LECCIONES DE LA CRISIS POLÍTICA DE LA DEMOCRACIA VENEZOLANA* Allan R. Brewer-Carías Profesor de la Universidad Central de Venezuela La crisis de la democracia venezolana en las últimas décadas, en lugar de haber conducido al perfeccionamiento de la misma haciéndola más representativa y más participativa, en realidad lo que muestra es el paso de una democracia centralizada de partidos hacia una democracia igualmente centralizada, pero plebiscitaria, poco representativa y nada participativa. En efecto, es bien sabido que durante la segunda mitad del Siglo XX, particularmente a partir de los sesentas, en Venezuela se desarrolló un sistema político democrático de conciliación de las élites políticas representadas por los partidos políticos. A ellos y a su liderazgo se debió la construcción de dicho régimen político democrático pluralista y centralista, en el cual los partidos tuvieron completa preponderancia. Sin embargo, después de dos décadas (1960-1980) de ejercicio democrático montado sobre el centralismo de Estado y el centralismo democrático de los propios partidos, estos no supieron entender, ni conservar ni perfeccionar su obra. Democratizado el país de América Latina que para comienzos de los sesenta quizás era el que menos tradición democrática tenía, se requería reestructurar la democracia para hacerla más representativa de las nuevas fuerzas democrática que * Versión escrita de la exposición del autor en la Mesa Redonda sobre Lecciones de la Crisis Política Venezolana, Instituto de Investigaciones Jurídicas, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Ciudad de México, 20-04-2005. Se han agregado referencias bibliográficas en los puntos pertinentes, exclusivamente relativas a trabajos del autor. emergían y hacerla más participativa1. Esta incomprensión originó la crisis de la democracia en una doble vertiente: crisis de representatividad y crisis de participación2. Los partidos políticos que desarrollaron un monopolio de la representación política (sólo a través de ellos y en sus listas electorales generalmente cerradas y bloqueadas, es que se podía ser elegido para integrar los cuerpos representativos), progresivamente comenzaron a dejar de representar al país, representándose sólo a si mismos. Los partidos, incluso, aplicado las medidas populistas que imponían los tiempos y que permitían los recursos públicos disponibles para distribuir, progresivamente se pusieron de espaldas al país y a las demandas populares, haciéndose sus líderes impermeables a los reclamos del pueblo, cada vez más democratizado; y el pueblo dejó de sentirse representado por los partidos políticos. Los partidos políticos, a partir de los ochenta, terminaron por aislarse en su propio juego político; manejaron con exclusividad al Estado y al juego democrático; y controlaron totalmente el Poder Público, cuya separación orgánica a veces se vio desdibujada o relativizada por los acuerdos expresos o tácitos entre los partidos3. 1 Véase Allan R. Brewer-Carías, Cinco Siglos de Historia y un país en crisis, (Estudio para el Discurso de Orden en la Sesión Solemne de las Academias Nacionales el día 7 de agosto de 1998 con motivo de la celebración del V Centenario de Venezuela), Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Comisión Presidencial V Centenario de Venezuela, Caracas 1998, 117 pp. 2 Véase Allan R. Brewer-Carías, La crisis de las instituciones: responsables y salidas, Cátedra Pío Tamayo, Centro de Estudios de Historia Actual (mimeografiado) FACES, Universidad Central de Venezuela, Caracas 1985, 40 pp; publicado también en Revista del Centro de Estudios Superiores de las Fuerzas Armadas de Cooperación, N° 11, Caracas 1985, pp. 57-83; y en Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, N° 64, Universidad Central de Venezuela, Caracas 1985, pp. 129-155. 3 Véase Allan R. Brewer-Carías, Problemas del Estado de partidos, Editorial Jurídica Venezolana, Caracas l988, 340 pp. 2 Pero a la crisis de representatividad se sumó la crisis de participación política. El centralismo de Estado y el centralismo democrático de la organización de los partidos, redujo las posibilidades de participación política la cual solo era posible a través de los partidos, y además, mediante la sola opción electoral. La participación política se redujo entonces a las votaciones, las cuales progresivamente sintieron los embates de la abstención, de manera que después de una participación electoral que en los años setenta había estado en más del noventa por ciento de los electores, se pasó progresivamente a una abstención superior al cincuenta por ciento a finales de los noventa. La