TEMA 1 Jesús tuvo conciencia de su filiación divina. Su humanidad perfecta, santificada en plenitud, excluye la posibilidad del pecado e implica un conocimiento y libertad plenamente humanos. INTRODUCCIÓN En el desarrollo de este tema y a la luz de los escritos del Nuevo Testamento, afirmamos que Jesús fue verdadero hombre al mismo tiempo que verdadero Dios. Los núcleos temáticos que se tratan son. La autoconciencia de Cristo de su relación filial con el Padre, su perfecta humanidad, su santidad, su impecabilidad, su conocimiento humano y su libertad. ESQUEMA A-JESÚS TUVO CONCIENCIA DE SU FILIACIÓN DIVINA 1. El Misterio de la Encarnación -Doble punto de vista:: desde la eternidad y en el tiempo. -La unión hipostática. 2. Conciencia de Jesús como Hijo de Dios -Jesús es el Hijo de Dios. -Jesús y los discípulos. -Su vivencia como Hijo. -Jesús y el Padre: libera y perdona, actúa en el nombre de Dios. B-LA HUMANIDAD PERFECTA DE JESÚS: 1. Jesús, hombre como nosotros. -Imagen de Jesús. Ambiente social. -Aspecto Físico. Carácter. -Cualidades morales. -Actitud humana. Emotividad. 2. Jesús hombre de su tiempo -Jesús, hombre de su tiempo. -Jesús, un judío. -Jesús y los esenios, fariseos y saduceos. 3. Jesús al servicio de los hermanos. C-LA SANTIDAD DE JESÚS. 1. Jesús santificado por el Espíritu. -Espíritu Santo, Mesías en el AT. -Espíritu Santo, Mesías en el N T. -Espíritu Santo, Mesías en la Teología, 2. La gracia, el mérito y las virtudes. 3. Los ministerios de Jesús. D-LA IMPECABILIDAD DE JESÚS. 1. La impecabilidad 2. Las tentaciones E-EL CONOCIMIENTO HUMANO DE JESÚS. 1. Los testimonios del NT. -Conocimiento experimental. -Conocimiento progresivo. 1.1 -Conocimiento extraordinario. -Conocimiento superior. 2. Evolución doctrinal -Patrística -Teología Medieval. .Principios del S. XX -Puntualizaciones teológicas: conocimiento, misión salvífica y conocimiento identidad personal. F-LA LIBERTAD DE JESÚS. 1. Jesús, hombre libre. DESARROLLO A- JESÚS TUVO CONCIENCIA DE SU FILIACIÓN DIVINA: 1- El Misterio de la Encarnación:: -Doble punto de vista: desde la eternidad y en el tiempo: Este es el primer Misterio de la vida de Jesús, para extenderse después al nacimiento, a la presentación en el templo y a su vida oculta en Nazaret. Pues bien, el hacerse Hombre el Verbo del Padre, se sitúa a la vez en la eternidad y en el tiempo. Por eso hay que considerarlo desde esos dos aspectos. Desde el punto de vista de la eternidad, la afirmación del Apóstol San Juan (1, 14) “El Verbo se hizo carne” dice que para realizar el plan de salvación del Padre (Que abarca la creación y la redención), el Hijo se ofreció en un acto de obediencia perfecta a participar en la plenitud de la vida intratrinitaria a seres finitos (es decir, a nosotros los hombres), queridos por el Padre y llamados a la existencia con miras a tal participación. Dicha sumisión del Verbo se ha de ver como prolongación de la actitud filial, que desde siempre le es propia y que le distingue como Hijo. Aunque es un acto ocurrido en la eternidad, debe considerarse distinto de la relación filial entre el Hijo y el Padre que es también eterna. Con ello estamos en el límite de lo que humanamente se puede decir, porque nuestro razonar no puede prescindir absolutamente de las categorías temporales. Sólo podemos añadir que, estando la vida intratrinitaria estructurada como relación de conocimiento y amor entre el Padre, Hijo y Espíritu Santo, también ha de entenderse la Encarnación como una dilatación del amor divino. Desde el otro punto de vista que considera la realización de la Encarnación en el tiempo, el Misterio sigue siendo profundo, (se trata en todo caso de un Misterio propiamente dicho) aunque sobre él estamos en condiciones de decir algo más, lo cual es posible porque disponemos de testimonios escriturísticos más ricos, y, más hondos, porque, habiendo ocurrido en el tiempo, dicho acontecimiento nos resulta más accesible. Con respecto a esto el Nuevo Testamento nos enseña que este acontecimiento tuvo lugar en la “Plenitud de los tiempos” (Gál. 4, 4), es decir, en el momento establecido por el Padre desde la eternidad (1Cor. 2, 7; Ef. 1, 4) según un criterio inescrutable (San Gregorio Nacianceno dice que Dios aplazó la Encarnación, porque al principio su revelación para los hombres, hubiera sido “un alimento demasiado pesado”, por eso había que prepararlos de forma gradual. a acoger el Misterio. Pero también existen indicaciones acerca de las modalidades de la Encarnación. La Escritura muestra que la Encarnación entraña un rebajamiento del Verbo eterno que se hace uno de nosotros. Dicho rebajamiento se expresa como un vaciarse (Filp 2, 6ss), como una renuncia provisional del Hijo a manifestar la divinidad en la humanidad, como la asunción de la naturaleza humana con la debilidad que le es propia, como la elección de una existencia de autodonación que implica pobreza, sufrimiento, sacrificio total de sí (Filp 2, 7ss). Por eso se puede decir que en la Encarnación están ya virtualmente contenidos el Misterio de la cruz y la espera de la resurrección. 1.2 El Nuevo Testamento enseña por último, que el motivo de este rebajamiento es triple, es decir, el Verbo ante todo se hace carne según estas modalidades: Por un amor al Padre que sobrepasa toda comprensión humana y que se revela en una actitud de total obediencia. Por amor a los hombres, pues se despojó de su riqueza haciéndose pobre, para enriquecer a los hombres que se convierten en sus hermanos (cf. 2 Cor. 8, 9). Finalmente –más profundamente aún- para revelar el amor que el Padre profesa a la humanidad pecadora. Esta es, a grandes rasgos, la presentación bíblica del Misterio de la Encarnación, pero que suscita en todo creyente que reflexione una serie de preguntas como ¿Por qué eligió Dios este camino de salvación? o ¿Cómo es concebible que Dios se hiciera hombre? o ¿Qué significado tiene este Misterio para nuestra vida de creyentes?. Algún principio de respuesta ya lo hemos apuntado, de todas maneras podemos decir que el rebajamiento del Verbo, no hay que entenderlo ni como una disminución de su realidad divina, ni un cambio cualquiera en Él, porque en la Encarnación, el Verbo es Dios como el Padre, más aún, no deja de estar junto a Él, ni tampoco deja de ser una sola cosa con Él. Es decir, el rebajamiento hay que verlo como la renuncia del Verbo a manifestarse plenamente como Dios. En definitiva, si el Verbo se hubiese manifestado con la gloria divina, el hombre como ser finito que es, no hubiese comprendido su testimonio ni la ternura del amor que Dios le profesa. -La unión hipostática: ¿Cómo expresar hoy el misterio de Jesús? Cuando con el Concilio de Calcedonia, afirmamos que Cristo es verdadero Dios y verdadero Hombre, que en Él hay dos naturalezas unidas en una Única Persona (la del Verbo), ¿Qué queremos decir exactamente?. Para responder a estos interrogantes, expondremos brevemente las explicaciones aducidas por la Escolástica y por la Teología contemporánea El afán de elaborar una explicación profunda del Misterio de Cristo se advierte sobre todo en la Escolástica. Principalmente en los siglos XVI y XVII, los teólogos se esforzaron por sondear la realidad divino-humana de Jesús valiéndose de los instrumentos conceptuales que el pensamiento de su tiempo ponía a su disposición, tomándose como punto de partida para la investigación, la enseñanza de Santo Tomás. Pues lo que se pretendía era explicar la unión hipostática, o sea, aclarar la unión de la naturaleza humana de Cristo con la naturaleza divina, en la única Persona o Hipóstasis del Verbo cuyos términos se precisaban así: La naturaleza humana de Cristo era vista como su misma sustancia humana, en cuanto principio del que se originan las propiedades y las operaciones humanas de Cristo. Esa naturaleza como la de cualquier hombre, estaba individualizada, es decir, era la de Cristo y no la de otro hombre; y era racional. Además estaba unida hipostáticamente al Verbo, o sea, estaba unida, sostenida en y por la Persona del Verbo, formando con Ella una única realidad, el Verbo encarnado. Finalmente, para realizar esta unión con el Verbo era necesario que la naturaleza humana de Cristo no fuese una Persona, y ello porque una persona no se puede unir con otra formando con ella una única realidad, como ocurre en la Encarnación. Hechas estas precisiones desde el punto de vista metafísico, surgía la cuestión, de cómo la naturaleza humana de Cristo puede ser perfecta sin ser por lo mismo Persona humana. En efecto dentro del ámbito de nuestra experiencia no encontramos naturalezas humanas que no sean personas. Lo cual hacía difícil dar con una respuesta, porque faltaba un punto de referencia inmediato para un racionamiento analógico. Se imponía por tanto, la reflexión sobre qué es lo que hace que una naturaleza