En la opinión de... Arturo Damm Arnal El empresario y el poder político ¿Y cómo se consigue el mayor monto de utilidad viable, la mayor tasa de ganancia posible? Ceteris paribus (todo lo demás es constante): cobrando el mayor precio que sea factible. ¿Y cómo se puede cobrar ese precio? Eliminando la competencia, lo cual se puede lograr, o por medio del poder económico —productividad y competitividad consecuencia de la empresarialidad (es decir, la capacidad para inventar mejores maneras de satisfacer las necesidades del consumidor)—, o través del poder político (apoyos, protecciones, subsidios y concesiones monopólicas otorgados por el gobierno), eliminación de la competencia que da como resultado el monopolio, a favor del empresario y en contra del consumidor, sobre todo cuando el monopolio es el resultado, no del ejercicio del poder económico (mayor productividad y competitividad), sino de la actuación del poder político (otorgamiento de algún privilegio —por ejemplo: subsidio— a algún empresario). [ II Cualquier empresario cae en la tentación de pedirle al poder político la reducción, y de ser posible la eliminación, de la competencia a la cual se enfrenta, por lo general esgrimiendo argumentos nacionalistas (cuando la competencia es la de un empresario extranjero), o argumentado cuestiones humanitarias (cuando la competencia puede dar como resultado, desde la reducción de los salarios que paga a sus trabajadores, hasta el despido de los mismos). El hecho es que cualquier empresario, comenzando por aquellos que tienen derecho de picaporte en la puerta de quienes detentan el poder político, cae en la tentación de pedirle, a quienes detentan dicho poder, que los mantenga al margen de la competencia, lo cual les permitirá, ceteris paribus, cobrar el mayor precio posible y, por ello, maximizar su ganancia (sin tomar en cuenta la elasticidad precio de la demanda; es decir, la reacción de los consumidores al alza de precios, misma que puede dar como resultado una mayor caída en la cantidad demandada y, por lo tanto, una menor ganancia). [ “El contubernio entre el poder político y el económico es una cohabitación ilícita en contra de los consumidores quienes, al limitarse o eliminarse la competencia, verán reducidas sus opciones de consumo y, por lo tanto, sus posibilidades de alcanzar mayor bienestar” 38 ENTORNO Foto: Ana Lourdes Herrera I El empresario tiene como fin la generación de utilidades, y de entrada puede pensarse que a mayor tasa de ganancia, o a mayor monto de la misma, mayor éxito del empresario como tal. En términos generales lo dicho es cierto, sobre todo si centramos la atención en el fin: obtener la mayor tasa de ganancia posible; lograr el mayor monto de utilidad viable. III Llegados a este punto, hay que tener presente que lo único que justifica, desde la perspectiva de la ética, la utilidad del empresario, es que la misma se haya obtenido en mercados competidos, lo cual no quiere decir, al menos no de entrada, que haya muchos oferentes, sino que ninguno de ellos reciba la ayuda del poder político, lo cual supone el doping empresarial; es decir, una ventaja indebida a favor de uno de los participantes en la competencia, lo cual, para empezar, es injusto desde el punto de vista de la ética (el poder político beneficiando a algunos y, por lo tanto, perjudicando a otros) y, para terminar, resulta ineficaz desde la perspectiva de la economía (ya que limita la productividad y competitividad de quien recibe dicha ventaja). IV Pero eso, limitar o eliminar la competencia, es lo que muchos empresarios demandan del poder político (demanda que puede suponer desde una devaluación competitiva de la moneda nacional, en beneficio de los exportadores y en perjuicio de los importadores, hasta el cierre de la frontera a la importación de aquellas mercancías que harían posible mercados más competidos; cierre a favor de los productores nacionales y en contra de los consumidores), poder político que no pocas veces está dispuesto a conceder dichos privilegios, o por considerar que las razones a favor de los mismos son válidas (desde los argumentos nacionalistas hasta las consideraciones humanitarias), o por simple conveniencia política: “Yo, gobernante, te otorgo a ti, empresario, este privilegio (apoyo, protección, subsidio, concesión monopólica, etcétera), que limitará o eliminará la competencia que enfrentas, lo cual te permitirá cobrar un precio mayor del que cobrarías si no te lo otorgara, y por lo tanto aumentarás tus ganancias, y te lo otorgo a cambio, o de tu aporte pecuniario a mi causa, o de tu incondicionalidad política cuando sea necesaria”. Se trata de un juego de suma positiva, por el cual ambas partes, gobernante y empresario, ganan. Se trata, sin duda alguna, del contubernio entre el poder político y el económico, cohabitación ilícita en contra de los consumidores, quienes, al limitarse o eliminarse la competencia, verán reducidas sus opciones de consumo y, por lo tanto, sus posibilidades de alcanzar mayor bienestar. Se trata del mercantilismo, definido, precisamente, como el contubernio entre los poderes político y económico, con el fin inmediato de limitar o eliminar la competencia, con el objetivo, mediato, de elevar el precio y, por lo tanto, la ganancia del empresario, misma que, al ser obtenida en un mercado sin competencia, siendo que su ausencia se debe, no al ejercicio del poder económico (productividad y competitividad consecuencia de la empresarialidad), sino a la práctica del poder político (apoyos, protecciones, subsidios y concesiones monopólicas otorgados por el gobierno), es éticamente cuestionable, siendo que los cuestionamientos éticos no son poca cosa, por más que la utilidad pecuniaria muchas veces los haga parecer como tales. V A los empresarios protegidos de la competencia por el gobierno se les llama buscadores de rentas, siendo la renta, tal y como en este contexto la definió Gordon Tullock, la diferencia entre el mayor precio que se cobra gracias al privilegio otorgado por el gobierno, y que limita o elimina la competencia, y aquel precio menor que se cobraría si, en ausencia del mentado privilegio, en dicho mercado operara la mayor competencia posible, buscadores de rentas que actúan contra los intereses de los consumidores, y cuya búsqueda, la del privilegio gubernamental que limite o elimina la competencia, se entiende, pudiendo inclusive calificarse de humana, muy humana. Lo que no debe permitirse, ¡por ningún motivo!, es que el poder político lo otorgue, por más grande que sea la tentación, por más jugosa que pueda ser su ganancia, desde el aporte pecuniario hasta la incondicionalidad política. En caso de que se otorguen, recordar que no tiene la culpa quien busca dichos privilegios, sino quien los otorga, debiendo el empresario tener presente que no debe quererse para uno lo que no se quiere para los demás y, sobre todo, que no debe quererse, como empresario, lo que como consumidor se rechazaría, quedando claro que como consumidor se rechaza cualquier privilegio, otorgado por el gobierno, que limite la competencia, las opciones de consumo, las posibilidades de mayor bienestar en función de la trilogía de la competitividad —menores precios, mayor calidad y mejor servicio—, competitividad que resulta imposible al margen de la competencia. Para terminar, insisto: Lo único que justifica, éticamente, la ganancia del empresario, es que la misma se haya logrado en mercados competidos.E Arturo Damm, Licenciado en Economía y Filosofía, es profesor de la Escuela de Economía y la Facultad de Derecho de la Universidad Panamericana. Articulista en varios periódicos y revistas y comentarista de radio y televisión, es autor de diez libros sobre temas de economía y filosofía, y coautor de otros cuatro. E-mail: [email protected] ENTORNO 39