crisis política de la democracia, esa crisis de representatividad y participación políticas, terminó de estallar en 1989 a las pocas semanas de la reelección mayoritaria de la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez, con una manifestación/rebelión popular violenta conocida como “El Carachazo”, que hizo tambalear al liderazgo partidista, imponiéndole la necesidad de abrir la democracia y sacarla fuera del exclusivo entorno de los partidos. Ello llevó a la rápida aprobación de reformas políticas tendientes a descentralizar el poder, lo que condujo ese mismo año a la elección directa de los Gobernadores de los Estados de la Federación (desde mitades del Siglo XIX eran designados por el Presidente de la República) y a la elección, por primera vez en la historia del régimen local, de la autoridad ejecutiva municipal (los Alcaldes), superándose el sólo gobierno colegiado (Concejos) municipal4. Pero las medidas reformistas, si bien de primera importancia, no fueron suficientes para conjurar la crisis, la cual tuvo una segunda señal de estallido con el intento de golpe de Estado de febrero de 1992, 4 Véase Allan R. Brewer-Carías, “Bases legislativas para la descentralización política de la federación centralizada (1990: El inicio de una reforma)” en leyes y reglamentos para la descentralización política de la Federación, Colección Textos Legislativos, N° 11, Editorial Jurídica Venezolana, Caracas 1990, pp. 7-53. 3 liderizado por el entonces Teniente Coronel Hugo Chávez Frías. La reacción del liderazgo partidista ante la crisis sólo condujo a la elaboración de un proyecto de reforma constitucional; y a la decisión de enjuiciar al Presidente Pérez con cargos de malversación; y nada más. La consecuencia de la crisis y de la falta de respuesta democrática de los partidos, fue el inicio de la reacción de todos los actores políticos contra los partidos, en una especie de campaña de “todos contra los partidos”, la cual incluso fue liderizada por uno de los fundadores de los partidos históricos y de la propia democracia, Rafael Caldera, quien ahogando las posibilidades de emergencia de un nuevo liderazgo en su partido, ganó con precaria mayoría la elección presidencial de 1994. La crisis de los partidos y de la democracia llegó a su climax durante esa segunda presidencia de Caldera, culminando en 1998 con una ausencia total de liderazgo político partidista. Y ocurrió lo que tenía a ocurrir como consecuencia del vacío de liderazgo que provocaron los propios partidos: la emergencia de un nuevo liderazgo que representaba todo lo que era contrario a la democracia representativa de partidos, montado precisamente en un discurso contra los partidos y contra la misma democracia representativa; encubierto sin embargo por la palabra mágica de la “participación” o de la “democracia participativa” pero, en realidad, para acabar con la propia democracia. Surgió, así, en el discurso político la falsa dicotomía entre democracia representativa y democracia participativa, lo que llegó hasta los foros internacionales (cuando se discutió por ejemplo el proyecto de Carta Democrática Interamericana en 2000), cuando tales términos no son dicotómicos. La democracia representativa, en realidad, a lo que se opone es a la democracia directa, no a la democracia participativa; y 4 esta, la democracia de participación (de inclusión) a lo que se opone a la democracia de exclusión5. Pero se confundió una cosa con otra, y los ataque a la democracia representativa bajo la bandera de una supuesta democracia participativa, lo que implicaron fue un ataque contra el sistema democrático en si mismo. La confusión tuvo incluso sus influencias entre los expertos, quienes creyeron encontrar la solución a la crisis de representatividad con la consagración constitucional de todo tipo de referendos y asamblea de ciudadanos, como injertos de democracia directa, y todo en nombre de la participación democrática. La verdad es que tales mecanismos son útiles instrumentos de movilización popular, pero nada tienen que ver con la participación política, habiendo más bien contribuido a perfilar una democracia plebiscitaria en sustitución de la democracia de partidos. En todo caso, el resultado de la crisis de la democracia centralizada de partidos, lejos de haber contribuido al perfeccionamiento de la democracia como régimen político haciéndola más representativa y más participativa, a lo que ha conducido es a agravar la crisis de representatividad y de participación democráticas, al haber eliminado el juego entre partidos, sustituyéndolos por la presencia de un solo líder que pretende tener una relación directa con el pueblo montada en un populismo rico que reparte sin control el ingreso petrolero, alimentando la ilusión participativa. Este nuevo esquema político se originó a partir de 1998, como consecuencia de la toma de control del poder por la vía electoral, con una 5 Allan R. Brewer-Carías, “Democracia municipal, descentralización y desarrollo local” (Texto de la Conferencia Inaugural dictada en el XXVI Congreso Iberoamericano de Municipios, OICI, Valladolid 13 de octubre 2004), en Revista Iberoamericana de Administración Pública, No. 11, Ministerio de Administraciones Públicas. Madrid Julio Diciembre 2003, pp. 11-34. 