humana sea persona, o dicho técnicamente, sobre el constitutivo formal o sobre la “subsistencia”. A esta pregunta se le dieron varias respuestas, por ejemplo, hubo quien vio la subsistencia en términos negativos, pues decía que una sustancia es persona precisamente porque no tiene exigencia alguna de entrar en composición con otros seres. Otros teólogos, en cambio, la consideraron como un 1.3 perfeccionamiento de la esencia, es decir, un “modo sustancial” que la hace capaz de recibir su existencia. Y, otros identificaron la subsistencia con la existencia propia de la sustancia. Si estas interpretaciones, las aplicamos a Cristo tenemos diversas respuestas: su humanidad no es persona porque, aunque entitativamente es perfecta, tiene exigencia de entrar en relación con el Verbo; o bien porque carece de su “modo sustancial” propio; o porque no tiene el acto entitativo propio, sino que existe en virtud de la existencia del Verbo. Tomar posiciones frente a las posturas de la escolástica no es fácil, sin embargo, a favor de su reflexión hemos de afirmar que, aunque reducida a resultados escuetos, parece absolutamente indispensable, porque es imposible iniciar cualquier tipo de explicación de la Encarnación prescindiendo de una explicación metafísica. Se debe prestar atención al hecho de que en la unión hipostática, el Verbo ejerce una acción perfectiva en la naturaleza humana que asume. Así como todo hombre no es menos hombre aunque reciba momento tras momento su fuerza de ser, de igual modo, no parece indispensable que el Verbo comunique el ser a la naturaleza que asume sin que por ello sea menos perfecta. Es más, porque el ser le es dado en esa comunión humanamente inigualable que es la unión hipostática, se ve elevada a una perfección sobreeminente. En virtud de esta comunicación del ser, Cristo no es, pues, menos hombre, sino que lo es más plenamente. Un intento de interpretación de la Persona divina de Cristo, es el propuesto por J. Galot al explicar la Persona de Cristo por referencia a la noción como relación. Ve a la luz de la doctrina trinitaria el constitutivo de las Personas divinas en sus relaciones recíprocas, y, análogamente afirmará que el hombre es persona en virtud de las relaciones que mantiene con otras personas humanas. Pero esta solución no es suficiente desde el punto de vista ontológico, porque la solución profunda no hay que buscarla aclarando qué hace la persona, sino estableciendo qué es, es decir, se necesita establecer lo que es la persona antes de aclarar lo que ésta hace. Otra formulación referente a la unión hipostática es la que hace K. Rahner, quien afirma, como la calcedonense, que en Jesús hay una naturaleza humana y otra naturaleza divina perfectas, y que ambas están unidas sin confundirse entre sí en un único sujeto concreto, en una Única Persona, en un Único YO, pero no habla de que el Verbo sea la Persona, aunque se sobreentiende. Podríamos decir que su formulación es menos transparente que la de Calcedonia aunque sustancialmente coinciden. 2 Conciencia de Jesús como Hijo de Dios: -Jesús es el Hijo de Dios: Acerca de la identidad de Jesús, sacamos de los evangelios otra enseñanza absolutamente desconcertante: ¡es el Hijo de Dios¡. Jesús mismo revela el Misterio de su Persona y lo hace principalmente, a través de la actitud que adopta frente al Padre. El mensaje central de que es portador es el de una especial paternidad de Dios respecto a Él, pues Jesús lo llama Abbá (papá), designación que denota suma familiaridad y confianza. Además muchas veces subraya la diversidad cualitativa entre su relación con el Padre y la de sus discípulos, pues como sabemos, mientras que personalmente se dirige a Él llamándole “mi Padre”, a los discípulos lo presenta como “vuestro Padre” (Mt 7, 21; 11, 27 y sobre todo en Jn. 20, 17). En su relación irrepetible con el Padre, Jesús también revela la autoridad divina que ejercita, siendo un ejemplo claro, su actitud frente a la Ley mosaica, que se afirma como “perfeccionador”, es decir, como alguien que la completa con autoridad (cf Mt. 5, 17). Pero sobre todo, la dignidad divina de Jesús aparece con evidencia cuando se atribuye explícitamente el título de Hijo, como se advierte en el llamado himno de júbilo “…Todo me ha sido dado por mi Padre; nadie conoce al Hijo sin el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Padre se lo quiera revelar” (Mt 11, 25-27). Pero el apelativo de Hijo, también está presente en la ignorancia sobre el tiempo de la parusía (Mt. 13, 32), y en la parábola de los viñadores homicidas, donde es introducido con referencia Jesús (Mt. 21, 33-46). 1.4 Este título es relativamente raro en los sinópticos, que sin embargo presentan claramente la actitud filial exclusiva de Jesús frente al Padre, mientras que es frecuente en Juan, pues aquí se confiesa como el Hijo único, objeto de predilección del Padre, etc. A veces en el NT, se encuentran profesiones de fe en Jesús como Hijo de Dios, pero la mayoría de las veces aparece esta afirmación en las introducciones de las cartas, las exhortaciones, las catequesis. -Jesús y los discípulos: Un dato indiscutiblemente seguro para la moderna investigación crítica de los evangelios, es que Jesús constituyó el grupo de los Doce, por una serie de razones sólidas y convincentes. Ante todo la continuidad con el ambiente judío contemporáneo. Al enviar a los discípulos en misión, Jesús se atiene a la institución judía del Shalíah, es decir, al enviado oficial, con una misión que cumplir y de la que luego hay que dar cuenta. Con respecto al grupo de los Doce, es evidente por parte de Jesús la referencia a las tribus de Israel, y por lo tanto la intención de fundar un nuevo pueblo elegido. Por otro lado, el modo de elegir y de formar a sus discípulos que sigue una discontinuidad con el modo de actuar de los rabinos de la época. Él es quien escoge a sus discípulos, los llama a seguirle indefinidamente y les pide renunciar a todo incluso la familia. Entrando en comunión total del destino, con Jesús y que a la vez ha de estar pronto a seguir su suerte. Ningún Apóstol del N T, pretenderá un seguimiento tan incondicional, con una adhesión total, porque el único absoluto es Él, el Señor Jesús. Otro indicio de historicidad es que el grupo de los Doce ya estaba constituido antes de la muerte de Jesús ya que la tradición protocristiana presenta unánimemente al traidor de Jesús como uno de los Doce, es sabido lo difícil que esto resultaba en el ambiente de la comunidad primitiva. No lo seguían por el deseo de aprender la Toráh (como ocurría con los discípulos de los rabinos), sino, porque han oído su llamada, por la Persona del Maestro y por su proyecto de vida. El comportamiento de Jesús con sus discípulos, nos pone de manifiesto la conciencia que Él tiene de Sí, Jesús muestra que reivindica una autoridad excepcional, de carácter divino. Los evangelios usan el término autoridad, para expresar el asombro que Jesús provoca en sus oyentes. -Su vivencia como Hijo: Los textos evangélicos enseñan claramente que Jesús era consciente de ser el Hijo de Dios en sentido propio. En los sinópticos encontramos textos en los que Jesús se dirige al Padre con palabras que denotan una relación de íntima familiaridad con Él, con actitud de un hijo, pero a título especial, muy diverso del que compete a los demás hombres. Sin embargo los testimonios sinópticos más elocuentes son aquellos en los que Jesús habla de Sí como el Hijo. El primero es la declaración: “Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo” (Mt. 11, 27). También hay que añadir el texto donde Jesús, hablando de Sí mismo, afirma que el tiempo de la parusía no lo conoce “tampoco el Hijo” (Mc. 13, 32). Por último se puede mencionarla parábola de los viñadores homicidas (Mc. 12, 6), en la que aludiendo a su suerte, Jesús dice que por último es enviado “el hijo predilecto” (en el sentido de único). Basándose en estos textos, es, pues, legítimo concluir que, según los sinópticos, Jesús era consciente de ser el Hijo único del Padre. Otros testimonios se encuentran en el cuarto Evangelio, donde Jesús afirma: “Antes de que existiese Abrahán yo soy (Jn. 8, 58) ”El Padre y yo somos uno”(Jn.10, 30), estos pasajes acerca del conocimiento filial de Jesús, tienen un valor indiscutible. Así hay que afirmarlo, aunque, por ser resultado de una lectura pospascual del Misterio de Cristo, no permitan pronunciarse sobre la comprensión de los discípulos anterior a la Pascua. Resumiendo, no se puede negar que los evangelios testimonian unánimemente el conocimiento filial de Jesús. Es verdad que no se encuentran textos en los que Él diga expresamente que es Dios, lo cual no debe maravillarnos, porque en el NT Dios significa el Padre y si Jesús hubiese dicho explícitamente que era Dios, los discípulos, lo hubieran