Título: “La cualificación profesional y la cultura participativa” Autor: Joaquim Juan i Albalate, Licenciado en Ciencias Económicas i Doctor en Sociología Profesor del Departament de Sociologia i Anàlisi de les Organitzacions de la Universitat de Barcelona Fecha: 20-05-2005 INTRODUCCIÓN La construcción de las diferentes concepciones ideológico-culturales o “culturas”, entre los trabajadores y, particularmente, entre los que ejercen el rol de representantes sindicales, está mediada -al igual que sucede con los individuos que ejercen el rol de directivos empresariales- por la influencia simultánea de numerosas variables que se encargan de estructurar tales identidades (1). Entre esas variables, cabe señalar la que se relaciona con el nivel de cualificación que poseen los trabajadores, en la medida que esa variable puede influir en las ideas, valores y representaciones simbólicas que, tanto estos últimos, como sus representantes, poseen con relación al fenómeno social de la participación. No obstante, antes de analizar esa hipotética influencia, es preciso introducir antes una serie de reflexiones sobre algunas contradicciones de orden ideológico que se presentan entre los propios trabajadores, y entre éstos y sus representantes sindicales, con relación a esta temática. Para empezar, tanto los trabajadores como sus representantes, son objeto -al igual que sucede con los directivos, pero con objetivos diferentes- de distintos procesos de socialización por parte de un conjunto de instituciones y agentes de socialización. Ahora bien, en el ámbito concreto del trabajo, las motivaciones de los trabajadores para participar en la toma de decisiones que se llevan a cabo en las empresas, no sólo son distintas a las que pueden poseer los directivos, sino que se orientan por causas diferentes y menos estructuradas a las que inducen a los representantes sindicales. En tanto que individuos, los trabajadores suelen concentrar el interés en la participación, en la solución de problemas concretos relacionados, generalmente, con las condiciones inmediatas con que se desarrolla el contenido y, particularmente, el continente de su trabajo, sin mostrar demasiada disposición por participar en proyectos de cierto “calado” –a menudo, aun pudiendo redundar, a medio y largo plazo, en una mejora substancial de esas mismas condiciones- salvo que puedan existir potentes estímulos compensatorios de carácter subjetivo o material, que hagan atractivo el sobreesfuerzo que suele exigir el compromiso y la implicación en tareas participativas. Por su lado, los sindicatos, en la medida que tienden a buscar la formalización de la participación en términos de derechos, como modo de afianzar la mejora de las condiciones 1 La noción de “concepciones ideológico-culturales”, tal como ya se apuntara en un artículo publicado en el nº 37 de esta misma revista, está interpretada, indistintamente, como la “cultura” o cosmovisión –a pesar de no ser conceptos, estrictamente, equivalentes- que tanto directivos (“cultura” directiva), como representantes sindicales (“cultura” sindical), poseen como sujetos sociales colectivos, en términos de las ideas, valores o imágenes (representaciones simbólicas), que configuran una determinada percepción de la realidad social y laboral (Palenzuela; 1995, 17), (Vasilachis; 2001, 18), a partir de lo cual se construye la identidad del “otro” y de sí mismos, y se generan unos comportamientos acordes con esas formas de “ver” esa realidad. Por tanto, para lo que aquí interesa, el concepto de “cultura sindical” se refiere a las concepciones ideológico-culturales que poseían los que representaban los intereses de los trabajadores, a través de un órgano colectivo como el Comité de empresa, y no a las que podían defender los trabajadores como sujetos individuales. de trabajo de los trabajadores, eso mismo puede conllevar a la aparición de ciertas contradicciones con los intereses de sus representados. Algunos trabajadores pueden interpretar, por ejemplo, que la participación en las decisiones ligadas a la gestión de la tecnología, pero también a las de otros ámbitos de las empresas, es algo difícil de llevar a la práctica puesto