Leyendas mexicanas de Guadalajara

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El General Hilachas
Era un limosnero que usaba un viejo Kepí, huaraches, un vendaje de color indefinido. una guerrera que se caía
a pedazos. Con orgullo, decía: "Yo soy General". No le quitaban la idea de que era el general. No pedía, lo
que le daban lo recibía con dignidad, siempre y cuando le dijeran General.
El general Hilachas; antiguo revolucionario que conservo el uniforme de soldado, raído y mugroso. La ropa
que le obsequiaban se le ponía toda al mismo tiempo, llegando a usar cinco o seis sacos, uno encima de otro,
además del gabán y la gorra de soldado. Alguien le escribió en ella: General del Batallón cuarenta y uno. El
nombre del General Hilachas quedó grabado en la memoria de muchas generaciones, sólo por vestirse con las
prendas que cada mano generosa le daba.
Marchaba por el centro de las calles, con riesgo de ser atropellado por algún automóvil o calandria, el General
Hilachas entró en Guadalajara por San Pedro Tlaquepaque. Sin compañía alguna y dictando órdenes. Dijo los
primeros curiosos que se le acercaron, que era general y que Guadalajara le parecía bien para defenderla de
los porfiristas.
Su atuendo trataba de simular la indumentaria de un militar de alto rango. La gorra, formada por trapos viejos,
parecía de general francés. La chaqueta, con parches y remiendos, le quedaba untada al cuerpo. Su figura era
tal, que en principio fue confundido con alguna ánima del purgatorio solicitando rezos.
El de las hilachas tomó la ciudad por suya y cualquier rincón, acera, banca de jardín o pie, le eran buenos para
descansar dormitando, pasar la noche durmiendo o simplemente meditar. Había sido soldado de Pancho Villa
y la lucha por la toma de Zacatecas lo dejó mal de la cabeza.
Don Ferruco
Don Ferruco era un tipo muy original, popularísimo, casi de todos los jaliscienses conocido. Tenia alrededor
de cuarenta años, transitó las calles de Guadalajara. Llamando la atención de cuantos se encontraban con él.
Casi nadie sabiá su verdadero nombre y todo el mundo lo designaba con el apodo que le pusieron desde que
vino a Guadalajara
Algunos viejos atribuyen el apodo a un grupo de muchachos ociosos del apartado barrio del Jicamal, mientras
que otros aseguran que fue su suegra. Cuando comenzo a usar bastón el pueblo tapatio le regaló el titulo de
Don, en un pergamino.
En cuanto al verdadero nombre del personaje en cuestión, hay diversas versiones el vocablo Ferruco es, para
unos, un diminutivo del nombre de Francisco; para otros, no es más que una corrupción del nombre de
Femando; mas para aquellos que no están conformes con que él se haya llamado Francisco o Fernando, el
vocablo Ferruco es un nombre arbitrario, un apodo.
A todos estos nombres hay que agregar el de Rosalío, con el cual lo llamaban algunos conocidos suyos y el de
Alejandro que, a decir de respetabilísimas personas de esta sociedad.
En los periódicos y hojas sueltas de caricaturas publicadas anualmente en esta ciudad, con motivo del Día de
Finados, muchas veces figuró el nombre de Don Ferruco entre los muertos por los caricaturistas.
En una de las cartas de la popular y divertida lotería, que edito la casa Loreto y Ancira. En los escaparates de
algunas tiendas, se exhibían curiosas tarjetas postales con diversos retratos de don Ferruco. Este es el retrato
que se conoce más parecido al original. Don Ferruco nunca habló, el pobre hombre era sordomudo de
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nacimiento.
Miembro de una numerosa familia de sordomudos de apellido Jaso, originario de las barrancas de Atenquique,
según unos, o de las ha-ciendas de San Vicente en jurisdicción de Tamazula, según otros, Ferruco se crió en
Tonnia, Jalisco. Vivió sucesivamente en las ciudades de Zapotlán el Grande, en Sayula y en la hacienda de
Huexcalapa, y en la de Santa Cruz del Cortijo, donde se hizo querer bien de los empleados, tanto por ser
hombre de muy buen corazón y de una conducta intachable, cuanto porque a todos se mostraba de buen
humor y dispuesto a sufrir con paciencia las travesuras de los demás.
La suerte se mostró a Ferruco demasiado propicia: protegido por una acaudalada familia de esta ciudad, no
tuvo ya que preocuparse por su propia subsistencia: ni alimentos, ni vestido, ni habitación llegaron a faltarle
desde entonces y aún se cuenta que pudo ir a pasear una vez a México.
