SALIR DEL EURO Después de haber estado estudiando el asunto durante un año completo, mi opinión es que hay que apostar por la salida de España de la Unión Monetaria Europea. Sin ocultar las ventajas que comporta este acuerdo monetario, no debe dejarse de advertir sobre la descompensación con que ha sido construida. Junto a un poderoso Eurosistema con plenos poderes monetarios, orientado exclusivamente hacia la estabilidad de precios y el equilibrio monetario, se echa en falta un no menos poderoso instrumento presupuestario común, capaz de contribuir al diseño de una política económica europea armónica, que ayude a compensar las crisis asimétricas y las disparidades nacionales y regionales en el ámbito de las variables económicas reales. Efectivamente, la falta de un presupuesto comunitario de entidad es la primera falla que encontramos en el diseño de la Unión. Y como ha puesto de relieve el economista Paul de Grauwe, hay dos razones para actuar en esta dirección. Primero, tal transferencia crearía una autoridad fiscal que pueda emitir deuda en una moneda bajo el control de tal autoridad. Al actuar así, se protegería a los Estados miembros de ser forzados a la suspensión de pagos (default) por los mercados financieros. Esto también protegería a la Unión Monetaria de las fuerzas centrífugas que los mercados financieros puedan ejercer sobre la misma. Segundo, al centralizar los presupuestos nacionales en un presupuesto central, se puede organizar un mecanismo de transferencias automático. Tal mecanismo actuaría como un seguro que transfiere recursos de un país a otro afectado por un shock económico negativo. A falta de un compromiso por una fiscalidad federal potente, unido a un Eurosistema obsesionado por el control de la inflación, las crisis de la deuda que puedan desencadenarse tras las crisis económicas sólo podrán solucionarse aligerando los gastos sociales de los Estados, lo cual además de ser un factor agravante de la crisis creará más desigualdad social. Ahora bien, un presupuesto comunitario ampliado implica un menor grado de descentralización fiscal –menor autonomía de los Estados en favor de la Unión Europea-, lo cual a su vez demanda ‘más unión política’. Es por ello que se ha podido decir del Euro que es ‘una construcción inacabada’. Otros, en cambio, hablan de ‘un déficit económico’. Pero se ha sugerido también una estrategia de pequeños pasos hacia esta dirección, cuyo objetivo sería la emisión de Eurobonos. Con ellos los países participantes se convierten en responsables solidarios de la deuda que hayan emitido juntos. Este sería un compromiso visible y limitado que convencería a los mercados de que los países son serios sobre el futuro de la Eurozona. Además al mutualizar la emisión de los bonos gubernamentales, los países miembros se protegen a sí mismos contra la crisis de liquidez desestabilizadora que surge de la incapacidad de control de la moneda en que es emitida la deuda. Esta propuesta ha contado con la fuerte resistencia de una serie de países, que oponen a la misma varias objeciones que tienen su origen en la mismas razones que los mueven a oponerse al federalismo fiscal: los intereses personales. Está claro que hay poco deseo en algunos países de la Eurozona en avanzar por este camino. Como ha expresado con amargura Josep Borrell “el euro es una sociedad de responsabilidad limitada.” 1 Esto apunta a la segunda falla en el diseño de la Unión: que se haya empezado por la integración económica antes que la política, cuando la experiencia histórica de otras uniones monetarias exitosas recomendaba que fuera al revés. Existe, pues, lo que podríamos denominar un déficit político como se pone de manifiesto, todos los días, en las múltiples rencillas entre los gobiernos de los países que están sufriendo la crisis más duramente y los que no. Como única solución para hacer frente al repunte del desempleo que pueda surgir de las crisis económicas asimétricas, los defensores de la Unión Monetaria echan mano de un socorrido expediente: que sean los trabajadores quienes soporten mayormente el peso del ajuste, bien por reducción de salarios o bien emigrando. No es el conjunto de la sociedad afectada por la crisis la que debe hacer sacrificios, sino el conjunto de los trabajadores y los empresarios obligados a cerrar sus empresas. Tercera falla en el diseño actual de la Unión. Todas estas deficiencias están detrás de que hoy vivamos una crisis del empleo, de la deuda y política de una gravedad desconocida desde la gran Depresión de los años 30 del siglo pasado. Y también hoy, como en aquella época, el sistema monetario entra en el centro de la escena. Efectivamente, la Gran Depresión se llevó por delante el gold standard (patrón oro), el sistema de cambios fijos que regía los intercambios internacionales, casi idéntico al de la Eurozona. Pronto se inició una viva polémica de si tal sistema era necesario o innecesario. En ella destacó el economista John M. Keynes como crítico de la institución, a la que calificó de ‘gold fetters’ (grilletes de oro). La investigación histórica reciente le ha dado la razón. Los países que remontaron la depresión fueron aquellos que