White. Construcción histórica.

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Construcción histórica*
Hyden White
(Traducción de Margarita Costa)
¿Cómo se construyen los pasados históricos? Que los pasados históricos deben
ser construidos parece evidente. En verdad, los historiadores hablan de su tarea
como reconstrucción más bien que como construcción. Para los historiadores el
pasado pre-existe a cualquier representación de él, aun si sólo se puede acceder
a ese pasado a través de sus restos fragmentarios. Los historiadores hablan de su
tarea como reconstrucción, a fin de distinguir su objeto de estudio de las
construcciones de los fabulistas, novelistas y poetas, quienes, aun cuando puedan
invocar el pasado histórico, se refieran a él y hagan enunciados sobre él, tienen
licencia para ignorar la evidencia disponible acerca del pasado real y para hacer
con sus elementos lo que quiera que la imaginación y sus poderes de creatividad
poética deseen que haya acontecido.
Los historiadores trabajan con los restos (ruinas y reliquias) de formas pasadas de
vida y su fin es restaurar y exhibir lo más exactamente posible las formas
originales de vida, de las cuales estos restos, aun en estado de deterioro, son
señales y manifestaciones. Pero como cualquiera que haya estudiado la
restauración de artefactos artísticos, arquitectónicos o arqueológicos sabe, toda
reconstrucción — de una pintura, un edificio, una pared, un documento, una
herramienta o un arma — no sólo requiere una gran parte de la construcción
original, sino también un grado considerable de destrucción del original. Volver a
unir lo que Dios, el tiempo, el hombre o la naturaleza ha dañado es un asunto
técnico delicado, pero también una cuestión de ética profesional relacionada con
el difícil problema de la responsabilidad de los vivos respecto de sus
predecesores. Es por eso que los antiguos griegos y romanos creían que cualquier
actividad de construcción de puentes, en rigor cualquier construcción que fuese,
era una empresa sagrada, que debía acompañarse de sacrificios y ritos
propiciatorios a los dioses, por pretender querer unir lo que el destino y los dioses
habían separado.
Si el fin de la investigación histórica es la reconstrucción del pasado tal como
realmente fue o ha sido, debe tenderse un puente que cubra la brecha entre un
pasado cualquiera y el presente desde el cual ha de emprenderse una
investigación histórica. Esta actividad de construir puentes supone una noción
(ontológica) de un presente que tenga continuidad con la parte del pasado que
constituye el objetivo de interés y esté a la vez desconectado de él. Que el objetivo
de interés existió alguna vez es atestiguado por la presencia actual de esos
artefactos — documentos, monumentos, instrumentos, instituciones, prácticas,
costumbres, etc..., que tienen el aspecto de "lo viejo" (lo que alguna vez fue
joven), y de lo muerto (de alguna vez haber estado vivo) Así, pues, un objetivo de
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la investigación histórica (cualesquiera otros usos que puedan hacerse de sus
descubrimientos) es ciertamente reconstructivo (cualesquiera otros usos que
puedan hacerse de su reconstrucción), pero sus reconstrucciones pueden lograrse
sólo sobre la base de construcciones, tanto imaginativas o poéticas como
racionales y científicas. Entre esas construcciones está ese "presente" que debe
servir como suelo seguro desde el cual pueda proyectarse un puente hacia un
pasado incompletamente trazado, habitado por fantasmas y marcado por tumbas.
La investigación histórica, por tanto, requiere una doble construcción: de un
presente desde el cual emprender una indagación, y de un pasado que sirva como
posible objeto de investigación.
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La historia (o más bien los estudios históricos) continúa siendo la menos científica
— tanto en sus logros como en sus aspiraciones — de las ciencias humanas y
sociales. Muy a menudo hay un movimiento para hacer más científicos los
estudios históricos, ya sea proporcionándoles una base teórica, tal como el
positivismo o el materialismo dialéctico, o introduciendo en ella una metodología
procedente de una u otra de las "ciencias sociales". Pero estos esfuerzos rara vez
tienen éxito, en gran parte por la manera en que es definido el objeto principal del
estudio histórico: el suceso.