que, para ello, entienden que tendrían que poseer unas determinadas capacidades técnicas de las que carecen y que, supuestamente, sólo poseen los técnicos o los ingenieros de la empresa. Pero también pueden interpretarlo como un acto inútil, porque “no sirve” para mejorar las condiciones materiales del trabajo, o percibirlo como “impropio”, porque constituye una "intromisión" en responsabilidades que conciernen exclusivamente a la empresa o, más aún, porque es una “desviación” de la principal misión que han de conseguir los sindicatos: priorizar la elevación de los salarios, mantener, por encima de todo, el empleo, reformular las categorías laborales para asegurar unos mayores ingresos; etc. Y es que la aceptación e interiorización en un número aún importante de trabajadores, pero también de dirigentes sindicales, de la ideología neoliberal-taylorista, asociada a la lógica del mercado y a la gestión flexible de las empresas (Regini; 1992, 67), ha conducido, con frecuencia, a que éstos conciban como un hecho “natural”, fatalmente inalterable, su propia auto-limitación ante las potenciales ventajas que les puede deparar la participación (Callejo; 1995, 36). Es bajo esa perspectiva, que la reivindicación de la participación puede llegar a ser interpretada por estos trabajadores en clave empresarial, es decir, como una posible amenaza para ellos, porque puede, según esta visión, poner en peligro la consecución de los objetivos de la empresa y, por tanto, participar como cómplices de un hipotético hundimiento del “barco al que todos pertenecemos”. Más aún, la particular asimilación de esta ideología, puede llegar al extremo de suscitar en este tipo de trabajadores, su colaboración, más o menos, conscientemente entusiasta, con su propia explotación, incluso en ausencia de acción coercitiva por parte de la dirección (Palenzuela; 1995, 11). Como ya apuntara Burawoy, ante actitudes, aparentemente, tan paradójicas como éstas, hay que preguntarse, no sólo por qué los trabajadores no actúan conforme a unos determinados intereses que se les supone consubstanciales a su condición objetiva de clase dominada, sino por qué tratan de favorecer a otros intereses que, no sólo no son los suyos, sino que son, exactamente, los opuestos a los que les son inherentes (Burawoy: 1989, 53). Para responder a esta contradicción, normalmente, se ha recurrido a razonamientos de tipo macro-estructural como, por ejemplo, los que aluden a la competencia entre los propios trabajadores por la promoción en las empresas y por las escalas salariales, o también, al encubrimiento de los empresarios de las relaciones sociales en la producción para enmascarar la existencia de intereses de clase antagónicos, o a las políticas de cultura de empresa dirigidas a buscar la adhesión a valores y objetivos definidos, unilateralmente, por la propia empresa, etc. Sin embargo, pocas veces se ha hecho hincapié en los procesos micro-estructurales de elaboración de la subjetividad de los trabajadores, como seres individuales que construyen su ideología, no sólo bajo las influencias de su entorno, sino como resultado de las aportaciones propias que se derivan de la interacción con ese mismo entorno o realidad social. Cubrir ese vacío explicativo, permitiría a los representantes sindicales y a los sindicatos, en general, disponer de pistas para entender mejor el porqué de la opción de algunos trabajadores para aceptar, “voluntaria y libremente”, su objetiva explotación, aunque subjetivamente no sea percibida como tal, y de paso conocer algunas de las razones que subyacen al fracaso de numerosos proyectos de participación. Y es que participar, significa perder la libertad de criticar sin participar, es correr el riesgo de comprometerse con algo (Crozier; 1970, 68), es aceptar que la discusión y la negociación han de ser los ejes de la toma de las decisiones (Lucas; 1995, 223), y eso, puede resultar para algunos trabajadores una carga afectiva y racional, suficientemente pesada, como para no ver su necesidad, si no es a cambio de dinero, poder o de oportunidades futuras (Aragón; 1998, 36). LAS CONCEPCIONES IDEOLÓGICO-CULTURALES DE LOS REPRESENTANTES SINDICALES