, y en tierra tan ruin como la mía y tan sin fruto, yo no
sé, Señor, cómo sería posible. Es gran cosa lo que ofrecéis.
3. Cuando yo pienso esto, gusto de las personas que no osan pedir
trabajos al Señor, que piensan está en esto el dárselos luego. No
hablo en los que lo dejan por humildad, pareciéndoles no serán
para sufrirlos; aunque tengo para mí que quien les da amor para
pedir este medio tan áspero para mostrarle, le dará para sufrirlos.
Querría preguntar a los que por temor no los piden de que luego se
los han de dar, lo que dicen cuando suplican al Señor cumpla su
voluntad en ellos, o es que lo dicen por decir lo que todos, mas no
para hacerlo. Esto, hermanas, no sería bien. Mirad que parece aquí
el buen Jesús nuestro embajador y que ha querido intervenir entre
nosotros y su Padre, y no a poca costa suya; y no sería razón que
lo que ofrece por nosotros dejásemos de hacerlo verdad, o no lo
digamos.
4. Ahora quiérolo llevar por otra vía. Mirad, hijas: ello se ha de
cumplir, que queramos o no, y se ha de hacer su voluntad en el
cielo y en la tierra; creedme, tomad mi parecer, y haced de la
necesidad virtud. ¡Oh Señor mío, qué gran regalo es éste para mí,
que no dejaseis en querer tan ruin como el mío el cumplirse vuestra
voluntad! Bendito seáis por siempre y alaben os todas las cosas.
Sea glorificado vuestro nombre por siempre. ¡Buena estuviera yo,
Señor, si estuviera en mis manos el cumplirse vuestra voluntad o
no! Ahora la mía os doy libremente, aunque a tiempo que no va
libre de interés; porque ya tengo probado, y gran experiencia de
ello, la ganancia que es dejar libremente mi voluntad en la vuestra.
¡Oh amigas, qué gran ganancia hay aquí, o qué gran pérdida de no
cumplir lo que decimos al Señor en el Paternóster en esto que le
ofrecemos!
5. Antes que os diga lo que se gana, os quiero declarar lo mucho
que ofrecéis, no os llaméis después a engaño y digáis que no lo
entendisteis. No sea como algunas religiosas que no hacemos sino
prometer, y como no lo cumplimos, hay este reparo de decir que no
se entendió lo que se prometía. Y ya puede ser, porque decir que
dejamos nuestra voluntad en otra parece muy fácil, hasta que,
probándose, se entiende es la cosa más recia que se puede hacer,
si se cumple como se ha de cumplir. Mas no todas veces nos llevan
con rigor los prelados de que nos ven flacos; y a las veces flacos y
fuertes llevan de una suerte. Acá no es así, que sabe el Señor lo
que puede sufrir cada uno, y a quien ve con fuerza no se detiene en
cumplir en él su voluntad.
6. Pues quiéroos avisar y acordar qué es su voluntad. No hayáis
miedo sea daros riquezas, ni deleites, ni honras, ni todas estas
cosas de acá; no os quiere tan poco, y tiene en mucho lo que le
dais y quiéreoslo pagar bien, pues os da su reino aún viviendo.
¿Queréis ver cómo se ha con los que de veras le dicen esto? Preguntadlo a su Hijo glorioso, que se lo dijo cuando la oración del
Huerto. Como fue dicho con determinación y de toda voluntad,
mirad si la cumplió bien en El en lo que le dio de trabajos y dolores
e injurias y persecuciones; en fin, hasta que se le acabó la vida con
muerte de cruz.
7. Pues veis aquí, hijas, a quien más amaba lo que dio; por donde
se entiende cuál es su voluntad. Así que éstos son sus dones en
este mundo. Da conforme al amor que nos tiene: a los que ama
más, da de estos dones más; a los que menos, menos, y conforme
al ánimo que ve en cada uno y el amor que tiene a Su Majestad. A
quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por El; al
que amare poco, poco. Tengo yo para mí que la medida del poder
llevar gran cruz o pequeña es la del amor. Así que, hermanas, si le
tenéis, procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a
tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que Su Majestad quisiere.
Porque si de otra manera dais la voluntad, es mostrar la joya e irla a
dar y rogar que la tomen, y cuando extienden la mano para tomarla,
tornarla Vos a guardar muy bien.
8. No son estas burlas para con quien le hicieron tantas por
nosotros. Aunque no hubiera otra cosa, no es razón burlemos ya
tantas veces, que no son pocas las que se lo decimos en el
Paternóster. Démosle ya una vez la joya del todo, de cuantas
acometemos a dársela; es verdad que no nos da primero, para que
se la demos. Los del mundo harto harán si tienen de verdad
determinación de cumplirlo. Vosotras, hijas, diciendo y haciendo,
palabras y obras, como a la verdad parece hacemos los religiosos;
sino que a las veces no sólo acometemos a dar la joya, sino
ponémossela en la mano, y tornámossela a tomar. Somos francos
de presto, y después tan escasos, que valdría en parte más que
nos hubiéramos detenido en el dar.
9. Porque todo lo que os he avisado en este libro va dirigido a este
punto de darnos del todo al Criador y poner nuestra voluntad en la
suya y desasirnos de las criaturas, y tendréis ya entendido lo mucho
que importa, no digo más en ello; sino diré para lo que pone aquí
nuestro buen Maestro estas palabras dichas, como quien sabe lo
mucho que ganaremos de hacer este servicio a su Eterno Padre.
Porque nos disponemos para que con mucha brevedad nos veamos
acabado de andar el camino y bebiendo del agua viva de la fuente
que queda dicha. Porque sin dar nuestra voluntad del todo al Señor
para que haga en todo lo que nos toca conforme a ella, nunca deja
beber de ella.
Esto es contemplación perfecta, lo que me dijisteis os escribiese.
[10] Y en esto -como ya tengo escrito- ninguna cosa hacemos de
nuestra parte, ni trabajamos, ni negociamos, ni es menester más,
porque todo lo demás estorba e impide de decir «fiat voluntas tua»:
cúmplase, Señor, en mí vuestra voluntad de todos los modos y
maneras que Vos, Señor mío, quisiereis. Si queréis con trabajos,
dadme esfuerzo y vengan; si con persecuciones y enfermedades y
deshonras y necesidades, aquí estoy, no volveré el rostro, Padre
mío, ni es razón vuelva las espaldas. Pues vuestro Hijo dio en
nombre de todos esta mi voluntad, no es razón falte por mi parte;
sino que me hagáis Vos merced de darme vuestro reino para que
yo lo pueda hacer, pues él me le pidió, y disponed en mí como en
cosa vuestra, conforme a vuestra voluntad.
11. ¡Oh hermanas mías, qué fuerza tiene este don! No puede
menos, si va con la determinación que ha de ir, de traer al
Todopoderoso a ser uno con nuestra bajeza y transformarnos en sí
y hacer una unión del Criador con la criatura. Mirad si quedaréis
bien pagadas y si tenéis buen Maestro, que, como sabe por dónde
ha de ganar la voluntad de su Padre, enséñanos a cómo y con qué
le hemos de servir.
12. Y mientras más se va entendiendo por las obras que no son
palabras de cumplimiento, más más nos llega el Señor a sí y la
levanta de todas las cosas de acá y de sí misma para habilitarla a
recibir grandes mercedes, que no acaba de pagar en esta vida este
servicio. En tanto le tiene, que ya nosotros no sabemos qué nos
pedir, y Su Majestad nunca se cansa de dar. Porque no contento
con tener hecha esta alma una cosa consigo por haberla ya unido a
sí mismo, comienza a regalarse con ella, a descubrirle secretos, a
holgarse de que entienda lo que ha ganado y que conozca algo de
lo que la tiene por dar. Hácela ir perdiendo estos sentidos
exteriores, porque no se la ocupe nada. Esto es arrobamiento. Y
comienza a tratar de tanta amistad, que no sólo la torna a dejar su
voluntad, mas dale la suya con ella; porque se huelga el Señor, ya
que trata de tanta amistad, que manden a veces -como dicen- y
cumplir El lo que ella le pide, como ella hace lo que El la manda, y
mucho mejor, porque es poderoso y puede cuanto quiere y no deja
de querer.
13. La pobre alma, aunque quiera, no puede lo que querría, ni
puede nada sin que se lo den. Y ésta es su mayor riqueza: quedar
mientras más sirve, más adeudada, y muchas veces fatigada de
verse sujeta a tantos inconvenientes y embarazos y atadura como
trae el estar en la cárcel de este cuerpo, porque querría pagar algo
de lo que debe. Y es harto boba de fatigarse; porque, aunque haga
lo que es en sí, ¿qué podemos pagar los que, como digo, no
tenemos qué dar si no lo recibimos, sino conocernos, y esto que
podemos, que es dar nuestra voluntad, hacerlo cumplidamente?
Todo lo demás, para el alma que el Señor ha llegado aquí, le
embaraza y hace daño y no provecho, porque sola humildad es la
que puede algo, y ésta no adquirida por el entendimiento, sino con
una clara verdad que comprende en un momento lo que en mucho
tiempo no pudiera alcanzar trabajando la imaginación, de lo muy
nonada que somos y lo muy mucho que es Dios.
14. Doos un aviso: que no penséis por fuerza vuestra ni diligencia
llegar aquí, que es por demás; antes si teníais devoción, quedaréis
frías; sino con simplicidad y humildad, que es la que lo acaba
todo,decir: «fiat voluntas tua».
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 33
En que trata la gran necesidad que tenemos de que el Señor nos dé
lo que pedimos en estas palabras del Paternóster: «Panem nostrum
quotidianum da nobis hodie».
1. Pues entendiendo, como he dicho, el buen Jesús cuán dificultosa
cosa era ésta que ofrece por nosotros, conociendo nuestra flaqueza
y que muchas veces hacemos entender que no entendemos cuál es
la voluntad del Señor -como somos flacos y El tan piadoso-, y que
era menester medio, porque dejar de dar lo dado vio que en
ninguna manera nos conviene, porque está en ello toda nuestra
ganancia; pues cumplirlo vio ser dificultoso, porque decir a un
regalado y rico que es la voluntad de Dios que tenga cuenta con
moderar su plato para que coman otros siquiera pan, que mueren
de hambre, sacará mil razones para no entender esto, sino a su
propósito; pues decir a un murmurador que es la voluntad de Dios
querer tanto para su prójimo como para sí, no lo puede poner a
paciencia ni basta razón para que lo entienda; pues decir a un
religioso que está mostrado a libertad y a regalo, que ha de tener
cuenta con que ha de dar ejemplo y que mire que ya no son solas
palabras con las que ha de cumplir cuando dice esta palabra, sino
que lo ha jurado y prometido, y que es voluntad de Dios que cumpla
sus votos, y mire que si da escándalo que va muy contra ellos,
aunque no del todo los quebrante; que ha prometido pobreza, que
la guarde sin rodeos, que esto es lo que el Señor quiere; no hay
remedio aun ahora de quererlo algunos, ¿qué hiciera si el Señor no
hiciera lo más con el remedio que puso? No hubiera sino muy
poquitos que cumplieran esta palabra que por nosotros dijo al
Padre, de «fiat voluntas tua».
Pues visto el buen Jesús la necesidad, buscó un medio admirable
adonde nos mostró el extremo de amor que nos tiene, y en su
nombre y en el de sus hermanos pidió esta petición: «El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy, Señor».
Entendamos, hermanas, por amor de Dios, esto que pide nuestro
buen Maestro, que nos va la vida en no pasar de corrida por ello, y
tened en muy poco lo que habéis dado pues tanto habéis de recibir.
2. Paréceme ahora a mí -debajo de otro mejor parecer- que visto el
buen Jesús lo que había dado por nosotros y cómo nos importa
tanto darlo y la gran dificultad que había -como está dicho- por ser
nosotros tales y tan inclinados a cosas bajas y de tan poco amor y
ánimo, que era menester ver el suyo para despertarnos, y no una
vez, sino cada día, que aquí se debía determinar de quedarse con
nosotros. Y como era cosa tan grave y de tanta importancia, quiso
que viniese de la mano del Eterno Padre. Porque, aunque son una
misma cosa, y sabía que lo que El hiciese en la tierra lo haría Dios
en el cielo y lo tendría por bueno, pues su voluntad y la de su Padre
era una, era tanta la humildad del buen Jesús que quiso como pedir
licencia, porque ya sabía era amado del Padre y que se deleitaba
en El. Bien entendió que pedía más en esto que ha pedido en lo
demás, porque ya sabía la muerte que le habían de dar, y las
deshonras y afrentas que había de padecer.
3. Pues ¿qué padre hubiera, Señor, que habiéndonos dado a su
hijo, y tal hijo, y parándole tal, quisiera consentir se quedara entre
nosotros cada día a padecer? -Por cierto, ninguno, Señor, sino el
vuestro. Bien sabéis a quién pedís.
¡Oh, válgame Dios, qué gran amor del Hijo, y qué gran amor del
Padre! Aun no me espanto tanto del buen Jesús, porque como
había ya dicho «fiat voluntas tua», habíalo de cumplir como quien
es. ¡Sí, que no es como nosotros! Pues como sabe la cumple con
amarnos como a Sí, así andaba a buscar cómo cumplir con mayor
cumplimiento, aunque fuese a su costa, este mandamiento. Mas
Vos, Padre Eterno, ¿cómo lo consentisteis? ¿Por qué queréis cada
día ver en tan ruines manos a vuestro Hijo? Ya que una vez
quisisteis lo estuviese y lo consentisteis, ya veis cómo le pararon.
¿Cómo puede vuestra piedad cada día, cada día, verle hacer
injurias? ¡Y cuántas se deben hoy hacer a este Santísimo
Sacramento! ¡En qué de manos enemigas suyas le debe de ver el
Padre! ¡Qué de desacatos de estos herejes!
4. ¡Oh Señor eterno! ¿Cómo aceptáis tal petición? ¿Cómo lo
consentís? No miréis su amor, que a trueco de hacer
cumplidamente vuestra voluntad y de hacer por nosotros, se dejará
cada día hacer pedazos. Es vuestro de mirar, Señor mío, ya que a
vuestro Hijo no se le pone cosa delante, por qué ha de ser todo
nuestro bien a su costa. ¿Porque calla a todo y no sabe hablar por
sí sino por nosotros? Pues ¿no ha de haber quien hable por este
amantísimo Cordero?
He mirado yo cómo en esta petición sola duplica las palabras,
porque dice primero y pide que le deis este pan cada día, y torna a
decir «dádnoslo hoy, Señor». Pone también delante a su Padre. Es
como decirle que ya una vez nos le dio para que muriese por
nosotros, que ya nuestro es, que no nos le torne a quitar hasta que
se acabe el mundo; que le deje servir cada día. Esto os enternezca
el corazón, hijas mías, para amar a vuestro Esposo, que no hay
esclavo que de buena gana diga que lo es, y que el buen Jesús
parece se honra de ello.
5. ¡Oh Padre Eterno! ¡Qué mucho merece esta humildad! ¿Con qué
tesoro compramos a vuestro Hijo? Venderle, ya sabemos que por
treinta dineros; mas para comprarle no hay precio que baste. Como
se hace aquí una cosa con nosotros por la parte que tiene de
nuestra naturaleza y como señor de su voluntad, lo acuerda a su
Padre, que pues es suya, que nos la puede dar. Y así dice: «pan
nuestro». No hace diferencia de El a nosotros; mas hacémosla
nosotros de El, para no nos dar cada día por Su Majestad.
------------------------------------------------------------------------
CAPÍTULO 34
Prosigue en la misma materia. -Es muy bueno para después de
haber recibido el Santísimo Sacramento.
1. Pues en esta petición, «de cada día» parece que es «para
siempre». Estando yo pensando por qué después de haber dicho el
Señor «cada día», tornó a decir «dánoslo hoy, Señor», ser nuestro
cada día, me parece a mí porque acá le poseemos en la tierra y le
poseeremos también en el cielo, si nos aprovechamos bien de su
compañía, pues no se queda para otra cosa con nosotros sino para
ayudarnos y animarnos y sustentarnos a hacer esta voluntad que
hemos dicho se cumpla en nosotros.
2. El decir «hoy», me parece es para un día, que es mientras durare
el mundo, no más. ¡Y bien un día! Y para los desventurados que se
condenan, que no le gozarán en la otra, no es a su culpa si se dejan
vencer, que El no los deja de animar hasta el fin de la batalla; no
tendrán con qué se disculpar ni quejarse del Padre porque se le
tomó al mejor tiempo. Y así le dice su Hijo que, pues no es más de
un día, se le deje ya pasar en servidumbre; que pues Su Majestad
ya nos le dio y envió al mundo por sola su voluntad, que El quiere
ahora por la suya propia no desampararnos, sino estarse aquí con
nosotros para más gloria de sus amigos y pena de sus enemigos;
que no pide más de «hoy», ahora nuevamente; que el habernos
dado este pan sacratísimo para siempre, cierto lo tenemos. Su
Majestad nos le dio -como he dicho- este mantenimiento y maná de
la Humanidad, que le hallamos como queremos, y que si no es por
nuestra culpa, no moriremos de hambre; que de todas cuantas
maneras quisiere comer el alma hallará en el Santísimo Sacramento
sabor y consolación. No hay necesidad ni trabajo ni persecución
que no sea fácil de pasar, si comenzamos a gustar de los suyos.
3. Pedid vosotras, hijas, con este Señor al Padre que os deje «hoy»
a vuestro Esposo, que no os veáis en este mundo sin El; que baste,
para templar tan gran contento, que quede tan disfrazado en estos
accidentes de pan y vino, que es harto tormento para quien no tiene
otra cosa que amar ni otro consuelo; mas suplicadle que no os falte
y que os dé aparejo para recibirle dignamente.
4. De otro pan no tengáis cuidado las que muy de veras os habéis
dejado en la voluntad de Dios; digo en estos tiempos de oración,
que tratáis cosas más importantes, que tiempos hay otros para que
trabajéis y ganéis de comer. Mas con el cuidado no curéis gastar en
eso el pensamiento en ningún tiempo; sino trabaje el cuerpo, que es
bien procuréis sustentaros, y descanse el alma. Dejad ese cuidado como largamente queda dicho- a vuestro Esposo, que El le tendrá
siempre.
5. Es como si entra un criado a servir; tiene cuenta con contentar a
su señor en todo. Mas él está obligado a dar de comer al siervo
mientras está en su casa y le sirve, salvo si no es tan pobre que no
tiene para sí ni para él. Acá cesa esto; siempre es y será rico y
poderoso. Pues no sería bien andar el criado pidiendo de comer,
pues sabe tiene cuidado su amo de dárselo y le ha de tener. Con
razón le dirá que se ocupe él en servirle y en cómo le contentar,
que por andar ocupado el cuidado en lo que no le ha de tener no
hace cosa a derechas.
Así que, hermanas, tenga quien quisiere cuidado de pedir ese pan;
nosotras pidamos al Padre Eterno merezcamos recibir el nuestro
pan celestial de manera que, ya que los ojos del cuerpo no se
pueden deleitar en mirarle por estar tan encubierto, se descubra a
los del alma y se le dé a conocer, que es otro mantenimiento de
contentos y regalos y que sustenta la vida.
6. ¿Pensáis que no es mantenimiento aun para estos cuerpos este
santísimo manjar, y gran medicina aun para los males corporales?
Yo sé que lo es, y conozco una persona de grandes enfermedades
que, estando muchas veces con graves dolores, como con la mano
se le quitaban y quedaba buena del todo. Esto muy ordinario, y de
males muy conocidos que no se podían fingir, a mi parecer. Y
porque de las maravillas que hace este santísimo Pan en los que
dignamente le reciben son muy notorias, no digo muchas que
pudiera decir de esta persona que he dicho, que lo podía yo saber y
sé que no es mentira. Mas ésta habíala el Señor dado tan viva fe,
que cuando oía a algunas personas decir que quisieran ser en el
tiempo que andaba Cristo nuestro bien en el mundo, se reía entre
sí, pareciéndole que, teniéndole tan verdaderamente en el
Santísimo Sacramento como entonces, que ¿qué más se les daba?
7. Mas sé de esta persona que muchos años, aunque no era muy
perfecta, cuando comulgaba, ni más ni menos que si viera con los
ojos corporales entrar en su posada el Señor, procuraba esforzar la
fe, para que, como creía verdaderamente entraba este Señor en su
pobre posada, desocupábase de todas las cosas exteriores cuanto
le era posible, y entrábase con El. Procuraba recoger los sentidos
para que todos entendiesen tan gran bien, digo, no embarazasen al
alma para conocerle. Considerábase a sus pies y lloraba con la
Magdalena, ni más ni menos que si con los ojos corporales le viera
en casa del fariseo. Y aunque no sintiese devoción, la fe la decía
que estaba bien allí.
8. Porque, si no nos queremos hacer bobos y cegar el
entendimiento, no hay que dudar; que esto no es representación de
la imaginación, como cuando consideramos al Señor en la cruz o en
otros pasos de la Pasión, que le representamos en nosotros
mismos como pasó. Esto pasa ahora y es entera verdad, y no hay
para qué le ir a buscar en otra parte mas lejos; sino que, pues
sabemos que mientras no consume el calor natural los accidentes
del pan, que está con nosotros el buen Jesús, que nos lleguemos a
El. Pues, si cuando andaba en el mundo, de sólo tocar sus ropas
sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros
estando tan dentro de mí, si tenemos fe, y nos dará lo que le
pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no suele Su Majestad
pagar mal la posada, si le hacen buen hospedaje.
9. Si os da pena no verle con los ojos corporales, mirad que no nos
conviene, que es otra cosa verle glorificado, o cuando andaba por el
mundo; no habría sujeto que lo sufriese, de nuestro flaco natural, ni
habría mundo ni quien quisiese parar en él; porque en ver esta
verdad eterna, se vería ser mentira y burla todas las cosas de que
acá hacemos caso. Y viendo tan gran majestad, ¿cómo osaría una
pecadorcilla como yo, que tanto le ha ofendido, estar tan cerca de
El? Debajo de aquel pan está tratable; porque si el rey se disfraza
no parece se nos daría nada de conversar sin tantos miramientos y
respetos con El; parece está obligado a sufrirlo, pues se disfrazó.
¡Quién osara llegar con tanta tibieza, tan indignamente, con tantas
imperfecciones!
10. ¡Oh, cómo no sabemos lo que pedimos, y cómo lo miró mejor su
sabiduría! Porque a los que ve se han de aprovechar de su
presencia, El se les descubre; que aunque no le vean con los ojos
corporales, muchos modos tiene de mostrarse al alma por grandes
sentimientos interiores y por diferentes vías. Estaos vos con El de
buena gana. No perdáis tan buena sazón de negociar como es la
hora después de haber comulgado. Si la obediencia os mandare,
hermanas, otra cosa, procurad dejar el alma con el Señor; que si
luego lleváis el pensamiento a otra y no hacéis caso ni tenéis
cuenta con que está dentro de vos, ¿cómo se os ha de dar a
conocer? Este, pues, es buen tiempo para que os enseñe nuestro
Maestro, y que le oigamos y besemos los pies porque nos quiso
enseñar, y le supliquéis no se vaya de con vos.
11. Si esto habéis de pedir mirando una imagen de Cristo que
estamos mirando, bobería me parece dejar la misma persona por
mirar el dibujo. ¿No lo sería, si tuviésemos un retrato de una
persona que quisiésemos mucho y la misma persona nos viniese a
ver, dejar de hablar con ella y tener toda la conversación con el
retrato? ¿Sabéis para cuándo es muy bueno y cosa en que yo me
deleito mucho? Para cuando está ausente la misma persona, o
quiere darnos a entender lo está con muchas sequedades, es gran
regalo ver una imagen de quien con tanta razón amamos. A cada
cabo que volviésemos los ojos, la querría ver. ¿En qué mejor cosa
ni más gustosa a la vista la podemos emplear, que en quien tanto
nos ama y en quien tiene en sí todos los bienes? Desventurados
estos herejes que han perdido por su culpa esta consolación, con
otras.
12. Mas acabando de recibir al Señor, pues tenéis la misma
persona delante, procurad cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del
alma y miraros al corazón; que yo os digo, y otra vez lo digo y
muchas lo querría decir, que si tomáis esta costumbre todas las
veces que comulgareis, y procurad tener tal conciencia que os sea
lícito gozar a menudo de este bien, que no viene tan disfrazado
que, como he dicho, de muchas maneras no se dé a conocer,
conforme al deseo que tenemos de verle. Y tanto lo podéis desear,
que se os descubra del todo.
13. Mas si no hacemos caso de El, sino que en recibiéndole nos
vamos de con El a buscar otras cosas más bajas, ¿qué ha de
hacer? ¿Hanos de traer por fuerza a que le veamos que se nos
quiere dar a conocer? No, que no le trataron tan bien cuando se
dejó ver a todos al descubierto y les decía claro quién era, que muy
pocos fueron los que le creyeron. Y así harta misericordia nos hace
a todos, que quiere Su Majestad entendamos que es El el que está
en el Santísimo Sacramento. Mas que le vean descubiertamente y
comunicar sus grandezas y dar de sus tesoros, no quiere sino a los
que entiende que mucho le desean, porque éstos son sus
verdaderos amigos. Que yo os digo que quien no le fuere y no
llegare a recibirle como tal, habiendo hecho lo que es en sí, que
nunca le importune porque se le dé a conocer. No ve la hora de
haber cumplido con lo que manda la Iglesia, cuando se va de su
casa y procura echarle de sí. Así que este tal, con otros negocios y
ocupaciones y embarazos del mundo, parece que lo más presto
que puede, se da prisa a que no le ocupe la casa el Señor de él.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 35
Acaba la materia comenzada con una exclamación al Padre Eterno.
1. Heme alargado tanto en esto, aunque había hablado en la
oración del recogimiento de lo mucho que importa este entrarnos a
solas con Dios, por ser tan importante. Y cuando no comulgareis,
hijas, y oyereis misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de
grandísimo provecho, y hacer lo mismo de recogeros después en
vos, que es mucho lo que se imprime el amor así de este Señor.
Porque aparejándonos a recibir, jamás por muchas maneras deja
de dar que no entendemos. Es llegarnos al fuego que, aunque le
haya muy grande, si estáis desviadas y escondéis las manos, mal
os podéis calentar, aunque todavía da más calor que no estar
adonde no haya fuego. Mas otra cosa es querernos llegar a El, que
si el alma está dispuesta -digo que esté con deseo de perder el fríoy se está allí un rato, para muchas horas queda con calor.