Los sucesos históricos se consideran temporal y espacialmente específicos,
únicos e irrepetibles, no reproducibles en condiciones de laboratorio y sólo
mínimamente descriptibles mediante algoritmos y series estadísticas. Es por eso
que los intentos de transformar la historia en una ciencia toman típicamente la
forma de intentos de redefinir el suceso, o eliminarlo absolutamente como objeto
propio de estudio científico (Cf. Braudel). Sin embargo (o posiblemente por ello) la
historia continúa gozando de un status fundacional en comparación con las otras
ciencias humanas y sociales. Como Foucault ha señalado en Les mots et les
choses, desde mediados del siglo diecinueve la historia ha ocupado un lugar a la
vez íntimamente relacionado, pero sólo contiguo, a las otras ciencias humanas
(más bien que integrado con ellas). La historia sirve a la vez como base y como
anti-tipo de las otras ciencias sociales, en virtud de su continuado compromiso con
un método idiográfico (analógico) para la descripción de eventos singulares y su
convicción de que el establecimiento de una relación de sucesividad temporal
entre eventos, proporciona una explicación de ellos. Esta forma de construir
eventos por descripción, o bien por representación (miméticamente, por ejemplo)
es básica para cualquier ciencia humana o social, comprometida con el empirismo
como un medio de constituir sucesos como posibles objetos de estudio científico.
Pero como Lévi-Strauss acostumbraba decir, un procedimiento empírico que
tiende a establecer una relación de sucesividad (o como la llama Eduard Said:
consecución) no constituye un método ni aun una teoría. Es más bien un paso
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preliminar en el procesamiento de los datos, como preparación para su tratamiento
con un método propiamente científico: una disposición de los sucesos en su orden
de acaecimiento cronológico. Tal disposición proporciona sólo una taxonomía
primitiva (la del calendario) de los eventos así ordenados, pero ninguna forma de
explicación científica de por qué ocurrieron del modo en que lo hicieron (excepto el
principio de sentido común de post hoc ergo propter hoc ). Por tanto, Lévi-Strauss
llegó a la conclusión de que una explicación meramente histórica de fenómenos
sociales o humanos, puede cuanto más proporcionar información más o menos útil
para disciplinas científicas específicas, pero no puede por sí misma proporcionar
absolutamente ninguna comprensión (excepto de sentido común) de estos
fenómenos.
Esta crítica del status científico de los estudios históricos tenía en cuenta la
creencia tradicional de los historiadores de que la historia explica eventos
narrativizándolos. Por cierto, la revolución estructuralista de la historia (de la
década del ’50 a la del ’70) buscaba reemplazar eventos por estructuras como
objeto apropiado de estudio, y denunciaba específicamente el modo narrativo de
representar los fenómenos históricos, como el signo principal del estado precientífico de la historia. Roland Barthes, hablando a favor de un enfoque
estructuralista del análisis histórico, insistía en que se podía reconocer,
simplemente por su forma narrativa, sin ninguna consideración de sus contenidos,
que la historia tradicional era todavía "mítica" en su modo de comprensión. Y en
una famosa inversión del que fuera una vez el dictum canónico de Croce acerca
de la relación entre la historia y la narrativa, Fernand Braudel sostenía que donde
había narrativa no podía haber historia — al menos de carácter científico.
En el contexto de nuestra conferencia, me parece que es importante destacar que
este debate entre estructuralistas y narrativistas no se fundaba en la cuestión de si
"el pasado" podía servir como objeto adecuado de un estudio científico
(wissenschaftliche) sino más bien en la cuestión de cómo los datos (los registros
documentales, monumentales y geológicos) de ese pasado, estaban construidos:
si como sucesos singulares o clases de sucesos; y cómo debían ser
representados en un discurso: si como relatos (grands o petits récits) o como
estructuras. Ni era tampoco una cuestión de "constructivismo". El pasado era para
los estructuralistas una colección de procesos reales que podían ser fielmente
representados en la forma de correlaciones estadísticas, así como para los
narrativistas eran un conjunto de acciones reales de individuos y grupos, trabados
en luchas y conflictos que podían ser fielmente representados en la forma de las
clases de relatos que se encuentran en los mitos, la ficción y el drama.
