DEFINICIONES QUE SURGEN DEL “CASO NGUDJOLO

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DEFINICIONES QUE SURGEN DEL “CASO NGUDJOLO”, DECIDIDO
POR LA CORTE PENAL INTERNACIONAL
Por Emilio J. Cárdenas (*)
El 18 de diciembre de 2012, la Sala II de la Corte Penal Internacional,
presidida por el Juez Bruno Cotte, y compuesta además por los jueces
Fatoumata Dembele Diarra y Christine Van den Wyngaert, decidió el caso:
“The Prosecutor vs Mathieu Ngudjolo”27 referido a la República Democrática
del Congo.
En el mismo se juzgaron los crímenes que fueron atribuidos al
demandado, que presuntamente fueron cometidos el 24 de febrero de 2003
durante un ataque, violento y sorpresivo, contra una pequeña y pobre
aldea, denominada Bogoro, en la provincia de Ituri, en el Congo.
El acusado había sido ya promovido al rango de coronel en el ejército
del Congo, como parte del proceso de integración de las ex fuerzas
insurgentes, conducido -en ese momento- por el Presidente Kabila, de la
República Democrática del Congo.
Durante el referido ataque se cometieron una serie de abominables
crímenes de guerra. Esto es, delitos de lesa humanidad perpetrados durante
un “conflicto armado interno”. Todos ellos aberrantes, incluyendo:
asesinatos, ataques contra la población civil inocente, destrucción de
propiedad, pillaje, utilización de niños menores de 15 años como soldados
en el ataque en cuestión, esclavitud sexual y violaciones.
Después de producirse y dilucidarse una prueba particularmente
frondosa, el tribunal internacional determinó que el acusado no podía ser
tenido por culpable atento a que los crímenes referidos precedentemente no
habían sido probados “más allá de toda duda razonable”, o sea conforme al
criterio uniforme utilizado en la comunidad internacional para evaluar la
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Caso No. ICC-01/04-02/12.
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prueba que debe utilizarse, cuando se trata de juzgar crímenes de lesa
humanidad.
Durante el proceso, la Sala II emitió 387 decisiones y órdenes
escritas y 186 decisiones verbales. Además, visitó el lugar de los hechos
acompañada por las partes, escuchó a 54 testigos, analizó 261 elementos
de prueba presentados por el fiscal, y 372 presentados por los defensores.
En el transcurso del juicio, las víctimas tuvieron oportunidad plena de
participar a través de sus representantes legales, lo que les permitió
presentar y examinar testigos y ofrecer pruebas, así como realizar
presentaciones escritas y verbales. Las víctimas tuvieron -en rigor- dos
distintos representantes legales, uno para todas en su conjunto y otro para
el grupo conformado por los niños soldados. Entre el total de víctimas, 366
de ellas participaron en el proceso como tales, y 11 lo hicieron como ex
niños soldados.
El tribunal estableció de inicio que bajo el artículo 66 del Estatuto de
Roma el acusado se presumía inocente hasta que se hubiera probado su
culpabilidad, lo que obviamente exigía que cada cargo presentado contra el
acusado hubiese sido debidamente probado, “más allá de toda duda
razonable”. Ese criterio probatorio debe seguirse tanto para establecer los
hechos que definen a un delito, como aquellos que resultan indispensables
para que alguien sea responsable de los crímenes que son examinados.
En este caso, la Sala II aclaró que cuando la prueba no se realiza de
modo de que los hechos queden evidenciados “más allá de toda duda
razonable”, no se puede dictar un veredicto condenatorio. Lo que no quiere
necesariamente decir que el acusado sea inocente, sino simplemente que
sus crímenes no fueron probados de modo suficiente.
La Sala II puntualizó que el paso de toda una década entre la fecha
de comisión de los delitos y su juzgamiento hizo que algunas memorias
fallaran y que algunos testigos hubieran tenido dificultades para hacer
declaraciones coherentes, completas y lógicas, que pudieran ser aceptadas
por el tribunal. Lo que afecta a los testimonios en los que lo antedicho
aparece evidente.