2. Pues mirad, hermanas, que si a los principios no os hallareis bien
(que) podrá ser, porque os pondrá el demonio apretamiento de
corazón y congoja, porque sabe el daño grande que le viene de
aquí), haraos entender que halláis más devoción en otras cosas y
aquí menos. No dejéis este modo; aquí probará el Señor lo que le
queréis. Acordaos que hay pocas almas que le acompañen y le
sigan en los trabajos; pasemos por El algo, que Su Majestad os lo
pagará. Y acordaos también qué de personas habrá que no sólo
quieran no estar con El, sino que con descomedimiento le echen de
sí. Pues algo hemos de pasar para que entienda le tenemos deseo
de ver. Y pues todo lo sufre y sufrirá por hallar sola un alma que le
reciba y tenga en sí con amor, sea ésta la vuestra. Porque, a no
haber ninguna, con razón no le consintiera quedar el Padre Eterno
con nosotros; sino que es tan amigo de amigos y tan señor de sus
siervos, que, como ve la voluntad de su buen Hijo, no le quiere
estorbar obra tan excelente y adonde tan cumplidamente muestra el
amor que tiene a su Padre.
3. Pues, Padre santo que estás en los cielos, ya que lo queréis y lo
aceptáis, y claro está no habíais de negar cosa que tan bien nos
está a nosotros, alguien ha de haber -como dije al principio- que
hable por vuestro Hijo, pues El nunca tornó de Sí. Seamos
nosotras, hijas, aunque es atrevimiento siendo las que somos; mas
confiadas en que nos manda el Señor que pidamos, llegadas a esta
obediencia, en nombre del buen Jesús supliquemos a Su Majestad
que, pues no le ha quedado por hacer ninguna cosa haciendo a los
pecadores tan gran beneficio como éste, que quiera su piedad y se
sirva de poner remedio para que no sea tan maltratado. Y que pues
su santo Hijo puso tan buen medio para que en sacrificio le
podamos ofrecer muchas veces, que valga tan precioso don para
que no vaya adelante tan grandísimo mal y desacatos como se
hacen en los lugares adonde estaba este Santísimo Sacramento
entre estos luteranos, deshechas las iglesias, perdidos tantos
sacerdotes, quitados los sacramentos.
4. Pues ¡qué es esto mi Señor y mi Dios! O dad fin al mundo, o
poned remedio en tan gravísimos males; que no hay corazón que lo
sufra, aun de los que somos ruines. Suplícoos, Padre Eterno, que
no lo sufráis ya Vos. Atajad este fuego, Señor, que si queréis
podéis. Mirad que aún está en el mundo vuestro Hijo; por su
acatamiento cesen cosas tan feas y abominables y sucias; por su
hermosura y limpieza, no merece estar en cosa adonde hay cosas
semejantes. No lo hagáis por nosotros, Señor, que no lo
merecemos; hacedlo por vuestro Hijo. Pues suplicaros que no esté
con nosotros, no os lo osamos pedir: ¿qué sería de nosotros? Que
si algo os aplaca, es tener acá tal prenda. Pues algún medio ha de
haber, Señor mío, póngale Vuestra Majestad.
5. ¡Oh mi Dios! ¡quién pudiera importunaros mucho y haberos
servido mucho para poderos pedir tan gran merced en pago de mis
servicios, pues no dejáis ninguno sin paga! Mas no lo he hecho,
Señor; antes por ventura soy yo la que os he enojado de manera
que por mis pecados vengan tantos males. Pues ¿qué he de hacer,
Criador mío, sino presentaros este Pan sacratísimo y, aunque nos
le disteis, tornárosle a dar y suplicaros, por los méritos de vuestro
Hijo, me hagáis esta merced, pues por tantas partes lo tiene
merecido? Ya, Señor, ya ¡haced que se sosiegue este mar! No
ande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia, y
salvadnos, Señor mío, que perecemos.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 36
Trata de estas palabras del paternóster: «Dimitte nobis debita
nostra».
1. Pues viendo nuestro buen Maestro que con este manjar celestial
todo nos es fácil, si no es por nuestra culpa, y que podemos cumplir
muy bien lo que hemos dicho al Padre de que se cumpla en
nosotros su voluntad, dícele ahora que nos perdone nuestras
deudas, pues perdonamos nosotros. Y así, prosiguiendo en la
oración que nos enseña, dice estas palabras: «Y perdónanos,
Señor, nuestras deudas, así como nosotros las perdonamos a
nuestros deudores».
2. Miremos, hermanas, que no dice «como perdonaremos», porque
entendamos que quien pide un don tan grande como el pasado y
quien ya ha puesto su voluntad en la de Dios, que ya esto ha de
estar hecho, y así dice: «como nosotros las perdonamos». Así que
quien de veras hubiere dicho esta palabra al Señor, «fiat voluntas
tua», todo lo ha de tener hecho, con la determinación al menos.
Veis aquí cómo los santos se holgaban con las injurias y
persecuciones, porque tenían algo que presentar al Señor cuando
le pedían. ¿Qué hará una tan pobre como yo, que tan poco ha
tenido que perdonar y tanto hay que se me perdone?
Cosa es ésta, hermanas, para que miremos mucho en ella: que una
cosa tan grave y de tanta importancia como que nos perdone
nuestro Señor nuestras culpas, que merecían fuego eterno, se nos
perdone con tan baja cosa como es que perdonemos. Y aun de
esta bajeza tengo tan pocas que ofrecer, que de balde me habéis,
Señor, de perdonar. Aquí cabe bien vuestra misericordia. Bendito
seáis Vos, que tan pobre me sufrís, que lo que vuestro Hijo dice en
nombre de todos, por ser yo tal y tan sin caudal, me he de salir de
la cuenta.
3. Mas, Señor mío, ¿si habrá algunas personas que me tengan
compañía y no hayan entendido esto? Si las hay, en vuestro
nombre les pido yo que se les acuerde de esto y no hagan caso de
unas cositas que llaman agravios, que parece hacemos casas de
pajitas, como los niños, con estos puntos de honra. ¡Oh, válgame
Dios, hermanas, si entendiésemos qué cosa es honra y en qué está
perder la honra! Ahora no hablo con nosotras, que harto mal sería
no tener ya entendido esto, sino conmigo el tiempo que me precié
de honra sin entender qué cosa era; íbame al hilo de la gente. ¡Oh,
de qué cosas me agraviaba, que yo tengo vergüenza ahora! Y no
era, pues, de las que mucho miraban en estos puntos; mas erraba
en el punto principal, porque no miraba yo ni hacía caso de la honra
que tiene algún provecho, porque ésta es la que hace provecho al
alma. Y qué bien dijo quien dijo, que honra y provecho no podían
estar juntas, aunque no sé si lo dijo a este propósito. Y es al pie de
la letra, porque provecho del alma y esto que llama el mundo honra
nunca puede estar junto. Cosa espantosa es qué al revés anda el
mundo. Bendito sea el Señor que nos sacó de él.
4. Mas mirad, hermanas, que no nos tiene olvidadas el demonio;
también inventa sus honras en los monasterios y pone sus leyes,
que suben y bajan en dignidades como los del mundo. Los letrados
deben de ir por sus letras -que esto no lo sé-, que el que ha llegado
a leer teología, no ha de bajar a leer filosofía, que es un punto de
honra que está en que ha de subir y no bajar. Y aun si se lo
mandase la obediencia, lo tendría por agravio y habría quien
tornase de él, que es afrenta. Y luego el demonio descubre razones
que aun en ley de Dios parece lleva razón. Pues entre nosotras, la
que ha sido priora ha de quedar inhabilitada para otro oficio más
bajo; un mirar en la que es más antigua, que esto no se nos olvida,
y aun a las veces parece merecemos en ello, porque lo manda la
Orden.
5. Cosa es para reír, o para llorar, que lleva más razón. Sí, que no
manda la Orden que no tengamos humildad. Manda que haya
concierto. Mas yo no he de estar tan concertada en cosas de mi
estima, que tenga tanto cuidado en este punto de orden como de
otras cosas de ella, que por ventura guardaremos imperfectamente;
no esté toda nuestra perfección de guardarla en esto; otras lo
mirarán por mí, si yo me descuido. Es el caso que como somos
inclinadas a subir -aunque no subiremos por aquí al cielo-, no ha de
haber bajar. ¡Oh Señor, Señor! ¿Sois Vos nuestro dechado y
maestro? Sí, por cierto. ¿Pues en qué estuvo vuestra honra,
honrador nuestro? ¿No la perdisteis, por cierto, en ser humillado
hasta la muerte? No, Señor, sino que la ganasteis para todos.
6. ¡Oh, por amor de Dios, hermanas!, que llevamos perdido el
camino, porque va errado desde el principio, y plega a Dios que no
se pierda algún alma por guardar estos negros puntos de honra sin
entender en qué está la honra. Y vendremos después a pensar que
hemos hecho mucho si perdonamos una cosita de éstas, que ni era
agravio ni injuria ni nada; y muy como quien ha hecho algo,
vendremos a que nos perdone el Señor, pues hemos perdonado.
Dadnos, mi Dios, a entender que no nos entendemos y que
venimos vacías las manos, y perdonadnos Vos por vuestra
misericordia. Que en verdad, Señor, que no veo cosa (pues) todas
las cosas se acaban y el castigo es sin fin) que merezca ponérseos
delante para que nos hagáis tan gran merced, si no es por quien os
lo pide.
7. Mas ¡qué estimado debe ser este amarnos unos a otros del
Señor! Pues pudiera el buen Jesús ponerle delante otras, y decir:
«perdonadnos, Señor, porque hacemos mucha penitencia, o porque
rezamos mucho y ayunamos y lo hemos dejado todo por Vos y os
amamos mucho»; y no dijo «porque perderíamos la vida por Vos», y
-como digo- otras cosas que pudiera decir, sino sólo «porque
perdonamos». Por ventura, como nos conoce por tan amigos de
esta negra honra y como cosa más dificultosa de alcanzar de
nosotros y más agradable a su Padre, la dijo y se la ofrece de
nuestra parte.
«Efectos que deja el buen espíritu».
8. Pues tened mucha cuenta, hermanas, con que dice: «como
perdonamos»; ya como cosa hecha, como he dicho. Y advertid
mucho en esto, que cuando de las cosas que Dios hace merced a
un alma en la oración que he dicho de contemplación perfecta no
sale muy determinada y, si se le ofrece, lo pone por obra de
perdonar cualquier injuria por grave que sea, no estas naderías que
llaman injurias, no fíe mucho de su oración; que al alma que Dios
llega a Sí en oración tan subida no llegan ni se le da más ser
estimada que no. No dije bien, que sí da, que mucha más pena le
da la honra que la deshonra, y el mucho holgar con descanso que
los trabajos. Porque cuando de veras le ha dado el Señor aquí su
reino, ya no le quiere en este mundo; y para más subidamente
reinar, entiende es éste el verdadero camino, y ha ya visto por
experiencia la gran ganancia que le viene y lo que se adelanta un
alma en padecer por Dios. Porque por maravilla llega Su Majestad a
hacer tan grandes regalos sino a personas que han pasado de
buena gana muchos trabajos por El. Porque, como dije en otra
parte de este libro, son grandes los trabajos de los contemplativos,
y así los busca el Señor gente experimentada.
9. Pues entended, hermanas, que como éstos tienen ya entendido
lo que es todo, en cosa que pasa no se detienen mucho. Si de
primer movimiento da pena una gran injuria y trabajo, aún no lo ha
bien sentido cuando acude la razón por otra parte, que parece
levanta la bandera por sí y deja casi aniquilada aquella pena con el
gozo que le da ver que le ha puesto el Señor en las manos cosa
que en un día podra ganar más delante de Su Majestad de
mercedes y favores perpetuos, que pudiera ser ganará él en diez
años por trabajos que quisiera tomar por sí. Esto es muy ordinario,
a lo que yo entiendo, que he tratado muchos contemplativos y sé
cierto que pasa así; que como otros precian oro y joyas, precian
ellos los trabajos y los desean, porque tienen entendido que éstos
les han de hacer ricos.
10. De estas personas está muy lejos estima suya de nada. Gustan
entiendan sus pecados y de decirlos cuando ven que tienen estima
de ellos. Así les acaece de su linaje, que ya saben que en el reino
que no se acaba no han de ganar por aquí. Si gustasen ser de
buena casta, es cuando para más servir a Dios fuera menester;
cuando no, pésales los tengan por más de lo que son, y sin ninguna
pena desengañan, sino con gusto. Es el caso que debe ser a quien
Dios hace merced de tener esta humildad y amor grande a Dios,
que en cosa que sea servirle más ya se tiene a sí tan olvidado, que
aun no puede creer que otros sienten algunas cosas ni lo tienen por
injuria.
11. Estos efectos que he dicho a la postre son de personas ya más
llegadas a perfección, y a quien el Señor muy ordinario hace
mercedes de llegarle a Sí por contemplación perfecta. Mas lo
primero, que es estar determinados a sufrir injurias, y sufrirlas
aunque sea recibiendo pena, digo que muy en breve lo tiene quien
tiene ya esta merced del Señor de tener oración hasta llegar a
unión. Y que si no tiene estos efectos y sale muy fuerte en ellos de
la oración, crea que no era la merced de Dios, sino alguna ilusión y
regalo del demonio, porque nos tengamos por más honrados.
12. Puede ser que al principio, cuando el Señor hace estas
mercedes, no luego el alma quede con esta fortaleza; mas digo que
si las continúa a hacer, que en breve tiempo se hace con fortaleza,
y ya que no la tenga en otras virtudes, en esto de perdonar sí. No
puedo yo creer que alma que tan junto llega de la misma
misericordia, adonde conoce la que es y lo mucho que le ha
perdonado Dios, deje de perdonar luego con toda facilidad y quede
allanada en quedar muy bien con quien la injurió. Porque tiene
presente el regalo y merced que le ha hecho, adonde vio señales
de grande amor, y alégrase se le ofrezca en qué le mostrar alguno.
13. Torno a decir que conozco muchas personas que las ha hecho
el Señor merced de levantarlas a cosas sobrenaturales, dándoles
esta oración o contemplación que queda dicha, y aunque las veo
con otras faltas e imperfecciones, con ésta no he visto ninguna ni
creo la habrá, si las mercedes son de Dios, como he dicho. El que
las recibiere mayores, mire en sí cómo van creciendo estos efectos;
y si no viere en sí ninguno, témase mucho y no crea que esos
regalos son de Dios -como he dicho- que siempre enriquece el alma
adonde llega. Esto es cierto, que aunque la merced y regalo pase
presto, que se entiende despacio en las ganancias con que queda
el alma. Y como el buen Jesús sabe bien esto, determinadamente
dice a su Padre Santo que «perdonamos nuestros deudores».
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 37
Dice la excelencia de esta oración del Paternóster, y cómo
hallaremos de muchas maneras consolación en ella.
1. Es cosa para alabar mucho al Señor cuán subida en perfección
es esta oración evangelical, bien como ordenada de tan buen
Maestro, y así podemos, hijas, cada una tomarla a su propósito.
Espántame ver que en tan pocas palabras está toda la
contemplación y perfección encerrada, que parece no hemos
menester otro libro sino estudiar en éste. Porque hasta aquí nos ha
enseñado el Señor todo el modo de oración y de alta
contemplación, desde los principiantes a la oración mental y de
quietud y unión, que a ser yo para saberlo decir, se podía hacer un
gran libro de oración sobre tan verdadero fundamento. Ahora ya
comienza el Señor a darnos a entender los efectos que deja cuando
son mercedes suyas, como habéis visto.
2. Pensado he yo cómo no se había Su Majestad declarado más en
cosas tan subidas y oscuras para que todos lo entendiésemos.
Hame parecido que, como había de ser general para todos esta
oración, que porque pudiese pedir cada uno a su propósito y se
consolase, pareciéndonos le damos buen entendimiento, lo dejó así
en confuso, para que los contemplativos que ya no quieren cosas
de la tierra, y personas ya muy dadas a Dios, pidan las mercedes
del cielo que se pueden por la bondad de Dios dar en la tierra; y los
que aún viven en ella y es bien que vivan conforme a sus estados,
pidan también su pan, que se han de sustentar y sustentar sus
casas, y es muy justo y santo, y así las demás cosas, conforme a
sus necesidades.
3. Mas miren que estas dos cosas, que es darle nuestra voluntad y
perdonar, que es para todos. Verdad es que hay más y menos en
ello, como queda dicho: los perfectos darán la voluntad como
perfectos y perdonarán con la perfección que queda dicha;
nosotras, hermanas, haremos lo que pudiéremos, que todo lo recibe
el Señor. Porque parece una manera de concierto que de nuestra
parte hace con su Eterno Padre, como quien dice: «haced Vos esto,
Señor, y harán mis hermanos estotro». Pues a buen seguro que no
falte por su parte. ¡Oh, oh, que es muy buen pagador y paga muy
sin tasa!
4. De tal manera podemos decir una vez esta oración, que como
entienda no nos queda doblez, sino que haremos lo que decimos,
nos deje ricas. Es muy amigo tratemos verdad con El. Tratando con
llaneza y claridad, que no digamos una cosa y nos quede otra,
siempre da más de lo que le pedimos.
Sabiendo esto nuestro buen Maestro, y que los que de veras
llegasen a perfección en el pedir habían de quedar tan en alto grado
con las mercedes que les había de hacer el Padre, entendiendo que
los ya perfectos o que van camino de ello, -que no temen ni deben,
como dicen-, tienen el mundo debajo de los pies, contento el Señor
de él (como) por los efectos que hace en sus almas pueden tener
grandísima esperanza que Su Majestad lo está), embebidos en
aquellos regalos, no querrían acordarse que hay otro mundo ni que
tienen contrarios.
5. ¡Oh Sabiduría eterna! ¡Oh buen Enseñador! Y qué gran cosa es,
hijas, un maestro sabio, temeroso, que previene a los peligros. Es
todo el bien que un alma espiritual puede acá desear, porque es
gran seguridad. No podría encarecer con palabras lo que importa
esto. Así que viendo el Señor que era menester despertarlos y
acordarlos que tienen enemigos, y cuán más peligroso es en ellos ir
descuidados, y que mucha más ayuda han menester del Padre
Eterno, porque caerán de más alto, y para no andar sin entenderse,
engañados, pide estas peticiones tan necesarias a todos mientras
vivimos en este destierro: «Y no nos traigas, Señor, en tentación;
mas líbranos de mal.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 38
Que trata de la gran necesidad que tenemos de suplicar al Padre
eterno nos conceda lo que pedimos en estas palabras: «Et ne nos
inducas in tentationem, sed libera nos a malo», y declara algunas
tentaciones. -Es de notar.
1. Grandes cosas tenemos aquí, hermanas, que pensar y que
entender, pues lo pedimos. Ahora mirad que tengo por muy cierto
los que llegan a la perfección que no piden al Señor los libre de los
trabajos ni de las tentaciones ni persecuciones y peleas. Que éste
es otro efecto muy cierto y grande de ser espíritu del Señor, y no
ilusión, la contemplación y mercedes que Su Majestad les diere;
porque, como poco ha dije, antes los desean y los piden y los
aman. Son como los soldados, que están más contentos cuando
hay más guerra, porque esperan salir con más ganancia. Si no la
hay, sirven con su sueldo, mas ven que no pueden medrar mucho.
2. Creed, hermanas, que los soldados de Cristo, que son los que
tienen contemplación y tratan de oración, no ven la hora que pelear;
nunca temen mucho enemigos públicos; ya los conocen y saben
que, con la fuerza que en ellos pone el Señor, no tienen fuerza, y
que siempre quedan vencedores y con gran ganancia; nunca los
vuelven el rostro. Los que temen, y es razón teman y siempre pidan
los libre el Señor de ellos, son unos enemigos que hay traidores,
unos demonios que se transfiguran en ángel de luz; vienen
disfrazados. Hasta que han hecho mucho daño en el alma, no se
dejan conocer, sino que nos andan bebiendo la sangre y acabando
las virtudes, y andamos en la misma tentación y no lo entendemos.
De éstos pidamos, hijas, y supliquemos muchas veces en el
Paternóster que nos libre el Señor y que no consienta andemos en
tentación; que no nos traigan engañadas, que se descubra la
ponzoña, que no os escondan la luz y la verdad. ¡Oh, con cuánta
razón nos enseña nuestro buen Maestro a pedir esto y lo pide por
nosotros!
3. Mirad, hijas, que de muchas maneras dañan, no penséis que es
sólo en hacernos entender que los gustos que pueden fingir en
nosotros y regalos son de Dios, que éste me parece el menos daño,
en parte, que ellos pueden hacer; antes podrá ser que con esto
hagan caminar más aprisa, porque, cebados de aquel gusto, están
más horas en la oración; y como ellos están ignorantes que es del
demonio y como se ven indignos de aquellos regalos, no acabarán
de dar gracias a Dios, quedarán más obligados a servirle,
esforzarse han a disponerse para que les haga más mercedes el
Señor, pensando son de su mano.
4. Procurad, hermanas, siempre humildad y ver que no sois dignas
de estas mercedes, y no las procuréis. Haciendo esto, tengo para
mí que muchas almas pierde el demonio por aquí, pensando hacer
que se pierdan, y que saca el Señor del mal que él pretende hacer,
nuestro bien. Porque mira SuMajestad nuestra intención, que es
contentarle y servirle estándonos con El en la oración, y fiel es el
Señor. Bien es andar con aviso no haga quiebra en la humildad o
engendrar alguna vanagloria. Suplicando al Señor os libre en esto,
no hayáis miedo, hijas, que os deje su Majestad regalar mucho de
nadie, sino de Sí.
5. Adonde el demonio puede hacer gran daño sin entenderle, es
haciéndonos creer que tenemos virtudes no las teniendo, que esto
es pestilencia. Porque en los gustos y regalos parece sólo que
recibimos y que quedamos más obligados a servir; acá parece que
damos y servimos y que está el Señor obligado a pagar, y así poco
a poco hace mucho daño. Que por una parte enflaquece la
humildad, por otra descuidámonos de adquirir aquella virtud, que
nos parece la tenemos ya ganada.
Pues ¿qué remedio, hermanas? El que a mí me parece mejor es lo
que nos enseña nuestro Maestro: oración y suplicar al Padre Eterno
que no permita que andemos en tentación.
[6]. También os quiero decir otro alguno: que, si nos parece el
Señor ya nos la ha dado, entendamos que es bien recibido y que
nos le puede tornar a quitar, como, a la verdad, acaece muchas
veces y no sin gran providencia de Dios. ¿Nunca lo habéis visto por
vosotras, hermanas? Pues yo sí: unas veces me parece que estoy
muy desasida, y en hecho de verdad, venido a la prueba, lo estoy;
otra vez me hallo tan asida y de cosas que por ventura el día de
antes burlara yo de ello, que casi no me conozco. Otras veces me
parece tengo mucho ánimo y que a cosa que fuese servir a Dios no
volvería el rostro; y probado, es así que le tengo para algunas; otro
día viene que no me hallo con él para matar una hormiga por Dios
si en ello hallase contradicción. Así, unas veces me parece que de
ninguna cosa que me murmurasen ni dijesen de mí no se me da
nada; y probado, algunas veces es así, que antes me da contento;
vienen días que sola una palabra me aflige y querría irme del
mundo, porque me parece me cansa en todo. Y en esto no soy sola
yo, que lo he mirado en muchas personas mejores que yo y sé que
pasa así.
7. Pues esto es, ¿quién podrá decir de sí que tiene virtud ni que
está rica, pues al mejor tiempo que haya menester la virtud se halla
de ella pobre? -Que no, hermanas, sino pensemos siempre lo
estamos, y no nos adeudemos sin tener de qué pagar; porque de
otra parte ha de venir el tesoro, y no sabemos cuándo nos querrá
dejar en la cárcel de nuestra miseria sin darnos nada; y si
teniéndonos por buenas nos hacen merced y honra -que es el
emprestar que digo-, quedaránse burlados ellos y nosotras. Verdad
es que, sirviendo con humildad, en fin nos socorre el Señor en las
necesidades; mas si no hay muy de veras esta virtud, a cada paso como dicen- os dejará el Señor. Y es grandísima merced suya, que
es para que la tengáis y entendáis con verdad que no tenemos
nada que no lo recibimos.
8. Ahora, pues, notad otro aviso: hácenos entender el demonio que
tenemos una virtud, digamos de paciencia, porque nos
determinamos y hacemos muy continuos actos de pasar mucho por
Dios; y parécenos en hecho de verdad que lo sufriríamos, y así
estamos muy contentas, porque ayuda el demonio a que lo
creamos. Yo os aviso no hagáis caso de estas virtudes, ni
pensemos las conocemos sino de nombre, ni que nos las ha dado
el Señor, hasta que veamos la prueba; porque acaecerá que a una
palabra que os digan a vuestro disgusto, vaya la paciencia por el
suelo. Cuando muchas veces sufriereis, alabad a Dios que os
comienza a enseñar esta virtud, y esforzaos a padecer, que es
señal que en eso quiere se la paguéis, pues os la da, y no la
tengáis sino como en depósito, como ya queda dicho.
9. Trae otra tentación, que nos parecemos muy pobres de espíritu, y
traemos costumbre de decirlo, que ni queremos nada ni se nos da
nada de nada. No se ha ofrecido la ocasión de darnos algo -aunque
pase de lo necesario- cuando va toda perdida la pobreza de
espíritu. Mucho ayuda el traer costumbre de decirlo, a parecer que
se tiene.
Mucho hace al caso andar siempre sobre aviso para entender esta
tentación, así en las cosas que he dicho, como en otras muchas;
porque cuando de veras da el Señor una sólida virtud de éstas,
todas parece las trae tras sí; es muy conocida cosa. Mas tórnoos a
avisar que, aunque os parezca la tenéis, temáis que os engañáis.
Porque el verdadero humilde siempre anda dudoso en virtudes
propias, y muy ordinariamente le parecen más ciertas y de más
valor las que ve en sus prójimos.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 39
Prosigue la misma materia, y da avisos de tentaciones algunas de
diferentes maneras, y pone los remedios para que se puedan librar
de ellas.
1. Pues guardaos también, hijas, de unas humildades que pone el
demonio con gran inquietud de la gravedad de nuestros pecados,
que suele apretar aquí de muchas maneras, hasta apartarse de las
comuniones y de tener oración particular (por) no lo merecer, les
pone el demonio); y cuando llegan al Santísimo Sacramento, en si
se aparejaron bien o no, se les va el tiempo que habían de recibir
mercedes. Llega la cosa a término de hacer parecer a un alma que,
por ser tal, la tiene Dios tan dejada, que casi pone duda en su
misericordia. Todo le parece peligro lo que trata, y sin fruto lo que
sirve, por bueno que sea. Dale una desconfianza que, se le caen
los brazos para hacer ningún bien, porque le parece que lo que lo
es en los otros, en ella es mal.