La tarea del investigador era descubrir estas estructuras o historias en los datos —
documentos, monumentos o registros arqueológicos — y elegir y aplicar (más bien
que construir) las formas de descripción más adaptadas a su representación
verdadera (o inteligible) en un discurso escrito. Por cierto, algunos estructuralistas
creían que los narrativistas inventaban sus historias y se las imponían a los
hechos, y la mayor parte de los narrativistas creían que los estructuralistas
imponían a los datos esquemas o modelos conceptuales que despojaban a los
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eventos y procesos de su concreción ("concreción" que era definida como la
indisociabilidad de forma y sustancia). Pero se pensaba que era posible conciliar
estas diferencias por medio de procedimientos analíticos que discriminaban entre
distintos niveles de integración histórica (naturales, sociales y políticos) entre los
que podían discernirse distintas duraciones temporales (largas, medias y cortas) e
intensidad de incidencia (fría, tibia y caliente).
Pero esto era antes de que el giro "lingüístico", o más específicamente
"discursivo", se impusiera en las ciencias humanas, y la atención analítica se
desviara del objeto (o referente) de la investigación historiográfica a los productos
de esa investigación: los textos escritos en los que los historiadores presentaban
sus descubrimientos. De ahí que la cuestión pronto se convirtiera en una discusión
de lo que Gyorgy Lukacs solía llamar "la filosofía de la composición". El punto de
vista convencional era que la fase investigativa de una indagación histórica podía
mantenerse en relativa distinción de la fase de composición. Efectivamente, se
pensaba que podía mantenerse la distinción entre el establecimiento de los
hechos y el análisis de su status como evidencia en una causa particular, o de la
interpretación de su relevancia como elementos de una estructura de significado.
Como a menudo recalcaba el gran historiador del fascismo italiano, Renzo de
Felice (recientemente fallecido): "Primero los hechos, luego la interpretación".
El punto de vista canónico era que el historiador competente siempre descubriría
primero los hechos y ordenaría sus pensamientos acerca de ellos, y sólo entonces
se sentaría a componer un discurso, en que presentaría tanto los hechos como
sus pensamientos acerca de ellos de una manera "literaria" o "científica". En
muchos aspectos, esta perspectiva de la relación entre investigación y
composición se asemejaba a la relación que los historiadores tenían que asumir
que existía entre el pasado y el presente: la fase investigativa de la tarea de los
historiadores estaba desligada de la fase de composición, pero a la vez mantenía
una continuidad con ella. El relato histórico era un informe acerca de los eventos
establecidos como hechos en la fase investigativa y los pensamientos del
historiador (explicaciones e interpretaciones), un informe acerca de los hechos
subsecuentemente compuestos y presentados en la forma de una narrativa escrita
en prosa.
Desde este punto de vista, la forma del discurso del historiador (su forma como
"historia": story) era concebida como contingente y separable de sus contenidos
(información y argumento) sin ninguna pérdida conceptual o informativa relevante.
Y esto sobre la base de dos fundamentos posibles: o bien la historia contada en el
discurso era una imagen mimética de una concatenación de eventos tales que,
una vez establecidos como hechos, podía mostrarse que manifestaban
efectivamente la misma forma que la historia contada acerca de ellos; o bien la
historia contada acerca de los eventos era simplemente un instrumento o medio
de comunicación, empleado por los historiadores para transmitir información
acerca de un tema abstruso, a un auditorio lego, considerado incapaz de
comprenderlo en su forma historiográficamente procesada.