SOBRE LA PARTICIPACIÓN Tras esta breve y limitada introducción al marco general en el que se desarrolla la construcción social de las concepciones ideológico-culturales que poseen los representantes sindicales sobre el fenómeno participativo en la gestión de las actividades generales de las empresas, cabe retornar al inicio de este artículo donde se indicaba el posible interés por relacionar el nivel de cualificación existente entre los trabajadores, con la existencia de unas determinadas concepciones ideológico-culturales o “culturas sindicales” por parte de los representantes sindicales (2). En este sentido, una investigación realizada en quince empresas del sector “auxiliar” del automóvil ubicadas en Cataluña, permitió conocer cómo se concretaron esas “culturas” con relación a la participación en el proceso de innovación tecnológica, mediante el análisis de las valoraciones que efectuaron los representantes sindicales de esas empresas, respecto a la importancia que, para ellos, significaba el hecho de poder participar en la toma de decisiones que tuvo lugar durante la innovación tecnológica que se llevó a cabo en todas y cada una de tales empresas. Pues bien, los resultados obtenidos con esa investigación, constataron que los representantes sindicales de esas empresas se habían identificado con una valoraciones emparentadas a los siguientes tipos de concepciones ideológico-culturales o “culturas”. En cinco empresas, no se pudo identificar ninguna cultura sindical porque, o bien no existía representación legal alguna de los trabajadores (Empresas 4, 5 y 8), o bien, habiendo tal representación, estaba tergiversada por la empresa (Empresas 3 y 12). Por tanto, sólo fue posible deducir la cultura sindical en diez de las quince empresas estudiadas. Entre las diez empresas restantes en las que los trabajadores sí contaban con representación sindical, la distribución de las tipologías culturales fue la siguiente: mientras sólo la representación sindical de la Empresa 13 se identificó con un tipo de cultura “alienada”, en cambio, los representantes sindicales de las Empresas 6, 10 y 15, lo hicieron con una de tipo “subestimativa”. Por su parte, los representantes sindicales de las Empresas 1, 2 y 14, se identificaron con un cultura de tipo “posibilista”, mientras que, finalmente, los representantes de las Empresas 7, 9 y 11, fueron los únicos que se identificaron con una cultura de tipo “participativa”. Una vez conocidas las tipologías “culturales” a las que se adhirieron los representantes sindicales de las empresas estudiadas, con relación a la participación en la innovación tecnológica, se planteó la conjetura siguiente: hasta qué punto, el nivel de cualificación de los trabajadores podría haber sido un factor, suficientemente influyente, como para que los tipos de concepciones ideológico-culturales o “culturas” con las que aquellos se identificaron, acabaran siendo unos y no otros. 2 Brevemente, se entendía por poseer o defender una concepción ideológico-cultural o “cultura” de tipo “alienada”, al hecho de que los representantes sindicales valoraran la participación en el proceso de innovación tecnológica como algo inútil, porque no servía para mejorar las condiciones materiales del trabajo, o impropio, porque constituía una "intromisión" en responsabilidades que sólo conciernen a la empresa; por cultura “subestimativa”, al hecho de que esos representantes valoraran dicho tipo de participación como deseable, porque podría mejorar las condiciones materiales del trabajo, pero inalcanzable, porque para llevarla a la práctica tendrían que poseer unas capacidades técnicas que sólo tienen los “técnicos” o ingenieros de la empresa; por cultura “posibilista", a la valoración que estimaba que tal participación era también deseable, porque podría mejorar las condiciones materiales y no materiales del trabajo, pero en este caso supeditada a la consecución previa de esas condiciones y de una mayor participación en otros ámbitos menos "críticos" que la tecnología. Finalmente, se entendió por cultura “participativa", a la valoración que consideraba como imprescindible ese tipo de participación, para alcanzar la máxima