Con singular confianza entraba en los establecimientos mercantiles de mayor importancia, a conversar a
señas con los dependientes y pedirles alguna prenda de ropa que él siempre sabía utilizar, aunque fuera una
cosa enteramente pasada de moda o impropia de su edad y condición. A veces se le daban en calidad de
anuncio, algunas cosas nuevas y en buen estado.
Rara vez faltaba los domingos al paseo de los portales y casi todos los días se presentaba en la Plaza de
Armas, a "flechar" a cuantas muchachas bonitas concurrían al expresado jardín.
Se divertía en los cines, sin necesidad de boleto. Ocupaba siempre uno de los mejores lugares en catedral. En
puestos de agua fresca, le regalaban vasos de "tepache", dándose por bien pagadas a las vendedoras con el rato
de diversión que el buen sordomudo les proporcionaba. Los peluqueros generalmente lo afeitaban gratis, al
igual que en los transvías sin que los conductores le obligasen a bajar.
Pasó sus últimos días en el hospital de San Camilo, pensionado por la familia Fernandez del Valle.
Polidor
Polidor, que se llamaba José Francisco López, era un individuo bajito y delgado, cuyo trabajo consistía en
anuncios hablados. En las tiendas que había baratas o realizaciones, estaba en la puerta del negocio, muy
elegante y armado de una gran corneta de hoja de lata, gritando con ganas; otras veces, andaba andrajoso; eso
quería decir que no tenía trabajo por el momento, y otras vestido de niño, de pantalón corto, con piernas
peludas por algún barrio, anunciando que algún niño se había extraviado.
Cuando vinieron los aparatos de sonido, Polidor se derrumbo; entonces, espontáneamente hacía pro-paganda a
la puerta de alguna negociación, en busca de su propina. Al final, caminaba por los portales con la ropa raída,
sucio y con la bocina llena de abolladuras, aceptando alguna ayuda del transeúnte.
Polidor inició su carrera de publicista, cuando vino a esta ciudad la compañía de teatro de don Jacinto, en ese
entonces lo contrató, a pesar de no saber leer ni escribir, pero sí con memoria privilegiada, y con bastón,
recitaba en las esquinas partes de la obra Los intereses creados, como propaganda; seguramente le gustó el
oficio y haciéndose de su inseparable bocina, continuó con ella hasta su muerte.
Anunciaba en La Casa Perico, que realmente se llamaba Casa Aguilar, pero así se le conocía a este negocio,
porque para su promoción, bailaba un señor vestido con un gran disfraz de perico. Vendían calzado y estaba a
espaldas del templo de San Agustín, por la calle de Pedro Moreno. Vendían también sillas de montar y fajas.
Había también un caballo de cartón muy grande, tamaño natural.
Polidor también se paraba en la esquina de Las Fabricas de Francia y muchas veces de una manera
espontánea, le decía a las muchachas versos.
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También frecuentaba una tienda llamada La Golondrina, que estaba ubicada en la esquina de Garibaldi y
Venustiano Carranza, donde acostumbraba pasar por las tardes y platicar con la dueña, doña María Sanmiguel,
a quien todo el barrio conocía por Mariquita.
Nació en Los Reyes. Sinaloa: anduvo con las fuerzas de Heraclio Bernal, casado con Isaura Graciano, con la
que tuvo cinco hijos; murió en la Cruz Roja de Colima, de más de noventa años, encontrándole en el forro de
su saco, ochenta mil pesos.
Pada Oda
Actualmente (2005) vende billetes de lotería en el centro, no tiene un lugar fijo, vende en López Cotilla y
también entre Colon y Pedro Moreno. Algunos vendedores de lotería no lo han visto últimamente
(2005−10−08), han escuchado que esta enfermo. Su apodo se lo pusieron porque no puede pronunciar para
ahora y dice pada oda, sigue pronunciando así actualmente. Ahora se le entiende un poco mas que antes, pues
era un poco mudo y tenia problemas de la dentadura. Su madre murió hace alrededor de 10 años, en 1995.
Tenia hermanas, una de ellas ya murió. Su madre y una hermana de el trabajaban muy duro. Algunos le
calculan una edad entre 60 y 70 años.
El dice que le debieron de haber dado dinero en lugar de haberle hecho una escultura y una pintura. Es
delgado, no tiene barba; trae un palo de escoba en lugar de bastón para apoyarse.
Pintura ubicada en la agencia de la lotería
nacional ubicada en la calle 16 de
Septiembre entre López Cotilla y Madero.
Bibliografía
http://148.245.26.68/lastest/2002/Febrero/14Feb2002/14ar05a.htm
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