impugnaron el sistema y devaluaron sus monedas. También el euro se ha convertido en unos grilletes que estrangulan las posibilidades no sólo de recuperación económica, sino de una salida social de la misma. Porque no se trata únicamente de superar la recesión económica, sino también de no perder las conquistas sociales tan duramente peleadas por nuestros antepasados. Casi todos estos problemas fueron anticipados por infinidad de economistas que advirtieron de ellos en los años decisivos en los que se discutió y se puso en marcha el Tratado de Maastricht, que sentó las bases de la Unión Europea. Se dijo entonces y se vuelve a decir hoy en día, que el Sistema Monetario Europeo se basó en la presunción, ampliamente defendida por los economistas liberales, de que la política macroeconómica no es de ninguna utilidad, y de que por tanto podíamos guardad sin mayor complicación la política monetaria, la fiscal y la cambiaria en el arca de los trastos viejos. Es cierto que la política macroeconómica no ha impedido completamente la aparición de las crisis recurrentes del capitalismo. Pero esto es sólo una verdad a medias. Porque la evidencia empírica ha demostrado irrefutablemente que sí ha influido en la intensidad y la periodicidad de las mismas, aliviándolas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en adelante. La misma crisis actual hubiera sido muchísimo más grave si los Gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido o Japón no hubieran echado mano de la emisión monetaria, las devaluaciones y el gasto público. Sólo Europa, que ha actuado con más timidez a este respecto, se haya hoy sumida en una grave recesión. Mi opinión sobre la posibilidad de cambiar la arquitectura básica de la Unión Monetaria Europea es muy escéptica. No sólo por el triste episodio de los eurobonos, sino por la última noticia que hemos conocido de que el director del fondo de rescate de la UE 2 (MEDE), el alemán Klaus Regling, ha dicho que el Fondo Monetario Internacional (FMI) debería "a largo plazo" salir de la troika y dejar la responsabilidad de futuros planes de ayuda en la eurozona exclusivamente en manos de los europeos; respondiendo así a las críticas que el FMI realizó sobre el rescate a Grecia y de que había beneficiado más a Europa que a Grecia. A menos que se avance por el camino de una Europa más federal y más democrática desde el punto de vista presupuestario (lo cual es bastante improbable), el Sistema Monetario Europeo está destinado a saltar en pedazos (como en el caso de otras experiencias de uniones monetarias), por lo que sería inútil querer prolongar aún más la agonía del moribundo. Así pues de lo que se trata es de decidir: o bien cómo liquidamos el sistema entre todos los socios de la Eurozona, o bien cómo salimos de él por nuestra cuenta. Si la izquierda no se planta y somete a la Unión Monetaria Europea a una crítica intelectual progresista, impugnando su necesidad y planteando la salida del Sistema Monetario Europeo (que no es lo mismo que la salida de la Unión Europea), será la extrema derecha quien ocupe su lugar pero sobre una base ideológica chauvinista e intolerante, incompatible con la civilización moderna. El ejemplo griego y chipriota lo tenemos ante nuestros ojos. Sin embargo la salida de Euro no nos saldría gratis y las consecuencias serán dramáticas. No hay vuelta posible a la situación previa al establecimiento del Euro. Como ha dicho Miguel Riera, la salida del Euro representa “convulsión e incertidumbre, pero también esperanza.” De aceptarse la propuesta de salir del Euro, mi opinión es que se debería crear un Grupo de Trabajo con las siguientes tareas: 1. La identificación de los riesgos, con el objetivo de averiguar cuáles son las exposiciones al riesgo más importantes a los que nos enfrentaríamos. 2. La evaluación de los riesgos, con el objetivo de cuantificar los costes asociados con los riesgos que se han identificado en el primer paso. 3. La selección de las medidas necesarias para minimizar los costes previstos. Respuestas a las críticas Sin querer adelantarme a los resultados de esta comisión de trabajo que acabo de proponer, me gustaría responder a las críticas de aquellos compañeros que no están de acuerdo con la salida del Euro por los altos costes que supondría. Todas las críticas coinciden en un punto: la salida del Euro supondría una importante devaluación de nuestra divisa, con graves consecuencias sobre la inflación, el peso de nuestra deuda externa y la estabilidad del sistema financiero. Vamos a ver estas cuestiones por separado. En primer lugar se afirma que el retorno a la peseta supondría que las importaciones se encarecerían drásticamente repercutiendo en el consumo interno. Pero a este mismo argumento se le puede dar la vuelta para defender la salida del Euro: el mismo es una 3 confesión de que nuestro tipo de cambio está sobrevalorado, y sin duda hay que ver en esta circunstancia la ruina progresiva de nuestro sistema productivo, incapaz de competir en igualdad de condiciones con los países más avanzados. La devaluación supondría un encarecimiento de las importaciones, lo cual desencadenaría un proceso de sustitución de las