2. Mirad mucho, hijas, en este punto que os diré, porque algunas
veces podrá ser humildad y virtud teneros por tan ruin, y otras
grandísima tentación. Porque yo he pasado por ella, la conozco. La
humildad no inquieta ni desasosiega ni alborota el alma, por grande
que sea; sino viene con paz y regalo y sosiego. Aunque uno, de
verse ruin, entienda claramente merece estar en el infierno, y se
aflige y le parece con justicia todos le habían de aborrecer , y que
no osa casi pedir misericordia, si es buena humildad, esta pena
viene con una suavidad en sí y contento, que no querríamos vernos
sin ella. No alborota ni aprieta el alma, antes la dilata y hace hábil
para servir más a Dios. Estotra pena todo lo turba, todo lo alborota,
toda el alma revuelve, es muy penosa. Creo pretende el demonio
que pensemos tenemos humildad, y si pudiese, a vueltas, que
desconfiásemos de Dios.
3. Cuando así os hallarais, atajad el pensamiento de vuestra
miseria lo más que pudiereis, y ponedle en la misericordia de Dios y
en lo que nos ama y padeció por nosotros. Y si es tentación, aun
esto no podréis hacer, que no os dejará sosegar el pensamiento ni
ponerle en cosa, sino para fatigaros más. Harto será si conocéis es
tentación.
Así es en penitencias desconcertadas, para hacer entendernos que
somos más penitentes que las otras y que hacéis algo. Si os andáis
escondiendo del confesor o prelada, o si diciéndoos que lo dejéis no
lo hacéis, es clara tentación. Procurad -aunque más pena os déobedecer, pues en esto está la mayor perfección.
4. Pone otra bien peligrosa, que es una seguridad de parecernos
que en ninguna manera tornaríamos a las culpas pasadas y
contentos del mundo; «que ya le tengo entendido y sé que se acaba
todo y que más gusto me dan las cosas de Dios». Esta, si es a los
principios, es muy malo, porque con esta seguridad no se les da
nada de tornarse a poner en las ocasiones, y hácenos dar de ojos,
y plega a Dios que no sea muy peor la recaída. Porque, como el
demonio ve que es alma que le puede dañar y aprovechar a otras,
hace todo su poder para que no se levante.
Así que, aunque más gustos y prendas de amor el Señor os dé,
nunca tanto andéis seguras que dejéis de temer podéis tornar a
caer, y guardaros de las ocasiones.
5. Procurad mucho tratar esas mercedes y regalos con quien os dé
luz, sin tener cosa secreta. Y tened este cuidado: que en principio y
fin de la oración, por subida contemplación que sea, siempre
acabéis en propio conocimiento. Y si es de Dios, aunque no queráis
ni tengáis este aviso, lo haréis aun más veces, porque trae consigo
humildad y siempre deja con más luz para que entendamos lo poco
que somos.
No me quiero detener más, porque muchos libros hallaréis de estos
avisos. Lo que he dicho es porque he pasado por ello y vístome en
trabajo algunas veces. Todo cuanto se puede decir no puede dar
entera seguridad.
6. Pues, Padre Eterno, ¿qué hemos de hacer sino acudir a Vos y
suplicaros no nos traigan estos contrarios nuestros en tentación?
Cosas públicas vengan, que con vuestro favor mejor nos
libraremos. Mas esas traiciones ¿quién las entenderá, Dios mío?
Siempre hemos menester pediros remedio. Decidnos, Señor,
alguna cosa para que nos entendamos y aseguremos. Ya sabéis
que por este camino no van los muchos, y si han de ir con tantos
miedos, irán muy menos.
7. Cosa extraña es ésta, ¡como si para los que no van por camino
de oración no tentase el demonio!, y que se espanten más todos de
uno que engaña de los que van más llegados a perfección, que de
cien mil que ven en engaños y pecados públicos, que no hay que
andar a mirar si es bueno o malo, porque de mil leguas se entiende
es Satanás.
A la verdad, tienen razón, porque son tan poquísimos a los que
engaña el demonio de los que rezaren el Paternóster como queda
dicho, que como cosa nueva y no usada da admiración; que es
cosa muy de los mortales pasar fácilmente por lo continuo que ven,
y espantarse mucho de lo que es muy pocas veces o casi ninguna.
Y los mismos demonios los hacen espantar, porque les está a ellos
bien, que pierden muchos por uno que se llega a la perfección.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 40
Dice cómo procurando siempre andar en amor y temor de Dios,
iremos seguras entre tantas tentaciones.
1. Pues, buen Maestro nuestro, dadnos algún remedio cómo vivir
sin mucho sobresalto en guerra tan peligrosa.
El que podemos tener, hijas, y nos dio Su Majestad es «amor y
temor»; que el amor nos hará apresurar los pasos; el temor nos
hará ir mirando adónde ponemos los pies para no caer por camino
adonde hay tanto en que tropezar como caminamos todos los que
vivimos. Y con esto a buen seguro que no seamos engañadas.
2. Diréisme que en qué veréis que tenéis estas dos virtudes tan
grandes. Y tenéis razón, porque cosa muy cierta y determinada no
la puede haber; porque siéndolo de que tenemos amor, lo
estaremos de que estamos en gracia. Mas mirad, hermanas: hay
unas señales que parece los ciegos las ven; no están secretas;
aunque no queráis entenderlas, ellas dan voces que hacen mucho
ruido, porque no son muchos los que con perfección las tienen, y
así se señalan más. ¡Como quien no dice nada: amor y temor de
Dios! Son dos castillos fuertes, desde donde se da guerra al mundo
y a los demonios.
3. Quien de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno
quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los
buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden. No aman
sino verdades y cosa que sea digna de amar. ¿Pensáis que es
posible quien muy de veras ama a Dios amar vanidades? Ni puede,
ni riquezas, ni cosas del mundo, de deleites, ni honras; ni tiene
contiendas ni envidias. Todo porque no pretende otra cosa sino
contentar al Amado. Andan muriendo porque los ame, y así ponen
la vida en entender cómo le agradarán más.
¿Esconderse? -¡Oh, que el amor de Dios, si de veras es amor, es
imposible! Si no, mirad un San Pablo, una Magdalena: en tres días
el uno comenzó a entenderse que estaba enfermo de amor; éste
fue San Pablo. La Magdalena desde el primer día, ¡y cuán bien
entendido! Que esto tiene, que hay más o menos; y así se da a
entender como la fuerza que tiene el amor: si es poco, dase a
entender poco; y si es mucho, mucho; mas poco o mucho, como
haya amor de Dios, siempre se entiende.
4. Mas de lo que ahora tratamos más, que es de los engaños e
ilusiones que hace el demonio a los contemplativos, no hay poco;
siempre es el amor mucho -o ellos no serán contemplativos-, y así
se da a entender mucho y de muchas maneras. Es fuego grande,
no puede sino dar gran resplandor. Y si esto no hay, anden con
gran recelo, crean que tienen bien que temer, procuren entender
qué es, hagan oraciones, anden con humildad y supliquen al Señor
no los traiga en tentación; que, cierto, a no haber esta señal, yo
temo que andamos en ella. Mas andando con humildad, procurando
saber la verdad, sujetas al confesor y tratando con él con verdad y
llaneza, que, -como está dicho-, con lo que el demonio os pensare
dar la muerte os da la vida, aunque más cocos e ilusiones os quiera
hacer.
5. Mas si sentís este amor de Dios que tengo dicho y el temor que
ahora diré, andad alegres y quietas, que por haceros turbar el alma
para que no goce tan grandes bienes, os pondrá el demonio mil
temores falsos y hará que otros os los pongan. Porque ya que no
puede ganaros, al menos procura hacernos algo perder, y que
pierdan los que pudieran ganar mucho creyendo son de Dios las
mercedes que hace tan grandes a una criatura tan ruin, y que es
posible hacerlas, que parece algunas veces tenemos olvidadas sus
misericordias antiguas.
6. ¿Pensáis que le importa poco al demonio poner estos temores? No, sino mucho, porque hace dos daños: el uno, que atemoriza a
los que lo oyen de llegarse a la oración, pensando han también de
ser engañados. El otro, que se llegarían muchos más a Dios, viendo
que es tan bueno -como he dicho-, que es posible comunicarse
ahora tanto con los pecadores. Póneles codicia -y tienen razón- que
yo conozco algunas personas que esto los animó y comenzaron
oración, y en poco tiempo salieron verdaderos, haciéndolos el
Señor grandes mercedes.
7. Así que, hermanas, cuando entre vosotras viereis hay alguna que
el Señor las haga, alabad mucho al Señor por ello, y no por eso
penséis está segura, antes la ayudad con más oración; porque
nadie lo puede estar mientras vive y anda engolfado en los peligros
de este mar tempestuoso.
Así que no dejaréis de entender este amor adonde está, ni sé cómo
se pueda encubrir. Pues si amamos acá a las criaturas, dicen ser
imposible y que mientras más hacen por encubrirlo, más se
descubre, siendo cosa tan baja que no merece nombre de amor,
porque se funda en nonada; ¿y habíase de poder encubrir un amor
tan fuerte, tan justo, que siempre va creciendo, que no ve cosa para
dejar de amar, fundado sobre tal cimiento como es ser pagado con
otro amor, que ya no puede dudar de él por estar mostrado tan al
descubierto, con tan grandes dolores y trabajos y derramamiento de
sangre, hasta perder la vida, porque no nos quedase ninguna duda
de este amor? ¡Oh, válgame Dios, qué cosa tan diferente debe ser
el un amor del otro a quien lo ha probado!
8. Plega a Su Majestad nos le dé antes que nos saque de esta vida,
porque será gran cosa a la hora de la muerte ver que vamos a ser
juzgadas de quien habemos amado sobre todas las cosas. Seguras
podremos ir con el pleito de nuestras deudas. No será ir a tierra
extraña, sino propia, pues es a la de quien tanto amamos y nos
ama. Acordaos, hijas mías, aquí de la ganancia que trae este amor
consigo y de la pérdida no le tener, que nos pone en manos del
tentador, en manos tan crueles, manos tan enemigas de todo bien y
tan amigas de todo mal.
9. ¿Qué será de la pobre alma que, acabada de salir de tales
dolores y trabajos como son los de la muerte, cae luego en ellas?
¡Qué mal descanso le viene!; ¡qué despedazada irá al infierno!;
¡qué multitud de serpientes de diferentes maneras!; ¡qué temeroso
lugar!; ¡qué desventurado hospedaje! Pues para una noche una
mala posada se sufre mal, si es persona regalada (que) son los que
más deben de ir allá), pues posada de para siempre, para sin fin,
¿qué pensais sentirá aquella triste alma?
Que no queramos regalos, hijas; bien estamos aquí; todo es una
noche la mala posada. Alabemos a Dios. Esforcémonos a hacer
penitencia en esta vida. Mas ¡qué dulce será la muerte de quien de
todos sus pecados la tiene hecha y no ha de ir al purgatorio! ¡Cómo
desde acá aun podrá ser comience a gozar de la gloria! No verá en
sí temor sino toda paz.
10. Ya que no lleguemos a esto, hermanas, supliquemos a Dios, si
vamos a recibir luego penas, sea adonde con esperanza de salir de
ellas las llevemos de buena gana, y adonde no perdamos su
amistad y gracia, y que nos la dé en esta vida para no andar en
tentación sin que lo entendamos.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 41
Que habla del temor de Dios, y cómo nos hemos de guardar de
pecados veniales.
1. ¡Cómo me he alargado! Pues no tanto como quisiera, porque es
cosa sabrosa hablar en tal amor. ¿Qué será tenerle? El Señor me le
dé, por quien Su Majestad es.
Ahora vengamos al temor de Dios. Es cosa también muy conocida
de quien le tiene y de los que le tratan. Aunque quiero entendáis
que a los principios no está tan crecido, si no es algunas personas,
a quien -como he dicho- el Señor hace grandes mercedes, que en
breve tiempo las hace ricas de virtudes. Y así no se conoce en
todos, a los principios, digo. Vase aumentando el valor creciendo
más cada día; aunque desde luego se entiende, porque luego se
apartan de pecados y de las ocasiones y de malas compañías y se
ven otras señales. Mas cuando ya llega el alma a contemplación que es de lo que más ahora aquí tratamos-, el temor de Dios
también anda muy al descubierto, como el amor; no va disimulado,
aun en lo exterior. Aunque mucho con aviso se miren estas
personas, no las verán andar descuidadas, que por grande que le
tengamos a mirarlas, las tiene el Señor de manera que, si gran
interés se le ofreciese, no harán de advertencia un pecado venial.
Los mortales temen como al fuego.
Y éstas son las ilusiones que yo querría, hermanas, temiésemos
mucho, y supliquemos siempre a Dios no sea tan recia la tentación,
que le ofendamos, sino que nos la dé conforme a la fortaleza que
nos ha de dar para vencerla. Esto es lo que hace al caso; este
temor es el que yo deseo nunca se quite de nosotras, que es lo que
nos ha de valer.
2. ¡Oh, que es gran cosa no tener ofendido al Señor, para que sus
siervos y esclavos infernales estén atados!; que, en fin, todos le han
de servir, mal que les pese, sino que ellos es por fuerza y nosotros
de toda voluntad. Así que, teniéndole contento, ellos estarán a raya,
no harán cosa con que nos puedan dañar, aunque más nos traigan
en tentación y nos armen lazos secretos.
3. Tened esta cuenta y aviso -que importa mucho- que no os
descuidéis hasta que os veáis con tan gran determinación de no
ofender al Señor, que perderíais mil vidas antes que hacer un
pecado mortal, y de los veniales estéis con mucho cuidado de no
hacerlos; esto de advertencia, que de otra suerte, ¿quién estará sin
hacer muchos? Mas hay una advertencia muy pensada; otra tan de
presto, que casi haciéndose el pecado venial y advirtiendo, es todo
uno, que no nos pudimos entender. Mas pecado muy de
advertencia, por chico que sea, Dios nos libre de él. ¡Cuánto más
que no hay poco, siendo contra una tan gran Majestad y viendo que
nos está mirando! Que esto me parece a mí es pecado
sobrepensado, y como quien dice: «Señor, aunque os pese, haré
esto; ya veo que lo veis, y sé que no lo queréis y lo entiendo; mas
quiero más seguir mi antojo y apetito que no vuestra voluntad». Y
que en cosa de esta suerte hay poco, a mí no me lo parece, por
leve que sea la culpa, sino mucho y muy mucho.
4. Mirad, por amor de Dios, hermanas, si queréis ganar este temor
de Dios, que va mucho entender cuán grave cosa es ofensa de
Dios y tratarlo en vuestros pensamientos muy ordinario, que nos va
la vida y mucho más tener arraigada esta virtud en nuestras almas.
Y hasta que entendáis muy de veras que le tenéis, es menester
andar siempre con mucho mucho cuidado, y apartarnos de todas
las ocasiones y compañías que no nos ayuden a llegarnos más a
Dios. Tener gran cuenta con todo lo que hacemos, para doblar en
ello nuestra voluntad, y cuenta con que lo que hablare vaya con
edificación; huir de donde hubiere pláticas que no sean de Dios.
Ha menester mucho que en sí quede muy impreso este temor;
aunque si de veras hay amor, presto se cobra. Mas en teniendo el
alma visto con gran determinación en sí, que -como he dicho- por
cosa criada no hará una ofensa de Dios, aunque después se caiga
alguna vez, porque somos flacos y no hay que fiar de nosotros;
(cuando) más determinados, menos confiados de nuestra parte,
que de donde ha de venir la confianza ha de ser de Dios); cuando
esto que he dicho entendamos de nosotros, no es menester andar
tan encogidos ni apretados, que el Señor nos favorecerá, y ya la
costumbre nos será ayuda para no ofenderle; sino andar con una
santa libertad, tratando con quien fuere justo y aunque sean
distraídas. Porque las que antes que tuvieseis este verdadero temor
de Dios os fueran tóxico y ayuda para matar el alma, muchas veces
después os la harán para amar más a Dios y alabarle porque os
libró de aquello que veis ser notorio peligro. Y si antes fuerais parte
para ayudar a sus flaquezas, ahora lo seréis para que se vayan a la
mano en ellas por estar delante de vos, que sin quereros hacer
honra acaece esto.
5. Yo alabo al Señor muchas veces, y pensando de dónde vendrá
por qué, sin decir palabra, muchas veces un siervo de Dios ataja
palabras que se dicen contra El, debe ser que así como acá, si
tenemos un amigo, siempre se tiene respeto, -si es en su ausencia-,
a no hacerle agravio delante del que saben que lo es, y como aquél
está en gracia, la misma gracia debe hacer que, por bajo que éste
sea, se le tenga respeto y no le den pena en cosa que tanto
entienden ha de sentir, como ofender a Dios. El caso es que yo no
sé la causa, mas sé que es muy ordinario esto.
Así que no os apretéis, porque si el alma se comienza a encoger,
es muy mala cosa para todo lo bueno, y a las veces dan en ser
escrupulosas, y veisla aquí inhabilitada para sí y para los otros. Y ya
que no dé en esto, será buena para sí, mas no llegará muchas
almas a Dios, como ven tanto encogimiento y apretura. Es tal
nuestro natural, que las atemoriza y ahoga y huyen de llevar el
camino que vos lleváis, aunque conocen claro ser de más virtud.
6. Y viene otro daño de aquí, que es juzgar a otros: como no van
por vuestro camino, sino con más santidad por aprovechar el
prójimo tratan con libertad y sin esos encogimientos, luego os
parecerán imperfectos. Si tienen alegría santa, parecerá disolución,
en especial en las que no tenemos letras ni sabemos en lo que se
puede tratar sin pecado. Es muy peligrosa cosa y un andar en
tentación continuo y muy de mala digestión, porque es en perjuicio
del prójimo. Y pensar que si no van todos por el modo que vos,
encogidamente, no van tan bien, es malísimo.
Y hay otro daño: que en algunas cosas que habéis de hablar y es
razón habléis, por miedo de no exceder en algo no osaréis sino por
ventura decir bien de lo que sería muy bien abominaseis.
7. Así que, hermanas, todo lo que pudiereis sin ofensa de Dios
procurad ser afables y entender de manera con todas las personas
que os trataren, que amen vuestra conversación y deseen vuestra
manera de vivir y tratar y no se atemoricen y amedrenten de la
virtud. A religiosas importa mucho esto: mientras más santas, más
conversables con sus hermanas, y que aunque sintáis mucha pena
si no van sus pláticas todas como vos las querríais hablar, nunca os
extrañéis de ellas, si queréis aprovechar y ser amada. Que es lo
que mucho hemos de procurar: ser afables y agradar y contentar a
las personas que tratamos, en especial a nuestras hermanas.
8. Así que, hijas mías, procurad entender de Dios en verdad que no
mira a tantas menudencias como vosotras pensáis, y no dejéis que
se os encoja el ánima y el ánimo, que se podrán perder muchos
bienes. La intención recta, la voluntad determinada, como tengo
dicho, de no ofender a Dios. No dejéis arrinconar vuestra alma, que
en lugar de procurar santidad sacará muchas imperfecciones que el
demonio le pondrá por otras vías y, como he dicho, no aprovechará
a sí y a las otras tanto como pudiera.
9. Veis aquí cómo con estas dos cosas -amor y temor de Diospodemos ir por este camino sosegados y quietos, aunque, como el
temor ha de ir siempre delante, no descuidados; que esta seguridad
no la hemos de tener mientras vivimos, porque sería gran peligro. Y
así lo entendió nuestro Enseñador cuando en el fin de esta oración
dice a su Padre estas palabras, como quien entendió bien eran
menester.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 42
En que trata de estas postreras palabras del Paternóster: «Sed
libera nos a malo. Amen». Mas líbranos del mal. Amén.
1. Paréceme tiene razón el buen Jesús de pedir esto para Sí,
porque ya vemos cuán cansado estaba de esta vida cuando dijo en
la cena a sus Apóstoles: «Con deseo he deseado cenar con
vosotros», que era la postrera cena de su vida. Adonde se ve cuán
cansado debía ya estar de vivir. Y ahora no se cansarán los que
han cien años, sino siempre con deseo de vivir más. A la verdad, no
la pasamos tan mal ni con tantos trabajos como Su Majestad la
pasó, ni tan pobremente. ¿Qué fue toda su vida sino una continua
muerte, siempre trayendo la que le habían de dar tan cruel delante
de los ojos? Y esto era lo menos; mas ¡tantas ofensas como se
hacían a su Padre y tanta multitud de almas como se perdían! Pues
si acá una que tenga caridad le es esto gran tormento, ¿qué sería
en la caridad sin tasa ni medida de este Señor? Y ¡qué gran razón
tenía de suplicar al Padre que le librase ya de tantos males y
trabajos y le pusiese en descanso para siempre en su reino, pues
era verdadero heredero de él!
2. «Amén». Que el amén entiendo yo que pues con él se acaban
todas las cosas, que así pide el Señor seamos librados de todo mal
para siempre. Y así lo suplico yo al Señor me libre de todo mal para
siempre, pues no me desquito de lo que debo, sino que puede ser
por ventura cada día me adeudo más. Y lo que no se puede sufrir,
Señor, es no poder saber cierto que os amo, ni si son aceptos mis
deseos delante de Vos. ¡Oh Señor y Dios mío, libradme ya de todo
mal, y sed servido de llevarme adonde están todos los bienes!
¿Qué esperan ya aquí a los que Vos habéis dado algún
conocimiento de lo que es el mundo y los que tienen viva fe de lo
que el Padre Eterno les tiene guardado?
3. El pedir esto con deseo grande y toda determinación es un gran
efecto para los contemplativos de que las mercedes que en la
oración reciben son de Dios. Así que los que lo fueren, ténganlo en
mucho. El pedirlo yo no es por esta vía; digo que no se tome por
esta vía, sino que, como he tan mal vivido, temo ya de más vivir, y
cánsanme tantos trabajos. Los que participan de los regalos de
Dios, no es mucho deseen estar adonde no los gocen a sorbos y
que no quieran estar en vida que tantos embarazos hay para gozar
de tanto bien y que deseen estar adonde no se les ponga el sol de
justicia. Haráseles todo oscuro cuanto después acá ven, y de cómo
viven me espanto. No debe ser con contento quien ha comenzado a
gozar y le han dado ya acá su reino y no ha de vivir por su voluntad,
sino por la del rey.
4. ¡Oh, cuán otra vida debe ser ésta para no desear la muerte!
¡Cuán diferentemente se inclina nuestra voluntad a lo que es la
voluntad de Dios! Ella quiere queramos la verdad, nosotros
queremos la mentira; quiere que queramos lo eterno, acá nos
inclinamos a lo que se acaba; quiere queramos cosas grandes y
subidas, acá queremos bajas y de tierra; querría quisiésemos sólo
lo seguro, acá amamos lo dudoso: que es burla, hijas mías, sino
suplicar a Dios nos libre de estos peligros para siempre y nos saque
ya de todo mal. Y aunque no sea nuestro deseo con perfección,
esforcémonos a pedir la petición. ¿Qué nos cuesta pedir mucho,
pues pedimos a poderoso? Mas, por que más acertemos, dejemos
a su voluntad el dar, pues ya le tenemos dada la nuestra. Y sea
para siempre santificado su nombre en los cielos y en la tierra, y en
mí sea siempre hecha su voluntad. Amén
***
5. Ahora mirad, hermanas, cómo el Señor me ha quitado de trabajo
enseñando a vosotras y a mí el camino que comencé a deciros,
dándome a entender lo mucho que pedimos cuando decimos esta
oración evangelical. Sea bendito por siempre, que es cierto que
jamás vino a mi pensamiento que había tan grandes secretos en
ella, que ya habéis visto encierra en sí todo el camino espiritual,
desde el principio hasta engolfar Dios el alma y darla
abundosamente a beber de la fuente de agua viva que dije estaba
al fin del camino. Parece nos ha querido el Señor dar a entender,
hermanas, la gran consolación que está aquí encerrada, y es gran
provecho para las personas que no saben leer. Si lo entendiesen,
por esta oración podían sacar mucha doctrina y consolarse en ella.
6. Pues deprendamos, hermanas, de la humildad con que nos
enseña este nuestro buen Maestro, y suplicadle me perdone, que
me he atrevido a hablar en cosas tan altas. Bien sabe Su Majestad
que mi entendimiento no es capaz para ello, si El no me enseñara
lo que he dicho. Agradecédselo vosotras, hermanas, que debe
haberlo hecho por la humildad con que me lo pedisteis y quisisteis
ser enseñadas de cosa tan miserable.
7. Si el Padre Presentado Fray Domingo Báñez, que es mi confesor,
a quien le daré antes que le veáis, viere es para vuestro
aprovechamiento y os le diere, consolarme he que os consoléis. Si
no estuviere para que nadie lo vea, tomaréis mi voluntad, que con la
obra he obedecido a lo que me mandasteis; que yo me doy por bien
pagada del trabajo que he tenido en escribir, que no por cierto en
pensar lo que he dicho.
Bendito sea y alabado el Señor, de donde nos viene todo el bien
que hablamos y pensamos y hacemos. Amén.
-----------------------------------------------------------------------FIN DEL CAMINO DE PERFECCIÓN
LAS MORADAS
CASTILLO INTERIOR
PRÓLOGO
MORADAS PRIMERAS
CAPÍTULO 1
En que trata de la hermosura y dignidad de nuestras almas. - Pone
una comparación para entenderse, y dice la ganancia que es
entenderla y saber las mercedes que recibimos de Dios. Cómo la
puerta de este castillo es la oración.
CAPÍTULO 2
Trata de cuán fea cosa es un alma que está en pecado mortal y
cómo quiso Dios dar a entender algo de esto a una persona. - Trata
también algo sobre el propio conocimiento. - Es de provecho,
porque hay algunos puntos de notar. - Dice cómo se han de
entender estas moradas.
MORADAS SEGUNDAS
CAPÍTULO ÚNICO
Que trata de lo mucho que importa la perseverancia para llegar a
las postreras moradas, y la gran guerra que da el demonio, y cuánto
conviene no errar el camino en el principio. Para acertar, da un
medio que ha probado ser muy eficaz.
TERCERAS MORADAS
CAPÍTULO PRIMERO
Trata de la poca seguridad que podemos tener mientras se vive en
este destierro, aunque el estado sea subido, y cómo conviene andar
con temor. - Hay algunos buenos puntos.
CAPÍTULO 2
Prosigue en lo mismo y trata de las sequedades en la oración y de
lo que podría suceder a su parecer, y cómo es menester probarnos
y prueba el Señor a los que están en estas moradas.
CUARTAS MORADAS
CAPÍTULO 1
Trata de la diferencia que hay de contentos y ternura en la oración y
de gustos, y dice el contento que le dio entender que es cosa
diferente el pensamiento y el entendimiento. - Es de provecho para
quien se divierte mucho en la oración.