5 gran abstención, por las fuerzas políticas anti-partido que representaba Hugo Chávez Frías, electo Presidente. El instrumento que este utilizó para su configuración en medio de un discurso participativo, fue la Asamblea Nacional Constituyente6, que fue convocada al margen de la Constitución entonces vigente (1961)7, y fue electa en 1999, habiéndo quedado integrada por una abrumadora mayoría de seguidores del Presidente de la República, quien la controló directa y férreamente. Fue esa Asamblea Nacional Constituyente la que durante los meses finales de 1999 dio un golpe de Estado contra la Constitución de 1999 y contra todos los poderes constituidos8, asumiendo un poder constituyente originario que no tenía conforme al referendo de abril de 1999 que le había dado nacimiento9, interviniendo indiscriminadamente todos los poderes públicos, como el Congreso que había sido electo unos meses antes, y el Poder Judicial en todos sus niveles10; y lo peor 6 Véase Allan R. Brewer-Carías, “Reflexiones sobre la crisis del sistema político, sus salidas democráticas y la convocatoria a una Constituyente», en el libro Los Candidatos Presidenciales ante la Academia. Ciclo de Exposiciones 10-18 Agosto 1998, (Presentación y organización de la Edición Allan R. Brewer-Carías), Serie Eventos Nº 12, Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Caracas 1998, pp. 9-66; y en Ciencias de Gobierno Nº 4, Julio-Diciembre 1998, Gobernación del Estado Zulia, Instituto Zuliano de Estudios Políticos Económicos y Sociales (IZEPES), Maracaibo, Edo. Zulia, 1998, pp. 49-88. Véase también, en Allan R. Brewer-Carías, Asamblea Constituyente y ordenamiento constitucional, Serie Estudios Nº 53, Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Caracas 1999. 7 Véase Allan R. Brewer-Carías, “Comentarios sobre la inconstitucional de la convocatoria a Referéndum sobre una Asamblea Nacional Constituyente, efectuada por el Consejo Nacional Electoral en febrero de 1999”” en Revista Política y Gobierno, Vol. 1, Nº 1, enero-junio 1999, Caracas 1999, pp. 29-92 8 Véase Allan R. Brewer-Carías, Golpe de Estado y Proceso Constituyente en Venezuela, UNAM, México 2002. 9 Véase Allan R. Brewer-Carías, Poder Constituyente Originario y Asamblea Nacional Constituyente (Comentarios sobre la interpretación jurisprudencial relativa a la naturaleza, la misión y los límites de la Asamblea Nacional Constituyente), Colección Estudios Jurídicos Nº 72, Editorial Jurídica Venezolana, Caracas 1999. 10 Véase nuestros votos salvados a las decisiones de la Asamblea Nacional Constituyente en Allan R. Brewer-Carías, Debate Constituyente, (Aportes a la Asamblea Nacional 6 de todo, con la anuencia de la Corte Suprema de Justicia de entonces, la cual con ello, refrendaría su propia condena de muerte11. La Asamblea Nacional Constituyente de 1999, por tanto, lamentablemente no fue un instrumento de conciliación política y de recomposición consensual del orden político, sino más bien, un instrumento exclusivista para el control total del poder12. El resultado de su labor fue la sanción de la Constitución de 199913, la cual envuelta en un discurso participativo y anti-partido, se caracteriza por ser una Constitución autoritaria que como lo expresamos al sancionarse, es el resultado de la combinación de un sistema de concentración del poder, de centralización del Estado, de sistema presidencial exacerbado, de estatismo extremo en paralelo al marginamiento de la sociedad civil, de populismo petrolero y de militarismo inusitado14. En particular, la quiebra de los principios de la separación orgánica de poderes y de la distribución vertical del poder que contiene15, ha permitido que bajo su manto se haya desarrollado el sistema de democracia centralizada y plebiscitaria que existe en el país. Constituyente), Tomo III (18 octubre-30 noviembre 1999), Fundación de Derecho Público-Editorial Jurídica Venezolana, Caracas 1999 11 Allan R. Brewer-Carías, Golpe de Estado y Proceso Constituyente en Venezuela, UNAM, México 2002. 