identificado con el Padre, aunque en varias 1.5 ocasiones se asigna a Sí Mismo el poder de Dios, por ejemplo en la curación del paralítico y el perdón de los pecados. -Jesús y el Padre: libera y perdona, actúa en el nombre de Dios: La relación de Jesús con el Padre tiene un carácter irrepetible. Así se ve sobre todo el uso que Él mismo hace del apelativo”Padre” en la oración, pues aunque invita a los discípulos a dirigirse a Dios llamándolo “Padre nuestro”, Él nunca se asocia a su oración, según se ve en numerosos textos. Además se dirige a Dios en la oración al llamarle Abbá, como en la oración de Getsemaní (M. 14, 36), donde el término Padre está presente en Arameo. En los sinópticos se encuentran varias indicaciones que permiten descubrir más profundamente la identidad personal de Jesús y por tanto su relación con Dios. La primera se halla en varios textos relativos a su misión, que le llevaba a socorrer a los pobres, enfermos, posesos y pecadores. Jesús pasó entre ellos consolando, curando, librando del demonio, perdonando. Ahora bien, para hacer estos milagros exige una actitud de fe que, si comprende la confesión de la misericordia de Dios, es decir, del Padre, es también un claro reconocimiento de su especial relación con Él. De hecho, Jesús es llamado Profeta (Lc. 7, 16) Mesías (Mt. 11, 26) y se le atribuyen también apelativos equivalentes de Santo de Dios (Mc. 1, 24), Hijo de David (Mc. 10, 47ss), e Hijo de Dios (Mc. 3, 11). Se trata de una declaración de fe que implica la certeza de que Dios sale al encuentro del hombre con su poder salvífico reconciliador justamente en la Persona de Jesús. La expresión Hijo de Dios, podía indicar también la dignidad mesiánica de Jesús o bien, tan sólo una filiación de gracia semejante a la de los cristianos, que son llamados hijos de Dios, más Jesús no la entendió en este sentido reducido; y los mismos discípulo a medida que iban profundizando con el Maestro, la comprendieron de modo cada vez más claro, llegando después de la experiencia pascual, a descubrir su sentido profundo. Jesús a través de la manifestación de su misión salvífica, con actitudes y palabras, revela progresivamente, su relación con el Padre, y como consecuencia su personalidad divina. Ello, siguiendo un plan pedagógico superior, que alcanza su perfección sólo con la Pascua y Pentecostés B-LA HUMANIDAD PERFECTA DE JESÚS. 1-Jesús, Hombre como nosotros. Con esta afirmación, no sólo pretendemos simplemente reiterar la enseñanza calcenonemse de que “Cristo es consustancial a nosotros”, sino más bien ilustrar a la luz del Evangelio que Él compartió la vida de sus contemporáneos, adoptó sus actitudes y experimentó sentimientos que son también los nuestros. Estamos convencidos de que la Cristología debe comenzar justamente aquí, tomando en consideración al Hombre Jesús tal como es presentado en los textos evangélicos. En el siglo XIX muchos autores procedieron con tal desenvoltura en la reconstrucción de la “vida” de Jesús, que al final nos encontramos con retratos que respondían más al temperamento del que los había trazado que a la realidad histórica de Jesús. Felizmente en nuestros días surge un renovado interés por la figura de Jesús. Hoy la continuidad entre el Jesús del Kerygma y el de la historia es un dato comúnmente admitido y se observa una notable floración de investigaciones sobre el judaísmo intertestamentario que ofrecen el marco histórico en el que se ubica la figura de Jesús. De ahí la posibilidad de trazar una imagen históricamente fiable del hombre Jesús. Porque la fe no sólo compromete a aceptar que fue verdaderamente hombre, sino además a perfilar su rostro humano que es precisamente la imagen de Dios. En definitiva, esta imagen es justamente la base de una cristología “Cristocéntrica”, tal como hoy se auspicia. -Imagen de Jesús. Ambiente social. Los textos evangélicos nos ofrecen noticias suficientes sobre su ambiente familiar y social en el que creció. De Él se conocen su lugar de origen, su madre y a al que todos tenían por su padre, y también tenemos algún conocimiento sobre sus parientes. Como cualquiera de nosotros, se 1.6 desarrolló física, intelectual y religiosamente. Con respecto a su vida en Nazaret, es del todo semejante a la de sus contemporáneos, debido a lo cual sus parientes no entendieron, su misión, al principio de su vida pública, tanto es así, que lo tuvieron por loco, como podemos observar en Mc. 3, 21. Entre otras cosas, sabemos que su predicación en Nazaret no obtuvo ningún resultado apreciable (Mc. 13, 53-58 par.) -Aspecto físico. Carácter: En cuanto al aspecto físico, no dice gran cosa los evangelios. Probablemente Jesús tiene un aspecto atractivo, porque si no cómo se explica el séquito de multitudes de que hablan los evangelios. Pero desde luego, era un hombre que estaba acostumbrado a la fatiga, pues continuamente estaba viajando, con frecuencia descansaba en el suelo, y durante su pasión demuestra una resistencia no común a la fatiga física y al sufrimiento. Por otra parte, como cualquiera de nosotros, conoce el cansancio (Jn. 4, 6), el hambre y la sed, y aprecia la cálida hospitalidad de una casa amiga (Jn, 2, 1ss; 12, 1-3). Respecto al carácter, tenemos noticias más amplias. De los evangelios se desprende la figura de un hombre resuelto, dotado de una extraordinaria claridad en la elección de la finalidad de su vida y de una gran firmeza y voluntad para perseguirla. Mateo en su Evangelio nos cita con mucha frecuencia, expresiones que manifiestan tal resolución. Parece incluso que desde la adolescencia reconocía con claridad su vocación, como se ve en el episodio del encuentro en el templo, cuando dice a sus padres. “…¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre” (Lc. 2, 49). -Cualidades morales: En esta resolución no es difícil descubrir otras cualidades morales, que son corolario suyo, por ejemplo, la lealtad. Prescindiendo de la afirmación explícita de Jesús de que el lenguaje debe ser expresión de lo que se piensa “decid sencillamente sí o no” (Mt. 5, 37), hay que considerar el conjunto de su vida, que se caracteriza por la fidelidad y la coherencia. Pero resolución también significa valor, y Jesús lo demuestra escogiendo el camino del rebajamiento (profetizado en los cantos del siervo del Señor), siguiéndolo ante el abandono de parte de los discípulos (Jn. 6, 67), la incomprensión de los Apóstoles (Mt. 16, 22s) y, finalmente, su deserción (Mt. 26, 56. 69-75). Pero no debemos terminar aquí nuestra indagación, porque correríamos el riesgo de hacernos una imagen incompleta de Jesús, que lo presenta como un frío ejecutor de un designio, incapaz de aceptarlo con participación interior. En realidad los evangelios, presentan a Jesús como un hombre sensible, experto en humanidad, dotado de rica emotividad. -Actitud humana. Emotividad: Sus actitudes y enseñanzas muestran hasta la evidencia su atención a todos, especialmente a los pobres y pecadores, or ejemplo su humanísima actitud con la adúltera – Jn. 8, 6. 8-, su afecto hacia los niños –Mc. 10, 13-16-, su amor al joven rico –Mc. 10, 21-. Es también un profundo conocedor del corazón humano, como lo vemos en el diálogo con la samaritana (Jn. 4, 16-18), la parábola del hijo pródigo (Lc. 15, 11-32) y del fariseo y el publicano (Lc, 18, 9-14). Varias veces se dice de Él explícitamente, que conocía lo que está oculto en el corazón del hombre (Mt. 9, 4; Lc. 6, 8). Para ilustrar su sensibilidad, recordemos que su enseñanza le muestra como atento observador de la creación, pues a menudo se refiere a la naturaleza. En cuanto a la emotividad de Jesús, los evangelios, no se muestran reticentes. Nos estamos refiriendo a su modo apasionado de sentir ( la compasión ante las multitudes hambrientas –Mt 15, 32-), sus reacciones de enojos (en la condena de quienes no hayan ayudado a los pobres y a los que sufren –Mt 7, 23-), su celo ardiente por las cosas de su Padre ( su vibrante intervención de celo al ver el templo transformado en cueva de ladrones –Mt 21, 12 par-). 