CAPÍTULO 2
Prosigue en lo mismo y declara por una comparación qué es gustos
y cómo se han de alcanzar no procurándolos.
CAPÍTULO 3
En que trata qué es oración de recogimiento, que por la mayor parte
la da el Señor antes de la dicha. - Dice sus efectos y los que
quedan de la pasada que trató, de los gustos que da el Señor.
MORADAS QUINTAS
CAPÍTULO 1
Comienza a tratar cómo en la oración se une el ama con Dios. Dice en qué se conocerá no ser engaño.
CAPÍTULO 2
Prosigue en lo mismo. - Declara la oración de unión por una
comparación delicada. - Dice los efectos con que queda el alma. Es muy de notar.
CAPÍTULO 3
Continúa la misma materia. - Dice de otra manera de unión que
puede alcanzar el alma con el favor de Dios, y lo que importa para
esto el amor del prójimo. - Es de mucho provecho.
CAPÍTULO 4
Prosigue en lo mismo, declarando más esta manera de oración Dice lo mucho que importa andar con aviso, porque el demonio le
trae grande para hacer tornar atrás de lo comenzado.
MORADAS SEXTAS
CAPÍTULO 1
Trata cómo en comenzando el Señor a hacer mayores mercedes
hay más grandes trabajos. - Dice algunos y cómo se han en ellos
los que están ya en esta morada. - Es bueno para quien los pasa
interiores.
CAPÍTULO 2
Trata de algunas maneras con que despierta nuestro Señor al alma,
que parece no hay en ellas qué temer, aunque es cosa muy subida.
CAPÍTULO 3
Trata de la misma materia y dice de la manera que habla Dios al
alma cuando es servido, y avisa cómo se han de haber en esto y no
seguirse por su parecer. - Pone algunas señales para que se
conozca cuándo no es engaño y cuándo lo es. - Es de harto
provecho.
CAPÍTULO 4
Trata de cuando suspende Dios el alma en la oración con
arrobamiento o éxtasis o rapto, que todo es uno a mi parecer, y
cómo es menester gran ánimo para recibir tan grandes mercedes
de su Majestad.
CAPÍTULO 5
Prosigue en lo mismo, y pone una manera de cuando levanta Dios
el alma con un vuelo del espíritu en diferente manera de lo que
queda dicho. - Dice alguna causa por que es menester ánimo. Declara algo de esta merced que hace el Señor, por sabrosa
manera. - Es harto provechoso.
CAPÍTULO 6
En que dice un efecto de la oración que está dicha en el capítulo
pasado. Y en qué se entenderá que es verdadera y no engaño. Trata de otra merced que hace el Señor al alma para emplearla en
sus alabanzas.
CAPÍTULO 7
Trata de la manera que es la pena que sienten de sus pecados las
almas a quien Dios hace las mercedes dichas. - Dice cuán gran
yerro es no ejercitarse, por muy espirituales que sean, en traer
presente la Humanidad de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y
su sacratísima Pasión y vida, y su gloriosa Madre y santos. - Es de
mucho provecho.
CAPÍTULO 8
Trata de cómo se comunica Dios al alma por visión intelectual, y da
algunos avisos, y dice los efectos que hace cuando es verdadera. Encarga el secreto de estas mercedes.
CAPÍTULO 9
Trata de cómo se comunica el Señor al alma por visión imaginaria, y
avisa mucho se guarden de desear ir por este camino. - Da para
ello razones. - Es de mucho provecho.
CAPÍTULO 10
Dice de otras mercedes que hace Dios al alma por diferente manera
que las dichas, y del gran provecho que queda de ellas.
CAPÍTULO 11
Trata de unos deseos tan grandes e impetuosos que da Dios al
alma de gozarle, que ponen en peligro de perder la vida, y con el
provecho que se queda de esta merced que hace el Señor.
SÉPTIMAS MORADAS
CAPÍTULO 1
Trata de mercedes grandes que hace Dios a las almas que han
llegado a entrar en las séptimas moradas. - Dice cómo, a su
parecer, hay diferencia alguna del alma al espíritu, aunque es todo
uno. - Hay cosas de notar.
CAPÍTULO 2
Procede en lo mismo. - Dice la diferencia que hay de unión
espiritual a matrimonio espiritual. - Decláralo por delicadas
comparaciones, en que da a entender cómo muere aquí la
mariposilla que ha dicho en la quinta morada.
CAPÍTULO 3
Trata los grandes efectos que causa esta oración dicha. - Es
menester ir con atención y acuerdo de los que hacen las cosas
pasadas, que es cosa admirable la diferencia que hay.
CAPÍTULO 4
Con que acaba, dando a entender lo que le parece pretende
nuestro Señor en hacer tan grandes mercedes al alma, y cómo es
necesario que anden juntas Marta y María. - Es muy provechoso.
EPÍLOGO
-----------------------------------------------------------------------PRÓLOGO
Este tratado, llamado Castillo interior escribió Teresa de Jesús,
monja de nuestra Señora del Carmen, a sus hermanas e hijas las
monjas Carmelitas Descalzas.
JHS
1. Pocas cosas que me ha mandado la obediencia, se me han
hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración; lo uno,
porque no me parece me da el Señor espíritu para hacerlo ni deseo;
lo otro, por tener la cabeza tres meses ha con un ruido y flaqueza
tan grande, que aun los negocios forzosos escribo con pena. Mas,
entendiendo que la fuerza de la obediencia suele allanar cosas que
parecen imposibles, la voluntad se determina a hacerlo muy de
buena gana, aunque el natural parece que se aflige mucho; porque
no me ha dado el Señor tanta virtud que el pelear con la
enfermedad continua y con ocupaciones de muchas maneras se
pueda hacer sin gran contradicción suya. Hágalo el que ha hecho
otras cosas más dificultosas por hacerme merced, en cuya
misericordia confío.
2. Bien creo he de saber decir poco más que lo que he dicho en
otras cosas que me han mandado escribir, antes temo que han de
ser casi todas las mismas; porque así como los pájaros que
enseñan a hablar no saben más de lo que les muestran u oyen, y
esto repiten muchas veces, soy yo al pie de la letra. Si el Señor
quisiere diga algo nuevo, Su Majestad lo dará o será servido
traerme a la memoria lo que otras veces he dicho, que aun con esto
me contentaría, por tenerla tan mala que me holgaría de atinar a
algunas cosas que decían estaban bien dichas, por si se hubieren
perdido. Si tampoco me diere el Señor esto, con cansarme y
acrecentar el mal de cabeza por obediencia, quedaré con ganancia,
aunque de lo que dijere no se saque ningún provecho.
3. Y así, comienzo a cumplirla hoy, día de la Santísima Trinidad,
año de 1577 en este monasterio de San José del Carmen en
Toledo adonde al presente estoy, sujetándome en todo lo que dijere
al parecer de quien me lo manda escribir, que son personas de
grandes letras. Si alguna cosa dijere que no vaya conforme a lo que
tiene la santa Iglesia Católica Romana, será por ignorancia y no por
malicia. Esto se puede tener por cierto, y que siempre estoy y
estaré sujeta por la bondad de Dios, y lo he estado a ella. Sea por
siempre bendito, amén, y glorificado.
4. Díjome quien me mandó escribir que como estas monjas de
estos monasterios de nuestra Señora del Carmen tienen necesidad
de quien algunas dudas de oración las declare, y que le parecía que
mejor se entienden el lenguaje unas mujeres de otras, y con el
amor que me tienen les haría más al caso lo que yo les dijese, tiene
entendido por esta causa será de alguna importancia, si se acierta a
decir alguna cosa; y por esto iré hablando con ellas en lo que
escribiré, y porque parece desatino pensar que puede hacer al caso
a otras personas. Harta merced me hará nuestro Señor, si alguna
de ellas se aprovechare para alabarle algún poquito más: bien sabe
Su Majestad que yo no pretendo otra cosa; y está muy claro que,
cuando algo se atinare a decir, entenderán no es mío, pues no hay
causa para ello, si no fuere tener tan poco entendimiento como yo
habilidad para cosas semejantes, si el Señor por su misericordia no
la da.
------------------------------------------------------------------------
MORADAS PRIMERAS
CAPÍTULO 1
En que trata de la hermosura y dignidad de nuestras almas. - Pone
una comparación para entenderse, y dice la ganancia que es
entenderla y saber las mercedes que recibimos de Dios. Cómo la
puerta de este castillo es la oración.
1. Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque
yo no atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta
obediencia, se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con
algún fundamento: que es considerar nuestra alma como un castillo
todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos
aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien
lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino
un paraíso adonde dice El tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os
parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan
sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo
yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran
capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros
entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como
no pueden llegar a considerar a Dios, pues El mismo dice que nos
crió a su imagen y semejanza.
Pues si esto es, como lo es, no hay para qué nos cansar en querer
comprender la hermosura de este castillo; porque puesto que hay la
diferencia de él a Dios que del Criador a la criatura, pues es
criatura, basta decir Su Majestad que es hecha a su imagen para
que apenas podamos entender la gran dignidad y hermosura del
ánima.
2. No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no
entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos. ¿No
sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es,
y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de
qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es
mayor la que hay en nosotras cuando no procuramos saber qué
cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos, y así a
bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos
que tenemos almas. Mas qué bienes puede haber en esta alma o
quién está dentro en esta alma o el gran valor de ella, pocas veces
lo consideramos; y así se tiene en tan poco procurar con todo
cuidado conservar su hermosura: todo se nos va en la grosería del
engaste o cerca de este castillo, que son estos cuerpos.
3. Pues consideremos que este castillo tiene -como he dichomuchas moradas, unas en lo alto, otras embajo, otras a los lados; y
en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es
adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma.
Es menester que vayáis advertidas a esta comparación. Quizá será
Dios servido pueda por ella daros algo a entender de las mercedes
que es Dios servido hacer a las almas y las diferencias que hay en
ellas, hasta donde yo hubiere entendido que es posible; que todas
será imposible entenderlas nadie, según son muchas, cuánto más
quien es tan ruin como yo; porque os será gran consuelo, cuando el
Señor os las hiciere, saber que es posible; y a quien no, para alabar
su gran bondad; que así como no nos hace daño considerar las
cosas que hay en el cielo y lo que gozan los bienaventurados, antes
nos alegramos y procuramos alcanzar lo que ellos gozan, tampoco
nos hará ver que es posible en este destierro comunicarse un tan
gran Dios con unos gusanos tan llenos de mal olor; y amar una
bondad tan buena y una misericordia tan sin tasa. Tengo por cierto
que a quien hiciere daño entender que es posible hacer Dios esta
merced en este destierro, que estará muy falta de humildad y del
amor del prójimo; porque si esto no es, ¿cómo nos podemos dejar
de holgar de que haga Dios estas mercedes a un hermano nuestro,
pues no impide para hacérnoslas a nosotras, y de que Su Majestad
dé a entender sus grandezas, sea en quien fuere? Que algunas
veces será sólo por mostrarlas, como dijo del ciego que dio vista,
cuando le preguntaron los apóstoles si era por sus pecados o de
sus padres. Y así acaece no las hacer por ser más santos a quien
las hace que a los que no, sino porque se conozca su grandeza,
como vemos en San Pablo y la Magdalena, y para que nosotros le
alabemos en sus criaturas.
4. Podráse decir que parecen cosas imposibles y que es bien no
escandalizar los flacos. - Menos se pierde en que ellos no lo crean,
que no en que se dejen de aprovechar a los que Dios las hace; y se
regalarán y despertarán a más amar a quien hace tantas
misericordias, siendo tan grande su poder y majestad; cuánto más
que sé que hablo con quien no habrá este peligro, porque saben y
creen que hace Dios aun muy mayores muestras de amor. Yo sé
que quien esto no creyere no lo verá por experiencia, porque es
muy amigo de que no pongan tasa a sus obras, y así, hermanas,
jamás os acaezca a las que el Señor no llevare por este camino.
5. Pues tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de
ver cómo podremos entrar en él.
Parece que digo algún disparate; porque si este castillo es el ánima
claro está que no hay para qué entrar, pues se es él mismo; como
parecería desatino decir a uno que entrase en una pieza estando ya
dentro. - Mas habéis de entender que va mucho de estar a estar;
que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo que es
adonde están los que le guardan, y que no se les da nada de entrar
dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar ni quién está
dentro ni aun qué piezas tiene. Ya habréis oído en algunos libros de
oración aconsejar al alma que entre dentro de sí; pues esto mismo
es.
6. Decíame poco ha un gran letrado que son las almas que no
tienen oración como un cuerpo con perlesía o tullido, que aunque
tiene pies y manos no los puede mandar; que así son, que hay
almas tan enfermas y mostradas a estarse en cosas exteriores, que
no hay remedio ni parece que pueden entrar dentro de sí; porque ya
la costumbre la tiene tal de haber siempre tratado con las
sabandijas y bestias que están en el cerco del castillo, que ya casi
está hecha como ellas, y con ser de natural tan rica y poder tener
su conversación no menos que con Dios, no hay remedio. Y si estas
almas no procuran entender y remediar su gran miseria, quedarse
han hechas estatuas de sal por no volver la cabeza hacia sí, así
como lo quedó la mujer de Lot por volverla.
7. Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en
este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que
vocal, que como sea oración ha de ser con consideración; porque la
que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide
y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios;
porque aunque algunas veces sí será, aunque no lleve este
cuidado, mas es habiéndole llevado otras. Mas quien tuviese de
costumbre hablar con la majestad de Dios como hablaría con su
esclavo, que ni mira si dice mal, sino lo que se le viene a la boca y
tiene deprendido por hacerlo otras veces, no la tengo por oración, ni
plega a Dios que ningún cristiano la tenga de esta suerte; que entre
vosotras, hermanas, espero en Su Majestad no lo habrá, por la
costumbre que hay de tratar de cosas interiores, que es harto
bueno para no caer en semejante bestialidad.
8. Pues no hablemos con estas almas tullidas, que si no viene el
mismo Señor a mandarlas se levanten -como al que había treinta
años que estaba en la piscina-, tienen harta malaventura y gran
peligro, sino con otras almas que, en fin, entran en el castillo;
porque aunque están muy metidas en el mundo, tienen buenos
deseos, y alguna vez, aunque de tarde en tarde, se encomiendan a
nuestro Señor y consideran quién son, aunque no muy despacio;
alguna vez en un mes rezan llenos de mil negocios, el pensamiento
casi lo ordinario en esto, porque están tan asidos a ellos, que como
adonde está su tesoro se va allá el corazón, ponen por sí algunas
veces de desocuparse, y es gran cosa el propio conocimiento y ver
que no van bien para atinar a la puerta. En fin, entran en las
primeras piezas de las bajas; mas entran con ellos tantas
sabandijas, que ni le dejan ver la hermosura del castillo, ni sosegar;
harto hacen en haber entrado.
9. Pareceros ha, hijas, que es esto impertinente, pues por la bondad
del Señor no sois de éstas. - Habéis de tener paciencia, porque no
sabré dar a entender, como yo tengo entendido, algunas cosas
interiores de oración si no es así, y aun plega al Señor que atine a
decir algo, porque es bien dificultoso lo que querría daros a
entender, si no hay experiencia; si la hay, veréis que no se puede
hacer menos de tocar en lo que plega al Señor no nos toque por su
misericordia.
----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 2
Trata de cuán fea cosa es un alma que está en pecado mortal y
cómo quiso Dios dar a entender algo de esto a una persona. - Trata
también algo sobre el propio conocimiento. - Es de provecho,
porque hay algunos puntos de notar. - Dice cómo se han de
entender estas moradas.
1. Antes que pase adelante, os quiero decir que consideréis qué
será ver este castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla
oriental, este árbol de vida que está plantado en las mismas aguas
vivas de la vida, que es Dios, cuando cae en un pecado mortal: no
hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan oscura y negra, que no lo
esté mucho más. No queráis más saber de que, con estarse el
mismo sol que le daba tanto resplandor y hermosura todavía en el
centro de su alma, es como si allí no estuviese para participar de El,
con ser tan capaz para gozar de Su Majestad como el cristal para
resplandecer en él el sol. Ninguna cosa le aprovecha; y de aquí
viene que todas las buenas obras que hiciere, estando así en
pecado mortal, son de ningún fruto para alcanzar gloria; porque no
procediendo de aquel principio, que es Dios, de donde nuestra
virtud es virtud, y apartándonos de El, no puede ser agradable a sus
ojos; pues, en fin, el intento de quien hace un pecado mortal no es
contentarle, sino hacer placer al demonio, que como es las mismas
tinieblas, así la pobre alma queda hecha una misma tiniebla.
2. Yo sé de una persona a quien quiso nuestro Señor mostrar cómo
quedaba un alma cuando pecaba mortalmente. Dice aquella
persona que le parece si lo entendiesen no sería posible ninguno
pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se pueden
pensar por huir de las ocasiones. Y así le dio mucha gana que
todos lo entendieran; y así os la dé a vosotras, hijas, de rogar
mucho a Dios por los que están en este estado, todos hechos una
oscuridad, y así son sus obras; porque así como de una fuente muy
clara lo son todos los arroyicos que salen de ella, como es un alma
que está en gracia, que de aquí le viene ser sus obras tan
agradables a los ojos de Dios y de los hombres, porque proceden
de esta fuente de vida, adonde el alma está como un árbol plantado
en ella, que la frescura y fruto no tuviera si no le procediere de allí,
que esto le sustenta y hace no secarse y que dé buen fruto; así el
alma que por su culpa se aparta de esta fuente y se planta en otra
de muy negrísima agua y de muy mal olor, todo lo que corre de ella
es la misma desventura y suciedad.
3. Es de considerar aquí que la fuente y aquel sol resplandeciente
que está en el centro del alma no pierde su resplandor y hermosura
que siempre está dentro de ella, y cosa no puede quitar su
hermosura. Mas si sobre un cristal que está al sol se pusiese un
paño muy negro, claro está que, aunque el sol dé en él, no hará su
claridad operación en el cristal.
4. ¡Oh almas redimidas por la sangre de Jesucristo! ¡Entendeos y
habed lástima de vosotras! ¿Cómo es posible que entendiendo esto
no procuráis quitar esta pez de este cristal? Mirad que, si se os
acaba la vida, jamás tornaréis a gozar de esta luz. ¡Oh Jesús, qué
es ver a un alma apartada de ella! ¡Cuáles quedan los pobres
aposentos del castillo! ¡qué turbados andan los sentidos, que es la
gente que vive en ellos! Y las potencias, que son los alcaides y
mayordomos y maestresalas, ¡con qué ceguedad, con qué mal
gobierno! En fin, como adonde está !plantado el árbol que es el
demonio, ¿qué fruto puede dar?
5. Oí una vez a un hombre espiritual que no se espantaba de cosas
que hiciese uno que está en pecado mortal, sino de lo que no hacía.
Dios por su misericordia nos libre de tan gran mal, que no hay cosa
mientras vivimos que merezca este nombre de mal, sino ésta, pues
acarrea males eternos para sin fin. Esto es, hijas, de lo que hemos
de andar temerosas y lo que hemos de pedir a Dios en nuestras
oraciones; porque, si El no guarda la ciudad, en vano trabajaremos,
pues somos la misma vanidad.
Decía aquella persona que había sacado dos cosas de la merced
que Dios le hizo: la una, un temor grandísimo de ofenderle, y así
siempre le andaba suplicando no la dejase caer, viendo tan terribles
daños; la segunda, un espejo para la humildad,mirando cómo cosa
buena que hagamos no viene su principio de nosotros, sino de esta
fuente adonde está plantado este árbol de nuestras almas, y de
este sol que da calor a nuestras obras. Dice que se le representó
esto tan claro, que en haciendo alguna cosa buena o viéndola
hacer, acudía a su principio y entendía cómo sin esta ayuda no
podíamos nada; y de aquí le procedía ir luego a alabar a Dios y, lo
más ordinario, no se acordar de sí en cosa buena que hiciese.
6. No sería tiempo perdido, hermanas, el que gastaseis en leer esto
ni yo en escribirlo, si quedásemos con estas dos cosas, que los
letrados y entendidos muy bien las saben, mas nuestra torpeza de
las mujeres todo lo ha menester; y así por ventura quiere el Señor
que vengan a nuestra noticia semejantes comparaciones. Plega a
su bondad nos dé gracia para ello.
7. Son tan oscuras de entender estas cosas interiores, que a quien
tan poco sabe como yo, forzado habrá de decir muchas cosas
superfluas y aun desatinadas para decir alguna que acierte. Es
menester tenga paciencia quien lo leyere, pues yo la tengo para
escribir lo que no sé; que, cierto algunas veces tomo el papel como
una cosa boba, que ni sé qué decir ni cómo comenzar. Bien
entiendo que es cosa importante para vosotras declarar algunas
interiores, como pudiere; porque siempre oímos cuán buena es la
oración, y tenemos de constitución tenerla tantas horas, y no se nos
declara más de lo que podemos nosotras; y de cosas que obra el
Señor en un alma declárase poco, digo sobrenatural. Diciéndose y
dándose a entender de muchas maneras, sernos ha mucho
consuelo considerar este artificio celestial interior tan poco
entendido de los mortales aunque vayan muchos por él. Y aunque
en otras cosas que he escrito ha dado el Señor algo a entender,
entiendo que algunas no las había entendido como después acá, en
especial de las más dificultosas. El trabajo es que para llegar a ellas
-como he dicho- se habrán de decir muchas muy sabidas porque no
puede ser menos para mi rudo ingenio.
8. Pues tornemos ahora a nuestro castillo de muchas moradas. No
habéis de entender estas moradas una en pos de otra, como cosa
en hilada, sino poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio
adonde está el rey, y considerar como un palmito, que para llegar a
lo que es de comer tiene muchas coberturas que todo lo sabroso
cercan. Así acá, enrededor de esta pieza están muchas, y encima
lo mismo. Porque las cosas del alma siempre se han de considerar
con plenitud y anchura y grandeza, pues no le levantan nada, que
capaz es de mucho más que podremos considerar, y a todas partes
de ella se comunica este sol que está en este palacio. Esto importa
mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha, que no
la arrincone ni apriete. Déjela andar por estas moradas, arriba y
abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dignidad; no se estruje
en estar mucho tiempo en una pieza sola. ¡Oh que si es en el propio
conocimiento! Que con cuán necesario es esto (miren que me
entiendan), aun a las que las tiene el Señor en la misma morada
que El está, que jamás -por encumbrada que esté- le cumple otra
cosa ni podrá aunque quiera; que la humildad siempre labra como
la abeja en la colmena la miel, que sin esto todo va perdido. Mas
consideremos que la abeja no deja de salir a volar para traer flores;
así el alma en el propio conocimiento, créame y vuele algunas
veces a considerar la grandeza y majestad de su Dios. Aquí hallará
su bajeza mejor que en sí misma, y más libre de las sabandijas
adonde entran en las primeras piezas, que es el propio
conocimiento; que aunque, como digo, es harta misericordia de
Dios que se ejercite en esto, tanto es lo de más como lo de menos suelen decir-. Y créanme, que con la virtud de Dios obraremos muy
mejor virtud que muy atadas a nuestra tierra.
9. No sé si queda dado bien a entender, porque es cosa tan
importante este conocernos que no querría en ello hubiese jamás
relajación, por subidas que estéis en los cielos; pues mientras
estamos en esta tierra no hay cosa que más nos importe que la
humildad. Y así torno a decir que es muy bueno y muy rebueno
tratar de entrar primero en el aposento adonde se trata de esto, que
volar a los demás; porque éste es el camino, y si podemos ir por lo
seguro y llano, ¿para qué hemos de querer alas para volar?; mas
que busque cómo aprovechar más en esto; y a mi parecer jamás
nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios;
mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su
limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad,
veremos cuán lejos estamos de ser humildes.
10. Hay dos ganancias de esto: la primera, está claro que parece
una cosa blanca muy más blanca cabe la negra, y al contrario la
negra cabe la blanca; la segunda es, porque nuestro entendimiento
yvoluntad se hace m&aabute;s noble y más aparejado para todo
bien tratando a vueltas de sí con Dios; y si nunca salimos de
nuestro cieno de miserias, es mucho inconveniente. Así como
decíamos de los que están en pecado mortal cuán negras y de mal
olor son sus corrientes, así acá (aunque no son como aquéllas,
Dios nos libre, que esto es comparación), metidos siempre en la
miseria de nuestra tierra, nunca la corriente saldrá de cieno de
temores, de pusilanimidad y cobardía: de mirar si me miran, no me
miran; si, yendo por este camino, me sucederá mal; si osaré
comenzar aquella obra, si será soberbia; si es bien que una
persona tan miserable trate de cosa tan alta como la oración; si me
tendrán por mejor si no voy por el camino de todos; que no son
buenos los extremos, aunque sea en virtud; que, como soy tan
pecadora, será caer de más alto; quizá no iré adelante y haré daño
a los buenos; que una como yo no ha menester particularidades.
11. ¡Oh válgame Dios, hijas, qué de almas debe el demonio de
haber hecho perder mucho por aquí! Que todo esto les parece
humildad, y otras muchas cosas que pudiera decir, y viene de no
acabar de entendernos; tuerce el propio conocimiento y, si nunca
salimos de nosotros mismos, no me espanto, que esto y más se
puede temer. Por eso digo, hijas, que pongamos los ojos en Cristo,
nuestro bien, y allí deprenderemos la verdadera humildad, y en sus
santos, y ennoblecerse ha el entendimiento -como he dicho- y no
hará el propio conocimiento ratero y cobarde; que, aunque ésta es
la primera morada, es muy rica y de tan gran precio, que si se
descabulle de las sabandijas de ella, no se quedará sin pasar
adelante. Terribles son los ardides y mañas del demonio para que
las almas no se conozcan ni entiendan sus caminos.
12. De estas moradas primeras podré yo dar muy buenas señas de
experiencia. Por eso digo que no consideren pocas piezas, sino un
millón; porque de muchas maneras entran almas aquí, unas y otras
con buena intención. Mas, como el demonio siempre la tiene tan
mala, debe tener en cada una muchas legiones de demonios para
combatir que no pasen de unas a otras y, como la pobre alma no lo
entiende, por mil maneras nos hace trampantojos, lo que no puede
tanto a las que están más cerca de donde está el rey, que aquí,
como aún se están embebidas en el mundo y engolfadas en sus
contentos y desvanecidas en sus honras y pretensiones, no tienen
la fuerza los vasallos del alma (que son los sentidos y potencias)
que Dios les dio de su natural, y fácilmente estas almas son
vencidas, aunque anden con deseos de no ofender a Dios, y hagan
buenas obras. Las que se vieren en este estado han menester
acudir a menudo, como pudieren, a Su Majestad, tomar a su
bendita Madre por intercesora, y a sus Santos, para que ellos
peleen por ellas, que sus criados poca fuerza tienenpara se
defender. A la verdad, en todos estados es menester que nos
venga de Dios. Su Majestad nos la dé por su misericordia, amén.
