La Importancia de la Religión en tiempo de la Increencia Lic. Jorge Ignacio Maldonado Aguilar Introducción Nos encontramos viviendo una época de crisis. Y no nos referimos a una crisis económica exclusivamente, sino a una crisis global de cambios y modificaciones en todos los ámbitos de nuestra vida. Dicen algunos autores que estamos viviendo un cambio de época. No sólo una época de cambios y transformaciones, donde lo tradicional y antiguo se va haciendo a un lado frente a la novedad de la cultura tecnocrática, sino una radical transformación de nuestras sociedades en sus costumbres y características ordinarias de organización. Para dar un ejemplo, la familia como institución básica de la sociedad va sufriendo cambios profundos. El modelo tradicional donde el papá, la mamá y los hijos formaban el núcleo de la familia, entendida en sentido amplio y conformada por diversos miembros (abuelos, tíos, sobrinos, etc.), va cediendo el lugar a distintas formas de vida familiar, establecidas ya no por los lazos de sangre y parentesco, sino por afinidades e intereses diversos. Las instituciones religiosas no están exentas de esta radical transformación, a pesar de que sus estructuras organizativas tienden a ser más conservadoras y rígidas. La sociedad del consumo y del marketing ha influido tremendamente en estas instituciones (no exclusivamente católicas), estableciendo un verdadero mercado de ofertas religiosas, muchas de las cuales se mantienen cerca de la psicosis colectiva y la manipulación de masas. Estos cambios culturales y religiosos influyen directamente en nuestros jóvenes. Ellos se encuentran inmersos en un mundo de información instantánea y superficial que no siempre les proporciona los criterios y valores adecuados para tomar decisiones sanas en sus vidas. Y entre ellas se encuentra la necesidad vital de madurar su experiencia de fe y definirse, por convicción propia, sobre la manera de vivir su relación con Dios y con los demás. Gran parte de la información a la que tienen acceso nuestros hijos sobre la religión, es orientada ideológicamente hacia intereses ajenos a un verdadero crecimiento y madurez cristiana. Nuestra reflexión quiere ayudarles a ustedes como papás en la profundización de esta dimensión fundamental del desarrollo de sus hijos para suscitar la creatividad y la imaginación a la que nos vemos requeridos todos nosotros que deseamos la educación integral y de fe en nuestros jóvenes. La cultura contemporánea nos presenta el gran desafío de la educación religiosa que recupere lo esencial de las expresiones de la tradición, pero que pueda innovar y modernizar la religión para hacerla más atrayente y comprensible para las nuevas generaciones. Las respuestas de la religión a nuestra sociedad moderna “En cualquier lugar y cualquier época de nuestra historia las personas han tenido que enfrentarse a tres problemas ineludibles: cómo conseguir comida y refugio en su medio natural (el problema de la naturaleza), cómo llevarse bien con el prójimo (el problema social), y cómo llevarse bien con la estructura última de las cosas (el problema religioso). Si este tercer problema parece menos importante que los otros dos, debemos recordar que los artefactos religiosos son los más antiguos que han descubierto los arqueólogos” (Smith, H. , 2002, p. 29). En efecto, el problema religioso se ha separado de los dos problemas anteriores a partir de la época moderna. En las culturas y sociedades religiosas el problema sobre la alimentación y el vestido estaba (y en muchas culturas todavía está) directamente relacionado con el tema religioso; al igual que el problema social, el fundamento de todo sistema jurídico y político lo encontramos en la justificación religiosa dentro de las sociedades antiguas y tradicionales. Las creencias religiosas siempre han estado vinculadas a la necesidad del ser humano de sobrevivir y organizarse. La gran diferencia con la época actual se encuentra en que el hombre moderno se siente autosuficiente y capaz de alcanzar los mejores niveles de vida sin la necesidad de la intervención divina. Por ejemplo, anteriormente las personas confiaban más en la acción divina para obtener su alimento. Todavía en la actualidad, la gente que vive en el campo depende de las condiciones climáticas para que su siembra crezca y puedan alimentar a sus animales. Por