1.7 2_Jesús hombre de su Tiempo: -Jesús un judío: Jesús es judío de raza y de cultura. Su familia se mantenía fiel al culto del templo de Jerusalén y a la Ley, como lo vemos en muchos momentos de la vida de Jesús: Circuncisión, presentación en el templo, peregrinación anual a la Ciudad Santa. Aunque su lengua materna era el Arameo del cual los evangelios conservan alguna palabra, debía conocer también el Hebreo, en el que estaban redactadas las Escrituras. Por otro lado, los evangelios nos da a entender que participó fielmente en la oración judía cotidiana: Shemá Israel, que se encuentra en sus palabras como por ejemplo en Mc. 12, 18-24. -Jesús y los esenios, fariseos y saduceos: En los textos de Qumrán, se entrevé una cierta afinidad entre la mentalidad de los esenios y la de Jesús, siendo elementos comunes, la espera del Reino de Dios, la adopción de la espiritualidad de los anawim, la enseñanza de la lucha entre la luz y las tinieblas. Pero sin embargo, también hay rasgos que distinguen netamente el mensaje de Jesús: el Reino de Dios anunciado por Él mismo está abierto a todos, y no sólo al grupo de los iniciados, pues Jesús vivía en medio de la multitud y se dirigía también a los publicanos y pecadores. Con respecto al amor que Jesús predica, abarca también a los enemigos. Él relativiza la importancia de la Ley, mientras que los esenios subrayan su rigor. Así pues, el mensaje de Jesús refleja las convicciones religiosas apocalípticas de muchos de sus contemporáneos, pero también difiere notablemente de ellas. Su relación con los fariseos, es más conocida, pues los textos del NT informan ampliamente de los choques con ellos. La crítica que Jesús hace de ellos, se refiere a su comportamiento, pues no hacen lo que enseñan. Pero además les hace una objeción de principio: si la observancia de la Ley es de suyo loable, debe no obstante ceder el paso al amor del prójimo. Si el ministerio de Jesús, revela su conocimiento de los principios y de las costumbres del partido de los fariseos, manifiesta más todavía su oposición a los saduceos, quienes constituían la aristocracia sacerdotal y eran sus sostenedores. Como tales, eran miembros del Sanedrín, depositario del poder político. Aunque el choque de Jesús con ellos era menos directo y frecuente que con los fariseos, sin embargo, no fue por eso menos radical. Estos condenaron a Jesús a morir en la cruz. El mensaje de Jesús era religioso, pero constituía claramente una amenaza para el poder político de la secta saducea, que era preponderante. Jesús, como hemos visto, es un Maestro que no vacila en tomar posiciones contra estos grupos descritos, pero es también un hombre de su tiempo y de su ambiente por el conocimiento de las Escrituras que demuestra poseer y que parece que es debido a una larga meditación personal. Hace referencia a las Escrituras con respecto al Decálogo, a los Salmos y a Isaías. Con frecuencia recuerda, y a veces perfecciona, la Ley mosaica. Sus oraciones se inspiran en los Salmos. Sobre todo expresa el sentido de su misión y el Misterio de su personalidad a la luz del plan salvífico trazado por las Escrituras. Finalmente, Jesús explica las Escrituras como nadie, de ahí el asombro de las multitudes, por la elevación y autoridad de su enseñanza (Mt. 7, 28). 3.Jesús al servicio de los hermanos: Jesús se presenta como alguien que concibe su vida como servicio a Dios y a los hermanos, o más exactamente como servicio a los hermanos por amor a Dios. Pues vio en el amor a los hermanos la “regla de oro” de su vida y la de sus discípulos: Ama al prójimo como a ti mismo (Mt. 22, 39par.). No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan (Mt. 7, 12 par.). Es la máxima que resume positiva y negativamente toda su enseñanza moral. Pero es importante que recordemos que ésta, fue antes de todo la norma de su vida. Jesús, no establece discriminaciones; ama a todos los hombres aún sabiendo que son malos y pecadores. Se acerca a los discípulos y las turbas, amándoles hasta el fin (Jn. 13, 1) y enseñándoles a hacer lo mismo. Se trata de un amor concreto, bien por estar dirigido al hombre tal como es, es decir, débil y pecador; bien, porque no se limita a las palabras, sino que exige hechos. Este amor 1.8 concreto es, en efecto, la clave de su existencia. En una palabra, toda su vida se ha de ver como una “pro-existencia”, como una entrega de Sí. El secreto que insta a enfocar de esta manera su vida, está en su relación asidua con Dios, es decir, la oración ocupa realmente el puesto central de su vida y la actitud habitual. Pasa a menudo noches en oración (Mt. 14, 23), se retira aparte a orar (Lc. 8, 18), se dirige al Padre en momentos decisivos como por ejemplo en el Bautismo (Lc. 3, 21), la elección de los Doce (Lc. 6, 12), la transfiguración (Lc. 9, 28ss) y la pasión (Mt. 14, 32-39). En cuanto al contenido de su oración no es fácil saberlo, sólo es posible en la medida en que los evangelios lo permiten. Por ejemplo, a veces sorprendemos en sus labios palabras de agradecimiento al Padre con motivo de la resurrección de Lázaro (Jn. 11, 41); O de gozosa alabanza cuando los humildes acogen su palabra (Mt. 11, 25s, par.). Pero con más frecuencia la Revelación afirma que Jesús oró para tener la fuerza de cumplir la voluntad del Padre, para servir a los hermanos hasta la donación de Sí: “No como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt. 26, 39-44). En una palabra, mediante el sufrimiento, aceptado con espíritu de sumisión al Padre y sostenido por la oración insistente, Jesús, encuentra la fuerza para amar hasta el sacrificio de Sí mismo, Con ello demuestra que es hombre como nosotros: débil en cuanto hombre, pero, fuerte con la ayuda divina obtenida por medio de la oración. C-LA SANTIDAD DE JESÚS: 1.Jesús santificado por el Espíritu: Hacer un estudio a fondo de la evolución de la doctrina sobre la presencia del Espíritu Santo en la vida de Jesús, es una investigación que entra por derecho en una pneumatología bien articulada. Por eso aquí nos limitaremos a un rápido conocimiento de las enseñanzas bíblicas y alguna reflexión teológica. -Espíritu Santo, Mesías en el AT: Comenzaremos por los anuncios veterotestamentarios de la doctrina, que se refieren a la función del Espíritu de Dios en la vida del Mesías. Es el Espíritu Santo mismo el que “habló por medio de los profetas” para ilustrar por anticipado el sentido de sus intervenciones en la vida del futuro salvador. Sobre todo por boca de Isaías que profetiza que el Mesías será revestido del Espíritu y anunciará la salvación con paciencia y firmeza (Is. 42, 1-42) y cuya presencia no faltará (Is. 59, 21) Una simple ojeada a la vida terrena de Jesús, permite advertir la importancia que tuvieron en ellos, los textos proféticos. Jesús reflexionó sobre su misión justamente desde ellos, según las palabras en la sinagoga de Nazaret (lc. 4, 6-21). Más aún, en ellos se apoya la interpretación que da Él de su vida como rescate “por nuchos”. Y partiendo de ellos profundizó Jesús, la función del Espíritu en su vida. -Espíritu Santo, Mesías en el NT: Pero es toda su vida la que está sellada por el Espíritu desde el principio, siendo los textos que conducen directamente a esta afirmación: La Anunciación de María (Lc. 1, 35), la visita a Isabel (Lc. 1, 41), el cántico de Zacarías (LC. 1, 67) y el testimonio de Simeón en el templo (Lc. 2, 27).. Después, todo su ministerio aparece animado por el Espíritu, es guiado continuamente por Él: desciende sobre Él en el Bautismo (Mt. 3, 16 par.), lo conduce al desierto (Mt. 4, 1), Él mismo bautiza en el Espíritu Santo (Jn. 1, 33), hace renacer en el Espíritu (Jn. 3, 15), realiza los milagros con el poder del Espíritu (Mt. 10, 19). Pedro hace referencia a esta acción continua del Espíritu durante la vida pública de Jesús, después del Bautismo (He.10, 36ss). Los evangelios, también dan a entender que durante su pasión, Jesús, hubo de experimentar de manera especial el consuelo del Espíritu Santo; pues justamente en la Última Cena lo promete a los discípulos (Jn. 16, 7) y lo da en el momento de su muerte (Jn. 19, 30). Podemos resumir todo esto, diciendo que Jesús, el Cristo, el “consagrado”, es plenamente santificado en el Espíritu. A este respecto, San Ireneo expresa hermosamente que, al estar el 1.9 Espíritu con Cristo, se habituaba a estar también en el género humano, a reposar en el hombre y habitar en la criatura plasmada por Dios. También, la vida del resucitado está marcada por la presencia del Espíritu (Rm. 1, 4); y en ella Jesús se convierte en “Espíritu dador de vida” (1Cr. 15, 45), de manera que su realidad humana queda glorificada y capacitada para comunicar la vida divina a los hombres. En una palabra, el Espíritu Santo, es el Espíritu de la Verdad, el consolador enviado por el Resucitado para transformarnos en el Resucitado. Por eso no es de extrañar que el NT, muestre la vida de la Iglesia de los orígenes animada por la presencia asidua del Espíritu Santo, es decir, así como santificó la humanidad de Cristo, el Espíritu tiene la función de santificar a su Iglesia. Pero ¿Cómo ha de entenderse la presencia santificadora del Espíritu en la humanidad de Jesús? La Teología siguiendo la Revelación (Jn. 14, 23), enseña que el Espíritu habita en los creyentes convirtiéndolos en templos suyos ( 1Cor. 6, 19), habitados por Él, podríamos, entonces, análogamente reconocer también, la función de inhabitar en la humanidad de Cristo; Por eso Jesús, como hombre, está “lleno de gracia” y es “consagrado” para la misión salvífica de la presencia santificadora del Espíritu Santo. -Espíritu Santo, Mesías en la Teología: Esta enseñanza es igualmente unánime de los Padres hasta mediados del S. IV, que dan un enorme relieve a la unción por el Bautismo en el Jordán. Santo Tomás, por su parte, afirma que el Espíritu Santo es el principio de la gracia habitual en Jesús, pues para él, el alma de Cristo estaba movida perfectisimamente por el Espíritu Santo, porque precisamente, por eso en Jesús estaban presentes los dones del Espíritu. Pero, este testimonio es raro, pues la Teología, a partir de Gregorio Nacianceno y de Agustín, ha descuidado dicha doctrina prácticamente hasta nuestros días. Por otro lado, no hay que perder de vista la Encarnación, al subrayar la acción santificadora del Espíritu, porque este es un momento fundamental de la santificación de la humanidad de Jesús, ya que esta acción del Espíritu se despliega radicalmente al asumir el Verbo, una naturaleza humana como la nuestra, es decir, el Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María “obra del Espíritu santo”.. En consecuencia compartimos con la enseñanza patrística y la escolástica una doble unción de Cristo, es decir, en la Encarnación por obra del Verbo, y en el Bautismo por obra del Espíritu, pero, insistiendo a la vez, que también la primera unción es realizada en su origen por el Espíritu Santo. 