13. ¡Qué miserable es la vida en que vivimos! Porque en otra parte
dije mucho del daño que nos hace, hijas, no entender bien esto de
la humildad y propio conocimiento, no os digo más aquí, aunque es
lo que más nos importa y aun plega al Señor haya dicho algo que
os aproveche.
14. Habéis de notar que en estas moradas primeras aún no llega
casi nada la luz que sale del palacio donde está el Rey; porque,
aunque no están oscurecidas y negras como cuando el alma está
en pecado, está oscurecida en alguna manera para que no la pueda
ver -el que está en ella digo- y no por culpa de la pieza -que no sé
darme a entender-, sino porque con tantas cosas malas de culebras
y víboras y cosas emponzoñosas que entraron con él, no le dejan
advertir a la luz. Como si uno entrase en una parte adonde entra
mucho sol y llevase tierra en los ojos, que casi no los pudiese abrir.
Clara está la pieza, mas él no lo goza por el impedimento o cosas
de esas fieras y bestias que le hacen cerrar los ojos para no ver
sino a ellas. Así me parece debe ser un alma que, aunque no está
en mal estado, está tan metida en cosas del mundo y tan
empapada en la hacienda u honra o negocios -como tengo dichoque, aunque en hecho de verdad se querría ver y gozar de su
hermosura, no le dejan, ni parece que puede descabullirse de
tantos impedimentos. Y conviene mucho, para haber de entrar a las
segundas moradas, que procure dar de mano a las cosas y
negocios no necesarios, cada uno conforme a su estado; que es
cosa que le importa tanto para llegar a la morada principal, que si
no comienza a hacer esto lo tengo por imposible; y aun estar sin
mucho peligro en la que está, aunque haya entrado en el castillo,
porque entre cosas tan ponzoñosas, una vez u otra es imposible
dejarle de morder.
15. Pues ¿qué sería, hijas, si a las que ya están libres de estos
tropiezos como nosotras y hemos ya entrado muy más dentro a
otras moradas secretas del castillo, si por nuestra culpa tornásemos
a salir a estas baraúndas, como por nuestros pecados debe haber
muchas personas, que las ha hecho Dios mercedes y por su culpa
las echan a esta miseria? Acá libres estamos en lo exterior; en lo
interior plega al Señor que lo estemos y nos libre. Guardaos, hijas
mías, de cuidados ajenos. Mirad que en pocas moradas de este
castillo dejan de combatir los demonios. Verdad es que en algunas
tienenfuerza las guardas para pelear -como creo he dicho que son
las potencias-, mas es mucho menester no nos descuidar para
entender sus ardides y que no nos engañe, hecho ángel de luz; que
hay una multitud de cosas con que nos puede hacer daño entrando
poco a poco, y hasta haberle hecho no le entendemos.
16. Ya os dije otra vez que es como una lima sorda, que hemos
menester entenderle a los principios. Quiero decir alguna cosa para
dároslo mejor a entender.
Pone en una hermana unos ímpetus de penitencia, que le parece
no tiene descanso sino cuando se está atormentando. Este principio
bueno es; mas si la priora ha mandado que no hagan penitencia sin
licencia, y le hace parecer que en cosa tan buena bien se puede
atrever, y escondidamente se da tal vida que viene a perder la salud
y no hacer lo que manda su Regla, ya veis en qué paró este bien.
Pone a otra un celo de la perfección muy grande. Esto muy bueno
es; mas podría venir de aquí que cualquier faltita de las hermanas
le pareciese una gran quiebra, y un cuidado de mirar si las hacen, y
acudir a la priora; y aun a las veces podría ser no ver las suyas por
el gran celo que tiene de la religión. Como las otras no entienden lo
interior y ven el cuidado, podría ser no lo tomar tan bien.
17. Lo que aquí pretende el demonio no es poco, que es enfriar la
caridad y el amor de unas con otras, que sería gran daño.
Entendamos, hijas mías, que la perfección verdadera es amor de
Dios y del prójimo, y mientras con más perfección guardáremos
estos dos mandamientos, seremos más perfectas. Toda nuestra
Regla y Constituciones no sirven de otra cosa sino de medios para
guardar esto con más perfección. Dejémonos de celos indiscretos,
que nos pueden hacer mucho daño. Cada una se mire a sí.
Porque en otra parte os he dicho harto sobre esto, no me alargaré.
18. Importa tanto este amor de unas con otras, que nunca querría
que se os olvidase; porque de andar mirando en las otras unas
naderías, que a las veces no será imperfección, sino, como
sabemos poco, quizá lo echaremos a la peor parte, puede el alma
perder la paz y aun inquietar la de las otras: mirad si costaría caro la
perfección. También podría el demonio poner esta tentación con la
priora, y sería más peligrosa. Para esto es menester mucha
discreción; porque, si fuesen cosas que van contra la Regla
yConstitución, es menester que no todas veces se eche a buena
parte, sino avisarla, y si no se enmendare, al prelado. Esto es
caridad. Y también con las hermanas, si fuese alguna cosa grave; y
dejarlo todo por miedo si es tentación, sería la misma tentación.
Mas hase de advertir mucho (porque no nos engañe el demonio) no
lo tratar una con otra, que de aquí puede sacar el demonio gran
ganancia y comenzar costumbre de murmuración; sino con quien ha
de aprovechar, como tengo dicho. Aquí, gloria a Dios, no hay tanto
lugar, como se guarda tan continuo silencio; mas bien es que
estemos sobre aviso.
-----------------------------------------------------------------------MORADAS SEGUNDAS
CAPÍTULO ÚNICO
Que trata de lo mucho que importa la perseverancia para llegar a
las postreras moradas, y la gran guerra que da el demonio, y cuánto
conviene no errar el camino en el principio. Para acertar, da un
medio que ha probado ser muy eficaz.
1. Ahora vengamos a hablar cuáles serán las almas que entran a
las segundas moradas y qué hacen en ellas. Querría deciros poco,
porque lo he dicho en otras partes bien largo, y será imposible dejar
de tornar a decir otra vez mucho de ello, porque cosa no se me
acuerda de lo dicho; que si lo supiera guisar de diferentes maneras,
bien sé que no os enfadaríais, como nunca nos cansamos de los
libros que tratan de esto, con ser muchos.
2. Es de los que han ya comenzado a tener oración y entendido lo
que les importa no se quedar en las primeras moradas, mas no
tienen aún determinación para dejar muchas veces de estar en ella,
porque no dejan las ocasiones, que es harto peligro. Mas harta
misericordia es que algún rato procuren huir de las culebras y cosas
emponzoñosas, y entender que es bien dejarlas.
Estos, en parte, tienen harto más trabajo que los primeros, aunque
no tanto peligro, porque ya parece los entienden, y hay gran
esperanza de que entrarán más adentro. Digo que tienen más
trabajo,porque los primeros son como mudos que no oyen, y así
pasan mejor su trabajo de no hablar, lo que no pasarían, sino muy
mayor, los que oyesen y no pudiesen hablar. Mas no por eso se
desea más lo de los que no oyen, que en fin es gran cosa entender
lo que nos dicen. Así éstos entienden los llamamientos que les hace
el Señor; porque, como van entrando más cerca de donde está Su
Majestad, es muy buen vecino, y tanta su misericordia y bondad,
que aun estándonos en nuestros pasatiempos y negocios y
contentos y baraterías del mundo, y aun cayendo y levantando en
pecados (porque estas bestias son tan ponzoñosas y peligrosa su
compañía y bulliciosas que por maravilla dejarán de tropezar en
ellas para caer), con todo esto, tiene en tanto este Señor nuestro
que le queramos y procuremos su compañía, que una vez u otra no
nos deja de llamar para que nos acerquemos a El; y es esta voz tan
dulce que se deshace la pobre alma en no hacer luego lo que le
manda; y así -como digo- es más trabajo que no lo oír.
3. No digo que son estas voces y llamamientos como otras que diré
después sino con palabras que oyen a gente buena o sermones o
con lo que leen en buenos libros y cosas muchas que habéis oído,
por donde llama Dios, o enfermedades, trabajos, y también con una
verdad que enseña en aquellos ratos que estamos en la oración;
sea cuan flojamente quisiereis, tiénelos Dios en mucho. Y vosotras,
hermanas, no tengáis en poco esta primera merced ni os
desconsoléis aunque no respondáis luego al Señor, que bien sabe
Su Majestad aguardar muchos días y años, en especial cuando ve
perseveranciay buenos deseos. Esta es lo más necesario aquí,
porque con ella jamás se deja de ganar mucho. Mas es terrible la
batería que aquí dan los demonios de mil maneras y con más pena
del alma que aun en la pasada; porque acullá estaba muda y sorda,
al menos oía muy poco y resistía menos, como quien tiene en parte
perdida la esperanza de vencer; aquí está el entendimiento más
vivo y las potencias más hábiles: andan los golpes y la artillería de
manera que no lo puede el alma dejar de oír. Porque aquí es el
representar los demonios estas culebras de las cosas del mundo y
el hacer los contentos de él casi eternos, la estima en que está
tenido en él, los amigos y parientes, la salud en las cosas de
penitencia (que siempre comienza el alma que entra en esta
morada a desear hacer alguna), y otras mil maneras de
impedimentos.
4. ¡Oh Jesús, qué es la baraúnda que aquí ponen los demonios, y
las aflicciones de la pobre alma, que no sabe si pasar adelante o
tornar a la primera pieza! Porque la razón, por otra parte, le
representa el engaño que es pensar que todo esto vale nada en
comparación de lo que pretende; la fe la enseña cuáles lo que le
cumple; la memoria le representa en lo que paran todas estas
cosas, trayéndole presente la muerte de los que mucho gozaron
estas cosas, que ha visto: cómo algunas ha visto súbitas, cuán
presto son olvidados de todos, cómo ha visto a algunos que conoció
en gran prosperidad pisar debajo de la tierra y aun pasado por la
sepultura él muchas veces, y mirar que están en aquel cuerpo
hirviendomuchos gusanos, y otras hartas cosas que le puede poner
delante; la voluntad se inclina a amar adonde tan innumerables
cosas y muestras ha visto de amor, y querría pagar alguna: en
especial se le pone delante cómo nunca se quita de con él este
verdadero amador, acompañándole, dándole vida y ser. Luego el
entendimiento acude con darle a entender que no puede cobrar
mejor amigo, aunque viva muchos años; que todo el mundo está
lleno de falsedad, y estos contentos que le pone el demonio, de
trabajos y cuidados y contradicciones; y le dice que esté cierto que
fuera de este castillo no hallará seguridad ni paz; que se deje de
andar por casas ajenas, pues la suya es tan llena de bienes, si la
quiere gozar; que quién hay que halle todo lo que ha menester
como en su casa, en especial teniendo tal huésped que le hará
señor de todos los bienes, si él quiere no andar perdido, como el
hijo pródigo, comiendo manjar de puercos.
5. Razones son éstas para vencer los demonios. Mas ¡oh Señor y
Dios mío! que la costumbre en las cosas de vanidad y el ver que
todo el mundo trata de esto lo estraga todo. Porque está tan muerta
la fe, que queremos más lo que vemos que lo que ella nos dice; y a
la verdad, no vemos sino harta malaventura en los que se van tras
estas cosas visibles. Mas eso han hecho estas cosas ponzoñosas
que tratamos: que, como si a uno muerde una víbora se
emponzoña todo y se hincha, así es acá; no nos guardamos; claro
está que es menester muchas curas para sanar; y harta merced nos
hace Dios, si no morimos de ello. Cierto, pasa el alma aquí grandes
trabajos; en especial si entiende el demonio que tiene aparejo en su
condición y costumbres para ir muy adelante, todo el infierno juntará
para hacerle tornar a salir fuera.
6. ¡Oh Señor mío!, aquí es menester vuestra ayuda, que sin ella no
se puede hacer nada. Por vuestra misericordia no consintáis que
esta alma sea engañada para dejar lo comenzado. Dadle luz para
que vea cómo está en esto todo su bien, y para que se aparte de
malas compañías; que grandísima cosa es tratar con los que tratan
de esto; allegarse no sólo a los que viere en estos aposentos que él
está, sino a los que entendiere que han entrado a los de más cerca;
porque le será gran ayuda, y tanto los puede conversar, que le
metan consigo. Siempre esté con aviso de no sedejar vencer;
porque si el demonio le ve con una gran determinación de que
antes perderá la vida y el descanso y todo lo que le ofrece que
tornar a la pieza primera, muy más presto le dejará. Sea varón y no
de los que se echaban a beber de bruces, cuando iban a la batalla,
no me acuerdo con quién, sino que se determine que va a pelear
con todos los demonios y que no hay mejores armas que las de la
cruz.
7. Aunque otras veces he dicho esto, importa tanto que lo torno a
decir aquí: es que no se acuerde que hay regalos en esto que
comienza, porque es muy baja manera de comenzar a labrar un tan
precioso y grande edificio; y si comienzan sobre arena, darán con
todo en el suelo; nunca acabarán de andar disgustados y tentados.
Porque no son éstas las moradas adonde se llueve el maná; están
más adelante, adonde todo sabe a lo que quiere un alma, porque
no quiere sino lo que quiere Dios. Es cosa donosa que aún nos
estamos con mil embarazos e imperfecciones y las virtudes que aun
no saben andar, sino que ha poco que comenzaron a nacer, y aun
plega a Dios estén comenzadas, ¿y no habemos vergüenza de
querer gustos en la oración y quejarnos de sequedades? Nunca os
acaezca, hermanas; abrazaos con la cruz que vuestro Esposo llevó
sobre sí y entended que ésta ha de ser vuestra empresa; la que
más pudiere padecer, que padezca más por El, y será la mejor
librada. Lo demás, como cosa accesoria, si os lo diere el Señor
dadle muchas gracias.
8. Pareceros ha que para los trabajos exteriores bien determinadas
estáis, con que os regale Dios en lo interior. - Su Majestad sabe
mejor lo que nos conviene; no hay para qué le aconsejar lo que nos
ha de dar, que nos puede con razón decir, que no sabemos lo que
pedimos. Toda la pretensión de quien comienza oración (y no se os
olvide esto, que importa mucho) ha de ser trabajar y determinarse y
disponerse con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad
conformar con la de Dios; y -como diré después- estad muy cierta
que en esto consiste toda la mayor perfección que se puede
alcanzar en el camino espiritual: quien más perfectamente tuviere
esto, más recibirá del Senor y más adelante está en este camino.
No penséis que hay aquí más algarabías ni cosas no sabidas y
entendidas, que en esto consiste todo nuestro bien. Pues si
erramos en el principio, queriendo luego que el Señor haga la
nuestra y que nos lleve como imaginamos, ¿qué firmeza puede
llevar este edificio? Procuremos hacer lo que es en nosotros y
guardarnos de estas sabandijas ponzoñosas; que muchas veces
quiere el Señor que nos persigan malos pensamientos y nos aflijan,
sin poderlos echar de nosotros, y sequedades; y aun algunas veces
permite que nos muerdan, para que nos sepamos mejor guardar
después y para probar si nos pesa mucho de haberle ofendido.
9. Por eso, no os desaniméis, si alguna vez cayereis, para dejar de
procurar ir adelante; que aun de esa caída sacará Dios bien, como
hace el que vende la triaca para probar si es buena, que bebe la
ponzoña primero. Cuando no viésemos en otra cosa nuestra miseria
y el gran daño que nos hace andar derramados, sino en esta
batería que se pasa para tornarnos a recoger, bastaba. ¿Puede ser
mayor mal que no nos hallemos en nuestra misma casa? ¿Qué
esperanza podemos tener de hallar sosiego en otras cosas, pues
en las propias no podemos sosegar? Sino que tan grandes y
verdaderos amigos y parientes y con quien siempre, aunque no
queramos, hemos de vivir, como son las potencias, ésas parece nos
hacen la guerra, como sentidas de las que a ellas les han hecho
nuestros vicios. ¡Paz, paz!, hermanas mías, dijo el Señor, y
amonestó a sus Apóstoles tantas veces. Pues creeme, que si no la
tenemos y procuramos en nuestra casa, que no la hallaremos en
los extraños. Acábese ya esta guerra; por la sangre que derramó
por nosotros lo pido yo a los que no han comenzado a entrar en sí;
y a los que han comenzado, que no baste para hacerlos tornar
atrás. Miren que es peor la recaída que la caída; ya ven su pérdida;
confíen en la misericordia de Dios y nonada en sí, y verán cómo Su
Majestad le lleva de unas moradas a otras y le mete en la tierra
adonde estas fieras ni le puedan tocar ni cansar, sino que él las
sujete a todas y burle de ellas, y goce de muchos más bienes que
podría desear, aun en esta vida digo.
10. Porque -como dije al principio-, os tengo escrito cómo os habéis
de haber en estas turbaciones que aquí pone el demonio, y cómo
no ha de ir a fuerza de brazos el comenzarse a recoger, sino con
suavidad, para que podáis estar más continuamente, no lo diré
aquí, más de que, de mi parecer hace mucho al caso tratar con
personas experimentadas; porque en cosas que son necesario
hacer, pensaréis que hay gran quiebra. Como no sea el dejarlo,
todo lo guiará el Señor a nuestro provecho, aunque no hallemos
quien nos enseñe; que para este mal no hay remedio si no se torna
a comenzar, sino ir perdiendo poco a poco cada día más el alma, y
aun plega a Dios que lo entienda.
11. Podría alguna pensar que si tanto mal es tornar atrás, que mejor
será nunca comenzarlo, sino estarse fuera del castillo. - Ya os dije
al principio, y el mismo Señor lo dice, que quien anda en el peligro
en él perece, y que la puerta para entrar en este castillo es la
oración. Pues pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en
nosotros, conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que
debemos a Dios y pidiéndole muchas veces misericordia, es
desatino. El mismo Señor dice: Ninguno subirá a mi Padre, sino por
Mí; no sé si dice así, creo que sí; y quien me ve a Mí, ve a mi Padre.
Pues si nunca le miramos ni consideramos lo que le debemos y la
muerte que pasó por nosotros, no sé cómo le podemos conocer ni
hacer obras en su servicio; porque la fe sin ellas y sin ir llegadas al
valor de los merecimientos de Jesucristo, bien nuestro, ¿qué valor
pueden tener? ¿Ni quién nos despertará a amar a este Señor?
Plega a Su Majestad nos dé a entender lo mucho que le costamos y
cómo no es más el siervo que el Señor, y qué hemos menester
obrar para gozar su gloria, y que para esto nos es necesario orar
para no andar siempre en tentación.
------------------------------------------------------------------------
TERCERAS MORADAS
CAPÍTULO PRIMERO
Trata de la poca seguridad que podemos tener mientras se vive en
este destierro, aunque el estado sea subido, y cómo conviene andar
con temor. - Hay algunos buenos puntos.
1. A los que por la misericordia de Dios han vencido estos
combates, y con la perseverancia entrado a las terceras moradas
¿qué les diremos, sino bienaventurado el varón que teme al Señor?
No ha sido poco hacer Su Majestad que entienda yo ahora qué
quiere decir el romance de este verso a este tiempo, según soy
torpe en este caso. Por cierto, con razón le llamaremos
bienaventurado, pues si no torna atrás, a lo que podemos entender
lleva camino seguro de su salvación. Aquí veréis, hermanas, lo que
importa vencer las batallas pasadas; porque tengo por cierto que
nunca deja el Señor de ponerle en seguridad de conciencia, que no
es poco bien. Digo en seguridad, y dije mal, que no la hay en esta
vida, y por eso siempre entended que digo «si no torna a dejar el
camino comenzado».
2. Harto gran miseria es vivir en vida que siempre hemos de andar
como los que tienen los enemigos a la puerta, que ni pueden dormir
ni comer sin armas, y siempre con sobresalto si por alguna parte
pueden desportillar esta fortaleza. ¡Oh Señor mío y bien mío!,
¿cómo queréis que se desee vida tan miserable, que no es posible
dejar de querer y pedir nos saquéis de ella si no es con esperanza
de perderla por Vos o gastarla muy de veras en vuestro servicio, y
sobre todo entender que es vuestra voluntad? Si lo es, Dios mío,
muramos con Vos, como dijo Santo Tomás, que no es otra cosa
sino morir muchas veces vivir sin Vos y con estos temores de que
puede ser posible perderos para siempre. Por eso digo, hijas, que la
bienaventuranza que hemos de pedir es estar ya en seguridad con
los bienaventurados; que con estos temores ¿qué contento puede
tener quien todo su contento es contentar a Dios? Y considerad que
éste, y muy mayor, tenían algunos santos que cayeron en graves
pecados; y no tenemos seguro que nos dará Dios la mano para salir
de ellos y hacer la penitencia que ellos (entiéndese del auxilio
particular).
3. Por cierto, hijas mías, que estoy con tanto temor escribiendo
esto, que no sé cómo lo escribo ni cómo vivo cuando se me
acuerda, que es muy muchas veces. Pedidle, hijas mías, que viva
Su Majestad en mí siempre; porque si no es así, ¿qué seguridad
puede tener una vida tan mal gastada como la mía? Y no os pese
de entender que esto es así, como algunas veces lo he visto en
vosotras cuando os lo digo, y procede de que quisierais que hubiera
sido muy santa, y tenéis razón: también lo quisiera yo; mas ¡qué
tengo de hacer si lo perdí por sola mi culpa! Que no me quejaré de
Dios que dejó de darme bastantes ayudas para que se cumplieran
vuestros deseos; que no puedo decir esto sin lágrimas y gran
confusión de ver que escriba yo cosa para las que me pueden
enseñar a mí. ¡Recia obediencia ha sido! Plega al Señor que, pues
se hace por El, sea para que os aprovechéis de algo porque le
pidáis perdone a esta miserable atrevida. Mas bien sabe Su
Majestad que sólo puedo presumir de su misericordia, y ya que no
puedo dejar de ser la que he sido, no tengo otro remedio, sino
llegarme a ella y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen,
madre suya, cuyo hábito indignamente traigo y traéis vosotras.
Alabadle, hijas mías, que lo sois de esta Señora verdaderamente; y
así no tenéis para qué os afrentar de que sea yo ruin, pues tenéis
tan buena madre. Imitadla y considerad qué tal debe ser la
grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por patrona, pues no
han bastado mis pecados y ser la que soy para deslustrar en nada
esta sagrada Orden.
4. Mas una cosa os aviso: que no por ser tal y tener tal madre estéis
seguras, que muy santo era David, y ya veis lo que fue Salomón; ni
hagáis caso del encerramiento y penitencia en que vivís, ni os
asegure el tratar siempre de Dios y ejercitaros en la oración tan
continuo y estar tan retiradas de las cosas del mundo y tenerlas a
vuestro parecer aborrecidas. Bueno es todo esto, mas no basta como he dicho- para que dejemos de temer; y así continuad este
verso y traedle en la memoria muchas veces: Beatus vir, qui timet
Dominum.
5. Ya no sé lo que decía, que me he divertido mucho y, en
acordándome de mí, se me quiebran las alas para decir cosa
buena; y así lo quiero dejar por ahora.
Tornando a lo que os comencé a decir de las almas que han
entrado a las terceras moradas, que no las ha hecho el Señor
pequeña merced en que hayan pasado las primeras dificultades,
sino muy grande, de éstas, por la bondad del Señor, creo hay
muchas en el mundo: son muy deseosas de no ofender a Su
Majestad ni aun de los pecados veniales se guardan, y de hacer
penitencia amigas, sus horas de recogimiento, gastan bien el
tiempo, ejercítanse en obras de caridad con los prójimos, muy
concertadas en su hablar y vestir y gobierno de casa, los que las
tienen. Cierto, estado para desear y que, al parecer, no hay por qué
se les niegue la entrada hasta la postrera morada ni se la negará el
Señor, si ellos quieren, que linda disposición es para que las haga
toda merced.
6. ¡Oh Jesús!, ¿y quién dirá que no quiere un tan gran bien,
habiendo ya en especial pasado por lo más trabajoso? - No,
ninguna. Todas decimos que lo queremos; mas como aun es
menester más para que del todo posea el Señor el alma, no basta
decirlo, como no bastó al mancebo cuando le dijo el Señor que si
quería ser perfecto. Desde que comencé a hablar en estas moradas
le traigo delante; porque somos así al pie de la letra, y lo más
ordinario vienen de aquí las grandes sequedades en la oración,
aunque también hay otras causas; y dejo unos trabajos interiores,
que tienen muchas almas buenas, intolerables y muy sin culpa
suya, de los cuales siempre las saca el Señor con mucha ganancia,
y de las que tienen melancolía y otras enfermedades. En fin, en
todas las cosas hemos de dejar aparte los juicios de Dios. De lo que
yo tengo para mí que es lo más ordinario, es lo que he dicho;
porque como estas almas se ven que por ninguna cosa harían un
pecado, y muchas que aun venial de advertencia no le harían, y que
gastan bien su vida y su hacienda, no pueden poner a paciencia
que se les cierre la puerta para entrar adonde está nuestro Rey, por
cuyos vasallos se tienen y lo son. Mas aunque acá tenga muchos el
rey de la tierra, no entran todos hasta su cámara. Entrad, entrad,
hijas mías, en lo interior; pasad adelante de vuestras obrillas, que
por ser cristianasdebéis todo eso y mucho más y os basta que seáis
vasallas de Dios; no queráis tanto, que os quedéis sin nada. Mirad
los santos que entraron a la cámara de este Rey, y veréis la
diferencia que hay de ellos a nosotras. No pidáis lo que no tenéis
merecido, ni había de llegar a nuestro pensamiento que por mucho
que sirvamos lo hemos de merecer los que hemos ofendido a Dios.
7. ¡Oh humildad, humildad! No sé qué tentación me tengo en este
caso que no puedo acabar de creer a quien tanto caso hace de
estas sequedades, sino que es un poco de falta de ella. Digo que
dejo los trabajos grandes interiores que he dicho, que aquéllos son
mucho más que falta de devoción. Probémonos a nosotras mismas,
hermanas mías, o pruébenos el Señor, que lo sabe bien hacer,
aunque muchas veces no queremos entenderlo; y vengamos a
estas almas tan concertadas, veamos qué hacen por Dios y luego
veremos cómo no tenemos razón de quejarnos de Su Majestad.
Porque si le volvemos las espaldas y nos vamos tristes, como el
mancebo del Evangelio, cuando nos dice lo que hemos de hacer
para ser perfectos, ¿qué queréis que haga Su Majestad, que ha de
dar el premio conforme al amor que le tenemos? Y este amor, hijas,
no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por
obras; y no penséis que ha menester nuestras obras, sino la
determinación de nuestra voluntad.