eso, la gente campesina mantiene una alta conciencia de la dependencia que los seres humanos tenemos de la naturaleza y por ende, dependemos de la buena voluntad divina. El hombre moderno, que ha crecido en la cultura de la razón y la ciencia, que vive y trabaja en las grandes ciudades de nuestro mundo, no vive ni experimenta esta necesidad de que llueva o no. El hombre moderno cuando tiene hambre busca su alimento en los supermercados o en los restaurantes. No le interesa si ese año el clima favoreció o no al campo por el simple hecho de que no depende directamente de ello. El sabe que si tiene ganas de comer tortilla o frijoles simplemente va a las tiendas donde lo venden. Pero esta falta de conciencia de nuestra dependencia de la naturaleza no elimina el hecho de que, si ese año no llovió, los alimentos escasearán y se encarecerán. El hombre moderno simplemente resuelve su necesidad de alimento y refugio con algo que las sociedades industriales modernas crearon: la división del trabajo. El tener trabajo es la necesidad vital del hombre moderno, y un trabajo que le proporcione los ingresos económicos que necesita según su estilo de vida. Por ello, el desempleo es uno de los más graves problemas de nuestras sociedades modernas. Lo es porque el desempleo impide que las personas puedan satisfacer la necesidad básica de alimento y refugio frente a su medio natural. El aumento en el número de personas que emigran y los extensos círculos de miseria que envuelven a las ciudades son muestra de que el tener trabajo es la necesidad vital básica de nuestros días. Pero desgraciadamente no todos pueden tenerlo porque el sistema social no puede satisfacer esa necesidad por sí mismo. Ahora bien, El vínculo que hace el hombre moderno de la religión con el problema que nos plantea la naturaleza es la de la obtención de un trabajo. Las personas pedimos trabajo a Dios y esperamos que podamos obtener un trabajo que nos permita vivir dignamente. Sin embargo, las sociedades modernas se han olvidado de Dios porque los seres humanos hemos confiado más en nuestra preparación o experiencia para hacer dinero. Tal es nuestra mentalidad moderna en la que educamos a nuestros hijos y la causa de nuestra obsesiva preocupación por obtener un buen trabajo. Un trabajo que les remunere económicamente y no tanto por el gusto o vocación a una determinada actividad. La educación está en función de ese futuro económico que nosotros deseamos para nuestros hijos y nos olvidamos de la importancia que tiene la educación para que nuestros hijos e hijas sean hombres y mujeres de bien para nuestra sociedad. Es entonces que a Dios y a la religión los hacemos a un lado. Ya no nos interesa si Dios nos da la lluvia o no; o nos da trabajo o no. Lo que nos interesa es competir en una sociedad que promete grandes placeres y satisfacciones a los que logran el éxito, aunque eso signifique caer en la corrupción o cometer injusticias para obtener ganancias. Nuestras sociedades modernas, organizadas a partir el dinero, han olvidado a Dios e incluso dudan de su existencia porque ya no lo “necesitan” para satisfacer su necesidad de alimento y refugio. Sin embargo, es evidente que el hombre moderno no puede satisfacer esas necesidades simplemente valiéndose de sus propias capacidades y habilidades. Las tremendas injusticias sociales que se nos hacen evidentes día tras día, muchas veces, en nuestra propia experiencia laboral o familiar, son la mayor evidencia de que el hombre moderno necesita cambiar algo que no le está funcionando. Su tecnología, sus conocimientos, su riqueza no logra dar de comer a todos; por el contrario, está siendo causa de un mayor empobrecimiento en nuestro mundo. El pensamiento moderno ha planteado desde siempre su proyecto ideal de establecer la justicia para todos, sin embargo, para muchos es evidente que ese proyecto ha fracasado. La religión tiene su respuesta a esta angustia moderna frente a la incertidumbre laboral y económica que todos vivimos en esta época. Pero para comprender mejor esta respuesta necesitamos comprender mejor lo que significa religión. La religión como encuentro Ahora les invito a ver y meditar a partir del siguiente video: http://www.youtube.com/watch?v=f0pTVqh7Iso (“encuentro con Dios” video usado en los encuentros con Dios de la Iglesia Cristiana Vino Nuevo, de Lima