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Durante el proceso se dictaron una serie de medidas para “proteger”
la identidad de algunos de los testigos que fueran convocados, incluyendo la
toma de sus declaraciones en sesiones cerradas a terceros, a las que el
público -en consecuencia- no pudo naturalmente asistir.
En el Capítulo V de la sentencia, la Sala II formuló una serie de
observaciones críticas a la labor de los fiscales, pese al reconocimiento
explícito de las dificultades que ellos debieron enfrentar, señalando
concretamente que hubiera sido beneficioso haber tenido investigaciones
más profundas e interpretaciones más amplias, particularmente respecto
del marco socio-cultural al que pertenecía el violento incidente que
terminara objeto del juicio.
Resulta particularmente aleccionador el análisis que la sentencia
comentada contiene respecto de las declaraciones testimoniales, cuyas
limitaciones y falencias los jueces examinan detenidamente, calificando muy
duramente a los testimonios confusos y particularmente nebulosos y
destacando las contradicciones descalificantes que existieron entre las
declaraciones de algunos testigos.
En general, la evaluación de la prueba fue precisa, larga y detallada,
y dejó perfectamente especificados todas y cada una las imprecisiones,
contradicciones y peculiaridades ocurridas todo a lo largo de la etapa
probatoria. Uno a uno. Ejemplarmente, dedicando a ello decenas de
páginas, llenas de explicaciones y ricas en materia de detalles.
Encuentro -cabe destacar- particularmente enriquecedora la opinión
concurrente suscripta y presentada por la jueza belga. Me refiero a la
Baronesa Christine Van den Wyngaert, a lo largo de 34 medulosas páginas,
de gran significación.
En su voto concurrente, la referida magistrada analiza -con precisión
y detalle- el alcance a conferir al artículo 25, párrafo 3, inciso a) del
Estatuto de Roma. Esto es a aquél que se refiere a la responsabilidad penal
individual y que establece que puede ser penado aquel que comete un
crimen por sí solo, con otro, o por conducto de otro, sea este último, o no,
penalmente responsable.
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En síntesis, en su opinión la magistrada sostiene que:
i)
Del Estatuto de Roma no se puede derivar justificación suficiente
para invocar o recurrir a la eventual asignación de responsabilidad
basada en la conocida teoría del derecho alemán usualmente definida
como: “haber ejercido control sobre el delito”, teoría que sigue la
tesis del conocido jurista Claus Roxin, pero que es incompatible con
el Estatuto de Roma.
ii)
Que el requisito de que entre los participantes exista un “plan común”
es de carácter subjetivo y no de tipo objetivo. Por esta razón, es
necesario probar, “más allá de toda duda razonable”, la existencia de
una vinculación directa de cada acusado con ese “plan común” y,
específicamente, la vinculación directa de cada uno con el delito
respectivo que, en cada caso, hubiese sido cometido. Esto es, probar
la existencia de la llamada “mens rea”.
iii)
Que del Estatuto de Roma no se puede inferir, ni deducir, que por el
mero hecho de que alguien haya eventualmente pertenecido a una
“organización delictiva”, esa persona pueda -por ello- ser considerada
partícipe en algún delito de lesa humanidad.
iv)
Que, al tiempo de redactar el Estatuto de Roma, los representantes
de los Estados que participaron en ese ejercicio rechazaron -formal y
expresamente- la posibilidad de responsabilizar a los llamados
“ideólogos” o “cerebros” de los crímenes de lesa humanidad. Y que
ellos tampoco incluyeron entre los responsables a quienes
“conspiraron” o “planearon” esos delitos. Agregando que, además,
rechazaron la posibilidad de asignar responsabilidad alguna por el
llamado “dolo eventual”, así como por la “negligencia” en el actuar o
en las conductas.