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Ahora bien, esta noción de la relación entre el contenido de los mensajes
transmitidos por el historiador a sus oyentes o interlocutores reales, posibles o
imaginarios, y las formas en que estos mensajes podían ser transmitidos, fue
socavada por los desarrollos producidos, tanto en la teoría de la historia como en
la teoría del discurso, en la década de 1980. El derrumbe de la revolución
estructuralista liderado por Braudel y el grupo de Annales, y el resurgimiento de la
historia narrativa, obligaron a reconsiderar el estatuto ontológico de la forma
narrativa. ¿Era la historia ("story") misma la forma de una clase específicamente
histórica de existencia humana? ¿Existían las "historias" no sólo en el discurso
sino también en la "realidad"?
Si tal era el caso, entonces el objetivo de la investigación histórica debía ser
concebido como una búsqueda de aquellas historias realmente vividas por
agentes y actores humanos en el pasado. (esta es la posición de Ricoeur). Y como
sostenía el filósofo Louis O. Mink, el suceso específicamente histórico debía ser
identificado con aquella especie de eventos que podían ser plausiblemente
exhibidos como elementos de "historias". Las historias explicaban los sucesos a
los cuales se referían, mostrando cómo dichos sucesos podían ser "configurados"
como historias. Conjuntos de sucesos podían ser "captados" cognitivamente por
otros modos de comprensión: algorítmicos, taxonómicos, estructurales,
estadísticos, etcétera. Pero eran propiamente comprendidos históricamente sólo
en la medida en que podía mostrarse que exhibían los atributos de los elementos
de las historias.
Este desarrollo condujo a una compleja y extensiva revisión de las relaciones
existentes entre la narrativa y otras formas de construir la realidad, tanto pasada
como presente, tanto si se la concibe en desarrollo como en una condición estable
y tanto si se la considera sustancialmente narrativa o algorítmica — de lo cual la
obra de Paul Ricoeur (pero asimismo la de Arthur
Danto, Krystof Pomian, Foucault, Barthes, Gadamer, Habermas y muchísimos
otros) pueden ser consideradas ilustrativas. El resultado significativo de estas
investigaciones fue convertir el pensamiento acerca de los procesos en una
consideración de los modos de su articulación en el tiempo — en un interés en la
filosofía de la modalización, del cual el amplio interés en la filosofía de Spinoza era
una manifestación.
Pero para los historiadores — al menos para aquellos que se interesaron en
alguna medida en esas cuestiones teóricas — el colapso de la distinción entre la
forma y el contenido de sus relatos del pasado suscitaba la amenaza del
formalismo, anatema tanto para la Izquierda como para la Derecha del espectro
ideológico. Si un proceso histórico era identificable por su forma y si esa forma era
la de la narrativa, ¿cómo se podía distinguir lo histórico de lo ficcional o aun de las
narrativas "míticas?
La respuesta de los principales historiadores profesionales fue someter a
discusión ese asunto, apelando a la autoridad de las reglas y procedimientos
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reconocidos como de naturaleza propiamente historiológica por "la comunidad de
historiadores profesionales". El relativismo implícito en esta investidura de
autoridad en "la" comunidad, para decidir qué era y qué no era un método
propiamente histórico, o un modo de representación, sería conjurado por el cultivo
de una historiografía "crítica" — una apertura a todas las teorías de la historia que
no representaban un enfoque frívolo o nihilista, del tipo supuestamente producido
en las ciencias humanas por "el giro lingüístico". Esta frase - "el giro lingüístico" se refiere a una construcción de la historia como una empresa constructivista,
basada en una concepción textualista de la relación entre el lenguaje y la realidad.
El textualismo supone que todo lo que es tomado como real es constituido por
representaciones, y no que pre-exista a todo esfuerzo de ser captado en el
pensamiento, la imaginación o la escritura.
La representación de cualquier cosa que sea — tanto en imágenes visuales,
auditivas, haptic? o verbales — establece un sitio en el que puede discernirse la
diferencia entre la realidad y sus formas de manifestación. Pero al mismo tiempo,
la representación de un estado de cosas (tal como un suceso histórico) en un
medio dado (tal como una narrativa histórica) dirige la atención a la diferencia
entre la cosa representada y su representación. Es esta diferencia la que hace
posible la comparación crítica entre una representación de "el pasado" o cualquier
aspecto de él y cualquier otra. La creencia en la conmensurabilidad de diferentes
representaciones de cualquier aspecto del pasado, depende de una creencia
previa en un pasado al cual todas las representaciones pueden ser referidas, y
que pueden ser distintamente apreciadas en cuanto a su validez y status como
contribuciones a nuestro conocimiento de él. Pero el pasado real no es, por
supuesto, accesible, excepto por medio de sus representaciones — indexicales,
icónicas o simbólicas, según sea el caso.