2.La gracia, el mérito y las virtudes: -La gracia: Empecemos recordando que el término gracia no se entiende directamente en sentido técnico, como don sobrenatural permanente que santifica al hombre. Siguiendo la Escritura, gracia indica más bien la bondad, la bendición, la benevolencia, el favor, la generosidad de Dios para con sus elegidos, y particularmente con Jesucristo, que posee eminentemente estos dones y los comunica a los creyentes. Así lo entienden los evangelios cuando afirman que “Jesús crecía en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc. 2, 52), y que es el “Unigénito del Padre lleno de gracia”, de cuya plenitud hemos recibido todos “gracias sobre gracias” (Jn. 1, 14. 16 ss). Para explicar teológicamente la gracia de Cristo, primero hay que decir que no eclipsa para nada la acción santificadora del Verbo, Quien en la Encarnación situó a la humanidad asumida en una cercanía a Sí mismo, indecible. Así pues, la gracia de Cristo, es un don añadido a la consagración fundamental de la unión hipostática, es decir, como reverberación suya, que tiene la función de santificar progresivamente a la humanidad asumida. Esta explicación la da Santo Tomás acerca de la gratia unionis y la gratia habitualis de Cristo. Por otra parte, según el NT, advertimos igualmente que, el acento no recae en el hecho de que la gracia santifica a Cristo, sino en el de que Cristo comunica generosamente a los hombres, sus hermanos, esta misma gracia que posee plenamente. Santo Tomás y la Escolástica, llama a este don gratia capitalis, es decir, la gracia que posee en cuanto Cabeza de la Iglesia y, a título diverso, 1.10 en cuanto Cabeza de la humanidad. Realmente se trata sustancialmente de la misma gracia habitual que acabamos de mencionar, pero vista desde otro ángulo. Según la Revelación esta doble gracia personal (capitalis y habitualis) es poseída por Cristo plenamente desde el principio, siendo a la vez, susceptible de desarrollo. Es decir, este doble don lo poseyó desde la Encarnación, pero, lo poseyó más perfectamente en el curso de la vida terrena, y de manera más perfecta en el momento de la resurrección. -El mérito: Jesús cuando cumple su misión salvífica por obediencia al Padre, ganó para todos los hombres la liberación del pecado y la adopción como hijos de Dios. El nexo causal entre pasión y muerte de Cristo y salvación de la humanidad, del pecado, es tan evidente que no hace falta documentarlo. En cambio, si es necesario subrayar el valor meritorio de la obediencia amorosa de Cristo a la voluntad del Padre en orden a su glorificación. Según los testimonios del NT, justamente sufriendo y muriendo, mereció Jesús su resurrección de la muerte, la glorificación de la humanidad y la exaltación a la derecha del Padre. La doctrina del mérito de Jesús es de gran importancia y hay que salvaguardarla absolutamente, porque al subrayar la aportación de su humanidad a la salvación, se explica radicalmente cómo a cada hombre se le otorga la posibilidad de asociarse a Él para un más perfecto cumplimiento del designio salvífico. Esta doctrina es una confirmación de la iniciativa soberana de Dios, que, manifiesta su poder, valiéndose de instrumentos débiles e insuficientes, como son los hombres, para realizar sus designios. -Las virtudes: En cuanto a las virtudes de la fe y esperanza de Jesús, solamente se le pueden atribuir, estableciendo una rigurosa puntualización. Con respecto a la virtud de la fe, hasta hace un decenio se la excluía en Jesús por parte católica. En realidad, resultaba totalmente imposible, admitir en Jesús un conocimiento oscuro y parcial de la Revelación, como es el de la fe, cuando Él es la Revelación en Persona. Además la fe se refiere al conocimiento de Dios y del Hijo de Dios encarnado; de ahí que pareciera imposible admitir en Jesús este tipo de conocimiento imperfecto, ya que era consciente de su identidad divina. El NT, nunca atribuye a Jesús, un conocimiento de fe, más bien afirma que el mismo Jesús pedía a los hombres una fe en Él igual a la debida a Dios. En el texto de la Carta a los Hebreos 12, 2, refiriéndose a la fe, dice que Jesús es “autor y consumador”, estimamos que se refiere a la confianza incondicional ante el misterioso designio de Dios sobre la salvación. Frente a su destino doloroso y el aparente alejamiento de Dios, Cristo responde con un acto de absoluta confianza en Él. En esto Jesús es para nosotros maestro de fe. Por tanto, está claro que no cabe la posibilidad de considerar en modo alguno en Jesús, de un conocimiento oscuro e imperfecto. El conocimiento de su destino, del que Jesús, en virtud de la Kénosis, se privó poniéndose en manos del Padre en una actitud de confianza, se refería, a nuestro entender, sólo a las circunstancias de la pasión y muerte. En cuanto a la virtud de la esperanza, hay que decir que en el NT nunca se ve que Jesús tuviera esperanza o esperara; esta actitud se refiere siempre a los cristianos quienes esperan en Dios y en Cristo. Pero hay que aclarar además qué se entiende por esperanza. Si este término se remite generalmente, a una actitud de confianza en Dios, entonces, su atribución a Jesús no crea dificultades particulares, según se ha visto de la fe de Cristo. Si, en cambio, como hace la Revelación, se entiende por esperanza, la confianza propia del creyente de obtener la vida eterna no en virtud de sus propios méritos sino de la gracia de Cristo, entonces creemos imposible atribuir a Jesús esta virtud. Él mereció definitivamente para Sí y para nosotros la vida eterna, y por tanto no tiene necesidad de esperarla de la misericordia de Dios, como le ocurre a cualquier hombre que conoce por experiencia su propensión al pecado. 1.11 3. Los ministerios de Jesús: Aquí usamos la palabra ministerio, para indicar los momentos más importantes de la misión de Cristo. Se trata de los servicios que realizó para nuestra salvación. Son ministerios de Jesús: la predicación, los milagros, las curaciones, pero también son fundamentalmente su pasión y muerte en la cruz y su resurrección. Durante su vida terrena, Jesús desarrolló una misión profética, real y sacerdotal, y lo hizo enseñando, sirviendo y sacrificándose a Sí mismo. Este triple ministerio brotaba directamente de la Encarnación del Verbo y era su manifestación suprema; este Misterio habla de rebajamiento, servicio y sufrimiento, pero abrazados por amor y soportados con coherencia sobrehumana. Los evangelios hablan también de otros ministerios como: curar, librar de la posesión diabólica, perdonar los pecados, preparar a los discípulos para la misión; sin embargo, todos se pueden reducir, sin violencia al profético, sacerdotal y real, de los que son articulaciones. En el NT los ministerios de Jesús, están ligados a su unción por obra del Espíritu Santo. Pues los principales momentos de su vida aparecen como sellados por eficaces intervenciones del Espíritu Santo, Quien al santificarlo, le dispone próximamente al servicio. De aquí la conclusión: en Jesús los ministerios son dones; luego son propiamente carísmas (esta interpretación parece encontrar un sólido apoyo en el hecho de que en el Nuevo Testamento ministerios y carismas son realidades equivalentes) Consagrados por la presencia activa del Espíritu Santo, su ministerio es, pues, la raíz, de todos los ministerios eclesiales, La Iglesia es también una realidad arraigada en Cristo, pero también en el Espíritu, es simultáneamente don de Cristo y del Espíritu. Además se presenta simultáneamente estructurada