12 Véase Allan R. Brewer-Carías, “El proceso constituyente y la fallida reforma del Estado en Venezuela en Estrategias y propuestas para la reforma del Estado, Universidad Nacional Autónoma de México, México 2001, pp. 25-48. Publicado también en Ällan R. BrewerCarías, Reflexiones sobre el constitucionalismo en América, Caracas 2001, pp. 243-253. 13 Véase Allan R. Brewer-Carías, La Constitución de 1999. Derecho Constitucional venezolano, 2 tomos, Editorial Jurídica Venezolana, Caracas 2004 14 Véase Allan R. Brewer-Carías, “Reflexiones críticas sobre la Constitución de Venezuela de 1999”, en Diego valadés y Miguel Carbonell, Constitucionalismo iberoamericano del siglo XXI, Universidad Nacional Autónoma de México-Cámara de Diputados. LVII Legislatura, México 2000, pp. 171-193. 15 Véase Allan R. Brewer-Carías, “La opción entre democracia y autoritarismo”, en Allan R. Brewer-Carías, Reflexiones sobre el constitucionalismo en América (con una Biblio Verbi Grafia del autor), Editorial Jurídica Venezolana, Caracas 2001, pp. 41-59. Véase Allan R. Brewer-Carías, Constitución, Democracia y control del Poder, Centro Iberoamericano 7 Ese sistema se caracteriza, en efecto, en primer lugar, por la marginalización de los propios partidos políticos del mismo texto constitucional. En la Constitución, incluso, desapareció la palabra “partido político”; se prohibió el financiamiento público de las organizaciones con fines políticos; se prohibieron las fracciones parlamentarias de partidos; se dispuso el voto conciencia de los diputados prohibiéndose las instrucciones de voto; e incluso se limitó la posibilidad de acuerdos entre partidos para la elección de los altos funcionarios de los Poderes Públicos no electos popularmente (Poder Judicial, Poder Ciudadano, Poder Electoral), al regularse la necesidad de sendos Comités de Postulaciones para dichos cargos, integrados por representantes de los diversos sectores de la sociedad. Todo ello, sin embargo, en la práctica no rige: el Presidente de la República es el jefe de su propio partido político, básicamente de carácter aluvional y electoral; controla férreamente la Asamblea Nacional donde de hecho dirige su grupo parlamentario que impone una disciplina de voto nunca antes conocida; y a través de esos instrumentos, en última instancia ha designado a los magistrados del Tribunal Supremo y a los titulares de los otros órganos del Estado16. Para ello se dictaron las necesarias leyes que desdibujaron los Comités de Postulaciones, los cuales han quedado convertidos en simples “Comisiones parlamentarias ampliadas”, férreamente controladas por el poder17. de Estudios Provinciales y Locales (CIEPROL), Consejo de Publicaciones/Universidad de Los Andes/Editorial Jurídica Venezolana, Mérida 2004 . 16 Allan R. Brewer-Carías, La crisis de la democracia en Venezuela (La Carta Democrática Interamericana y los sucesos de abril se 2002), Ediciones Libros El Nacional, Caracas 2002 17 Allan R. Brewer-Carías, “La progresiva y sistemática demolición institucional de la autonomía e independencia del Poder Judicial en Venezuela 1999-2004” en XXX Jornadas J.M Dominguez Escovar, Estado de derecho, Administración de justicia y derechos humanos, Instituto de Estudios Jurídicos del Estado Lara, Barquisimeto 2005, pp.33-174; y Allan R. Brewer-Carías, La Sala Constitucional versus el Estado democrático de derecho. El secuestro del poder electoral y de la Sala Electoral del Tribunal Supremo y la 8 El militarismo constitucional se desarrolló en la práctica, perfilándose incluso, cada vez más, a las Fuerza Armada como el verdadero partido del Presidente de la República: un “partido militar” que incluso comienza a montarse sobre milicias (reservistas) que alimentarán la democracia plebiscitaria. La segunda característica del régimen de democracia plebiscitaria es la progresiva concentración del Poder Público, con la quiebra del principio de la división o separación de poderes a pesar de que el Poder Público, incluso, ha sido objeto de una penta división entre el Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial, el Ciudadano y el Electoral. La Constitución repite una y otra vez que dichos poderes son independientes, pero lo cierto es que dicha independencia ha quedado lesionada al atribuirse a la Asamblea Nacional la posibilidad de remover a los Magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, a los miembros del Consejo nacional Electoral y a los titulares de los órganos del Poder Ciudadano (el Fiscal General de la República, el Contralor General de la República y el Defensor del Pueblo). El solo hecho de que el poder político por excelencia pueda remover a los titulares de los otros poderes públicos es lo contrario a su independencia, lo que se ha visto corroborado en la práctica política18. El esquema de penta división del poder, en realidad, a lo que ha conducido en la práctica es a un sistema de concentración total del poder, el cual se encuentra totalmente controlado por el Presidente de la República a través del control que ejerce sobre la Asamblea Nacional. Por ello, por ejemplo, cerca del 90% de los jueces son provisorios y, por tanto, por definición, dependientes del poder. El artífice institucional confiscación del derecho a la participación política, Los Libros de El Nacional, Colección Ares, Caracas 2004. 