Es, naturalmente, un lugar común de los estudios históricos tradicionales, que el
pasado está representado en los restos — documentales, monumentales y
arqueológicos — que ha dejado tras de sí. De acuerdo con este punto de vista, la
tarea de un historiador es como la de un arqueólogo, que consiste en encontrar un
pasado oculto entre escombros y que sólo se requiere remover los detritos
acumulados para que se haga presente tal como era realmente, en una condición
más o menos prístina. Así enfocada, la tarea compositiva del historiador es la de
un transcriptor más bien que la de un traductor entre el pasado y el presente. Los
mensajes que yacen latentes en las ruinas del pasado no tienen que ser
reconstruidos sino meramente decodificados para su recepción por sus receptores
pasados y presentes.
Los historiadores son los receptores y transmisores pasivos de esos mensajes, no
co-compositores de ellos. La validez de sus transmisiones es evaluable sobre la
base de lo que la "comunidad de historiadores profesionales" considera como las
reglas y procedimientos para manejar la evidencia de una clase específicamente
histórica. Así, pues, la representación del pasado, sus elementos y las relaciones
entre ellos no constituyen un problema; porque los objetos de interés histórico se
han constituido a sí mismos por la acción de agentes y agencias del pasado. Es
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todo cuestión, ni siquiera de interpretación o explicación, sino de descripción y de
inscripción de la descripción en un discurso escrito que manifieste la historicidad
de los objetos descriptos.
Ahora bien, desde la perspectiva de una concepción textualista de la
representación, la descripción es un medio de constituir estados de cosas como
objetos posibles de interés histórico y como candidatos para su inclusión entre las
clases de objetos considerados dignos de ser inscriptos en un discurso histórico.
Si el discurso en cuestión ha de ser volcado en la forma de la narración, los
objetos a representar deben ser descriptos simultáneamente como poseyendo los
atributos de la historicidad y la narratividad.
La historicidad (sustancia histórica) de un objeto, se establecerá por la descripción
del objeto de acuerdo con las reglas de evidencia que prevalecen en "la
comunidad de historiadores" en una época y lugar particulares.
Pero su narratividad es otra cuestión. No hay reglas de narración similares a las
reglas de evidencia (a menos que se admita, como yo creo, que las reglas para
procesar materiales históricos a fin de constituir con ellos datos relevantes a una
causa dada, sean tan convencionales, y por tanto tan socialmente específicos,
como las reglas de narración). Esto se debe a que la narración requiere que los
agentes, sucesos, instituciones y procesos sean, no tanto conceptualizados como
figurados (mises en figure) en un doble sentido. En primer lugar, deben ser
imaginados como las clases de personajes, eventos, escenas y procesos que
aparecen en las historias — fábulas, mitos, rituales, romances, novelas y dramas.
Y en segundo lugar, deben ser presentados como tropos (troped) es decir, como
teniendo entre sí relaciones de la clase de las que se encuentran en las
estructuras argumentales de tipos genéricos de historias, tales como la épica, el
romance, la tragedia, la comedia y la farsa. [TRADUCTORES: aquí haré una
digresión comentando la diferencia entre tropo y figura]
La descripciones de entidades pasadas como figuras de historias situadas en
épocas y lugares específicos produce las representaciones históricas del tipo
"crónicas". La atribución a estas figuras de funciones argumentales dota a la
trayectoria de sus vidas un significado argumental. El significado argumental es
una manera de construir procesos históricos a la manera del cumplimiento de un
destino o sino, considerado, no como un caso de causalidad mecánica o
teleológica, sino como contingente, en la interacción del libre albedrío (elección,
motivos, intenciones) por una parte, y límites históricamente específicos impuestos
sobre el ejercicio del libre albedrío por otra.