en institución y animada por carísmas. La iglesia tiene su centro conjuntamente en Cristo y el Espíritu. D_ LA IMPECABILIDAD DE JESÚS: -La impecabilidad: Este término no quiere decir simplemente que Jesús no cometió nunca pecado, sino que no tenía absolutamente posibilidad de pecar. En la base de esta enseñanza se encuentran los testimonios bíblicos acerca de la santidad de Jesús, particularmente la afirmación de la Carta a los Hebreos de que es en todo semejante a nosotros, pero excluido del pecado (Heb. 4, 15). Si profundizamos más, la impecabilidad tiene su raíz en la misma Persona de Jesús que es divina. La afirmación de la impecabilidad suscita la pregunta siguiente ¿Cómo pudo obedecer libremente a la voluntad del Padre mereciéndonos la salvación, si no podía proceder de otra manera?. Esto podemos expresarlo también en términos bíblicos preguntándonos ¿Cómo se debe interpretar la oración de Jesús en Getsemaní: Pase de mí este cáliz, pero hágase tu voluntad… Abordando la cuestión desde este último ángulo, los teólogos han propuesto en el pasado las siguientes soluciones. Algunos, entendiendo la libertad humana como capacidad de determinarse por el bien o por el mal, pensaron que Jesús, ante el mandato del Padre, eligió libremente como cualquier otro hombre, pero semejante solución termina eludiendo el problema, ya que propiamente no se puede hablar de impecabilidad. Por eso, otros teólogos pensaron que no se trataba de un verdadero y estricto mandato, sino de una especie de deseo divino, de manera que Jesús podía aceptarlo o rehusarlo sin desobedecer, aquí tampoco se soluciona nada, además, esta explicación va en contra de la enseñanza global de la Escritura, que habla varias veces de la voluntad del Padre, que Jesús debe cumplir en cuanto que es hombre. La última solución posible es la que habla de un verdadero mandato del Padre y de una auténtica libertad de Jesús, pero ésta, no ha de entenderse como una inconcebible libertad de hacer el bien o el mal La libertad de Jesús se ha de entender como la capacidad de decidirse sin vacilación alguna por lo que es bueno. 1.12 He aquí en qué sentido era entonces libre Cristo: Según J. Galot “Él se determinaba por Sí mismo”. Y decidía libremente obedecer a su Padre. A pesar de ello no tenía la posibilidad de escoger la desobediencia; su libertad consistía en la autodeterminación. La impecabilidad de Cristo, al excluir la facultad de escoger el mal, se conciliaba con su libertad. Cristo se determinó por Sí mismo a amar al Padre y a obedecerle Esta última solución está en armonía con la Revelación y aunque obliga a reflexionar sobre la naturaleza de la libertad, al final nos parece que es plenamente comprensible. -Las tentaciones: Es preciso introducir una importante distinción entre la tentación de Cristo y la nuestra. Es decir, cuando nosotros somos tentados experimentamos con frecuencia, una atracción fuerte hacia el mal, una especie de complacencia, que según el C. De Trento, “Se deriva del pecado y a él orienta”. Bien, pues este desequilibrio relacionado fundamentalmente con el pecado estaba del todo ausente en Cristo, incluso en el momento más fuerte de la tentación.: en Getsemaní; nunca experimentó esa atracción, aunque sea indeliberada, hacia el mal moral. Por otro lado, sus tentaciones no fueron puramente externas, sin ninguna resonancia en su ánimo, como si hubiera fingido ser tentado para darnos ejemplo y consuelo en el momento de la prueba Así era como se pensaba en la Teología del pasado, pero que ofrecía una imagen de las tentaciones de Cristo que no daba plenamente razón de su Psicología humana. En la actualidad, en cambio, se piensa en verdaderas tentaciones interiores, que tuvo una cierta resonancia en el ánimo de Jesús, pero sin suscitar en Él complacencia alguna. Es decir, en Él no hubo ninguna propensión al mal o claudicación ante él, porque al contrario de nosotros, que no tenemos el don de integridad, era capaz de dominar perfectamente aquellas resonancias con resolución personal plenamente lúcida. E- EL CONOCIMIENTO HUMANO DE JESÚS: 1.Los testimonios del NT: En el NT falta por completo el interés por la Psicología de Jesús, tan vivo en nuestros días; únicamente se encuentran diseminadas anotaciones preciosas, pero ajenas a la preocupación de ofrecer un cuadro de la Psicología de Cristo, y más aún, de su desarrollo. Así pues las noticias que nos ofrecen tienen carácter fragmentario, y no permiten una reconstrucción exhaustiva. Además las fuentes escriturísticas dan a entender que la Psicología humana de Jesús era muy compleja. Agrupar todos los datos en un cuadro armónico no es fácil. Todo ello nos invita a comenzar el estudio del conocimiento siguiendo el siguiente orden: -Conocimiento experimental: Los evangelios hablan de este tipo de conocimiento con mucha frecuencia, porque en muchas páginas muestran que Jesús estaba dotado de conocimientos de tipo experimental, limitados y progresivos. Por su comportamiento aparece como alguien que vive muy arraigado en su tiempo; en sus decisiones y en sus actos se refiere continuamente a las personas que encuentra y a la realidad que le rodea, por ejemplo vemos como se sorprende de la incredulidad de sus compaisanos (Mc. 6,6); O como se admira por la fe del centurión (Mt. 8, 10). -Conocimiento progresivo: Jesús hace con frecuencia, preguntas espontáneas, bien para enterarse de lo que ignora, bien para recibir noticias de acuerdo con las cuales regular su proceder, como vemos en Mc. 1, 30. 37; 3, 32. Todos ellos son elementos que revelan la presencia en Jesús de un conocimiento humano de origen experimental que se desarrolla paulatinamente. A la misma conclusión llevan los textos de los que se sigue que las circunstancias le inducen a modificar sus planes, por ejemplo algunas veces no entra públicamente en una ciudad por la exaltación suscitada por sus milagros (Mc. 1, 45), o no puede permanecer oculto como desearía (Mc. 7, 24), o no puede realizar milagros por la 1.13 incredulidad de la gente 8Mc. 6, 5s), o por el contrario se ve forzado a hacerlo por la insistencia del interesado (Mc, 7, 29). -Conocimiento extraordinario: Los evangelios enseñan además la presencia en Cristo de un conocimiento de tipo extraordinario, humanamente inexplicable. Por ejemplo en Mt 9, 4 o Lc. 6, 8, se puede apreciar la capacidad de conocer el pensamiento de los hombres antes de que hablen, o conoce acontecimientos que se producen en otro lugar, fuera de su vista (Mc. 11, 2 par). -Conocimiento superior: También su conocimiento religioso aparece decididamente superior al de sus contemporáneos. Recuerda las Escrituras demostrando que las conoce a fondo (Mt. 5, 21. 27. 31. 33. 38. 43) , o las turbas se admiran de su autoridad y sublimidad en su doctrina (Mt. 7, 28; 22, 33). Pero en el campo de la misión es donde muestra con claridad que está dotado de pensamientos superiores. Desde el comienzo de su ministerio, sabe que es el Mesías, que debe predicar el Reino de Dios, que camina hacia un destino de sufrimiento y muerte para la salvación de los hombres. El Evangelio de Marcos está todo construido sobre esta convicción de fondo: Jesús sabía que era el Mesías. Realizaba las obras mesiánicas, pero no quería que se difundiera, porque las multitudes interpretaban su misión en clave nacionalista. Esta consigna del secreto mesiánico sólo desaparecerá después de su muerte. Pero es que además desde los albores de su ministerio está convencido de que debe desempeñar una misión mesiánica y son claros indicios de esta conciencia: la investidura mesiánica oficial en el Bautismo del Jordán (Mt. 3, 13-17), el anuncio de su misión en la sinagoga de Nazaret (Lc. 4, 1621), la predicación del Reino de Dios, las curaciones milagrosas y las liberaciones del demonio que realiza. El momento central de su misión es la pasión, la cruz y la resurrección que anuncia varias veces. Con respecto a su fin doloroso, unas veces lo hace explícitamente (Mc. 8, 31; 9, 31), o lo hace veladamente como en la parábola de los viñadores homicidas(Mt. 21, 33-46 par.) y en las referencias al cáliz que ha de beber y al Bautismo con que será bautizado (Mc. 10, 39; Mt. 20, 23). De los evangelios se desprende también que va libremente a la muerte que no hace nada por acallarla, sino que incluso la provoca. Además le atribuyó un valor salvífico a su muerte a favor de todos los hombres como lo demuestra su convicción de haber venido para servir y dar su vida en rescate por muchos, como nos dice Mc. 10, 42-45. También durante la Última Cena, la presenta como don por la redención de todos los hombres, pues habla de un fin doloroso usando un lenguaje sacrificial, con expresiones que indican una oferta y una expiación de valor universal ((Mt. 26, 28 par.). Por último hay que recordar también la Carta a los