8. Parecernos ha que las que tenemos hábito de religión y le
tomamos de nuestra voluntad y dejamos todas las cosas del mundo
y lo que teníamos por El (aunque sea las redes de San Pedro, que
harto le parece que da quien da lo que tiene), que ya está todo
hecho. - Harto buena disposición es, si persevera en aquello y no
se torna a meter en las sabandijas de las primeras piezas, aunque
sea con el deseo; que no hay duda sino que si persevera en esta
desnudez y dejamiento de todo, que alcanzará lo que pretende.
Mas ha de ser con condición, y mirad que os aviso de esto, que se
tenga por siervo sin provecho -como dice San Pablo, o Cristo- y
crea que no ha obligado a Nuestro Señor para que le haga
semejantes mercedes; antes, como quien más ha recibido, queda
más adeudado. ¿Qué podemos hacer por un Dios tan generoso que
murió por nosotros y nos crió y da ser, que no nos tengamos por
venturosos en que se vaya desquitando algo de lo que le debemos,
por lo que nos ha servido (de mala gana dije esta palabra, mas ello
es así que no hizo otra cosa todo lo que vivió en el mundo), sin que
le pidamos mercedes de nuevo y regalos?
9. Mirad mucho, hijas, algunas cosas que aquí van apuntadas,
aunque arrebujadas, que no lo sé más declarar. El Señor os lo dará
a entender, para que saquéis de las sequedades humildad y no
inquietud, que es lo que pretende el demonio; y creed que adonde
la hay de veras, que, aunque nunca dé Dios regalos, dará una paz y
conformidad con que anden más contentas que otros con regalos;
que muchas veces -como habéis leído- los da la divina Majestad a
los más flacos; aunque creo de ellos que no los trocarían por las
fortalezas de los que andan con sequedad. Somos amigos de
contentos más que de cruz. Pruébanos, tú, Señor, que sabes las
verdades, para que nos conozcamos.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 2
Prosigue en lo mismo y trata de las sequedades en la oración y de
lo que podría suceder a su parecer, y cómo es menester probarnos
y prueba el Señor a los que están en estas moradas.
1. Yo he conocido algunas almas, y aun creo puedo decir hartas, de
las que han llegado a este estado, y estado y vivido muchos años
en esta rectitud y concierto, alma y cuerpo, a lo que se puede
entender, y después de ellos que ya parece habían de estar
señores del mundo, al menos bien desengañados de él, probarlos
Su Majestad en cosas no muy grandes, y andar con tanta inquietud
y apretamiento de corazón, que a mí me traían tonta y aun
temerosa harto. Pues darles consejo no hay remedio, porque, como
ha tanto que tratan de virtud, paréceles que pueden enseñar a otros
y que les sobra razón en sentir aquellas cosas.
2. En fin, que yo no he hallado remedio ni le hallo para consolar a
semejantes personas, si no es mostrar gran sentimiento de su pena
(y a la verdad se tiene de verlos sujetos a tanta miseria), y no
contradecir su razón; porque todas las conciertan en su
pensamiento que por Dios las sienten, y así no acaban de entender
que es imperfección; que es otro engaño para gente tan
aprovechada; que de que lo sientan, no hay que espantar, aunque a
mi parecer, había de pasar presto el sentimiento de cosas
semejantes. Porque muchas veces quiere Dios que sus escogidos
sientan su miseria, y aparta un poco su favor, que no es menester
más, que a osadas que nos conozcamos bien presto. Y luego se
entiende esta manera de probarlos, porque entienden ellos su falta
muy claramente, y a las veces les da más pena ésta de ver que, sin
poder más, sienten cosas de la tierra y no muy pesadas, que lo
mismo de que tienen pena. Esto téngolo yo por gran misericordia de
Dios; y aunque es falta, muy gananciosa para la humildad.
3. En las personas que digo, no es así sino que canonizan -como
he dicho- en sus pensamientos estas cosas, y así querrían que
otros las canonizasen. Quiero decir alguna de ellas, porque nos
entendamos y nos probemos a nosotras mismas antes que nos
pruebe el Señor, que sería muy gran cosa estar apercibidas y
habernos entendido primero.
4. Viene a una persona rica, sin hijos ni para quién querer la
hacienda, una falta de ella, mas no es de manera que en lo que le
queda le puede faltar lo necesario para sí y para su casa, y
sobrado. Si éste anduviese con tanto desasosiego e inquietud como
si no le quedara un pan que comer, ¿cómo ha de pedirle nuestro
Señor que lo deje todo por El? Aquí entra el que lo siente porque lo
quiere para los pobres. - Yo creo que quiere Dios más que yo me
conforme con lo que Su Majestad hace y, aunque lo procure, tenga
quieta mi alma, que no esta caridad. Y ya que no lo hace, porque no
ha llegádole el Señor a tanto, enhorabuena; mas entienda que le
falta esta libertad de espíritu, y con esto se dispondrá para que el
Señor se la dé, porque se la pedirá.
Tiene una persona bien de comer, y aun sobrado; ofrécesele poder
adquirir más hacienda: tomarlo, si se lo dan, enhorabuena, pase;
mas procurarlo y, después de tenerlo, procurar más y más, tenga
cuan buena intención quisiere (que sí debe tener, porque -como he
dicho- son estas personas de oración y virtuosas), que no hayan
miedo que suban a las moradas más juntas al Rey.
5. De esta manera es si se les ofrece algo de que los desprecien o
quiten un poco de honra; que, aunque les hace Dios merced de que
lo sufran bien muchas veces (porque es muy amigo de favorecer la
virtud en público porque no padezca la misma virtud en que están
tenidos, y aun será porque le han servido, que es muy bueno este
Bien nuestro), allá les queda una inquietud que no se pueden valer,
ni acaba de acabarse tan presto. ¡Válgame Dios! ¿No son éstos los
que ha tanto que consideran cómo padeció el Señor y cuán bueno
es padecer y aún lo desean? Querrían a todos tan concertados
como ellos traen sus vidas, y plega a Dios que no piensen que la
pena que tienen es de la culpa ajena y la hagan en su pensamiento
meritoria.
6. Pareceros ha, hermanas, que hablo fuera de propósito y no con
vosotras, porque estas cosas no las hay acá, que ni tenemos
hacienda ni la queremos ni procuramos, ni tampoco nos injuria
nadie. - Por eso las comparaciones no es lo que pasa; mas sácase
de ellas otras muchas cosas que pueden pasar, que ni sería bien
señalarlas ni hay para qué. Por éstas entenderéis si estáis bien
desnudas de loque dejasteis; porque cosillas se ofrecen, aunque no
de esta suerte, en que os podéis muy bien probar y entender si
estáis señoras de vuestras pasiones. Y creedme que no está el
negocio en tener hábito de religión o no, sino en procurar ejercitar
las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el
concierto de nuestra vida sea lo que Su Majestad ordenare de ella,
y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad, sino la suya.
Ya que no hayamos llegado aquí -como he dicho- humildad, que es
el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque
tarde algún tiempo, vendrá el cirujano, que es Dios, a sanarnos.
7. Las penitencias que hacen estas almas son tan concertadas
como su vida; quiérenla mucho para servir a nuestro Señor con ella,
que todo esto no es malo, y así tienen gran discreción en hacerlas
porque no dañen a la salud. No hayáis miedo que se maten, porque
su razón está muy en sí; no está aún el amor para sacar de razón;
mas querría yo que la tuviésemos para no nos contentar con esta
manera de servir a Dios, siempre a un paso paso, que nunca
acabaremos de andar este camino. Y como a nuestro parecer
siempre andamos y nos cansamos (porque creed que es un camino
abrumador), harto bien será que no nos perdamos. Mas ¿paréceos,
hijas, si yendo a una tierra desde otra pudiésemos llegar en ocho
días, que sería bueno andarlo en un año por ventas y nieves y
aguas y malos caminos? ¿No valdría más pasarlo de una vez?
Porque todo esto hay y peligros de serpientes. ¡Oh, qué buenas
señas podré yo dar de esto! Y plega a Dios que haya pasado de
aquí, que hartas veces me parece que no.
8. Como vamos con tanto seso, todo nos ofende, porque todo lo
tememos; y así no osamos pasar adelante, como si pudiésemos
nosotras llegar a estas moradas y que otros anduviesen el camino.
Pues no es esto posible, esforcémonos, hermanas mías, por amor
del Señor; dejemos nuestra razón y temores en sus manos;
olvidemos esta flaqueza natural, que nos puede ocupar mucho. El
cuidado de estos cuerpos ténganle los prelados; allá se avengan;
nosotras de sólo caminar a prisa para ver este Señor; que, aunque
el regalo que tenéis es poco o ninguno, el cuidado de la salud nos
podría engañar; cuánto más que no se tendrá más por esto, yo lo
sé; y también sé que no está el negocio en lo que toca al cuerpo,
que esto es lo menos; que el caminar que digo es con una grande
humildad; que si habéis entendido, aquí creo está el daño de l`s que
no van adelante; sino que nos parezca que hemos andado pocos
pasos y lo creamos así, y los que andan nuestras hermanas nos
parezcan muy presurosos, y no sólo deseemos sino que
procuremos nos tengan por la más ruin de todas.
9. Y con esto este estado es excelentísimo; y si no, toda nuestra
vida nos estaremos en él y con mil penas y miserias. Porque, como
no hemos dejado a nosotras mismas, es muy trabajoso y pesado;
porque vamos muy cargadas de esta tierra de nuestra miseria, lo
que no van los que suben a los aposentos que faltan. En éstos no
deja el Señor de pagar como justo, y aun como misericordioso, que
siempre da mucho más que merecemos, con darnos «contentos»
harto mayores que los podemos tener en los que dan los regalos y
distraimientos de la vida; mas no pienso que da muchos «gustos» si
no es alguna vez, para convidarlos con ver lo que pasa en las
demás moradas, porque se dispongan para entrar en ellas.
10. Pareceros ha que contentos y gustos todo es uno, que para qué
hago esta diferencia en los nombres. - A mí paréceme que la hay
muy grande; ya me puedo engañar. Diré lo que en esto entendiere
en las moradas cuartas que vienen tras éstas; porque como se
habrá de declarar algo de los gustos que allí da el Señor, viene
mejor, y aunque parece sin provecho, podrá ser de alguno, para
que, entendiendo lo que es cada cosa, podáis esforzaros a seguir lo
mejor; y es mucho consuelo para las almas que Dios llega allí y
confusión para las que les parece que lo tienen todo, y si son
humildes moverse han a hacimiento de gracias; si hay alguna falta
de esto, darles ha un desabrimiento interior y sin propósito; pues no
está la perfección en los gustos, sino en quien ama más, y el premio
lo mismo, y en quien mejor obrare con justicia y verdad.
11. Pareceros ha que de qué sirve tratar de estas mercedes
interiores y dar a entender cómo son, si es esto verdad, como lo es.
- Yo no lo sé; pregúntese a quien me lo manda escribir, que yo no
soy obligada a disputar con los superiores, sino a obedecer, ni sería
bien hecho. Lo que os puedo decir con verdad es que, cuando yo
no tenía ni aún sabía por experiencia ni pensaba saberlo en mi vida
(y con razón, que harto contento fuera para mí saber o por
conjeturas entender que agradaba a Dios en algo), cuando leía en
los libros de estas mercedes y consuelos que hace el Señor a las
almas que le sirven, me le daba grandísimo y era motivo para que
mi alma diese grandes alabanzas a Dios. Pues si la mía, con ser tan
ruin, hacía esto, las que son buenas y humildes le alabarán mucho
más; y por sola una que le alabe una vez, es muy bien que se diga,
a mi parecer, y que entendamos el contento y deleites que
perdemos por nuestra culpa. Cuánto más que si son de Dios,
vienen cargados de amor y fortaleza, con que se puede caminar
más sin trabajo e ir creciendo en las obras y virtudes. No penséis
que importa poco que no quede por nosotros, que cuando no es
nuestra la falta, justo es el Señor, y Su Majestad os dará por otros
caminos lo que os quita por éste por lo que Su Majestad sabe, que
son muy ocultos sus secretos; al menos será lo que más nos
conviene, sin duda ninguna.
12. Lo que me parece nos haría mucho provecho a las que por la
bondad del Señor están en este estado (que, como he dicho, no les
hace poca misericordia, porque están muy cerca de subir a más), es
estudiar mucho en la prontitud de la obediencia; y aunque no sean
religiosos, seria gran cosa -como lo hacen muchas personas- tener
a quien acudir para no hacer en nada su voluntad, que es lo
ordhnario en que nos dañamos; y no buscar otro de su humor,
como dicen, que vaya con tanto tiento en todo, sino procurar quien
esté con mucho desengaño de las cosas del mundo, que en gran
manera aprovecha tratar con quien ya le conoce para conocernos, y
porque algunas cosas que nos parecen imposibles, viéndolas en
otros tan posibles y con la suavidad que las llevan, anima mucho y
parece que con su vuelo nos atrevemos a volar, como hacen los
hijos de las aves cuando se enseñan, que aunque no es de presto
dar un gran vuelo, poco a poco imitan a sus padres. En gran
manera aprovecha esto, yo lo sé.
Acertarán, por determinadas que estén en no ofender al Señor
personas semejantes, no se meter en ocasiones de ofenderle;
porque como están cerca de las primeras moradas, con facilidad se
podrán tornar a ellas; porque su fortaleza no está fundada en tierra
firme, como los que están ya ejercitados en padecer, que conocen
las tempestades del mundo, cuán poco hay que temerlas ni que
desear sus contentos y sería posible con una persecución grande
volverse a ellos, que sabe bien urdirlas el demonio para hacernos
mal, y que yendo con buen celo, queriendo quitar pecados ajenos,
no pudiese resistir lo que sobre esto se le podría suceder.
13. Miremos nuestras faltas y dejemos las ajenas, que es mucho de
personas tan concertadas espantarse de todo; y por ventura de
quien nos espantamos, podríamos bien deprender en lo principal; y
en la compostura exterior y en su manera de trato le hacemos
ventajas; y no es esto lo de más importancia, aunque es bueno, ni
hay para qué querer luego que todos vayan por nuestro camino, ni
ponerse a enseñar el del espíritu quien por ventura no sabe qué
cosa es; que con estos deseos que nos da Dios, hermanas, del bien
de las almas podemos hacer muchos yerros; y así es mejor
llegarnos a lo que dice nuestra Regla: «en silencio y esperanza
procurar vivir siempre», que el Señor tendrá cuidado de sus almas.
Como no nos descuidemos nosotras en suplicarlo a Su Majestad,
haremos harto provecho con su favor. Sea por siempre bendito.
-----------------------------------------------------------------------CUARTAS MORADAS
CAPÍTULO 1
Trata de la diferencia que hay de contentos y ternura en la oración y
de gustos, y dice el contento que le dio entender que es cosa
diferente el pensamiento y el entendimiento. - Es de provecho para
quien se divierte mucho en la oración.
1. Para comenzar a hablar de las cuartas moradas bien he
menester lo que he hecho, que es encomendarme al Espíritu Santo
y suplicarle de aquí adelante hable por mí, para decir algo de las
que quedan de manera que lo entendáis; porque comienzan a ser
cosas sobrenaturales, y es dificultosísimo de dar a entender, si Su
Majestad no lo hace, como en otra parte que se escribió hasta
donde yo había entendido, catorce años ha, poco más o menos.
Aunque un poco más luz me parece tengo de estas mercedes que
el Señor hace a algunas almas, es diferente el saberlas decir.
Hágalo Su Majestad si se ha de seguir algún provecho, y si no, no.
2. Como ya estas moradas se llegan más adonde está el Rey, es
grande su hermosura y hay cosas tan delicadas que ver y que
entender, que el entendimiento no es capaz para poder dar traza
cómo se diga siquiera algo que venga tan al justo que no quede
bien oscuro para los que no tienen experiencia; que quien la tiene
muy bien lo entenderá, en especial si es mucha.
Parecerá que para llegar a estas moradas se ha de haber vivido en
las otras mucho tiempo; y aunque lo ordinario es que se ha de
haber estado en la que acabamos de decir, no es regla cierta, como
ya habréis oído muchas veces; porque da el Señor cuando quiere y
como quiere y a quien quiere, como bienes suyos, que no hace
agravio a nadie.
3. En estas moradas pocas veces entran las cosas ponzoñosas, y si
entran no hacen daño, antes dejan con ganancia. Y tengo por muy
mejor cuando entran y dan guerra en este estado de oración;
porque podría el demonio engañar, a vueltas de los gustos que da
Dios, si no hubiese tentaciones, y hacer mucho más daño que
cuando las hay, y no ganar tanto el alma, por lo menos apartando
todas las cosas que la han de hacer merecer, y dejarla en un
embebecimiento ordinario. Que cuando lo es en un ser, no le tengo
por seguro ni me parece posible estar en un ser el espíritu del
Señor en este destierro.
4. Pues hablando de lo que dije que diría aquí, de la diferencia que
hay entre contentos en la oración o gustos, los contentos me parece
a mí se pueden llamar los que nosotros adquirimos con nuestra
meditación y peticiones a nuestro Señor, que procede de nuestro
natural, aunque en fin ayuda para ello Dios, que hase de entender
en cuanto dijere que no podemos nada sin El; mas nacen de la
misma obra virtuosa que hacemos y parece a nuestro trabajo lo
hemos ganado, y con razón nos da contento habernos empleado en
cosas semejantes. Mas, si lo consideramos, los mismos contentos
tendremos en muchas cosas que nos pueden suceder en la tierra:
así en una gran hacienda que de presto se provea a alguno; como
de ver una persona que mucho amamos, de presto; como de haber
acertado en un negocio importante y cosa grande, de que todos
dicen bien; como si a alguna le han dicho que es muerto su marido
o hermano o hijo y le ve venir vivo. Yo he visto derramar lágrimas
de un gran contento, y aun me ha acaecido alguna vez. Paréceme a
mí que así como estos contentos son naturales, así en los que nos
dan las cosas de Dios, sino que son de linaje más noble, aunque
estotros no eran tampoco malos. En fin, comienzan de nuestro
natural mismo y acaban en Dios.
Los gustos comienzan de Dios y siéntelos el natural y goza tanto de
ellos como gozan los que tengo dichos y mucho más. ¡Oh Jesús, y
qué deseo tengo de saber declararme en esto!; porque entiendo, a
mi parecer, muy conocida diferencia y no alcanza mi saber a darme
a entender. Hágalo el Señor.
5. Ahora me acuerdo en un verso que decimos a Prima, al fin del
postrer salmo, que al cabo del verso dice: Cum dilatasti cor meum.
A quien tuviere mucha experiencia esto le basta para ver la
diferencia que hay de lo uno a lo otro; a quien no, es menester más.
Los contentos que están dichos no ensanchan el corazón, antes lo
más ordinariamente parece aprietan un poco, aunque con contento
todo de ver que se hace por Dios; mas vienen unas lágrimas
congojosas, que en alguna manera parece las mueve la pasión. Yo
sé poco de estas pasiones del alma -que quizá me diera a
entender-, y lo que procede de la sensualidad y de nuestro natural,
porque soy muy torpe; que yo me supiera declarar, si como he
pasado por ello lo entendiera. Gran cosa es el saber y las letras
para todo.
6. Lo que tengo de experiencia de este estado, digo de estos
regalos y contentos en la meditación, es que si comenzaba a llorar
por la Pasión, no sabía acabar hasta que se me quebraba la
cabeza; si por mis pecados, lo mismo. Harta merced me hacía
nuestro Señor, que no quiero yo ahora examinar cuál es mejor lo
uno o lo otro, sino la diferencia que hay de lo uno a lo otro querría
saber decir. Para estas cosas algunas veces van estas lágrimas y
estos deseos ayudados del natural y como está la disposición; mas,
en fin, como he dicho, vienen a parar en Dios, aunque sea esto. Y
es de tener en mucho, si hay humildad para entender que no son
mejores por eso; porque no se puede entender si son todos efectos
del amor, y cuando sea, es dado de Dios.
Por la mayor parte, tienen estas devociones las almas de las
moradas pasadas, porque van casi continuo con obra de
entendimiento, empleadas en discurrir con el entendimiento y en
meditación; y van bien, porque no se les ha dado más, aunque
acertarían en ocuparse un rato en hacer actos y en alabanzas de
Dios y holgarse de su bondad y que sea el que es, y en desear su
honra y gloria. Esto como pudiere, porque despierta mucho la
voluntad. Y estén con gran aviso cuando el Señor les diere estotro
no lo dejar por acabar la meditación que se tiene de costumbre.
7. Porque me he alargado mucho en decir esto en otras partes, no
lo diré aquí. Sólo quiero que estéis advertidas que, para aprovechar
mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no
está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así lo que
más os despertare a amar, eso haced. Quizá no sabemos qué es
amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto,
sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios
y procurar, en cuanto pudiéremos, no le ofender, y rogarle que vaya
siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la
Iglesia Católica. Estas son las señales del amor, y no penséis que
está la cosa en no pensar otra cosa, y que si os divertís un poco va
todo perdido.
8. Yo he andado en esto de esta barahúnda del pensamiento bien
apretada algunas veces, y habrá poco más de cuatro años que vine
a entender por experiencia que el pensamiento (o imaginación,
porque mejor se entienda) no es el entendimiento, y preguntélo a un
letrado y díjome que era así, que no fue para mí poco contento.
Porque, como el entendimiento es una de las potencias del alma,
hacíaseme recia cosa estar tan tortolito a veces, y lo ordinario vuela
el pensamiento de presto, que sólo Dios puede atarle, cuando nos
ata a Sí de manera que parece estamos en alguna manera
desatados de este cuerpo. Yo veía, a mi parecer, las potencias del
alma empleadas en Dios y estar recogidas con El, y por otra parte el
pensamiento alborotado: traíame tonta.
9. ¡Oh Señor, tomad en cuenta lo mucho que pasamos en este
camino por falta de saber! Y es el mal que, como no pensamos que
hay que saber más de pensar en Vos, aun no sabemos preguntar a
los que saben ni entendemos qué hay que preguntar, y pásanse
terribles trabajos, porque no nos entendemos, y lo que no es malo,
sino bueno, pensamos que es mucha culpa. De aquí proceden las
aflicciones de mucha gente que trata de oración y el quejarse de
trabajos interiores, a lo menos mucha parte en gente que no tiene
letras, y vienen las melancolías y a perder la salud y aun a dejarlo
del todo, porque no consideran que hay un mundo interior acá
dentro; y así como no podemos tener el movimiento del cielo, sino
que anda a prisa con toda velocidad, tampoco podemos tener
nuestro pensamiento, y luego metemos todas las potencias del
alma con él y nos parece que estamos perdidas y gastado mal el
tiempo que estamos delante de Dios; y estáse el alma por ventura
toda junta con El en las moradas muy cercanas, y el pensamiento
en el arrabal del castillo padeciendo con mil bestias fieras y
ponzoñosas y mereciendo con este padecer; y así, ni nos ha de
turbar ni lo hemos de dejar, que es lo que pretende el demonio. Y
por la mayor parte, todas las inquietudes y trabajos vienen de este
no nos entender.
10. Escribiendo esto, estoy considerando lo que pasa en mi cabeza
del gran ruido de ella que dije al principio, por donde se me hizo
casi imposible poder hacer lo que me mandaban de escribir. No
parece sino que están en ella muchos ríos caudalosos, y por otra
parte, que estas aguas se despeñan; muchos pajarillos y silbos, y
no en los oídos, sino en lo superior de la cabeza, adonde dicen que
está lo superior del alma. Y yo estuve en esto harto tiempo, por
parecer que el movimiento grande del espíritu hacia arriba subía
con velocidad. Plega a Dios que se me acuerde en las moradas de
adelante decir la causa de esto, que aquí no viene bien, y no será
mucho que haya querido el Señor darme este mal de cabeza para
entenderlo mejor; porque con toda esta barahúnda de ella, no me
estorba a la oración ni a lo que estoy diciendo, sino que el alma se
está muy entera en su quietud y amor y deseos y claro
conocimiento.
11. Pues si en lo superior de la cabeza está lo superior del alma,
¿cómo no la turba? - Eso no lo sé yo; mas sé que es verdad lo que
digo. Pena da cuando no es la oración con suspensión, que
entonces hasta que se pasa no se siente ningún mal; mas harto mal
fuera si por este impedimento lo dejara yo todo. Y así no es bien
que por los pensamientos nos turbemos ni se nos dé nada; que si
los pone el demonio, cesará con esto; y si es, como lo es, de la
miseria que nos quedó del pecado de Adán con otras muchas,
tengamos paciencia y sufrámoslo por amor de Dios, pues estamos
también sujetas a comer y dormir, sin poderlo excusar, que es harto
trabajo.
12. Conozcamos nuestra miseria, y deseemos ir adonde «nadie nos
menosprecia»; que algunas veces me acuerdo haber oído esto que
dice la Esposa en los Cantares, y verdaderamente que no hallo en
toda la vida cosa adonde con más razón se pueda decir; porque
todos los menosprecios y trabajos que puede haber en la vida no
me parece que llegan a estas batallas interiores. Cualquier
desasosiego y guerra se puede sufrir con hallar paz adonde vivimos
-como ya he dicho-; mas que queremos venir a descansar de mil
trabajos que hay en el mundo y que quiera el Señor aparejarnos el
descanso, y que en nosotras mismas esté el estorbo, no puede
dejar de ser muy penoso y casi insufridero. Por eso, llevadnos,
Señor, adonde no nos menosprecien estas miserias, que parecen
algunas veces que están haciendo burla del alma.
Aun en esta vida la libra el Señor de esto, cuando ha llegado a la
postrera morada, como diremos, si Dios fuere servido.
13. Y no darán a todos tanta pena estas miserias ni las acometerán,
como a mí hicieron muchos años por ser ruin, que parece que yo
misma me quería vengar de mí. Y como cosa tan penosa para mí,
pienso que quizá será para vosotras así y no hago sino decirlo en
un cabo y en otro, para si acertase alguna vez a daros a entender
cómo es cosa forzosa, y no os traiga inquietas y afligidas, sino que
dejemos andar esta tarabilla de molino y molamos nuestra harina,
no dejando de obrar la voluntad y entendimiento.
14. Hay más y menos en este estorbo, conforme a la salud y a los
tiempos. Padezca la pobre alma, aunque no tenga en esto culpa,
que otras haremos por donde es razón que tengamos paciencia. Y
porque no basta lo que leemos y nos aconsejan, que es que no
hagamos caso de estos pensamientos, para las que poco sabemos
no me parece tiempo perdido todo lo que gasto en declararlo más y
consolaros en este caso; mas hasta que el Señor nos quiera dar
luz, poco aprovecha. Mas es menester y quiere Su Majestad que
tomemos medios y nos entendamos, y lo que hace la flaca
imaginación y el natural y demonio no pongamos la culpa al alma.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 2
Prosigue en lo mismo y declara por una comparación qué es gustos
y cómo se han de alcanzar no procurándolos.