El cumplimiento (Erfüllung) es entendido como una actualización de todas las
posibilidades de acción contenidas en la "situación" (el contexto figurado como
una escena de acción posible). La configuración de agentes, agencias, acciones,
sucesos y escenas como elementos de conflictos dramáticos y sus resoluciones
(ya sea como victorias o como derrotas) es un medio por el cual se construyen las
interpretaciones narrativas de procesos históricos. El tramado de la intriga (mettre
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en intrigue) es el medio por el cual un conjunto específico de eventos, inicialmente
descriptos como secuencia, es "de-secuenciado" y puesto de manifiesto como una
estructura de equivalencias — en la cual se muestra que sucesos anteriores de la
cadena son anticipaciones, precursores o prototipos de los posteriores,
ejemplificaciones más plenamente "realizadas" de ellos. (en el relato de Tácito del
gobierno de Nerón, se muestra que los sucesos de los primeros cinco años de su
gobierno, en los que aparecía como un "buen" emperador, son "figuras" incompletas, parciales o anticipaciones enmascaradas — del "mal" emperador que
subsecuentemente reveló haber sido).
Es la figura realizada la que arroja su luz hacia atrás — retrospectivamente y, en el
relato narrativo, retroactivamente — en las figuraciones anteriores del personaje o
proceso que se relata. Es el modelo de cumplimiento de la figura de la narratividad
el que otorga credibilidad al lugar común de que el historiador es un profeta, pero
alguien que profetiza "hacia atrás". Es lo que justifica la noción de que el
historiador, en contraposición con los personajes históricos que estudia, ocupa
una posición privilegiada de conocimiento, en virtud del hecho de que, llegando
después de que un conjunto dado de sucesos han tenido lugar, "él sabe cómo los
sucesos en realidad resultaron". ¿Pero que puede significar aquí que "realmente
han tenido lugar"? Sólo puede querer decir que el historiador ha tratado su
figuración de un conjunto dado de hechos como "terminando en su cumplimiento",
que le permite "reconocer", en hechos anteriores de la secuencia, anticipaciones
borrosas e imperfectas de "lo que habrá sido el caso más adelante". El efecto
significativo del relato narrativo de la secuencia es producido por la técnica de
relatar sucesos en el orden de su acontecer, pero interpretándolos como "claves"
de la estructura argumentativa, que se revelará sólo al final de la narración en la
configuración de los sucesos como "cumplimiento".
Hay mucho más para decir acerca del modelo de cumplimiento figurativo de la
narratividad y de las distintas formas que asume en la escritura e historiografía
clásica, cristiana y post-renacentista. Sobre todo, debemos notar su función como
modelo de toda narración histórica del pasado en un modo celebratorio o redentor.
Lo que Hillgruber y Nolte llamaron "el placer de la narración" fue propuesto en pro
de la causa redentora de una "porción" del pasado alemán, considerada digna de
ser narrada, y narrada como un drama de realización más que de degradación y
degeneración. El drama de redención como relación de promesa y cumplimiento
está ya contenido (podríamos decir "realizado") en las palabras de Jesús (en
Marcos I:15): El tiempo (kairos) esta cumplido (peplerotai) en la víspera de su
entrada a Jerusalén, cuando la alianza entre Dios y los judíos se "cumpliría" en su
Pasión.
Pero estas consideraciones requieren un tratamiento más amplio que el que
podemos darles aquí. El punto importante tiene que ver con la naturaleza
constructiva (o, más precisamente, constructivista) de la narrativización, y la
naturaleza de esas técnicas de figuración, sin las cuales los sucesos históricos no
pueden ser dotados de un sentido narrativo.