Perú). Estamos acostumbrados a ver la religión como una actividad. Esto quiere decir que estamos aprendiendo a ver la religión como un conjunto de acciones y obligaciones que cumplir. Desde el deber moral de bautizar a nuestros hijos hasta la obligación social de acompañar a un conocido en su boda o en algún otro evento religioso, se viven como acontecimientos muy importantes de la vida pero que sólo quedan en eso: “son sólo acontecimientos”. Las personas expresamos nuestra religiosidad con una serie de tradiciones y costumbres a las que les hemos otorgado un cierto grado de importancia, a veces sin mucha conciencia de por qué lo hacemos. Ir a misa, confesarse, participar en peregrinaciones, rezos y rosarios, etc. Pero nuevamente, todo esto queda en actividades importantes, bonitas, significativas, pero no dejan de ser simplemente “actividades”. Religión proviene de un vocablo latino (religio –onis) el cual deriva lingüísticamente del verbo relegere que significa “tratar con diligencia o escrupulosamente”; sin embargo, para otros autores la palabra Religión bien puede relacionarse con el sustantivo religare que significa “vincular”, “atar fuerte”. La etimología de “Religión” nos permite descubrir la ambigüedad de este término; efectivamente podemos entender y practicar una religión a partir de las obligaciones y ritos que deben cumplirse escrupulosamente, porque si no se realizan tales rituales o no se cumplen las reglas las consecuencias pueden ser el disgusto divino e incluso el castigo o la maldición. Muchos vivimos la religión desde esta experiencia de obligación y cumplimiento para mantener tranquilo a Dios y evitar que se moleste con nosotros y nos castigue. Cuando perdemos nuestro trabajo o vivimos situaciones dolorosas en nuestra vida la interpretamos de esta manera: ¡como castigo divino! Sin embargo, Jesucristo fue quien nos mostró que esta manera de entender a Dios y la religión está totalmente equivocada. Jesucristo denunció la religión de los fariseos que se centraba en el cumplimiento de normas y leyes, cuando lo que Dios siempre ha manifestado por medio de los profetas de Israel que lo más importante es la misericordia y la justicia, más que ritos y reglas que cumplir. (Oseas 6, 6; Mateo 9, 10 – 13 y 12, 1 - 8) La discusión sobre los mandamientos muestra en los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) que lo importante no es el cumplimiento de todos los mandamientos que el judaísmo, o el catolicismo o el protestantismo o cualquier religión establece, si no el Amor a Dios y el amor al prójimo. Precisamente, la diferencia especial de nuestra religión cristiana y católica se encuentra en que su núcleo fundamental (su mandamiento universal o católico) es el Amor. Por eso, el segundo concepto etimológico de religare, religatio nos explica más adecuamente lo que entendemos por Religión. Religión es más bien una experiencia de relación con Dios, pero una relación tan estrecha o tan fuerte como lo es la experiencia del Amor. Un amor que se expresa, por derivación, en las relaciones establecidas entre los seres humanos. El amor divino nos inunda de tal manera que nos capacita para amarnos entre nosotros como hermanos. Este es el sentido verdadero y esencial de nuestra religión. Algunos autores hacen esta misma diferencia que hemos expresado al diferenciar entre religión natural y religión revelada al explicarnos que la religión natural se organiza en torno a los ritos y mitos que la institución religiosa, que en muchas civilizaciones pertenece a la estructura política e ideológica, ha establecido como actos obligados para mantener el favor o bendición divina. La religión que nos reveló Jesucristo, no es una religión que teme la ira de Dios. Sino que descubre la ternura y misericordia de nuestro Dios, que es un Padre amoroso que perdona a sus hijos cuando nos alejamos de él y se regocija cuando volvemos a sus brazos (Lucas 15, 20) o como una Madre que nunca podrá olvidar al hijo de sus entrañas (Isaías 49, 15). Las respuestas de la religión en sentido auténtico Entendida de esta manera, la religión se convierte, más que en un conjunto de actividades, en el sentido de la vida, en una espiritualidad que inunda toda nuestra vida. La religión es la respuesta al vacío que experimenta el hombre moderno ante su incapacidad de satisfacer su constante necesidad de