Hebreos, según la cual se convirtió en instrumento de salvación para todos los hombres gracias a su sufrimiento (Heb. 5, 7-9). Por lo demás, los evangelios parecen dejar entrever el proceso mismo por el que Jesús llegó a madurar esta convicción. Es decir, parece que ejercieron un influjo decisivo en Él, tanto los acontecimientos de la vida pública, como la idea, entonces corriente, del valor expiatorio de la muerte del siervo paciente. Todo ello, en virtud de iluminaciones divinas particulares, le habría llevado a ver con suma lucidez en su muerte, la culminación de la obra salvífica de Dios. 2.Evolución doctrinal: El tema de la Psicología humana de Jesús ha sido profundizado reiteradamente en el curso de los siglos: -Patristica: Hasta la crisis nestoriana, se admitía generalmente sin dificultad el carácter limitado del conocimiento humano de Jesús; sólo después se fue abriendo paso la tendencia a atribuirle un conocimiento humano perfecto. Algunos Padres desarrollando la enseñanza calcedonense de la 1.14 perfecta humanidad de Jesús, siguiendo la pista de la cristología de Juan, llegaron a sostener la perfección de su conocimiento. Algunos en virtud de la unión hipostática, afirmaron incluso en Jesús la presencia de un conocimiento perfecto ya desde el primer instante de su existencia, y por tanto la imposibilidad de un desarrollo cognoscitivo real. Esta toma de posición tuvo lugar sobre todo frente al agnoetismo, que sostenía la ignorancia y el progreso cognoscitivo en Jesús. -Teología medieval: Esa orientación de la que hablábamos en la época Patristica, fundada en lo que podía llamarse “principio de perfección”, pasará a la Teología medieval que insistirá precisamente en la plenitud del conocimiento humano de Cristo. Santo Tomás, uno de los defensores más equilibrados de esta doctrina, afirma la presencia en Jesús de una ciencia triple: Una ciencia beatífica, para que pudiese comunicarla a los hombres. Una ciencia infusa, es decir infundida inmediatamente por Dios, tanto porque su humanidad era perfecta, como porque la poseyeron también algunos hombres privilegiados: los profetas y los apóstoles. Y una ciencia adquirida o experimental, porque es característica del hombre, pero en Él debía ser perfecta y abarcarlo todo. -Principios del S. XX: Prácticamente la Teología se mantuvo en estas posiciones hasta principios del S. XX. Los únicos elementos nuevos durante este largo período fueron el reconocimiento de la presencia en Jesús, de una ciencia adquirida sólo relativamente perfecta, o sea, condicionada por el contexto histórico; y la atribución a la ciencia beatífica de la función de manifestarle a Cristo su personalidad divina. En los últimos cincuenta años el enorme desarrollo de la ciencia bíblica, ha llevado a los teólogos a estudiar cada vez más la figura histórica de Jesús, su humanidad y su historicidad. Por eso, ante los nuevos resultados de la exégesis, les ha parecido indispensable a muchos revisar la enseñanza clásica de las tres ciencias de Cristo para armonizarla mejor con los datos bíblicos En consecuencia, al exponer hoy la ciencia adquirida de Jesús, la Teología tiene debidamente en cuenta los condicionamientos y las limitaciones, que proviene del hecho de ser hombre de una determinada época, y de un determinado ambiente social. Esto lleva a admitir necesariamente que Jesús experimentó un progreso cognoscitivo real gracias a la educación familiar, a la oración y a la contemplación de la Escrituras, a la experiencia con los hombres y al contacto con la naturaleza. En cuanto a la ciencia beatífica, la Teología actual parece orientada a negarla, bien porque no se ve cómo se compagina con la realidad de la pasión, es decir, cómo puede realmente sufrir el que es beato; o bien, porque no parece dejar lugar para la libertad de Cristo. Por eso hoy se estima en general que Jesús, desde el principio de su vida terrena conoció de modo humano su filiación divina, y no a través de la ciencia beata; tuvo más bien de ella una “visión inmediata”, en virtud de la cual desde el principio poseyó un conocimiento intuitivo de su personalidad divina. Ese conocimiento global se volvió reflejo y se expresó mediante conceptos sólo de forma progresiva, debido al contacto de Jesús con los demás y con el mundo. Una revisión análoga, se hace también a la ciencia infusa que no se la ve como un conocimiento enciclopédico, sino que se la considera limitada, en conformidad con el rebajamiento al que Cristo se quiso someter en la Encarnación. Esta ciencia resulta indispensable además para poder amar a todos los hombres y a darse a Sí mismo por cada uno de ellos (Gál. 2, 20). Es obligado hacer una alusión a las intervenciones del período modernista, relativas principalmente al conocimiento de Jesús acerca del tiempo de la parusía. Sobre ello recordamos el Decreto Lamentabilis y la Encíclica Pascendi, donde se reprueba a cuantos sostienen que Cristo habría enseñado erróneamente la proximidad de la parusía o que no habría tenido conciencia de su dignidad mesiánica. Pero estos errores al no ser condenados con censura teológica precisa, habrá que recurrir a la confrontación con la enseñanza revelada para establecer en qué medida son contrarios a la doctrina católica. -Puntualizaciones teológicas: Parece oportuno intentar una toma de posición más precisa sobre algunos puntos hoy particularmente discutidos, así pues, tomamos en consideración dos límites del conocimiento 1.15 experimental de Jesús, a saber la ignorancia y el error. La primera está atestiguada en los evangelios; de los cuales se desprende que Jesús aprendía, ignoraba ciertos acontecimientos y pedía explicaciones. Indudablemente toma parte de la condición histórica del hombre, en la que el Hijo de Dios quiso aparecer, y no constituye un problema desde este punto de vista. Los problemas surgen cuando se considera que a veces en nosotros la ignorancia va acompañada de una imperfección moral, cuando ignoramos algo que estaríamos obligados a saber, y eso por negligencia o superficialidad, y, en cuyos casos, la ignorancia será objetivamente, más o menos culpable, según la importancia de lo que hayamos descuidado aprender. Pues bien, esta situación se ha de excluir absolutamente en Cristo, precisamente porque está en contradicción con su rectitud moral, y más profundamente, con la santidad de su personalidad divina. De forma análoga hay que decir con respecto a los errores. Por referencia a nuestra experiencia, podemos distinguir errores derivados de la limitación del horizonte cognoscitivo en el cual nos movemos, y errores que nacen de la precipitación de juicio, valoración insuficiente de la situación concreta o de la escasa concentración debida por ejemplo al cansancio, distracciones, etc. Aquí también advertimos que no se le puede atribuir a Jesús ningún error que suponga en Él la mínima imperfección moral, y ello por las razones ya apuntadas. Resumiendo, también en lo referente al conocimiento, Cristo es semejante a nosotros exceptuando el pecado. Estas puntualizaciones nos conducen a considerar el conocimiento que tuvo Jesús de su misión salvífica. Ante todo hay que precisar que, según los evangelios, se refería esencialmente a dos objetos: la doctrina, que Jesús debía revelar y el designio salvífico de su vida que tenía que realizar. En cuanto a la doctrina, es preciso admitir que desde el principio del ministerio conocía Jesús con absoluta certeza sus contenidos centrales. En la Escritura el conocimiento que Jesús nos enseña, no se presenta nunca como una conquista laboriosa sino como don del Padre (Jn. 7, 16; cf. Mt. 11, 25 par.); además la proclama vinculante para la salvación del hombre (cf. Mt. 7, 24-27 par.). Estas dos características son tales, que excluyen radicalmente, la ignorancia y la posibilidad de error en todo conocimiento relativo a su misión. Jesús además, era consciente del designio del Padre sobre su vida. El NT enseña claramente, que Jesús antes de su ministerio sabía que su existencia estaba marcada por la obediencia al Padre y destinada al servicio de los demás, al igual que era consciente también de su muerte dolorosa y de su valor salvífico: Sobre el origen de los conocimientos, referentes a la doctrina divina y al valor salvífico de su existencia, hay que decir que no nacían de la experiencia, la cual manifiestamente no puede ofrecerles un apoyo suficiente; sino que brotaban más bien de una iluminación y se presentaban como una evidencia interior, infundida directamente por Dios. Por eso “al conocimiento de la misión” lo denominan frecuentemente los teólogos “conocimiento infuso”. Para definir mejor su naturaleza, el procedimiento más válido es la confrontación con el conocimiento sobrenatural de los profetas porque este también permite hablar autorizadamente en nombre de Dios