El deseo de Ruby El deseo de Ruby

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El deseo de Ruby
Si os adentráis
áis por las calles de cierta ci
ciudad de China,
dejando atrás
ás el mercado de animales, con sus gorriones de
Java en jaulas de bambú y sus peces de colores y galápagos en
peceras
de
porcelana,
llegaréis
a
una
manzana
de
apartamentos. Ahora viven allí muchas familias, y el edificio
está oscurecido por el paso del tiempo y la suciedad. Pero si
miráis atentamente, os daréis cuenta de que hubo un tiempo
en que aquello era una sola casa, el grandioso hogar de una
única familia.
La casa fue construida
struida por un anciano a su regreso de la
Montaña de Oro. Así llamaban los chinos a California, cuando
muchos se marchaban allíí aquejados de la Fiebre del Oro y
pocos regresaban. Pero como iba diciendo, este hombre regres
regresó,, y regresó muy rico. E hizo
lo que los hombres ricos hacían en la China de entonces: se casó con varias mujeres. Sus
mujeres tuvieron varios hijos y estos se casaron a su vez con varias mujeres. Así que hubo
un momento en el que la casa se llenó con los gritos y las risa
risass de más de cien niños.
Entre tanta chiquillería, había una niña a la que llamaban Ruby porque le encantaba el
color rojo. En China, el rojo es un color festivo. En Año Nuevo, por ejemplo, los niños
reciben sobres rojos llenos de dinero de la suerte. También las novias se visten de rojo el
día de su boda. Pero Ruby quería ir de rojo todos los días del año. Si su madre le obligaba a
ponerse ropa oscura, entonces la niña se ataba el pelo con lacitos rojos.
Con tantos nietos, el abuelo de Ruby decidió contratar a un profesor particular. Quien
quisiera aprender, podría
ía asistir a clases. Esto no era habitual en la China de entonces,
cuando la mayoría de las niñas no sabía ni leer ni escribir.
Si hacía
ía buen tiempo, las clases se daban en el jardín
jardín. Los ventanales del despacho del
abuelo de Ruby daban justo all
allí y a él le gustaba asomarse para echar un vistazo a los niños.
Un día, el abuelo de Ruby miró por la ventana y descubrió que el gran muro blanco
blan del
jardín
ín estaba cubierto con hojas caligrafiadas. Sus nietos habían estado practicando
caligrafía. Algunos se habían puesto perdidos de tinta, y, al verlos, el abuelo de Ruby soltó
una carcajada.
Un día
ía se dio cuenta de que una de las hojas del muro era mejor que
e el resto. ¿Cuál de
sus nietos había realizado una caligrafía tan hermosa? Abajo, en el jardín, el profesor
estaba felicitando a Ruby y las orejas de la niña se pusieron tan rojas como su chaquetilla.
Pero aunque Ruby era igual o mejor estudiante que sus primos varones, la niña debía
trabajar mucho más duro que ellos. Cuando los chicos terminaban sus deberes del día,
podían ir a jugar. Pero las niñas tenían que aprender a cocinar y otras tareas del hogar. De
hecho, según sus madres, esas eran las únicas tareas que merecía la pena aprender.
Una a una, todas las niñas, desanimadas, dejaron de ir a clase. Todas, excepto Ruby.
Ella dejaba su labor de costura para la noche y, a menudo, la vela de su cuarto seguía
encendida muchas horas después de que todo el mundo se hubiera ido a la cama.
Un día, los niños tuvieron que escribir un poema. Ruby escribió:
Ah, ya es mala suerte haber nacido niña; pero peor es nacer en esta casa donde sólo
cuentan los niños.
El profesor quedó muy impresionado con las palabras de Ruby. Le enseñó el poema al
abuelo, que muy preocupado hizo llamar a Ruby a su despacho.
Ruby encontró a su abuelo sentado en una butaca, con su poema extendido sobre la
mesa.
“¿Has escrito tú este poema?”, le preguntó el abuelo.
“Sí, abuelo”, contestó la niña.
“¿De verdad crees que en esta casa sólo nos importan los chicos?”
“Oh, no, abuelo”, contestó Ruby, sintiendo mucho haber dado un disgusto a su abuelo.
“Nos cuidáis muy bien a todos, y estamos muy agradecidos por ello”.
“Pequeña Ruby”, dijo el abuelo suavemente. “Realmente me gustaría saber por qué has
escrito este poema. ¿Qué privilegios reciben aquí los niños?”
“Bueno”, contestó la niña, intentando recordar alguna cosilla sin importancia, “en la
Fiesta de la Luna, por ejemplo, a los chicos siempre les dan el trozo de pastel de luna que
tiene la yema de huevo”.
“Mmmm”, dijo el abuelo, como si esperase algo más grave, “¿Es verdad eso?”
“Si”, siguió Ruby. “Y en la Fiesta del Farolillo, a las niñas nos dan un simple farol de
papel, mientras que ellos tienen faroles rojos preciosos con formas de pez, gallo o dragón”.
El abuelo de Ruby sonrió para sus adentros. No lo había pensado antes, pero era
evidente cuánto le hubiera gustado a su nieta un farolillo rojo.
“Pero lo más importante...”, dijo Ruby sin dejar de mirarse las zapatillas rojas,”... es
que los chicos pueden ir a la universidad y en cambio nosotras tenemos que casarnos.”
“¿No te quieres casar?”, le preguntó el abuelo. “Ya sabes que eres afortunada, pues
cualquier hombre querría casarse con una hija de esta casa”.
“Lo sé, abuelo”, dijo Ruby, “pero yo preferiría ir a la universidad”.
El abuelo le acarició la cabeza: “Gracias. Ruby, por hablar conmigo. Sigue con tus
clases y aprovéchalas todo lo que puedas”.
Y eso hizo Ruby. Sus primos crecieron y algunos fueron a la universidad. Otros se
quedaron en la casa y formaron sus propias familias. Pero las niñas, al hacerse mayores, se
casaron y fueron enviadas a vivir a los hogares de sus maridos. Ruby sabía que pronto sería
su turno. Faltaba poco para la llegada del Año Nuevo Chino y ella suponía que aquel sería su
último año en casa. Bajo la fina capa de hielo del estanque, Ruby podía ver una carpa
anaranjada intentando a duras penas respirar.
El Día de Año Nuevo, Ruby se puso sus zapatillas de terciopelo rojo y se recogió el
pelo con unos lazos rojos. Quería felicitar el año a todo el mundo. Empezó por sus primos
casados, luego sus padres, tíos, tías… Cada uno de ellos le entregaba un sobrecito rojo lleno
de dinero de la suerte. Finalmente, Ruby saludó con respeto a su anciano abuelo: “Buena
suerte y prosperidad, Abuelo”.
“Buena suerte, mi pequeña Ruby”, contestó el abuelo. Y le entregó un gran sobre rojo.
Ruby podía sentir los ojos de todos clavados en ella mientras abría el sobre. ¿A que no
adivináis lo que había dentro? No, no era dinero. ¡Era algo muchísimo mejor!
El sobre contenía la carta de una universidad diciendo que Ruby había sido admitida
para estudiar allí el próximo curso.
Y así fue como Ruby consiguió hacer realidad su deseo.
Lo que os he contado sucedió de verdad hace mucho tiempo. ¿Qué cómo lo sé? Bueno,
Ruby es mi abuela... y sigue llevando algo rojo todos los días.
Shirin Yim Bridges
El deseo de Ruby
Barcelona, Ediciones Serres, 2005
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