1. ¡Válgame Dios en lo que me he metido! Ya tenía olvidado lo que
trataba, porque los negocios y salud me hace dejarlo al mejor
tiempo; y como tengo poca memoria, irá todo desconcertado por no
poder tornarlo a leer. Y aun quizás se es todo desconcierto cuanto
digo; al menos es lo que siento.
Paréceme queda dicho de los consuelos espirituales. Cómo
algunas como veces van envueltos con nuestras pasiones, traen
consigo unos alborotos de sollozos, y aun a personas he oído que
se les aprieta el pecho y aun vienen a movimientos exteriores, que
no se pueden ir a la mano, y es la fuerza de manera que les hace
salir sangre de narices y cosas así penosas. De esto no sé decir
nada, porque no he pasado por ello, mas debe quedar consuelo;
porque -como digo- todo va a parar en desear contentar a Dios y
gozar de Su Majestad.
2. Los que yo llamo «gustos de Dios» -que en otra parte lo he
nombrado «oración de quietud»- es muy de otra manera, como
entenderéis las que lo habéis probado por la misericordia de Dios.
Hagamos cuenta, para entenderlo mejor, que vemos dos fuentes
con dos pilas que se hinchen de agua, que no me hallo cosa más a
propósito para declarar algunas de espíritu que esto de agua; y es,
como sé poco y el ingenio no ayuda y soy tan amiga de este
elemento, que le he mirado con más advertencia que otras cosas;
que en todas las que crió tan gran Dios, tan sabio, debe haber
hartos secretos de que nos podemos aprovechar, y así lo hacen los
que lo entienden, aunque creo que en cada cosita que Dios crió hay
más de lo que se entiende, aunque sea una hormiguita.
3. Estos dos pilones se hinchen de agua de diferentes maneras: el
uno viene de más lejos por muchos arcaduces y artificio; el otro está
hecho en el mismo nacimiento del agua y vase hinchendo sin
ningún ruido, y si es el manantial caudaloso, como éste de que
hablamos, después de henchido este pilón procede un gran arroyo;
ni es menester artificio, ni se acaba el edificio de los arcaduces, sino
siempre está procediendo agua de allí.
Es la diferencia que la que viene por arcaduces es, a mi parecer,
los «contentos» que tengo dicho que se sacan con la meditación;
porque los traemos con los pensamientos, ayudándonos de las
criaturas en la meditación y cansando el entendimiento; y como
viene en fin con nuestras diligencias, hace ruido cuando ha de
haber algún henchimiento de provechos que hace en el alma, como
queda dicho.
4. Estotra fuente, viene el agua de su mismo nacimiento, que es
Dios, y así como Su Majestad quiere, cuando es servido hacer
alguna merced sobrenatural, produce con grandísima paz y quietud
y suavidad de lo muy interior de nosotros mismos, yo no sé hacia
dónde ni cómo, ni aquel contento y deleite se siente como los de
acá en el corazón -digo en su principio, que después todo lo hinche, vase revertiendo este agua por todas las moradas y potencias
hasta llegar al cuerpo; que por eso dije que comienza de Dios y
acaba en nosotros; que cierto, como verá quien lo hubiere probado,
todo el hombre exterior goza de este gusto y suavidad.
5. Estaba yo ahora mirando -escribiendo esto- que en el verso que
dije: Dilatasti cor meum, dice que ensanchó el corazón; y no me
parece que es cosa -como digo- que su nacimiento es del corazón,
sino de otra parte aun más interior, como una cosa profunda.
Pienso que debe ser el centro del alma, como después he
entendido y diré a la postre; que, cierto, veo secretos en nosotros
mismos que me traen espantada muchas veces. Y ¡cuántos más
debe haber! ¡Oh Señor mío y Dios mío, qué grandes son vuestras
grandezas!, y andamos acá como unos pastorcillos bobos, que nos
parece alcanzamos algo de Vos y debe ser tanto como nonada,
pues en nosotros mismos están grandes secretos que no
entendemos. Digo tanto como nonada, para lo muy muy mucho que
hay en Vos, que no porque no son muy grandes las grandezas que
vemos, aun de lo que podemos alcanzar de vuestras obras.
6. Tornando al verso, en lo que me puede aprovechar, a mi parecer,
para aquí, es en aquel ensanchamiento; que así parece que, como
comienza a producir aquella agua celestial de este manantial que
digo de lo profundo de nosotros, parece que se va dilatando y
ensanchando todo nuestrointerior y produciendo unos bienes que
no se pueden decir, ni aun el alma sabe entender qué es lo que se
le da allí. Entiende una fragancia -digamos ahora- como si en aquel
hondón interior estuviese un brasero adonde se echasen olorosos
perfumes; ni se ve la lumbre, ni dónde está; mas el calor y humo
oloroso penetra toda el alma y aun hartas veces -como he dichoparticipa el cuerpo. Mirad, entendedme, que ni se siente calor ni se
huele olor, que más delicada cosa es que estas cosas; sino para
dároslo a entender. Y entiendan las personas que no han pasado
por esto, que es verdad que pasa así y que se entiende, y lo
entiende el alma más claro que yo lo digo ahora; que no es esto
cosa que se puede antojar, porque por diligencias que hagamos no
lo podemos adquirir, y en ello mismo se ve no ser de nuestro metal,
sino de aquel purísimo oro de la sabiduría divina.
Aquí no están las potencias unidas, a mi parecer, sino embebidas y
mirando como espantadas qué es aquello.
7. Podrá ser que en estas cosas interiores me contradiga algo de lo
que tengo dicho en otras partes. No es maravilla, porque en casi
quince años que ha que lo escribí, quizá me ha dado el Señor más
claridad en estas cosas de lo que entonces entendía, y ahora y
entonces puedo errar en todo, mas no mentir, que, por la
misericordia de Dios, antes pasaría mil muertes. Digo lo que
entiendo.
8. La voluntad bien me parece que debe estar unida en alguna
manera con la de Dios; mas en los efectos y obras de después se
conocen estas verdades de oración, que no hay mejor crisol para
probarse. Harto gran merced es de nuestro Señor, si la conoce
quien la recibe, y muy grande si no torna atrás.
Luego querréis, mis hijas, procurar tener esta oración, y tenéis
razón; que -como he dicho- no acaba de entender el alma las que
allí la hace el Señor y con el amor que la va acercando más a Sí,
que cierto está desear saber cómo alcanzaremos esta merced. Yo
os diré lo que en esto he entendido.
9. Dejemos cuando el Señor es servido de hacerla porque Su
Majestad quiere y no por más. El sabe el porqué; no nos hemos de
meter en eso. Después de hacer lo que los de las moradas
pasadas, ¡humildad, humildad! Por ésta se deja vencer el Señor a
cuanto de él queremos; y lo primero en que veréis si la tenéis, es en
no pensar que merecéis estas mercedes y gustos del Señor ni los
habéis de tener en vuestra vida.
Diréisme que de esta manera que ¿cómo se han de alcanzar no los
procurando? - A esto respondo que no hay otra mejor de la que os
he dicho y no los procurar, por estas razones: la primera, porque lo
primero que para esto es menester es amar a Dios sin interés; la
segunda, porque es un poco de poca humildad pensar que por
nuestros servicios miserables se ha de alcanzar cosa tan grande; la
tercera, porque el verdadero aparejo para esto es deseo de padecer
y de imitar al Señor y no gustos, los que, en fin, le hemos ofendido;
la cuarta, porque no está obligado Su Majestad a dárnoslos, como a
darnos la gloria si guardamos sus mandamientos, que sin esto nos
podremos salvar y sabe mejor que nosotros lo que nos conviene y
quién le ama de verdad; y así es cosa cierta, yo lo sé, y conozco
personas que van por el camino del amor como han de ir, por sólo
servir a su Cristo crucificado, que no sólo no le piden gustos ni los
desean, mas le suplican no se los dé en esta vida. Esto es verdad.
La quinta es, porque trabajaremos en balde, que como no se ha de
traer esta agua por arcaduces como la pasada, si el manantial no la
quiere producir, poco aprovecha que nos cansemos. Quiero decir
que aunque más meditación tengamos y aunque más nos
estrujemos y tengamos lágrimas, no viene este agua por aquí. Sólo
se da a quien Dios quiere y cuando más descuidada está muchas
veces el alma.
10. Suyas somos, hermanas; haga lo que quisiere de nosotras;
llévenos por donde fuere servido. Bien creo que quien de verdad se
humillare y desasiere (digo de verdad, porque no ha de ser por
nuestros pensamientos, que muchas veces nos engañan, sino que
estemos desasidas del todo), que no dejará el Señor de hacernos
esta merced y otras muchas que no sabremos desear. Sea por
siempre alabado y bendito, amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 3
En que trata qué es oración de recogimiento, que por la mayor parte
la da el Señor antes de la dicha. - Dice sus efectos y los que
quedan de la pasada que trató, de los gustos que da el Señor.
1. Los efectos de esta oración son muchos: algunos diré, y primero,
otra manera de oración que comienza casi siempre primero que
ésta, y por haberla dicho en otras partes, diré poco. Un
recogimiento que también me parece sobrenatural, porque no es
estar en oscuro ni cerrar los ojos, ni consiste en cosa exetrior,
puesto que, sin quererlo, se hace esto de cerrar los ojos y desear
soledad; y sin artificio, parece que se va labrando el edificio para la
oración que queda dicha; porque estos sentidos y cosas exteriores
parece que van perdiendo de su derecho porque el alma vaya
cobrando el suyo que tenía perdido.
2. Dicen que «el alma se entra dentro de sí» y otras veces que
«sube sobre sí». Por este lenguaje no sabré yo aclarar nada, que
esto tengo malo que por el que yo lo sé decir pienso que me habéis
de entender, y quizá será sola para mí. Hagamos cuenta que estos
sentidos y potencias (que ya he dicho que son la gente de este
castillo, que es lo que he tomado para saber decir algo), que se han
ido fuera y andan con gente extraña, enemiga del bien de este
castillo, días y años; y que ya se han ido, viendo su perdición,
acercando a él, aunque no acaban de estar dentro -porque esta
costumbre es recia cosa-, sino no son ya traidores y andan
alrededor. Visto ya el gran Rey, que está en la morada de este
castillo, su buena voluntad, por su gran misericordia, quiérelos
tornar a él y, como buen pastor, con un silbo tan suave, que aun
casi ellos mismos no le entienden, hace que conozcan su voz y que
no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada. Y tiene
tanta fuerza este silbo del pastor, que desamparan las cosas
exteriores en que estaban enajenados y métense en el castillo.
3. Paréceme que nunca lo he dado a entender como ahora, porque
para buscar a Dios en lo interior (que se halla mejor y más a nuestro
provecho que en las criaturas, como dice San Agustín que le
halló,después de haberle buscado en muchas partes), es gran
ayuda cuando Dios hace esta merced. Y no penséis que es por el
entendimiento adquirido procurando pensar dentro de sí a Dios, ni
por la imaginación, imaginándole en sí. Bueno es esto y excelente
manera de meditación, porque se funda sobre verdad, que lo es
estar Dios dentro de nosotros mismos; mas no es esto, que esto
cada uno lo puede hacer (con el favor del Señor, se entiende, todo).
Mas lo que digo es en diferente manera, y que algunas veces, antes
que se comience a pensar en Dios, ya esta gente está en el castillo,
que no sé por dónde ni cómo oyó el silbo de su pastor. Que no fue
por los oídos, que no se oye nada, mas siéntese notablemente un
encogimiento suave a lo interior, como verá quien pasa por ello, que
yo no lo sé aclarar mejor. Paréceme que he leído que como un
erizo o tortuga, cuando se retiran hacia sí, y debíalo de entender
bien quien lo escribió. Mas éstos, ellos se entran cuando quieren;
acá no está en nuestro querer sino cuando Dios nos quiere hacer
esta merced. Tengo para mí que cuando Su Majestad la hace, es a
personas que van ya dando de mano a las cosas del mundo. No
digo que sea por obra los que tienen estado que no pueden, sino
por el deseo, pues los llama particularmente para que estén atentos
a las interiores; y así creo que, si queremos dar lugar a Su
Majestad, que no dará sólo esto a quien comienza a llamar para
más.
4. Alábele mucho quien esto entendiere en sí, porque es muy
mucha razón que conozca la merced, y el hacimiento de gracias por
ella hará que se disponga para otras mayores. Y es disposición
para poder escuchar, como se aconseja en algunos libros, que
procuren no discurrir, sino estarse atentos a ver qué obra el Señor
en el alma; que si Su Majestad no ha comenzado a embebernos, no
puedo acabar de entender cómo se pueda detener el pensamiento
de manera que no haga más daño que provecho, aunque ha sido
contienda bien platicada entre algunas personas espirituales, y de
mí confieso mi poca humildad que nunca me han dado razón para
que yo me rinda a lo que dicen. Uno me alegó con cierto libro del
santo Fray Pedro de Alcántara -que yo creo lo es- a quien yo me
rindiera, porque sé que lo sabía; y leímoslo y dice lo mismo que yo,
aunque no por estas palabras; mas entiéndese en lo que dice que
ha de estar ya despierto el amor. Ya puede ser que yo me engañe,
mas voy por estas razones:
5. La primera, que en esta obra de espíritu quien menos piensa y
quiere hacer, hace más; lo que habemos de hacer es pedir como
pobres necesitados delante de un grande y rico emperador, y luego
bajar los ojos y esperar con humildad. Cuando por sus secretos
caminos parece que entendemos que nos oye, entonces es bien
callar, pues nos ha dejado estar cerca de él, y no será malo
procurar no obrar con el entendimiento -si podemos digo- Mas si
este Rey aun no entendemos que nos ha oído ni nos ve, no nos
hemos de estar bobos, que lo queda harto el alma cuando ha
procurado esto, y queda mucho más seca y por ventura más
inquieta la imaginación con la fuerza que se ha hecho a no pensar
nada, sino que quiere el Señor que le pidamos y consideremos
estar en su presencia, que El sabe lo que nos cumple. Yo no puedo
persuadirme a industrias humanas en cosas que parece puso Su
Majestad límite y las quiso dejar para Sí; lo que no dejó otras
muchas que podemos con su ayuda, así de penitencia, como de
obras, como de oración, hasta donde puede nuestra miseria.
6. La segunda razón es, que estas obras interiores son todas
suaves y pacíficas, y hacer cosa penosa, antes daña que
aprovecha. Llamo penosa fuerza que nos queramos hacer, como
sería pena detener el huelgo; sino dejarse el alma en las manos de
Dios, haga lo que quisiere de ella, con el mayor descuido de su
provecho que pudiere y mayor resignación a la voluntad de Dios.
La tercera es, que el mismo cuidado que se pone en no pensar
nada quizá despertará el pensamiento a pensar mucho.
La cuarta es, que lo más sustancial y agradable a Dios es que nos
acordemos de su honra y gloria y nos olvidemos de nosotros
mismos y de nuestro provecho y regalo y gusto. Pues ¿cómo está
olvidado de sí el que con mucho cuidado está, que no se osa bullir,
ni aun deja a su entendimiento y deseos que se bullan a desear la
mayor gloria de Dios, ni que se huelgue de la que tiene? Cuando Su
Majestad quiere que el entendimiento cese, ocúpale por otra
manera y da una luz en el conocimiento tan sobre la que podemos
alcanzar, que le hace quedar absorto, y entonces, sin saber cómo,
queda muy mejor enseñado que no con todas nuestras diligencias
para echarle más a perder; que pues Dios nos dio las potencias
para que con ellas trabajásemos y se tiene todo su premio, no hay
para qué las encantar, sino dejarlas hacer su oficio, hasta que Dios
las ponga en otro mayor.
7. Lo que entiendo que más conviene que ha de hacer el alma que
ha querido el Señor meter a esta morada es lo dicho, y que sin
ninguna fuerza ni ruido procure atajar el discurrir del entendimiento,
mas no el suspenderle ni el pensamiento, sino que es bien que se
acuerde que está delante de Dios y quién es este Dios. Si lo mismo
que siente en sí le embebiere, enhorabuena; mas no procure
entender lo que es, porque es dado a la voluntad; déjela gozar sin
ninguna industria más de algunas palabras amorosas, que aunque
no procuremos aquí estar sin pensar nada, se está muchas veces,
aunque muy breve tiempo.
8. Mas -como dije en otra parte- la causa porque en esta manera de
oración (digo en la que comencé esta morada, que he metido la de
recogimiento con ésta que había de decir primero, y es muy menos
que la de los gustos que he dicho de Dios, sino que es principio
para venir a ella; que en la del recogimiento no se ha de dejar la
meditación, ni la obra del entendimiento) en esta fuente manantial
que no viene por arcaduces él se comide o le hace comedir ver que
no entiende lo que quiere; y así anda de un cabo a otro, como tonto
que en nada hace asiento. La voluntad le tiene tan grande en su
Dios, que la da gran pesadumbre su bullicio, y así no ha menester
hacer caso de él, que la hará perder mucho de lo que goza, sino
dejarle y dejarse a sí en los brazos del amor, que Su Majestad la
enseñará lo que ha de hacer en aquel punto, que casi todo es
hallarse indigna de tanto bien y emplearse en hacimiento de
gracias.
9. Por tratar de la oración de recogimiento, dejé los efectos o
señales que tienen las almas a quien Dios nuestro Señor da esta
oración. Así como se entiende claro un dilatamiento o
ensanchamiento en el alma, a manera de como si el agua que
mana de una fuente no tuviese corriente, sino que la misma fuente
estuviese labrada de una cosa que mientras más agua manase más
grande se hiciese el edificio, así parece en esta oración, y otras
muchas maravillas que hace Dios en el alma, que la habilita y va
disponiendo para que quepa todo en ella. Así esta suavidad y
ensanchamiento interior se ve en el que le queda para no estar tan
atada como antes en las cosas del servicio de Dios, sino con mucha
más anchura. Así en no se apretar con el temor del infierno, porque
aunque le queda mayor de no ofender a Dios, el servil piérdese
aquí: queda con gran confianza que le ha de gozar. El que solía
tener, para hacer penitencia, de perder la salud, ya le parece que
todo lo podrá en Dios; tiene más deseos de hacerla que hasta allí.
El temor que solía tener a los trabajos, ya va más templado; porque
está más viva la fe y entiende que, si los pasa por Dios, Su
Majestad le dará gracia para que los sufra con paciencia, y aun
algunas veces los desea, porque queda también una gran voluntad
de hacer algo por Dios. Como va más conociendo su grandeza,
tiénese ya por más miserable; como ha probado ya los gustos de
Dios, ve que es una basura los del mundo, vase poco a poco
apartando de ellos y es más señora de sí para hacerlo. En fin, en
todas las virtudes queda mejorada y no dejará de ir creciendo, si no
torna atrás ya, a hacer ofensas de Dios, porque entonces todo se
pierde, por subida que esté un alma en la cumbre. Tampoco se
entiende que de una vez o dos que Dios haga esta merced a un
alma, quedan todas éstas hechas si no va perseverando en
recibirlas, que en esta perseverancia está todo nuestro bien.
10. De una cosa aviso mucho a quien se viere en este estado: que
se guarde muy mucho de ponerse en ocasiones de ofender a Dios;
porque aquí no está aún el alma criada, sino como un niño que
comienza a mamar, que si se aparta de los pechos de su madre,
¿qué se puede esperar de él sino la muerte? Yo he mucho temor
que a quien Dios hubiere hecho esta merced y se apartare de la
oración, que será así, si no es con grandísima ocasión o si no torna
presto a ella, porque irá de mal en peor. Yo sé que hay mucho que
temer en este caso, y conozco a algunas personas que me tienen
harto lastimada y he visto lo que digo, por haberse apartado de
quien con tanto amor se le quería dar por amigo y mostrárselo por
obras. Aviso tanto que no se pongan en ocasiones, porque pone
mucho el demonio más por un alma de éstas que por muy muchas
a quien el Señor no haga estas mercedes; porque le pueden hacer
gran daño con llevar otras consigo, y hacer gran provecho, podría
ser, en la Iglesia de Dios; y aunque no haya otra cosa sino ver el
que Su Majestad las muestra amor particular, basta para que él se
deshaga porque se pierdan; y así son muy combatidas y aun mucho
más perdidas que otras, si se pierden.
Vosotras, hermanas, libres estáis de estos peligros, a lo que
podemos entender; de soberbia y vanagloria os libre Dios; y de que
el demonio quiera contrahacer estas mercedes, conocerse ha en
que no hará estos efectos, sino todo al revés.
11. De un peligro os quiero avisar (aunque os lo he dicho en otra
parte) en que he visto caer a personas de oración, en especial
mujeres, que como somos más flacas, ha más lugar para lo que voy
a decir. Y es que algunas, de la mucha penitencia y oración y
vigilias y aun sin esto, sonse flacas de complexión; en teniendo
algún regalo, sujétales el natural y, como sienten contento alguno
interior y caimiento en lo exterior y una flaqueza, cuando hay un
sueño que llaman espiritual, que es un poco más de lo que queda
dicho, paréceles que es lo uno como lo otro y déjanse embebecer.
Y mientras más se dejan, se embebecen más, porque se
enflaquece más el natural, y en su seso les parece arrobamiento; y
llámole yo abobamiento, que no es otra cosa más de estar
perdiendo tiempo allí y gastando su salud [12] (a una persona le
acaecía estar ocho horas), que ni están sin sentido, ni sienten cosa
de Dios. Con dormir y comer y no hacer tanta penitencia, se le quitó
a esta persona, porque hubo quien la entendiese, que a su confesor
traía engañado y a otras personas y a sí misma, que ella no quería
engañar. Bien creo que haría el demonio alguna diligencia para
sacar alguna ganancia, y no comenzaba a sacar poca.
13. Hase de entender que cuando es cosa verdaderamente de
Dios, que aunque hay caimiento interior y exterior, que no le hay en
el alma, que tiene grandes sentimientos de verse tan cerca de Dios,
ni tampoco dura tanto, sino muy poco espacio, bien que se torna a
embebecer; y en esta oración, si no es flaqueza -como he dicho- no
llega a tanto que derrueque el cuerpo ni haga ningún sentimiento
exterior en él. Por eso tengan aviso que cuando sintieren esto en sí,
lo digan a la prelada y diviértanse lo que pudieren y hágalas no
tener horas tantas de oración sino muy poco, y procure que
duerman bien y coman, hasta que se les vaya tornando la fuerza
natural, si se perdió por aquí. Si es de tan flaco natural que no le
baste esto, créanme que no la quiere Dios sino para la vida activa,
que de todo ha de haber en los monasterios; ocúpenla en oficios, y
siempre se tenga cuenta que no tenga mucha soledad, porque
vendrá a perder del todo la salud. Harta mortificación será para ella;
aquí quiere probar el Señor el amor que le tiene en cómo lleva esta
ausencia, y será servido de tornarle la fuerza después de algún
tiempo, y si no, con oración vocal ganará y con obedecer, y
merecerá lo que había de merecer por aquí y por ventura más.
14. También podría haber algunas de tan flaca cabeza e
imaginación -como yo las he conocido- que todo lo que piensan les
parece que lo ven; es harto peligroso. Porque quizá se tratará de
ello adelante, no más aquí, que me he alargado mucho en esta
morada, porque es en la que más almas creo entran, y como es
también natural junto con lo sobrenatural, puede el demonio hacer
más daño; que en las que están por decir, no le da el Señor tanto
lugar. Sea por siempre alabado, amén.
------------------------------------------------------------------------
MORADAS QUINTAS
CAPÍTULO 1
Comienza a tratar cómo en la oración se une el ama con Dios. Dice en qué se conocerá no ser engaño.
1. ¡Oh hermanas!, ¿cómo os podría yo decir la riqueza y tesoros y
deleites que hay en las quintas moradas? Creo fuera mejor no decir
nada de las que faltan, pues no se ha de saber decir ni el
entendimiento lo sabe entender ni las comparaciones pueden servir
de declararlo, porque son muy bajas las cosas de la tierra para este
fin.
Enviad, Señor mío, del cielo luz para que yo pueda dar alguna a
estas vuestras siervas, pues sois servido de que gocen algunas de
ellas tan ordinariamente de estos gozos, porque no sean
engañadas, transfigurándose el demonio en ángel de luz, pues
todos sus deseos se emplean en desear contentaros.
2. Y aunque dije «algunas», bien pocas hay que no entren en esta
morada que ahora diré. Hay más y menos, y a esta causa digo que
son las más las que entran en ellas. En algunas cosas de las que
aquí diré que hay en este aposento, bien creo que son pocas; mas
aunque no sea sino llegar a la puerta, es harta misericordia la que
las hace Dios; porque, puesto que son muchos los llamados, pocos
son los escogidos. Así digo ahora que aunque todas las que
traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la
oración y contemplación (porque éste fue nuestro principio, de esta
casta venimos, de aquellos santos Padres nuestros del Monte
Carmelo, que en tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo
buscaban este tesoro, esta preciosa margarita de que hablamos),
pocas nos disponemos para que nos la descubra el Señor. Porque
cuanto a lo exetiror vamos bien para llegar a lo que es menester; en
las virtudes para llegar aquí, hemos menester mucho, mucho, y no
nos descuidar poco ni mucho. Por eso, hermanas mías, alto a pedir
al Señor, que pues en alguna manera podemos gozar del cielo en la
tierra, que nos dé su favor para que no quede por nuestra culpa y
nos muestre el camino y dé fuerzas en el alma para cavar hasta
hallar este tesoro escondido, pues es verdad que le hay en nosotras
mismas, que esto querría yo dar a entender, si el Señor es servido
que sepa.
3. Dije «fuerzas en el alma», porque entendáis que no hacen falta
las del cuerpo a quien Dios nuestro Señor no las da; no imposibilita
a ninguno para comprar sus riquezas; con que dé cada uno lo que
tuviere, se contenta. Bendito sea tan gran Dios. Mas mirad, hijas,
que para esto que tratamos no quiere que os quedéis con nada;
poco o mucho, todo lo quiere para sí, y conforme a lo que
entendiéreis de vos que os han dado, se os harán mayores o
menores mercedes. No hay mejor prueba para entender si llega a
unión o si no nuestra oración. No penséis que es cosa soñada,
como la pasada. Digo soñada, porque así parece está el alma como
adormezida, que ni bien parece está dormida ni se siente despierta.