y ver en cierta medida los acontecimientos futuros. Pero, el conocimiento que Cristo posee de la misión, es muy superior al profético ya que brota inmediatamente del Verbo, que es imagen perfecta del Padre. Dicho conocimiento era infundido por el Verbo. Por otro lado, debido a la Kénosis (rebajamiento) que eligió en la Encarnación, no disfrutaba habitualmente de él. Así pues, entre el conocimiento divino y el humano debía existir normalmente una especie de pantalla, que impedía que el primero se reflejara en el segundo. Dicha pantalla sólo se suprimía cuando se requería para el cumplimiento de la misión salvífica, es decir, concretamente para permitirle a Cristo un conocimiento absolutamente cierto sobre la doctrina que debía revelar y sobre el plan salvífico que tenía que realizar. Más exactamente había que decir: el Verbo, que es el sujeto de todas las operaciones de la naturaleza humana asumida, quiso conocer lo que se refería a su misión salvífica, no tomando de la 1.16 experiencia, sino de su ciencia divina, e infundiendo ese conocimiento en la psique humana, que se apropió al encarnarse. Pero ¿Cómo es posible ese contacto entre conocimiento divino que es infinito, y conocimiento humano que es finito, sin que este sea absorbido por aquel? Constituye un Misterio insondable; en todo caso, no es más que una consecuencia necesaria del Misterio fundamental de la Encarnación. De esta manera queda explicada la superioridad del origen del conocimiento de la misión respecto a cualquier conocimiento profético, y también queda aclarada, la superioridad de su certeza, es decir, la relación entre el Verbo y la humanidad que ha asumido es tan estrecha, que se precisa excluir absolutamente una versión incluso mínimamente infiel de la verdad divina. No obstante, hay que decir que, a pesar de este conocimiento infuso, con toda probabilidad Jesús debió conocer gradualmente las circunstancias concretas de su destino glorioso, a través de la experiencia de cada día. Análogamente se puede admitir un cierto progreso también en cuanto al conocimiento de su doctrina. Pero aquí dicho progreso parece que se ha de restringir a los módulos expresivos de sus enseñanzas, es decir, las parábolas, las referencias a la vida agreste y pastoril, que Jesús sacaba de la experiencia cotidiana. Como conclusión puede decirse que con esta explicación parece garantizarse al mismo tiempo la perfección y la historicidad del conocimiento de Cristo sobre la doctrina que enseña y sobre el designio salvífico que debe realizar. En esta perspectiva también se consigue entender la ignorancia de Jesús acerca del día y la hora de la parusía no poseía ese conocimiento porque no era necesario para el cumplimiento de su misión. Tenemos ahora que pasar al aspecto más complejo del conocimiento humano de Cristo, a la conciencia de su identidad divina, por lo cual, como hombre, sabía que era el Hijo de Dios, conocía con toda certeza que era una Persona divina. Inmediatamente tenemos la impresión de encontrarnos ante un gran Misterio. Ya el mismo enunciado: “Jesús conoce su identidad divina”, exige alguna aclaración, pues se puede entender de dos modos diferentes. Por un lado, se puede entender que el sujeto cognoscente es la naturaleza humana de Cristo, es decir, su yo psicológico humano, que se da cuenta de pertenecer al Verbo. Pero por otro lado también se puede entender que el sujeto cognoscente es el Verbo encarnado, es decir, la Persona del Verbo, que conoce su identidad divina mediante el alma humana que ha asumido, y por tanto de modo humano. Indudablemente se trata de dos interpretaciones legítimas que tienen sus ventajas pero también sus inconvenientes. Pues la primera explicación, aunque salvaguarda la autonomía de la Psicología humana de Cristo, sin embargo, deja en penumbra que el sujeto de toda operación es el Verbo. La segunda, en cambio, pone con claridad el acento en la unicidad del sujeto cognoscente, es decir el Verbo, pero hace difícil entender la autonomía psicológica de la humanidad de Cristo. Puede que estas distinciones parezcan sutilezas excesivas, pero en realidad no es así. Detrás de ambas interpretaciones tenemos respectivamente la exigencia de afirmar la perfección de la naturaleza humana de Cristo y la de insistir en la única Persona divina de Cristo. Se trata, brevemente, de explicaciones que son una trascripción en clave psicológica de las orientaciones cristológicas antioquena y alejandrina. Además de esta diversidad en el enfoque del problema hay que destacar también la gran diversidad de las soluciones propuestas. Por ejemplo para el teólogo Galtier, la distancia infinita entre la capacidad cognoscitiva de Cristo y el objeto de tal conocimiento, que es la Persona divina del Verbo, sólo puede ser superada por medio de la visión beatífica, que debía poseer Jesús. En cambio P. Perente, estima que es innecesaria tal mediación, pues él piensa que el conocimiento humano de Jesús, potenciado en cierta medida por su pertenencia al Verbo, advirtió ya oscuramente esta condición suya. Galot, opina que es el Verbo mismo el que toma conciencia de Sí mediante la conciencia humana que asumió. Sin embargo, la solución propuesta por K. Rahner, es distinta, él afirma que Cristo como hombre, debía poseer una conciencia de Sí en la que estaban presentes numerosos datos percibidos de manera notablemente diferente, desde los intuidos hasta los 1.17 explícitamente reflejos y conceptualizados. En esta perspectiva no tiene dificultad en sostener que Jesús, como hombre, debía ser consciente en alguna medida, desde la Encarnación, de su identidad divina a través de una visión inmediata de ella. Esto es posible por la misma unión hipostática; el sujeto de este conocimiento es el Verbo y el conocimiento divino que el Verbo posee de su identidad divina está sujeto en la Encarnación a la ley de la Kénosis. De aquí que el conocimiento humano que tiene Cristo de su identidad divina reviste carácter intuitivo y global y es susceptible de desarrollo. F-LA LIBERTAD DE JESÚS: _Jesús hombre libre: Los evangelios nos presentan a Jesús como un hombre libre, capaz de lúcidas decisiones en las más variadas situaciones, sobre todo en relación con la misión salvífica de que está investido. Está dotado de una voluntad humana capaz de determinarse libremente. Como es sabido, esto lo cuestionaron los defensores del Monotelismo, herejía que fue condenada por el Concilio Constantinopolitano III en el año 681. La base que afirma la perfecta voluntad humana en Jesús es el principio soteriológico, que dice que sólo es salvado lo que es asumido por el Verbo, Por tanto, si Cristo no hubiese poseído una voluntad humana, no hubiera podido redimir la nuestra. La voluntad humana de Cristo, dotada de libertad como la nuestra, se funda también en su capacidad de merecer nuestra salvación. Esta doctrina, que estaba implícita durante el período patrístico al enseñar que Jesús sufrió realmente para salvarnos, fue tema de discusión de la Escolástica. Santo Tomás, afirma que Cristo mereció verdaderamente la salvación del hombre, o sea, que llevó una obra con la que ganó nuestra redención, de modo que esta le es debida por justicia de condigno. Más tarde, el Concilio de Trento hizo suya esta enseñanza; al afirmar que Jesús mereció nuestra justificación, supone precisamente la existencia en Él de una voluntad humana libre. También es una verdad de fe que en Jesús la voluntad humana está sometida a su voluntad divina como enseña el Concilio Constantinopolitano IIII. Pero esta afirmación suscita la pregunta de cómo ha de entenderse su libertad. Este problema fue abordado en la antigüedad pero quedó sin resolver. Luego la Escolástica la examinó nuevamente y llegó a distinguir tres formas de ejercicio de la libertad humana:: la voluntad puede decidir hacer algo o no hacerlo, escoger una cosa u otra y escoger el mal o el bien. Partiendo de esta distinción, la cuestión de la libertad de Jesús resultaba más fácil, pues estaba claro que se le podían atribuir las dos primeras formas de ejercicio de libertad, sin ninguna dificultad, porque no suponen la elección del mal moral, mientras que la tercera forma, que es propiamente una carencia de libertad, debía quedar excluida absolutamente en Él, ya que es en todo semejante a nosotros menos en el pecado. Esta explicación parece sustancialmente válida hoy, aunque habría que aclarar mejor que Jesús no podía querer el mal ni desobedecer a la voluntad del Padre, porque, por un lado habría estado en contradicción con su identidad, y por otro, porque hubiera supuesto una limitación de su misma libertad humana. En una palabra, se da verdadera libertad, sólo cuando hay determinación por el bien; por eso el hecho de que Jesús no pudiese escoger el mal, no significa en absoluto, falta de libertad. 1.18