18 Allan R. Brewer-Carías, Constitución, Democracia y control del Poder, Centro Iberoamericano de Estudios Provinciales y Locales (CIEPROL), Consejo de Publicaciones/Universidad de Los Andes/Editorial Jurídica Venezolana. Mérida, octubre 2004 . 9 de dicha concentración del poder, lamentablemente, ha sido el Tribunal Supremo de Justicia, y en particular su Sala Constitucional, órgano al cual ha correspondido cohonestar, con interpretaciones constitucionales todas las violaciones constitucionales cometidas por los otros órganos de los poderes públicos. Por último, la tercera característica del régimen plebiscitario desarrollado al amparo de la Constitución de 1999 es el de la acentuación del centralismo de Estado, el cual, con una fachada “federal descentralizada” ha centralizado aún más el poder a nivel nacional, ahogando progresivamente toda posibilidad real de participación política en los Estados y Municipios19. Ese centralismo de Estado se ha configura por los siguientes aspectos: En primer lugar, por la eliminación del Senado, y por tanto, de la Cámara federal que era la única institución en la cual los Estados podrían ser iguales. En segundo lugar, por la inusitada limitación de la autonomía de los Estados de la Federación al establecerse que la organización de su Poder legislativo (Consejos Legislativos) se debe regular en una ley nacional y no en las Constituciones estadales, así como su Poder Ejecutivo, que se rige por las leyes nacionales relativas a la Administración Pública y a la Función Pública. El legislador nacional, además, ha regulado en una ley nacional a las Contralorías de los Estados y la forma de elección del Contralor; y a los consejos regionales de planificación, lo que constitucionalmente correspondía a los Estados20. 19 Allan R. Brewer-Carías, Federalismo y Municipalismo en la Constitución de 1999 (Alcance de una reforma insuficiente y regresiva), Cuadernos de la Cátedra Allan R. Brewer-Carías de Derecho Público, N° 7, Universidad Católica del Táchira, Editorial Jurídica Venezolana, Caracas-San Cristóbal 2001, 187 pp 20 Allan R. Brewer-Carías, “La ‘Federación Descentralizada’ en el marco de la centralización de la Federación en Venezuela. Situación y perspectivas de una contradicción constitucional” (Conferencia, en el Seminario Internacional sobre Federalismo y Regionalismo, Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM y Tribunal Supremo del Es- 10 Y en tercer lugar, por la previsión de la posibilidad de que la autonomía de los municipios se limite por ley nacional o estadal, lo cual rompe con el principio de la distribución vertical del Poder Público. Por lo demás, el Municipio, en la Constitución de 1999 y en la práctica legislativa, sigue estando tan lejos del ciudadano que no permite la participación política. Y sobre esto se impone una precisión, ya que el discurso político participativo de la democracia plebiscitaria, en realidad es lo más centralista y anti-participativo que se pueda imaginar, confundiéndose engañosamente los instrumentos de democracia directa con la participación política. Se ha pretendido, además, sustituir a las propias autoridades locales con la creación de Consejos y demás asambleas, todas dirigidas desde el centro, haciendo creer que el ciudadano participa. En efecto, participar es ser parte de, es pertenecer a, es tomar parte en, es en fin, asociarse con; y todo ello sólo es posible para el ciudadano cuando el poder está descentralizado. La democracia es, por tanto participación, y ella solo es posible cuando hay efectiva descentralización del poder; por ello no hay autocracias descentralizadas y sólo las democracias se descentralizan. La participación, por ello, es de la esencia de la democracia, al punto de que en las democracias desarrolladas no se plantea el tema de la participación como ocurre en América latina. Y es que acaso nos hemos preguntado ¿Porqué, en Europa, por ejemplo, no se clama por la participación como sucede en nuestros países? ¿Es que acaso las democracias europeas no son participativas?21 tado de Puebla. Puebla, México 12 al 14 de Noviembre 2003), en Allan R. BrewerCarías, Constitución, Democracia y Control el Poder, Universidad de los Andes, Consejo de Publicaciones, Editorial Jurídica venezolana, Centro Iberoamericano de Estudios Provinciales y Locales, Mérida 2004, pp. 111-143 21 Allan R. Brewer-Carías, “Democracia municipal, descentralización y desarrollo local”, en Revista Iberoamericana de Administración Pública, No. 11, Ministerio de Administraciones Públicas. Madrid Julio Diciembre (2003) 2004 pp.11-34. 