mismas por productos nacionales; y cuando el sistema productivo se recuperase, las presiones inflacionistas se mitigarían. La excepción sería el sector de la energía, pero hay que asumir que no podemos consumir petróleo con la misma alegría que lo hacen el resto de países desarrollados y que hay que potenciar sectores alternativos. La salida del Euro sería una importante oportunidad para avanzar en este sentido. Sin olvidar que también nuestras exportaciones aumentarían, contribuyendo a reactivar nuestro sector industrial y proporcionándonos unas valiosas divisas con las que poder hacer frente a nuestros compromisos externos. En segundo lugar se dice que la devaluación de nuestra divisa acrecentaría nuestra deuda soberana, pues pasaría a denominarse en una moneda más fuerte, y que esto aumentaría la prima de riesgo de nuestra deuda. Estas afirmaciones son ciertas, y sin duda nuestro país se vería obligar a una suspensión de pagos (default) y a una renegociación de la deuda soberana con su correspondiente quita a los acreedores, como hizo Grecia y como muchos especialistas creen que acabará sucediendo con España aunque siga permaneciendo en el Euro. Cuando la tasa de crecimiento económico de un país es inferior al tipo de interés al que remunera su deuda, esta tiende a ocupar una parte cada vez más importante en el presupuesto de la nación y se convierte en impagable. Esto está ocurriendo actualmente con España y no podemos cerrar los ojos a esta evidencia empírica. Lo queramos o no, tarde o temprano España terminará por declarar el default de su deuda soberana. Algunos economistas creen que declarar un default es peor que una catástrofe bíblica, pero nada más lejos de la realidad. No sólo porque contradice lo que sabemos de los procesos de bancarrota en el que incurren las empresas privadas: es decir, que en muchos casos son una alternativa viable a la liquidación, asegurándoles la permanencia en el mercado por medio de la renegociación de sus deudas; también porque contradice la experiencia histórica que conocemos de casos anteriores. La mejor demostración de que los países que incurren en impago soberano no son expulsados de los mercados financieros internacionales, es el hecho de que estos mismos países tienden a repetir estos impagos en el tiempo, generación tras generación –lo que los expertos denominan impago serial. ¿Por qué los mercados no los penalizan? Son varias las respuestas que se han apuntado los historiadores de las finanzas: 1) porque los prestamistas tienen una corta memoria, 2) porque los prestamistas consideran un buen negocio las altas primas de riesgo que pagan estos países, 3) porque los gobiernos deudores tienen una corta esperanza de vida, lo que impide a los acreedores inferir el ‘riesgo país’ de cada prestatario, y 4) porque no es tanto la reputación como deudor lo que importa a los acreedores, sino la política macroeconómica de sus gobiernos. También hay que decir que saliendo del Euro recuperaríamos nuestra soberanía monetaria, y que podríamos obligar a nuestro Banco Central a comprar los títulos de 4 deuda pública, con lo que la necesidad de recurrir a los mercados financieros se vería reducida o suprimida, según la opción por la que nos decidamos. En mi opinión la objeción más seria a la salida del Euro es la que sostiene que con ello el sistema financiero español se vería obligado a declararse en bancarrota, pues no podría amortizar los vencimientos de su deuda con bancos europeos, pues esta deuda, lo mismo que la soberana, aumentaría con la devaluación de nuestra divisa. Esto es verdad; pero también lo es que de la misma manera que los bancos acaparan los beneficios de su gestión en los años de vacas gordas, también deben correr con los costes cuando vienen las vacas flacas –sobre todo si ellos son los causantes de que las vacas se encuentren en tal situación. Así pues nos veríamos obligados a una nacionalización casi total del sistema bancario español. Esto, que para personajes como el Sr. Emilio Botín puede ser una auténtica calamidad, de nuevo se nos presenta como una oportunidad para someter la política de concesión de crédito bajo la tutela estatal. ¡Hasta los economistas liberales saben perfectamente que una Banca Pública potente sería el camino más rápido hacia el socialismo! En fin, defender la salida del euro es una puerta de esperanza en una época de avasallamiento sistemático contra las clases populares de los países del sur de Europa y que tiene visos de no acabar nunca, lo cual encaja perfectamente en lo que parece ser un nuevo modelo de relaciones coloniales que los países acreedores quieren imponernos. La salida del Euro no es una respuesta de máximos a esta crisis, pero sí una salida realista, que sabe de las dificultades que encontraremos en el camino pero también de las numerosas adhesiones que recibirá de una población que asiste con enorme rabia y estupor a lo que le está pasando, y a la que también se le miente sistemáticamente sobre las posibilidades reales de recuperación económica dentro de la Eurozona. Pues sin políticas macroeconómicas de estímulo y una demanda interna en caída permanente, ¿quién espera la recuperación? 5