tener, de aparentar y de controlar. A partir de este encuentro fundamental con nuestro Creador la vida recobra un sentido totalmente novedoso y más profundo. Es entonces que podemos comprender nuestra vida cotidiana a la luz de la totalidad que nos envuelve. Nuestro trabajo como la manera que tenemos para satisfacer nuestra necesidad natural de alimento y refugio toma un sentido diferente. No nos incomoda y desgasta, al contrario, se convierte en la manera concreta como Dios quiere que le ayudemos en su proyecto de amor y justicia, y por eso podemos dar lo mejor de nosotros porque nos motiva el amor que Dios tiene a sus hijos e hijas, especialmente los más pequeños y necesitados. Nos sentimos invitados a servir como su instrumento. Si soy maestro, abogado, administrador, ingeniero, doctor, enfermera, psicóloga, chef, obrero, músico o cualquier otro tipo de ocupación laboral, lo haré con la motivación de saber que hago un buen servicio y el bien a mis hermanos. Esta misma necesidad de trabajar la vivo en la confianza y el abandono en Dios, porque se que El no me dejará desamparado y me dará lo necesario para mí y mi familia. El problema de la relación con los demás adquiere una perspectiva muy distinta. El hombre moderno busca ser él mismo, afirmar su individualidad y libertad. Sin embargo, sabemos que este egoísmo natural del hombre lo orienta a olvidarse de que convive con otros seres humanos, semejantes a él. La sociedad que establece este hombre moderno se caracteriza por las injusticias sociales y la violencia. En cambio, el amor y la confianza de que Dios-está-con-nosotros, nos hace valorar más el que todos convivamos pacíficamente y podamos formar sociedades organizadas en el respeto y la solidaridad con los más débiles. La justicia sólo podrá nacer de un corazón humano, sensible y misericordioso con el que nació o tuvo menos oportunidades para desarrollarse plenamente, como lo hemos podido realizar muchos de nosotros. Testimonio de nuestra Experiencia de Dios Nuestros hijos nos devuelven constantemente el sentido original de la vivencia religiosa. Ellos y ellas son muy sensibles al amor y la autenticidad de una religión que no excluye, sino que busca ayudar a todos y establecer la igualdad entre todos los seres humanos. Pero hace falta alimentarles esa perspectiva, para que desarrollen una experiencia adecuada de Dios y la Religión. Yo estoy convencido que la Religión no se enseña, sino que se testimonia, pero es en este testimonio el mayor reto que tenemos para fomentar en ellos una verdadera sensibilidad religiosa. Pero, ¿cómo vamos a favorecer en nuestros hijos ese encuentro de amor con el Dios revelado por Jesucristo? Generalmente, la apatía o falta de sensibilidad religiosa en los jóvenes nace de un ambiente familiar o social que también se encuentra lejos de una religión auténtica, que alimente la espiritualidad del ser humano y le ayude a desarrollar su sensibilidad humana y cristiana. La fe de nuestros jóvenes necesita de nuestro testimonio como padres y educadores. Especialmente en estos momentos que las instituciones religiosas son cuestionadas y criticadas. La crítica siempre ha existido, pero la autenticidad es la que valida o no esa crítica. Los modelos de fe y religión tradicionales están perdiendo credibilidad y nuestros jóvenes se ven confundidos y desilusionados de una Iglesia que no muestra signos de autenticidad y entrega al amor y la justicia. Por ello, la conclusión más importante que podemos recuperar es que la religión no es un conjunto de reglas y obligaciones que se deban cumplir, sino una experiencia que se debe favorecer y suscitar. A nuestros hijos les será más fácil vivir esa experiencia de fe y amor de Dios, si nosotros como padres y educadores lo estamos viviendo y les damos testimonio de la bondad y riqueza que encierra nuestra fe cristiana y la vivimos unidos a una comunidad eclesial. Sólo así podremos continuar la gran tradición de siglos de transmitir, generación a generación, la Buena Noticia de Jesucristo a todas las creaturas. Preguntas de reflexión. 1. ¿Qué opiniones y reflexiones surgen a partir de lo comentado en este artículo? 2. ¿Qué dificultades encuentro para dar testimonio de mi fe a mis hijos? 3. ¿Cuál es mi opinión de la Iglesia y cómo la reflejo a mis hijos? 4. No olvide adjuntar los comentarios al video propuesto.