Aquí con estar todas dormidas, y bien dormidas, a las cosas del
mundo y a nosotras mismas (porque en hecho de verdad se queda
como sin sentido aquello poco que dura, que ni hay poder pensar,
aunque quieran, aquí no es menester con artificio suspender el
pensamiento; [4] hasta el amar -si lo hace- no entiende cómo, ni
qué es lo que ama ni qué querría; en fin, como quien de todo punto
ha muerto al mundo para vivir más en Dios, que así es: una muerte
sabrosa, un arrancamiento del alma de todas las operaciones que
puede tener estando en el cuerpo; deleitosa, porque aunque de
verdad parece se aparta el alma de él para mejor estar en Dios, de
manera que aun no sé yo si le queda vida para resolgar (ahora lo
estaba pensando y paréceme que no, al menos si lo hace no se
entiende si lo hace), todo su entendimiento se querría emplear en
entender algo de lo que siente y, como no llegan sus fuerzas a esto,
quédase espantado de manera que, si no se pierde del todo, no
menea pie ni mano, como acá decimos de una persona que está
tan desmayada que nos parece está muerta.
¡Oh secretos de Dios!, que no me hartaría de procurar dar a
entenderlos si pensase acertar en algo, y así diré mil desatinos, por
si alguna vez atinase, para que alabemos mucho al Señor.
5. Dije que no era cosa soñada, porque en la morada que queda
dicha, hasta que la experiencia es mucha queda el alma dudosa de
qué fue aquello: si se le antojó, si estaba dormida, si fue dado de
Dios, si se transfiguró el demonio en ángel de luz. Queda con mil
sospechas, y es bien que las tenga, porque -como dije- aun el
mismo natural nos puede engañar allí alguna vez; porque aunque
no hay tanto lugar para entrar las cosas ponzoñosas, unas
lagartijillas sí, que como son agudas por doquiera se meten; y
aunque no hacen daño, en especial si no hacen caso de ellas como dije- porque son pensamientillos que proceden de la
imaginación y de lo que queda dicho, importunan muchas veces.
Aquí, por ayudas que son las lagartijas, no pueden entrar en esta
morada; porque ni hay imaginación, ni memoria ni entendimiento
que pueda impedir este bien. Y osaré afirmar que si
verdaderamente es unión de Dios, que no puede entrar el demonio
ni hacer ningún daño; porque está Su Majestad tan junto y unido
con la esencia del alma, que no osará llegar ni aun debe de
entender este secreto. Y está claro: pues dicen que no entiende
nuestro pensamiento, menos entenderá cosa tan secreta, que aun
no la fía Dios de nuestro pensamiento. ¡Oh gran bien, estado
adonde este maldito no nos hace mal! Así queda el alma con tan
grandes ganancias, por obrar Dios en ella sin que nadie le estorbe,
ni nosotros mismos. ¿Qué no dará quien es tan amigo de dar y
puede dar todo lo que quiere?
6. Parece que os dejo confusas en decir si es unión de Dios y que
hay otras uniones. Y ¡cómo si las hay! Aunque sean en cosas
vanas, cuando se aman mucho, también los transportará el
demonio; mas no con la manera que Dios ni con el deleite y
satisfacción del alma y paz y gozo. Es sobre todos los gozos de la
tierra y sobre todos los deleites y sobre todos los contentos y más,
que no tiene que ver adonde se engendran estos contentos o los de
la tierra, que es muy diferente su sentir como lo tendréis
experimentado. Dije yo una vez, que es como si fuesen en esta
grosería del cuerpo, o en los tuétanos, y atiné bien, que no sé cómo
lodecir mejor.
7. Paréceme que aún no os veo satisfechas, porque os parecerá
que os podéis engañar, que esto interior es cosa recia de examinar;
y aunque para quien ha pasado por ello basta lo dicho, porque es
grande la diferencia, quiéroos decir una señal clara por donde no os
podréis engañar ni dudar si fue de Dios, que Su Majestad me la ha
traído hoy a la memoria, y a mi parecer es la cierta. Siempre en
cosas dificultosas, aunque me parece que lo entiendo y que digo
verdad, voy con este lenguaje de que «me parece»; porque si me
engañare, estoy muy aparejada a creer lo que dijeren los que tienen
letras muchas; porque aunque no hayan pasado por estas cosas,
tienen un no sé qué grandes letrados, que como Dios los tiene para
luz de su Iglesia, cuando es una verdad, dásela para que se admita;
y si no son derramados sino siervos de Dios, nunca se espantan de
sus grandezas, que tienen bien entendidoque puede mucho más y
más. Y, en fin, aunque algunas cosas no tan declaradas, otras
deben hallar escritas, por donde ven que pueden pasar éstas.
8. De esto tengo grandísima experiencia, y también la tengo de
unos medioletrados espantadizos, porque me cuestan muy caro. Al
menos creo que quien no creyere que puede Dios mucho más y
que ha tenido por bien y tiene algunas veces comunicarlo a sus
criaturas, que tiene bien cerrada la puerta para recibirlas. Por eso,
hermanas, nunca os acaezca, sino creed de Dios mucho más y
más, y no pongáis los ojos en si son ruines o buenos a quien las
hace, que Su Majestad lo sabe, como os lo he dicho; no hay para
qué nos meter en esto, sino con simpleza de corazón y humildad
servir a Su Majestad y alabarle por sus obras y maravillas.
9. Pues tornando a la señal que digo es la verdadera, ya veis esta
alma que la ha hecho Dios boba del todo para imprimir mejor en ella
la verdadera sabiduría, que ni ve ni oye ni entiende en el tiempo
que está así, que siempre es breve, y aun harto más breve le
parece a ella de lo que debe de ser. Fija Dios a sí mismo en lo
interior de aquel alma de manera que cuando torna en si en
ninguna manera pueda dudar que estuvo en Dios y Dios en ella.
Con tanta firmeza le queda esta verdad, que aunque pase años sin
tornarle Dios a hacer aquella merced, ni se le olvida ni puede dudar
que estuvo. Aun dejemos por los efectos con que queda, que éstos
diré después; esto es lo que hace mucho al caso.
10. Pues diréisme: ¿cómo lo vio o cómo lo entendió, si no ve ni
entiende? No digo que lo vio entonces, sino que lo ve después
claro; y no porque es visión, sino una certidumbre que queda en el
alma que sólo Dios la puede poner. Yo sé de una persona que no
había llegado a su noticia que estaba Dios en todas las cosas por
presencia y potencia y esencia, y de una merced que le hizo Dios
de esta suerte lo vino a creer de manera, que aunque un
medioletrado de los que tengo dichos a quien preguntó cómo
estaba Dios en nosotros (él lo sabía tan poco como ella antes que
Dios se lo diese a entender) le dijo que no estaba más de por
gracia, ella tenía ya tan fija la verdad, que no le creyó y preguntólo a
otros que le dijeron la verdad, con que se consoló mucho.
11. No os habéis de engañar pareciéndoos que esta certidumbre
queda en forma corporal, como el cuerpo de nuestro Señor
Jesucristo está en el Santísimo Sacramento, aunque no le vemos,
porque acá no queda así, sino de sola la divinidad. Pues ¿cómo lo
que no vimos se nos queda con esa certidumbre? - Eso no lo sé yo,
son obras suyas: mas sé que digo la verdad, y quien no quedare
con esta certidumbre, no diría yo que es unión de toda el alma con
Dios, sino de alguna potencia, y otras muchas maneras de
mercedes que hace Dios al alma. Hemos de dejar en todas estas
cosas de buscar razones para ver cómo fue; pues no llega nuestro
entendimiento a entenderlo, ¿para qué nos queremos desvanecer?
Basta ver que es todopoderoso el que lo hace, y pues no somos
ninguna parte por diligencias que hagamos para alcanzarlo, sino
que es Dios el que lo hace, no lo queramos ser para entenderlo.
12. Ahora me acuerdo, sobre esto que digo de que «no somos
parte», de lo que habéis oído que dice la Esposa en los Cantares:
Llevóme el rey a la bodega del vino, o metiome, creo que dice. Y no
dice que ella se fue. Y dice también que andaba buscando a su
Amado por una parte y por otra. Esta entiendo yo es la bodega
adonde nos quiere meter el Señor cuando quiere y como quiere;
mas por diligencias que nosotros hagamos, no podemos entrar. Su
Majestad nos ha de meter y entrar El en el centro de nuestra alma
y, para mostrar sus maravillas mejor, no quiere que tengamos en
ésta más parte de la voluntad que del todo se le ha rendido, ni que
se le abra la puerta de las potencias y sentidos, que todos están
dormidos; sino entrar en el centro del alma sin ninguna, como entró
a sus discípulos cuando dijo: Pax vobis, y salió del sepulcro sin
levantar la piedra. Adelante veréis cómo Su Majestad quiere que le
goce el alma en su mismo centro, aun más que aquí mucho en la
postrera morada.
13. ¡Oh hijas, qué mucho veremos si no queremos ver más de
nuestra bajeza y miseria, y entender que no somos dignas de ser
siervas de un Señor tan grande, que no podemos alcanzar sus
maravillas! Sea por siempre alabado, amén.
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 2
Prosigue en lo mismo. - Declara la oración de unión por una
comparación delicada. - Dice los efectos con que queda el alma. Es muy de notar.
1. Pareceros ha que ya está todo dicho lo que hay que ver en esta
morada, y falta mucho, porque -como dije- hay más y menos.
Cuanto a lo que es unión, no creo sabré decir más; mas cuando el
alma a quien Dios hace estas mercedes se dispone, hay muchas
cosas que decir de lo que el Señor obra en ellas. Algunas diré y de
la manera que queda. Para darlo mejor a entender, me quiero
aprovechar de una comparación que es buena para este fin, y
también para que veamos cómo, aunque en esta obra que hace el
Señor no podemos hacer nada, mas para que Su Majestad nos
haga esta merced, podemos hacer mucho disponiéndonos.
2. Ya habréis oído sus maravillas en cómo se cría la seda, que sólo
El pudo hacer semejante invención, y cómo de una simiente, que
dicen que es a manera de granos de pimienta pequeños (que yo
nunca la he visto, sino oído, y así si algo fuere torcido no es mía la
culpa), con el calor, en comenzando a haber hoja en los morales,
comienza esta simiente a vivir; que hasta que hay este
mantenimiento de que se sustentan, se está muerta; y con hojas de
moral se crían, hasta que, después de grandes, les ponen unas
ramillas y allí con las boquillas van de sí mismos hilando la seda y
hacen unos capuchillos muy apretados adonde se encierran; y
acaba este gusano que es grande y feo, y sale del mismo capucho
una mariposica blanca, muy graciosa. Mas si esto no se viese, sino
que nos lo contaran de otros tiempos, ¿quién lo pudiera creer? ¿Ni
con qué razones pudiéramos sacar que una cosa tan sin razón
como es un gusano y una abeja, sean tan diligentes en trabajar
para nuestro provecho y con tanta industria, y el pobre gusanillo
pierda la vida en la demanda? Para un rato de meditación basta
esto, hermanas, aunque no os diga más, que en ello podéis
considerar las maravillas y sabiduría de nuestro Dios. Pues ¿qué
será si supiésemos la propiedad de todas las cosas? De gran
provecho es ocuparnos en pensar estas grandezas y regalarnos en
ser esposas de Rey tan sabio y poderoso.
3. Tornemos a lo que decía. Entonces comienza a tener vida este
gusano, cuando con el calor del Espíritu Santo se comienza a
aprovechar del auxilio general que a todos nos da Dios y cuando
comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia,
así de continuar las confesiones, como con buenas lecciones y
sermones, que es el remedio que un alma que está muerta en su
descuido y pecados y metida en ocasiones puede tener. Entonces
comienza a vivir y vase sustentando en esto y en buenas
meditaciones, hasta que está crecida, que es lo que a mí me hace
al caso, que estotro poco importa.
4. Pues crecido este gusano -que es lo que en los principios queda
dicho de esto que he escrito-, comienza a labrar la seda y edificar la
casa adonde ha de morir. Esta casa querría dar a entender
aquí,que es Cristo. En una parte me parece he leído u oído que
nuestra vida está escondida en Cristo, o en Dios, que todo es uno,
o que nuestra vida es Cristo. En que esto sea o no, poco va para mi
propósito.
5. Pues veis aquí, hijas, lo que podemos con el favor de Dios hacer:
que Su Majestad mismo sea nuestra morada, como lo es en esta
oración de unión, labrándola nosotras. Parece que quiero decir que
podemos quitar y poner en Dios, pues digo que El es la morada y la
podemos nosotras fabricar para meternos en ella. Y ¡cómo si
podemos!, no quitar de Dios ni poner, sino quitar de nosotros y
poner, como hacen estos gusanitos; que no habremos acabado de
hacer en esto todo lo que podemos, cuando este trabajillo, que no
es nada, junte Dios con su grandeza y le dé tan gran valor que el
mismo Señor sea el premio de esta obra. Y así como ha sido el que
ha puesto la mayor costa, así quiere juntar nuestros trabajillos con
los grandes que padeció Su Majestad y que todo sea una cosa.
6. Pues ¡ea, hijas mías!, prisa a hacer esta labor y tejer este
capuchillo, quitando nuestro amor propio y nuestra voluntad, el
estar asidas a ninguna cosa de la tierra, poniendo obras de
penitencia, oración, mortificación, obediencia, todo lo demás que
sabéis; que ¡así obrásemos como sabemos y somos enseñadas de
lo que hemos de hacer! ¡Muera, muera este gusano, como lo hace
en acabando de hacer para lo que fue criado!, y veréis cómo vemos
a Dios y nos vemos tan metidas en su grandeza como lo está este
gusanillo en este capucho. Mirad que digo ver a Dios, como dejo
dicho quese da a sentir en esta manera de unión.
7. Pues veamos qué se hace este gusano, que es para lo que he
dicho todo lo demás, que cuando está en esta oración bien muerto
está al mundo: sale una mariposita blanca. ¡Oh grandeza de Dios, y
cuál sale una alma de aquí, de haber estado un poquito metida en
la grandeza de Dios y tan junta con El; que a mi parecer nunca llega
a media hora! Yo os digo de verdad que la misma alma no se
conoce a sí; porque, mirad la diferencia que hay de un gusano feo a
una mariposica blanca, que la misma hay acá. No sabe de dónde
pudo merecer tanto bien -de dónde le pudo venir, quise decir, que
bien sabe que no le merece-; vese con un deseo de alabar al
Señor, que se querría deshacer, y de morir por El mil muertes.
Luego le comienza a tener de padecer grandes trabajos, sin poder
hacer otra cosa. Los deseos de penitencia grandísimos, el de
soledad, el de que todos conociesen a Dios; y de aquí le viene una
pena grande de ver que es ofendido. Y aunque en la morada que
viene se tratará más de estas cosas en particular, porque aunque
casi lo que hay en esta morada y en la que viene después es todo
uno, es muy diferente la fuerza de los efectos; porque -como he
dicho- si después que Dios llega a un alma aquí se esfuerza a ir
adelante, verá grandes cosas.
8. ¡Oh, pues ver el desasosiego de esta mariposita, con no haber
estado más quieta y sosegada en su vida, es cosa para alabar a
Dios! Y es que no sabe adónde posar y hacer su asiento, que como
le ha tenido tal, todo lo que ve en la tierra le descontenta, en
especial cuando son muchas las veces que la da Dios de este vino;
casi de cada una queda con nuevas ganancias. Ya no tiene en
nada las obras que hacía siendo gusano, que era poco a poco tejer
el capucho; hanle nacido alas, ¿cómo se ha de contentar, pudiendo
volar, de andar paso a paso? Todo se le hace poco cuanto puede
hacer por Dios, según son sus deseos. No tiene en mucho lo que
pasaron los santos, entendiendo ya por experiencia cómo ayuda el
Señor y transforma un alma, que no parece ella ni su figura. Porque
la flaqueza que antes le parecía tener para hacer penitencia, ya la
halla fuerte; el atamiento con deudos o amigos o hacienda (que ni le
bastaban actos, ni determinaciones, ni quererse apartar, que
entonces le parecía se hallaba más junta), ya se ve de manera que
le pesa estar obligada a lo que, para no ir contra Dios, es menester
hacer. Todo le cansa, porque ha probado que el verdadero
descanso no le pueden dar las criaturas.
9. Parece que me alargo, y mucho más podría decir, y a quien Dios
hubiere hecho esta merced verá que quedo corta; y así no hay que
espantar que esta mariposilla busque asiento de nuevo, así como
se halla nueva de las cosas de la tierra. Pues ¿adónde irá la
pobrecica? Que tornar adonde salió no puede, que -como está
dicho- no es en nuestra mano, aunque más hagamos, hasta que es
Dios servido de tornarnos a hacer esta merced. ¡Oh Señor!, y ¡qué
nuevos trabajos comienzan a esta alma! ¿Quién dijera tal después
de merced tan subida? En fin, fin, de una manera o de otra ha de
haber cruz mientras vivimos, y quien dijere que, después que llegó
aquí, siempre está con descanso y regalo, diría yo que nunca llegó,
sino que por ventura fue algún gusto, si entró en la morada pasada,
y ayudado de flaqueza natural, y aun, por ventura, del demonio, que
le da paz para hacerle después mucha mayor guerra.
10. No quiero decir que no tienen paz los que llegan aquí, que sí
tienen y muy grande; porque los mismos trabajos son de tanto valor
y de tan buena raíz, que, con serlo muy grandes, de ellos mismos
sale la paz y el contento. Del mismo descontento que dan las cosas
del mundo nace un deseo de salir de él tan penoso, que si algún
alivio tiene es pensar que quiere Dios viva en este destierro, y aun
no basta, porque aun el alma con todas estas ganancias no está tan
rendida en la voluntad de Dios, como se verá adelante, aunque no
deja de conformarse; mas es con un gran sentimiento, que no
puede más, porque no le han dado más, y con muchas lágrimas.
Cada vez que tiene oración es ésta su pena. En alguna manera
quizá procede de la muy grande que le da de ver que es ofendido
Dios y poco estimado en este mundo y de las muchas almas que se
pierden, así de herejes, como de moros; aunque las que más la
lastiman son las de los cristianos, que aunque ve es grande la
misericordia de Dios, que por mal que vivan se pueden enmendar y
salvarse, teme que se condenan muchos.
11. ¡Oh grandeza de Dios!, que pocos años antes estaba esta alma,
y aun quizá días, que no se acordaba sino de sí, ¿quién la ha
metido en tan penosos cuidados? Que, aunque queramos tener
muchos años de meditación, tan penosamente como ahora esta
alma lo siente no lo podremos sentir. Pues ¡válgame Dios!, si
muchos días y años yo me procuro ejercitar en el gran mal que es
ser Dios ofendido y pensar que estos que se condenan son hijos
suyos y hermanos míos, y los peligros en que vivimos, cuán bien
nos está salir de esta miserable vida, ¿no bastará? -Que no, hijas,
no es la pena que se siente aquí como las de acá; que eso bien
podríamos con el favor del Señor tenerla, pensando mucho esto;
mas no llega a lo íntimo de las entrañas como aquí, que parece
desmenuza un alma y la muele, sin procurarlo ella y aun a veces sin
quererlo. Pues ¿qué es esto? ¿De dónde procede? -Yo os lo diré.
12. ¿No habéis oído -que ya aquí lo he dicho otra vez, aunque no a
este propósito- de la Esposa, que la metió Dios a la bodega del vino
y ordenó en ella la caridad? Pues esto es; que como aquel alma ya
se entrega en sus manos y el gran amor la tiene tan rendida que no
sabe ni quiere más de que haga Dios lo que quisiere de ella (que
jamás hará Dios, a lo que yo pienso, esta merced sino a alma que
ya toma muy por suya), quiere que, sin que ella entienda cómo,
salga de allí sellada con su sello. Porque verdaderamente el alma
allí no hace más que la cera cuando imprime otro el sello, que la
cera no se le imprime a sí, sólo está dispuesta, digo blanda; y aun
para esta disposición tampoco se ablanda ella, sino que se está
queda y lo consiente. ¡Oh bondad de Dios, que todo ha de ser a
vuestra costa! Sólo queréis nuestra voluntad y que no haya
impedimento en la cera.
13. Pues veis aquí, hermanas, lo que nuestro Dios hace aquí para
que esta alma ya se conozca por suya; da de lo que tiene, que es lo
que tuvo su Hijo en esta vida; no nos puede hacer mayor merced.
¿Quién más debía querer salir de esta vida? Y así lo dijo Su
Majestad en la Cena: Con deseo he deseado.
Pues ¿cómo, Señor, no se os puso delante la trabajosa muerte que
habéis de morir tan penosa y espantosa? -No; porque el grande
amor que tengo y deseo de que se salven las almas sobrepuja sin
comparación a esas penas; y las muy grandísimas que he padecido
y padezco, después que estoy en el mundo, son bastantes para no
tener esas en nada en su comparación.
14. Es así que muchas veces he considerado en esto, y sabiendo
yo el tormento que pasa y ha pasado cierta alma que conozco de
ver ofender a nuestro Señor, tan insufridero que se quisiera mucho
más morir que sufrirla, y pensando si una alma con tan poquísima
caridad, comparada a la de Cristo, que se puede decir casi ninguna
en esta comparación, sentía este tormento tan insufridero, ¿qué
sería el sentimiento de nuestro Señor Jesucristo, y qué vida debía
pasar, pues todas las cosas le eran presentes y estaba siempre
viendo las grandes ofensas que se hacían a su Padre? Sin duda
creo yo que fueron muy mayores que las de su sacratísima Pasión;
porque entonces ya veía el fin de estos trabajos, y con esto y con el
contento de ver nuestro remedio con su muerte y de mostrar el
amor que tenía a su Padre en padecer tanto por El, moderaría los
dolores, como acaece acá a los que con fuerza de amor hacen
grandes penitencias, que no las sienten casi, antes querrían hacer
más y más, y todo se le hace poco. Pues ¿qué sería a Su Majestad,
viéndose en tan gran ocasión, para mostrar a su Padre cuán
cumplidamente cumplía el obedecerle, y con el amor del prójimo?
¡Oh gran deleite, padecer en hacer la voluntad de Dios! Mas en ver
tan continuo tantas ofensas a Su Majestad hechas, e ir tantas almas
al infierno, téngolo por cosa tan recia, que creo, si no fuera más de
hombre, un día de aquella pena bastaba para acabar muchas vidas,
¡cuánto más una!
-----------------------------------------------------------------------CAPÍTULO 3
Continúa la misma materia. - Dice de otra manera de unión que
puede alcanzar el alma con el favor de Dios, y lo que importa para
esto el amor del prójimo. - Es de mucho provecho.
1. Pues tornemos a nuestra palomica y veamos algo de lo que Dios
da en este estado. Siempre se entiende que ha de procurar ir
adelante en el servicio de nuestro Señor y en el conocimiento
propio; que si no hace más de recibir esta merced y, como cosa ya
segura, descuidarse en su vida y torcer el camino del cielo, que son
los mandamientos, acaecerle ha lo que a la que sale del gusano,
que echa la simiente para que produzcan otras y ella queda muerta
para siempre. Digo que echa la simiente, porque tengo para mí que
quiere Dios que no sea dada en balde una merced tan grande; sino
que ya que no se aproveche de ella para sí, aproveche a otros.
Porque como queda con estos deseos y virtudes dichas, el tiempo
que dura en el bien siempre hace provecho a otras almas y de su
calor les pega calor; y aun cuando le tienen ya perdido, acaece
quedar con esa gana de que se aprovechen otros, y gusta de dar a
entender las mercedes que Dios hace a quien le ama y sirve.
2. Yo he conocido persona que le acaecía así, que, estando muy
perdida, gustaba de que se aprovechasen otras con las mercedes
que Dios le había hecho y mostrarles el camino de oración a las
que no le entendían, e hizo harto provecho, harto. Después le tornó
el Señor a dar luz. Verdad es que aún no tenía los efectos que
quedan dichos. Mas ¡cuántos debe haber que los llama el Señor al
apostolado, como a Judas, comunicando con ellos, y los llama para
hacer reyes, como a Saúl, y después por su culpa se pierden! De
donde sacaremos, hermanas, que para ir mereciendo más y más y
no perdiéndonos como éstos, la seguridad que podemos tener es la
obediencia y no torcer de la ley de Dios; digo a quien hiciere
semejantes mercedes, y aun a todos.
3. Paréceme que queda algo oscura, con cuanto he dicho, esta
morada. Pues hay tanta ganancia de entrar en ella, bien será que
no parezca quedan sin esperanza a los que el Señor no da cosas
tan sobrenaturales; pues la verdadera unión se puede muy bien
alcanzar, con el favor de nuestro Señor, si nosotros nos esforzamos
a procurarla, con no tener voluntad sino atada con lo que fuere la
voluntad de Dios. ¡Oh, qué de ellos habrá que digamos esto y nos
parezca que no queremos otra cosa y moriríamos por esta verdad,
como creo ya he dicho! Pues yo os digo, y lo diré muchas veces,
que cuando lo fuere, que habéis alcanzado esta merced del Señor,
y ninguna cosa se os dé de estotra unión regalada que queda
dicha, que lo que hay de mayor precio en ella es por proceder de
ésta que ahora digo y por no poder llegar a lo que queda dicho si no
es muy cierta la unión de estar resignada nuestra voluntad en la de
Dios. ¡Oh, qué unión ésta para desear! Venturosa el alma que la ha
alcanzado, que vivirá en esta vida con descanso y en la otra
también; porque ninguna cosa de los sucesos de la tierra la afligirá,
si no fuere si se ve en algún peligro de perder a Dios o ver si es
ofendido; ni enfermedad, ni pobreza, ni muertes, si no fuere de
quien ha de hacer falta en la Iglesia de Dios; que ve bien esta alma,
que El sabe mejor lo que hace que ella lo que desea.
4. Habéis de notar que hay penas y penas; porque algunas penas
hay producidas de presto de la naturaleza, y contentos lo mismo, y
aun de caridad de apiadarse de los prójimos, como hizo nuestro
Señor cuando resucitó a Lázaro; y no quitan éstas el estar unidas
con la voluntad de Dios, ni tampoco turban el ánima con una pasión
inquieta, desasosegada, que dura mucho. Estas penas pasan de
presto; que, como dije, de los gozos en la oración, parece que no
llegan a lo hondo del alma, sino a estos sentidos y potencias.
Andan por estas moradas pasadas, mas no entran en la que está
por decir postrera, pues para esto es menester lo que queda dicho
de suspensión de potencias, que poderoso es el Señor de
enriquecer las almas por muchos caminos y llegarlas a estas
moradas y no por el atajo que queda dicho.
5. Mas advertid mucho, hijas, que es necesario que muera el
gusano, y más a vuestra costa; porque acullá ayuda mucho para
Descargar