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La historia, la antropología y el psicoanálisis son, según creo, las únicas
disciplinas de las ciencias humanas que tratan a la narrativización como un medio
legítimo de explicación, más bien que como un instrumento de vulgarización para
introducir descubrimientos a un auditorio lego. Que las narrativas tienen que ser
compuestas (o construidas) no hace falta decirlo, aun si se considera que su
construcción es una actividad de copiar la realidad que representan, más bien que
hacer corresponder un modelo pre-construido de secuencialidad con una parte del
mundo, al cual se descubre entonces que se asemeja. Pero tanto una como la otra
de estas nociones de verosimilitud, ignoran o reprimen la conciencia del hecho de
que la porción de realidad-a-ser-representada como, o en, una narración, debe a
su vez ser construida — por medio de técnicas de descripción que convierten los
hechos (contextos, personajes, sucesos, instituciones y procesos) en figuras.
El personaje histórico Napoleón III debe ser "configurado" — como un héroe, o
bien como un charlatán — si ha de ser aprehendido de manera creíble como un
"personaje", que podría ser plausiblemente presentado como apareciendo en la
clase de "dramas" cuyos guiones Proudhon y Marx, respectivamente, escribieron
acerca de él. Por cierto hay una diferencia entre una configuración y una
conceptualización de sucesos y procesos históricos. Pero, vistos como
operaciones, por las cuales, por una parte, se produce una representación
narrativa y por otra, una explicación en forma de demostración, la
conceptualización es siempre una abstracción de una figura. Cuando se trata de
construir el pasado histórico, la figura precede al concepto más bien que a la
inversa. Esta es la diferencia entre la historia à la Ranke y la filosofía de la historia
à la Hegel.
Permítanme dar un ejemplo (aunque soy plenamente consciente del riesgo que
corro de estropear mi propio argumento al hacerlo — pues un "ejemplo", como
todos sabemos, es en sí mismo una figura retórica que supuestamente produce el
"efecto de concreción" a costa de desviar la atención de una debilidad en el
argumento conceptual, disimulándolo.)
En el reciente Historikerstreit en Alemania, el debate giró no sólo en torno a la
"singularidad" o "comparatibilidad" del Tercer Reich con otros regímenes más o
menos genocídicos conocidos en la historia, sino también sobre la posibilidad de
"maquillar" los efectos de una "narración" de las acciones de cualquier grupo,
relacionado de cualquier modo que fuese con la Solución Final. Los aquí
presentes recordarán mejor que la mayoría (¿) cómo Andreas Hillgruber fue
convertido en un cordero o una cabra para ser sacrificado en el altar dedicado
tanto a la ciencia como a la justicia, por dignarse llamar a lo que sucedió en
Alemania durante los dos últimos años de la guerra "die Zerschlagung des
Deutschen Reiches" y a lo que les sucedió a los judíos "das Ende des
europäischen Judentums". Recordarán cómo Hillgruber fue puesto en la picota por
atreverse a sugerir que un grupo específico de agentes históricos — unidades de
la Wehrmacht defendiendo el Frente Oriental en el último año de la Segunda
Guerra Mundial — podía ser plausiblemente representado en un relato narrativo
que redimiría en cierto modo su status de héroes, y por tanto redimiría algo del
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honor nacional alemán de las cenizas de una ignominia general. En otras
palabras, Hillgruber debió ser expulsado de la profesión por hacer lo que los
historiadores siempre han hecho: tratar de legitimar el pasado histórico y contar
historias acerca de él — o más bien, contando historias acerca de él.
En este debate se dio por sentado que todos sabían a qué se estaba aludiendo
con Alemania, la Unión Soviética, el Gulag, la Segunda Guerra Mundial, el
Holocausto, la Solución Final, el Frente Oriental, sin mencionar a los turcos, los
armenios , Pol Pot, Himmler, etcétera. — y en efecto así era. Estas eran o habían
sido cosas, sucesos, personas, programas, lugares, pueblos, entre otros.