v)
Que en toda circunstancia lo referido a los crímenes de guerra o
delitos de lesa humanidad debe ser objeto de interpretación
“restrictiva” o “estricta”, desterrándose en consecuencia cualquier
interpretación “por analogía”. Según la magistrada, ésta es la
interpretación que se deriva del artículo 22 del Estatuto de Roma,
que dispone expresamente que nadie es penalmente responsable, a
menos que su conducta hubiera configurado, en el momento en que
ella tiene lugar, uno de los crímenes respecto de los cuales la Corte
Penal Internacional es competente. A lo que la norma apuntada
agrega, expresamente, que la definición del crimen debe siempre ser
interpretada estrictamente y no puede, de pronto, hacerse extensiva
por la vía de la “analogía”. Puntualizando enseguida que si hubiere
alguna ambigüedad, ella debe interpretarse “a favor” de la persona
que es objeto de investigación, de enjuiciamiento o de condena. Para
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la jueza en cuestión, el principio de la interpretación “estricta” debe
aplicarse, con igual rigor, cuando de analizar o definir las posibles
responsabilidades penales de las personas se trata.
vi)
Que en ningún caso puede dejar de respetarse la noción de “in dubio
pro reo”. Lo que es manifiestamente evidente, desde que ella forma
parte del concepto del “debido proceso legal”.
vii)
Que en toda circunstancia debe probarse que los acusados sabían, al
tiempo de sus conductas que, conforme a la ley la misma, estaban
definidas como delitos.
viii)
Que, por todos los argumentos antedichos, no pueden aceptarse
teorías como las de “co-perpetración indirecta” o similares.
ix)
Que debe siempre probarse, “más allá de toda duda razonable”, que
los presuntos co-perpetradores tuvieron una “intención compartida”
en la comisión del delito que en cada caso se impute o analice. Que
debe, además, probarse que ellos estaban mutuamente concientes de
que, como consecuencia de su “intención compartida”, se habría de
perpetrar un delito. Y que, en el curso ordinario de las cosas, ese
delito, por ellos previsto, debía suceder. Esto es lo que con frecuencia
se denomina la existencia de “certeza virtual”.
x)
Que en el juzgamiento de delitos de lesa humanidad el solo “riesgo”
de que un delito pueda eventualmente suceder, no es en modo
alguno suficiente para poder atribuir responsabilidad personal a
nadie.
xi)
Que tan sólo aquellas personas que, juntas, hubieran cometido un
delito o hubieran realizado una contribución directa respecto de su
comisión pueden, en definitiva, ser consideradas como responsables
del mismo.
xii)
Que el “actus reus” supone que cualquier partícipe debe poder
“controlar” la conducta de quien, efectivamente, resulta en definitiva
el “autor material” del delito de lesa humanidad. Entendiendo por
“control”, alguna forma o manera de “dominar” específicamente su
voluntad.
xiii)
Que en el supuesto de una contribución personal a un plan que, en sí
mismo no es un plan criminal, la mera existencia o posibilidad de que
exista el “riesgo” o la “eventualidad” de la comisión de delitos de lesa
humanidad, no es suficiente para que pueda generarse
responsabilidad penal; y
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xiv)
Que los tribunales no respetan, sino que violan el principio esencial
de “in dubio pro reo” cuando ellos hacen alegremente
interpretaciones “expansivas” de las definiciones de responsabilidad
por los delitos que se investigan. Nuevamente, las interpretaciones
deben ser “estrictas”, siempre y en toda circunstancia. Así de claro.
La riqueza del voto y de las conclusiones de la jueza referenciada
sugiere que los criterios antedichos, por su importancia, deben ser
respetados rigurosamente. De lo contrario, se corre ciertamente el riesgo de
violar el “debido proceso legal” y de contradecir los criterios liminares que,
sobre la cuestión aludida, han sido específicamente incluidos en el
articulado que conforma el Estatuto de Roma.
Por todo lo antedicho, no debe sorprender que, más allá de las
aberrantes e inhumanas atrocidades que dieran lugar al inicio del juicio
comentado, las normas que regulan el “debido proceso legal” deben
siempre ser respetadas, a rajatabla. Porque ellas forman parte esencial del
Estado de Derecho y de nuestra civilización universal.
(*) Ex co-Presidente del Instituto de Derechos Humanos de la International
Bar Association y ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones
Unidas
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