calidad de vida en el trabajo, puesto que constituía un derecho de los trabajadores. Desentrañar esa hipotética influencia podía ser importante porque, de existir una correspondencia directa de tipo: a mayor nivel de cualificación de los trabajadores, mayor predisposición de sus representantes para defender una “cultura” más proclive a la participación en la tecnología, se podría llegar a deducir de que tal “cultura” estaba altamente condicionada por el nivel de cualificación que pudieran tener los representantes de los trabajadores, siempre dando por hecho que el resto de variables no sufrían variación alguna, manteniéndose constantes. Pues bien, el Cuadro que viene a continuación muestra la relación que se detectó entre la proporción de trabajadores cualificados que había en cada una de las empresas (3), y los tipos de culturas sindicales relacionadas con la citada participación que resultaron en esas mismas empresas: Relación entre trabajadores cualificados y culturas sindicales % trabajadores cualificados s/total* Culturas sindicales Inexistente <35% 35%-60% >60% Empresa 12 Empresa 5 Empresa 8 Empresa 3 Empresa 4 Empresa 13 Cultura alienada Cultura subestimativa Empresa 6 Empresa 15 Empresa 14 Cultura posibilista Empresa 1 Empresa 2 Cultura participativa Empresa 7 Empresa 10 Empresa 9 Empresa 11 Fuente: Elaboración propia Una primera observación horizontal del Cuadro anterior, permitía comprobar que los tres porcentajes en que se dividió la proporción de trabajadores cualificados respecto del total de la plantilla, se distribuía entre todos los tipos de cultura sindical, incluida su inexistencia. Es decir, de entrada, no se apreciaba relación directa alguna, entre la existencia de un tipo de cultura sindical específica y la presencia de un porcentaje de trabajadores cualificados determinado. Por su parte, una visión vertical de ese mismo Cuadro, permitía ver que en doce de las quince empresas, los citados porcentajes de trabajadores cualificados se situaban por encima del 35% sobre el total de la plantilla (6 empresas entre el 35% y el 60%, y otras 6 con más del 60%), aunque distribuidos entre casi todas las posibles opciones previstas para la cultura sindical, mientras que sólo en tres empresas (Empresas 6, 12 y 14) no se superaba el 35% de cualificados sobre el total de sus plantillas. Por consiguiente, si la hipótesis que se quería comprobar era hasta qué punto, la existencia de una proporción elevada de trabajadores cualificados estaba relacionado con una cultura sindical más proclive a la participación de los representantes sindicales en la gestión de la tecnología (culturas “posibilista” y, sobre todo, “participativa”), no parecía de nuevo que tal relación existiera. Como puede apreciarse en el Cuadro anterior, aun en el caso de las empresas donde los trabajadores cualificados superaban el 60% del total de sus plantillas (Empresas 3, 4, 13, 3 Se entendió por trabajadores cualificados a todos los que formaban parte de la empresa, excluidos los directivos y los trabajadores directos no cualificados, es decir, a los Técnicos, Mandos Intermedios y trabajadores directos cualificados. 10, 9 y 11), las culturas sindicales con las que se asociaron, pertenecían a toda la gama posible, salvo a la de tipo “posibilista”, por lo que no se podía concluir relación alguna tampoco. Por tanto, se descartaba que la existencia de una proporción elevada de personal cualificado constituyera, por sí sólo, una condición necesaria para garantizar que las culturas sindicales de los correspondientes representantes sindicales se inclinaran a valorar con mayor importancia la participación en la gestión de la tecnología. No obstante, si bien por sí sola, una elevada presencia de personal cualificado no aseguraba la existencia de una cultura sindical más propensa hacia la participación –al menos en la tecnología- es posible que, cuando la cultura sindical se asocia con otras variables –como por ejemplo, el tipo de afiliación sindical al que pertenecen los representantes sindicales- esos resultados pueden ser distintos, tal como se pudo comprobar con esta misma investigación, algo que será abordado en un posterior artículo.