No había forma de negar su realidad pasada o presente. Lo que se percibía sólo
confusamente, y en caso de percibírselo no se lo enfatizaba, era que lo que se
estaba comparando o calificando como "incomparable", "único" o
"inconmensurable", eran las diferentes descripciones de estas entidades que
habían sido "afirmadas " y configuradas como posibles objetos de comparación,
explicación o juicio moral, antes de aplicarles las metodologías específicas,
herramientas conceptuales y terminologías técnicas que se suponía las fijaban
como "hechos" en una zona específica de "el pasado". ( en este caso, el pasado
"reciente" era, en sí mismo, menos un concepto que una figura temporal de un tipo
particularmente ambiguo)
El debate giraba en torno a cuestiones de evidencia sobre cómo evaluar los restos
del pasado disponibles en los registros documentales y, en consecuencia, tomaba
la forma de acusaciones de mala fe, intercesión especial o prejuicio político de
ambas partes. Y esto aun cuando, como todos creían o decían creer, los litigantes
fuesen historiadores profesionales con credenciales impecables de éxito
profesional.
La causa de esta paradójica situación - tal como yo la veo — era el fetichismo de
la literalidad, que ha pesado sobre la profesión de historiador desde que se separó
de su tradición como una práctica literaria o discursiva y comenzó a aspirar al
status de una "ciencia" de lo "concreto". No entraré ahora en esta historia, excepto
para decir que, con este paso, los estudios históricos se negaron
sistemáticamente a ver el hecho de su propia naturaleza discursiva, el estatuto de
la historiografía como una práctica de "composición" y los métodos
irredimiblemente tropológicos de constituir objetos históricos como sujetos de
narrativa.
Quiero decir con esto que, en razón de la naturaleza del objeto de estudio del
historiador — como un objeto situado en "el pasado" y por definición, ya no un
objeto que pueda definirse ostensivamente, es decir, un objeto al que es sólo
posible referirse o indicar por vía de sus restos — el historiador debe y puede sólo
señalarlo como una figura, una imagen verbal, un simulacro de una cosa que
podría ser vista, una cosa virtual, que admite por tanto diferentes nociones de lo
que podría haber sido, o en lo que podría haber consistido en su estado real
anterior.
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Y esto pone un límite tanto a la posibilidad de reducir interpretaciones rivales de la
cosa a la mejor o más plausible interpretación, como también a la posibilidad de
reducir nociones rivales de "cuáles son los hechos", a la mejor o más exacta
representación de los hechos. Porque los hechos son figuraciones que se postulan
como predicaciones, imágenes postuladas o representadas como manifestaciones
de los contenidos conceptuales de declaraciones sometidas a una lógica de la
identidad y la no-contradicción.
Pero la lógica de la representación narrativa del mundo — ya sea de su pasado
como de su presente o de la relación entre ambos — es una lógica de figuras y
tropos, que no es una lógica en absoluto, a menos que pueda decirse que una
agrupación de imágenes es una estructura de significado de tipo lógico
Creo que Walter Benjamin percibió esto cuando escribió que "la Historia no se
fragmenta en historias; se fragmenta en imágenes." — en respuesta a la crítica de
Adorno a su obra, como una mèlange de "misticismo y positivismo", porque
carecía de una "teoría". Benjamin, como sabemos, trató de teorizar lo que llamó la
"imagen dialéctica", que captaba la naturaleza contradictoria de todo suceso
específico "históricamente significativo" del pasado. Para él, las imágenes que
podemos encontrar "atrapadas" en los registros como una mosca en el ámbar, no
son aquellas que exhiben la figura de una realidad social inequívoca e
internamente consistente, sino aquellas que apresan, como en una inmóvil
fotografía, un momento de tensión y cambio, una intermitencia entre dos
momentos de presencia putativa. No estoy seguro de esto, pero creo que en sus
intentos de teorizar la "imagen dialéctica", Benjamin delató una intuición
expresada en la observación que señalé más arriba: "La historia no se fragmenta
en historias (stories); se fragmenta en imágenes". La verdad es — y hablo sólo
figurativa más que literalmente — que todas las imágenes del pasado son
"dialécticas", llenas de las aporías y paradojas de la representación. Y que sólo
pueden ser "realizadas" por narrativización: como historias (stories).
* Conferencia Inaugural al I Congreso Internacional de Filosofía de la Historia,
pronunciada en Buenos Aires el 25 de octubre de 2000.
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