11 El tema no se plantea en Europa porque desde Revolución francesa allí se descubrió qué es la participación política en democracia, cuando se materializó el grito revolucionario de que en cada pueblo, en cada villa, en cada burgo debía haber un Municipio. De ello resultaron los 40.000 municipios franceses que hoy en día son 36.560. La participación, por ello, es consustancial a la de democracia europea, porque tiene lugar realmente a nivel local, que es donde el ciudadano puede ser parte del poder, cotidianamente, y donde puede ser tomado en cuenta. Por ello, por ejemplo, allí están también, los 3.000 municipios suizos, los 8.097 municipios españoles y los 8.086 municipios italianos. Pero lo importante, por supuesto, no es el número de entidades locales, sino la relación habitante/municipio: en Francia es de 1.590; en Suiza es de 2.319; en España es de 4.817 y en Italia es de 7.044 habitantes por municipio. En contraste, por ejemplo, en México hay 2.418 municipios con un promedio de 40.116 habitantes por municipio y en Venezuela sólo hay 338 Municipios, con un promedio de más de 70.000 habitantes por municipio. ¿Por qué será, por tanto, que otros países son más democráticos y participativos que los nuestros, donde precisamente, no se clama tanto por la participación política como ocurre en los nuestros?22 Lo que es cierto es que la participación política no se satisface con injertar instrumentos de democracia directa en la democracia representativa satanizando a esta última, como ha ocurrido con el reciente y falaz discurso “participativo”. Ello puede ser y es un útil instrumento de perfeccionamiento de la democracia, pero con ello no se puede dar por satisfecha la necesidad de participación política, y menos aún, cuando por ejemplo, un referendo revocatorio como el realizado en Venezuela 22 Ällan R. Brewer-Carías, “Democratización, descentralización política y reforma del Estado” y “El Municipio, la descentralización política y la democracia”, en Allan R. Brewer-Carías, Reflexiones sobre el constitucionalismo en América, Caracas 2001, pp. 105141243-253 12 después de muchas dificultades en 2004 para revocarle el mandato al Presidente de la República, fue convertido por las propias autoridades electorales en un referendo “ratificatorio”, parte, por tanto, del juego plebiscitario23. Lo cierto en todo caso, es que en los últimos años, la democracia venezolana a pasado de ser una democracia centralizada representativa de partidos, donde un grupo de partidos relativamente competitivos conducía con alternabilidad el juego democrático; a ser una democracia centralizada plebiscitaria, donde el control del poder lo tiene una sola persona, apoyada cada vez más por los militares, que utiliza un solo partido sin vocación de alternabilidad, creando una ilusión de participación popular con el reparto sin control de la riqueza petrolera mediante programas gubernamentales (“misiones”) de corte social, que no están basados precisamente en la promoción del trabajo y en la generación de empleo. Esa democracia plebiscitaria es, sin duda, menos representativa y menos participativa que la tradicional democracia representativa de partidos que el liderazgo político democrático no supo conservar, y que está conduciendo progresivamente a la propia desaparición de la misma democracia como régimen político, que es mucho más que elecciones y referendos tal como la define la Carta Democrática Interamericana. Ciudad de México, 20 de abril de 2005. 23 Allan R. Brewer-Carías, “El secuestro del Poder Electoral y de la Sala Electoral del Tribunal Supremo y la confiscación del derecho a la participación política mediante el referendo revocatorio presidencial: Venezuela: 2000-2004” en Revista Costarricense de Derecho Constitucional, Tomo V, Instituto Costarricense de Derecho Constitucional, Editorial Investigaciones Jurídicas S.A. San José, Costa Rica 2004. pp. 167-312; y en Revista Jurídica del Perú, Año LIV, nº 55, marzo-abril. Lima 2004. pp. 353-396. 13